Portada de la obra Tres Teatro Tres, de Federico González. Colección Sarastro, Libros del Innombrable.

González Frías, Federico: Tres Teatro Tres (El Tesoro de Valls - En el Tren - Lunas Indefinidas). Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza 2011. Rústica, 11 x 17 cm. 216 págs.

Reseñas de las tres obras por Francisco Ariza (incluidas en el libro)

1. EL TESORO DE VALLS
Pieza en dos actos

El sábado 10 de julio de 2010 asistimos en las Cotxeres Borrell de Barcelona al estreno de una nueva pieza teatral de Federico González: El Tesoro de Valls. Hemos de destacar en primer lugar el excelente trabajo de los actores de la Colegiata Marsilio Ficino,(*) que encabezados por Carlos Alcolea en el papel de protagonista principal dieron vida a unos personajes de los que han sabido extraer todos sus matices y posibilidades, lo cual habla también del trabajo realizado por su director, el propio Federico González, un trabajo que asimismo se deja ver en la excelente puesta en escena, que es sin duda uno de los grandes logros conseguidos en esta obra. Una obra donde, como en las anteriores, se percibe nítidamente que hay una comprensión del personaje que a cada actor le toca interpretar, o mejor encarnar, pues se trata precisamente de personificar esa comprensión, de «ritualizarla» podríamos decir, dotando de veracidad su actuación. Se cumple así el objetivo primordial de transmitir al público el sentido, o los múltiples sentidos, de la obra interpretada. El actor es un intermediario, y de esto son muy conscientes todos los que conforman la Colegiata Marsilio Ficino, que saben de los orígenes sagrados del teatro, pues son receptores de una enseñanza metafísica y cosmogónica que toma a las artes escénicas como un soporte para poder expresarla. No en vano, dentro del Teatro de la Memoria que practica la Colegiata, y que constituye sus señas de identidad, está el de recordarnos en cada pieza esos orígenes.

Toda la magia del teatro se hizo presente esa noche veraniega con El Tesoro de Valls. Los actores consiguieron atrapar al espectador en una trama sutilmente urdida por sus diálogos, tanto hablados como gestuales. ¿Quién de los espectadores que acudieron a la función no llegó en algún momento a identificarse con el atribulado e infeliz Sr. Valls? Las situaciones y diálogos muchas veces disparatados y cómicos, aunque transgresores en su mordacidad y propios del teatro del absurdo, no sólo encubren un mensaje subyacente en esa trama, sino que son los vehículos que lo hacen aflorar. Ese mensaje es de índole alquímica. Pero no quiere esto decir que El Tesoro de Valls sea una obra alquímica en el sentido estricto del término, es decir que a través de su desarrollo se vayan articulando las diferentes etapas de un proceso de purificación que desemboque en el renacimiento espiritual. Se trataría más bien de reflejar un momento de ese proceso, a saber: la disolución de ciertos nudos psicológicos que impiden el reconocimiento de otras posibilidades y estados más elevados dentro de nosotros mismos, en este caso del protagonista, que ve cómo la seguridad de su pequeño y mezquino mundo (representado por ese «tesoro» exclusivamente material) se va diluyendo conforme asiste, bajo una extraña mezcla de atracción-repulsión, a la «tortura» a la que le someten todo ese increíble personal de servicio del hotel con sus respectivos roles sociales (el sastre y su ayudante, el joyero/florista, la camarera, la doctora, el sacerdote mujer, las dos conserjes, la rigurosa del departamento de «modales y buenas maneras»), algunos muy de hoy en día (como es el caso del «socio» gay, de la doctora «alternativa», de la surrealista señorita de «turismo y bellezas naturales» que describe distintos lugares de una geografía dantesca e inquietante), y que con sus constantes entradas y salidas de la habitación van marcando una cadencia rítmica (que acaba por cristalizar en un solo continuo) que mantiene una permanente atención y tensión en el espectador, cuestión que es muy difícil de lograr en una obra de teatro, y todavía más cuando como es el caso dura una hora y media aproximadamente.

Esto es debido no sólo a la excelente puesta en escena como ya dijimos, sino también al contenido del propio texto, a su calidad literaria rica en matices, sugerencias y lecturas varias, y que se ahorma en torno a una serie de ideas-fuerza que a modo de pequeñas pero potentes píldoras estructuran intelectualmente el desarrollo de su discurso. Por ejemplo, cuando el socio gay afirma enfáticamente que «desde el siglo XVIII Dios ha muerto», y que esto ha dado rienda suelta a los bajos instintos, que «son un triunfo de la modernidad», para la que efectivamente «no hay otros instintos que los bajos». Precisamente esa hipotética defunción, certificada por la filosofía racionalista, ha dejado inerme al hombre de hoy en día, que efectivamente sólo reconoce sus bajos instintos ante la desaparición de su horizonte mental de la idea de un Principio de orden superior, que no necesariamente ha de ser religioso.

En ese mismo diálogo hay una referencia a «la moda juvenil», en la que bajo el oropel de su engañoso colorido se esconde toda una tendencia de nuestro tiempo hacia la frivolidad y la puerilidad, lo que ha dado como resultado un pensamiento anodino que asiste impasible a la destrucción, o «deconstrucción» (palabra curiosamente también muy de moda) de los pocos valores que todavía quedan en nuestro mundo.

Hay un momento al final de la obra en que, abrumado por la que cree pérdida irreparable de su tesoro, Valls parece recobrar la lucidez en forma del recuerdo de sus antiguas inquietudes hacia la búsqueda interior y ve ahí una oportunidad de recuperar el tiempo perdido; pero todo eso se desvanece cuando aparece nuevamente ese tesoro material, resumen de todas sus fantasías, con las que se identifica. Es el destino trágico del hombre moderno, o posmoderno, tanto da, que se encuentra ante la imposibilidad de ser, en un mundo que como él va ineluctablemente a la deriva. Ni siquiera la «Medicina Universal» (o sea la curación por el Conocimiento, el auténtico tesoro) que le administra la doctora –quien le urge a confiar en esa Medicina y que «tenga un poco de paciencia» (virtud alquímica)–, tiene efecto alguno sobre ese desdichado, que prefiere aferrarse a la ilusión del «hombre viejo» antes de afrontar la prodigiosa aventura de parir al «hombre nuevo».

Federico González nos pone así frente al espejo de nuestras propias mezquindades y tonteras, que no son sino personificaciones de los estados inferiores, y así, al igual que los borregos del rebaño, vamos resignados hacia el matadero de todas las esperanzas. Pero existe la posibilidad de escapar de ese callejón sin salida si hacemos justamente lo contrario del protagonista: que ante el recuerdo, aun impreciso, de lo que es nuestro verdadero tesoro apostemos todo a él dejándonos arrebatar por sus efluvios sutiles e intangibles, aceptándolo sin más en nuestro corazón. «Pon tu tesoro donde está tu corazón».

 

2. EN EL TREN
Obra en un acto

De la trilogía compuesta por Lunas Indefinidas, El Tesoro de Valls y En el Tren, quizás sea esta última obra la que tenga un mayor contenido doctrinal, o mejor, donde se hace más explícito ese contenido. Ya no se trata de candidatos que pretenden ingresar en una «Academia de Conocimiento» como en Lunas Indefinidas, o de quienes habiendo tomado contacto con la Ciencia Sagrada en un momento dado de sus vidas finalmente la han abandonado atraídos por las «riquezas» y «brillos» de este mundo, como es el caso del personaje principal de El Tesoro de Valls; en cambio, aquí estamos en presencia de hombres y mujeres que llevan tiempo comprometidos con la Enseñanza, y se han entregado a ella cada uno en la medida de sus posibilidades, teniendo como soporte el antiquísimo oficio del teatro:

Minnie.—Al subir, una señora me preguntó: ¿Quiénes son ustedes?

– Una tropa de actores, le respondí.

– ¿De comedia?, inquirió.

– Sí, le dije, sí, lo entendemos como la divina comedia, pues somos estudiantes del arte de la memoria.

– No comprendo. ¿Y qué es lo que les une?, interrogó.

– Que el todo no es la suma de sus partes, contesté no sin cierta malicia.

– Eso lo sabe cualquiera, contestó a su vez.

– Pero nosotros tenemos que estudiarlo pacientemente, le dije.

En efecto, los protagonistas de En el Tren son actores que toman su oficio como vehículo de su realización metafísica, ejercitando para ello el arte de la memoria convencidos de que esa realización consiste esencialmente en ir rememorando, pacientemente, nuestro origen suprahumano. Ellos han sido invitados a pasar un fin de semana en una convención, para lo cual realizan su viaje en ese medio de transporte. Pero no se trata de un viaje cualquiera, sino de un «viaje de estudios», y el tren se convierte entonces en el escenario1 donde se efectúan esos estudios en forma de pláticas y comentarios entre todos ellos, llegando a representar así «una obra de teatro dentro del teatro», como dice Max, uno de los actores, quien añade que:

en eso consiste la naturaleza del ser humano y el trabajo para lograr autogenerarse, o sea, para hacerlo.

Se hace manifiesta aquí de nuevo la idea de la representación teatral como una imagen de la vida humana, que se desarrolla dentro de un teatro mucho más grande que es el mundo, siendo dentro de ese «escenario», de ese marco en que hemos sido paridos, donde debemos regresar, entrando por la «puerta de los hombres», al útero materno, que en este caso es nuestra propia alma, y allí morir para renacer, o autogenerarse, es decir «salir» justamente de ese escenario de moviola recurrente y volver al origen «para desembarazarnos de la circunferencia»,2 como se afirma en un momento determinado.

De hecho, el tren donde viajan semeja un athanor,3 pero en este caso un «athanor grupal», si se nos permite la expresión, y en este sentido podríamos decir que toda la obra deviene una especie de «rito colectivo» en donde de algún modo cada cual va recapitulando sus años en el camino del Conocimiento, exponiendo sus logros en él, y sus esperanzas. Pero también van aflorando las limitaciones propias de lo humano, las preguntas incontestadas, las dudas que emergen, las vacilaciones y los fracasos,4 que fortalecen y templan:

Max.—(Desde la segunda fila). Este es el quiebre de todos los paraísos infantiles que creíamos lo más cercano a la felicidad, a lo que imaginábamos como nuestra identidad.

Minnie.—¡Ay mundo!, cuánto nos has engañado. ¡Ay familia!, nos has enseñado todo mal. «Andá a cantarle a Gardel…»

Max.—(De pie desde la fila de atrás). Nadie nos ha preparado.

Instructora.—Es una cruda, comerse el steak tartar de los sueños de uno mismo, de todas sus proyecciones quebradas en mil pedazos, deshecho todo su juego de sombras… (silencio) y luces, falsas iluminaciones que proyectaban estos ideales muertos.

Max.—(Desde la segunda fila). Imposible negar que nos lo creíamos, tristes despojos enterrados con lamentos porque hasta el fin pensamos que eso era nuestra identidad. Un vestido alquilado a la empresa de la vida.

Marta.—(De pie desde la segunda fila). Al gran empresario, al estafador, al dios tramposo, al bandido que nos induce los sueños que nos procuran los sentidos, es decir, a aquel que también somos nosotros mismos.

(…) Minnie.—Y no hay nadie que conteste, que corrija mis aseveraciones. ¿Quién es el que pregunta y quién el que responde? ¿Qué es lo que se enuncia y qué debería ser lo enunciado?

Julia.—Aquello desconocido. (Pausa).

Enrique.—(Desde la primera fila). Se llama la frontera del silencio, del misterio, aquí nace la raíz del que revela lo oculto.

Minnie.—Dicen los chinos que lo único permanente es el movimiento.

Max.—Queremos tocar lo inasible. ¿Cómo podemos ser individuos tan descompuestos?

Pausanias.—Es la ignorancia.

Minnie.—Y el no poder aceptarla pues hay que seguir creyendo en el juego del tira y afloja, en el permanente ir y venir, entre el uno y el otro.

La obra comienza con el juego de la «confusión de lenguas» y las «parajodas», es decir por el caos de posibilidades, y poco a poco va emergiendo un orden en el discurso, pues como dice Minnie en un momento dado:

Es en el lenguaje donde se sustenta el mundo,

y éste no puede existir sin las palabras y los nombres que descubren, o revelan, su contenido y por consiguiente su significado.5 A partir de ese momento, cuando todos toman conciencia de esa realidad fundacional de la lengua, se va desplegando todo un rosario de expresiones relacionadas justamente con el poder transformador del lenguaje simbólico.

Pausanias.—No te preocupes, por algo será. Todas las cosas toman formas aparentes pero en ellas se ocultan significados auténticos.

Alberto.—Sí, apoyo totalmente esto último que has dicho y esos significados son los que debemos leer. De hecho estamos siguiendo esta enseñanza precisamente para ello.

Josefina.—Debemos practicar constantemente, permanentemente alertas para desentrañar el significado de los símbolos.

    (…)

Instructora.—Parecemos niños, lo único que falta es que abramos las canastas del picnic.

Enrique.—No lo creo, todos estos son sabios en ciernes. ¡Que Zeus los libre de los males, y de todos ellos el peor, o sea de la tontera que siempre anda rondando y buscando sus víctimas.

Minnie.—No seas tan pesimista.

Enrique.—No se trata de ser pesimista u optimista, sino de atenerse a la realidad de lo que ven nuestros ojos. En definitiva, lo que termina diciendo la experiencia.

Instructora.—No vamos a discutir lo que ha sido obvio para nosotros. No. Y aunque las cosas tomen permanentemente formas cambiantes, indican siempre la pertenencia a un mundo que les excede.

Enrique.—Lamentablemente…

Minnie.—(Interrumpiendo.) ¿Lamentablemente? ¡Có­mo uno se va a compadecer de los destinos de los otros, de los que no se sabe absolutamente nada! Qué sabemos de éste o aquel, perfectamente disfrazado para la ocasión. ¿Acaso conocemos si no estamos tratando con un sinvergüenza… aquél, aquél de más allá (gesticulando lejos con el brazo), que parece un probo padre de familia, no será finalmente un matón de barrio? ¿Y aquél que aparenta ser un intelectual, no será un truchimán cualquiera?

Instructora.—Y eso pasa con nosotros mismos porque constantemente gira la rueda de la fortuna y no hay nadie que esté fuera de ella.

Minnie.—Eso es verdad, pero también te recordaré que rectificando encontrarás la piedra.6

Enrique.—¿Quién puede con su destino, al fin y al cabo, con su suerte?

Julia.—¿No será verdad que uno no escoge su futuro, sino que es él quien nos selecciona a todos? ¿No estaremos condicionados por el futuro?7

Se habla, se invoca, el amor a la Sabiduría y de poner al símbolo en acción, sin demora y con el auxilio del Intermediario Celeste, pues el medio profano, con su tontera y estupidez, «siempre anda rondando y buscando sus víctimas»: 8

Minnie.—Estamos todos metidos en el mismo barco, digo, en el mismo tren. Y no sabemos qué hacemos, salvo que tenemos un proyecto en común.

Pausanias.—Y eso ya nos parece mucho decir, imagínate poner el símbolo en acción, manejarse entre un bosque de símbolos vivos y actuantes. Hay que estar loco para eso, loco de amor y de un frío desapego.

Julia.—Yo no sé si tengo eso. Pero estoy aquí, en la fila.

Jovita.—El encuentro con algo bueno y verdadero se lo hemos de agradecer al dios Hermes.

Max.—Ahora es el momento, siempre.

En realidad estamos ante una de las claves de esta pieza teatral, a saber: la imperiosa necesidad de «redoblar esfuerzos» y hacer efectivo todo ese conocimiento teórico que se ha ido adquiriendo con el tiempo a base del rito del estudio y la meditación en la Vía Simbólica.

Julia.—¡Cómo hemos trabajado!

Enrique.—De nuevo es una manera de decir.

Marta.—En realidad hemos escrito obras en lo invisible.

Alberto.—(Regresa del baño e interviene desde el pasillo y se ubica en la segunda fila, junto a Jovita). Sí, efectuar los ritos, de eso se trata, pero su proyección es indefinida, inmensa y siempre, necesariamente, como un boomerang, ha de retornar a uno mismo, al Uno Mismo.

Hay que entregarse sin paliativo alguno a la diosa Sofía, de la que ya se han tenido «destellos» o «intuiciones» de su presencia en uno mismo a lo largo de los años; sin esa intuición –verdaderamente intelectual o espiritual– no hay realización que valga. Vale aquí recordar lo que nuestro autor ha dejado escrito en distintas ocasiones: es el Ser del hombre el que se revela a sí mismo, mediante la intermediación de la Inteligencia, que ilumina esa relación y la hace pasar de la potencia al acto.

Pausanias.—(Muy interesado). Muy interesante.

Minnie.—Viste, pero ya ves que no pude evitar hacer el comentario. Puesto que es lo mismo que decir que nuestro origen es nuestro destino. (Hace un gesto con la mano como indicando lo que ha dicho la voz de la computadora).

Pausanias.—(Entusiasmado). Vamos camino a la victoria. ¡Un brindis por el Subcomandante!

Enrique.—(Eufórico). ¡Nos llama la Belleza! ¡Volvemos al Amor!

Max.—No hay precio para la libertad.

Enrique.—Apenas si conocemos nada, pero es lo suficiente.

Alberto.—Un poco de atención señores o seremos…

Marta.—(Interrumpiendo a Alberto). No, nada de advertencias. Así puros y sin contaminarse regresamos a nuestros verdaderos hogares. Una vara desmedida de esperanza es lo que somos. Un retorno al palacio de la sabiduría, aquello que es imposible de contar, de medir o de pesar.

Alberto.—Dejadme subir a la barca de vuestro aliento, al infinito día que está más allá del tiempo. (…)

Josefina.—Estoy perdidamente enamorada de la nada.

Enrique.—(A Josefina). Santa virtud, cómo has cambiado en este viaje.

Max.—Yo he pasado 30 años a la sombra ¿No seremos el recuerdo de algún otro que nos imaginó o nos está concibiendo con su aliento?

Como estamos viendo nos encontramos ante unos diálogos que sin lugar a dudas podemos calificar de platónicos. De hecho son varias las veces que se menciona a Platón de manera explícita (por ejemplo cuando se hace una cita del Banquete 9 y se habla del mito de la caverna 10), y a su pensamiento muchas más, al igual que ocurre con Hermes, el emisario de los dioses, al que sólo se nombra en una ocasión y sin embargo su presencia es constante en las ideas que articulan el discurso de todos los personajes. Se testimonia así, nuevamente, el vínculo con la «cadena áurea»:

Instructora.—Sí, lo que uno aprende en esta enseñanza encantándose a sí mismo, como quería transmitir Platón, es que éste es un mundo inacabado de gestos, de voces, de colores, de formas en permanente movimiento, que se fijan perennemente por su descripción, o sea, por las perpetuas evaluaciones que de ellas hacemos, como si fueran un bosque de sonidos que intentamos inventariar y detallar, en fin, una niebla de sueños que están en el tuétano de nuestras creencias, o sea, que conforman nuestra materia.

Max.—Por eso es que digo, querida Instructora, que siendo todo autosugestión, ¿por qué es que no nos autosugestionamos bien, de una forma sabia, para salir de la autosugestión?

Vemos cómo nuestro autor tiene esa cualidad que varias veces hemos señalado y que debemos recordar aquí nuevamente pues constituye un signo de identidad de su obra: mostrarnos de manera sencilla y sumamente sintética verdades muy profundas, a veces hasta de forma desenfadada:

Minnie.—«Somos una pompa de jabón, / que gira y gira, y rueda sin cesar, / teniendo como base el puro azar, pero de la Inteligencia Universal.»

Pausanias.—«Rueda, rueda que te rueda, rueda, / el mundo, rueda que te rueda, / aunque cada día es diferente, / pues todo es cambio y movilidad.»

Si antes hablábamos de ese tren como una especie de athanor, también podemos considerarlo efectivamente como análogo a la caverna platónica. Max afirma que ha pasado 30 años a la sombra, o sea prisionero de su individualidad, separando lo espeso de lo sutil, coagulando y disolviendo infinidad de veces su «materia», su alma, haciéndola cada vez más sutil y porosa a las influencias espirituales, o sea «sublimándola» hasta que todo límite desaparece «perdidamente enamorada de la nada», retornando así a su verdadero hogar, «al palacio de la sabiduría», a «aquello que es imposible de contar, de medir o de pesar».

Josefina.—Dios me acaba de hablar y le he contestado con toda devoción: «Yo soy tú».

3. LUNAS INDEFINIDAS
Obra en dos actos

Esta obra es una reflexión sobre el proceso iniciático, o mejor de los preliminares que pueden llevar, o no, a emprender dicho proceso. Sin embargo, como acostumbra a suceder en casi toda la obra dramatúrgica de nuestro autor ese aspecto iniciático permanece de algún modo «velado» para quienes sólo ven las apariencias de las cosas y se quedan con la impresión de estar simplemente ante una «comedia de humor», eso sí un tanto peculiar y salpicada de expresiones vagamente referidas a ese tema, llegando incluso a creer que se hace una parodia sin más de ellos. Nada más lejos de la realidad. El humor desde luego que existe, y que muchas veces éste rezuma una sutil e inteligente ironía, también. Pero hay mucho más.

En primer lugar, habría que rasgar el velo de esas apariencias para comprobar, a poco que profundicemos en su contenido, que lo que parece ser una parodia esconde en realidad otras cosas que tienen que ver efectivamente con el viaje del Conocimiento. Recordemos que en determinados momentos de la historia europea las verdades acerca de la iniciación y la metafísica se escondieron muchas veces bajo las apariencias de la sátira humorística e incluso de la parodia. Esto es precisamente lo que sucedió entre los rosacruces del siglo XVII, algunos de los cuales tuvieron efectivamente que disimular sus ideas herméticas bajo la apariencia de la «farsa» teatral, y ello con el fin de «ocultarlas» a quienes no estaban cualificados para comprenderlas, mientras que por el contrario se hacían transparentes y diáfanas para quienes sí estaban cualificados para ello.

Esto nos lleva nuevamente a considerar la necesidad de conocer la obra doctrinal de nuestro autor para entender su teatro (y por extensión su novela). Como bien sabemos, esa obra está estructurada en torno al Símbolo como el vehículo por excelencia del Conocimiento, el cual tiene una doble virtud: la de velar y revelar la idea que lo configura. Es significativo, en este sentido, que las primeras palabras pronunciadas en Lunas Indefinidas sean precisamente estas: «¿Qué son los símbolos?» Es como si todo lo que se va a representar a continuación, o sea la trama misma de la obra, necesitara imperiosamente de la colaboración del símbolo para poder ser entendida en sus distintos matices, y ciertamente es así, pues estamos ante una representación teatral donde el lenguaje simbólico discurre como un torrente a través de todos sus personajes. Por ejemplo, en el segundo acto:

Chuleta.—Sin duda. Los tratamientos son distintos pero considere, señor, que nuestro mundo es una inmensa red de analogías.

Poof.—Interesante, interesante. Pero saber eso no alivia mi exilio.

Chuleta.—No señor, usted justamente, está exiliado de esas analogías.

Poof.—Sorprendente. Eso sí me ha conmovido, y me parece que usted tiene razón. Soy un exiliado de todas las analogías.

Chuleta.—Para ello está aquí, para nacer de nuevo.

Poof.—Le confieso que no me lo esperaba.

Chuleta.—Pero esa es mi profesión, la de resucitar los muertos, o la de parir nuevas vidas, que es lo mismo.

Poof.—¿Volver a nacer?

Chuleta.—Exacto.

Poof.—¿Y cómo hará usted eso?

Chuleta.—Vea señor, mis amigos me llaman la comadrona.

Poof.—¿Está usted hablando en serio?

Chuleta.—Claro que sí. Sócrates, según el filósofo Platón, decía de sí mismo que él era una partera, pues daba a luz nuevos seres. Y atienda al simbolismo: dar a luz, iluminar, hacer que se nazca de nuevo.

No se puede decir tanto con tan pocas palabras. En efecto, nuestro mundo es una inmensa red de analogías y correspondencias simbólicas que hacen posible el vínculo entre los distintos planos de existencia y entre todos los seres que lo comprenden, y lo que le pasa al hombre actual, la causa de su ignorancia con respecto a los temas que realmente le importan pues tocan a su esencia y su identidad, es precisamente que está «exiliado» de esas analogías, y por eso se encuentra «fuera» de la realidad del mundo y de sí mismo. Volver a su verdadera patria, o sea «nacer de nuevo», implica previamente recuperar el lenguaje y el pensamiento analógico, donde se fundamenta también el mito, la magia y la teúrgia. Establecer en uno mismo el vínculo con las potencias vivas del cosmos, con los númenes y nombres divinos, con las deidades que todo lo habitan con su presencia intangible: esa es la auténtica gracia que se nos concede penetrando en la vía del Conocimiento, donde, como se dice en la obra, el único método válido es la «inducción en la Sabiduría». Veamos este otro fragmento, que habla justamente del sentido de los símbolos y el poder transformador que tiene para la mentalidad humana:

Por otra parte, el comprender estos misterios es abrirse un camino en el Conocimiento de lo que somos, de nuestra propia identidad. ¿Cómo puede entenderse todo esto? ¿Qué significan verdaderamente estas palabras? Y además ¿cómo pueden ser tan embriagadoras, al punto de convencernos e incluso dar sentido a nuestra vida? Pero esto son tan sólo algunas de ellas, pues los conceptos se van encadenando unos con otros, y resulta que los números que aprendemos desde niños son otra cosa, y así con todo lo que creíamos, que incluso se traslada a la totalidad de lo que hemos aprendido, pues todo ello pertenece a una vida que es sueño y engaño, y de allí que los símbolos, que son mensajeros que revelan otras realidades puedan dar lugar, a través de las iniciaciones, al hombre nuevo. ¡Vaya empresa! Y lo peor es que es verdad, que uno lo siente como tal, y al mismo tiempo no deja de advertir evidentes transformaciones en uno mismo, casi desde el comienzo, aunque se nos dice que estas enseñanzas, estas transformaciones, en efecto, tardan muchísimos años en realizarse…

Estas palabras son pronunciadas por Espartana, un personaje importante en la obra pese a que sólo aparece al comienzo de la misma con un discurso que sobrecoge por momentos por la belleza e intensidad de lo que expresa. Es ella, la encargada de abrir y cerrar con sus llaves las puertas a los aspirantes a recibir las enseñanzas que se imparten en esa Academia de Estudios, algunos de cuyos personajes dicen cosas muy importantes desde el punto de vista doctrinal, y que merecen ser leídas y releídas con atención. Academia que a veces más bien parece un Sanatorio o Clínica Médica, hasta el punto que quienes lo regentan reciben indistintamente el apelativo de profesores y doctores. Todo eso tiene sentido dado que allí se «cura del exilio» para no «morir de ausencia» (de la ausencia de nuestra verdadera identidad), y se ayuda a «nacer de nuevo», como dice explícitamente el profesor/comadrona Chuleta.

En cierto modo, Espartana toma la función que tenía el dios Jano en la antigua Roma: la de abrir o cerrar con sus llaves las puertas que daban acceso a los misterios y los ritos de la iniciación, que él presidía en sus diferentes grados de profundización. De hecho, Espartana habla de esta deidad, de su doble aspecto, que ella asume como una función ligada a su destino:

Cumplo una función. Como el Dios Jano (…) ¡Imagínese el papel que me ha tocado cumplir! Aunque yo no tengo ninguna responsabilidad ni sobre los que entran, que lo hacen voluntariamente y muchas veces buscando otras cosas que las que aquí se realizan, engañados por las ilusiones del mundo, ni de los que se van de motu propio o no, porque en muchos casos se equivocan por sus ambiciones, egoísmos, rebeldía, o simplemente porque no comprenden y no podrán hacerlo, por lo que deben ser apartados y, a veces, se van dando un portazo, o revolcándose en su odio e ignorancia desacreditando esta enseñanza o a los profesores que la imparten. Pero no me lamento por esa gente que no me importa nada, y que apenas transponen el umbral de salida se pierden en el olvido.

En efecto, no es «por capricho» que Espartana/Jano abre o cierra esas puertas; ello depende sobre todo del mismo postulante, de si tiene o no tiene las suficientes cualificaciones internas para iniciar el camino del Conocimiento, orientado constantemente hacia la Metafísica. En este camino, donde nos vamos despojando y quedándonos desnudos de todo lo que no somos, el autoengaño no tiene cabida y tarde o temprano, de una manera u otra, siempre queda desenmascarado. Al final de la obra hay el siguiente diálogo entre uno de esos doctores/profesores y un falso candidato:

Hobbie.—Un farsante, eso es lo que usted es, un simple farsante.

Baby.—¿Por qué me dice eso? He seguido las reglas del juego.

Hobbie.—Mentiroso, está pretendiendo pasar por quien no es. Usted se ha disfrazado para seguir viviendo sus telenovelas. No ha perdido nunca la ilusión, sino que por lo contrario no ha querido superar sus expectativas. Ha cambiado de disfraz para hacernos creer que ha transmutado y que esto es la sabiduría. ¡Imagínese que le hablara de otro nuevo nacimiento!

Baby.—¿Cómo?

Hobbie.—¡Cree haberme engañado! Desde el primer momento me di cuenta de la estafa. Usted no es el que introdujimos en el cuarto de Conocimiento. Se ha cambiado por él, seguramente para espiarnos y descubrir nuestros procedimientos. ¡Vaya mentiroso! ¿De dónde ha salido? Nuestra máquina no lo ha parido y no forma parte de nuestro programa, de este experimento.

    (…)

Baby.—¿Quiere decir que soy una copia?

Hobbie.—Sí, es una copia de un falso original.

Baby.—(Haciéndose el gracioso) ¿Me está diciendo que mi originalidad es ser una copia?

Hobbie.—Cállese, no hay peor copia que copiarse a uno mismo. No sólo nos está mintiendo sino que además está haciendo fraude con su propio yo. ¿Cómo cree que pudiera habernos engañado?

En el mundo sublunar, que tiene su correspondencia con determinados ámbitos del estado humano, todo es una copia del original, del arquetipo que está más allá de ese mundo, copia signada por el cambio constante que las fases lunares precisamente ejemplifican. Pero lo que niega toda posibilidad de salir de ese mundo es ser una copia de la copia, o sea caer en la simulación, en la estafa, en el fraude con nuestro propio yo, con lo cual cualquier posibilidad de transmutarlo quedaría truncada. Dos espejos situados frente a frente proyectan indefinidamente la figura que se encuentra entre ellos, y esa proyección es efectivamente una copia de la copia, y así ininterrumpidamente, algo completamente irreal.

Adán.—(Sigue atropelladamente). No tenga duda al respecto. Lo que le estoy contando es la verdad sobre mi vida, todo lo que soy y lo que tengo, y me da la impresión de que usted no está interesada, ¿es esto posible?

Doctora Ester.—De hecho lo que me está narrando son una sucesión de anécdotas más o menos ordenadas a las que toma por la realidad de su vida. Y sólo acredita en ellas porque así se lo han enseñado y porque la irrealidad del medio, compuesto de individuos como usted se lo garantiza a diario.

Adán.—Claro, ¡cómo no! ¡lo que usted diga!

Doctora Ester.—Pero nosotros no creemos en la psicología y estamos convencidos de que es casi imposible superarla. Al menos es lo que nos indica nuestra experiencia de hace treinta años, y estoy incluyendo la psicología de muchos que han creído haberla superado. La idiotez de la gente es el componente más grande de lo que llama la realidad. Y hay otros muchos individuos peores que creen haber avanzado en la metafísica, porque ésta, al fin y al cabo, pretenden que es una física, o mejor, una psicofísica, con distinto nombre.

Por otro lado, el cambio no significa ni mucho menos transmutación. En efecto, mientras que todo cambio pertenece al plano horizontal, que progrede indefinidamente sin salir de sus límites –como la Luna lo hace con sus constantes cambios de forma–, la transmutación supone, y como su propio nombre indica, una mutación o sutilización de nuestra naturaleza en sentido trascendente y vertical, lo que conduce a un verdadero cambio de estado, o sea a otra nueva posibilidad incluida en nuestro ser más realmente universal, de naturaleza más solar que lunar.

Chuleta.—¡Debe morir a todo, a cualquier sentimiento! ¿Creía que esto era el colegio de Harry Potter? ¡Iluso! (Cambiando de tono) Está pensando en un recorrido lineal, en ir adquiriendo conocimientos por su esfuerzo, su comportamiento o su antigüedad, pero nuestro proceso es fundamentalmente revulsivo y de ascenso vertical. Impecable, (con furia) ¡furioso! (cambiando, apacible) y sin embargo de una gran serenidad.

    (…)

Chuleta.—En este camino se muere y se renace a cada rato y hay que tomar decisiones todo el tiempo. Esto se hace aboliendo todas las imágenes mentales. Llegando al vacío absoluto, a la Nada, a no ser ni esto ni aquello, ni lo uno, ni lo otro. A no identificarse con ninguna cosa. A no poder hablar, a ahogarse, a no respirar, a no sentir miedo, ni lo contrario.

Poof.—(Haciéndose el listo, no entendiendo bien) ¿Cómo es no sentir miedo a lo contrario?

Chuleta.—Como usted lo oye.

Poof.—¿Así de sencillo? (Pausa).

Chuleta.—(Meditabundo, cogiéndose el mentón reflexivamente) Hay momentos felices, pero nunca nada de eso tuvo que ver con aprender alquimia.

En toda la obra planea una cuestión que no ha de pasar desapercibida, a saber: que la simple teoría no basta para que se haga realidad esa transmutación; que la teoría, mentalmente asumida, si no se hace operativa, si no es vivificada y fecunda la inteligencia, acaba petrificándose y convirtiéndose en letra muerta. Aquí no se trata de ser «felices» (¿qué sería ser feliz desde el punto de vista de la alquimia?), sino de intuir y saber que nuestro destino, que es nuestro origen, es la búsqueda y obtención de la lucidez, o sea de «ser luz», como la Idea en su transparencia diamantina. Por eso mismo el «confort espiritual» es el peor enemigo con el que puede toparse el aprendiz en su trabajo interno. Y ello se combate con el rito, con su constancia, aunque, y como le advierte la doctora Ester a Adán en un momento de su diálogo, esto no garantice la plena realización espiritual-intelectual.

Por eso el viaje hacia la Gnosis es una aventura, por su intrínseca incertidumbre. Tal vez lo único que realmente esté en nuestras manos, es emprender y estar en el viaje con todas las consecuencias y asumiendo nuestra responsabilidad, lo demás se dará por añadidura, mediante la gracia de lo Alto. Ese canto: «el continuo es un indefinido» del coro al final de la obra está refiriéndose en realidad al laberinto que es nuestra propia vida, en el que vamos y venimos, como en un carrusel o tiovivo. La salida de ese continuo, en caso de producirse, es la entrada en otro laberinto, en otro plano de ese inmenso juego del panludo que es el Gran Teatro del Mundo, en el que la rueda del tiempo crea constantemente la ilusión de la sucesión. Pero esa sucesión temporal, como decía Platón, es también la imagen móvil de la eternidad, o sea que no sólo es que nuestro trabajo hermético lo realizamos en y con el tiempo, sujetos como él a los ciclos de muerte y renacimiento, sino que además éste trae consigo la memoria, el recuerdo permanente de nuestro Origen atemporal y eterno, que como ha dicho Federico es lo «que siempre está de última moda».

Espartana.— … tengo además la convicción de saber que lo no humano, lo suprahumano, es la verdadera puerta de entrada para cualquier existencia, para toda acción que, por ser tal, ya está contaminada. ¿Por qué las cosas son como son y no como uno quisiera? (Pausa) ¿Por qué este lugar es llamado La Casa de Dios y también La Torre de Destrucción? (Pausa) Aunque siempre hay una nueva posibilidad con cada amanecer… 

Notas 

*     La Colegiata Marsilio Ficino está integrada por actores que en casi su totalidad residen o han nacido en Barcelona y Zaragoza.
1     Pensamos que nuestro autor no ha elegido el tren por casualidad, sino por sus propias connotaciones simbólicas, de una enorme fuerza evocativa y asociadas con la idea de viaje y, por ello, especialmente vinculado al transcurrir de la existencia humana, a sus etapas y estaciones.
2     «Quienquiera salvar su alma la perderá», dice el texto evangélico.
3     La referencia al athanor alquímico aparece en la obra con el acróstico de Basilio Valentino: «Minnie.—Les recuerdo lo que decíamos hace un rato. Me refiero al término de Basilio Valentino VITRIOLO que significa ‘desciende al interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta’».
        Hay en esta pieza muchas alusiones a los términos y a las operaciones alquímicas, como por ejemplo cuando se hace mención a las «heces», símbolo de la «putrefacción», estado necesario que precede a toda regeneración verdadera.
4     También las «miserias», como es el caso concreto de José María, quien no sólo siente un desprecio por sus compañeros, o por sus «condiscípulos» como él dice, sino también por quien le ha transmitido la Enseñanza, encarnado en la figura del Subcomandante. Se trata aquí de la personificación del «traidor» y del «intrigante» (en el fondo un pobre diablo que tan ni siquiera sabe porque decidió estar ahí), posibilidades inferiores del ser humano que niegan al ser, y que, como la cizaña, crecen junto al buen trigo, pero esa es la única manera de poder identificarlos y cortarlos de raíz. Hay un momento en que a ese tal José María (quien se autodenomina «Acto Fallido») se le pone el bonete de burro y así permanece hasta el final de la obra.
5     Recordemos aquí lo que dice Juan, uno de los personajes de En el Útero del Cosmos: «Un lenguaje es una estructura que revela la totalidad significativa y su significado significante. La arquitectura del cosmos está hecha de palabras».
6     Está claro que se trata de la «piedra filosofal», o «verdadera medicina», que restituye lo que es inmortal en el ser humano, de aquello que no está sujeto a los movimiento giratorios de la rueda de la existencia. Por lo que esa rectificación es en realidad un «enderezamiento» relacionado con la idea de eje vertical, que, como dice Federico: «se traduce como un estado obtenido al llegar precisamente al centro: reintegración que determina que podamos ser los emperadores –ni autoritarios ni pretenciosos– de nosotros mismos, acaso reyes con corona de espinas, tal como la describe el Evangelio.» (El Simbolismo de la Rueda, cap. IX).
7     El futuro, como el pasado, son los dos aspectos de la duración temporal, y por consiguiente podemos estar condicionados tanto por el uno como por el otro. Este es un tema interesantísimo que nuestro autor ha tratado en más de una ocasión, por ejemplo en ese mismo capítulo del Simbolismo de la Rueda, donde dice lo siguiente:
      «Con respecto a nuestra individualidad o a la manifestación de la personalidad, podríamos hacer notar que no sólo estamos condicionados por nuestro pasado, madre o matriz, lo cual resulta casi obvio, sino igualmente por nuestro futuro –puesto que estos extremos se conjugan siempre en la actualidad del presente– que como otro polo nos atrae hacia sí». [en nota añade: «Es muy interesante pensar que estamos signados por nuestro futuro y adoptar frecuentemente ese punto de vista: reconocer que esa persona que hoy vemos por primera vez y que nos resulta tan familiar, ya la conocemos de nuestro futuro. Si nos fijamos bien, es probable que a casi toda la gente uno la haya conocido del futuro».] «Esta es la idea de destino –prosigue Federico–, en cuanto éste es la efectivización de nuestro ser. Pero ello únicamente es posible si se ha desencadenado la potencia dramática del sí mismo, actitud que revela la búsqueda del origen, o la memoria de un pasado arquetípico. Lo que es idéntico a viajar en el sentido –aparentemente inverso– del encuentro del destino, ya que este destino es el origen, y este origen el destino».
       Por esa «potencia dramática del sí mismo, actitud que revela la búsqueda del origen», hemos de entender precisamente esa fuerza interna que nos impulsa hacia la Vía del Conocimiento.
8     Es ese medio profano el que intenta «aislar» a los actores cuando el vagón en donde viajan es desenganchado del resto so pretexto de que están infectados, quedando abandonados y dejados a su suerte en el páramo.
9     INSTRUCTORA.—(Jovial, leyendo un librito que trae en su mano). Y como dice Platón en El Banquete: «A continuación –siguió contándome Aristodemo–, después que Sócrates se hubo reclinado y comieron él y los demás, hicieron libaciones y, tras haber cantado a la divinidad y haber hecho las otras cosas de costumbre, se dedicaron a la bebida.»
Que esa primera referencia a Platón sea precisamente en una cita del Banquete (también llamado Del Amor), nos indica que la obra trata de una celebración, de un simposio, donde todos están invitados a participar del festín de la Sabiduría.
10    MARTA.—(Desde la segunda fila). (Poniéndose en pie). Y tengamos en cuenta el Mito de la Caverna de Platón donde nos proyectaban cómo debían ser las cosas por medio de un truco de sombras, del cinematógrafo mental, de la esperanza rota, de la ilusión que debemos dejar atrás.


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