Reseñas

Yates, Frances A.: Giordano Bruno y la Tradición Hermética. Ed. Ariel, Barcelona 1983. 529 págs.

Los estudios realizados por F. A. Yates constituyen un punto de referencia poco menos que imprescindible para quien desee conocer en profundidad la tradición Hermética del Renacimiento, el desarrollo de sus ideas así como las corrientes de pensamiento que la conformaron, pues todas ellas reconocían su fuente común en la gnosis de Hermes Trismegisto, intérprete y transmisor de la Sofía Perenne y Padre de los Filósofos. Especialmente importante dentro de su bibliografía (entre la que destacamos El Arte de la Memoria, La Filosofía Oculta en la Epoca Isabelina y El Iluminismo Rosa-Cruz) es el libro que comentamos, el cual no sólo trata de la figura y la obra de G. Bruno, sino que procura insertar a éste 'dentro de la corriente de la tradición hermética', es decir como un componente básico de esa tradición, en la que naturalmente se incluye el neoplatonismo y la cábala cristiana, esta última nacida en los albores del Renacimiento gracias a la síntesis llevada a cabo por Pico de la Mirándola y Johannes Reuchlin, dos de los maestros, junto a Marsilio Ficino y Cornelio Agrippa, que más contribuyeron en el resurgir hermético en Occidente después del paréntesis producido tras la desaparición de la Edad Media.    

De hecho, ese resurgimiento comienza a cobrar fuerza con las traducciones y comentarios que Marsilio Ficino realiza al mismo tiempo sobre la obra de Platón y sobre dos de los libros sin duda más representativos de todos cuantos componen el Corpus Hermeticum: el Poimandrés y el Asclepius.Al contenido cosmológico y metafísico de estos últimos dedica prácticamente la autora los primeros capítulos de su obra, destacando la enorme influencia que tuvieron en los círculos esotéricos de Florencia, desde donde se irradiaría al resto de Italia y Europa. Ciertamente en Ficino y sus contemporáneos existía el convencimiento de que los textos contenidos en el Corpus Hermeticum eran de una extrema antigüedad, muy anteriores a los filósofos griegos, y como mínimo coetáneos de Moisés. En realidad poco importa que ese convencimiento se sustentara en un 'error histórico' como afirma Yates, pues quienes los escribieron (los neoplatónicos egipcios impregnados de elementos procedentes de los gnósticos hebreos y cristianos, de los astrólogos y magos caldeos, y en general de las diversas doctrinas esotéricas que confluyeron en la Alejandría de los siglos II y III de nuestra era) se consideraban partícipes de una corriente de sabiduría (la 'cadena áurea') cuyos orígenes se remontaban, en efecto, a Hermes Trismegisto, o lo que es lo mismo a la casta sacerdotal del antiguo Egipto, conservadora a su vez de la Tradición primordial. En este sentido, la genealogía mítica dada por Ficino es, desde el punto de vista simbólico, rigurosamente cierta:

se le conoce (a Hermes) como el primer autor de teología: su sucesor fue Orfeo, segundo entre los teólogos de la antigüedad. Aglaofemo, quien había sido iniciado por Orfeo, tuvo como sucesor a Pitágoras en el cultivo de la teología, de quien fue discípulo Filolao, maestro de nuestro divino Platón. Es decir, existe una antigua teología (prisca theologia) […] que tiene su origen en Mercurio y culmina con el divino Platón'. Y en otro lugar: 'En la época en que nació Moisés, florecía Atlas el astrólogo, hermano del físico Prometeo y tío materno de Mercurio el Viejo, cuyo sobrino fue Mercurio Trismegisto.     

El Poimandrés, o Poimandro ('El Pastor del Hombre'), versa 'sobre la potestad y sabiduría de Dios', y es considerado como el Génesis egipcio, pues en él se describe el proceso de la creación a partir del Nous, Mens o Verbo divino, 'que vive como luz y vida', y del que procede el Alma del Mundo, o Nous Demiurgo, el segundo dios, que a su vez ha 'modelado a los Regentes (los planetas), que en número de siete envuelven al mundo sensible con sus círculos'. Todo ese proceso se sintetiza en el Hombre (el microcosmos), pues éste es la obra directa del Padre-Nous, el que lo ha 'investido de poderes e instruido sobre la naturaleza del Todo y de la visión suprema'.

Tú (Hermes) eres luz y vida, lo mismo que el Dios Padre, de quien nace el Hombre. Por lo tanto, si aprendes a conocerte en cuanto constituido como luz y vida […] volverás a la vida.

El conocimiento de sí mismo es la obra de la regeneración, conducida por el Intelecto, que es la verdadera esencia del hombre, aquella mediante la cual liga con la Unidad,

pues este intelecto es Dios […] Cuando el hombre no está guiado por el intelecto se degrada y cae en un estado animal (su parte mortal). Todos los hombres están sujetos al destino, pero aquellos que están en posesión del Verbo y en los cuales lo que rige sus actos es el intelecto, no se hallan sometidos del mismo modo que los demás. Los dos dones concedidos por Dios al hombre, el intelecto y el Verbo, tienen el mismo valor que la inmortalidad. Si el hombre sabe valerse correctamente de tales dones, no se diferencia en absoluto de los inmortales (los dioses).     

La misma concepción de ideas encontramos en el Asclepius ('La Palabra perfecta'), pero además en éste, nos dice Yates, se profundiza "en el conocimiento de las fuerzas divinas que actúan sobre la naturaleza", y por supuesto en el hombre, considerado en este texto hermético como un magnum miraculum, idea que precisamente recoge Pico de la Mirándola en su importante Discurso sobre la dignidad del hombre. El hombre en tanto que mago-intermediario capaz de atraer hacia su ser las influencias procedentes del cielo y servir de vínculo entre éstas y el mundo elemental o terrestre. Vínculo que se realiza mediante el conocimiento de los métodos de la magia simpática, que "presuponen, prosigue la autora, la existencia de continuados efluvios de influencia que desde las estrellas se derraman sobre la tierra". Dichos métodos están basados en realidad en las leyes de las correspondencias y analogías que relacionan entre sí las distintas partes que conforman la Unidad del Todo, según reza la conocida máxima hermética: "lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo".

El Todo era Uno, unido mediante un infinitamente complicado sistema de relaciones. El mago era un individuo capaz de 'penetrar en el interior de este sistema [o estructura] y servirse de él gracias a su conocimiento de los vínculos existentes entre las cadenas de influencias que descendían desde lo alto, ya que era capaz de construir una cadena de vínculos ascendente mediante el correcto uso de los ocultos poderes simpáticos contenidos en las cosas terrestres [piedras, vegetales y animales], de las imágenes celestes [zodíaco, estrellas y planetas], de las invocaciones y nombres [divinos angélicos, numinosos], etc.

O como G. Bruno señala en una de sus obras, De la causa, principio y uno:

[La unidad del Todo en el Uno es] solidísimo fundamento de las verdades y secretos de la naturaleza. Así pues, debes saber que sólo hay una y misma escalera [o eje] por la que desciende la naturaleza para llevar a cabo la producción de las cosas y asciende el intelecto para llegar al conocimiento de éstas; además, el uno y la otra proceden de la unidad y vuelven a ella, pasando a través de multitud de medios.

Y en otra de sus obras importantes, Expulsión de la bestia triunfante, pone estos ejemplos sumamente aclaradores sobre la interrelación armónica entre el mundo inteligible y el sensible:

En este sentido, debemos pensar en el sol como en un ente que se halla en el azafrán, en el narciso, en el girasol, en el gallo y en el león; lo mismo debemos pensar en relación a cada uno de los dioses y para cada una de las especies agrupadas bajo los diversos géneros del ens, puesto que así como la divinidad desciende en cierto modo por cuanto establece comunicación con la naturaleza, debe tenerse en cuenta que una de las formas de ascender a la divinidad es a través de ésta y así, por mediación de la vida que resplandece en las cosas naturales, nos es posible ascender hasta alcanzar la vida que las preside y gobierna.     

Es indudable, pues, la importancia del Asclepius y el Poimandres en el resurgimiento de la Magia, y del Hermetismo en general, durante el Renacimiento, tal cual ocurrió en la Edad Media, en donde estos libros eran perfectamente conocidos por los neoplatónicos y maestros herméticos y alquimistas, constituyendo además una fuente de inspiración para textos tan fundamentales como el Picatrix, de origen hispano-árabe y traducido al latín por Alfonso X el Sabio, y al que Yates dedica un extenso comentario en el capítulo "Hermes Trismegisto y la Magia". Fuente de inspiración también para los tres libros que componen el Libri de Vita de Ficino, y especialmente para el tercero de ellos, De vita coelitus comparanda ('Sobre cómo aprehender la vida de las estrellas'), que comienza con la descripción de los tres mundos, emanados del Uno: el Intelecto o Mens divina (que contiene las Ideas), el Alma del mundo (recipiente de las "razones seminales", reflejo de las Ideas), y el Cuerpo del mundo, concreción materializada de dichas "razones seminales", expresadas a través de la multitud de especies y cosas sensibles que lo pueblan. La vida de las estrellas queda impresa especialmente en las imágenes simbólicas reproducidas en los talismanes, en cuyo diseño (que constituía un verdadero rito) intervenían "conocimientos de astronomía, matemáticas, geometría, música, metafísica...", conformando auténticos receptáculos de la Harmonia Mundi, los cuales permitían conectar y ser uno con ella.     

Esta concepción cosmogónica, heredada del Corpus Hermeticum (y presente también en los primeros Padres de la Iglesia, como Dionisio el Areopagita), es idéntica a la de la Cábala, resurgida por Pico de la Mirándola a través de la Cábala-Cristiana, sustentada en la magia angélica (forma superior de la magia natural) o conocimiento de los nombres divinos o sefiroth, pertenecientes al mundo inteligible o supraceleste, y considerados como los arquetipos de donde proceden los diferentes mundos o niveles de existencia.

Pico nos demuestra que comprende plenamente cuál es la relación que existe entre las diez esferas del cosmos –las siete esferas de los planetas, la octava esfera o firmamento de las estrellas fijas, el empíreo, y el primer móvil– y las diez sefiroth o numerationes de la cábala […] Es precisamente esta relación la que convierte a la cábala en una teosofía del universo, a la vez que se pueda hablar de la magia cabalística como una culminación de la magia natural […] que extiende su poder hasta alcanzar a las fuerzas espirituales superiores orgánicamente relacionadas con las estrellas.

A través de Pico de la Mirándola (y de Reuchlin) la Cábala-Cristiana se incorpora, pues, a la Tradición Hermética, y maestros como Tritemio, Agrippa (al que Yates dedica todo un capítulo resumiendo las ideas principales contenidas en su De Occulta Philosophia), Giorgi, Egidio de Viterbo, Kunrath, Dee, etc. recibirán su impronta doctrinal, determinando también el carácter de los diversos movimientos herméticos surgidos durante el Renacimiento, y especialmente en lo que se refiere a la corriente Rosa-cruz y a sus representantes más conocidos, como Fludd, Maier, Andreae, Comenius, etc. (Apunta Yates que en el nacimiento de esta última corriente tal vez tuvo Bruno un cierto papel, el cual, durante su estancia en Alemania y Bohemia, formó parte activa de los círculos herméticos de donde debía surgir, a principios del siglo XVII, el movimiento rosacruciano).     

Por otro lado, es indudable la influencia que la obra de Ficino ejerce sobre la filosofía de Bruno, a quien la autora considera como la personificación del mago renacentista, heredero de la noble tradición de Hermes Trismegisto. A lo largo de nueve intensos y sugerentes capítulos, se van desgranando los puntos esenciales que configuran la obra y la vida de Bruno, a quien sobre todo le interesaba el aspecto operativo de la Ciencia y el Arte herméticos, los que deben encarnarse como algo vivo para que verdaderamente cumplan su función regeneradora. De ahí su manifiesta animadversión hacia los "pedantes gramáticos" y "filósofos escolásticos" de su época, prisioneros de las especulaciones puramente mentales, pues no basta con un conocimiento simplemente teórico de las leyes que organizan el cosmos, de sus correspondencias y analogías, sino que además es necesario participar activamente de sus armonías secretas, penetrando así en la realidad íntima y el ser de las cosas, que es siempre, finalmente, la Unidad presente en el centro de todas ellas. Los capítulos dedicados a las largas estadías de Bruno en Francia, Inglaterra y Alemania son tal vez los más interesantes, puesto que fue en esos países donde escribió la mayor parte de sus obras, entre las que destacamos De las sombras de las ideas, la Cena de las cenizas, Del furor de los héroes, Del universo, infinito y mundos, y las ya mencionadas De la causa, principio y uno y Expulsión de la bestia triunfante.     

Hombre dotado de una extraordinaria intuición y de un espíritu independiente que le granjeó numerosos problemas con los dogmáticos "oficialistas" e inquisidores (los que le llevaron finalmente a la hoguera), abogó por un retorno a las fuentes egipcias y neoplatónicas del Hermetismo, apoyado en las traducciones de Ficino. Notable fue también la influencia recibida de Ramón Llull, Pico, Agrippa, y de toda la prisca theologia, o prisca magia, o "Templo de la sabiduría", edificado en primer lugar

por los egipcios y caldeos, a los que siguieron magos, gimnosofistas, órficos […] y en tiempos más recientes por San Alberto Magno, Nicolás de Cusa y Copérnico.

Sobre este último Bruno expresa una notable admiración, pues la teoría heliocéntrica de Copérnico (presente ya, por cierto, en las enseñanzas secretas de los pitagóricos, aunque no en ellos exclusivamente), expuesta en su obra Sobre la revolución de la órbitas celestes, confirma las enseñanzas de Hermes contenidas en el Asclepius, que hablan del sol como de un dios visible, es decir como una revelación simbólica del Dios inteligible. Sin embargo, más que el aspecto puramente matemático de la teoría expuesta por Copérnico, a Bruno le interesa la "verdad" hermética que dicha teoría encierra,

interpretando, dice Yates, el diagrama copernicano como un jeroglífico que encierra una serie de misterios divinos […] relacionados con la animación universal.

En fin, como dijimos al principio nos encontramos ante un libro fundamental, cuya lectura recomendamos vivamente, pudiéndose encontrar un filón prácticamente inagotable para profundizar en el estudio y el conocimiento herméticos.

Francisco Ariza

(Rev. SYMBOLOS Nº 11-12, 1996: 'Tradición Hermética' p. 433)