Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos,
La coronación de una obra [*]
Francisco Ariza ︎⤤
Cerramos este estudio sobre la obra de Federico González con un capítulo dedicado a su último libro publicado hasta ahora, el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos,[1] que con novecientas páginas y más de mil entradas ha sido enriquecido con una no menos extensa iconografía muy cuidadosamente seleccionada, todo lo cual le ha permitido a nuestro autor abundar en sus conocimientos sobre un amplio abanico de temas que versan sobre la Ciencia Sagrada y de cuanto atañe a los símbolos, los mitos y todo lo relacionado con lo sagrado y la iniciación a los misterios. Esto, para quienes nos nutrimos intelectualmente de su obra y vemos en ella lo que realmente es: la presencia viva en pleno siglo XXI de la Filosofía Perenne, es sin duda alguna motivo de gran alegría.
El propio Federico manifiesta que «este diccionario responde a intereses metafísicos»,[2] y bajo esa premisa pensamos que debe acometerse su estudio para extraer de él toda su substancia nutricia, pues naturalmente por dichos «intereses» hemos de entender las ideas y principios universales que han conformado la vida y la cultura de todos los pueblos y civilizaciones de la tierra –y por tanto del hombre– desde tiempo inmemorial. Diríamos más: este Diccionario es en sí mismo una entidad intelectual-espiritual, y como tal una voz autorizada de la Doctrina Tradicional, o sea la cristalización de un Pensamiento emanado del Colegio Invisible, de la Academia Celeste, que constituye el «arquetipo verdadero de un mundo otro», y lugar «de instrucción no humano de donde los sabios, chamanes, magos y teúrgos extraen su ciencia y su arte», como podemos leer en la entrada del mismo nombre (Colegio Invisible). En verdad, este Diccionario es un eje, un puente, que nos comunica ese Pensamiento, el que todo ser humano puede recibir «sin otra condición que el amor al Conocimiento».
Por este y otros motivos, algunos de los cuales iremos señalando a lo largo de este capítulo, no podemos catalogar a esta obra como un Diccionario al estilo del Diccionario de Símbolos de J. E. Cirlot, o el Diccionario de los Símbolos de J. Chevalier y A. Gheerbrant, e incluso del Dictionnaire Initiatique de H. Masson, etc. Desde luego que tiene una convergencia con todos ellos, que, por lo demás, están escritos con seriedad y desde un conocimiento fehaciente del tema que tratan. Son diccionarios realmente de consulta.
El de nuestro autor también lo es evidentemente, y un instrumento de trabajo en nuestras labores herméticas y metafísicas, pero él va más allá en el sentido de que trata al símbolo y a todo lo que éste significa no sólo como un soporte en el camino del Conocimiento, sino que habla de ese Conocimiento mismo que el símbolo le revela. Es una experiencia viva, y vívida, efectiva, la que se plasma en este Diccionario, y esto, para quien realmente lo sepa apreciar, será un punto de referencia permanente para ir verificando, y contrastando, su propia experiencia en ese camino, es decir en su aprendizaje de la Cosmogonía Perenne. Esto sólo sucede con obras que, como las de nuestro autor (y ésta en particular), están destinadas a desempeñar una función axial dentro del ámbito al que van dirigidas especialmente. Así ocurre también con la obra de René Guénon.[3]
Ese ámbito no es otro que el del esoterismo y el Hermetismo, y en general el de los estudios sobre el simbolismo universal y la Tradición Unánime (cada vez más reducidos en este fin de ciclo); estamos convencidos que este Diccionario será un acontecimiento de relevancia en dicho ámbito, y su influencia intelectual, como la del resto de la obra de nuestro autor, perdurará en el tiempo precisamente por eso, por tratar de un temario que por su propio contenido pertenece a cualquier época y circunstancia.
Empero, esto no quiere decir que no vaya dirigido también a un público más amplio. De hecho el Diccionario está escrito igualmente para ese público «no especializado», es decir para toda persona interesada en la cultura sin más, que encontrará aquí colmadas todas sus expectativas; entre ellas la de conocer verdaderamente qué significa esta palabra, cultura, a la que nuestro autor despoja de los muchos equívocos, tergiversaciones y falsificaciones actuales (la «cultureta»), destacando su función como estructura que ha articulado el desarrollo de la existencia humana en conformidad con las leyes y principios del cosmos, y que se ejemplifican perfectamente en lo que se ha dado en llamar la Tradición, o sea la posibilidad de perpetuar esos mismos principios (emanados de un Ser Único) adaptándolos a la idiosincrasia –el alma– de los pueblos y a las realidades espacio-temporales marcadas por el devenir cíclico.
Recordaremos en este sentido que toda la obra de nuestro autor posee en sí misma un poder genésico, fecundante, que emana precisamente de su íntima vinculación con la sacralidad del Símbolo y las Ideas eternas que este vehicula, lo cual, unido a la belleza del lenguaje utilizado con que expresa ese vínculo, su «calidad literaria» podríamos decir y que siempre refleja la profundidad de su pensamiento, puede despertar en el lector el interés por estos temas, o bien, si ese interés ya existe, ensanchar aún más su horizonte intelectual, lo que hay que entender como «aperturas» de la conciencia a otras posibilidades superiores contenidas en ella misma, más allá de los estrechos límites de aquello que vagamente llamamos «la realidad», o sea un mundo de supuestos aparentes que se diluyen como un azucarillo ante la majestad de lo verdaderamente Real.[4]
Será por tanto este Diccionario una obra a la que siempre acudiremos imantados por la fuerza de su energía espiritual, la que con toda seguridad provocará en sus lectores más de una catarsis purificadora, pues estamos hablando de la Doctrina metafísica actuando también como un disolvente sobre la dura costra de una «personalidad» ficticia, la que ha urdido el medio profano y que nada tiene que ver con nuestra auténtica identidad, que para empezar no es individual. En este sentido, el Diccionario tiene mucho de tratado alquímico (sin que necesariamente se recurra, salvo cuando es necesario, a la terminología alquímica), y en él están presentes las dos energías que jalonan todo el proceso iniciático, la disolución y la coagulación, solve et coagula.
Hay bastante por descubrir en este Diccionario, muchas ideas y muchas modalidades, o matices, de esas mismas ideas,[5] que, como los indefinidos tonos que pueden adquirir los colores del arco iris, no habíamos advertido hasta el momento en que fijamos nuestra mirada, nuestra atención, en las palabras que los describen, y que de pronto aparecerán sumamente valiosos, y luminosos, en relación con nuestro proceso de Conocimiento. El lector se encontrará muchas veces ante una entrada que va plasmando el desarrollo de un pensamiento que se ha ido forjando modelado por esa idea-fuerza intangible, presente en el símbolo pero también formando parte de la misma estructura invisible de la vida del hombre y del cosmos. Pongamos el ejemplo de la entrada «Destino»:
Un don que se hace en ciertos hombres, que tienen necesidad de él y que fijan la voluntad en la prosecución de su camino.
Fin inexorable en el que confluyen la Necesidad, la Voluntad y finalmente se obtiene por la Providencia.
Para obedecer ese Destino hay que ver constantemente qué se está edificando, no perderse en indefinidos horizontales, equiparables a charlas de café; sino que se necesita una concentración, y tener presente en cierto modo todas las posibilidades, abocado uno a una permanente síntesis, y no moverse de esa perspectiva, o sea, no ser como otro –o el «otro»–, que eso no es ser: el hecho de imitar un modelo pero sin vivir el dramatismo y la comedia que éste te impone.
Quizá podría parecer que uno se evade, pero ello es imposible; son múltiples, indefinidos los recovecos que utiliza este juego, que es el Destino. → Fuga. Seguramente el sujeto haya luchado de joven en batallas más materializadas, o mejor, más visibles, aunque igualmente válidas, no obstante después vienen guerras más invisibles, internas, y desde luego, sin aquellas cualidades necesarias o sin haberlas terminado de realizar, hay al menos que comprender de qué se trata la doctrina para no retornar a lo mismo una y otra vez. Como se ha visto no todos los hombres tienen un destino sino que éste los hace crecer y los va forjando posteriormente. O, lisa y llanamente:
Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. (Mateo 22, 14).
Entendemos entonces aquello que dice nuestro autor en la Introducción acerca de que él escribe únicamente sobre lo que conoce, o sea sobre lo que ha verificado previamente en su intelecto y en la experiencia de su propia vida, en donde existen momentos, puntos de inflexión, que determinan cambios profundos en su ser. De ahí precisamente esa «autenticidad» que apreciamos en todo lo que escribe, esa forma directa, cercana, con que nos comunica lo que ha descubierto en su viaje hacia el Sí Mismo. Como él ha recordado en más de una ocasión «conocer es ser» y «uno es lo que conoce».
De esclarecimientos doctrinales está nutrido el Diccionario, y todo ello, unido a las reflexiones y meditaciones que surgirán en nosotros gracias a sus reiteradas lecturas, irá calando como «fino rocío», poco a poco,[6] con una cadencia que irá marcada exactamente por los ritmos de las coagulaciones y disoluciones –jalones de nuestro proceso de aprendizaje y conocimiento–, y que se van entrelazando en torno a un eje invisible que las equilibra constantemente, como las dos serpientes del caduceo hermético. La coagulación y la disolución son:
Las dos operaciones alquímicas fundamentales a las que se ven sometidas las cosas, seres y fenómenos en todos los mundos. Disolver es destruir, pero también esparcir, multiplicar; coagular es construir pero igualmente inmovilizar y reducir. Si este doble proceso es simultáneo se logra el equilibrio necesario, la imagen de la Armonía Universal, pues coagulando se disuelve y disolviendo se coagula; por lo que está implícito en ellos tanto el proceso iniciático como el cósmico, del que aquél es imagen. («Solve et Coagula»).
Abundando en todo esto el lector advertirá las muchas menciones a la Ciudad Celeste, al Colegio Invisible, a la Utopía, a la Iglesia Secreta, a la Tierra de los Vivos, y otras denominaciones semejantes, imágenes todas ellas de un «estado central» del ser donde la dualidad implícita en todo lo creado es continuamente conjugada en el siempre presente. Ese estado es la «aspiración» de cualquier conocimiento iniciático, y por ello no es raro encontrar por doquier esas expresiones en un Diccionario que precisamente trata de temas que son misteriosos por su propia naturaleza.
De hecho, nos podríamos preguntar qué es un diccionario de símbolos y de iniciación al Conocimiento sino un símbolo en sí mismo: un símbolo de la Memoria arquetípica espejada en el alma humana, la que habiendo sido fecundada por la energía de lo simbolizado, es decir por aquello que la propia comprensión del símbolo le ha revelado, testifica esa experiencia comunicándola en sus indefinidas formas y modos de expresión.
Nuestro autor sabe poner nombres y palabras a las ideas que conforman su pensamiento acudiendo precisamente al lenguaje de los símbolos. También a la paradoja, que siempre ha sido considerada una herramienta de primer orden en la didáctica iniciática, tal cual podría ser la del Sí Mismo vivido como una presencia siempre ausente, o una ausencia siempre presente. Un ejemplo de lo que decimos lo encontramos en la entrada «Iniciación», de la que extraemos lo siguiente:
El neófito advierte «los Misterios del ser» en el Ser mismo que, como él, no sabe quién es, al punto de tener que contemplarse en el iniciado –una vez que éste se ha desembarazado de la espesa maraña de sus condicionamientos e ignorancia–, para conocerse. En este sentido creamos a Dios para que éste pueda mirarse en nosotros, la creatura, o sea que la madre auto generada pare al padre para que éste pueda fecundarla y de ese modo engendrar al mundo tal cual lo refieren distintas mitologías. Por lo que la identificación con la deidad no es sólo la definitiva del individuo con ella, sino un hecho cósmico de alcances inesperados y desconocidos.
Estamos hablando del invocador-invocado, paradoja que constituye un elemento indispensable del desarrollo de la creación a perpetuidad, ciclos que no tienen fin siempre que haya un ser que pueda identificarse con la Naturaleza Perfecta, capaz, como vemos, de ser un Dios, o participar con éstos en una nueva aventura olímpica.
La extraordinaria síntesis del pensamiento mítico y metafísico que se desprende de estas palabras es una constante a lo largo del Diccionario. Existe en ellas una asimilación tan profunda del esoterismo tradicional contenido en los textos sapienciales de cualquier época y de cualquier autor que no podemos por menos que considerar a esta obra como el fruto de una generosidad intelectual sin límites. ¡Cuánto hay en él de comprensión sobre los grandes temas que afectan al misterio del mundo, de la vida y del hombre, de lo que significa la búsqueda heroica del Conocimiento, de la identidad del ser, y de esa identidad misma!
Este Diccionario es la propia Tradición hablándonos directamente: ha sido escrito para uno mismo, ¿para quién si no? Es lo que fue Ariadna para Teseo, solo que aquí el hilo es esa llave que aparece en la portada. ¿Qué puede ser más elocuente que la imagen de una llave en el frontispicio de un Diccionario que trata precisamente de los símbolos y los temas, por sí misteriosos, que atañen a la iniciación a lo sagrado y la metafísica? En este caso sobra cualquier comentario añadido, salvo que, como indica nuestro autor, la llave es un término que «también está emparentado con ‘clave’, que es la encargada de mantener la puerta sellada». La llave abre, pero también cierra; es lo mismo que el símbolo: revela, pero también oculta su tesoro. La llave ha sido siempre considerada un atributo en manos de la autoridad espiritual, la que transmite la Sabiduría primordial para mantenerla viva, y al mismo tiempo conservándola y custodiándola, como «un celoso guerrero».
En la entrada Hermes Trismegisto señala nuestro autor que esta palabra, Trismegisto, alude al hecho de que a este numen se atribuye la posesión de las tres cuartas partes de la Sabiduría del mundo entero. Esto significa, entre otras cosas, que tiene la potestad y el conocimiento sobre los tres mundos que conforman la Manifestación Universal (Cielo, Mundo Intermediario y Tierra), o sea sobre todo aquello que puede ser nombrado por el hecho de haber venido a la existencia, emanada del Ser, el cual en Sí Mismo no tiene nombre ni está determinado pese a que es el origen del cosmos; el Ser en Sí mismo es un interrogante, un asombro permanente que jamás podrá ser resuelto salvo por El mismo. En la «Altísima Ciudadela de la Bienaventuranza Celeste» (Marsilio Ficino) la unión del Ser siempre es con el No-Ser, para quedar absorbidos ambos en la inagotable e infinita Toda Posibilidad, «que incluye sin dualidad lo nombrable y lo innombrable».[7]
II
Hablamos anteriormente de la cultura, y añadiremos que con este Diccionario nuestro autor nos da suficientes muestras para saber qué es y qué representa ésta desde el punto de vista de la Ciencia Hermética y la Filosofía Perenne. Para empezar, que toda cultura verdadera tiene orígenes sagrados y constituye un conjunto de códigos revelados, de estructuras simbólicas, que hablan de la Cosmogonía como proyección de un Mundo Arquetípico;[8] esas estructuras organizan, a escala humana, el fluir incesante del tiempo y en consecuencia ordenan la vida de un pueblo, de una comunidad o de una civilización.
Prácticamente casi todas las voces de este Diccionario aluden de una u otra manera a esos códigos simbólicos, y a este respecto hay en ellas, en su conocimiento, una utilidad concreta relacionada con disponer de una información que va más allá de la simple acumulación de datos, que es lo habitual en lo que hoy se entiende por «información», e incluso por «cultura». Precisamente es todo lo contrario; en primer lugar porque nuestro autor sabe muy bien de qué está hablando, es decir a qué se refiere esa información y cuáles son las ideas que palpitan en ella; y en segundo lugar porque éstas son de una naturaleza tan sutil que requieren no de una lectura superficial y «consumista», sino de una verdadera concentración en su estudio, como preámbulo necesario para la contemplación y el «vuelo» del alma hacia las regiones intangibles de la Ciudadela celeste;[9] a este respecto la palabra informar la entendemos aquí en su sentido etimológico: «dar forma», o sea «formar» mediante una instrucción o enseñanza, en este caso una enseñanza sustentada en los principios universales.
Esa utilidad encierra, pues, un sentido inequívocamente operativo, si bien no conviene olvidar tampoco lo que a este respecto se dice en la entrada «Utilidad» por boca del sabio taoísta Chuang-Tzu:
Todo el mundo conoce la utilidad de ser útil, pero nadie conoce la utilidad de no ser útil para nada.
Así pues, el sentido de esa utilidad a la que aludimos no puede conducir sino a la pura contemplación metafísica, más poderosa que cualquier acción, que, en mayor o menor grado, siempre «está contaminada», como señala nuestro autor al comienzo de En el Vientre de la Ballena.
Por eso, cuando hablamos del bagaje cultural de Federico González lo hacemos bajo esta premisa y no podría ser de otro modo. Igual si nos referimos, por qué no decirlo, a su gran erudición, la que siempre ha puesto al servicio de la didáctica del símbolo y su mensaje liberador, sabiendo que, de tomarse como un fin (o sea la erudición por la erudición misma) y no como un medio más entre tantos otros, y por tanto prescindible, ese bagaje puede convertirse en un pesado fardo y en un serio impedimento en un camino cuya meta es la «docta ignorancia», el auténtico saber, aquel que Nicolás de Cusa denominó «el más alto grado de Conocimiento», y que viene precedido por la anamnesis o «evocación de la memoria primigenia», que es
un estado del alma al que se accede, paradójicamente, por el olvido de todo lo superfluo y anecdótico.
[10]
Llegar a tener conciencia de «saber que no se sabe» es el mensaje que subyace en toda la enseñanza de Federico González. Leemos precisamente en la voz «Erudición»:
La verdadera Sabiduría a veces se alcanza por la erudición pero son casos mínimos, aislados, de lo que no dan cuenta ejemplar ni los filósofos presocráticos, ni Sócrates, ni el testimonio de Platón. Tampoco los sabios-chamanes de todos los pueblos arcaicos (…) El sabio auténtico no necesita de la erudición y aunque pueda haber sido un extraordinario lector, o estudioso, en el camino ha ido eliminando unas referencias que le impedían el saber, o las ha olvidado. En los programas de preguntas y respuestas televisivos suelen triunfar memoristas de nivel escolar que son admirados por el gran público y que saben quién descubrió tal cosa y en qué fecha, ignorando lo que tal cosa es en sí; maestros ciegos que enseñan a otros ciegos, a los que hace referencia el Evangelio.
No pretendamos encontrar aquí complicadas elaboraciones de un pensamiento que finalmente nada nos dicen, en su dialéctica estéril y envanecida, acerca del ser de las cosas, del mundo y de nosotros mismos. Todo lo contrario, en este Diccionario se percibe por doquier una soltura y claridad en la exposición de los temas que, como decíamos antes, son el fruto de una experiencia vivida directamente con las ideas y sus potencias generadoras y regeneradoras, y que no precisa de adornos superfluos para expresarse y recrearse continuamente, de ahí la espontaneidad, la naturalidad y el lenguaje directo y a veces desenfadado (acudiendo en ocasiones al sentido del humor y a la sutil ironía, que ya apreciamos en su obra literaria y dramatúrgica) que se trasluce en su discurso perfectamente trabado en su coherencia interna pese a la complejidad de lo que trata, conjugándose con la brevedad fecunda de la síntesis y la precisión y exactitud del dato concreto cuando estos se hacen necesarios (por ejemplo al abordar el simbolismo de los ciclos y el de los calendarios, entre otros), facilitando todo ello la comprensión de lo que se quiere transmitir.
Gracia y rigor fusionados en el esplendor de la Idea, una de las formas más eficaces de encantar y seducir al alma humana, que ante todo ama la Belleza y se reconoce permanentemente en la Armonía, en la «unión de los contrarios». Nuestro autor va «al grano», es decir a la esencia, dejando a un lado la paja y la hojarasca «erudita». Y lo hace, volvemos a repetir, mediante ese lenguaje conciso y al mismo tiempo nutrido de sugerencias, de evocaciones de «otras realidades» que se van haciendo cada vez más presentes en nosotros y que vamos reconociendo como portadoras de la memoria del Sí Mismo, que como señala nuestro autor
deja un rastro invisible en aquellos que han tenido la gracia de presentirla, lo que los incita, en el tiempo, a hallarla nuevamente. Recuperar dicha memoria es fundamental y debe hacerse todo para eso.
Traigamos aquí, como ejercicios para atraer los efluvios de esas evocaciones y remembranzas, algunos fragmentos o citas completas extraídas del Diccionario, empezando justamente por aquella que habla de la recuperación de esa memoria:
ANAMNESIS. Recuerdo del Sí Mismo, lo que constituye el olvido de todo lo otro, de su irrealidad, o sea, el recuerdo del Sí Mismo hecho realidad. Pérdida de memoria de lo relativo, condicionado y reflejo, e identidad del ser en un espacio universal recién nacido.
Memoria del mundo y del hombre que se revela como una reminiscencia de la totalidad.
Para Platón este estado es sagrado y forma parte de la senda hacia el Sí Mismo y del reencuentro con el auténtico Yo que se produce gracias al trabajo hermético, aunque aparece de pronto, espontáneamente, e irrumpe en situaciones anímicas inespecíficas.
Es imperativo dejar que la anamnesis se arme y aflore en su discurso de pautas y ritmos intangibles.
ARTE. (…) Los alquimistas se llamaban a sí mismos artistas, o filósofos y es curioso que su patrono fuera precisamente Elías artista. Una fusión de su arte con la figura del Elías bíblico y arquetípico arrebatado al cielo en un carro de fuego, y del que se dice todavía está vivo, y por ello seguramente inspira a los artistas capaces de haber llevado a cabo las pirámides egipcias y mesoamericanas, las grandes catedrales medievales románicas y góticas y todas aquellas edificaciones sagradas de Oriente y Occidente que amalgaman en sí y de forma unísona la pluralidad de las artes, ciencias y oficios. Por lo que ser artista es ser uno con el Supremo Hacedor, un artista per se con sus emisarios, los dioses, inventores de los instrumentos musicales, como lo fueron los herederos de las palabras ritmadas de esas Tradiciones grecorromanas tal cual Homero, Hesíodo, Virgilio y posteriormente Dante. (…).
ASTRONOMIA. (…) Esos ritmos de los días y las noches cambian constantemente y sus pautas son registradas por los seres humanos desde que existe la vida en la tierra, e incluso ligan su propio destino a esas danzas perennes del mundo manifestado. Por lo que tanto astronomía y astrología están en el Principio como las expresiones más evidentes de un orden, producto de la Inteligencia Universal y del Ser que las ha generado.
El espacio y el tiempo, que son las constantes del movimiento de esas deidades de las que estamos hablando, están íntimamente ligados con el hombre, como es notorio que éste lo está con el tiempo y el espacio en el que le ha tocado vivir. Por eso la astronomía y su compañera la astrología se hallan entreveradas con la geografía y la historia y todas ellas con el anthropos, el Hombre Universal que es a la vez macrocósmicamente la causa y microcósmicamente el efecto de esa sinfonía que constantemente teje y desteje la trama y la urdimbre de la vida, desde lo más grande a lo más ínfimo, de lo más duradero a lo efímero, de lo veloz a lo lento, o a cualquier otra de las condiciones de la existencia universal. O sea, a lo que la palabra cosmos expresa y simboliza. (…).
BARRO. El hombre es cerámica viva en las manos de los dioses, consciente de su fragilidad vuelve hacia sí mismo y lo hace impulsado por el silencio necesario en una recogida del alma en su centro vital, a la que viene a sucederle una nueva generación signada por la dicha de una era feliz, dorada.
Se cierra para luego abrirse y se abre después de permanecer cerrado en la noche, viene un nuevo día con este azul que otorga al alma del viajero la posibilidad de recuperarse, de seguir adelante con y en este barro modelado que es su cuerpo hoy en esta permanente impermanencia.
CADENA ÁUREA. Hilo invisible que liga la doctrina metafísica y cosmogónica perenne y a los iniciados que son partícipes de ella entre sí.
Este es un concepto que alguna vez se oye y se archiva en el inconsciente, pero a medida que uno va avanzando en el camino del conocimiento y se va nutriendo de los autores que se señalan como predecesores en este tipo de materia, se va haciendo cada vez más coherente y se ilumina constantemente el hecho de que a lo largo del tiempo se haya conocido una serie de temas que nos hubieran parecido absurdos y mentiras cuando éramos hombres profanos y no teníamos la menor idea de este abrir de la conciencia a una misma y única fuente de la que todo emana. (…).
CIUDADES Y CENTROS SAGRADOS. BENARÉS. Por aquí pasan los muertos con ademán concluyente y en llamas. Otros creerán que esto es un sueño. Desde el río, de madrugada, aparece en la niebla y tal vez se hace ciudad esta visión, si no es que hemos entrado por una puerta desconocida a otro cielo, de los muchos de la India. Y los templos conforman un horizonte de picos de los Himalayas, donde otra ciudad escondida guarda un secreto helado, conservado en sí mismo y que desciende atemperado por el Ganges siempre sagrado, ahora de aguas calientes.
DISCÍPULO. Quien sigue las enseñanzas del maestro intelectual, las hace suyas, las vive como tales, y a su vez las transforma, haciéndolas nuevas, siempre a la luz de la doctrina unánime, que participa del hilo de oro y los autores e ideas que la expresan en todos los lugares y tiempos, lo que garantiza que la Tradición se perpetúe y lo haga partícipe de tamaño honor y responsabilidad, permitiéndole a su vez que al encarnarla, pueda igualmente transmitirla –en forma escrita o no–, de acuerdo a las capacidades con que está dotado y las formas personales en las que tiene facilidad y son las adecuadas para su tiempo y lugar, es decir, con lo que cuenta.
EJE. (…) El centro es pues la proyección horizontal de un eje vertical invisible que genera por difusión los límites del plano del mundo; inversamente es el lugar de reunión de las direccionalidades opuestas y contradictorias que conforman ese plano. Es así que Eje y centro son símbolos arquetípicos análogos; cualquier centro señalado por un ser, fenómeno o cosa que conforme una teofanía o una epifanía es el centro arquetípico y por lo tanto la emanación del Eje primordial, o Eje del mundo, por medio del cual se conecta con otros estados o modalidades de un Ser Universal cuyas distintas expresiones configuran la totalidad del cosmos. Este eje es la cadena áurea que atraviesa todos esos estados, a la que se suele llamar la «cadena de unión» que designa a la transmisión de la doctrina tradicional y la iniciación. (…).
ESPÍRITU-ALMA-CUERPO. (…) El espíritu es lo único permanente, todo lo demás fluye y se recrea (recicla) de modo perpetuo. Por eso, al contrario de lo que piensa la religión cristiana, el alma no es inmortal y todo ello se debe a una confusión entre los términos latinos ánima y spiritus. Las religiones cristiana y judía consideran al Ser universal como la instancia más alta en oposición a las metafísicas orientales dedicadas al supra Ser y lo supracósmico. Al Ain Sof (No finito, en términos cabalísticos); al Brahma Supremo de la Tradición Hindú. Al Dios desconocido de todos los panteones.
En el caso de Platón que también dice que el alma es inmortal la cuestión es diferente pues él igualmente lo distingue en Fedón (107 d, 108 d y ss.).
Allí se habla del destino de las almas y se consideran tres clases de ellas, en el juicio post-mortem (siguiendo a los egipcios): a) las que van directamente al Tártaro, b) las que pueden salir de esa cárcel y establecerse sobre la tierra c) y de estos últimos los que se hayan purificado mediante el aprendizaje (ejercicio de la filosofía) que viven para todo el porvenir. Es decir que establece los tres mundos (cuerpo, alma y espíritu) y así el alma deviene espíritu (infinito) en virtud del Conocimiento con el que se identifica. El alma inmortal es en él un modo de llamar a lo que otros nombran espíritu (…)
Y agregaremos, que cuando se refieren algunas Tradiciones al Alma universal es que, por cierto, se refieren al Espíritu.
[11]
ETIMOLOGÍA. (…) La misma definición nos está diciendo que las palabras que usamos de modo corriente tienen aspectos ocultos en su forma y significado, que nos indican más exactamente el sentido de los términos, su procedencia y parentesco. Ir a las raíces de las palabras es de algún modo ir a la raíz del verbo.
Sabiendo que los orígenes culturales son sagrados es lógico derivar de ello que también lo son los de la lengua.
Siendo que para la Cábala –y otras Tradiciones– el nombre es la verdadera esencia de la cosa, su procedencia debe ser reveladora ya que éste designa a la cosa en sí.
EXILIO. (…) Los que han tenido que dejar su país y enfrentar otras realidades sufren las características propias de este problema que prácticamente es imposible de comprender a menos que se sea otro exiliado, en particular de edad adulta, o que ha debido abandonar involuntariamente su país por las circunstancias que fueran, aunque incluso los que lo han hecho voluntariamente deben pasar por un período de dolor, de nostalgia y, en definitiva, de reinserción en el drama de su vida.
Análogamente el Hombre Nuevo, o sea el iniciado que ha dejado su antigua existencia profana y en su camino se siente como un extranjero en el medio que le circunda, es tal por haber desertado de sus identificaciones poco a poco al punto que se siente extraño en su patria, como un exiliado en su propio hábitat, como aquel que ha tenido que renunciar a su tierra.
Y no es que sea desconocido lo que acontece en el paisaje de su alma sino que lo que ha sido lo habitual comienza lentamente a morir, ya que van desapareciendo las valorizaciones (a las que nos aferramos hasta último momento) pero que terminan por expirar definitivamente, siendo suplantadas por otras perspectivas. Este cambio de piel equivale a un renacimiento en el que todo se estrena y las cosas se presentan como inéditas y flamantes en su realidad íntima, tal cual ellas son en sí y no falsificaciones de la ensoñación. (…).
GEOGRAFÍA SAGRADA. La geografía, ciencia del espacio, está relacionada con la grafía que toman en la tierra los distintos accidentes geográficos: montañas, cordilleras, montes, colinas, océanos, ríos, arroyos, fuentes, cascadas, bahías, cabos, caminos naturales, encrucijadas, valles, praderas, estepas, desiertos, bosques, selvas, etc., etc. No sólo son circunstancias dignas de una lectura literal sino, por el contrario, son hechos significativos que necesariamente obligan a unas consideraciones simbólicas. Es más, si se piensa con profundidad en ello esas características son propiamente eso, la escritura de la tierra, que no puede dejar por ello de ser algo para ser leído y por lo tanto interpretado. Por otra parte cada uno de esos fenómenos ha sido considerado como simbólico por todos los pueblos, tal el Nilo para los egipcios o el Monte Meru para los hindúes, para no dar más que un par de ejemplos de los unánimes en todas las Tradiciones sobre estos accidentes geográficos antes mencionados, siempre emparentados con modalidades de lo sagrado; igual la simbólica de los fenómenos atmosféricos: lluvia, sequía, rayos, trueno, clima, etc. y ambas vinculadas con los lugares específicos donde se producen. Por lo que las situaciones distintas tanto geográficas como atmosféricas han sido siempre relacionadas con los diferentes dioses y diosas que pueblan los panteones. (…).
GESTO. El gesto es la cristalización del perpetuo devenir. Es una forma del rito y por ello hablar de él es hablar igualmente del mito y el símbolo. Mediante él cualquier cosa se hace posible por lo que la Creación Universal es la reiteración de un gesto primigenio. Como en el caso del símbolo hay distintas categorías de lo gestual. El gesto arquetípico es la coagulación del mundo por las manos del Hacedor cósmico del que todos los otros gestos son sólo imágenes. (…).
IDEA-FUERZA. Término utilizado para destacar el poder de las ideas que podría prolongarse al poder mágico de las palabras que las expresan.
INMORTALIDAD. La inmortalidad no es la grosera suposición de que el ser humano puede no morir o que adquiere una especie de patente de corso para ser admirado en un futuro.
Al contrario se trata de morir a un estado y resucitar a otro totalmente nuevo y virginal, no regulado por las coordenadas del espacio y el tiempo de los hombres. Sólo el espíritu es inmortal. Por lo tanto el alma capaz de unirse con el espíritu se hace inmortal más allá de cualquier literalidad o pretensión humana de supervivencia indefinida.
MENSAJES. Los mensajes son elementos que nos vienen de fuera, y que son percibidos por la psiqué como algo de sumo interés ya que altera nuestra conciencia ordinaria, irrumpiendo en ella y marcando nuevas posibilidades, siempre renovadas. Recibir mensajes es estar vivo, y es un tremendo preámbulo hacia la muerte considerar que esos mensajes ya no nos interesan, o dejen de tener significado. Siendo el mundo y los dioses un asombro constante nos dicen perpetuamente cosas que tenemos que oír y descifrar y que se refieren a nosotros mismos. (…) El mundo está compuesto de mensajes verticales, de los dioses a los hombres, y horizontales, de los hombres entre sí, con lo cual se teje la trama y la urdimbre de lo que conforma lo que llamamos la realidad. Y el tiempo y el espacio son los primeros en tejer esta trama que es la propia existencia del ser humano; en cuanto al amor, las flechas del Ángel pagano Cupido, un alter ego de la diosa Venus, cumplen esa misión de mensajeras.
MISTERIO. El misterio no es un tope en las posibilidades de nuestra mente. Tampoco algo que alguna vez nos será revelado, que por fin comprenderemos. Por el contrario, la cualidad del misterio radica en su indescifrabilidad, en que es algo en sí, inherente a la naturaleza misma del hombre y las cosas. Tiene vida propia, es per se y se manifiesta como una categoría del alma delimitada por su propia existencia. Comprender esto es entender todo misterio y saber también que su característica esencial es su permanencia incognoscible [12] por siempre jamás. (…)
NECESIDAD. La necesidad es una de las categorías propias del ser humano, el que antes de todo necesita respirar. Para Platón, esta categoría es fundamental y todo ser humano responde a ella; lo necesario siempre es suficiente. La máxima aspiración es posible cuando no se destruyan o contaminen las vías de acceso a ella, teniendo en cuenta que la Sabiduría nace de la necesidad que es el único camino seguro para llegar a la verdad.
El universo nació efectivamente por la combinación de la Necesidad y la Inteligencia (Platón, Timeo 48).
NEZAHUALCÓYOTL. (…) Homologar el universo con una casa de pinturas –al igual que aquélla donde se guardaban los códices–, la biblioteca y pinacoteca divinas, y al hombre como capaz de recrear el canto universal (ser su bardo o ministro), es una explosión de formas y colores, algo deslumbrante. Es concebir al mundo –y a nuestro paso por la vida– como una permanente obra de arte donde se proyectan indefinidas imágenes cambiantes, igualmente bellas y fantásticas, así estén coloreadas por la dicha o la tristeza, por el florecimiento de la paz o por la dramática batalla cósmica. (…).
NO-SER. Se llama así a lo no-finito, es decir, lo infinito, concepto que se puede entender equivocadamente por lo indefinido o tomarse por una simple negación del Ser. El No-Ser es la Posibilidad Universal; el Ser, la Unidad, es la afirmación de esa posibilidad, la primera determinación, que lleva en sí todas las posibilidades de desarrollo que se sintetizan en ella. (…).
NÚMERO. Los números son conceptos de relación que coinciden con los intervalos de los fenómenos, las pautas y su desarrollo en lo espacio-temporal. Ellos establecen las proporciones presentes en la armonía de todas las cosas lo que Jámblico pone de manifiesto en su Vida Pitagórica.
Pitágoras expresaba en su Discurso Sagrado que Orfeo dijo que la esencia de los números es el principio más providencial de todo el cielo, de la tierra, y de la naturaleza intermedia. Decía que el número es lo más sabio, y añadía que era hermosa la contemplación del cielo en su conjunto y la observación de los astros que se mueven en él, pero que ello se debía a la participación de la esencia primera e inteligible. La primera esencia era la naturaleza de los números y proporciones que se extienden a través de todas las cosas, de acuerdo con los cuales todo está armónicamente dispuesto y convenientemente ordenado.
OSCURIDAD. (…) Podría decirse que en el viaje iniciático se comienza con la oscuridad de la ignorancia, o el caos que es rasgado por el Fiat Lux, dando lugar a un proceso complejo, difícil, e iluminado, cuyo final sin embargo, es también una negra espesura asimilada a la ignorancia en su aspecto más alto y al No-Ser y lo Inefable. En efecto, la oscuridad inicial llega finalmente a la oscuridad final de las tinieblas, iluminadas por el palpitar de lo desconocido. Allí, en la oscuridad, se encuentran el comienzo y el fin, por lo que este símbolo polivalente, a la par de otros muchos semejantes, posee dos sentidos (o mejor una indefinida cantidad de ellos que se sintetizan en la díada), el de la selva oscura de Dante y el de la Posibilidad Universal en el ámbito de la Nada o la majestad de lo increado, que puede ser descrita como una oscuridad más luminosa que la luz del mediodía.
PURUSHA. El principio activo de la manifestación universal a cualquier grado que ésta se produzca ya sea sucesiva o simultáneamente, a saber la Voluntad Divina, o el Ordenador Supremo, siempre relacionado con Prakriti como una polarización del Ser Principal, en la que Purusha sería la esencia y Prakriti el principio plástico asociado a la sustancia y al principio pasivo. En el caso de la manifestación, la presencia de Purusha es determinante aunque sea Prakriti la productora de las formas, mientras que Purusha no es productor en sí mismo. Prakriti posee la capacidad de generar, bajo la influencia espiritual de Purusha,los tres gunas propios de toda manifestación. Purusha, como se ve, es un principio que permanece inafectado por las modificaciones individuales propias del macro o microcosmos que él mismo con su voluntad intelectual determina.
RESHIMU. Es la impresión o huella de En Sof en el vacío que se origina por la contracción (Tsimtsum) en el seno de lo Ilimitado, que dará curso a la manifestación cósmica. Una gran paradoja.
REVELACIÓN. Revelación es la irrupción del Bien, la Verdad o la Belleza en nuestras conciencias. De allí su parentesco con el mensaje, tratado anteriormente.
Sin embargo, etimológicamente la palabra revelación quiere decir de modo literal, velar dos veces (re-velar). Esto nos da mucho que pensar sobre el hecho de que todo lo que vemos o percibimos está velado y la revelación sería paradojalmente una vuelta a la oscuridad, un artilugio por el cual lo que está oculto o desconocido se hace presente, o conocido.
La revelación entonces es algo que sucede por contradicción entre dos partes de la cual surge una tercera que viene a ser el fruto de lo revelado.
De hecho, el mundo en el que vivimos es una serie, o conjunto de revelaciones, lo que es muy frecuente de observar, si nos remontamos a las percepciones de la infancia.
Revelar es desnudar y de esta manera comprender tanto el vestido como su función, la mayor parte de las veces, ilusoria. Pero se suele entender este término como la recepción de un mensaje liberador, tal la revelación cristiana.
La revelación es igualmente el nombre secreto de la cosa, el enunciado que la ha hecho posible. La audición está íntimamente ligada con este proceso de Conocimiento.
SABIDURÍA. Estado al que pueden acceder los sabios, o sea aquellos seres humanos que han llegado al auténtico Conocimiento.
Es decir: la Intuición directa e Intelectual del plano metafísico. A lo que se llega después de que el Ser Universal se refleje en el ser particular, a saber, del Conocimiento de la Ontología, que suele incluir la comprensión del mundo cosmológico en su sentido más alto. (…).
SER. Aquello que es lo que es. En el caso del ser humano, su identidad con el Ser Universal, es lo que se logra a través de un segundo nacimiento después de la muerte a lo ilusorio y a la irrealidad del mundo. Por lo que el ser no nos es dado y se logra por mediación de la unidad con la que se identifica.
En las iniciaciones este tramo se relaciona con el sol –y el jardín del Paraíso– que se trasciende por el Conocimiento verdadero del No Ser vinculado con lo polar. Y por último la integración en la perenne Posibilidad Universal, fin último de todo proceso cognoscitivo. (…).
SOL. El sol es el centro del mundo que, por su irradiación –luz y calor– da origen a la vida, por medio de la tierra que conforma una de sus periferias. Su asociación con el corazón y la rueda resulta evidente. Nuestro Universo es un sistema solar con planetas que giran exterior e interiormente a su órbita desde la perspectiva de la tierra.
Es útil aclarar también que en el Universo hay tantos sistemas solares como las estrellas que tachonan la noche. (…)
En el simbolismo iniciático es la primera meta del recorrido, equiparado al jardín del Paraíso, al auténtico Ser y al segundo nacimiento el que sin embargo ha de ser trascendido hacia el viaje al No Ser, significado por el simbolismo polar, o sea lo supracósmico, el tercer nacimiento. (…)
VIRACOCHA (Perú). Nombre del dios liberador, entre los antiguos peruanos. Dios hacedor del mundo entre los indios andinos, original del lago Titicaca, donde vivía; fue también el constructor de Tiahuanaco.
Señor y dueño de todas las cosas, era el patrono del crecimiento en general. Regalos –tierras, ganado, ofrendas– eran dados a otros dioses incas, pero a Viracocha no se le daba nada puesto que lo contenía todo. Antes que el sol y que la luna fueran hechos, se elevó desde el fondo de las aguas de su hogar; después creó los dos cuerpos luminosos y los colocó en el cielo convenientemente. Su siguiente tarea fue hacer imágenes de piedra y dotarlas de vida, creando así la raza humana. El dios enseñó a los hombres las artes, la agricultura, y la metafísica; les dio enseñanzas mágicas e instituciones. Con posterioridad, habiendo hecho su trabajo, desapareció como había llegado, de súbito. (…).
Todas esas características de la prosa de nuestro autor apuntadas más arriba, y que contribuyen a plasmar su pensamiento, se mantienen naturalmente cuando toca el amplio tema de la Historia y la Geografía, o sea del tiempo y del espacio en sus múltiples expresiones, como hemos tenido ocasión de comprobar en la entrada dedicada a la Astronomía y a la propia Geografía, o cuando se ocupa de ciertas ciudades y centros sagrados de distintos lugares de la tierra, casi todos ellos visitados personalmente por nuestro autor (la citada Benarés, Alejandría, Atenas, Atlántida, Barcelona, Cuzco, Delfos, Florencia, Jerusalén, Londres, México-Tenochtitlan, París, Roma, Safed, Toledo, Venecia, etc.);
También cuando se sumerge en las teogonías, en los mitos y la cosmovisión de las diversas culturas y civilizaciones, como por ejemplo la precolombina, que junto a las del resto de Occidente (a destacar la Egipcia, la Judía –y dentro de ella la Cábala–, la Griega, la Romana, la Cristiana, y sobre todo la Tradición Hermética, la Alquimia y otras organizaciones iniciáticas como la Masonería, amén de algunas referencias a la antigua Tradición Celta y Nórdica), tienen un especial tratamiento en el Diccionario, a las que debemos añadir las de Oriente, en primer lugar la Hindú, y también la Sumeria y la Babilónica (el Código de Hammurabi, La Epopeya de Gilgamesh, Himnos Sumerios), ciertas referencias a las culturas africanas (y a la influencia de éstas en ciertos ritos de los negros de América Latina)[13], e incluso a la Tradición China, donde tiene una entrada al respecto y de la que aparte tiene otras en las que menciona algunos de sus símbolos más conocidos (I Ching, Yang-Yin, Tao-ki).
Asimismo cuando trata de las biografías y genealogías ejemplares de los integrantes de la «cadena áurea», que llega hasta nuestros días, y de la que este Diccionario y su propio autor son un testimonio;[14] y por supuesto cuando escribe de la sacralidad de los símbolos presentes en la naturaleza (en sus tres reinos), en el orden humano y en el cósmico, de la fauna mitológica, o de todos aquellos que conforman la estructura geométrica y numérica de las artes y las ciencias tradicionales. En fin, en todas las entradas que se han recogido en este Diccionario, que como el propio Federico explica en la Introducción:
sólo pretende ser una herramienta para la comprensión de estos misterios, lo cual logrará cada lector –o no– en la medida de sus posibilidades del modo en que las puede brindar una obra de esta naturaleza: pistas o rastros a seguir en un camino inmenso al punto de lo indefinido.
En efecto, y en conformidad con el resto de su obra, nuestro autor nos señala el camino y nos introduce en él invitándonos a participar con nuestras propias meditaciones en la estructura invisible de una Cosmogonía siempre viva, emanación perenne de una Inteligencia y una Sabiduría arquetípicas, gracias al concurso de las cuales, y a su encarnación en lo humano, podemos despertar a nuestras potencialidades suprahumanas y nacer a ellas. No es por tanto un Diccionario que agote de «una sola vez los conceptos vertidos» –lo cual por otro lado sería imposible–, sino que, como decimos, estimula al lector a agregar su propia comprensión,
que se verá fortalecida por sus antiguas lecturas sobre el temario que aquí se trata y en general por la amplitud de su cultura en varias disciplinas diversas, sin ninguna especialización. (Introducción).
Pocos autores como él han llegado en nuestro tiempo al núcleo de la Filosofía Perenne y han sabido extraer su mensaje para revelarnos y comunicarnos su valor como instrumento de la transmutación y la regeneración. Nuestro autor siempre va más allá de la mera especulación teórica o mental, que son, al igual que la erudición, medios pero no fines en sí mismos. Para él –y también para nosotros que hemos bebido y estamos bebiendo de su obra, y así será siempre–, el símbolo es fundamentalmente un vehículo intermediario donde un mito, un numen, una idea-fuerza, un aspecto de la Deidad, se revela al hombre y le permite romper los moldes establecidos por la mentalidad profana, que implica también el ir abandonando su voluntad individual en manos de la Voluntad del cielo, y poder acceder a otros mundos, o a la obtención
del conocimiento de diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por distintos grados de conciencia. El símbolo era y es, en consecuencia, el medio de comunicación entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por excelencia, ya que él cuenta la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre cambiante, de múltiples falsas apariencias.
Esta última cita ha sido extraída de la voz «Símbolo». Asimismo, y en relación con esto, en otro lugar afirma que los símbolos y los mitos
son actuantes –como creía Platón– y expresan otro nivel del intelecto ligado con los dioses.
Recordábamos anteriormente que nuestro autor posee ese arte que los griegos llamaron la mayéutica, y que desde la Antigüedad más remota ha sido atribuido a los verdaderos sabios, aquellos que estaban cualificados para comunicar el Conocimiento y ayudaban a nacer a él a quienes disponían su corazón para recibirlo, sin dejarse arrastrar por las tendencias inferiores del «hombre viejo» (temores, prejuicios de todo tipo, etc.) y con la íntima certeza de que la Verdad es lo único que puede hacerles verdaderamente libres.
III
Es indudable que este Diccionario corona la obra de nuestro autor. De algún modo toda ella está aquí contenida, pero no sólo como una síntesis de la misma, que por supuesto lo es, sino porque además aborda de modo específico prácticamente todos los temas que ha desarrollado, aun de forma breve, en sus libros anteriores, y hasta escribe sobre aquellos que nunca antes había mencionado y que aquí encuentran su lugar, lo cual añade un interés más a su estudio. Pero incluso los que ya había tratado, en este Diccionario proyectan otras luces, otros conceptos igualmente iluminadores que se complementan con los que ya conocíamos, ampliando así nuestra comprensión de los mismos, nuestra perspectiva sobre las cosas, como es el caso por ejemplo de la entrada «Gravedad (Fuerza de la)», a la que nuestro autor se ha referido varias veces en distintos lugares; sin ir más lejos en El Simbolismo de la Rueda, y más concretamente en su capítulo VIII. Se hace evidente así, una vez más, la pluralidad de sentidos del símbolo.
Asimismo, ha incluido términos que perfectamente pudieran no estar en un diccionario que trata de la simbólica, pero que sí tiene sentido haberlos incorporado por la conveniencia en conocer y aclarar su significado dentro del contexto de la enseñanza iniciática. Este es el caso de la palabra «moda», que lejos de ceñirse exclusivamente a cuestiones banales, frívolas y pasajeras, señala por el contrario las tendencias colectivas e individuales que afectan al ser humano en un determinado período histórico y que tocan numerosos aspectos de la vida en distintos órdenes, estando por ello relacionada estrechamente con la cuestión de los ciclos y los ritmos temporales. A propósito de esta palabra leemos:
El fenómeno de la moda que se impone de manera general y en distintas partes del mundo, debe ser estudiado –especialmente por el historiador– con toda seriedad pues va más allá de la ropa, el maquillaje, los tatuajes y los cortes de pelo, con los que habitualmente se lo suele relacionar. En efecto, no sólo toca al gusto, que cambia sin cesar, sino a las ideologías, las creencias, es decir, la actualidad de nuestro planeta y sus alternativas, ya que esta forma cíclica se encuentra vinculada, como se ve, con la propia vida individual, si observamos cómo las enfermedades crónicas también se hallan condicionadas por períodos que la vida determina, así como la forma de curarlas y sus medicamentos. Obedece al cambio como lo único real y a la necesidad de fijarlo para hacerlo inmóvil y por lo tanto creer en él, aferrándose con desesperación y cargándolo de atributos, sin ni siquiera comprender que también está sujeto al devenir, como cualquier otra cosa. (…).
Hemos de decir que nuestro autor ha acertado plenamente incluyendo esos términos[15] (que no han hecho otros Diccionarios de símbolos), sugiriéndonos de manera sutil que en realidad todo puede ser considerado desde la perspectiva de la enseñanza iniciática, que es universal y que por lo tanto integra los múltiples puntos de vista en una síntesis totalizadora. Nos hace ver nuevamente que la Ciencia Sagrada tiene como función principal «difundir la luz y reunir lo disperso» partiendo del principio de Unidad que es a su vez el sostén y la «clave de bóveda» de toda la Manifestación, que se resuelve constantemente en el No-Ser metafísico.
Sin embargo, y a pesar de que esté relacionado lógicamente con toda su obra anterior, debemos tomar este Diccionario como lo que es en verdad: un libro nuevo que tiene su propia entidad y estructura. Partiendo, como todas las cosas, de un origen, de una idea-fuerza inicial, se ha ido haciendo a sí mismo desplegando toda la potencialidad contenida en esa idea primigenia, conducido por la magia del Verbo y la inspiración venida de las Musas, hijas de la Memoria. La reminiscencia, o el «recuerdo de sí» en el sentido como lo entiende nuestro autor y el propio Platón explica en su obra, es una constante en este Diccionario, donde precisamente aparece la siguiente cita del maestro griego que está muy relacionada con lo que venimos diciendo, es decir que la memoria es la
Disposición del alma capaz de conservar la verdad que hay en ella (Definiciones).
Si la presencia de Platón es constante, también lo es la de los neoplatónicos (griegos, romanos, judíos, cristianos) encabezados por Proclo, el eminente recreador de su obra, a través de cuya influencia en Dionisio Areopagita y otros neoplatónicos cristianos la filosofía de Platón desembocó en la Edad Media, resurgiendo nuevamente en el Renacimiento con Marsilio Ficino y la Academia de Florencia. Las numerosas citas que aparecen en el Diccionario de los Diálogos de Platón (fundamentalmente elFedón, Critias, Timeo, Fedro, Crátilo y El Banquete) constituyen en sí mismas una verdadera guía intelectual, pues además han sido escogidas para formar parte integrante de aquello que nuestro autor está expresando en una determinada entrada, o sea que no sólo afianzan o acompañan lo dicho por él, sino que hay una verdadera conjugación entre ambos, esto es, un pensamiento que brota de la misma fuente, del Mundo Arquetípico e Inteligible, aquel que ha dado lugar a la Filosofía, que tal y como la entendía Platón, y la entiende nuestro autor, es más bien una Teosofía cuya estructura toda tiende a la Metafísica.
Precisamente, en la entrada «Filosofía» nos dice lo siguiente sobre Platón:
Platón, basado en Sócrates y teniendo el fundamento de todo el pensamiento griego, Orfeo, Pitágoras, los presocráticos y estoicos incluidos y tan comprensivo respecto al pensamiento mítico (Hesíodo, Homero, etc.), al que explica y pone en valor, recordando la herencia recibida de Egipto, Mesopotamia, Persia, India y de otras fuentes orientales (incluso nórdicas) –donde se menciona la influencia que han tenido los griegos sobre esas Tradiciones, pero no a la inversa– es el fundador de la filosofía y un renovador y actualizador de la cosmogonía y metafísica de la Antigüedad, es decir, de la Tradición Primordial, y a la vez un autor al que nos conduce cualquier camino, cabo suelto, o tema sobre el que podamos hoy especular, sintetizando en sí todo lo que el término filosofía pueda expresar.
Estas últimas palabras evidencian que nuestro autor conoce muy bien la obra platónica, una obra que en efecto es una emanación de la Tradición Primordial, porque, como se pregunta en la entrada «Escuelas Mistéricas»:
¿quién le enseñó a Sócrates? Y a que los presocráticos no lo hicieron, es la pregunta concreta que se hace todo filósofo.
Es de esta línea de pensamiento que desemboca en Platón (y en Aristóteles) y fluye a lo largo de la metafísica de la Academia de Atenas y del Corpus Hermético, de donde vienen nuestras enseñanzas. Su origen es no humano –como se sabe– y siempre le han sido reveladas al hombre en todo tiempo y lugar.
En efecto, nuestro autor ha sabido adaptar a la mentalidad de nuestro tiempo la obra platónica y las enseñanzas derivadas de la Tradición Hermética y la Cábala, y de todo ello ha surgido una síntesis prodigiosa cuyos antecedentes históricos más próximos podemos encontrarlos entre los sabios, cabalistas y maestros del Renacimiento, cuestión ésta que ya apuntamos especialmente en el capítulo XII. En este sentido, y viéndolo desde la perspectiva de la Historia de las Ideas, o de las Ideas en la Historia, su obra es heredera directa de toda esa corriente que ha conformado a Occidente desde sus orígenes, llegando así hasta nuestros días, y en la medida en que la comprendamos y asimilemos –en el grado que esto sea–, podemos considerarnos también partícipes de esa herencia.
La integración de un ser cualquiera en todo tiempo y lugar a esta cadena es una posibilidad que puede dársenos sin ninguna otra condición que el amor al Conocimiento, para algunos una verdadera necesidad. Oportunidad que al comienzo del proceso no se puede creer por su magnitud y generosidad pero que puede hacerse nuestra y en nosotros pese a su inmensa grandeza y su cabalidad.
Lo curioso, es que no es por esmerarnos que podemos transitar el mismo camino que Dante y Virgilio o Platón y su Academia, que hasta el día de hoy funcionan en el jardín de la mente, siguiendo las directrices del Colegio Invisible, tal cual los integrantes de aquella Academia que desde el siglo IV a. C. hasta el V d. C. siguieron el pensamiento siempre vivo de Sócrates, culminando con el neoplatonismo y Proclo (que también se decía hijo de Hermes). Es pues la gracia y no los trabajos afanosos del hombre, o sea, los nuestros, la que nos llevará al Conocimiento, pues la puerta está siempre abierta para ser transitada por todos aquellos que hayan sido llamados para ello. («Cadena Áurea»).
IV
Muchas veces tenemos la impresión de que no estamos ante un Diccionario en el sentido corriente del término, sino ante un texto que podemos leer «de la A a la Z como un libro más», y que es en gran parte el resultado de una meditación sobre los temas que van apareciendo al espíritu de su autor, muchas veces de manera espontánea, otras debidamente meditados, y otras más tras un ejercicio de selección –inevitable por otro lado debido a que son innumerables los términos que tiene a su disposición. Pero siempre el punto de partida, el origen que impulsa su desarrollo, está en la inspiración que viene de las ideas arquetípicas y su «reminiscencia» en el alma, que de esta manera puede expresarlas, siendo la escritura («la más perfecta forma de comunicación» como dice en la entrada del mismo nombre) el vehículo que fija sus contenidos.
En este sentido, otro aspecto a destacar de este Diccionario que tiene relación con la naturaleza y el origen de esa inspiración es que podemos consultarlo a veces de modo oracular, y así lo sugiere nuestro autor nuevamente en la Introducción, quien añade que de esta manera son consultados muchos diccionarios de símbolos. Recomendamos al lector que consulte de esta forma al Diccionario, haciéndole una pregunta y abriéndolo seguidamente al azar.
En cuanto a su estructura la podemos ver como circular, donde una entrada lleva a otra
y ésta a una tercera para que entre todas, cercando el tema, pudiera obtenerse la comprensión de lo que se informa. Pues ello es una manera de ligar analogías y correspondencias que producirán un concepto más cabal del asunto el cual de por sí es casi imposible de definir exactamente…
Si tuviéramos que ilustrar esto con una imagen ésta sería muy semejante a la de aquellos grabados de Durero y Leonardo donde aparecen una estructura geométrica dibujada mediante los entrelazamientos de un hilo o cuerda que se va expandiendo concéntricamente, es decir en torno a un centro, de tal manera que semejan un mandala, esto es, un modelo de la Cosmogonía.
La primera impresión visual es de abigarramiento, de enjambre, pero conforme vamos prestando atención a la sutileza y elegancia de esos entrelazados en sus diferentes formas, es decir cuando penetramos en su estructura, percibimos claramente su articulación armoniosa, fruto todo ello de una unidad y de un orden sutil preexistente en el espíritu de su creador, que se proyectan en el grabado. Pues bien, algo semejante sucede con el Diccionario, donde podríamos utilizar otras imágenes simbólicas diferentes a éstas para hablar de su estructura, la cual siempre será análoga a la de aquellos símbolos que constituyen paradigmas de la Cosmogonía, o sea estructuras que en su desarrollo reproducen el despliegue de la Unidad arquetípica a través de las emanaciones de ella misma.
También en este Diccionario existe ese hilo, en este caso invisible pues se trata de una guía de orden intelectual-espiritual, que nos va conduciendo a través de los símbolos y los temas de la Ciencia Sagrada, que aquí están expresados de manera sintética como venimos diciendo, y cuya lectura reiterada (ritual) permitirá desarrollarlos ayudados también por las analogías y conexiones que entre sí mantienen muchos de ellos, hasta el punto que en ese juego propio de la Simbólica iremos «despertando» vínculos intangibles con las ideas que transmiten y que hasta ese momento permanecían latentes o dormidas; llega un momento en que el lector empieza a «dialogar» con el Diccionario, con su contenido, que incluye asimismo todo aquello que su estudio y las constantes reflexiones en torno a él nos van sugiriendo, evocando y revelando, pero también el encuentro con ese término que de repente te inunda de tanta luz por su clarividencia que todo lo que habías edificado sobre tus débiles hombros por fortuna se cae estrepitosamente, es decir se «disuelve», evitando la petrificación y ofreciendo la posibilidad de acceder a un ámbito más sutil de uno mismo, de coagular en otro nivel que se corresponde con el nacimiento a un nuevo estado. Por ejemplo, y aunque parezca paradójico con lo que estamos diciendo, en la entrada llamada «Fijar lo Volátil», la que reproducimos enteramente:
Operación, o mejor, serie de operaciones necesarias para establecer a la deidad como permanente en el alma del iniciado.
El adepto ya conoce la presencia de la deidad mensajera, pero quiere hacerla suya como un valor perenne en sí mismo. A través de muchas dificultades y trabajos ya ha reconocido diversas formas de la deidad que han aparecido, o se han presentado en su alma. Pero desea realizar en ella un vergel en el que cada macizo de flores, cada planta esté en su lugar correcto.
Para ello lo primero que debe saber es que con objeto de lograr el orden que pretende –cualquiera que éste sea– no debe confiar en su voluntad humana para conseguirlo, sino abandonarse a la Voluntad divina.
Esto no es lo que ha estado haciendo, sino lo inverso, aunque él no lo crea y en su necedad trate de demostrar lo contrario. Estaba esperando que esas imágenes difusas de la deidad –muchas veces ligadas a la niñez– se hicieran suyas para establecer así su propiedad y una vez munido de ella ser el beneficiario de algo que merece y se le ha otorgado por sus esfuerzos y virtudes.
Con la mentalidad del hombre viejo jamás la obtendrá y pospondrá indefinidamente sus posibilidades pues todavía imagina un tesoro, que hay que obtener.
En todo caso la retribución siempre es el presente, el hoy día. Eso es lo que debe obtener. La presencia perenne de la deidad en el ser humano nunca ha sido, en verdad, una pesca imaginativa de la belleza. Es la belleza en sí, la que se le da de modo permanente por la gracia.
Siempre es ahora y la eternidad es eso. En los comienzos la obtención de la sabiduría es una carrera de postas, pero cuando llega el momento del Sí mismo, siempre es actual, y la vivencia de lo simultáneo deviene eso, un ahora reiterado donde ya no hay adonde ir ni nada que percibir. No hay nada que conocer.
Y ello es haberse deificado y no unas vagas ensoñaciones, o unas ilusiones poéticas que sólo suelen ser unas falsas ideas del hombre profano, no sacralizado.
Abandonad toda esperanza vosotros que entráis,
dice Dante al comienzo del recorrido de la Divina Comedia.
Esta errónea visión de la que hablamos suele ser un bien propio del supermercado de «ideales».
Tal vez sea hora de dejar nuestra caja de sueños y obtener lo que se busca viendo lo que las cosas son en este ciclo, es decir, beber la hiel de la amargura como si fuera lo que hoy se nos da, nuestro alimento, y recibir la angustia de la desesperación con mucha objetividad. Quizá haya situaciones que no podremos resolver nunca. No esperar milagros; son contraproducentes. ¡Bájate de la nube!
Y así, de manera gradual e imperceptible, casi sin darnos cuenta, y conducidos únicamente por nuestro amor al Conocimiento (premisa esencial), iremos entrando en un ámbito donde el velo que cubre a las ideas se va haciendo cada vez más transparente, y éstas más reales, y lo que antes sólo eran conjeturas y suposiciones, presentimientos e intuiciones vistas en claroscuro, pueden convertirse finalmente en íntimas certezas, en entidades vivas que nos inocularán su veneno generoso, pues en éste también se encuentra el remedio, como muy bien nos enseñan los alquimistas de todos los tiempos.
V
A todo esto coadyuva extraordinariamente el material iconográfico que acompaña a los textos, y del que prácticamente se contabilizan novecientas imágenes y grabados. Decimos que acompaña, pero esta apreciación quizás no se ajuste enteramente a la verdad, pues por sí mismo ese material conforma de hecho un «mutus liber» al modo como lo entendían los hermetistas y cabalistas cristianos del Renacimiento. Por lo tanto, más que acompañar sería más justo decir que se complementa y se interrelaciona con el texto escrito y en algunos casos las imágenes ayudan a perfilar ciertas ideas vertidas en las voces correspondientes.
Las imágenes permiten crear esos «espacios mentales» tan necesarios para que dichas ideas se fijen y se asimilen. Desde el origen, el hombre ha recurrido a la imagen pictórica, al grabado, a la plástica en general, como medio de conocimiento, y recordaremos nuevamente el axioma griego de que «el hombre conoce a través de imágenes». Con esa extensa iconografía nuestro autor muestra así, una vez más, la inmensa riqueza del arte tradicional, su prodigiosa e inagotable variedad pues esas imágenes ponen formas visuales y tangibles a las ideas cosmogónicas y metafísicas, o sea a la Sabiduría Perenne. Esto refuerza aún más lo que hemos dicho acerca de que este Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos representa la coronación de su obra.
Si toda imagen es una síntesis (la recurrida frase «una imagen vale más que mil palabras»), las imágenes propiamente simbólicas, lo son de manera preeminente y contribuyen también a la transmisión de la influencia intelectual-espiritual. Esto lo sabe muy bien nuestro autor, que ha vehiculado a través de ellas una parte significativa de su enseñanza, como ya hemos tenido ocasión de señalar en distintas ocasiones, sobre todo en el capítulo XIV. La iconografía simbólica es el testimonio visual de una cultura, donde se recoge su cosmogonía entera, y dentro de ésta ciertos hechos en relación con sus ritos sacros y mitos fundacionales, o con determinados fenómenos celestes y cíclicos.
En el Diccionario tenemos numerosos ejemplos de esto último, y por nombrar unos cuantos citaremos la imagen que aparece en la voz Osiris, donde se capta un momento del «juicio de las almas» presidido por el dios; o bien, en Quetzalcóatl, la resurrección de esta deidad como lucero vespertino; o esa otra que representa a Xolotl, de cuyo cuerpo desgarrado nace el Quinto Sol; en Atenea-Palas Atenea tenemos el fragmento de una bella ánfora con la imagen de esta diosa saliendo de la cabeza de Zeus; o ese bajorrelieve que aparece en la voz Shamash con la imagen de un rey babilonio adorando a este dios solar; o esa otra imagen en la entrada Nave donde se ven a los argonautas navegar por un mar que parece tener la textura de las nubes, o sea de las aguas superiores; y en fin, en la entrada titulada Transmisión (cadena áurea), vemos aparecer las figuras de distintos representantes de esta insigne y luminosa genealogía (Agripa, Böhme, Roger Bacon, Giordano Bruno, Dante, Hermes Trismegisto, John Dee y Edward Kelly, Paracelso, Reuchlin, William Blake, Pico de la Mirandola, etc.), punto de contacto de lo humano con la Ciudad Celeste.
Como el mismo Federico afirma nuevamente en la Introducción ese acopio de imágenes pertenecen a su fondo iconográfico, sin duda extraído de su maravillosa biblioteca, a la que ya mencionamos de pasada en otros capítulos, y de la que, en el contexto de las reflexiones sobre este Diccionario, queremos recordar nuevamente su incalculable valor en cuanto que alberga en su seno, como un baluarte, el testimonio escrito de aquellas culturas y tradiciones de la tierra surgidas en todas las épocas hasta donde alcanza la memoria, por no hablar del conjunto de todas las artes y las ciencias, de los sabios y hombres de conocimiento, de los autores y corrientes herméticas, esotéricas y de pensamiento, o sea la voz perenne de la cadena áurea que ha mantenido en este mundo el vínculo con la Vida verdadera y el Misterio. Viajar por su biblioteca es hacerlo por las huellas que el Sí Mismo ha ido dejando en la memoria de los hombres mediante la magia de la escritura, el símbolo, el arte y la ciencia sagrada.
Todo esto se ve reflejado perfectamente en el Diccionario, donde de pronto aparecen vínculos entre distintas tradiciones de los que no teníamos noticia alguna y que de manera inesperada («¡el azar es hermoso!») nos señalan el camino para resolver una serie de «misterios» relacionados con el simbolismo de la Historia.
Por ejemplo, en la entrada «Tradición China», nuestro autor menciona la cultura de los Tocarios (de origen ario, griego y celta, que se establecieron hace varios miles de años en la parte occidental del actual territorio chino, y también en el norte de la India y Persia), afirmando que dicha cultura influyó en la gestación de ciertos elementos mitológicos y legendarios que acabaron formando parte de la Tradición china, «directamente metafísica».[16]
Por todo ello, podemos afirmar que su biblioteca, conformada por varios miles de volúmenes, forma parte constitutiva de su propia obra. Ella también testimonia el gran lector que nuestro autor ha sido durante toda su vida. Un lector de amplio registro pues sus lecturas y estudios han abarcado no sólo aquellos libros que tratan específicamente de la Filosofía Perenne y la Tradición Unánime, sino también de esas obras literarias en verso y en prosa de todos los tiempos que nos «despiertan y hacen presentir la inquietud y el deslumbramiento del Conocimiento».
Asimismo, es muy probable que su amor a la lectura le haya despertado ese don en el arte de narrar –ya innato en él– que hace que su lenguaje tenga esa terminología tan rica y abundante en matices que le permite enunciar las mismas ideas de diferentes maneras ampliando así las posibilidades de comunicación y la pluralidad de sentidos de las mismas; es más, diríamos que su conocimiento de la lengua deviene un acto mágico-teúrgico en cuanto que vehículo transmisor de las ideas. Al fin y al cabo estamos hablando de la palabra humana como reflejo del Verbo espermático, arquetípico.
La palabra está cargada de vida, no es sólo un concepto, sino que produce un efecto vital, tal como el aliento nos da la existencia; por lo que el mensaje oral, o escrito, es la palabra de vida, convirtiéndose así en una deidad intermediaria. («Logos»).
Sumergirse en las profundidades de una lengua[17] es hacerlo en un organismo vivo: todo en ella está interrelacionado y conforma una estructura inteligente que, como tal, se encuentra jerarquizada en diferentes planos que contienen la totalidad de sus sentidos, de sus «significados significantes».[18] En lo que se refiere concretamente a la transmisión de la doctrina tradicional es muy importante saber conjugar y articular esos significados para que la aprehensión directa de las ideas encuentre posteriormente un cauce o un «orden» ya preexistente (la lengua) por donde poder formularse y hacerse comprensible a la mente humana.
Como íbamos diciendo, es esta biblioteca el resultado de años de búsqueda de libros, de manuscritos, de selección y recopilación de textos, de afortunados encuentros y hallazgos, de lectura, de estudio, de investigación bibliográfica, llevada a cabo por nuestro autor en los distintos países por donde ha viajado y vivido. Es decir un mundo, reflejo de la idea misma de Biblioteca como «utopía y arquitectura del pensamiento» (Las Utopías Renacentistas) y que en Occidente tiene sus antecedentes en la biblioteca de Alejandría. La biblioteca como un ámbito del trabajo hermético, como nuestro mismo autor nos dice en el capítulo XI de ese mismo libro sobre las Utopías, cuando habla de las semejanzas entre el Arte de la Memoria y la labor del investigador en su biblioteca:
donde los libros y obras de consulta, sus temas, autores, el lugar en que se encuentran, su edición, el color y tamaño del volumen, sus grabados y sus páginas marcadas, sus subrayados, etc., constituyen sus códigos de señales, evocaciones de otros momentos, recuerdos de caminos ya recorridos, de lecturas, de meditaciones, de fulgurantes comprensiones, analogías y relaciones, etc., directamente relacionados con las utopías individuales del que se esfuerza en el conocimiento. [19]
Al hilo de esto estamos convencidos que nuestro autor ha tenido en mente este Diccionario desde hacía ya muchos años; esto explicaría la abundancia de citas escogidas expresamente para ampliar e ilustrar su pensamiento en temas variadísimos, todas ellas muy acertadas, como esperando encontrar el momento en que pudieran cristalizar e integrarse en un texto más amplio, en un libro, y que estamos convencidos formaron parte de esas «páginas marcadas», de esos «subrayados» realizados en sus investigaciones y estudios, fruto todo de su trabajo interno que aquí tan generosamente nos muestra como contribución a la permanencia de la Tradición Unánime en el corazón de quienes, por su amor al Conocimiento, pueden llegar a albergarla. Podemos decir que esa selección de citas y de textos es un logrado hallazgo del Diccionario, y de alguna manera nuestro autor nos señala también con ello un método de trabajo a tener en cuenta en proyectos relacionados con estas labores de difusión a través de la escritura. Lo veamos por donde lo veamos, el Diccionario es una fuente inagotable de ideas fecundas.
Anteriormente señalamos a las culturas precolombinas como aquellas que han tenido un amplio tratamiento en este Diccionario. Y hablamos tanto de las naciones indias de Norteamérica como de las Mesoamericanas (azteca y maya fundamentalmente, entre muchas otras contemporáneas a éstas y también prehistóricas) y las del Cono Sur, donde sobresale la Incaica heredera a su vez en muchos aspectos de culturas más antiguas. Esta atención especial a la cultura precolombina se debe sobre todo, y como nos señala Federico en la Introducción, a que
generalmente no es tratada en Europa y de la que no conocemos, por otra parte, ningún diccionario referido a ella.
Se trata entonces de llenar un vacío[20] y en cierto modo realizar un acto de justicia con respecto a la gran Tradición Precolombina, que desde luego todos los lectores y estudiosos de su obra, y de este Diccionario en particular, agradecemos enormemente por lo que nos puede aportar y como un complemento extraordinario a su libro El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas. También porque estamos hablando de una tradición que en muchos aspectos todavía continúa estando viva.
Viendo todas las entradas referidas a lo precolombino estamos tentados de decir que ellas solas constituyen de por sí todo un diccionario.[21] Así sería desde luego si consideramos que todas esas entradas cubren lo esencial de las tradiciones precolombinas (de sus símbolos y mitos fundamentalmente); en realidad con esto queremos destacar la importancia que Federico concede a la perpetuación de la memoria de las tradiciones americanas, su acervo cultural, que tantas enseñanzas pueden retribuirnos, y en lo que toca especialmente al mundo de habla hispana existen lazos sutiles que se han creado a lo largo del tiempo entre ambas orillas del «Mar Océano» (las que nos unen más que nos separan), y que no podemos desde luego soslayar, pues han de tener un sentido relacionado con la actual coyuntura cíclica y de lo que significa Occidente en el conjunto del Manvantara.
Asimismo, contemplar las diferentes expresiones del simbolismo precolombino dentro de un conjunto extenso de símbolos pertenecientes a otras tradiciones diferentes, tanto de Oriente como de Occidente, nos permite distinguir todavía con mayor claridad la identidad fundamental entre todas ellas, confirmando así un origen único llamado Tradición Primordial. De ahí que en la medida en que más alejadas se encuentran las culturas en el tiempo más próximas están a su origen, y en consecuencia menos diferencias encontraremos entre ellas, así pertenezcan a este o aquel continente. Por otro lado, y puesto que las culturas no son organismos cerrados pese a sus especificidades propias –que las enriquecen–, también hemos de considerar sus relaciones e influencias recíprocas, lo que ha sido una constante en la Historia como hemos apuntado anteriormente.
En este sentido la iconografía cumple también un papel relevante, pues pese a las diferencias en las formas y a esas especificidades propias,[22] existen unos arquetipos comunes que se cristalizan en sus estructuras y diseños respectivos. La arquitectura, pero también las diversas artesanías, especialmente la cerámica y el tejido, son un buen ejemplo de lo que estamos diciendo; y por supuesto el calendario (un modelo del universo), que es común a todas las grandes civilizaciones y que nuestro autor ha tratado ampliamente en varios lugares de su obra como hemos visto, y del cual podemos decir que constituye una más de sus importantes aportaciones en el conocimiento de la Cosmogonía Perenne. Aquí, en el Diccionario, tiene varias páginas dedicadas a explicar su simbolismo apoyándose también con citas de textos elaborados durante la conquista por los propios indígenas y algunos cronistas, y asimismo de ciertos investigadores actuales, y de sus propios estudios al respecto, donde se explican la estructura interna del calendario mesoamericano, del maya y del azteca fundamentalmente, y sus correspondencias con la forma cósmica y la doctrina de los ciclos.[23]
Muy vinculada al simbolismo de los calendarios está justamente la doctrina de los ciclos y los ritmos cósmicos, o ciclología, ampliamente tratada también en el Diccionario, y con referencias a todas las tradiciones. Estamos hablando de una ciencia muy antigua, pero siempre plenamente actual, pues
estudia las huellas que ha dejado en su Obra un Creador ausente, pero presente en ella, por sus rastros que lo identifican (Ciclos-Ciclología).
El simbolismo de los calendarios y la ciencia de los ciclos, y cualquier actividad humana en definitiva, en una sociedad sagrada como la precolombina, o de cualquier otra de Europa, Asia, África u Oceanía, están penetrados por el mito en medio de una revelación permanente de los dioses y los númenes, de los que derivan las ciencias y artes del cielo y de la tierra, es decir las distintas enseñanzas y formas de expresión de la Cosmogonía. Esto explicaría la amplia acogida en el Diccionario de los mitos y dioses de las diversas culturas y de los vínculos y relaciones entre todos ellos, y de éstos con el ser humano, recipiendario de sus energías.[24] En esa amplia acogida subyace asimismo una intención didáctica, pues sabe muy bien nuestro autor que
el mito activa lo imaginal prototípico y nos despierta a la música de las esferas y al asombro. También conserva el rastro de las andanzas de los dioses y sus aventuras.
En este sentido, cuando al final de la Introducción nuestro autor afirma que él «no ha sido otra cosa en su vida que un contador de sueños por su capacidad de soñar y de narrar lo soñado», pensamos que está aludiendo precisamente a esa facultad imaginal donde se ubica el mito y el símbolo como intermediarios entre los dos mundos, el superior y el inferior. En la voz «Sueño» se habla precisamente del sueño visionario y profético como
coadyuvantes del despertar espiritual y que muchas veces señalan acontecimientos o cosas concretas que se producen y nos son transmitidas de ese modo, ya sea de manera directa y real o en un lenguaje simbólico.
No se trata entonces de vagas e ilusorias «ensoñaciones», sino de los sutiles efluvios de otros mundos que toman el vehículo del sueño para manifestarse en el hombre, sueño que en el estado de vigilia puede ser comparado con la «inspiración» poética. Entendemos así que esa «capacidad de soñar y de narrar lo soñado» no es otra que la de percibir las realidades superiores, teofánicas, que toman formas e imágenes sutiles en el plano intermediario, y el poder comunicarlas mediante el arte poético y simbólico, dos de los más poderosos vehículos de la Ciencia Sagrada y que forman parte constitutiva y esencial de la enseñanza de nuestro autor.
Esto es incuestionable desde todos los puntos de vista que lo consideremos, pues ¿qué es y para qué sirve verdaderamente un diccionario de símbolos sino para activar en el lector esa facultad imaginal, que en el hombre contemporáneo ha quedado prácticamente atrofiada debido a un montón de motivos, todos ellos causados por las adversas condiciones cíclicas del momento actual?[25]
El trabajo con los símbolos, y con los mitos, nos despierta nuestra capacidad de «imaginar» un orden arquetípico, lo que abre a la posibilidad de acceder al conocimiento y encarnación del modelo del universo. Sin esa capacidad, innata en el ser humano, quedamos encerrados en los límites estrechos de una mente exclusivamente racional, lo que nos hace incapaces de encontrar una salida a la misma. Aquí tenemos otro de los mensajes importantes que recibimos de este Diccionario y de la obra entera de nuestro autor como hemos estado viendo a lo largo de estas páginas.
Las referencias a los mitos y a las deidades son continuas en el Diccionario y por momentos parece que estamos ante un tratado sobre el Mito y la Teogonía. Esas referencias al universo de los mitos y las deidades se van entremezclando y relacionando con las demás entradas, de modo que el lector puede ir estableciendo sus propias analogías y atrapando los diversos sentidos que le van apareciendo a su sensibilidad y comprensión, cada vez más entrenadas en este «juego serio», y en consecuencia más porosas a sus influencias sutiles, aquellas que, en verdad, le están educando nuevamente.
Llegaremos finalmente a la misma conclusión que nuestro autor: que es tal el poder de los mitos que estos «constituyen de modo misterioso la propia raíz del logos».[26]
Por eso mismo es importante la distinción que nuestro autor hace entre mito y mitología. Ambos conceptos no son lo mismo. Como se ha señalado el mito nos despierta a la armonía cósmica y al asombro ante el misterio, y en él podemos ver las huellas dejadas por los dioses en sus andanzas, que constituyen para nosotros los paradigmas y modelos de nuestra propia iniciación. Por el contrario:
Una de las primeras cosas que hay que dejar en el camino del conocimiento es la mitología, y el propio vehículo te lo indica, cuando ya no evoca nada sino que te confunde. La mitología está escrita toda en un ambiente yetsirático».[27]
La sensación de penetrar en los ámbitos donde se fraguan las Ideas es muy vívida en el Diccionario, o sea que nuestro autor nos hace participar de esa Inteligencia Universal donde su obra se genera permanentemente. ¿Cómo no vamos a considerar el gesto de escribir esta obra como de una generosidad sin límites? Fuerzas muy poderosas y sutiles son invocadas y convocadas en el banquete que es sin duda este Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
Por eso hablamos de «estudio» y no de simple lectura cuando nos referimos a su contenido. Es una cuestión de «oído», de «saber escuchar», en la soledad fecunda, la potencia del Verbo actuando dentro de nosotros. Es como si efectivamente Federico te lo estuviera diciendo a ti mismo, «susurrándotelo al oído» según el feliz comentario realizado por un amigo en esta aventura del Conocimiento.
La enseñanza de su obra despierta lo esencial que hay en nosotros, y de algún modo llegamos también a comprender que esa obra y esa enseñanza es inseparable del ser humano que la expresa. El Diccionario no es sino eso mismo.
Pero no quisiéramos terminar sin reconocer que este Diccionario ha sido edificado sobre los mismos pilares que el resto de su obra, y que podemos detallar en los siguientes puntos sin que exista por nuestra parte ningún ánimo sistematizador, sino tan sólo el intento por explicar someramente lo que para nosotros es una certeza incuestionable:
– La poética (de poiesis, «crear») como eje mágico-teúrgico que nos evoca directamente la belleza intangible de la Idea; como en este sentido se afirma en el Diccionario, la poesía es «la cadencia y el ritmo secreto del cosmos». En la obra de nuestro autor la poética es una epifanía, «una irrupción de lo sagrado», de una realidad otra, mítica, que nos comunica la certeza inefable de la existencia del Misterio, presente en el corazón del hombre e idea-fuerza esencial que promueve su regeneración.
– El rigor intelectual como energía que nace del Amor al Conocimiento y a la Sabiduría, por lo que ambos están íntimamente unidos y son imprescindibles en el tratamiento del símbolo, que relaciona, vincula y armoniza entre sí los diferentes planos y realidades que constituyen la Cosmogonía Perenne, ordenando el alma entera –la inferior y la superior– de acuerdo a ese modelo, para finalmente ser absorbida en el Caos de las posibilidades superiores, donde se libra la verdadera realización metafísica o generación espiritual, que nada tiene que ver con estructuras ya solidificadas y petrificadas.
– Constatar la presencia en todos estos atributos de la energía espiritual de Thot-Hermes, el escriba divino y creador del lenguaje humano, dios civilizador por excelencia encarnado en los magos, teúrgos, sabios y fundadores de todas las tradiciones, culturas y corrientes de pensamiento esotérico y metafísico a lo largo de la Historia y la Geografía. Ligado con esto, destacar su extraordinaria «intuición» para traer «a la luz lo que estaba en tinieblas»,[28] o lo que estaba oculto, y esto está directamente relacionado con lo que decíamos acerca de la mayéutica; asimismo, esa intuición descubre en la apariencia de las cosas, o en lo aparentemente insignificante, una causa de orden más profundo que participa también de la trama invisible del mundo.[29]Este aspecto de la obra de nuestro autor es muy importante, pues nos transmite una visión amplia, en todos los sentidos, de la Tradición, que siempre está viva y es coetánea con los tiempos y los ciclos donde se desarrolla la existencia del ser humano.
– Otra cuestión –relacionada con todo lo anterior– que no debemos obviar aquí por su importancia, y que si bien no la hemos explicitado lo suficiente sí ha estado presente en todo este volumen, es la naturaleza «cainita» que reviste su obra, término que por otro lado nuestro autor ha utilizado sobre todo en sus dos libros sobre la Cábala,[30] y que designa a una tradición que representa, más que ninguna otra corriente dentro del esoterismo judío, el linaje espiritual de aquellos que no se conforman con su naturaleza simplemente humana –y cósmica– y buscan ante todo sus orígenes suprahumanos y supracósmicos. Es un linaje a contracorriente, presente en realidad en todas las Tradiciones y organizaciones iniciáticas, el de los que han sido llamados los «solitarios» y que están al margen de cualquier «norma» pues sólo obedecen al soplo libre del Espíritu. Ellos son el paradigma de los iniciados que acometen con toda el alma su realización metafísica, viviendo en su conciencia no sólo los estados manifestados del Ser (la Cosmogonía y la Ontología), sino también los inmanifestados del No Ser (la Metafísica), sabiendo que éstos son superiores a aquellos, pues son incondicionados.[31]
Por todo ello, concluiremos que este Diccionario, y por extensión la obra entera de nuestro autor, es también un «signo de los tiempos», como lo es toda entidad intelectual que de una u otra manera desempeña la función de «arca» en un momento de intervalo entre dos ciclos, uno que muere y otro que está naciendo. Alberga, por tanto, los gérmenes, léase las ideas inmortales, eternas, para que la Tradición Unánime continúe viva por encima de esa coyuntura temporal, impuesta por el movimiento pendular de los grandes ritmos y ciclos cósmicos. Dice René Guénon que todos los vestigios que la Sofía Perenne ha ido dejando a lo largo del presente ciclo humano, el Manvantara, han de volver a encontrarse al final de dicho ciclo para servir de punto de partida para la elaboración del ciclo futuro. Pues bien, la obra de Federico González, como la del metafísico francés, contribuye decisivamente a mantener la memoria viva de ese legado, de ese tesoro espiritual, que constituye el conocimiento de nuestra verdadera identidad: la Suprema Identidad.
Como en todos los eslabones de la «cadena áurea» que enlazan verticalmente con el Principio, esa obra es una ofrenda, la promesa de una Vida Nueva, porque en ella la Inteligencia Universal ha encontrado un eco, una reverberación, y así puede iluminar «las vidas de aquellos que se han prestado a recibirla, vaciando la copa abarrotada de su alma.» Encarnar es Ser, sería el santo y seña de toda la obra de Federico González, o sea «fecundar de modo virginal la Sabiduría Primigenia en el seno de uno mismo, que pasa a ser el Sí Mismo,»[32] sin atributos, sin nombres, increado. Esta, y no otra, será siempre la cuestión.
Y aquí estamos nosotros, personal calificado en estas disciplinas, y a nuestra medida y forma haremos todo lo posible y seguiremos volcándonos hacia los otros para mantener el esplendor de la Tradición Hermética.
Eso somos, trabajadores de una Tradición muy antigua, que ha tomado diferentes modos de expresión y de la cual somos servidores y empleados y sobre todo soldados, con muy poca fuerza pero convencidos de la inmensidad de lo que representamos.
Acepta, pues, nuestra labor ya que tú sabes que hace largos años que estamos en estos menesteres.
Y eso es todo, aunque siempre hay cosas nuevas y formas diferentes de realizar nuestro trabajo para despertar el intelecto divino.
Y agradecerte por todo ello, una y otra vez, entonando estos himnos de alabanza. («Himnos»).

Fig. 137. Elías Ashmole. Theatrum Chemicum Britannicum, 1652
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