Jean Phaure y su libro sobre el Fin de Ciclo (*) (1)
De
este grueso volumen queremos destacar especialmente algunos datos que nos
ofrece acerca de la teoría de los ciclos y de las cuatro edades
de la humanidad, para lo cual el autor recurre a las enseñanzas
proporcionadas por distintas fuentes tradicionales, como la hindú,
la egipcia, la griega, la bíblica, etc. Utiliza, además,
una extensa bibliografía, así como numerosas citas de autores,
entre los que destaca René Guénon, que en nuestra época
es el que mejor ha definido la doctrina de los ciclos, que de por sí
constituye una forma directa de conocer la estructura viva del tiempo y
del Cosmos. Sin embargo, hemos de decir que expresiones tales como "homo
religiosus", "Religión Eterna surgida de la Tradición Primordial"
y otras semejantes empleadas constantemente por el autor, lo distancian
enormemente del pensamiento de Guénon, que jamás empleó
esos términos para definir al hombre tradicional, considerando asimismo
el fenómeno religioso, o exotérico, como una degradación
de los principios metafísicos, a los cuales, por otro lado, Phaure
alude constantemente. En ocasiones, el lenguaje empleado en el libro parece
más propio de un cura o un teólogo que de un investigador
del símbolo y de la Tradición, o que se pretende tal. Aunque
desde luego no se trata de restar méritos al conjunto de la obra,
sin embargo, esa falta de delimitación entre el dominio metafísico
y el religioso es de hecho el principal punto débil de la misma,
sin olvidar que en muchas ocasiones recurre bastante a la "literatura"
para interpretar hechos que exigirían por su naturaleza un mayor
rigor intelectual.
Tras hablarnos en el cap. I del "tiempo cualificado" (cuyo
conocimiento es fundamental para saber realmente de qué trata la
teoría de los ciclos, ligada a la ciencia de la Astrología),
la explicación de la ciclología tradicional está concentrada
sobre todo en el cap. VI, titulado "De la salida de la edad de oro a nuestra
edad de hierro". El autor afirma con razón que "el Ciclo de humanidad,
en tanto que 'estructura', 'marco', 'esqueleto' autónomo, no comienza
verdaderamente hasta la salida del Paraíso primordial: en la Edad
de Oro el 'Tiempo' en su plenitud estaba más próximo a la
Eternidad que a la duración. Saliendo del Paraíso, hemos
caído en el tiempo, y nuestra "huida hacia adelante" no es sino
la Caída, uniformemente acelerada (...) Si queremos figurar el lugar
de este Paraíso 'fuera del Tiempo' en un esquema cronológico
de todo el Ciclo, su duración simbólica estará representada
por la revolución completa y perfecta del punto vernal en torno
al zodiaco de las constelaciones, es decir por un ciclo precesional de
25.920 años. La duración cada vez más corta de las
tres Edades siguientes, se convertirá asimismo en el símbolo
de la involución espiritual, por la división del ciclo precesional
perfecto en tres cuartos, la mitad, y un cuarto de su valor total".
Siguiendo esas divisiones, si la Edad de Oro, o Satyâ-yuga,
corresponde a esa duración simbólica de 25.920 años,
la Edad de Plata, o Trêtâ-yuga, fue exactamente de 19.440,
la Edad de Bronce, o Dwâpara-yuga, de 12.960, y finalmente
la Edad de Hierro, o Kali-yuga, de 6.480. La suma de todas
esas cantidades nos dará exactamente la cronología de nuestro Manvantara, o periodo completo de la humanidad: 64.800 años.
Pero como nos dice a este respecto Guénon (ver el cap. I de Formas
tradicionales y ciclos cósmicos) dicha cronología no
debería tomarse al pie de la letra, como si constituyeran años
en el sentido corriente de la palabra, aunque también sugiere que
esas cifras podrían muy bien corresponder a la antigüedad real
de nuestra humanidad. Tratándose de ciclos cósmicos, lo importante
es tener en cuenta que se trata en realidad de proporciones numéricas
que están en relación con la división cuaternaria
del círculo, y se escalonan, de mayor a menor, siguiendo la fórmula
de la Tetraktys pitagórica, pero en sentido inverso: 4-3-2-1.
La primera edad estaría representada por 4, la segunda por 3, la
tercera por 2, y la cuarta por 1.
La "caída en el tiempo", es decir la entrada en
la Edad de Plata, se concreta también en un acontecimiento geológico
de primer orden: la inclinación de los polos terrestres, lo que
entre otras cosas dio origen a la sucesión de las estaciones (es
decir del ciclo temporal), mientras que en la Edad primordial éstas
no existían, mencionándose en todas las tradiciones la existencia
en ella de una "eterna primavera". La decadencia espiritual se refleja
así en un fenómeno físico, lo cual nos habla de las
correspondencias y analogías que existen entre el orden sobrenatural
y el natural. En este sentido, las catástrofes geológicas
acontecidas a lo largo del tiempo señalan determinados momentos
críticos del Manvantara, en los que sin embargo las energías
cósmicas y telúricas se regeneran y dan lugar a nuevas posibilidades
en el desarrollo de la historia de los hombres y de las civilizaciones.
La desaparición de la Atlántida constituyó una de
esas fases críticas, desaparición que se corresponde con
el "diluvio universal", relatado en la Biblia con el episodio de Noé
y en los mitos de todos los pueblos tradicionales. A este respecto queremos
corregir un dato que señala Phaure en relación a la destrucción
de la Atlántida y el diluvio de Noé, que según las
fuentes tradicionales aportadas por Guénon vendrían a ser
el mismo fenómeno, pero que para este autor pertenecen a épocas
distintas. En el esquema que nos ofrece en las págs. 262-63, el
cataclismo que puso fin a la civilización atlante ocurrió
aproximadamente hacia la mitad de la Edad de Bronce (dato que según
las fuentes antes señaladas vendría a ser correcto), afirmando,
sin embargo, que el diluvio aconteció al final de esa edad, coincidiendo
así con el comienzo de la Edad de Hierro. A nuestro entender el
autor comete un error al identificar el diluvio de Noé con el que
los griegos llamaron de Deucalión y Ogyges, que en realidad pertenecen
a cataclismos parciales y restringidos muy posteriores al de la Atlántida
o de Noé, y que, a diferencia de éste, seguramente sí
se dieron al final de la Edad de Bronce. Por otro lado, la duración
de la civilización atlante comprendió un semiperiodo de precesión
de los equinoccios, es decir 12.960 años, y no su mitad como señala
Phaure en el cuadro antes descrito, cuando atribuye tres "eras zodiacales"
(de 2.160 años cada una) a la existencia total de la Atlántida.
Otro error que nos parece incomprensible es aquel que sitúa la hiperbórea
al comienzo de la Edad de Plata. Quienes hayan leído los textos
tradicionales al respecto, y por supuesto a Guénon y a otros autores
como Evola, Tilak y Gaston Georgel, sabrán perfectamente que la
hiperbórea se identifica con la Edad de Oro, y en ella estuvo la
sede original de la Tradición primordial y el comienzo mismo de
nuestra humanidad.
En este mismo cap. VI, Phaure habla ampliamente de la
ciclología de la Edad de Hierro, o "edad sombría". Aquí
también utiliza diversos esquemas para explicar los diferentes periodos
de tiempo en que se divide esta última Edad del Manvantara,
división que lleva a cabo siguiendo el modelo cuaternario propio
de todo ciclo. A este respecto Phaure señala "que el principio fundamental
denominado 'ley de las cuatro Edades', que consiste en dividir un Ciclo
de humanidad en cuatro periodos de duraciones decrecientes proporcionales
a los elementos constitutivos de la Tetraktys pitagórica,
es aplicable por analogía a todos los ciclos de más corta
duración, y que los periodos determinados por estas divisiones están
también cualificados, de manera más o menos relativa, por
el simbolismo 'regresivo' de los metales correspondientes. De esta manera,
podemos dividir los 6.480 años de la Edad de Hierro en cuatro periodos
según la proporción 4-3-2-1. Enseguida constatamos que la
tercera Edad corresponde a nuestra Edad Media, y la cuarta -que es en suma
'la edad de hierro de la Edad de Hierro'- corresponde exactamente a los
Tiempos modernos". Es decir a nuestra época. Y si consideramos que
actualmente estamos viviendo en el final de la era moderna, advertiremos
que el "fin del tiempo" asignado a la existencia de nuestro Manvantara está ciertamente muy cercano. A este tema el autor dedica todo el
cap. IX y último, titulado precisamente "El fin de ciclo". Por los
signos que se manifiestan por doquier, estamos a las puertas de la "gran
tribulación" (anunciada por todos los textos tradicionales), "que
es, nos dice finalmente Phaure, el final de esta gigantesca inversión
de los valores espirituales que constituye el fin de los Tiempos, en donde
se da el cumplimiento de todas las posibilidades negativas incluidas (...)
en aquella ruptura inicial que determinó la Caída. En ese
momento el Ciclo de manifestación llega al extremo límite
de la 'Rueda', de donde no puede caerse más que fuera del tiempo,
en las Tinieblas exteriores, o bien reintegrar el Centro de la 'Rueda',
el Estado primordial"
Francisco Ariza |