Reseñas

Vigenère, Blaise de: Tratado del Fuego y la Sal. Ed. Indigo, Barcelona, 1992. 229 págs. 

Con este título se abre una nueva colección, "Archivo Hermético", cuyo cometido será según sus promotores, el de paliar el silencio que  actualmente reina sobre la tradición occidental, concretamente la que se  desarrolló alrededor del Mediterráneo. Se trata pues de una muy buena noticia para todos aquellos lectores interesados en investigar en sus raíces más cercanas, así como para todos aquellos que ven en el hermetismo, la alquimia o la cábala, unos lenguajes que aunque nacidos en una realidad  histórica y geográfica determinadas, nos hablan de una única Tradición Primordial y Perenne.  

El libro comienza con una introducción, firmada por el también autor de la traducción y las notas Prudenci Reguant, en la que expone entre otras cosas los motivos que pueden impulsar la publicación de textos de cábala cristiana en estos momentos. Por un lado "dar a conocer al público de lengua española esta rama del conocimiento tan ignorada actualmente, a pesar de que España contó en el siglo XVI con colegios trilingües de estudio de hebreo, griego y latín, y con centros de estudios bíblicos", y por otro "la cábala cristiana representa, ya en sus orígenes, un redescubrimiento del aspecto secreto y oculto del cristianismo".  

En efecto, adentrarse en este texto, requiere por parte del lector la certeza de que como nos dice Blaise de Vigenère "las cosas invisiblesson más ciertas que las visibles", lo cual se ve avalado por las citas que ininterrumpidamente se suceden a lo largo de toda la obra, así como por los comentarios del autor que las interrelaciona posibilitando lecturas más sugerentes y al mismo tiempo más sintéticas. Fragmentos de libros sagrados, de cábala hebrea, de mitología greco-latina, escritos depatrística cristiana y textos alquímicos aparecen contrastados arrojando luz unos sobre otros, a la vez que nos presentan en todo momento el mundo de lo sensible como un claro soporte de lo espiritual, lo natural receptáculo de lo sobrenatural.  

Cabe destacar que la versión de alguno de estos textos, no coincide con las traducciones más comunes, y ello es debido a que Blaise de Vigenère, conocedor de varias lenguas, traduce a menudo directamente de los originales; así pues hay citas del Antiguo Testamento que se apartan de su habitual versión, llegando a parecer contradictorias. Esto es debido, como se nos indica en una nota a pie de página, al hecho de que el hebreo constituye una lengua sagrada y transmite, por tanto, una riqueza simbólica que sobrepasa el horizonte de los contrarios y es difícilmente encasillable en los términos más fijos y definidos de una lengua no sagrada. En este sentido también se posibilita el acceso al lado invisible de las cosas que antes comentábamos, y que siempre va ligado a una conjugación de complementarios, a una paradoja que lejos de excluir une. Acceso al significado profundo del fuego y de la sal que en este caso constituyen el tema central de la obra, y que desde el punto de vista alquímico y cabalístico –idénticos en el fondo– nos habla del camino hacia el interior del mismo hombre, es decir su regeneración espiritual.  

Del fuego nos dice este autor del siglo XVI:

...entre sus otras propiedades y efectos, es muy purificativo, y así como en las carnes y otras sustancias corruptibles, la sal consume la mayor parte de sus humedades corruptivas, el fuego hace también lo mismo: y analógicamente el fuego espiritual, que no es otra cosa que el ardor caritativo del ESPIRITU SANTO, que nos inflama de fe, caridad, esperanza, y desnuda las impurezas de nuestra alma...

Y más adelante haciendo una clara diferenciación entre una visión literal y analítica del mundo, y la verdadera intuición intelectual declara:

Pues toda ciencia a la que podamos llegar por nuestra razón y discurso procede del conocimiento de las cosas sensibles, aunque inciertas y variables, por estar en una mutación y vicisitud continua. De tal modo que este conocimiento que procede de la luz de naturaleza es muy débil y lleno de dudas e incertidumbres, si no está ilustrado por la divina revelación que nos hace ver todo lo que es en su real y verdadera esencia, así como la claridad del sol hace todas las cosas corporales.

Felicitamos, pues, esta iniciativa uniéndonos a los deseos de que resulte para el lector una real introducción a los misterios de la naturaleza y del hombre. Advertimos, sin embargo, que no se trata de un libro de fácil lectura, debido en parte a su redacción un tanto confusa, pero no debemos olvidar que se trata de una obra publicada a partir de notas recopiladas varios años después de la muerte de su autor. 

Antoni Guri

(Rev. SYMBOLOS Nº 7, 1994 p. 162).