El Renacimiento.
Síntesis de la Tradición Occidental
y Eclosión del Hermetismo

Francisco Ariza

EL CRISOL INTELECTUAL DE FLORENCIA
 

Fodo lo dicho hasta aquí confirma que era Italia ciertamente la destinada para liderar el cambio de época hacia esa renovación de la cultura de Occidente que desembocaría en el Renacimiento, como estuvieron destinadas Francia, Germania e Inglaterra (junto con Irlanda) principalmente, para levantar y sostener el edificio medieval. Sin embargo, y como ya dijimos más arriba, esto no significa que la Edad Media desconociera o hubiera perdido el vínculo con la Tradición Clásica. Pero también es cierto que su pulsión vital y cultural respondía a otros parámetros; queremos decir que la Edad Media fue una construcción debida al formidable empuje de los pueblos francos, anglosajones y germánicos (donde la cultura clásica no estaba tan arraigada), y esto fue posible gracias a que esos pueblos fueron fecundados por el mensaje cristiano (o mejor judeo-cristiano, pues no debe olvidarse el entronque profundo de la Buena Nueva con la antiquísima Tradición Judía) aunque continuaron manteniendo las estructuras socio-políticas heredadas del Imperio Romano. Todo esto lo hicieron suyo fundiéndolo con aquellas ideas que se armonizaban con las del cristianismo y que ellos recibieron de sus antepasados. Los pueblos mediterráneos, que eran los herederos directos de la cultura greco-romana, tuvieron que esperar la llegada del Renacimiento para volver a tener un papel protagonista en la historia de Occidente.55

No desconociendo desde luego lo mucho que aportó Italia al nacimiento y desarrollo de la civilización medieval,56 sin embargo el genio italiano, más inclinado hacia la literatura, el comercio y las artes en general, debía manifestarse en su máxima plenitud durante el Renacimiento, una época que de acuerdo a las leyes cíclicas y a diferencia de las anteriores sería sumamente importante la influencia ejercida por los artistas y comerciantes, los que están bajo el influjo directo de la energía de Hermes-Mercurio.

Como se sabe, el foco de esa revolución cultural estuvo en Florencia. Capital de la Toscana (de Tusca, nombre dado también a la nación Etrusca), Florencia fue fundada sin embargo por los romanos, y su nombre significa “la destinada a florecer”. En efecto, el destino tenía reservado a Florencia ser la sustituta de Roma (al igual que ésta lo fue de Atenas, y Alejandría y Bizancio de ambas) como centro neurálgico para una época determinada, el Renacimiento, donde efectivamente “floreció” de nuevo la cultura europea, primero a través de los clásicos latinos, que eran los más conocidos durante la Edad Media occidental, y posteriormente mediante la contribución fundamental venida de los antiguos filósofos y teúrgos griegos y alejandrinos a través de Bizancio.

Sin embargo, y haciendo un breve inciso, no siempre fue Florencia esa ciudad esplendorosa que deslumbró a toda la Europa renacentista. Antes de que llegara a ser la capital de la cultura europea, Florencia, al igual que muchas otras ciudades italianas, tuvo por distintos motivos una historia convulsa a lo largo de siglos, aunque con breves pero intensos períodos de prosperidad debido sobre todo a su vocación comercial. En este sentido, y recordando nuevamente a Brunetto Latini, éste dice en Los Libros del Tesoro que:

el lugar donde se asienta Florencia fue llamado casa de Marte, es decir casa de las batallas; porque Marte, que es uno de los siete planetas, es llamado Dios de la batalla, y así fue adorado antiguamente. No es entonces sorprendente que los Florentinos estén siempre en guerra y en discordia, porque este planeta rojo reina sobre ellos.

En este sentido uno de los principales aspectos de la obra de Brunetto Latini fue consolidar un proyecto político de acuerdo a los valores humanistas heredados de los clásicos, y sustentados en las virtudes de la prudencia, la templanza, la justicia y la fortaleza, pues es gracias a ellas que puede haber una transmutación profunda en la conciencia de los ciudadanos que les haga proclives a amar la paz por encima de las discordias.

En otro de sus libros, la Retórica, Latini habla de la ciudad con términos que evocan a Platón y la concepción que éste tiene de la polis y que explica sobre todo en la República. Dice el canciller florentino que la ciudad ha de ser:

…una reunión de gente hecha para vivir sabiamente, donde no son llamados ciudadanos del mismo comune por el hecho de ser acogidos dentro de las mismas murallas, sino porque juntos son acogidos para vivir conforme a la sabiduría.

Esta fue su máxima aspiración cuando llegó a ser canciller de Florencia, y si ese modelo de ciudad no pudo llevarlo a la práctica debido a que le tocó vivir la lucha entre los güelfos y los gibelinos, es decir entre los partidarios respectivos del Papado y del Emperador, sin embargo sí puso las bases para que media centuria más tarde otros cancilleres humanistas como él (Coluccio Salutati y Leonardo Bruni fundamentalmente) recogieran su legado y contribuyeran a que Florencia transmutara su vocación guerrera y pasara a convertirse en la ciudad donde gobernaría la Madonna Inteligencia y su heraldo Hermes, floreciendo durante más de dos siglos la concordia y el saber, los que se proyectarían a toda Europa, conformando esa Utopía que, en palabras de Federico González, fue el Renacimiento. Precisamente, considerar al Renacimiento (y más concretamente al llamado primer Renacimiento, que ocupa todo el siglo XV) como una realización utópica, nos da una de las claves para comprender esa época bajo otros parámetros, diferentes –aunque complementarios– a los que se consideran de ordinario por parte de los eruditos y estudiosos, y que con seguridad nos acercan mucho más al núcleo íntimo de las ideas-fuerza que lo prohijaron, ideas-fuerza que se encarnan en las mentes de los espíritus más sutiles de la época, y que de manera directa o indirecta tienen su origen en Hermes, el Mensajero de los Dioses e Instructor del hombre.

Como íbamos diciendo, y en relación con el florecer de la capital toscana, existió un interés –transmitido principalmente por Petrarca y Boccaccio– hacia las “vidas de los filósofos” grecolatinos, es decir por sus biografías, que es una de las herencias que el hombre del Renacimiento también recibe del Medioevo, donde ya existieron autores que acometieron esa labor de biografiar a los clásicos, que se convierten en paradigmas a seguir por el humanista, que además descubre en dichas biografías una manera de hacer pervivir un pensamiento nutrido por la diosa Inteligencia encarnado en esas vidas. Las biografías, que hunden sus raíces en el relato mítico y que en sí mismas son un género literario ligado al emergente interés de los humanistas por todo lo histórico (precisamente porque la Historia era para ellos una forma de la Memoria), permitieron una continuidad entre la Antigüedad Clásica y la Edad Media, y entre ésta y el Renacimiento. Un hecho importante a tener en cuenta es que los humanistas eran en su gran mayoría hombres laicos, es decir que no pertenecían ni dependían de la Iglesia (en esos momentos profundamente dividida por los cismas y cada vez más en manos del espíritu inquisitorial), y esto permitió que su actividad intelectual abarcara campos del saber cada vez más amplios, e igualmente que comenzara una apertura hacia el conocimiento de otras tradiciones distintas a la cristiana, aun no dejando ellos de ser nunca cristianos, o católicos, palabra que no olvidemos quiere decir precisamente “universal”, señalando así el camino que emprenderán los filósofos del Renacimiento (algunos de ellos hombres de Iglesia, y esto a pesar del alejamiento irreversible de ésta, como institución, con respeto a la verdadera Gnosis), ejemplificados en las figuras eminentes de Nicolás de Cusa, Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola, modelos para muchos hermetistas y cabalistas cristianos de los siglos XVI y XVII. En la mente de aquellos hombres antiguos, medievales y renacentistas, no podía caber la idea de ninguna interrupción en la transmisión de los valores esenciales donde encuentra su culminación la propia existencia humana.

Si, como venimos diciendo, Petrarca y Boccaccio fueron los promotores del movimiento humanista y los que rescataron sus valores, le tocó precisamente a un florentino, Giannozzo Manetti (1396-1456), ser el humanista que se encargó de recoger el testimonio de esos valores en su obra De la Dignidad y excelencia de los hombres (título que evoca inmediatamente el Discurso sobre la Dignidad del Hombre de Pico de la Mirándola, escrito medio siglo después), para lo cual acudió a las fuentes clásicas (Platón, Diógenes Laercio, Jenofonte, Cicerón, Apuleyo, Séneca), medievales (Juan de Salisbury, Juan de Gales, Walter Burley, Vicente de Beauvais),57 así como a los primeros humanistas (Petrarca y Boccaccio). Manetti es asimismo autor de Vidas de Sócrates y Séneca, un opúsculo donde se recoge el siguiente fragmento de un libro de Cicerón, De las Obligaciones:

Pero la filosofía antigua hasta Sócrates –quien había oído a Arquelao, discípulo de Anaxágoras– trataba de los números y movimientos y de dónde proviene todo y a dónde vuelve. Y con gran ahínco se buscaban a partir de ellos las magnitudes de los astros, sus intervalos y órbitas y todo lo relativo a los cielos. Sócrates extrajo, el primero, del cielo la filosofía y la colocó en las ciudades y la introdujo también en las casas y forzó a indagar acerca de la vida y las costumbres y las cosas buenas y malas. Su variada diversidad de discursos y la variedad misma de las cosas, así como la grandeza de su ingenio, consagrada por la memoria y por escrito, han creado diversos géneros de elocuentes filósofos.

Estas palabras nos recuerdan las de Boccaccio cuando hablaba de la Filosofía como una casa a imagen de la Ciudad Celeste. En efecto, para Cicerón la filosofía es un don del Cielo y Sócrates una entidad intermediaria (como Hermes Trismegisto, Zoroastro, Pitágoras y Platón) que entrega a Occidente ese don para que la búsqueda del Conocimiento, impulsada por una filiación o un amor a la Sabiduría, perdure en la memoria de los hombres y sea actualizada en ellos proyectándola en su tiempo. En verdad, con esta cita de Cicerón, Giannozzo Manetti, y en conformidad con el sentir unánime de su época, intenta recuperar la figura del filósofo que tiene como modelos al griego Sócrates (es decir a Platón) y al romano Séneca, y cuyo pensamiento, moldeado en esos yunques, es capaz de penetrar en todos los ámbitos y planos de la realidad, que abarca la vida entera (la celeste y la terrestre) revelando sus significados a los contemporáneos (“la colocó en las ciudades y la introdujo en las casas”). El filósofo hermético del Renacimiento, redimido por aquellos primeros humanistas que reconocían la influencia esencial de Platón en la cultura occidental por encima de la de Aristóteles (estableciendo así una jerarquía entre ambos), deviene finalmente un mago y un teúrgo que conoce la potencia de las ideas universales, y busca nuevamente en el símbolo y el mito el vehículo que haga posible la transmisión que injerte esas mismas ideas en las corrientes culturales de su tiempo.

Volviendo nuevamente al paralelismo entre Roma y Florencia, éste fue evocado por Coluccio Salutati (1331-1406), notable humanista y canciller de Florencia durante la segunda mitad del siglo XIV y heredero espiritual de los Fieles de Amor, de Dante, Petrarca y Boccaccio. He aquí las palabras que a este respecto Salutati dirige a un amigo el 17 de noviembre de 1377, y recogida en su obra Epistolario:

En esta ínclita ciudad, flor de la Toscana y espejo de Italia, émula de aquella ilustrísima Roma de la que desciende, y de la que sigue las antiguas huellas combatiendo por la salvación de Italia y por la libertad de todos, aquí en Florencia, me ocupa una tarea continua pero de incomparable grandeza. No se trata de una ciudad cualquiera; yo no me limito a comunicar a los países vecinos las decisiones de un gran pueblo; mi deber es mantener informados, de todos los acontecimientos, a los soberanos y príncipes de todo el mundo.

Esto último es digno de atención, pues nos muestra una labor diplomática por parte de Salutati encaminada a fortalecer los vínculos entre Florencia y otras ciudades destacadas de Italia y de Europa. Se entrevé aquí el importante papel que desempeñaría la diplomacia y la figura del embajador en el Renacimiento, que tiene en Salutati uno de sus forjadores gracias a su alta concepción de la política aprendida de los clásicos, y que podríamos considerar también como una expresión del Humanismo tejida en torno a la idea de la libertad, la justicia y la concordia como bienes supremos del hombre. 58 En efecto, esa labor epistolar de Salutati resulta vital para el reconocimiento de la República de Florencia en Europa y el resto de Italia como una potencia que sabe conjugar la alta política con la cultura, y esta fue la función principal de sus cancilleres, y en particular de Coluccio Salutati, que pretendía emular el esplendor de la antigua Roma. 59 Si antes, recordando las palabras de Federico González, hablamos del Renacimiento como la realización de la Utopía, en Coluccio Salutati tenemos precisamente a uno de los personajes que contribuyeron decisivamente a ello haciendo de Florencia una ciudad gobernada según los valores invocados por los filósofos griegos y sus discípulos latinos y cristianos, cuyo legado recogen los primeros humanistas.

En este sentido, no es desde luego casual que Salutati escribiera una obra como De los trabajos de Hércules, que tanto debe a la Genealogía de los Dioses Paganos de Boccaccio. 60 Para el canciller florentino Hércules es un modelo de héroe civilizador y las virtudes que éste encarna son las que él mismo desea para la educación del ciudadano. Pero además, y he aquí un dato a destacar, Hércules figura representado en el sello de Florencia, lo que nos indica que entre el héroe y la ciudad existe un vínculo sutil que de algún modo hace de Florencia la receptora y transmisora de esas virtudes. Por otro lado, Hércules al igual que Eneas (civilizador del Lacio y fundador de Alba Longa, ciudad-matriz de Roma) es un héroe de origen helénico y ambos relacionados por distintos motivos con la ciudad de Troya, con lo cual es bastante probable que Salutati, escribiendo esa obra, no sólo buscase establecer nuevamente un paralelismo entre Florencia y Roma a través del origen común de Hércules y Eneas, sino reivindicar también el prestigio y el orgullo de pertenecer a la estirpe espiritual de los pueblos helénicos. Esto es, Florencia como la hija y la heredera insigne de la cultura greco-romana, y no exageramos si decimos que en tiempos de Salutati se asiste a una verdadera “refundación” de esta ciudad inspirada en las enseñanzas que se descubren en los mitos antiguos conjugándolas con los vientos innovadores que llegan con el Renacimiento. A nuestro entender, ese sutil encaje estructuró el pensamiento renacentista, es decir la imagen del cosmos del hombre del Renacimiento.

Por otro lado, no es tampoco por casualidad que en Los trabajos de Hércules, Salutati hable, al igual que Boccaccio, de la poiesis y de los poetas o videntes (vates) como los verdaderos fundadores de la sociedad humana,61 y esto lo dice porque ciertamente es lo que estaba pasando en esos mismos momentos con Florencia. Es tal su admiración hacia los poetas antiguos que hace de ellos auténticos conocedores de la Unidad divina por encima de la multitud de nombres y atributos con que se adorna al manifestarse. Los poetas, dice Salutati,

(…) al ver que Dios, el arquitecto de todo el mundo, ha realizado todo con sabiduría (…) y dado, empero, que la sabiduría misma no es otra cosa que Dios mismo (…) llamaron al mismo Dios con diferentes nombres, aun cuando pensaran que era uno y el mismo Dios (…) De manera que a nadie debería parecer dudoso que, aun con una multitud tan grande de dioses, los poetas no pensaran en muchos, sino en uno solo, pero que llamaron al mismo Dios de modos diversos, de acuerdo con la variedad de sus oficios, tiempos y lugares.62

Como canciller Coluccio Salutati es también un hombre de acción imbuido de espíritu práctico, y se entrega a la concreción de todas esas ideas que alimentan el alma de Florencia. Recogiendo los frutos de lo ya sembrado por Brunetto Latini, Boccaccio y Leoncio Pilatos, Salutati llama al bizantino Manuel Crisoloras (1355-1415), para dirigir la primera cátedra de griego en Florencia.63 Y Crisoloras es nada menos que discípulo del también bizantino Gemisto Pletón, que jugará un papel eminente en la recuperación para el Renacimiento de la filosofía platónica y la cosmovisión propia del paganismo. En 1397 Manuel Crisoloras se instala en Florencia y los primeros frutos de su labor didáctica llegarán a comienzos del siglo XV, cuando Leonardo Bruni (1370-1444), discípulo de Salutati y su sucesor en la cancillería, traduce o manda traducir parte de la obra de Platón, como el Fedón, Apología, Critón, Gorgias, El Banquete, Fedro, Cartas.64 Es decir que medio siglo antes de que se fundara la Academia de Florencia, Platón ya empezó a ser traducido en la capital toscana. Esto es digno de señalar, pues nos indica hasta qué punto Florencia estaba ya preparada para ser la sede del renacer cultural que tendrá su culminación justamente con la creación de la Academia Platónica.

A Crisoloras le sucede en su labor docente el también bizantino Juan Argiropoulos (1415-1482), que llega a Florencia pocos años después de la invasión de Bizancio por los turcos, concretamente en 1459 mientras es canciller Donato Acciaiuoli (1428-1478), que continúa la labor de sus ilustres antecesores. Argiropoulos transmite a sus discípulos florentinos la unidad presente en toda la filosofía griega, desde Pitágoras y Platón hasta Proclo, considerándola como lo que es: una Tradición atestiguada a lo largo de los siglos por medio de individualidades que han encarnado el Conocimiento y de las escuelas y academias que lo transmiten a lo largo del tiempo, llegando hasta el Renacimiento, e incluso de manera más oculta y esporádica hasta nuestros días. Por otro lado, esa Tradición sapiencial no se opone a la obra de Aristóteles, pues ésta afronta la realidad del mundo y del hombre desde otro punto de vista, complementario en muchos aspectos al de aquella, como bien supieron ver los filósofos humanistas del Renacimiento.

Florencia era un verdadero microcosmos que a modo de matraz alquímico destila las ideas motoras del nuevo ciclo. No cabe duda asimismo que a la formación de ese clima contribuyó decisivamente la política benefactora y de mecenazgo llevada a cabo por los Médicis, comerciantes y banqueros que absorbieron los valores humanistas, con los que gobernaron la República florentina desde principios del siglo XV hasta el XVIII. Estamos hablando de los que sin duda alguna fueron los auténticos príncipes del Renacimiento italiano. Que Florencia esté gobernada por una familia que procede de comerciantes, protectores de las artes, y no de guerreros (como el resto de Repúblicas italianas) es también bastante significativo y un testimonio más de hasta qué punto esta ciudad encarnaba el espíritu de su tiempo. Indica también la revalorización de lo económico, que es inherente al desarrollo de las ciudades durante el Renacimiento como consecuencia directa del incremento de las actividades comerciales entre los distintos países europeos y entre éstos y los de Oriente, ampliándose y tomando una dimensión casi planetaria tras el descubrimiento de América.

Debemos decir que esa preponderancia que va tomando el comercio y el elemento económico en la vida ciudadana lo advirtieron perfectamente los cancilleres como Salutati y Bruni, especialmente este último, que vive inmerso en una época que ha dejado atrás ya definitivamente el Medioevo. De ahí que nos parezca bastante sintomático y un dato a destacar que junto a las obras de Platón y otros filósofos griegos Bruni también traduzca la Política, Etica a Nicómaco y Económicos, de Aristóteles. Si nos fijamos bien a estas tres obras les une un propósito común: establecer un sentido de la política en la que lo económico, imprescindible para el buen gobierno de la ciudad y en consecuencia del Estado, esté inseparablemente unido a la ética y sus valores. El pensamiento de Bruni a este respecto es el mismo que el de todos los humanistas renacentistas que dirigen los asuntos de la vida civil y donde la influencia de los estoicos latinos se deja sentir poderosamente: si un hombre no es virtuoso no puede ser prudente, y esta prudencia [sinónimo de sabiduría], “es una valoración exacta de la utilidad; y una valoración verdadera no está corrompida”, apunta Bruni.

Hasta donde fue posible los Médicis interpretaron esta visión de la “res publica”, y en cierta medida también la dinastía de los Sforza, duques de Milán, y la de los Montefeltro, señores de Urbino, así como los Gonzaga de Mantua, todos ellos, al contrario que los Médicis, antiguos condottieri que superaron esa condición para convertirse en hombres de Estado y verdaderos mecenas que fomentaron igualmente la cultura y las artes en sus respectivas cortes.65 Una cuestión importante a tener en cuenta es la fecunda amistad forjada entre Cosme de Médicis y Francesco Sforza, amistad que desembocaría en la alianza entre Florencia y Milán que estabilizó el centro y norte de Italia por largos años, tema éste para nada baladí, pues esa estabilización propiciaría el clima necesario para el desarrollo de la cultura renacentista en un momento crucial de la misma, y cuyo centro intelectual estaba en la Academia Platónica de Ficino, el cual había dejado escrito que el “espíritu de Platón voló de Bizancio a Florencia”.66

No sólo existe un flujo de Bizancio a Italia (Florencia básicamente), sino también de Italia a Bizancio, pues al igual que pasó en ciertos momentos de la Edad Media, la atracción que ejerce la capital del Imperio cristiano de Oriente es poderosísima, y la razón profunda de esto no es otra que la propia fascinación que opera la Antigüedad Clásica en las mentes renacentistas. Antes, e incluso después, de que los turcos tomaran Bizancio los filósofos y humanistas italianos viajaron allí y a otros lugares de Grecia para hacerse de cuantos manuscritos pudiesen encontrar, llevándoselos a Italia para ser traducidos, y su volumen fue a veces tan considerable que llegaron a crearse excelentes bibliotecas, a lo que contribuiría sin duda alguna la aparición de la imprenta, que como dice Federico González (Las Utopías) trajo consigo la mayor revolución de difusión cultural que se haya producido nunca en la historia de Occidente, modificando todo tipo de relaciones y formas culturales.

Acerca de los manuscritos bizantinos y griegos buscados por los humanistas italianos, he aquí lo que nos dice P. O. Kristeller:

Los príncipes y mecenas comenzaron a coleccionar dichos manuscritos. Compraron éstos traídos de Grecia por eruditos, monjes y mercaderes, e incluso llegaron a enviar eruditos a Grecia con el único propósito de adquirir tales manuscritos. Tenemos el ejemplo más conocido de esto en la misión que Juan Lascaris llevó a cabo a nombre de Lorenzo de Médicis, transcurridas varias décadas ya de la conquista turca. Ese mismo siglo XVI, Francesco Patrizi reunió manuscritos griegos en Chipre y otros lugares, y los vendió después a Felipe II de España. En otras palabras, el comercio con manuscritos griegos no cesó con la caída de Constantinopla; y debemos recordar que, tras 1453, varias áreas de habla y civilización griegas –como Eubea, Morea, Chipre, Rodas y Creta– continuaron sujetas por lapsos más largos o más cortos al dominio de Venecia.

El núcleo de las grandes colecciones de manuscritos griegos creadas en Europa surge en los siglos XV y XVI; en el siglo XV se formaron las bibliotecas Lorenziana y Vaticana, así como la Marciana, cuyo punto de partida fue la colección de Besarión; en el XVI se formaron las colecciones de París, el Escorial, Munich y Viena; poco después las de Oxford y Leiden. Hoy mismo los editores de textos griegos antiguos recurren a los manuscritos de esas bibliotecas, así como a los que aún siguen en las bibliotecas de Grecia y de otros países orientales que tienen o tuvieron lazos con la Iglesia y con la cultura griegas, como Rusia y Turquía (…) Tenemos manuscritos griegos copiados o anotados por Policiano, Ficino, Ermolao Barbaro e incluso Leonardo Bruni.67

De Bizancio llega también Gemisto Pletón en 1438 con ocasión del Concilio celebrado en Ferrara-Florencia para la Unión de las Iglesias de Oriente y de Occidente. Gemisto Pletón (1360-1452) es un personaje clave del Renacimiento como ya señalamos,68 pues es tal la influencia que él, y su discípulo el cardenal Besarión, ejercen sobre Cosme de Médicis (el cual asistió a varias conferencias que Pletón dio en Florencia sobre la Tradición platónica), que años más tarde éste encomendará a Marsilio Ficino la creación definitiva de la Academia platónica de Florencia, y con ella el núcleo intelectual con el que cristalizaría finalmente el Renacimiento. Florencia, y dentro de ella la Academia platónica, constituía en realidad un centro espiritual cuyos efluvios alcanzarían todos los rincones de Italia y de Europa, y darían fundamento teórico, es decir las ideas-fuerza, a las expresiones culturales, artísticas y científicas del Renacimiento.

Es decir que existe una multiplicación de la potencia contenida en ese centro, en un proceso análogo al que vive la unidad metafísica en su emanación, donde no pierde nada de su cualidad, sino que ésta permanece intacta en lo emanado, si se quiere de modo inmanente pero inseparable de su origen primero, inmanencia que posibilitará que en cualquier momento y lugar brote la coyuntura favorable para que esas ideas-fuerza desplieguen su energía fecundadora y se encarnen en personas o en instituciones receptoras a su influencia.

Marsilio Ficino no sólo traduce sino que también comenta de manera inspirada la obra de Platón (comentarios que no hicieron los traductores anteriores) y la de otros platónicos (fundamentalmente Proclo, Plotino, Porfirio, Jámblico), y asimismo el Corpus Hermeticum y el Asclepios. Esto es un dato a destacar, puesto que es gracias a esos comentarios y a la elaboración posterior de su propia obra que Ficino lleva a cabo ese sutil entrelazado entre el Hermetismo, la metafísica platónica y la cristiana, siguiendo así el ejemplo de varios ilustres antecesores: Proclo, Dionisio Areopagita, Miguel Psellos y su contemporáneo Nicolás de Cusa.69 Traduce igualmente los Oráculos Caldeos y los Himnos Orficos llegados también de Bizancio tras la toma de ésta por los turcos en 1453. Estaba claro que con la ocupación de Bizancio por parte del Imperio otomano un ciclo de la historia de Europa se cerraba definitivamente y se abría otro, signado por el regreso del antiguo saber a donde fue una de sus tierras de origen: la península itálica, y a través de ésta a toda Europa.70 Florencia se convierte en la nueva Bizancio, y los maestros renacentistas recogen el testigo de los maestros bizantinos, al mismo tiempo que desde España van llegando, antes incluso de la expulsión de 1492, los sabios judíos trayendo consigo los conocimientos de su tradición esotérica, la Cábala.

Notas

55   Aquí naturalmente incluimos a Portugal y España, especialmente activas durante la “era de los descubrimientos”, la cual es también otra de esas posibilidades incluidas en el ciclo renacentista que fueron ampliamente desarrolladas y de la que hablaremos en un capítulo aparte debido a su importancia.

56   Baste recordar, entre muchos otros ejemplos, a dos cumbres de la intelectualidad medieval: San Buenaventura y Tomás de Aquino, sin olvidarnos de la arquitectura, que irradiando de la Lombardía original se extiende por toda la Europa occidental desde los mismos comienzos de la Edad Media. Pero en el campo del pensamiento filosófico y teológico es abrumadora la presencia de francos, británicos y germánicos.

57   Ya nos hemos referido a Juan de Salisbury como autor del Policraticus; en lo que respecta a Juan de Gales escribió un Compendio de la vida y dichos de los ilustres filósofos, y Vicente de Beauvois Speculum Maius. En este último se da gran importancia a los dioses griegos. Ya en el siglo XIV, a las puertas del Renacimiento (1330), Walter Burley escribe Libro de la vida y muerte de los filósofos.

58   La figura del embajador se potencia efectivamente en el Renacimiento y es consecuencia directa de la creación de los Estados nacionales tras el fin del Medioevo y del debilitamiento consecuente que en la nueva sociedad tienen los poderes respectivos del Papado y del Emperador. En cierto modo la función del embajador sustituye en el ámbito de las relaciones internacionales al que tuvieron los dos órganos principales de la Cristiandad medieval. No en vano su patrón es el dios Mercurio debido a su papel de intermediario y de mensajero, y su función principal consiste en la de favorecer y buscar la “concordia” entre los pueblos. Es un “mensajero de la paz” en una sociedad envuelta muchas veces en conflictos armados, y en este sentido su labor fue la de mantener en la medida de lo posible el delicado equilibrio dentro de la sociedad europea.

59   Un ejemplo de lo que estamos diciendo sobre los vínculos no sólo políticos sino también culturales que Salutati mantuvo con otras cortes europeas es la epístola mandada al Marqués de Moravia (en la actual República Checa), la cual es acompañada con la obra de Petrarca Sobre los hombres ilustres, y la solicitud a su vez de que le sea enviada la Crónica de los reyes de Bohemia.

60   Apuntemos de pasada que también existe un tratado de Don Enrique de Villena (1384-1434) inspirado en el de Salutati y casi con el mismo título: Los Doce Trabajos de Hércules, donde demuestra tener un gran conocimiento de la mitología greco-romana. Hemos de apuntar que Enrique de Villena, emparentado con la Casa de Aragón y perteneciente a la Orden de Calatrava, fue un humanista español interesado en las artes herméticas, motivo por el que fue perseguido por la Inquisición religiosa, que quemó algunas de sus obras. Escribió Tratado de Alquimia, Tratado de Astrología, El Arte de Trovar (donde recoge en castellano la poética de los trovadores provenzales), entre otros. Tradujo además La Eneida de Virgilio, La Retórica de Cicerón y La Divina Comedia de Dante. Realizó también comentarios a determinados poemas de Petrarca, y también de la Biblia, como es el caso del versículo 4 del Salmo VIII. Es interesante señalar que a lo largo de dicho comentario Enrique de Villena desvela la cosmogonía implícita en él, y para apoyar su estudio menciona a diversas obras (como el Almagesto y Los Secretos de Hermes) y autores herméticos, como el ya citado Juan de Rupescisa (Libro de la Quintaesencia), Alberto Magno (De mineralibus), e incluso a Dionisio Areopagita y su Jerarquía Celeste, etc.

61   Salutati pone el ejemplo del poeta y dramaturgo Eurípides (que tuvo entre sus maestros y amigos a Sócrates), quien recibió del rey Arquelao I de Macedonia el encargo de planificar todo el Estado.

62   De los Trabajos de Hércules, libro I. Recogido de Ernesto Grassi, ibíd. Otras obras de Salutati fueron Invectiva, Del siglo y la religión, Del hado, la fortuna y la casualidad, De la nobleza de las leyes y la medicina.

63   Manuel Crisoloras tradujo la Geografía de Tolomeo y La República de Platón. Parece ser que visitó también Barcelona en 1407 y 1410 con la intención de crear un centro donde se tradujeran del griego las obras filosóficas llegadas de Bizancio, pero el proyecto no acabó cuajando, pese a que en la capital catalana existía en ese entonces (como en otros momentos de su historia) una gran recepción a las ideas de renovación venidas de Europa.

64   Traduce asimismo a Plutarco, Demóstenes, Jenofonte y a Esquines, político ateniense que fue uno de los diez oradores áticos que buscó la alianza con el reino de Macedonia.

65   Superación relativa, pues en el alma de estos hombres siempre convivieron el humanista ilustrado y el hombre despiadado y violento, reflejando así la atmósfera de grandes contrastes que fue también la del Renacimiento.

66   Entre los pintores de los que se rodeó Francesco Sforza en su corte merece destacarse a Bonifacio Bembo, neoplatónico conocedor de la obra de Gemisto Pletón. No queremos olvidarnos del rey Alfonso V de Aragón, llamado el Magnánimo, auténtico mecenas que gobernó los territorios italianos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, existiendo durante su reinado una convivencia entre los autores italianos, catalanes, aragoneses y castellanos. Este rey también representa el modelo del príncipe del Renacimiento, y bajo su reinado se produjo la entrada del humanismo renacentista en la Corona de Aragón, o catalano-aragonesa, auténtica potencia marítima del Mediterráneo, y que comprendía, además de Aragón y Cataluña, a Valencia y Baleares. De Valencia saldría nada menos que Juan Luis Vives, uno de los grandes humanistas del Renacimiento. Dentro de dicha Corona citemos a Juan Fernández de Heredia (siglo XIV), que tradujo al catalán y al dialecto aragonés varios autores clásicos (Plutarco y Tucídides, por ejemplo); también al barcelonés Francesc Alegre (siglo XV), traductor de las Metamorfosis de Ovidio, y también de ciertas partes de la Genealogía de los Dioses Paganos de Boccaccio, siendo también autor de una obra titulada Sueño recitando el proceso de una cuestión enamorada. Asimismo, Bernat Metge (1340/46-1413) es autor de Libro de fortuna y prudencia, entre otros, y traduce también varias obras de Boccaccio y Petrarca. En fin, son abundantes los autores humanistas catalanes, aragoneses y valencianos vinculados con esas corrientes de renovación intelectual que recorre toda Europa.

67   El Pensamiento Renacentista y sus Fuentes, cap. VII.

68   Gemisto Pletón está muy influido por dos eminentes platónicos: Proclo y Miguel Psellos (otro sabio bizantino del siglo XI). Sobre Pletón y su importancia en la gestación del Renacimiento ver nuevamente Las Utopías Renacentistas, cap. XI.

69   Nicolás de Cusa se hizo traducir del griego el Parménides de Platón, la Teología Platónica de Proclo y Acerca del Destino de Pletón.

70   Entre los espíritus más lúcidos de la época se tiene la sensación de asistir en verdad a un “fin de ciclo” y al nacimiento de otro, como ya intuyera el propio Nicolás de Cusa, quien a propósito del regreso de los antiguos afirmó: “Vemos que todos los ingenios de hoy, hasta los mayores estudiosos de las artes liberales y mecánicas, investigan las cosas antiguas, y con gran avidez, como si se pudiese esperar que está por acabarse súbitamente un ciclo entero.” (Eugenio Garín: El Hombre del Renacimiento, cap. V.) Esto lo dijo Nicolás de Cusa en 1433, precisamente el año en que nace Marsilio Ficino.


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