Reseñas

González, Federico: En el Vientre de la Ballena. Textos alquímicos. Ed. Obelisco, Barcelona 1990. 92 págs. [Repr. en la web del autor].

Es esta una obra única en el sentido de que es un texto hermético escrito en este momento cíclico y por lo tanto en un lenguaje actual que es el heredero de la poesía occidental, pitagórica, platónica, cabalística; mágico-teúrgica en tanto que es capaz de disolver las estructuras de la ignorancia y generar la presencia interna, la anamnesis de una verdad unánime, no formulada, o no agotada por sus formulaciones que simbólicamente sin embargo la revelan; que hace partícipe al lector de su propia realidad universal, pues es el ser y el no ser de las cosas, su identidad metafísica, la que habla en el silencio más que audible mientras se recorre este libro que no puede leerse sin quedar absorbido en la concentración, en cada uno de sus textos, lo que es necesario para entenderlos a cabalidad o por lo menos más allá de una lectura literaria, cosa esta última que de todas maneras el propio texto no permite, al referirse directamente a la transmutación alquímica, a la encarnación del Conocimiento. Y es así que la multiplicidad existencial (y por analogía los estados del mixto) queda transformada, convirtiéndose en un vehículo revelador, en un lenguaje en el que se expresan las verdades de la cosmogonía, traspasada por la metafísica.   

Si se viera todo por vez primera. Si se observara por ejemplo que el cristianismo (la cultura en la que aparentemente hemos nacido, puesto que no la conocemos) es tan actual como siempre. Si una palabra viva fuera un código universal, que es la manifestación o la permanente actualidad del Misterio. Si los códigos simbólicos y míticos comenzaran a ser directamente para nosotros, en una Tradición que está perfectamente viva reuniendo los fragmentos dispersos del ser, estaríamos participando del espíritu de estos textos. De este libro abierto, en el que la caridad espiritual no es sino la verdad en acción, en el que la total ausencia de pre-juicios no es sino la transparencia de lo sagrado, de lo que es por sí mismo articulando un orden en el que el hombre, el ser humano, está plenamente insertado en la integralidad de un cosmos simbólico, pues es Hermes, amigo de los hombres, el que habla en estos textos vivos, como expresión o rayo del Sol espiritual, de la Unidad o del Centro, del que todas las cosas son emanación o su reflejo.  

La ballena (imagen del Cosmos) es por un lado la tumba del Ser, por la caída en lo insignificante, por la identificación con lo anecdótico y recurrente; por otro es también la caverna donde se produce el nacimiento, la toma de conciencia efectiva. Lo que está en cierta correspondencia con el vientre y el corazón. El primero, ligado (en un sentido 'ascendente') con la descomposición, con la separación y muerte del hombre viejo y con la peregrinación necesaria para salir del laberinto intestinal que constituye el mundo sublunar. El segundo con el nacimiento en su centro de lo actual, de lo permanente, del mito solar, del avatâra interno cuyo 'reino no es de este mundo'.  

Supongamos un solo continuo, que al volver sobre sí mismo produce, como cuentas o perlas de una síntesis cíclica, una recreación permanente de su propia naturaleza; que en cada una de ellas estuviera el todo, porque su origen está presente, y la constituye plenamente. Que en ese contexto lo humano fuera una nada y un todo, y por eso se esperara de él el cumplimiento de un proceso en el que no queda nada sino lo que ha sido desde siempre, por el recorrido integral del Eje universal.  

El rito de la iniciación cósmica, ese proceso efectivo y real, es la dramatización del Misterio. Es un recuerdo vivo actualizado en su forma por la simultaneidad del presente. Sería la historia del Arquetipo si la Eternidad tuviese historia. Mejor decir que es una historia arquetípica. El mito encarnado en la interioridad es el renacer del símbolo (XXXIV).   

Ese solo continuo, musical y numérico es por cierto este libro que es por lo mismo un cuaderno de bitácora, una declaración de guerra y un manual de estrategia, así como un libro oracular en el verdadero sentido de esta palabra, referido especialmente a la iniciación, en particular a los 'pequeños misterios' si se quiere, puesto que el cumplimiento de éstos, que es el conocimiento directo de la Cosmogonía, coincide con la efectivización del maestro interno. 

Con veintidós signos o claves conocidas con el nombre de letras se completa un código que abarca la totalidad de las cosas que pueden ser nombradas, sin exclusiones ni omisiones posibles. Diez son los dígitos con los que se pueden obtener las indefinidas combinaciones de las posibilidades numéricas. Las letras son complementarias a los números como la geometría es a la aritmética. Conjuntamente definen a su manera las posibilidades de la forma en el espacio y el tiempo. Nada hay fuera del lenguaje salvo lo Innombrable. Un lenguaje es una estructura que revela la totalidad significativa y su significado significante. Es la expresión del Verbo hecho carne, encarnado. Todo lo manifestado configura un código o lenguaje, perfectamente legible y audible para quien quiera descifrarlo (LXXXIII).   

De la naturaleza de las cosas se impone la negación de la negación (de lo que niega al Ser) como lógica guerrera, para obtener la libertad que sólo está más allá de lo cósmico, ya sea el macrocosmos o el microcosmos, pues el espíritu no ocupa lugar. Y el asumir la realización espiritual como una labor individual (de cada cual consigo mismo), de artesano, guerrero y sabio, de ser humano que hace permanentemente sagrada su lectura del todo mediante el rito del autosacrificio permanente.  

Una simbólica que a veces se expresa también aquí por lo orgánico, pues ya se sabe que el cuerpo es la materialización del espíritu a través de determinadas condiciones y que la transmutación mediante el fuego del Amor lo convierte en una puerta simbólica, por la absorción en un punto original.  

Y unas páginas que constituyen un soporte permanente de la esperanza, al disipar la ilusión de unos planteos que no son nuestros ni en verdad de nadie pues han sido aprendidos, tal vez como medio de vivir en un mundo oscuro, que quizá no existe para nada más que para ser trascendido, por la toma de conciencia integral de una realidad de la que el mundo moderno apenas es el reflejo invertido. 

Dejar atrás lo inexistente; no como seres medrosos, sino más bien de forma olímpica (XLIII). 

Dios es un asombro siempre nuevo. Por suerte nada ha tenido que ver con nuestras concepciones vulgares (LXX).

José Manuel Río   

(Rev. SYMBOLOS Nº 6, 1993, p. 181)