La Numismática Romana como una
Simbólica de la Historia
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A TRAVES DE LA COLECCION DE MONEDAS DE
FEDERICO GONZALEZ FRIAS

Francisco Ariza

PRIMERA PARTE (cont.)


El personal de la ceca siempre fue muy variado y numeroso, en consonancia con las diversas fases en que se desarrollaban las operaciones de fabricación. Así, en la antigua Roma, a la cabeza de la familia monetaria o monetarii se hallaban los cargos públicos responsables del proceso, los magistrados monetales 4 tresviri auro argento aere flando feriundo, puesto que constituía el primer peldaño del cursus honorum. Bajo su mando se encontraba el resto de empleados de la ceca: los cajeros o nummullarii, los jefes de taller u officinatores, los fundidores de metal o flaturarii, los ensayadores o exactores, los grabadores de cuños o scalptores, los grabadores de leyendas o signatores, los ajustadores de forma y peso o aequatores, los martilladores o malleatores y los sustentadores de las tenazas o suppostores. Todos estos cargos, obviamente con distintas denominaciones y con los cambios exigidos por los avances tecnológicos, se mantuvieron en activo durante las Edades Media y Moderna.[19]

Volviendo de nuevo al aes grave, diremos que en él se representaban algunas de las deidades más importantes del panteón romano (Figs. 5-10). El as, su medida unitaria, se reconocía por tener en el anverso la efigie del dios Jano bifronte, una de las deidades más antiguas y arraigada en la cultura de los pueblos latinos; en el semis, o medio as, aparece Júpiter, el padre de los dioses, y a veces Saturno, el dios de la edad de oro, y que al igual que Jano bifronte es una deidad arraigada desde tiempo inmemorial en la tierra del Lacio; en el triente, o tercera parte del as, tenemos a Minerva (equivalente romano de la Atenea griega); en el cuadrante, o cuarta parte, la de Hércules, el héroe semidivino; en el sextante, o sexta parte, la de Mercurio, el dios del comercio y mensajero de los dioses; y en la uncia, o doceava parte, la de Roma personificada como una diosa. Todas estas monedas tenían en el reverso la proa de una nave, y en el exergo el nombre de la ciudad de Roma en letras mayúsculas.

Recordemos en este sentido que la nave, o la barca, era uno de los atributos de Jano,[20] pues además de ser el dios de los collegia fabrorum y quien presidía las “puertas solsticiales”, ligadas con la iniciación a los misterios, era también el dios de la navegación, la que desde luego está relacionada con el hecho iniciático mismo, que se concibe muchas veces como una travesía por el “mar de las pasiones” hacia las aguas superiores de la mar celeste. Naturalmente la iniciación está también bajo los auspicios de Mercurio, el Hermes griego, y del resto de dioses y héroes divinizados, como Hércules, que no en vano ha sido siempre en Occidente uno de los modelos ejemplares para quien sigue la vía heroica de la iniciación a lo sagrado en su búsqueda de la inmortalidad olímpica. Complementario con esto último está también la idea de que esa barca fuera la misma Roma (como de hecho queda sugerido en el exergo), como un arca que lleva en sí misma los gérmenes espirituales y civilizadores prestos para fecundar a los pueblos que irá conociendo a lo largo de su ciclo de existencia.

Aes con Jano y proa
Fig. 5. Aes de Jano bifronte y la proa en el reverso
con la palabra Roma en el exergo.

Aes con Saturno y proa
Fig. 6. Aes de Júpiter con la ‘S’ de semis

Aes con Minerva y proa
Fig. 7. Aes de Minerva

Aes con Hércules y proa
Fig. 8. Aes de Hércules

Aes con Mercurio y proa
Fig. 9. Aes de Mercurio

Aes con Roma y proa
Fig. 10. Aes de Roma

En todos los pueblos antiguos cualquier actividad, por exterior o material que fuese, no estaba separada del contexto religioso y sagrado donde aquella se insertaba. Por eso existía una diosa de la moneda, y también un dios del comercio, y precisamente no una deidad menor (cosa que tampoco era Juno Moneta), sino un dios olímpico, tal Hermes o Mercurio. Nada profano podía haber en esas sociedades, pues el comercio era también un símbolo de otro tipo de intercambio más sutil e intangible que los hombres mantenían con lo divino y numinoso, un intercambio realizado a través de los ritos mágicos y teúrgicos y por medio de un lenguaje que era el de los símbolos (y los signos), las gestas de los héroes y las narraciones de los mitos. En la moneda se quiso reflejar esa realidad insoslayable y no podía ser sólo una sustitución del trueque más sofisticada, sino portadora igualmente de un lenguaje simbólico y sagrado,[21] que expresara a esos numina o potencias de lo divino, todos ellos soportes para la transmisión de conocimientos directamente relacionados con los valores fundamentales de la civilización que las “acuñó”, es decir de su cosmovisión, de su forma de ver y de entender el mundo.

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Así pues, con las monedas como soporte, en el mundo antiguo también circulaban las ideas medulares de la civilización que los creó y de los distintos elementos sagrados que la iconografía simbólica manifiesta y expresa ampliamente. La propia forma redonda o circular que ya desde sus inicios adopta la moneda propiamente dicha[22] obedece también a ese sentido simbólico, además de práctico, los cuales no tienen por qué contraponerse. Un ejemplo ilustrativo a este respecto lo tenemos en el borde redondeado (es decir en el “canto” al que antes aludimos) de muchas monedas griegas de los siglos anteriores a nuestra era, constituido por una serpiente mordiéndose la cola, representando así a la serpiente “ouroboros”, un símbolo del universo y su perpetua regeneración cíclica. Estamos entonces ante algo muy parecido a un talismán, a un pequeño todo (un pantáculo), en sí mismo un objeto sagrado, que en el caso de la moneda que adjuntamos (fig. 12), contiene en su reverso a la lechuza, símbolo de Atenas y ave ligada a la diosa que le dio el nombre, Atenea, la Sabiduría, la que aparece representada generalmente en el anverso de la misma. Los tetradracmas de las figs. 13 y 14, del siglo IV, pertenecen a la colección de Federico González.

moneda griega con uroboros
Fig. 12. Tetradracma griego del siglo V a.C.

Tetradracma 1 AteneaFig. 13. Atenea

Tetradracma 2 BuhoFig. 14. Búho, símbolo de Atenea

Por eso mismo las monedas, a través de los símbolos allí representados, reflejaban las distintas maneras de expresar esos valores, que son los del espíritu y el alma de una civilización, tomados como referencia para destacar los acontecimientos que dejaron más profunda huella en la vida de un pueblo, de una nación, del jefe de una familia (en el caso de las gens romanas), de un emperador, de un rey, de la nobleza, en fin de las “fuerzas vivas” que la construyeron. Como estamos viendo la moneda sintetiza varios planos de la realidad: el económico, el histórico (que preserva contra “la profanación del olvido”, según la feliz expresión de un estudioso de la numismática antigua)[23] y también al plano intangible de las ideas referidas a la sacralidad del mundo, manifestada mediante una cosmogonía y una metafísica que se proyecta en ella y que reglaban todos los actos de la vida, la actividad y el pensamiento de los hombres.

En este sentido, las  monedas antiguas también cumplen esa función de transmisión de conocimientos cosmogónicos y metafísicos puesto que en ella se grabaron, como estamos viendo, unos códigos simbólicos que pretendían mantener vivos en la memoria ese otro tipo de “valores”, que eran precisamente los que daban a esa cultura el sentido de la misma y su verdadera razón de ser. Precisamente la memoria es una facultad del alma muy apreciada por nuestros antepasados que hicieron de ella una diosa (Mnemosine entre los griegos), y que está estrechamente vinculada con la conservación de lo que nos es legado, en el sentido no tanto material como sutil e intangible, y que a su vez hemos de transmitir (palabra que como se sabe tiene la misma raíz que “tradición”), conformando de esta manera la imagen de un encadenamiento que ha recibido el nombre de “cadena áurea” por la misma naturaleza del contenido que era transmitido y recibido: lo más valioso y esencial del saber de una cultura.

En el caso de Roma la moneda siempre estuvo bajo la supervisión del Senado. Precisamente esta institución nombra en el siglo V a.C. al Colegio de los Decenviros como autoridad directa en todo cuanto tuviera que ver con la moneda, su fundición y acuñación, sus pesos y medidas, sus tipos y sus emisiones. Los Decenviros eran diez magistrados escogidos de entre las familias nobles de Roma que tenían además atribuciones jurídicas, políticas y religiosas, siendo ellos los que introdujeron en el aes signatum las primeras marcas propiamente monetarias, siguiendo así el ejemplo de los legisladores atenienses, entre ellos el sabio Solón. De influencia griega es también la creación por parte de los Decenviros de La Ley de las Doces Tablas[24] (que fue nada menos que el germen del Derecho Romano), en donde se fijaron por escrito leyes que hasta entonces se dictaban oralmente por el Colegio de los Pontífices.[25] Recordemos que el Senado fue siempre uno de los pilares sobre los que se sostuvo la civilización romana, y entre sus muchas atribuciones estaba también la cuestión relacionada con el erario o tesoro público. Las iniciales S C que aparecen en muchas monedas significan precisamente “Senatus Consulto”, o sea emisión “decretada por el Senado”.

Aunque los Decenviros desaparecieron, siempre existió un cuerpo de magistrados (elegidos igualmente por el Senado) que seguía encargándose de la supervisión y todo lo concerniente a la moneda. Este es el caso de los Triunviros, así llamados porque eran tres los magistrados facultados para esa supervisión (los Triumviris Monetales),[26] que pervivieron prácticamente hasta el fin del Imperio, como lo demuestran aquellas monedas y medallas pertenecientes a emperadores tales como Septimio Severo o Gordiano Pío III, en donde aparece una representación de estos magistrados bajo el nombre de las “Tres Monedas” (fig. 15). Se trata de tres personajes femeninos que en realidad están personificando a Aequitas, la diosa del “comercio justo”, portando cada una el cuerno de la abundancia en una mano y una balanza en la otra, y teniendo a sus pies una porción de oro, de plata y de cobre. En torno suyo la leyenda Aequitas Augusti. Se significa así la equidad y el equilibrio como sinónimos de justicia, una de las virtudes de las que cualquier emperador no debe carecer.

Reverso de una pieza monetaria con Las Tres Monedas representación en sí de la Aequitas y de los Triumviris Monetales
Fig. 15. En el reverso de esta moneda, perteneciente al emperador Gordiano Pío III, aparecen las Tres Monedas como representación de los Triumviris Monetales.

En las monedas también aparecían, generalmente en los reversos, distintos símbolos e instrumentos utilizados por los colegios sacerdotales y pontificales, como por ejemplo el simpulum, especie de cucharón con mango vertical terminado en curva empleado por los sacerdotes y pontífices durante la celebración de sacrificios y libaciones rituales, con el que estaba asociado el lituus, especio de bastón, o báculo, terminado en forma de espiral, utilizado por los augures romanos en los sacrificios y ritos adivinatorios. También hallamos el trípode, que entre los romanos tenía forma redondeada, y estaba destinado a la ofrenda de frutos sirviendo de altar y como instrumento de los augures y arúspices para la adivinación. La pátera era otro de esos instrumentos, con forma de gran plato redondo destinado a recoger la sangre de los animales sacrificados. También aparecían otros atributos sacerdotales como el ápex, hecho con vara de olivo provista de un hilo rojo acabado en un mechón puntiagudo cosido al gorro que portaban los Flamines dialis (sacerdotes de Júpiter) y los Salios (sacerdotes danzantes de Marte y Quirino) durante la celebración de sus ritos.[27] El aspergilio, o aspersorio hecho con crines de caballo, utilizado para hacer la aspersión con agua sobre los asistentes al rito sacrificial. Y por último mencionar la securis, hacha empleada para el sacrificio del toro. (Ver figs. 16 y 17).

Augusto y símbolos sacerdotales
Fig. 16. Denario de César Augusto en cuyo reverso aparecen de izquierda a derecha y de arriba abajo: el simpulum, el lituus, el trípode y la pátera

denario de Julio César con elefante.gif
Fig. 17. Denario de Julio César en cuyo anverso aparece el elefante que pisotea a la serpiente gala, mientras que en el reverso aparecen diversos atributos sacerdotales, además del simpulum: el aspergilium, la securis y el ápex.
Para los romanos el elefante era un animal solar, y por su extensa longevidad casi centenaria se consideraba un símbolo de la diosa Aeternitas

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Hemos recordado que las monedas son también documentos históricos, y en este sentido cobra especial relevancia el hecho de que a partir del siglo III a.C. en las monedas empezarían a aparecer no ya únicamente las imágenes de las deidades así como el nombre de Roma en el exergo del reverso, sino también los nombres y las figuras de las distintas gens romanas que a lo largo del tiempo habían ido conformando a Roma, engrandeciéndola con sus actos militares, políticos, incluso culturales[28] o de cualquier otro tipo, y en donde no faltaba nunca una referencia epigráfica e iconológica al origen del apellido y a su fundador, ya fuese de origen divino, mítico o humano. Por ejemplo, la gens Julia decía descender de Julius, hijo de Eneas, el héroe troyano hijo a su vez de Anquises y de la diosa Venus, lo que explica las múltiples representaciones de esta deidad, y también de sus atributos (como Venus Victrix o Venus Genetrix), en las monedas de esta gens, aunque desde luego no faltan tampoco representaciones de otras deidades como Marte o Apolo, aunque en menor medida. Otro tanto podríamos decir de la gens Claudia, que decía descender de Ulises, el otro héroe troyano. Y de la gens Fabia, que tenía a Hércules como el fundador de su linaje. Otro tanto de la gens Calpurnia, que en este caso se decía descendiente de Numa Pompilio, el legendario segundo rey de Roma. Esto fue así durante la República, y con el advenimiento del Imperio paso a ser el busto del emperador (o emperatriz) el que figuraba en el anverso. Es precisamente con Julio César, uno de los más destacados miembros de la gens Julia, que aparece por primera vez en la moneda la efigie de alguien aún vivo, aunque esto nunca habría sido así si previamente éste, como es el caso, no hubiera adquirido en vida la condición de héroe divinizado.[29]

Es decir se empezaba a acuñar lo que se ha dado en llamar las “monedas genealógicas”. Para algunos historiadores es muy fácil despachar un asunto tan complejo como este afirmando que esos cambios en las monedas (especialmente en los denarios) se hicieron para promocionar a los magistrados, cónsules, tribunos, etc. de las distintas gens o familias en sus aspiraciones políticas y militares. No negamos el hecho de que esto en parte también fuese así, pero hay que conocer el contexto histórico en que se produce ese cambio en la moneda, cosa nada baladí teniendo presente todo lo que hemos dicho acerca de la importancia de ésta no sólo en su aspecto puramente económico sino también como vehículo de transmisión de ideas de orden más sutil. Ese contexto no es otro que las guerras que Roma emprende contra Cartago, y también contra Macedonia,[30] entreveradas con las conquistas de Hispania y la Galia fundamentalmente, o sea un contexto en el que Roma se iría expandiendo poco a poco fuera de la península Itálica. Las Guerras Púnicas comienzan en el 264 a.C.,[31] y terminan, con períodos intermitentes de tregua, casi un siglo después (en el 146 a.C.), pero los eventos militares de cierta amplitud (incluidas las guerras civiles) no acabarán hasta el momento en que Octavio Augusto es coronado emperador en el año 27 a.C.

Nunca Roma había acometido una empresa de tal envergadura, pues al mismo tiempo que se combatía y se conquistaba también se estaba llevando a cabo el proyecto civilizador para el que Roma estaba destinada, un proyecto que abarcaría gran parte de Europa, el norte de áfrica y el Oriente Próximo, es decir prácticamente casi todo el mundo conocido hasta entonces por Occidente. No olvidemos que Roma había sido dotada por sus dioses de un espíritu constructor, de hacedor de puentes, es decir de comunicación entre los pueblos, y la guerra, según la concepción antigua de la misma, era una de esas formas, pero no suficiente cuando, como es el caso, se trataba de edificar todo un Imperio basado no en el dominio permanente a través de la fuerza, sino poniendo en práctica un modelo de civilización esencialmente integrador, donde los dioses de los pueblos conquistados estuvieran presentes en el Panteón junto a los dioses de Roma.

Como decíamos, para semejante empresa se hizo pues necesaria la participación de todo el pueblo romano unido a su clase dirigente, a la cabeza de la cual estaban las distintas gens romanas, ya fueran de origen patricio o plebeyo, cuestión ésta que para lo que estamos tratando ahora no importa demasiado, pues por encima de las diferencias de origen estaba el cumplimiento de un destino que con toda seguridad ya estaba en germen en el momento de la fundación de Roma, cuando los paterfamilias de las distintas gens realizaron el rito primigenio de depositar en una fosa común un puñado de tierra de sus respectivos territorios, la terra patrum, la tierra de los padres y los ancestros pues estaba consagrada por el antepasado mítico que había sido elevado al rango de divinidad. Las tierras sagradas de los distintos linajes fueron mezcladas y de ellas brotaría una unidad superior de origen uránico y celeste, que se encarnaría en Roma como concepto y modelo de civilización hecho para perdurar en el tiempo. Precisamente el momento histórico que se abrió con las Guerras Púnicas ofrecía una posibilidad inestimable para acabar de concretar ese destino, y estamos convencidos que esa fue la motivación íntima, secreta, inherente en el alma y la historia sacra de Roma, que movió al Senado, a los cónsules y generales, es decir a los diversos paterfamilias de la gens romana, a dar el paso definitivo cuyas consecuencias serían de gran trascendencia no sólo para Roma sino para el futuro del Occidente entero.

Por eso mismo es que encontramos una cierta analogía entre aquel rito fundacional de la gens primigenia y el que llevarían a cabo sus sucesores al desencadenar esos acontecimientos guerreros,[32] que como decimos no eran un fin en sí mismos sino un medio de llevar a cabo aquello para lo que Roma nació en el escenario de la Historia humana. En el fondo se trataba de una nueva refundación de Roma, y que durante todo el tiempo que duró ese período (casi 200 años) se estuvo, de facto y por la fuerza de los hechos, bajo el poder de una aristocracia militar (asumida por las gens romanas), concepto éste que expresan muy bien lo que fue ese período, donde la nobleza tuvo un papel preponderante, siendo algunos de sus integrantes verdaderos estadistas y perfectos conocedores de las ideas medulares de la Tradición Romana, o sea auténticos jefes-pontífices.[33] De hecho, el sentido etimológico de la palabra gens, gente, contiene ya la esencia misma y aquello que dota de verdadero sentido a la que sin duda alguna es la más antigua institución de Roma, anterior incluso a la fundación de la ciudad por Rómulo. Gens deriva del verbo generar, de donde deviene precisamente progenie y todas aquellas palabras que de una u otra manera están relacionadas con la acción de crear, de establecer, de fundar, de concebir, de forjar.

Nosotros pensamos que con las acuñaciones de esas nuevas monedas (los denarios) se estaban invocando sobre todo las virtudes y la fuerza espiritual de los padres y antepasados que fundaron la estirpe y la línea genealógica de los que en ese momento histórico estaban al frente de Roma, que dejaron en esas monedas constancia de los hechos más significativos de su gens, lo cual nos está indicando que ellos conservaban la memoria de su propia tradición familiar, que estaba viva y operante gracias al rito permanente de su evocación y a la presencia constante de sus deidades particulares (los dioses lares), imbricadas con las de Roma considerada como una entidad suprahistórica. Este es el “cuño” intangible impreso en el alma de los mejores y más cualificados de esos hombres, que les otorgó el derecho de participar en la realización y cumplimiento de ese destino suprahistórico (de esa utopía), inseparable del suyo personal.

Comienzo

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Notas

[19]  Diccionario de Numismática. Carmen Alfaro Asins y otros. Ministerio de Educación y Cultura, 2009.

[20]  Cuenta la leyenda que Jano llegó al Lacio a bordo de una barca.

[21]  Incluso cuando, como en el caso del aes rude, la moneda no llevaba ningún símbolo ni marca, ésta no perdía ese intrínseco valor de objeto sacralizado. Por eso, cuando el aes rude ya no estaba en circulación, todavía se usaba para sellar y consagrar la venta de cualquier bien, ya fuese una casa o un campo. Asimismo estas piezas toscas eran utilizadas como ex-votos ofrecidos por su valor intrínseco a las divinidades campestres que habitaban en los nacimientos de los ríos y en las fuentes, dándose el caso, relatado por Tito Livio en su Historia de Roma, de cómo los soldados de Aníbal, durante su estancia en Italia, depositaron muchos de estos aes rude como ex-votos en el bosque sagrado de Feronia, una deidad que algunos autores romanos, como Mario Servio, llegaron a identificar con la propia diosa Juno.

[22]  Algunas culturas adoptaron la forma cuadrada en algún momento de su historia, como es el caso de la civilización islámica, cuya moneda además carece prácticamente de imágenes, lo cual la distingue y la hace ajena a las acuñadas por todas las civilizaciones occidentales.

[23]  Nos referimos a Ernest Babelon en su obra Descripción Histórica y Cronológica de las monedas de la República Romana.

[24]  Tres de esos decenviros (Sempronio Postumius Albus, A. Manlius y T. Sulpicius) visitaron Atenas para conocer de primera mano las leyes que regían en las ciudades-estado de Grecia. De la gens Postumia tendremos ocasión de hablar más adelante con ocasión de la descripción de un denario perteneciente a este linaje, de origen patricio.

[25]  Estas leyes orales, y otras escritas ya antes de las Doce Tablas, no se derogaron sino que se incorporaron a éstas. Era tradición entre los romanos (y entre los griegos, como el mismo Platón se encarga de recordarnos en varias de sus obras), no abolir nunca las leyes antiguas ya que su origen era revelado, es decir habían sido otorgadas por los dioses y por tanto era considerada de naturaleza sagrada e inmutable.

[26]  Los cuales estaban, a su vez, bajo la autoridad de los dos cuestores de Roma, también magistrados como ellos pero encargados más concretamente del tesoro de la República y del control del metal monetario. Esta jerarquización de funciones tan férrea da idea de una de las facetas del espíritu romano, pero además, en este caso concreto, revelaba la importancia que revestía el control de la moneda en un momento histórico tan trascendente para Roma, que tras vencer definitivamente a Cartago se convertiría en la dueña del Mediterráneo, y comenzaba a expandirse por todas las naciones y pueblos que lo circundaban, y más allá aún.

[27]  Los Salios eran los encargados de abrir y cerrar las estaciones del año dedicadas a la guerra.

[28]  Merece recordarse aquí a Lucio Cornelio Sisenna (de la gens Cornelia), militar, historiador y analista romano que dejó una obra ya desaparecida llamada Historias en 23 volúmenes, y tradujo del griego las Fábulas Milesias de Arístides de Mileto.

[29]  La gens patricia (de patricius, “nacido de un padre”) era precisamente la que había tenido en el origen de su linaje un dios o un héroe mítico (tal los ejemplos que estamos señalando), es decir una entidad o un ser que había penetrado en el mundo superior y recibido de él una fuerza espiritual que es la que transmitía a sus sucesores y hacía de ellos herederos de una tradición que, aunque particularizada en los límites humanos y territoriales de su gens, formaba parte de un cuerpo espiritual y civilizador mucho más amplio y elevado, el que Roma simbolizaba. No es extraño entonces que la propia Roma fuera una divinidad, cuya imagen aparece en multitud de monedas republicanas, como tendremos ocasión de ver más adelante.

[30]  Esta Macedonia no es ya la que un siglo antes vio nacer a Alejandro Magno, cuyas gestas militares y visión de la Historia como instrumento en manos de los dioses eran precisamente ejemplos a seguir para los romanos.

[31]  Tengamos en cuenta que la primera emisión de las monedas genealógicas data del 234 a.C., exactamente treinta años después de la primera Guerra Púnica.

[32]  Téngase en cuenta que prácticamente todos los representantes de la gens romana que aparecen en las monedas de ese período intervinieron en acontecimientos guerreros en un lugar u otro de la geografía.

[33]  La lista sería extensa, pero a los ya nombrados añadiremos a la dinastía de los Escipión (de la gens Cornelia), los Gracos (de la gens Sempronia), Marco Antonio (de la gens Antonia), la Caecilia, la Barbatia, etc.


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