La Sardana, danza simbólica (*)


En el camino de retorno hacia sí mismo, aquel hombre al que le ha sido dado conocer el origen de su sed, deberá en primer lugar negar todo lo que le aparta de su centro, lo que le confunde y dispersa. Una vez adquirido este compromiso, fruto de la toma de conciencia de que nada hay fuera de la unidad más que la ilusión, y que por tanto nada tiene que negar excepto la negación misma, descubrirá en su entorno más próximo una serie de elementos a su favor, dispuestos a ser rescatados al mismo tiempo que a brindarle un soporte, un impulso en su viaje. Comprenderá que lo que se ha convenido en llamar "mundo moderno", ciertamente aquejado de una enfermedad irreversible, no es más que un error de enfoque, una inversión en el punto de mira que a pesar de todo deja subsistir, para quien todavía es capaz de rectificar su visión, un gran número de manifestaciones, muchas veces de carácter popular, herederas de una sociedad tradicional en la que como sabemos toda actividad era ritual, inclusive y particularmente la danza, la cual a través de gestos, pasos ritmados, movimientos y desplazamientos cíclicos, ha expresado desde siempre la inmersión consciente y voluntaria del hombre en el Ritmo Universal.

Es común a todos los pueblos una primigenia forma de danza colectiva en la que los participantes se disponen formando una circunferencia que rota alrededor de un punto fijo; lo cual bien pensado no podría ser de otra manera siendo precisamente el círculo el mandala por excelencia, la figura geométrica que más sintéticamente nos habla de la relación entre el Principio inmanifestado y su manifestación. Se trata de danzas consideradas solares y que lo son no porque el hombre haya rendido con ellas un culto supersticioso al astro rey, sino porque ha visto en él una imagen de aquel mismo Principio.

Ciñéndonos estrictamente al marco de Cataluña, sabemos que antiguamente por toda su geografía se extendía un tipo de baile, conocido precisamente como "baile redondo", el cual más tarde desembocaría en la actual sardana, que con un notable cariz mágico-teúrgico reproducía el mismo símbolo de la rueda. Dentro de este tipo que podemos considerar genérico, existían diversas variantes dependiendo de las zonas, festividades y entidades a las que se invocaba. Así tenemos desde las de claro espíritu guerrero, bailadas únicamente por hombres con motivo de una contienda, hasta las ligadas a ritos de fertilidad, lluvias y buenas cosechas, las cuales venían acompañadas por lo general de canciones que de forma acompasada y siguiendo un sencillo esquema rítmico hacían alusión al beneficio que se imploraba. Es importante señalar que este corro, formado por los bailarines con las manos entrelazadas, se situaba a menudo alrededor de un elemento de evidente carácter axial como el árbol, la piedra, el pozo, o la misma hoguera, en el momento de los solsticios.

Posteriormente y ya con el nombre de sardana, se conservan sendos documentos históricos del siglo XVI, en que primeramente el obispo de Gerona prohibe esta danza dentro de la catedral y unos años después el obispo de Vic la prohibe delante de las iglesias. Esto nos permite pensar que en un principio la sardana, con un aire seguramente más recogido y austero que el actual, se bailaba alrededor del altar, en unos tiempos en que la pretendida dicotomía entre lo religioso y lo pagano no era tal, tratándose en definitiva sólo de lo sagrado; sería paulatinamente, con el transcurso de los años que dicha separación se iría produciendo, como nos lo atestigua este progresivo alejamiento de la sardana, del centro a la periferia.

Muchos de estos datos han llegado hasta nosotros gracias a la labor del recopilador e investigador de costumbres y folklore catalán Joan Amades, quien en un fragmento de una de sus obras que lleva por título "La Sardana", nos dice refiriéndose a su simbolismo: "El hecho de que las sardanas que conocemos como más antiguas musicalmente hablando, estén compuestas de 24 compases, 8 cortos y 16 largos, ha llevado a creer a los estudiosos que se han ocupado del origen de la sardana que ésta era de carácter astronómico, viendo en la música de los 8 compases cortos y graves la significación de las 8 horas de noche graves y serias, como poco alegre y tenebrosa es la oscuridad que quieren simbolizar; después de los cuales viene el contrapunto que simboliza el canto del gallo anunciador de la aurora y seguidamente atacan los compases largos, llenos de alegría en su tono y de vida en su movimiento, indicando las horas del día portadoras de júbilo en los corazones". Cabe aquí recordar que la función de toda expresión simbólica, no es la de decir lo mismo empleando distintos recursos, con lo cual tan sólo algo se añadiría en el horizonte de lo múltiple; su verdadera función consiste en posibilitar una lectura cada vez más elevada y universal de las cosas. En el ejemplo que nos ocupa vemos como la alternancia de luz y oscuridad, expresada en la sucesión de unos compases, viene enmarcada por un lado en el espacio concreto de un círculo perfectamente cerrado, y por otro en el tiempo también acotado durante el cual dichos compases se prolongan. Este encuadre donde lo espacial y lo temporal aparecen sintéticamente conjugados, nos remite de forma inmediata a la idea de lo cíclico, lo cual es a su vez una imagen de lo que estando implícito en estas mismas coordenadas está más allá de ellas.

Todo ello nos invita a pensar que la antigua sardana, bailada bajo los acordes de una "cobla" -del latín cópula, unión- formada únicamente por tres músicos, era bien distinta a la que surgió tras los cambios de finales del pasado siglo. Fue entonces cuando se introdujeron nuevas melodías y distinta distribución de compases -la actual sardana tiene un número indeterminado de compases largos y cortos- y sobre todo se adoptaron nuevos instrumentos, como la tenora y el contrabajo, que dieron a la "cobla" un aire orquestal más de acuerdo con la época. Si bien es verdad que de este modo se perdió una danza más despojada y directamente ligada con su origen ancestral, también es cierto que gracias precisamente a ello ha llegado hasta la actualidad. Hoy en día es todavía posible contemplar y participar en una noble danza que por su misma constitución simbólica, nos recuerda la contingencia del individuo y su total dependencia del Principio. Al mismo tiempo que nos transmite la serena alegría de quien se sabe inmerso en un Todo Armónico, expresado en este caso por un aro compacto que gira y se eleva, una cadena de unión absorbida por el polo común hacia el cual apuntan con fuerza, no sólo las manos sino todas las expectativas de los danzarines en su último compás.

Antonio Guri

Nota
(*) Esta nota apareció originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis, Nº 5, (Solsticio Invierno 92, Verano 93). Guatemala, 1993. No hallándose ya en la web de la revista se publica hoy aquí con el permiso expreso de su autor.

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