La Colegiata Marsilio Ficino (*)
Los cauces en que se expresa la Tradición Primigenia y Universal, y en especial la Hermética, son diversos. Desde hace años la revista SYMBOLOS lo viene haciendo con artículos y estudios cuyo único motor es el de “difundir la luz y reunir lo disperso”, es decir van del centro a la periferia iluminando cada parcela de la realidad y simultáneamente al devolverle su vínculo con el Principio las reúne todas ellas, hasta las más aparentemente alejadas, en su síntesis original. Eso mismo hacen los Centros de Estudios de Simbología (de Barcelona y Zaragoza) a través de cursos, conferencias y demás actividades de difusión, como exposiciones o cine-fórums, etc. Uno el legado, múltiples sus expresiones.
Se sabe que cuando la semilla es acogida en el corazón del adepto crece y fructifica tomando formas imprevisibles que llegarán a sorprender al mismo interesado, el cual asistirá absorto a aquella novedad de encarnación que lo será también de transmisión. Análogamente pues, desde el corazón de SYMBOLOS –del mensaje que vemos representado, encuadrado en su anillo telemático–, nació inesperadamente durante la primavera del 2007 una nueva vía: la teatral, la que tomó ni más ni menos que el nombre de Colegiata Marsilio Ficino.
No es de extrañar que esta nueva manifestación de la idea hermética adoptara el nombre del filósofo florentino que con “furor” cantó y danzó al compás de la sinfonía de luces, que hacía suyas al tiempo que prologaba y traducía los textos platónicos y herméticos. Un furor que los integrantes de la Colegiata reconocieron como propio, pues desde hace años vivían el rito del estudio y la meditación efectivizado en su interior. Conscientes pues de que el ámbito de lo emocional, de los sentimientos por elevados que sean, no es el fin de sus trabajos; sabedores que el mundo cabalístico de Yetsirah (el de las cambiantes formas de lo psicológico) se convierte a menudo en un techo infranqueable para aquellos occidentales de este final de ciclo que se identifican con sus fluctuaciones, agradecieron la oportunidad de, poniendo “toda la carne en el asador”, recuperar la verdadera función de este ámbito, es decir lejos de ser el obstáculo, constituirse en el intermediario entre lo alto y lo bajo. Nada nuevo pues éste es el único fin del verdadero teatro.
Siendo “todo el mundo un escenario” podemos ver en cada acción de aquellos que por él deambulan una actuación o interpretación, y las leyes que regulan ambos ámbitos son en última instancia las mismas. Por tanto a los actores y actrices de la Colegiata Marsilio Ficino se les brindaba la posibilidad de laborar como alquimistas, y poniendo la acción al servicio de la contemplación recuperar su identidad. Siendo receptivos (yin) respecto al Principio eran significativos y actuantes (yang) respecto al cosmos. Se trata en realidad de recuperar un “método teatral” que no difiere en última instancia de un método de realización espiritual. Un cúmulo de analogías se nos sugiere, entre otras la correspondencia entre el acto teatral y el rito masónico por ejemplo: la interpretación no mimética sino cada vez nueva del texto teatral y del ritual. La logia y la caja escénica como taller, como athanor.
Para ello era esencial que los textos elegidos constituyeran por sí solos los canales de pasaje con los cuales los actores, vaciados de sí mismos, se pudieran identificar. Es decir, olvidarse del rol con el que la vida ordinaria les quería recubrir, sus tics “personales”, y dejarse llevar por un flujo de palabras, un puente audible que hiciera memoria de la Unidad, afirmando Su realidad es decir cantándola, y negando la impostura que pretende ignorarla y de este modo también denunciarla.
Estos textos han sido hasta el momento Noche de Brujas y En el Útero del Cosmos, ambos de Federico González. Durante todo este tiempo los integrantes de la Colegiata han trabajado con regularidad y fuerza en los ensayos, los que han constituido un verdadero rito de actualización de la tradición, en los que al mismo tiempo que se produce el olvido de aquellos tics, guiños y complicidades -el desapego respecto a unos contornos pretendidamente “muy nuestros”-, se produce el recuerdo y la vivencia de otros estados que se escapan si uno pretende atraparlos, explicarlos, pero que se reconocen como siempre presentes a poco que uno pare atención. Estados vehiculados por los mismos parlamentos, con los que no por inaprensibles dejan los actores de sentirse totalmente identificados. Es este el Teatro de la Memoria.
Noche de Brujas, acto sacramental en dos actos, se estrenó con éxito en la sala La Cuina del Centro Cultural Francesca Bonnemaison de Barcelona el 29 de junio de 2007. Su escenografía, un poste ritual centrando el escenario alrededor del cual las brujas-magas circumamvulan invocando las energías que unen el cielo y la tierra, para ser penetradas por ellas y así regeneradas.
En el Útero del Cosmos, se estrenó en el teatro del Centro Cívico Cotxeres Borrell el 24 de octubre de 2008. El mismo eje preside aunque de forma invisible toda la función, haciéndose explícito de tanto en tanto como por ejemplo en la escena del brindis del segundo acto, cuando los personajes unen sus copas invocando y repitiendo la palabra del bardo. Pues se trata también de recuperar la auténtica poesía, aquella que repentinamente sabe provocar la unidad dentro de uno mismo, aboliendo aquel espectador interno que a menudo nos viene sólo a juzgar. Siendo esta dualidad superada, espectáculo y espectador están en comunión, no habiendo distinción entre el soñador y lo soñado.
El próximo 4 de febrero de 2009 tenemos la oportunidad de repetir esta experiencia en el Teatreneu de Barcelona.
¡Ah!, y la Colegiata sigue trabajando en nuevas propuestas. Les mantendremos informados.
Antonio Guri |