Portada del libro 'Viaje Mágico-Hermético a Andros'.

Díaz, Mª Angeles: Viaje Mágico-Hermético a Andros. Una aventura intelectual. 2015. Rústica, 16 x 23 cm. 376 págs. papel cuché, 165 ils., 21 en color.

La historia no sólo comprende la línea temporal, que es superficial aunque parte del ser vivo, sino una esfera no cerrada –en cualquier punto del tiempo–, un espacio tridimensional donde habitan las ideas y las correspondencias con todo aquello, personas, situaciones, textos, hechos históricos que ellas iluminan y en donde brillan ciertos astros y estrellas y pequeños planetas que constituyen nudos radiantes en este sistema de comunicación que nos hace presentes conceptos, ideas, estructuras asimilables a lo que se llama tradición, para quien está interesado en encontrar lo que no pasa, las fuentes de la historia, a veces Tradición misma, enseñanza directa en las palabras de sus protagonistas.

La autora nos regala casi de modo periodístico su aventura intelectual relacionada con Andros. Pero hemos de tener en cuenta que esta isla emana aquí hacia diferentes épocas históricas que tienen en común la cultura mediterránea encarada desde la Tradición Hermética, o sea, en el fondo, por las posibilidades y la luz del símbolo, por el hecho histórico y geográfico como revelador y actualizador de un entramado de ideas y de supuestos que tienen que ver con el conocimiento del Sí mismo en el grado que fuere, y con su enseñanza o transmisión, que cumple el objetivo de auto renovación de toda criatura viva, a imagen del hecho arquetípico del autoconocimiento de la deidad que es el paradigma de todo conocimiento, dado que éste es la unión del conocedor y lo conocido, del sujeto y el objeto en el acto del conocer, que es por tanto el de la "restauración" del Sí mismo, pues para nosotros este hecho intemporal tiene lugar "después" de un olvido, que claro, en ese momento queda abolido junto con el tiempo que también ha retornado a su Origen.

No me mueven deseos de aventura –dice la autora–, aunque sabemos la eficacia que tienen los viajes para cambiarnos las imágenes e integrarnos en un tiempo nuevo. Aquello que me llevaría de nuevo a la isla es más bien una necesidad espiritual de rememorar y fijar, o sea, de seguir profundizando en ciertas señales e indicaciones que me dicen y me hablan con fuerza magnética de Andros. 

La intención no es devolverles la memoria a esos parajes y a los héroes que los poblaron, y que me asaltan continuamente en el camino, sino que estos antepasados me la devuelvan a mí. Y porque lo interesante y emocionante del asunto es comprobar que las señales que de continuo recibimos, mezcladas entre cientos de cosas aparentemente inconexas, están concatenadas y que más bien se trata de afinar el oído, o mejor, encontrar el hilo vertical que las une como las perlas ensartadas por el destino, haciéndonoslo todo más comprensible.

Ese es el sistema que utiliza el lenguaje simbólico para comunicarnos las verdades más íntimas y misteriosas, pero también las más reveladoras, que son las que de ordinario se ocultan tras las apariencias de una simple anécdota. Sin embargo, muchas veces sólo hace falta prestarles la atención adecuada para advertir su ligamen con otros planos y descubrir, de ese modo, un discurso coherente y pleno de analogías. Se nos revela, por así decir, otra lectura y dimensión del tiempo y del espacio, pero sobre todo se revelan ámbitos secretos de nuestra geografía interior. 

Seguramente es en este sentido como deben entenderse las palabras de Federico, cuando señala que: 

…el hombre es un privilegiado, pues en cualquier momento puede recuperar la memoria de sí, intentar reconstruir su pasado glorioso, volver a sus fuentes perdidas. 

El hilo del tiempo teje permanentemente en su rueca esta urdimbre y trama, que es un soporte para conocer lo atemporal, lo eterno, presentido oscuramente en nuestro interior, y que es, en definitiva, el motor secreto que nos impele a realizar todos los actos, aunque no sepamos este hecho o lo traduzcamos de mil maneras tan superficiales como anecdóticas. (Federico González, El Simbolismo de la Rueda, cap. VI).

Estos son los preliminares de los que parto para relatar los entresijos que me llevaron a descubrir nuevas etapas de mi viaje mágico-hermético a Andros, la isla convertida para mí en paradigma del centro de una historia vertical. 

Si bien al principio de esta fructífera investigación fue la sonoridad del nombre de Andros lo que despertó en mí la remembranza de una geografía mítica, luego se convirtió en una necesidad, la de encontrar allí la Utopía, «la isla verde», un sitio a dónde ir, un camino por el que dirigir mis pesquisas para encontrar la luz de la esperanza, aquello que se dice del viaje iniciático y de los distintos espacios y tiempos por los que se transita a la espera de conectar con otros estados más sutiles de uno mismo, esperando que a través del Conocimiento todo adquiera una nueva perspectiva mágica y liberadora . Pues como muy bien dice el poeta, hay otros mundos pero están en éste.

Y citando nuevamente a Federico González:

La Utopía supone un viaje, imagen de la aventura del Conocimiento. Se trata de descubrir un nuevo mundo, otra realidad distinta a la anterior. Este cambio implica una transmutación, o sea la adaptación a otra forma de vida propia del Hombre Nuevo. Cuando se descubre que la utopía hermética es real, es que comienza a encarnarse en verdad. El viaje ha llegado a su fin, se ha descubierto la isla. Sólo falta un segundo tramo, la exploración de su territorio, el asombro de las buenas nuevas, la necesidad de seguir conociendo. (Las Utopías Renacentistas, cap. X). 

Descubrir la isla, pensamos, es acceder a otra lectura de los seres y las cosas, de la realidad, a que se haya vivificado el símbolo y esté representando el arquetipo que se puede leer a través de él, y por lo tanto a ir reuniendo lo disperso, a ir unificando las simbólicas en la Unidad del Ser mientras se explora el territorio del Paraíso que es la imagen sintética del mundo, de donde éste ha procedido y del cual depende, sabiendo que el Paraíso es el espacio característico del hombre nuevo, una entidad misteriosa que va reuniendo dos caras, lo celeste y lo terrestre en la perfección de su naturaleza simbólica. Pero sigamos con las citas:

Estas palabras de Federico González [sobre el descubrimiento de la isla, el asombro de las buenas nuevas y la necesidad de ir conociendo], repetidas como un mantra, por momentos me resultan tan claras y por eso mismo tan ricas en remembranzas, que me dan las claves para fijar el rumbo y seguir la ruta de este viaje que, en este punto de mi trayecto, me ha permitido relacionarme con figuras tan fascinantes como Cristóforo Buondelmonte, Isabel d’Este, incluso intimar con algunas de ellas, es el caso de la Musa Safo o de Miguel Pselos [nos hallamos en el cap. VII]. Pero ahora, estando en Florencia, ciudad abrazada por el río Arno y que por momentos también me parece una isla, resuena de nuevo en mi memoria aquel misterioso asunto que me envuelve en un clima propicio para trascender el espacio de lo mediocre. ¿Por qué el manuscrito del sacerdote egipcio apareció justamente en Andros? ¿Quién era su propietario? ¿Quién lo conservó? ¿Qué significa este hallazgo? Y por supuesto, ¿quién lo comprendió? ¿A quién influyó?

Se trata de la Hieroglyphica de Horapolo del Nilo, que es el punto de partida de esta obra, o sea la causa junto con el propio nombre de Andros, del viaje que la titula, y que surge de una pregunta que aquél a quien nuestra autora toma como su guía intelectual según indica en su dedicatoria, Federico González, el cual la dejó expresada en su libro Las Utopías Renacentistas, Esoterismo y Símbolo:

¿Quién es Cristóforo Buondelmonte que la compra [a esa obra] en la isla de Andros en 1416 y la lleva a Florencia? ¿Por qué en esa isla? Muchas cosas llamativas se entretejen en el Renacimiento, de tipo mágico-hermético, en relación con Marsilio Ficino y sus compañeros de la ciudad celeste, como proyección hacia el futuro de la antigüedad clásica y de su antecedente cultural, la civilización egipcia. (Cap. XI)

La influencia que se reconoce a este manuscrito –que sólo contiene texto traducido del copto al griego y fue escrito originalmente en el s. V, y correrá como manuscrito hasta las ediciones de comienzos del s. XVI, o sea 200 años después– es la de despertar el interés por Egipto en el Renacimiento y en Occidente y por esta forma de la simbólica que Ficino atribuye a Hermes (el Thot egipcio autor de la escritura sagrada sacerdotal) quien al afirmar que "Los jeroglíficos son copias de las ideas divinas en las cosas" hará que se desarrolle el interés por ella según expresa el editor de la edición castellana en Akal y que por otra parte quizá se vea eclipsada en la atención de Ficino por los textos en griego que otro viajero traerá desde el Oriente cristiano: entre otros Diálogos de Platón que no se conocían y nada menos que el Corpus Hermeticum, también de origen greco egipcio. Es interesante señalar que también los textos atribuidos a Dioniso Areopagita se consideran escritos sobre el año 500 poco antes de que se cierren las academias por la presión del cristianismo como religión del imperio.

Pero volvamos al libro: la influencia de Horapolo (Horus Apolo) se halla tras los posteriores libros de Emblemática (Alciato, Cesare Ripa, tal vez también en la obra Hypnerotomachia Poliphili) pero este es uno de los orígenes mágicos de la obra, que asalta a la autora al oír en Atenas el nombre de Andros y meditar en la simbólica del rosario que ve en las manos del anciano de al lado y de otras personas (el hilo que atraviesa y sostiene las cuentas del collar) y le mueven o conmueven lo suficiente como para ir a la isla pues "han despertado" en ella: 

la imperiosa necesidad de ir a la búsqueda de una respuesta, que es lo mismo que ir a la búsqueda de mi verdadero destino que inevitablemente se funde con el origen. Y esto, no por casualidad, me sucede precisamente en Grecia, la cuna de mi cultura y mi civilización.

Señalamos algunos de los personajes con los que uno se encuentra en medio de esta luminosa geografía:

– Cristóforo Buondelmonte, cartógrafo y navegante que fue a Grecia a aprender la lengua e incluyó en su islario, el primero de la historia publicado en Florencia en 1420, 72 islas en su viaje de cinco años por el Egeo. De estas 25 son las Cícladas a las que pertenece Andros, y también Delos a quien se dedica otro de los 22 capítulos de este libro de bitácora de un viaje en el espacio y en el tiempo pues Delos es la isla templo de Apolo situada en el cruce de varias rutas marítimas de la Antigüedad lugar de nacimiento del dios y de su hermana Ártemis y llena por ello de templos y tesoros-ofrenda de distintos pueblos antes de trasladarse el centro espiritual de Grecia a Delfos en tierra firme que en aquel entonces estaba junto al mar. Ya sabemos que Eleusis es el otro, también relacionado arcaicamente con el océano.

– Pero de un modo insospechado se cuela Lesbos y su capital Mitilene donde vivió Safo –la décima musa según Sócrates, nada menos, aunque poco de su obra se conserva– y su influencia en los Fieles de Amor, ella que por cierto formó una escuela de mujeres que practicaban las artes cuya presidencia se da a las musas, la primera universidad femenina de la historia según la autora.

– Por otro lado, Filóstrato y su manuscrito Imágenes, traducido por el tutor de Isabel d'Este, seguidor de Ficino, cuyas indicaciones para la representación pictórica de los mitos seguirá Tiziano para producir la Fiesta de Dioniso en Andros, (Walter Otto en Dioniso, Mito y Culto cita las fuentes antiguas que afirman que el 5 de enero manaba vino del templo de Dionisos y seguía haciéndolo durante 7 días) y también Dioniso y Ariadna.

– En la corte de esta dama, marquesa de Mantua, que había recibido una esmerada educación en la de Ferrara, la de sus padres Ercole d'Este y Leonor de Aragón vemos a Luca Pacioli y a Leonardo, también a Andrea Mantegna que pinta El Parnaso, presidido por Marte y Venus, para el studiolo de la marquesa, un gabinete como en otras cortes renacentistas relacionado con el Arte de la Memoria, o sea con espacios llenos de imágenes mitológicas, e incluso de objetos, con una función evocativa y rememorativa en la que se favorecía la concentración, la meditación en los contenidos cosmológicos y ejemplares que es función de los mitos; esto acompañado por auténticos museos que ocupaban sus espacios propios en el interior de los palacios como puede verse en el de la marquesa en las imágenes del libro; seguramente favorecido todo esto por la competencia entre las distintas cortes italianas, ciudades-estado que pugnaban por disponer de los mejores artistas y que tenían contratado a personal encargado de enviar objetos arqueológicos descubiertos en el territorio no sólo italiano sino mediterráneo incluyendo desde luego las islas griegas. Un bellísimo busto de mármol de Apolo adquirido por Isabel, de procedencia desconocida, es una hermosa muestra de ello y hablando de hermosas imágenes, el retrato de Baltasar Castiglione por Rafael es otra hermosa pieza que quizá hubiera merecido una página entera, aunque tampoco hay que exagerar.

En este caso y hablando de artistas vemos a Pacioli y a Leonardo juntos de nuevo huyendo de Milán atacada por los franceses, allí el ilustre matemático había producido La Divina Proporción ilustrada por da Vinci, y aquí en Mantua sacaron un libro sobre el ajedrez, pero también Pacioli produjo un sistema de contabilidad el de la partida doble con las anotaciones en un esquema de balanza, que es el utilizado hasta hoy en día. Citamos que Jacobo Burckhardt en su clásico La Cultura del Renacimiento en Italia, señala que: 

A fines del siglo XV, Italia, con Paolo Toscanelli, Luca Pacioli y Leonardo da Vinci, figuraba sin parangón posible, en matemáticas y en ciencias naturales, a la cabeza de todos los pueblos de Europa, y los sabios de todos los países lo reconocían así y se declaraban sus discípulos, incluso Regiomontanus y Copérnico.

De hecho esas cortes y en particular la de Mantua –patria de Virgilio– eran lugares de educación donde se trajo a maestros que enseñaban al modo clásico incluyendo la música y la gimnasia (recordemos que Hermes era el éforo de los gimnasios). Y sin entrar en detalles, por lo demás interesantes, citamos:

Lo cierto es que he podido comprobar que estas ilustres personas a las que me refiero, y que de forma asombrosa desde el principio me salen al paso, constituyen en sí mismas eslabones de la cadena áurea. Se trata de personajes cuya relevancia ha sido la de sustentar a lo largo de las épocas, la Filosofía Perenne, siendo ellos los que, en distintas coyunturas del tiempo, han mantenido vivo el lazo de los seres mortales y transitorios con la Identidad Suprema. Y aunque el nivel de aproximación y comprensión que alcanzaron es distinto en cada uno de ellos, como diferentes han sido sus circunstancias y sus propias sensibilidades, lo llamativo es que todos se han constituido en la correa de transmisión de la Antigua Sabiduría egipcia y greco-romana que vivió a través de Pitágoras, Sócrates, Platón, los neo-pitagóricos y los neo-platónicos, quienes asimilaron y sintetizaron todo ese saber ancestral heredado de la Tradición Primordial: aquélla que nos señala a los hombres de todas las épocas el camino vertical y nos da los valores eternos, soporte fundamental para crear –o refundar–, adaptándola a los tiempos, una Cultura. 

Desde Platón, no, desde Homero, y Hesíodo y el mito de las edades que incluye una edad de oro original presente en las tradiciones del mundo entero, se habla de una utopía primera que pertenece a otras condiciones del tiempo y el espacio que son las del hombre. Desde que la filosofía se pone por escrito los libros concentran las posibilidades de las utopías; en este caso el de El Cortesano de Castiglione que también queremos destacar adivina uno por las citas de las conversaciones en las sucesivas veladas en el castillo que el cortesano ideal es una especie de Rebis (cosa doble alquímica), un ser que reúne en sí de modo equilibrado y lleno de gracia las cualidades del hombre y la mujer, y que hay que poder leer entre líneas esta obra hermética que curiosamente se publicó a la vez en italiano y en castellano, en una imprenta de Zaragoza.

– Miguel Pselos, un sabio con el suficiente humor y energía como para ser asesor de siete emperadores de Bizancio antes de retirarse a un monasterio, y que es un puente entre la antigüedad y Gemistos Pletón cuyo discurso en Florencia cuando el Concilio para la unión de las dos Iglesias llevó a Cosme a refundar la Academia Platónica bajo la dirección de Marsilio Ficino, o sea la parte luminosa del Renacimiento, antes de que se enamoren del hombre abandonado a sus propias y solas potencias, lo que llega hasta hoy pasando por el tal Descartes. Precisamente el segundo de los dos capítulos dedicados a él incluye los comentarios a varios Oráculos Caldeos por parte de Proclo el gran sabio director de la Academia de Atenas en el s. V y quien está con seguridad detrás de las obras del Pseudo Dioniso Areopagita, y si no, es un discípulo suyo el que introduce la metafísica oriental en el cristianismo (ya estaba presente con el Liber de Causis aunque se pensaba que este era de Aristóteles), pero se trata ahora nada menos que de la Teología negativa que heredan Juan Escoto Eriúgena y el Maestro Eckhart, y los comentarios a los mismos Oráculos de Pselos y de Pletón y no hay espacio para bromas, sólo para ver que nos hemos olvidado de toda esa arquitectura que hace de intermediaria entre el cuerpo, o los sentidos, y el espíritu, o sea una arquitectura del alma que es lo mismo que del mundo intermediario.

– No falta la música y ahí está un judío que no podía faltar, expulsados como fueron justo entonces de la península: Guglielmo Hebreo compositor al que creo vamos a poder escuchar. De hecho, aunque nos hemos detenido especialmente en la corte de Mantua esta rosa tiene otros pétalos que pertenecen a distintos tiempos y lugares. 

Pero todos estos capítulos forman parte de algo unitario, hay un hilo conductor subyacente.

Pues la autora está empapada de la Tradición Hermética tal como la ha embebido (o embebecido) de las obras y enseñanza de nuestro fallecido director, o sea con la amplitud de las corrientes de pensamiento que han sido fecundas en Occidente más la noción de arte, mito y rito basados en una nítida concepción del símbolo que es su núcleo, y ello se trasluce en la narración e irrumpe con delicadeza y buen gusto pero con la contundencia de la síntesis intelectual, de la palabra viva. Esto en medio de un relato periodístico ameno, en un viaje personal donde ella ha sido la primera sorprendida, se ha dejado llevar y que los personajes y las historias extraigan lo mejor, algo bello que se refleja también en la materia física del libro, su papel cuché, la calidad de la impresión láser visible en las letras y las imágenes en color y blanco y negro, las letras capitales en cada capítulo. De modo que lo cierto es que es un buen libro de regalo para quien quiera hacer partícipe de un pensamiento profundo que se da a concepciones universales, a personas que no leerían una obra que exclusivamente se dedicara a eso, pero sí otra que les invite a viajes por lugares en los que se abren puertas a curiosos jardines, amables entradas a grandes espacios en un relato múltiple y musical a caballo entre el reporte periodístico y la narración mítica, donde la historia se transfigura más bien en la luz de una comprensión intelectual.  

José Manuel Río 

(Presentación en la Librería Alibri, Barcelona, 19 de Marzo 2015).