Introducción a la Cosmogonía Dogón (*) [1]

Adara Mª Ariza Díaz

Sabido es que la cultura de un pueblo nace de un determinado modo de ver y entender el orden del mundo, es decir, de una cosmovisión. De ese modelo o idea del mundo surge su organización social, sus valores, su ciencia y su arte.

Hoy en día, y sobre todo para los occidentales, a la hora de estudiar el verdadero espíritu de África es menester una aproximación a su arte, su música, sus leyendas y sus mitos, sus creencias, pues todo ello conforma la base de su cultura, y supone la huella que definitivamente les representa como pueblo autóctono.

Para centrar nuestro tema diremos que, de igual modo que la cultura europea hunde sus raíces en Grecia y Roma[2] –que es como decir que nuestra actual organización económica, social, nuestra escala de valores y nuestro pensamiento colectivo es producto, básicamente, de esos dos modelos culturales–, también el África negra tiene su origen en lo que podríamos denominar una gran civilización que vendría a ser la Madre de todos los pueblos o grupos humanos que aún hoy no han sido totalmente penetrados por el pensamiento islámico ni cristiano. Queremos decir, más bien, que África está impregnada de su propia cultura, y aunque las influencias de sus colonizadores puedan pesar sobre ellos, el pueblo africano tiene unas raíces particulares que son su propia identidad, y por ello investigar esas raíces supone un acercamiento al continente africano, tan próximo geográficamente y tan alejado, al mismo tiempo, de nosotros. También supone un enriquecimiento, ya que conocer acerca de los diferentes pueblos es básico para sentir respeto por todos ellos, ya que lo que tiene verdadero interés es el ser humano en la diversidad de sus costumbres y rasgos.

Al margen de esa África deprimente que nos llega a través de los medios de comunicación, donde vemos la desigualdad e injusticia que existe en el mundo y que afecta a gran parte de la humanidad actual, queremos dirigir nuestra atención hacia su pensamiento autóctono o tradicional, rescatar, en la medida de nuestras posibilidades, un África tan rica como desconocida o, incluso, subestimada, dado que se tiene una imagen distorsionada de este continente, y siempre se tiende a pensar en un origen “salvaje” para estos pueblos.

Con el fin de aclarar las cosas al respecto, vamos a tomar como base de nuestro estudio, y a modo de modelo, al pueblo dogón, que habita en los abruptos roquedales de Bandiagara, al nord-este de la República de Mali. Parece ser que el paisaje lunar, de una geometría severa, deja impresionados a todos los que por primera vez lo visitan. Los dogón se refugiaron en estas tierras en el siglo XV, huyendo de la islamización.

Marcel Griaule, etnólogo y africanista, visitó ese pueblo en sucesivas ocasiones, la primera de ellas en 1931, y conoció de boca de un viejo cazador ciego, un chamán de nombre Ogotemmêli, lo más profundo de su cultura: su cosmogonía y su visión simbólica del universo, la cual impregnaba todos los aspectos de la vida cotidiana de sus gentes.


Ogotemmêli al fondo y, en primer término, Marcel Griaule,
junto a su traductor, en el transcurso de las conversaciones.

En Dios de Agua[3], libro en el que recoge gran parte de las conversaciones mantenidas con el sabio Ogotemmêli, Griaule reivindica las culturas africanas. Impresionado por la riqueza y complejidad de los conceptos que le fueron revelados, quiso darles una difusión comparable a la de las antiguas culturas, “rindiendo homenaje al anciano que fue el primero en tener la osadía de mostrar al mundo de los blancos una cosmogonía tan rica como la de Hesíodo y todavía vigente en nuestro días”[4].

Es por ello que desde ahora consideramos a ambos (Ogotemmêli y Griaule) los verdaderos conductores de este trabajo y a ambos, pues, se lo dedicamos.

También tendremos como material para nuestro estudio Los Símbolos Precolombinos. Cosmovisión de las culturas arcaicas, de Federico González, cuyo enfoque sobre las culturas arcaicas y tradicionales en general nos ha dado la perspectiva con la que abordar el pensamiento de los dogón.[5] Asimismo, el magnífico catálogo que la fundación La Caixa editó, allá por el año 1998, con ocasión de la exposición basada en el arte producido en los 2.500 años precedentes en Nigeria[6] –país cercano geográfica y culturalmente al país de los dogón, Mali– donde se muestra en magníficas fotografías, acompañadas de textos explicativos, todas las piezas expuestas en tal evento. Piezas de bronce, madera y barro, la mayoría de las cuales muestran un arte que desdice en seguida a cualquiera que aún hoy en día considere que África no tuvo una cultura floreciente, y que descubrimos perfectamente comparable con el tan preciado arte de la Antigua Grecia, por ejemplo. Precisamente extraemos del mencionado catálogo el siguiente comentario [...]:

“Cuando Leo Frobenius se encontró por primera vez delante de las esculturas de bronce de Ife –una región de Nigeria– atribuyó la fabricación a un grupo perdido de griegos que se habrían extraviado en las lejanas costas de África, pero no pudo creer en ningún momento que los autores fueran los antepasados de los africanos que le rodeaban”[7].


Cabeza de bronce de Ife, Nigeria.

Añadiremos que la exposición, que tuvimos la oportunidad de visitar en su momento, también recogía una selección del arte actual, reflejada también en el catálogo, y que nos parece importante mencionar como muestra de su permanencia. Señalaremos de pasada la importancia que el arte africano ha tenido para la pintura europea por medio de Picasso, quien, basándose en las formas del arte de ese continente, creó obras que darían pie a su conocida etapa cubista.

Contaremos, además, con otros datos extraídos del catálogo que la Asociación Cultural Africana, bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Martorell, editaron en 1998, con ocasión de un festival dogón el 25 de junio de ese mismo año, y al que tuvimos la gran suerte de asistir.

Mircea Eliade, prestigioso investigador  y gran conocedor de las religiones comparadas, también formará parte de nuestro trabajo.

EL PAÍS DOGÓN

Los primeros datos que tenemos de este pueblo son de mediados del siglo XIX, y revelan que para la mayoría de los blancos que visitaron el África occidental los dogón son hombres peligrosos o, por lo menos, los más atrasados. Algunos literatos han narrado sus pequeños miedos en excursiones supuestamente temerarias. A causa de esas leyendas y malos entendidos se ha creado una imagen falsa de este pueblo.

“En pocas palabras, los dogón representarían uno de los mejores y más bellos ejemplos de primitivismo feroz y esta opinión la comparten también algunos negros musulmanes que, intelectualmente, no están mejor capacitados que los blancos para comprender a los hermanos suyos que permanecen fieles a las tradiciones ancestrales”[8].

Marcel Griaule y sus colaboradores, durante sus numerosas visitas a lo largo de los años, aportaron la prueba de que los africanos que aún mantenían un estilo de vida tradicional vivían según ideas complejas, ordenadas en sistemas de instituciones y ritos donde nada se dejaba al azar o a la fantasía. A partir de los trabajos de estos investigadores, otros antropólogos y etnólogos se abrieron a una nueva perspectiva.

En 1945, –tres años antes de que se publicara Dios de Agua–, un libro dio mucho que hablar. Se titulaba La Filosofía Bantú, y fue escrito por R.P. Tempels, quien planteaba el problema de si se debía considerar al pensamiento bantú como un sistema filosófico[9].

Gracias a la especial sensibilidad demostrada por Griaule, que le valió para ser el fiel depositario de las enseñanzas del sabio Ogotemmêli, esa pregunta podía ser contestada, por lo menos en cuanto a los dogón se refiere[10]:

“estos hombres viven según una cosmogonía, una metafísica y una religión que les sitúa a la altura de los pueblos antiguos y que la misma cristología podría estudiar con provecho”[11].

Esta doctrina fue confiada al autor por un hombre venerable,  Ogotemmêli, como hemos dicho, de Ogol de abajo, cazador que había perdido la vista en un accidente y que debía a su condición el haber podido instruirse tan profundamente.

“De una inteligencia excepcional, de una habilidad física aún visible, pese a su estado, de una sabiduría cuyo prestigio se extendía por todo el país, había comprendido el interés de los trabajos etnológicos de los blancos y había esperado quince años a revelar su saber. Sin duda quería que los blancos conocieran las instituciones, las costumbres y los ritos más importantes”[12]

Gracias a él sabemos que los dogón constituyen un conjunto humano homogéneo, geográficamente estable, unidos social y culturalmente, y con una de las más ricas cosmogonías.

Exactamente, el país Dogón, que desde 1989 figura en la lista del patrimonio mundial de la Unesco, está en medio de la curvatura del río Níger, entre la ciudad de Mopti y la frontera de Burkina Faso, donde se levanta una plataforma árida que domina el llano y sus riscos vertiginosos. Estos riscos escarpados, de más de quinientos metros de altura en algunos puntos, están llenos de barrancos y de precipicios profundos. Reforzados por estas paredes rocosas, a modo de verdaderas murallas protectoras naturales, los dogón han construido pueblos de arquitectura sorprendente, un “santuario natural”, a decir de los informadores,  y cultural, donde subsiste aún una civilización profundamente original, verdadera supervivencia de un África casi desaparecida, por lo que el país Dogón representa hoy para la humanidad entera el testimonio de un modelo cultural capaz de organizar un sistema social.

La Danza, una muestra ritual

Las danzas dogón son un eje fundamental de los diversos rituales que practica este pueblo. La realizan para levantar el duelo, con ocasión de los funerales y en otras ceremonias, como la recolección de la cosecha de mijo, cereal que constituye una base importante de su alimentación, como para nosotros lo es el trigo, para los chinos el arroz y para los amerindios el maíz. En ellas lucen su indumentaria tradicional: faldas de paja, cauris como adorno en sus vestimentas y, como complemento a su atuendo una gran máscara con la que representan a algún personaje mítico, algunas de las cuales superan los dos metros de altura.


Máscara dogón. Colección particular.

Danzar con una de esas máscaras puesta requiere de una gran técnica para lograr mantener el equilibrio al mismo tiempo que el ritmo. Por tanto, estos rituales no son practicados por todos, sino solo por aquellos que han sido iniciados en la danza. La música surge del ritmo de los propios danzantes, que llevan, tanto en los tobillos como en las muñecas y cuello, amplios collares hechos de campanillas, que suenan al compás de sus movimientos. Pero quien verdaderamente dirige la danza es un anciano que marca el ritmo mediante un canto y su vara de mando, símbolo axial, con la que golpea el suelo. Esto es un signo del gran respeto que este pueblo siente por sus ancianos, y que diverge claramente de la actitud predominante hoy día en Occidente de dejar de lado a los de más edad –por decir lo mínimo–, cosa que se atribuye a la degeneración del mundo moderno, pues en el origen de nuestra cultura occidental esa veneración hacia los ancianos también era norma de conducta para todos. Y por “norma” nos referimos a un modo natural de proceder, no a una normativa tipo imposición.

Los dogón, y como ellos la gran mayoría de pueblos africanos, no han adulterado ese natural respeto a los mayores, así como a los antepasados. Esa actitud de las culturas africanas hacia la sabiduría física o biológica, y ese reconocimiento de los que son dueños de una experiencia, se recoge en algunas de sus canciones:

“Siempre decimos que el viejo lo ve todo,
aunque sea ciego. Permanece sentado,
la niebla inunda sus ojos.
Y, aún y así, lo ve todo,
lo escruta todo.
Mientras que el joven permanece erguido,
el rostro con la mirada al frente.
Y, sin embargo, nada ve.
Un viejo es la mirada”[13]

Dicen los dogón que cuando bailan “baila todo el sistema del mundo” y, efectivamente, como en los ancianos reside el poder del África tradicional, cualquier tipo de poder (el de distribuir el trabajo, el de sellar alianzas mediante el matrimonio, el de dirigir los negocios), también esas danzas, donde toda su cosmovisión se despliega, son dirigidas por uno de sus mayores.

Son los ancianos los que conservan el saber, dictan las órdenes y organizan las asociaciones humanas en que prevalece la solidaridad, el respeto, el honor y las normas de convivencia, que son dictadas por ellos.

Ogotemmêli

De las conversaciones que Marcel Griaule mantuvo con Ogotemmêli, o mejor diríamos, en las respuestas que el anciano da al etnólogo, queda patente un conocimiento y unos conceptos comparables a los que podemos observar en nuestros clásicos, pensadores y filósofos. Creemos, sin ningún género de dudas, que Sócrates, Platón o Aristóteles (o los saberes que ellos representan) se hubieran entendido perfectamente con el sabio dogón, pues sus discursos como hombres de conocimiento corren en un mismo plano. Así lo testifican diversos autores, entre los que destaca Mircea Eliade.

Ogotemmêli explica a Griaule que las enseñanzas que le estaba transmitiendo las había recibido de su abuelo en lecciones durante más de veinte años, y que su padre también había sido instruido en ellas. Hasta su ceguera había sido cazador prodigioso, volvía con las alforjas llenas cuando otros aún buscaban por los desfiladeros.

“Su técnica se basaba en el conocimiento profundo de la naturaleza, los animales, los hombres y los dioses. Después de su accidente aprendió todavía más. Se encerró en sí mismo, en sus altares y en cada palabra oída, convirtiéndose en uno de los espíritus más poderosos de los barrancos. De hecho, su nombre y su divisa eran conocidos en la meseta y en los roquedales. Hasta el niño más pequeño las conoce, se decía; y los que querían consultarle afluían a su puerta día y noche”[14].

Ogotemmêli fue un hombre que conservó las costumbres y creencias ancestrales de su tierra. A lo largo de treinta y tres jornadas describe Griaule el sistema del mundo, análogo al sistema de su organización social. El diseño de sus ciudades y la práctica de sus oficios. Un sistema plagado de simbolismo y mitología que el viejo cazador conocía bien y que, por suerte, no tuvo inconveniente en transmitir a un blanco. Cuando Ogotemmêli murió, en 1947, Marcel Griaule recibió una carta, cuyos principales párrafos citamos aquí:

“Esto le sorprenderá y le sumirá en una gran tristeza… Aquel que fue para usted el más adepto, el más franco y sincero y uno de los más sabios sobre nuestras costumbres dogón, ha caído en el sueño eterno. El viejo Ogotemmêli murió el martes 29 de julio de 1947 hacia las dos de la tarde. Era día de mercado en Sanga. Antes de su muerte una pequeña sequía empezaba a marchitar nuestro mijo; el mismo día, antes de su entierro, hubo lluvia mediana que salvó nuestro sembrado. Ya sabe por qué. Él poseía una ‘piedra de lluvia’ que usted conoce bien.

En fin, no cuente con volver a verle en lo sucesivo. ¡Que su nombre permanezca inmortal en las obras de usted!”[15]

Esta muerte, diría Griaule,

es una grave pérdida para las ciencias humanas. No porque el anciano ciego fuera el único en conocer la doctrina de su pueblo. Otros notables detentan los grandes principios, otros iniciados continúan instruyéndose, pero era uno de los que mejor comprendieron las investigaciones de algunos blancos.

Quizá haya dejado tras de sí las palabras vivas que permitieran a otros el hilo de las revelaciones. Tenía tanto ascendiente entre la gente que a lo mejor otros seguirán su ejemplo.

Pero ocurra lo que ocurra nadie tendrá el porte noble, la voz profunda, la cara triste y luminosa de Ogotemmêli, gran cazador de Ogol de abajo.”[16]

Para un gran número de africanistas Ogotemmêli se ha convertido en símbolo de la sabiduría africana.

Marcel Griaule

Muchos especialistas en las culturas africanas atribuyen a la lectura de Dios de Agua la primera emoción determinante en su carrera de investigadores.

Mircea Eliade[17] dice que conoció bien a Marcel Griaule, y que sus descubrimientos e interpretaciones sobre África confirmaron sus propias orientaciones.

“Con él, y sobre todo con su obra Dios de Agua, se acabó la imagen estúpida que nos habíamos hecho de los ‘salvajes’. También acabó el tema de la ‘mentalidad prelógica’. A la vista de que Griaule no llegó a conocer la extraordinaria y rigurosa teología de los dogón sino al cabo de varias y prolongadas estancias entre ellos, quedó claro que los viajeros anteriores carecían de ese conocimiento. A partir de lo que ahora sabemos acerca de los dogón, podemos suponer justificadamente que en otros pueblos y en todo ‘pensamiento arcaico’ se da una teología a la vez perfectamente trabada y sutil. De ahí la importancia suma que posee la obra de Griaule, no solo para los etnólogos, sino también para los historiadores de las religiones que, hasta entonces, se inclinaban en exceso a repetir los consabidos tópicos”.[18]

Efectivamente, Marcel Griaule marca una línea divisoria entre los estudios sobre África, ya que siempre que se lee algo serio sobre ese continente se encuentra en ello una referencia a él y a sus investigaciones. Al tener noticia de su muerte, el pueblo dogón quiso rendir un último homenaje a aquel que tan profundamente había comprendido su cultura, celebrando, según sus ritos, sus funerales y su levantamiento de duelo; el maniquí funerario que le representó reposa en una cueva cerca de la presa que él hizo construir y que ha significado la prosperidad de la región de Sanga. Al final de las ceremonias, en el emotivo momento en que se parte la azada del cultivador muerto para mostrar el fin de sus trabajos en la tierra, los celebrantes, traspasando a este gesto simple todo el sentido espontáneo del símbolo, rompieron el útil que habían visto siempre en la mano de Griaule, aquel que escuchaba a sus ancianos: un lápiz[19].

Las Enseñanzas de Ogotemmêli

En octubre de 1946 se inician una serie de conversaciones entre el viejo cazador y el etnólogo que duraron 33 jornadas, todas ellas en casa de Ogotemmêli, donde este le recibió. La forma en que estas entrevistas se iniciaron es digna de mención. Parece ser que el primer contacto tuvo lugar cuando Griaule pidió a Ogotemmêli que le fabricase un amuleto contra las balas. El anciano no le contestó nada y al cabo de diez años, el viejo cazador mandó llamar a Griaule recordándole lo que le había pedido hacía ya tanto tiempo y que ni el mismo Griaule recordaba ya. Es evidente que Ogotemmêli vio aptitudes en aquel blanco para poderle transmitir aquellos conocimientos; por tanto, fue el viejo cazador quien escogió a Griaule. Este, cuando acudió por primera vez a casa de Ogotemmêli, aún creía que le iba a vender un amuleto y no que aquel sabio anciano iba a relatarle el sistema del mundo.

Pero en la decisión de Ogotemmêli tuvo que ver un informador, otro sabio que había tratado a Griaule y enseñado el mensaje secreto de las máscaras dogón[20]. La seriedad mostrada por Griaule hizo comprender a Ogotemmêli que este podía ser un puente para dar a conocer su cultura. El etnólogo cuenta que tras su primer encuentro las conversaciones se organizaron por acuerdo tácito,

“Porque era necesario empezar por la aurora de las cosas.  Ogotemmêli rechazó como detalle sin interés la formación de los catorce sistemas solares en tierras llanas y circulares dispuestas en pilas de que habla el pueblo. Solamente quería tratar del sistema solar útil. Consentía tomar en consideración las estrellas, a pesar de que jugasen un papel secundario.
Las estrellas procedían de bolitas de tierra lanzadas al espacio por el dios Amma, único dios. Había creado el sol y la luna según una técnica más complicada: la alfarería. El dios Amma, habiendo tomado un rollo de arcillas, lo apretó con la mano y lo lanzó como había hecho con los astros. La arcilla se estira y llega hasta el norte, que es lo alto y se alarga hasta el sur, que es lo bajo, aunque todo ocurre horizontalmente”[21].

– “Qué vida hay en la tierra –pregunta M. Griaule.
– Ogotemmêli: La fuerza vital de la tierra es el agua. Dios ha amasado la tierra con agua. Además hace la sangre con el agua. Incluso en una piedra existe una fuerza, ya que la humedad está en todas partes”[22].

No es posible no ver en esta respuesta un poso de sabiduría muy alejado de un espíritu “salvaje”.

La Agricultura

En Occidente, el primer escrito sobre agricultura (palabra que significa “cultura del agro”, con lo que vemos […] que “cultivar” y “cultura” son términos sinónimos) lo tenemos con Hesíodo en su libro Los trabajos y los días. Es lo que podríamos considerar el primer tratado de Ingeniería Agrónoma. Se trata del relato de una cosmovisión aplicada a un oficio o arte.

En lo que se refiere a los dogón, esta es la narración que el viejo cazador hace de su agricultura tradicional:

“El cultivo se hace por cuadrados de ocho codos de lado, rodeados de caballones de tierra, pues la superficie de la parcela unitaria es la de la terraza del granero celeste. Y la parcela está orientada de forma que cada lado mira a un punto cardinal.
La manera antigua de cultivar es la que recuerda el tejido. Se empieza por el lado norte, yendo de este a oeste, y volviendo luego de oeste a este. En cada línea se ponen ocho plantas y el campo contiene ocho líneas; recuerdan a los ocho antepasados y los ocho granos.
Cultivar es tejer, de modo que el campo es como una manta de ocho bandas.
El conjunto de los campos que rodean el poblado y la misma aldea son también una gran manta. Las casas, con terrazas iluminadas por el sol, son cuadrados blancos; los patios en sombra, los cuadros negros. Las callejuelas son las costuras que unen las bandas.
Si un hombre rotura nuevos cuadros, o construye habitaciones, su trabajo es como tejer.
Así como el vaivén de la lanzadera sobre la urdimbre fija la palabra en el tejido, el cultivo, por el vaivén del campesino sobre las parcelas, introduce el verbo de los antepasados, es decir, la humedad en la tierra trabajada, hace retroceder la impureza y expande la civilización alrededor de los lugares habitados.
Pero si cultivar es tejer, es preciso decir que tejer es cultivar. La parte sin trama de la urdimbre es la maleza. La banda terminada es el símbolo del campo cultivado. Los cuatro postes del telar son los árboles y arbustos que son abatidos con la lanzadera, símbolo del hacha. Pasar el hilo de la trama es avanzar la vida, el agua y la pureza de las regiones desérticas”[23].

Queda de manifiesto en esta cita la visión simbólica que esta cultura dogón posee del mundo, y que plasma tanto en su forma de pensar y ejercer la agricultura, en la labor en el telar o en el diseño de sus casas, como vamos a seguir viendo.

La Alfarería

La mitología dogón, en concordancia con otras mitologías del mundo, habla de un Creador Universal. Asimismo, explica que la alfarería nació en la fragua, gracias a la mujer del herrero, quien puso al sol un cuenco que había modelado, mas creyendo que ese calor no sería suficiente para endurecer la pieza, la colocó cerca del fuego. Entonces observó que la tierra se cocía y se volvía dura: desde ese momento puso en el fuego todo cuanto modelaba.

Su trabajo se desarrollaba sobre una pequeña estera cuadrada de ochenta cuerdecillas entramadas en una urdimbre de igual número de fibras. En primer lugar, la mujer hacía un esbozo en forma de tronco de cono invertido, y lo ahuecaba manipulando con fuerza en su interior una piedra redonda, hasta conseguir una cavidad esférica. A medida que la pared era presionada desde el interior, el dibujo de la esfera se imprimía en la pasta.


Cultura dogón, la pareja primordial. Colección particular.

“La estera sobre la que trabaja la mujer –dijo Ogotemmêli–  es el símbolo de la estera de la primera pareja humana. La alfarería es como un ser sobre una estera. Al amasar el barro, la mujer imita el trabajo de Dios cuando modeló la tierra y la pareja. Crea un ser, y el cuenco redondo es una cabeza puesta sobre una estera, una cabeza o una matriz. Una vasija sin adornos simboliza también un hombre. La que tiene unos pequeños senos, es una mujer. 
Ogotemmêli había colocado delante de él uno de los cuencos que servían para hervir la cerveza de mijo. Pasaba la mano por la parte más gruesa para sentir la decoración impresa.
–La estera sobre la que se trabaja tiene ochenta hilos en un sentido y ochenta en el otro. Está tejida como un cuadrado de la mortaja de los muertos, pero no con algodón, sino con fibras de baobab. Es un trabajo de hombre que se parece al tejido. Las mejores se hacen en Banani. Los dibujos que imprimen en la vasija es como si esta llevara su estera para descansar en cualquier sitio que se halle”[24].

Las mujeres de hoy imitan la alfarería tradicional, pero este arte ya no es privativo de la mujer del herrero: es alfarera la mujer que quiere serlo.

La Casa Familiar

Para la cultura dogón, la Tierra es una construcción escalonada en siete niveles, de los cuales solo el superior está habitado por los humanos. Siguiendo esas mismas coordenadas celestes construyen sus casas, a las que está dirigida esta canción llena de sentido hacia la auténtica naturaleza del ser humano:

Dicen que las casas de Molu, en Tombo Kê, son bellas
Que las casas de Molu son bellas
En Molu las casas tienen pisos
Pero son los hombres los que son bellos
¡Y no las casas de pisos!

Elementos siderales como las Pléyades han llamado la atención de casi todos los pueblos africanos –incluidos los dogón– así como otras constelaciones: Orión, la Osa Mayor, la Vía Láctea y, en el hemisferio sur, la Cruz del Sur y Canopo. Con la ayuda de estos elementos, estos pueblos africanos conjugan la caracterización del espacio y del tiempo y se sitúan a sí mismos, de forma válida, en el interior de la extensión y de la duración. Sin embargo, el Sol puede constituir para ellos un sistema de referencia absoluto.

Con respecto a la construcción de sus casas, cabe decir que la habitación constituye la porción más pequeña del Cosmos, y también la más noble, enteramente sometida a la organización y al control ininterrumpido del ser humano. La habitación es, por excelencia, la parte del espacio en la que el hombre imprime ante todo su visión del mundo. Por eso no es de extrañar que en ella todo esté dictado por referencias cósmicas. Según una regla generalizada, la vivienda está concebida en función de la pareja: solo esta puede aspirar a disponer de una casa, ya que solo ella alcanza la plenitud del ser humano. Como la pareja, la casa es un “ser” completo, autosuficiente, por así decirlo.

Del Sistema Solar y la Banda Zodiacal

En una de las 33 conversaciones recogidas por Griaule, Ogotemmêli le habló del granero celeste que su antepasado Herrero había conducido a través del arco iris.

La imagen simbólica del sistema del mundo que describe el sabio Ogotemmêli es la de un edificio de base circular, que se asemeja a una cesta, en la cual, según cuenta la leyenda dogón, descendió el Mundo. El granero es una estructura cuadrada de cuyos lados descienden cuatro escaleras de diez peldaños cada una, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales. Simbólicamente, el edificio así construido tenía el significado siguiente:

- La base circular representa el Sol.
- La terraza cuadrada representa el Cielo.
- Un círculo en el centro de la terraza es la Luna.
- Cada escalón horizontal es hembra y cada contra-escalón, macho.

El conjunto de las cuatro escaleras de diez peldaños prefigura las ocho decenas de familias nacidas de los ocho antepasados (cuatro varones y cuatro hembras).

Cada escalera acoge una categoría de seres y está en relación con una constelación:

- La escalera septentrional, que se corresponde con las Pléyades, es la de los hombres y los peces.
- La escalera meridional, Tahalí de Orión, alberga a los animales domésticos.
- La escalera oriental, Venus, está ocupada por los pájaros.
- En la escalera occidental, correspondiente a una estrella llamada “de la gran cola”, se encuentran los animales salvajes, las plantas y los insectos.


Sistema del Mundo dogón.

––


Plano de la base y plano del piso.


Griaule se pregunta si los pueblos africanos tendrían

“una explicación coherente del símbolo del Zodíaco, mientras los occidentales mantienen al respecto ideas infantiles”[25].

Esto es lo que Ogotemmêli cuenta, aunque resumido por nosotros: este granero está ligado al sistema estelar, él mismo está hecho de cielo, de luna y de sol. Cada escalera está relacionada con un punto cardinal y un grupo de estrellas. Los gemelos aparecen representando al Herrero, masculino, mientras el granero representa lo femenino.

El carnero y el toro ocupan los escalones del sur y, el escorpión, la parte baja. El león aparece en la escalera occidental, los cuencos dobles son símbolo de equilibrio (la balanza). Sagitario está representado por el Herrero sosteniendo unas flechas que lanza desde el granero al cielo. El resto de signos también los asocia el sabio cazador a la forma del granero mítico. Granero o cesta, la idea señala a “un prototipo que servía de modelo del sistema del mundo”[26].

La Aldea

La aldea se extiende de norte a sur, como un cuerpo de hombre tendido sobre su espalda. Ogol de abajo (el pueblo de Ogotemmêli) cumple casi completamente esta regla. La cabeza es la casa del consejo, levantada sobre la plaza principal, que es el símbolo del primer campo.

No obstante, se deduce de las explicaciones del anciano que la aldea debería presentar una planta cuadrada, uno de cuyos lados estaría orientado al norte y las callejuelas correrían de norte a sur y de este a oeste. Pero esta distribución solo es posible en la llanura; en la meseta accidentada y en los pedregales de los barrancos (donde se sitúa Ogol de abajo), la aldea se adapta al terreno irregular.

Al norte de la plaza se levanta la fragua, tal como se ubicaba la del Herrero civilizador. Situadas al este y al oeste, las casas para las mujeres en período de menstruación, redondas como matrices, son las manos. Las grandes casas de familia marcan el pecho y el vientre. Los altares comunes, construidos al sur, son los pies. En el centro, las piedras donde se tritura el fruto Lannea acida forman un sexo femenino. A su lado se sitúa el altar de la fundación, imagen del sexo masculino.


Estructura del poblado dogón

En el interior del poblado, cada barrio forma un todo y debe disponerse de la misma manera que la aglomeración (la maraña de viviendas), como un ser aparte. Vista desde el aire, la aldea es la imagen de la casa del antepasado, con ochenta nichos, así como de la mortaja de los muertos, de cuadros blancos y negros (como decíamos anteriormente). Las construcciones se corresponden con las partes llenas de la fachada de dicha casa; los corrales y accesos simulan los huecos de la misma. Las terrazas, relucientes al sol, y las sombras en el suelo, dan los colores de la mortaja. Las callejas que corren de norte a sur simbolizan las costuras que unen sus bandas.

El recinto de los hombres, que se levanta en cada plaza pública y en especial en la gran plaza de la aldea, es una construcción muy diferente a las viviendas, que suele estar edificada en varias capas entrecruzadas de tallos de mijo, masa que descansa sobre un armazón irregular hecho de troncos sin escuadrar, equilibrado sobre tres hileras paralelas de pilares de tierra seca o madera. Bajo este abrigo, los hombres se reúnen en las horas de calor para descansar charlando. En especial los ancianos (venerados por su sabiduría como ya dijimos) forman aquí el consejo y toman decisiones sobre asuntos públicos. De ahí que a este recinto se le conozca como abrigo del consejo y casa de la palabra. Cuando no son circulares y rematadas por un almiar en forma de tronco de cono invertido, estas construcciones están orientadas según los puntos cardinales. Constan de tres hileras de pilares en sentido norte-sur: las dos laterales de tres soportes y la central de dos, colocados al tresbolillo, es decir, que las dos columnas centrales están situadas en el medio de los huecos de las dos filas laterales y de forma paralela a ellas.

Los cauris

Hemos mencionado de pasada los cauris, esas pequeñas conchitas con que los dogón adornan sus vestimentas tradicionales y con las cuales decoran todas sus artesanías.

Los cauris han sido para los pueblos de África la moneda con la que comerciaban. Al principio, las monedas eran bandas de tejido que usaban para el intercambio de animales u objetos; luego, la concha de cauri pasó a ejercer esas funciones. Pero los cauris tienen un significado aún más importante para los dogón que el de representar su antigua moneda. Explica Ogotemmêli:

“–Tener cauris es tener las palabras. Los cauris hicieron su aparición bajo el signo del verbo, eran el verbo ellos mismos en tanto que significaban cifras y representaban un lenguaje. Eran medios de expresión y quizás en la aurora de las relaciones entre hombres sirvieron, de la misma forma que la palabra hablada, para intercambiar ideas. En el origen, los cauris sirvieron para los intercambios de palabras y también para los de mercancías. Los cauris son la palabra, y como la palabra, les era necesario circular entre los hombres. La palabra es para todos, es necesario intercambiarla, dar y recibir. La blancura de los cauris llama la atención al ojo del hombre y le tienta. Su fuerza entra en la de los hombres y aumenta su deseo de comercio”[27].

Todo esto nos hace comprender el sentido verdadero que la moneda, en general, ha tenido entre los diferentes pueblos, relacionada con esa idea de vincularla con la palabra y con la necesidad de intercambio que existe entre pueblos a través del comercio.

Los Gemelos

Para los dogón, los gemelos ofrecen un simbolismo muy importante, ya que representan la idea del comercio mismo, y por ello están muy vinculados a los propios cauris. Esta relación se establece de la siguiente manera: el comercio es, sobre todo, comunicación, pero es también equidad. Debe valer lo mismo lo que se da que lo que se recibe. Ogotemmêli insiste en la idea de la igualdad que dio lugar al nacimiento del intercambio:

“Los gemelos poseen la palabra justa (…) El hombre que vende y el hombre que compra son la misma cosa. Son dos gemelos. El comercio, vender y comprar especies diferentes de cosas, es intercambiar gemelos” [28].

 Y continúa Griaule:

“Entendía por esto que las cosas intercambiadas debían ser del mismo valor, debían ser exactamente equilibradas sin que una dominara sobre la otra, tanto si el intercambio era trueque como si se trataba de un acto en el que intervenía la moneda” [29].

Esta idea de justicia y equilibrio aplicada a todos los órdenes de la vida organizativa da un modelo de sociedad igualmente afanada por la igualdad y la armonía entre todos sus habitantes. En lo que respecta al comercio, es decir, a todo intercambio, esta idea la encontramos reflejada en el dios Hermes-Mercurio (dios patrón del comercio) y su caduceo con dos serpientes enroscadas a un eje, cuyo significado es el equilibrio y “coincidencia” que permanentemente debe existir entre los opuestos. Esta idea del comercio como justicia entre las partes también estaba presente entre nuestros antepasados griegos y romanos.

CONCLUSIÓN

Somos conscientes de la amplitud y complejidad del tema de nuestro estudio, que no habríamos cubierto incluso aunque nos hubiese ocupado un libro. Cierto que hemos dejado de decir muchas cosas que en principio nos proponíamos abordar. Sin embargo, sí creemos haber aportado datos y pruebas que esperamos hayan servido para dar a conocer parte de la verdadera realidad del África negra y, de este modo, haber ayudado a acabar con la tendencia peyorativa acumulada durante años hacia este continente, que niega que hubiera una tradición africana depositaria de una sabiduría que entronca con la Tradición Unánime.

Por otro lado, y ya para finalizar, queremos aportar unas palabras del filósofo y metafísico francés René Guénon que nos parecen muy aclaratorias al respecto de lo que como conclusión pensamos:

“No hay civilización que sea superior a otra en todos los aspectos, porque no le es posible al hombre aplicar de igual modo y a la vez su actividad en todas direcciones. Hay que reconocer que no hay por qué desdeñar todo lo referente a otras civilizaciones por el solo hecho de diferir de la propia, y es menester estudiarlas como es debido, sin una postura denigratoria y sin hostilidad preconcebida: y entonces, probablemente nos daríamos cuenta, a través de ese estudio, de todo lo que nos falta, sobre todo desde el punto de vista puramente intelectual. Sin duda, se llegaría a la verdadera comprensión del espíritu de las distintas civilizaciones, cosa que demanda algo más que trabajos de simple erudición”[30].


2 de Enero
Textos: Mnemósine


Notas
(*) [El presente texto apareció originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis Telemática, Nº 51. Solsticio de Invierno 2016. No estando ya en dicha web, se publica hoy aquí con el permiso de su autora.]
1 Este capítulo forma parte de un estudio más amplio titulado “África Autóctona y Viva”. La autora es historiadora del arte por la Universidad de Barcelona.
2 Por ejemplo, la Filosofía, que nace con Pitágoras, Sócrates y Platón. Asimismo, muchas de las leyes actuales se fundamentan en el Derecho Romano, y el Juramento Hipocrático de origen griego sigue vigente hoy día.
3 Griaule, Marcel.  Dios de Agua. Editorial Alta Fulla. Barcelona, 1987.
4 Ibídem, pág. 218.
5 De Federico González, fundador de SYMBOLOS, destacaríamos toda su obra cosmogónica y metafísica, entre ellas, y en relación directa con el tema que estamos tratando, El Simbolismo de la Rueda, Simbolismo y Arte y el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, tres obras que junto a El Simbolismo Precolombino, son de consulta obligada para todos aquellos que se interesan en el símbolo, el mito y las tradiciones comparadas.
6 África, Magia y Poder. 2.500 años de Arte en Nigeria. Fundación La Caixa. Barcelona, 1998.
7 Ibídem, pág. 16. Leo Frobenius (1873-1938) fue un antropólogo y arqueólogo alemán, en cierto modo pionero de los estudios de la cultura africana. Es autor, entre otros libros, de África Habló, El destino de las Civilizaciones e Historia de la Cultura Africana.
8 Griaule, Marcel, Op. cit., pág. 9.
9 El término “bantú” hace referencia a diversas etnias africanas que comparten el origen de sus lenguas, y que se extienden por gran parte del África subsahariana, más o menos en el espacio existente entre Camerún y Somalia.
10 Aunque los dogón no se insertan dentro del término “bantú”, debemos recordar que estamos tomando a este pueblo como ejemplo de comunidad del África subsahariana que atesora la Tradición Unánime, que de hecho es común a todos los pueblos de la Tierra.
11 Ibídem, pág. 10.
12 Ibídem, pág. 20.
13 Palabras de África, Ediciones B, 1999, pág. 46.
14 Griaule, Marcel. Dios de Agua, pág. 20.
15 Ibídem, pág. 209.
16 Idem, pág. 209.
17 Mircea Eliade (Bucarest, Rumanía, 9 de marzo 1907 - Chicago, Estados Unidos, 22 de abril 1986) es un prestigioso filósofo e historiador de las religiones, que ha publicado numerosos libros y estudios, algunos de ellos editados en diversos tomos, y que es referencia obligada para todos aquellos que tienen un interés por investigar las culturas arcaicas de las distintas partes del mundo. En la actualidad, sus libros son reeditados y recopilados en artículos y conferencias.
18 Eliade, Mircea. La prueba del laberinto. Editorial Cristiandad. Madrid, 1980, pp. 138-139.
19 Esto lo cuenta Geneviève Cálame-Griaule en la edición de 1975 de Dios de Agua, que es la que estamos manejando.
20 Fruto de esos encuentros es otro libro importante de Griaule, titulado Masques dogón. Ed. Muséum National d’Histoire Naturelle, 2004 (cuarta edición).
21 Griaule, Marcel. Dios de Agua, pág. 20.
22 Ibídem, pág. 21.
23 Ibídem, pp. 76-77.
24 Idem, pp. 86-87.
25 Ibídem, pág. 199.
26 Ibídem, pág. 208.
27 Ibídem, pp. 194-195.
28 Ibídem, pág. 190.
29 Ibídem, pág. 190.
30 Guénon, René. Oriente y Occidente. C.S. Ediciones, 1993, pág. 9.
   

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