Presentación "Primer Symposio sobre René Guénon".
Barcelona, Noviembre 1994. (*)
Bienvenidos.
Cuando en 1909 aparece El Demiurgo en el primer Nº de la revista La Gnose, fundada por el joven René Guénon (tenía
22 años), queda señalado lo que desde aquí podemos
ver como un hito en la historia de Occidente: se trataba de la irrupción
de la metafísica en un medio que en general, desde tiempo atrás,
ignoraba completamente lo que a Tradición se refiere, y mucho más
lo más elevado de ella, lo que sobrepasa todas las formas, y que
es la metafísica: lo que constituye verdaderamente su origen. Esa
metafísica que es la efectividad de una Realidad con mayúsculas
que preside –porque contiene– todo lo que de ella es expresión,
o sea, la Manifestación universal, o la Creación en otras
terminologías, la cual de ella depende y en ella encuentra no sólo
su principio sino también su medio y su fin, por lo menos mientras
que, en tanto formemos parte de la Existencia, percibamos a ésta
más real y cerca nuestro que el significado que en ella habita o
vive y que constituye su razón de ser, nosotros incluidos.
En el artículo se contempla a la Creación
o Manifestación constituida por tres mundos: corporal, psíquico
y espiritual. Los dos primeros, que constituyen lo individual, están
sujetos a la dualidad del "imperio del Demiurgo", al que el mismo hombre
genera, y a su transcurso cíclico, lo que ha llevado hoy en día
al ser humano, en el desarrollo de su caída cuantitativa, a ser
reducido a apenas un punto en un conjunto indefinido de cosas que sin embargo
se hacen cada vez más pequeñas y que se convierten en una
pura multiplicidad de la que en ocasiones se intuye una salida, que muchas
veces o que todavía no se encuentra; esos dos mundos son los afectados
por la dualidad que procede de la "dominación" del imperio del Demiurgo
formador, la que se manifiesta de muchos modos: desde el nivel rasante
del yo y el otro en lo que tiene de contraposición, hasta su proyección
también a la relación con una deidad personalizada a la que
se otorgan los atributos incluso de lo social, es decir a la dualidad proyectada
ilusoriamente sobre la misma naturaleza de lo divino y trascendente, –por
una insuficiencia nuestra, también cultural, es decir que no se
nos ha enseñado tampoco, o que ha sido aprendida–, dualidad ésta
que establece una separación entre el Ser y el No Ser, llevando
así la división o la separación hasta el Principio,
si esto pudiera ser, ya que esto ocurre en realidad en la mente y es a
partir de esa división que no está trascendida por algo que
la une al incluir ambos términos en su principial unidad, que descendiendo
por grados se va produciendo el desarrollo de la multiplicidad que el propio
hombre genera y de la que es víctima, proyectando su voluntad en
un mundo que sólo ve como exterior, pues lo ve a través de
las formas en que ha encerrado su conciencia, su percepción y su
ser, hasta llegar a no estar en relaciones armónicas con el mundo
o cosmos ni desde luego con la Deidad, que se expresa en ambos, mundo y
hombre, y es su verdadero arquetipo. Asimismo se expresaba entonces en
ese artículo, como consecuencia lógica, o más bien
"analógica", la liberación del imperio del Demiurgo por la
superación de esa dualidad, lo cual ocurre mediante el Conocimiento,
que es, o que trae consigo mismo, el nacimiento a esos mundos, y que implica
al mismo tiempo una muerte a y en los anteriores, constituyendo en definitiva
los pasos fundamentales de lo que se llama la iniciación. Es por
el nacimiento al tercer mundo, el espiritual, el pneumático, como
lo llamaba Guénon entonces según los términos gnósticos
griegos, que el ser humano queda liberado de la dualidad y de la acción.
Dice allí el autor que "la acción no puede existir para aquél
que contempla todas las cosas en sí mismo, como existiendo en el
Espíritu universal, sin ninguna distinción de objetos individuales",
lo que no se refiere a ningún quietismo sino a una plena absorción
o Concentración.
En este artículo, donde Guénon cita como
corolario largos fragmentos del Âtmâ-Bodha ("Conocimiento
del Sí") de Sri Shankaracharya, se establecen las correspondencias
entre esos planos y los estados señalados en la Mandûkya
Upanishad, –al mundo corporal corresponde el estado de vigilia, al
mundo psíquico o intermedio el estado de sueño con sueños,
al mundo espiritual el de sueño profundo (sin sueños) y hay
un cuarto estado, totalmente incondicionado– ya mostraba R. Guénon
su conocimiento de la Tradición hindú. Al cabo de un año
publica el artículo Las condiciones de la existencia corporal,
muy importante, que quedó siempre inacabado, aunque puede seguirse
con el titulado La teoría hindú de los cinco elementos.
Según él mismo dijo había recibido todos esos conocimientos,
de los que daba muestras sorprendentes para un occidental que no había
salido de Francia, directamente de representantes autorizados de diferentes
tradiciones.
Cuando Guénon, después de Introducción
al Estudio de las Doctrinas Hindúes, publique El Hombre y
su devenir según el Vêdânta, hará una síntesis
tal en ese libro, que vendrá a constituir la explicación,
ordenada según los textos fundamentales hindúes, de todo
ese edificio simbólico que se da en el momento en que suponiendo
dos extremos –que no son en realidad realmente relacionables en un mismo
plano, ya que uno incluye y sobrepasa al otro– en que, señalando
dos "puntos", digamos, de los que uno, el elevado, correspondería
al Principio, (en el campo del Conocimiento a la Identidad Suprema, en
la simbólica del mundo sensible, más allá del cielo)
y el otro extremo al ser humano tal como se encuentra en este mundo, queda
determinado entonces si puede decirse así, todo lo que hay "entre
ambos", lo que constituye por lo tanto una vía en la que se aprehende
el conocimiento del mundo, por los elementos que lo sustentan, los planos
que lo conforman y las deidades o aspectos divinos que lo presiden, sus
atributos simbólicos y sus correspondencias con el hombre, con el
ser humano individual y sus distintos estados, individuales y posteriormente
supraindividuales; es decir constituyendo todos los estados múltiples
de un Ser que el hombre recorre en tanto que toma conciencia de ellos,
liberándose de los velos de las formas o de Maya (que en
otro sentido es sin embargo el Arte Divino) para acceder a la identificación
con el verdadero y trascendente Sí, que siempre estuvo y que simplemente
se hallaba cubierto por los velos de esos estados del Ser que se interponían
entre un modo de ver y otro, si así pudiera decirse, en todo caso
este último total y verdaderamente incondicionado.
Esta obra capital constituye una especie de piedra de
toque para todo lo que uno pueda leer sobre hinduismo: por los conceptos
vertidos y por la exactitud de la transcripción fonética
de las palabras hindúes, hecha con mucho cuidado e incluyendo unos
acentos que a veces son fundamentales para distinguir entre los distintos
significados de lo que parecería una misma palabra, libro en el
que el autor incluye una nota en la que señala los términos
que no han podido aparecer como debían por cuestiones tipográficas
e indica asimismo no haber ordenado el glosario final según el orden
que le correspondería en sánscrito para no añadir
dificultad, con lo que al mismo tiempo nos subraya esa estructura simbólica.
Después de leer esta obra, va uno preparado con las mejores armas
para saber a qué atenerse con respecto a cualquier texto que trate
de la Tradición Hindú, dejando aparte que esté mejor
o peor traducido, de lo cual también puede uno darse cuenta, hasta
cierto punto al menos, gracias a ello. Así como esta obra se refiere
a su médula, Introducción al Estudio de las Doctrinas
Hindúes, aparte de ser una visión panorámica de
ella y por extensión de lo que puede ser una Tradición, también
elimina, para quien pueda leerlo con transparencia, los prejuicios o las
actitudes que encarnan determinados "orientalismos" que no son sino el
testimonio de una mentalidad profana, no ya sólo "incrédula"
por así decir sino que no deja espacio para lo sagrado a menos que
se trate de ciertas formas de lo piadoso moral, o lo cuasi-religioso-occidental-moderno
y sobre todo aquella que a partir de la idea de progreso indefinido cree
que lo mayor es una convención o producto de lo menor. Así
ese libro constituye una introducción al estudio de cualquier Tradición
sagrada de la humanidad, porque es una introducción a otro modo
de pensamiento lleno de una amplitud de referencias y de un conjunto de
valoraciones indefinidas que reflejan la universalidad.
Por otra parte, nos interesa señalar esto de la
Tradición hindú por cosas que el mismo Guénon afirma
en su obra: esta es la más próxima a la Tradición
primordial, o sea la que expresa por su contenido o su carácter
del modo más transparente y directo la naturaleza del contenido
tradicional, y la Tradición islámica es la última
del ciclo entre las grandes tradiciones, lo que se expresa en el círculo
cerrado de las dos letras nûn (sánscrita y árabe)
cuyo centro se halla siempre sobre las aguas. (Ver "Los misterios de la
letra nûn", cap. XXIII de Símbolos fundamentales de la
Ciencia
Sagrada).
Guénon empieza su obra hablando de la tradición
hindú y, no es que acabe hablando del Islam, porque ya lo ha hecho
mientras tanto, junto con otras tradiciones, sino que él es musulmán
desde 1912, lo que no se sabrá hasta muchos años después,
y acaba en El Cairo, viviendo en el pleno seno de la tradición islámica.
Es en el taçawwuf, en realidad, en la iniciación,
donde había entrado, pese a lo cual siguió escribiendo sobre
el Cristianismo, el Taoísmo, la Masonería, las tradiciones
desaparecidas, los símbolos universales, en definitiva sobre la
Tradición Unánime en todas sus formas.
Son tres grandes temas los que fundamentalmente aparecen
a lo largo de la obra de Guénon, dejando a un lado lo que es la
crítica al mundo moderno, que en sus escritos es asimismo una didáctica;
esos tres temas son Tradición, iniciación y simbolismo. La
Tradición, de origen suprahumano, es el depósito espiritual
de un pueblo, ha sido revelada por los dioses, o por los intermediarios
divinos, o por los sabios o inspirados, es decir es el depósito
de la Memoria de la verdadera identidad de los seres y las cosas y se articula
de indefinidas maneras para constituir propiamente la vida de ese pueblo
que la conoce a distintos niveles de profundidad y de diferentes modos
o maneras entre sus componentes, los cuales no ven a la tradición
simplemente como algo cultural heredado, sino que ella y su conocimiento
del mundo es una sola cosa, es lo mismo, lo que manifiesta simultáneamente
la jerarquía natural por la que se comunica con los grados de la
Realidad. Lo raro, lo extraño, es el hombre y el mundo moderno,
que nos dice Guénon constituye una anomalía en la historia
de las tradiciones o culturas, y ciertamente, una humanidad o una "cultura"
que considera que no depende de nada que la trascienda es simplemente una
cultura o una humanidad sorda y ciega.
Aquellos distintos niveles de conocimiento, en los casos
en que no se trata de formas tradicionales en donde todos participan indistintamente
de la enseñanza y cada uno la penetra según sus posibilidades,
pueden resumirse de entrada en esoterismo y exoterismo, pero no habría
que considerarlos necesariamente estancos, ni desde luego obligatoriamente
"institucionalizados" en sus formas, muchísimo menos al primero.
El exoterismo sería lo accesible a todos o mejor dicho, lo dirigido
a todos, en general. Es el ropaje del símbolo, es lo sensible y
evidente, es el ámbito puramente individual por muy ampliamente
que se lo considere; el esoterismo es lo interior, lo significativo, lo
profundo, la universalidad intrínseca de aquello mismo que se expresa
y se articula asimismo de maneras apropiadas, o correspondientes. Nos dice
Guénon que el exoterismo corresponde a la periferia y el esoterismo
al radio que une a esa circunferencia con el centro del círculo.
El centro que ha originado la circunferencia, es la Realidad una e idéntica
a sí misma. O sea que el esoterismo es uno y es cada vez más
uno cuanto más se acerca al centro, que en definitiva es el verdadero
fin o meta del conocimiento, se refiera a la unidad del ser o a lo que
la sobrepasa y aunque se expresen el esoterismo hindú, el islámico,
el chino (taoísmo), etc. con distintas imágenes, las esenciales
son las mismas y constituyen parte de la Tradición primordial, de
la que todas son formas, adaptaciones o expresiones según las condiciones
cíclicas, las que afectan al hombre y al mundo. El centro, en el
círculo como símbolo de la Manifestación, corresponde
asimismo a la metafísica, que es completamente idéntica a
sí misma en todas las tradiciones, y dice Guénon que si habla
de "metafísica oriental", aunque la metafísica sea una, es
porque al Oriente había que ir a buscar lo que en Occidente se había
perdido.
Entonces el esoterismo, que se apoya hasta un cierto punto
en lo exotérico, así como en la manifestación permanente
de lo inmanifestado, es la vía natural de la iniciación,
de ese proceso de realización que se apoya en símbolos, en
vehículos revelados, en ritos específicos y en el rito permanente
del conocimiento, y que tiene por objeto la universalización del
ser, la síntesis integral del Todo por la identificación
con el Principio, lo que la Tradición llama el "Conocimiento del
Sí-mismo", el acceso a la "Identidad Suprema", la "Unión"
(Yoga) que produce la "Liberación" (Moksha).
Mientras se publicaban estos libros, junto con La crisis
del mundo moderno, El esoterismo de Dante, Los principios
del cálculo infinitesimal, Apreciaciones sobre la iniciación, La Gran Tríada, (cada uno de estos títulos necesitarían
una conferencia para siquiera presentar una noción cabal de su contenido)
iban apareciendo mensualmente artículos de simbolismo en la revista Le Voile d'Isis, luego Etudes Traditionnelles, los cuales
han llegado a constituir un volumen extraordinario, como algunos otros
póstumo: Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada.
Lo que hay contenido en esos artículos es una suma magistral e inmensa,
de datos tradicionales, de relaciones, de analogías, de precisiones
doctrinales, como un tejido misterioso, como una tierra o espacio sagrados,
en donde unas imágenes llevan a otras, y se viaja a una armonía
profunda de significados, que se revela de una manera silenciosa, o "muda",
tal como es el mito (mûein significa mudo, "hablar sin mover
los labios"), secreta; pero eso es así en toda su obra.
Por otra parte puede uno preguntarse de qué es
de lo que no ha hablado René Guénon; hay quien le ha reprochado
el no haber escrito más sobre cristianismo, la verdad es que ha
dicho cosas fundamentales sobre ello y tal vez corresponda a los interesados
en este como en otros temas (los que se vinculan entre sí en forma
análoga al tejido del Mundo) el investigar a la luz de esos principios
que irradian y compenetran serenamente toda su obra. "Nada podría
ser de más provecho para los que hicieran ese trabajo", dice Guénon.
Con respecto a la crítica al mundo moderno, el
que comienza a leer esta profunda obra puede encontrarse con ciertas dificultades,
por ejemplo con una especie de terrorismo intelectual, como puede ocurrir
con El Reino de la cantidad y los Signos de los Tiempos, (lo que
tal vez parezca así porque uno va pegado a ciertas valoraciones
propias del medio, como las nociones de progreso, y las formas del confort espiritual). Si determinadas dificultades provocan un rechazo, a aquel
que sin embargo se halla interesado en otras perspectivas, no importa,
ya volverá en todo caso más adelante con mayores elementos
de juicio y comprensión; la obra es muy amplia y diferente, se puede
ir leyendo por donde más le apetezca, y como se dice que esto, el
trabajo del conocimiento, se hace por donde más gusta y por donde
más duele, es el propio interés el que le va a llevar a cualquiera
a investigar en profundidad, evitando las cristalizaciones del dogmatismo
y las disipaciones de la euforia, en medio de las cuales se abren tantas
posibilidades, entre ellas la del hallazgo permanente de lo significativo
donde quiera que éste se manifieste, lo que incluye desde luego
a otros autores y obras que pueden permitir actualizar lo que de otro modo
sería difícil. Es una labor provocada, la de disolver una
ignorancia y coagular un conocimiento de otro orden, o sea coagular en
realidad otro modo de ser. Él mismo ha dicho que no bastan los libros,
pero en su propia obra están también las señales e
indicaciones que el interesado puede necesitar, pues es un universo el
que se despliega, unido con los hilos sutiles y delicados de la armonía.
Sea como sea este Symposio no pretende agotar el tema
sobre Guénon, al contrario, sino ofrecer unas concepciones o unas
consideraciones sobre alguno de los temas contenidos en ella. Lo vertido
en las conferencias de este evento promovido por la revista SYMBOLOS
y
su director –y fundador del C. E. S. de Barcelona en 1978–, Federico González,
se sumará a más colaboraciones de escritores en lengua castellana
y otras, para constituir un Nº doble de la revista dedicado a René
Guénon.
Es un homenaje al que consideramos nuestro guía
permanente y la voz más autorizada de la tradición para este
fin de ciclo, el que ha expresado una síntesis magistral que puede
ser un puente y una avenida de entrada para muchos, señalando que,
como se decía asimismo en el Nº 7 de la Revista, no creemos
en la infalibilidad personal de Guénon, sino en la infalibilidad
de lo que sustenta, lo que por otra parte se traduce en su obra.
De cualquier modo, su desaparición en ella deja
a esta toda su amplitud y la hace una obra maestra en la que por cualquier
lado que se entre en su tejido simbólico, una cosa nos lleva a la
otra y algo se va haciendo en el lector, no en vano o no por nada se ha
llamado a su autor la "brújula infalible" y la "coraza impenetrable",
lo que se refiere al discernimiento intelectual y al rigor y transparencia
de la doctrina, pero también quisiéramos recordar el artículo
de quien firmaba "Jonás" en un número de la revista francesa Vers la Tradition, donde dice que en la escritura de la obra de
Guénon está su barakah, que es aquella influencia
espiritual que hace que nada más empezar a leer se pase insensiblemente
de un mundo a otro mundo, del olvido al recuerdo, de la dispersión
a la síntesis, en verdad de la multiplicidad a la concentración,
de la lectura insignificante de la realidad a un universo lleno de significados,
que se amplían y abren incesantemente. En aquel tejido que era como
una tierra sagrada, allí está el verdadero anonimato, donde
desaparece todo estorbo para ir dejando lugar al sujeto arquetípico.
Este proceso alquímico que promueve inmediatamente su lectura también
incluiría una autoselección de personajes internos, de sujetos,
relativos, de una obra de teatro, que en su disolución irían
dejando lugar a la huella de Purusha, único verdadero ciudadano
de la "ciudad de Brahma", la que Coomaraswamy traduce como la "ciudad
de Dios", que es nada menos que el origen del mundo, cosmos o manifestación
y que está presente en el corazón de todo hombre y en el
corazón de toda cultura, y desapareciendo así ante este Sujeto
primordial, la personalidad o la individualidad se nos dará luego
por añadidura, pues no ha sido jamás nuestra, ya que no es
en sí sino uno de los indefinidos estados del ser; pero lo mismo
que separa luego une y de esa manera hombres de conocimiento como René
Guénon han podido escribir una obra en la que su individualidad
era en todo caso el amanuense o el instrumento manifestado de una sabiduría,
o de una realidad trascendente, que los ha hecho, a la figura o al ser
histórico, símbolo e intermediario de lo que es suprahistórico,
atemporal y eterno.
Queremos dar las gracias a la revista SYMBOLOS y al C.E.S. de Barcelona y desde luego a los asistentes. Queremos que esto
sea una celebración y un compartir, recordando también que
un Symposio (como el Banquete platónico) era
originalmente una reunión de personas ligadas por las Ideas, o más
bien con las Ideas, donde se compartía el "vino" y se escuchaba
"música".
» José Manuel Río |