LA TRADICION VIVA: ABRAHAM ABULAFIA(*) 


Abraham Abulafia es, sin duda alguna, uno de los representantes más insignes de la Cábala hebrea. Nacido en Zaragoza a mediados del siglo XIII (1240), Abulafia es hijo de esa España en la que, gracias al reinado tolerante de Alfonso X el Sabio, se forjó la convivencia armónica entre las tres culturas. Además, él pertenece a aquella generación de cabalistas sefardíes que, como Moisés de León -redactor del Zohar-, Gikatila y Nachmánides, entre tantos otros, promovieron la época de mayor auge y esplendor de la Cábala, la que se ha dado en llamar su "edad de oro". Espíritu inquieto y de formación más bien autodidacta, Abulafia, después de pasar su juventud en Tudela (Navarra), inicia un viaje a Palestina y diversos lugares del Cercano Oriente, viaje que tuvo todas las características de un peregrinaje y un retorno a los orígenes, pues lo emprendió, según él mismo cuenta, para ir a la búsqueda del mítico río Sambation, más allá del cual se decía que moraban las diez tribus perdidas de Israel.

De regreso a la península, reside durante un tiempo en Barcelona integrándose en la escuela de Baruch Togarmi, autor de un tratado titulado Las claves para la Cábala. Es este cabalista quien inicia a Abulafia en los misterios del Sefer Yetsirah (el "Libro de la Formación" o de la "Creación"), considerado como el más importante texto cabalístico junto al Zohar y al Bahir. Ese período de instrucción en la capital catalana sería decisivo para la elaboración de su propio sistema de enseñanza, basado casi enteramente en la cosmología y la metafísica del Yetsirah, muy próximas a las concepciones del neo-platonismo alejandrino y de autores cristianos de la talla de Dionisio Areopagita, San Jerónimo y Scot Erígena, los cuales influyeron notablemente en los neo-platónicos cristianos de la Edad Media y del Renacimiento.

De hecho, Abulafia considera al Libro de la Creación y al gran filósofo judío Maimónides como los dos pilares que sostienen toda su obra, una obra escrita en forma de manuales muy didácticos, pues en ellos Abulafia plasmaba sus propias experiencias en el camino del Conocimiento, y sirviendo de complemento a las enseñanzas transmitidas oralmente a sus discípulos. Al contrario de algunos cabalistas, Abulafia no ve ninguna contradicción entre la doctrina de la Cábala y la filosofía de Maimónides, quien llegó a escribir en su famosa Guía de los Perplejos (de la que Abulafia escribió un comentario de carácter esotérico) que sólo el conocimiento de orden metafísico es necesario para asegurar la supervivencia después de la muerte, idea que es conforme a lo expuesto por todas las gnosis tradicionales, incluida la Cábala.

Partiendo de las enseñanzas del Libro de la Creación, Abulafia establece un método basado en el sistema de combinación de las letras, método que él explica en su obra titulada precisamente Ciencia de la Combinación de las Letras (Hokhmath ha-Tseruf). Como todos los cabalistas, Abulafia concede una importancia capital a las letras del alfabeto hebreo, pues ellas constituyen entidades simbólicas que, como tales, expresan la realidad de los arquetipos, principios e ideas de orden universal. Cada letra, incluida su forma misma, es un esquema simbólico que encierra dentro de sí todo un mundo de significados que han de ser descifrados por el estudioso de la Cábala. Así, por su carácter revelado, la lengua sagrada, y no sólo la hebrea, es un vehículo del Conocimiento, al que manifiesta en tanto que lo simboliza. De ahí que para Abulafia el alfabeto sagrado aparezca como el objeto de estudio y meditación más preciado de que dispone el cabalista para la realización de su proceso interior.

Uno de los tres procedimientos utilizados en el Tseruf es la ciencia de la gematria (las otras dos son el notarikon y la temurah), ciencia que tiene en cuenta ante todo el valor numérico de las letras, pues en el hebreo, al igual que en otras lenguas tradicionales, las letras son también números. La gematria consiste en hallar la correspondencia entre dos palabras -o dos nombres divinos- cuyos valores numéricos respectivos, resultantes de la suma de sus letras constitutivas, sean idénticos, como es el caso (expuesto por Gikatila, discípulo de Abulafia) de las palabras Unidad (Echad) y Amor (Ahabah), ambas de valor numérico 13. Esta identidad numérica permite comprobar que la Unidad de Dios es idéntica a su Amor, es decir, que no están separados y son la misma cosa, pues en verdad el Amor está implícito en la afirmación de la Unidad divina.

En la Ciencia de la Combinación de las Letras Abulafia compara el método del Tseruf con la música, "…porque la oreja entiende los sonidos de diversas combinaciones, de acuerdo con el carácter de la melodía y el instrumento. Así, dos instrumentos diferentes pueden formar una combinación, y si los sonidos se armonizan, la oreja del que escucha percibe una sensación agradable, conociendo su diferencia. Las cuerdas tocadas con la mano derecha o la mano izquierda han vibrado, y su sonido es dulce a la oreja. Y de la oreja la sensación viaja hasta el corazón, y del corazón al bazo (sede de la emoción); la unión de las diferentes melodías produce siempre un nuevo placer. Es imposible que éste se produzca si no es por la combinación de los sonidos, y lo mismo ocurre con la combinación de las letras. Que se toque la primera cuerda, que es comparable a la primera letra, y que se toque enseguida la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta, los diversos sonidos se combinan. Y los misterios que se expresan en estas combinaciones reconfortan el corazón que conoce su Dios y es llenado de una alegría siempre renovada".

La percepción de la armonía musical (expresión de la armonía cósmica) es semejante a la que experimenta el intelecto cuando comprende las ideas y principios revelados gracias a las permutaciones y combinaciones de las palabras y las letras. Para Abulafia el objetivo del Tseruf -al que considera un medio y no un fin en sí mismo, como todo código simbólico- es liberar al alma de las imágenes mentales que la mantienen sometida al mundo inferior, impidiéndole "... el retorno a su origen, que es uno, sin ninguna dualidad y que comprende la multiplicidad". En su importante estudio sobre las corrientes de la Cábala hebrea, el profesor Gershom Scholem describe perfectamente el pensamiento de Abulafia, y se pregunta: "¿Por qué el alma está, por así decir, sellada? Porque, responde Abulafia, la vida ordinaria de los seres humanos, su percepción del mundo sensible, llena e impregna el espíritu de una multiplicidad de formas y de imágenes perceptibles. Como el espíritu percibe toda clase de objetos naturales groseros y hace entrar esas imágenes en la conciencia, él crea, en razón de su función natural, un cierto modo de existencia que lleva la marca de su finitud. En otros términos, la vida normal del alma está encerrada en los límites determinados por nuestras percepciones naturales y emocionales, y en tanto que esta vida está plena de éstas, ella encuentra extremadamente difícil percibir la existencia de las formas espirituales y de las cosas divinas. Por consiguiente, el problema está en encontrar un camino para ayudar al alma a percibir más allá de las formas de la naturaleza, sin devenir por ello ciega y vencida por la luz divina; la solución es sugerida por este viejo adagio "quien esté lleno de sí mismo no tiene ningún lugar para Dios". Todo aquello que ocupa el yo natural del hombre debe o bien desaparecer o bien transformar este yo de manera que se haga transparente a la realidad espiritual interior, donde los contornos le serán perceptibles a través de la concha habitual de la cosas naturales".

El estudio, meditación y práctica en el método del Tseruf y la correspondiente comprensión del significado esotérico del alfabeto sagrado, conduce finalmente a la contemplación extática y al conocimiento de los misterios del sagrado Nombre de Dios, que son los misterios del Ser Universal, arquetipo eterno de toda palabra o lenguaje, así como de todo lo que existe. Para Abulafia ese conocimiento procura lo que él denomina la "visión profética", en la que "el temor de Dios se ha transformado en amor", pues el hombre, atravesando los diversos niveles de la realidad cósmica y de sí mismo, ha tomado contacto con su principio supra-individual y se ha hecho uno con él. Ese principio universal es lo que Maimónides y los filósofos escolásticos árabes y cristianos herederos de Aristóteles denominaron "intelecto agente", el cual equivale al Intelecto Superior, o Buddhi, de la tradición hindú. Esto mismo es lo que afirma Abulafia cuando señala que el método del Tseruf "nos libera de la prisión de la esfera natural y nos conduce a los límites de la esfera divina". Este método sería entonces como una escala o eje que vertebra el camino que conduce de la tierra al cielo, del mundo de la multiplicidad y del cambio a la Unidad invariable que todo lo comprende en esencia.

Por otro lado, la expresión "desanudar los nudos" que Abulafia emplea para describir ese proceso liberador recuerda evidentemente la "disolución" alquímica, etapa consistente en desembarazarse de las trabas de tipo mental y psicológico que imposibilitan el libre desarrollo de las facultades superiores del ser. En este sentido, y para propiciar la meditación y concentración, en el método del Tseruf empleado por Abulafia se emplean una serie de posturas corporales y técnicas de respiración muy semejantes a las que se practican en el hatha-yoga hindú, lo que ha hecho decir a más de un autor que el sistema de Abulafia es una especie de yoga judaizado. Pero, a decir verdad, se trata de algo que es común a todos los ritos iniciáticos de cualquier tradición, en los que el elemento psico-físico actúa de soporte simbólico para la recepción de la influencia espiritual. Además, esas técnicas y ejercicios rituales van acompañados normalmente de la visualización de diagramas simbólico-geométricos y de la incantación e invocación de los nombres divinos, como es el caso del propio sistema de Abulafia, tal y como él mismo lo explica en otras obras fundamentales como El Libro de la Vida Eterna, Las palabras de la Belleza, Libro de la Letra y, sobre todo, en La luz de la Inteligencia.

A pesar de que sus manuales apenas si sobrepasaron los círculos cabalistas, sin embargo la influencia de Abulafia se extendió más allá de esos círculos, encontrando especial resonancia en el filósofo hermético-cristiano Ramón Llull (contemporáneo suyo), el cual diseñó su Arte Combinatoria basándose, en gran medida, en los métodos del maestro sefardí, y de las enseñanzas de la Cábala en general. Y a través de Ramón Llull, dicha influencia se extendió también a los cabalistas cristianos del Renacimiento, que con frecuencia emplearon el método de la combinación de las letras hebreas siguiendo el modelo del Tseruf. En este sentido, es interesante señalar que Abulafia, después de abandonar España por segunda y definitiva vez, residió durante los últimos años de su vida en Grecia y sobre todo en Italia, en donde formó numerosos grupos cabalistas que continuaron manteniendo sus enseñanzas, y que es muy posible que influyeran (al igual que los judíos expulsados de la Península Ibérica) en la gestación de la Cábala Cristiana promovida precisamente en Italia por Pico de la Mirándola y Juan Reuchlin a finales del siglo XV. Por todo ello, no es aventurado afirmar que Abraham Abulafia esté considerado, junto a Ramón Llull, como uno de los principales precursores de este importante movimiento hermético, a través del cual el esoterismo de Occidente encontró un nuevo impulso revitalizador.

Francisco Ariza

Nota:
Que nosotros sepamos, Abulafia no ha sido traducido hasta el momento a ninguna lengua occidental.* Sin embargo, puede encontrarse un interesante estudio sobre su pensamiento y su obra en Les Grands Courants de la Mystique Juive de Gershom Scholem, Ed. Payot, París, 1988, y también en Rabbi Simeon bar Yochai et la Cabbale, de Guy Casaril, Ed. Seuil, Paris, 1979.

[* Ver el acápite dedicado a él en el capítulo IV, "La Cábala de Castilla", del libro Presencia Viva de la Cábala, de Federico González - Mireia Valls, publicado posteriormente, donde se incluyen citas de algunas de sus obras.] 



Nota
(*) [Esta nota apareció originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis, Nº 6, Solsticio Verano 93 - Invierno 93. Guatemala, 1993. No hallándose ya en la web de la revista se publica hoy aquí con el permiso expreso de su autor.]

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