Triple herma. Afrodita - Hermafrodito - Príapo.
Triple herma: Afrodita - Hermafrodito - Príapo.
Juan Richepin (dir.), Nueva Mitología Ilustrada I. Barcelona 1927

En pos de Deméter I (*)

Mª ángeles Díaz

Sobre los mitos

Los mitos y las historias de los dioses son símbolos que nos ponen en contacto con un modo de pensar ancestral, haciéndonos partícipes de las fuerzas ordenadoras que rigen el mundo. Los mitos son símbolos muchas veces orales, códigos herméticos que transmiten una enseñanza mostrando el modo en que los pueblos antiguos entendieron el Ser del Mundo. Formando un conjunto unitario con el símbolo y el rito, los mitos tratan acerca de las entidades arquetípicas y de los orígenes sagrados de la cultura. Se trata de relatos del plano intermediario, los que ponen al hombre en relación con la deidad, es decir consigo mismo, con su ser esencial. Por estar sustentados en una misma realidad, la de los seres humanos y el Cosmos que habitamos y del que formamos parte, los mitos son universales y es por ello que encontramos tan claros paralelismos entre los mitos de distintos pueblos tradicionales, pues en realidad estos se refieren siempre a principios eternos e inmutables. Por eso comprender la Unidad esencial contenida en las distintas mitologías, es en realidad comprender lo que sería la verdadera unidad de la cultura humana.

De ahí que el relato mítico contenga una historia y una metahistoria y sea núcleo de enseñanzas y revelaciones verdaderamente valiosas, las cuales amplían y universalizan nuestra conciencia coadyuvando así a la posibilidad de que se haga en nosotros el Conocimiento. Se trata, pues, de una enseñanza simbólica e iniciática que utiliza como vehículo de expresión para trasmitir las verdades más elevadas el lenguaje emotivo de la poesía y la fuerza intrínseca de la transmisión oral y escrita, las que tienen que ver con el Verbo divino que el ser humano expresa a su nivel, si es capaz de vivir de acuerdo al modelo propuesto por los mitos (los que expresan ese Verbo), ya sea de forma individual o colectivamente, pues como dice Federico González, el mito

"además de revelar verdades cosmogónicas y proponer un modelo ejemplar de vida y realización, es el factor aglutinante que ha dado cohesión a la existencia de los innumerables pueblos, posibilitando así su organización social".(1)

Desde luego estas enseñanzas que podemos obtener al estudiar el mito no están referidas a ningún tipo de norma de conducta ni a reglas morales, pues éstas nunca han sido cosas estables sino que están expuestas a la variación continua según los tiempos y grupos humanos. Las conductas a las que aluden los mitos son arquetípicas y por lo tanto válidas para todo tiempo y lugar. Desde el punto de vista de la Tradición Hermética, desde el que siempre nos situamos, es su vigencia y actualidad lo que da al estudio de los mitos todo su valor, por lo que muy poco nos puede interesar la visión "arqueologizante" y clasificatoria propia del mundo "oficialista".

Como Ciencia Simbólica, la mitología expresa a través de las aventuras, relaciones familiares, amores, lances y demás acontecimientos entre los dioses (así como el modo en que aparecen implicados en esas aventuras, sus atributos, etc.), una lectura arquetípica y mágica del mundo, lo cual forma parte del núcleo de enseñanzas iniciáticas de la Ciencia Sagrada, la mayor engendradora de ideas, ya que a través de sus disciplinas, basadas sobre todo en el estudio y comprensión de los códigos simbólicos, se logra establecer las correspondencias y analogías permanentes que hay entre las fuerzas invisibles de la naturaleza y el plano de la manifestación donde estas fuerzas se concretizan.

Los hombres no crean a los dioses, sino que los descubren y los interpretan, es decir, se nos revela su nombre a través de sus arquetipos o principios inmutables, los que manifestados en todos los fenómenos naturales, tanto físicos, anímicos y espirituales, astrales o telúricos, nos permiten entender parte del misterio de la Vida. Los mitos son por tanto la explicación simbólica que los hombres dan a todo aquello que, aun siendo un enigma, se muestra como lo más real de la existencia. Se trata de la expresión del misterio de la Creación y del Orden y equilibrio entre los opuestos aparentes (como lo femenino y masculino, yin y yang, simpatía y repulsión) con que ésta se manifiesta. Sin embargo la principal enseñanza contenida en este código simbólico se halla en el propio nombre Mito que equivale a misterio; mito y misterio provienen de la raíz muein que significa callarse, en alusión al silencio interior con que finalmente debe recibirse la iniciación a estos códigos sagrados y a los misterios de la existencia.

Cualquier pequeña investigación nos lleva a comprobar que todas las grandes culturas de la historia, y todos los pueblos arcaicos, han descubierto al principio de su tiempo a sus dioses, es decir, han percibido al Ser Universal expresándose en la naturaleza de su entorno, en su geografía, el paisaje, mares, ríos, fuentes, montañas, volcanes y astros, especialmente se han fijado en el Sol y la Luna. También los han observado en los ritmos y los períodos celestes, en todos los fenómenos naturales y atmosféricos, así como en el efecto que dichas energías tienen sobre el resto de seres, tanto del reino animal, vegetal como mineral y por supuesto humano. Estas relaciones de energías cósmicas y telúricas, productoras de cambios climáticos y rítmicos (tales como lluvias, periodos de sequía, tormentas o la división de las estaciones del año, etc.), y la repercusión de todo ello sobre los ciclos vegetales han mostrado, por ejemplo, a entidades que se revelaban en dichos procesos agrarios, constituyéndose estas revelaciones en el símbolo de la impronta con que los dioses han signado a ese pueblo determinado al otorgarles unos conocimientos y una Tradición cultural y con ella un ligamen con los verdaderos misterios del Universo.

Es así que algunas leyendas relacionadas con los símbolos agrarios constituyeron en el tiempo una enseñanza iniciática y espiritual, y el soporte para ciertos rituales mistéricos con los que se transmitía la clave de acceso a la Unidad del Ser a través de sus manifestaciones. En este caso la naturaleza vegetal dado que ésta es una teofanía que muestra de una manera clarísima que todo está indisolublemente ligado, incluida la vida y la muerte o la muerte y la resurrección.

Puesto que tiene que ver con nuestros orígenes culturales, nos referiremos en particular al Panteón griego y romano, especialmente para empezar diciendo que es inabarcable pues a la gran cantidad de dioses, semidioses, démones, héroes y ninfas que legislan el Universo, se une una larga lista de aventuras verdaderamente muy enigmáticas, ya que a veces idénticos dioses aparecen asociados entre sí con parentescos diferentes y nacimientos producidos en distintos lugares y circunstancias, y otras cosas imposibles desde un punto de vista plano o rasante, pero que cobran significado a medida que se comprende el sentido trascendente que tienen estas leyendas y se comprueba que tratan de ideas arquetípicas, esenciales para la verdadera vida intelectual y espiritual del hombre, ya que suponen modelos ejemplares a seguir por éste. Se ha comparado la mitología greco-romana con la de las culturas hindúes y precolombinas, en especial la azteca y la maya, por la cantidad de dioses que todos estos pueblos llegaron a conocer y de los que se alimentaron para crear sus grandes civilizaciones.

En efecto, para toda sociedad que se organiza bajo los patrones de sus dioses, todo acto es un rito, esto es, un gesto o comprensión realizado de acuerdo a un orden arquetípico, ritmado al compás de los ciclos cósmicos y telúricos. En este sentido los ritos agrarios nacen con la agricultura, que es celeste y terrestre a la vez, como también es el caso de la construcción íntimamente ligada con la agricultura, pues ambas surgen del asentamiento de los pueblos, y de los que organizan el espacio y el tiempo mediante la creación de calendarios cosmogónicos, que son por ello reveladores de la realidad del mito como vehículo de lo suprahumano y supracósmico.

Es por ser arquetípica que la historia mítica actúa como transmisora de un Saber inmemorial y suprahumano ligado con el misterio de la Creación. Por eso la mitología y el conocimiento que ella vehicula constituyen un medio para ponernos en relación con el plano donde nacen las ideas, plano que en el mapa del árbol cabalístico se sitúa en Atsiluth.(2) Se trata de un conocimiento, el que vehicula el mito, que nos ayuda a ver que nuestra existencia y la del Universo tienen un Principio que por definición es anterior a toda creación o determinación. Ese Principio, o Unidad, al manifestarse crea también las relaciones y las jerarquías entre los dioses. Por eso descubrir los arquetipos y las ideas con las que estos se expresan e identificarlas en nosotros mismos supone vivir en el mundo inteligible al que alude Platón, lo que nos ubica inmediatamente en un tiempo completamente otro al ordinario o profano. Es el tiempo de los dioses, el tiempo sagrado de los orígenes que se hace presente y coexiste con el tiempo de los hombres, y es esta coexistencia en verdad la que salva o rescata al hombre al darle la posibilidad de reconocer sus estados superiores, pues precisamente hacia la toma de conciencia de esos estados conduce la iniciación a los misterios

Deméter y Eleusis

Todas las Tradiciones Iniciáticas han contado a lo largo de la historia con Centros o Escuelas de Pensamiento donde se ha transmitido la iniciación a esos estados del Ser. En Occidente esos centros se propagaron por toda la cuenca mediterránea. En ellos, sabios, sacerdotes e hierofantes comunicaban la Ciencia Sagrada a quien lo requería y reunía además las condiciones para comprenderla. Además de esos Centros de Enseñanza se expandía una influencia de orden intelectual y espiritual que actuaba de dínamo generador y punto de referencia axial para toda la sociedad, es decir que nutrían también la cultura popular, que en muchos casos fue la que conservó gran parte de estas enseñanzas, especialmente a través del arte y de la literatura, fundamentalmente el cuento y la leyenda, así como la música y el teatro.

Concretamente, en Grecia uno de esos Centros sapienciales e influyentes en la historia del pensamiento tradicional de Occidente fue el santuario de Eleusis de época prehelénica, consagrado a la diosa Deméter, deidad que representó durante más de dos mil años el símbolo de la puerta de entrada a los misterios de la iniciación, y cuya energía contribuyó al esplendor de esa civilización. Venerada popularmente como deidad de la vegetación y de la agricultura (especialmente el cultivo del trigo), tanto por griegos como luego por los romanos quienes le dieron el nombre de Ceres, el santuario consagrado a la diosa Deméter fue símbolo del saber acumulado por sabios e iniciados de todas las épocas anteriores, ya que se dice que la cadena de esta enseñanza enraíza con los orígenes del mundo, antes del tiempo. A este Centro, verdadero corazón del mundo mediterráneo, pertenecieron los grandes pilares de nuestra tradición cultural, nos referimos a Pitágoras, Sócrates y Platón, a través de los cuales la ciencia arcana ha podido, aunque cada vez de modo más restringido, seguir alimentando a los hombres y mujeres de todas las épocas, incluida la nuestra ya que gracias a esos sabios la influencia espiritual-intelectual de la deidad aún no ha dejado de dar su sustento al Occidente actual(3).

Al hablar de corazón y de centro nos referimos a que todo el orbe cultural y social de una gran cantidad de pueblos de la cuenca formada por este mar llamado Mare Nostrum por los romanos, tenían en Deméter el símbolo de la deidad y a ella construyeron templos y santuarios en los que se enseñaban sus ritos en total acuerdo con la Tradición Universal de la que éstos eran su representante.

El ritual de iniciación practicado en el templo de la diosa, en la ciudad de Eleusis, consistía en revivir el drama cósmico, representado en la historia de dos entidades de la Tierra: Deméter y su hija Perséfone, y las relaciones que éstas mantienen con otras divinidades, tanto del Cielo como del Inframundo, que también participan en el relato mítico contado en clave de tragedia. En él se narra una muerte, la de la semilla, y un renacer, el del fruto, constituyendo esta imagen el símbolo de toda generación y de todo proceso existencial tanto material, como espiritual.

Como decimos el ritual de Eleusis tenía como núcleo principal la leyenda iniciática de la tragedia vivida por dos diosas: Deméter y Perséfone, esta última conocida en épocas posteriores también como Proserpina y Coré, raptada por el dios del inframundo, Hades (Plutón), quien finalmente será su liberador; lo cual guarda una perfecta analogía con el propio ciclo de la semilla, también "secuestrada" en las entrañas de la tierra y sometida a las potencias infernales de la muerte y finalmente vuelta a la vida una vez la planta aflora. Este fenómeno que sufre todo vegetal es un símbolo que pone de manifiesto una realidad asombrosa que muestra la tenue línea que separa la vida de la muerte, por lo que el proceso vegetal universalmente ha sido considerado un suceso sagrado y misterioso que evidencia la unión que hay entre las fuerzas visibles e invisibles, ya que todas ellas necesariamente deben tomar parte en el acto de regeneración y transmutación de cualquier planta o cultivo, la lluvia, el viento, el sol y todas las demás fuerzas cooperantes del Cosmos.

Desde el punto de vista del proceso interno de Conocimiento, advertir esta realidad de concatenación y unidad con la que se expresa el Ser Universal supone recuperar un punto de vista perdido ya desde hace muchísimo tiempo para la gran mayoría, lo cual requiere una instrucción o una iniciación, es decir, hay que pasar por un proceso interno de transmutación alquímica en el transcurso del cual paulatinamente ir tomando conciencia de la sacralidad de este tipo de conocimientos.

Este proceso ha sido visto por muchos de los integrantes de esta cadena iniciática como una batalla o conquista gradual de la luz contra las tinieblas, durante cuyo transcurso los velos de la ignorancia, disimulados en férreos conceptos, deben morir, para renacer a la verdad de las cosas, a su realidad. Se trata aquí de describir el acontecer de transmutación por el que pasa la conciencia y que las distintas tradiciones habitualmente han representado con el paso por la caverna iniciática. En esa caverna, representación simbólica de las entrañas de la tierra, el adepto muere, como muere la semilla, a esa condición de ignorancia o pérdida de memoria, para nacer a una nueva posibilidad o a un mundo regido por la Ley de la Armonía Universal.

Esto es claro hoy en día en la Masonería, donde el recipiendario debe superar las mismas pruebas por las que pasa el grano hasta llegar al final de su ciclo. Es decir, que el alma del adepto muere a su condición profana en el útero de la Madre Logia (la Cámara de Reflexión, o Prueba de la Tierra) para nacer, parido entre las dos columnas del templo, a la luz conferida por la iniciación. Así que aquel que se introduce en la caverna para morir en ella renace transformado en una nueva planta, de ahí neo-fito (nueva planta), nombre con que se designa al recipiendario, lo que significa que nace a la Doctrina y la Enseñanza tradicional. Este doble nacimiento del iniciado también está simbolizado en la Diosa Madre Deméter, la que a veces es llamada Dos.

El Rapto de Perséfone por Hades.
El Rapto de Perséfone. Jardines de Versailles.
Escultura e Girardon sobre dibujos de Le Brun.

La Leyenda iniciática de las dos diosas

Deméter es una diosa olímpica, una divinidad de la Tierra, hija de Cronos, nombre griego de Saturno, considerado como el rey de la Edad de Oro. Y hermana y esposa de Zeus-Júpiter, el Rayo iluminador que viene del Cielo para inseminarlo todo. De su relación con él nace Perséfone, otro aspecto telúrico de la diosa. Homero cuenta cómo un día, en que Perséfone (Coré: la muchacha), que está cogiendo flores en el valle de Nisa, es raptada por Hades, dios de las profundidades infernales. Deméter angustiada al advertir la desaparición de la hija emprende una búsqueda incansable con el afán de hallar a la joven. Hécate, la diosa solitaria y lunar, vigilante a las puertas del inframundo desde donde preside la magia de las germinaciones y guardiana de todo el universo, le cuenta a la madre que la oyó gritar, sin embargo nadie le da a Deméter señales definitivas de qué le ha sucedido a su hija. Se cuenta en la leyenda que desde ese día la existencia de la diosa se convierte en un lamento. Incluso en la oscuridad de la noche, provista de dos antorchas que prendió en las llamas del Etna(4) sale a buscarla. Nueve días se dice que tardó la diosa en recorrer llena de amargura y dolor todo el orbe sin hallar señales de la hija amada.

Diferentes tradiciones locales de la cuenca mediterránea cuentan esta leyenda como propia, y con ella no sólo explican la desaparición de la semilla engullida por la tierra sino también los largos períodos de sequía padecidos por ésta, de ahí que la narración mitológica sitúe el suceso del secuestro de Perséfone en varios lugares de la zona. El Atica, Creta, Sicilia o Eleusis son algunos de los territorios que aparecen como escenario del rapto. Sin embargo, insistimos en ello, no debe deducirse que esos fenómenos por los que atraviesan las simientes y el mundo vegetal sean los que crearon el mito de las dos diosas, sino que estos procesos botánicos en los cuales participan por igual las energías descendentes y ascendentes del cielo y de la tierra, son el reflejo de los diferentes aspectos con los que se da a conocer la Unidad, creando en el imaginario, en este caso el de los griegos, distintos aspectos de la divinidad.

Finalmente, dice Homero que Helios, el Sol, le cuenta el modo en que desapareció la joven, forzada a subir en un carro tirado por caballos que conducía Hades, el dios del infierno.

"Hija de Rea, le dice el Sol, la de hermosa cabellera, soberana Deméter, lo vas a saber, pues grande es el respeto y la compasión que siento por ti, afligida como estás por tu hija de esbeltos tobillos. Ningún otro de los inmortales es el culpable más que Zeus, amontonador de nubes, que se la ha entregado a Hades para que sea llamada su joven esposa. Sí, a su propio hermano. Y él se la llevó bajo la nebulosa tiniebla, pese a sus enormes gritos, tras haberla arrebatado con sus yeguas. Así que tú, diosa da fin a tu copioso llanto. Ninguna necesidad hay de que guardes ese insaciable rencor. En absoluto es indigno como yerno entre los inmortales, él, que de muchos es soberano."(5)

Hades, es aquel que, aunque sujeto a las leyes del Cielo (Zeus), tiene en las entrañas de la tierra su propio reino. Homero deja claro al poner a Helios por testigo del secuestro, que nada en verdad en la Tierra se oculta bajo el Sol, y también, que nada ocurre en la manifestación sin que él intervenga. Es decir que si la creación no puede ser sin el Sol, es que todo es en alguna medida Sol, y por consiguiente, luz, calor y color son sinónimos en el sentido de que igualmente lo identifican de una u otra manera.

Deméter, continúa el relato mítico, al enterarse del fatal desenlace de la hija, presa del dolor y de la ira, abandona el Olimpo y adoptando una figura triste y envejecida recorre las ciudades de los humanos, mientras la tierra permanece yerta a causa de su desolación. El drama vivido por la diosa es análogo tanto al alma del adepto que espera el fruto de la iniciación como al que pasa la tierra cuando todas las semillas están desaparecidas de su faz, ocultas en el Hades, muriendo como simientes y esperando ser rescatadas para emerger radiantes a la luminosidad natural del verdor rutilante con que el Sol y la lluvia, símbolo de la influencia espiritual, engalanan al vegetal.

Errática, la soberana Deméter, diosa del suelo fecundo en el que germina la vegetación, un día, llegando a Eleusis, mientras se sienta a descansar en el borde de una fuente recibe y acepta el ofrecimiento que le hacen unas jóvenes de convertirse en nodriza de un tierno infante hermano de ellas e hijo de los reyes del lugar. Se trata del príncipe Demofonte, en cuyo palacio por primera vez después del drama y su periplo, la diosa esboza una sonrisa, y lo hace con las chanzas de la ninfa Yambe, criada de los reyes, quien de esa forma simpática e irónica la anima a que coma algo y que restituya su ánimo y su energía(6). La diosa, que rechaza una copa de vino que se le ofrece, pide que le sirvan ciceón (o Kikeón), una crema de cereales y menta que constituye la bebida con la que Deméter dará la comunión a los que a partir de entonces pidan su amparo, es decir que dará su doctrina a todos los que piden ser iniciados e instruidos en sus ritos.

Deméter cría al niño como a un dios. Lo unge con ambrosía y por las noches lo esconde en el fuego. Lo habría hecho inmortal, cuenta Homero, si no hubiera sido por la intromisión de la madre, la reina Metanira, quien una noche al ver a la diosa poner a su hijo en el fuego, y sin comprender lo que estaba sucediendo, se asusta siendo que ante esta actitud de incomprensión la diosa se ve obligada a abandonar el cuidado del pequeño príncipe.

De este modo Deméter no puede trasmitir completamente sus misterios al niño como ella hubiera querido. Sin embargo, la diosa, que desea mantener un vínculo duradero con Eleusis pide que le construyan cerca de allí un templo donde poder permanecer y transmitir sus misterios a los hombres. Una vez construido el santuario, Deméter se refugia en él. Se cuenta que su retiro y ocultación hace de la tierra un lugar yermo y baldío. Zeus, preocupado al comprobar la esterilidad que sufre la tierra a causa de la reclusión de la diosa envía a un emisario al inframundo para decir a Hades que devuelva la hija a la madre, a fin de aplacar la ira de la diosa y que la tierra nuevamente diera frutos.

Iris, la mensajera alada de Zeus es la encargada de cumplir la misión. Esta, atravesando los mundos según el eje polar y vertical que establecen Zeus y Hades (el Cielo y el Inframundo), eje que ella misma como puente de unión y arco de luz y agua establece, lleva desde lo más alto de las nubes hasta las profundidades de la tierra, donde está la residencia de Hades, el mensaje, pero éste, que ha hecho de Perséfone su esposa amada con la que compartir su imperio subterráneo, desoye a la mensajera.

Zeus al ver que Hades no responde a su demanda decide mandar a Hermes, su hijo querido, el heraldo más estimado de todos los dioses y semidioses, quien finalmente logra persuadir al dios del mundo subterráneo. Es la maña del dios psicopompo quien consigue convencerle para que finalmente libere a la joven. Antes de dejarla partir, Hades da a comer a la joven unos granos de granada asegurándose tras la ingestión de ese fruto (sobre cuyo simbolismo volveremos más adelante) el regreso de la esposa a su lado, al mundo de los muertos, durante un periodo anual. Perséfone, según el trato que cierra Hermes, pasará en el infierno una parte del año, y la otra en compañía de su madre, la augusta diosa Deméter quien una vez liberada por fin la hija, recobra la alegría y la tierra vuelve a fructificar.

Homero cuenta como conclusión de la historia vivida por las dos diosas, que Zeus envió a Rea al templo de Deméter para pedir a ésta su regreso junto a la estirpe de los dioses inmortales.

"Haz crecer el fruto que da la vida a los hombres",

le pide Rea. Deméter sin demora obedece y restablecido el orden la tierra vuelve a verdear, pues como lo dice Marsilio Ficino

"lo propio de Deméter es el vestido verde".

Deméter comienza por enseñar sus secretos a Triptólemo, personaje que por encargo de la diosa enseñará la agricultura a los griegos. Y provisto de un carro tirado por dragones, símbolo de la dominación de las furias terrestres, regalo de Deméter, también extenderá las enseñanzas de los cultivos por toda la tierra(7). Este carro está referido al arado ya que Deméter se presenta como la primera en acoplarlo a los bueyes. Hoy en día en Eleusis aún se sigue hablando de santa Demetra, aunque ha sido bajo el nombre de san Demetrio como ha pasado a patrocinar la agricultura.

En cuanto a Triptólemo, quien aparece como el primer receptor de los antiguos misterios de Eleusis, representa el prototipo del iniciado, esto es, del primero que recibe una ciencia arcana renovada al ponerla en relación con la agricultura, ciencia que emerge en la época como símbolo capaz de mostrar los misterios de conjugar los cielos con la tierra, misterios de los que forman parte la astrología, la astronomía y la geometría, entre una larga lista de otras ciencias asociadas igualmente a la agricultura, ya que ésta, como "cultura del agro", no está sólo delimitada a los procesos vegetales de los cultivos, sino que ha formado parte muy importante de la cosmovisión de muchos pueblos.

Un ritual iniciático y uno popular

El relato sagrado o hieros logos, de la leyenda de Deméter y Perséfone, como ya hemos indicado no sólo es el eje en torno al cual se realizan las ceremonias de iniciación a los Misterios de Eleusis, sino que toda la comunidad tomaba también parte de este mito, pues además de los ritos secretos donde sólo participaban los iniciados existían en Grecia otros actos populares que entre otras cosas estructuraban el tiempo y también el espacio, es decir que ordenaban el calendario con grandes celebraciones en honor a las diosas. Tanto los ritos secretos como los populares estaban igualmente asociados a los ciclos agrarios, que por ser duraciones universales han sido celebrados desde siempre por todos los pueblos antiguos. Federico González dice que estos

"ritos agrarios, y en general todos los mitos y símbolos vinculados a la naturaleza (y sus ritmos y ciclos), constantemente la sacralizan al tomarla como la manifestación del Ser y además su esposa, reflejo invertido de la divinidad, en la que ésta se expresa de modo inmanente. En particular están ligados a la ronda de las estaciones: la paralización y anquilosamiento del invierno, el despertar mágico de la primavera, la riqueza fructífera del verano y la melancolía del otoño"(8).

Los ritos de Deméter, la diosa dispensadora de las estaciones, eran actos festivos multitudinarios que a pesar de que experimentaron ciertas modificaciones a lo largo del tiempo (20 siglos) siempre conservaron dos fases principales: la desaparición de Perséfone y su retorno.

Unas de entre estas fiestas que tenían que ver con la fertilidad y en las que sólo participaban las mujeres, eran las denominadas Tesmoforias que se inauguraban en Atenas todos los años en otoño, después de la siembra, con una romería en la que las participantes, actuaban en calidad de legisladoras de la ley de Deméter, lo cual está en relación con el propio epíteto de la diosa que justamente es Tesmóphoros, esto es "Legisladora". Estas ceremonias duraban tres días. El último de luna nueva y total oscuramiento se vivía como el duelo que representaba el drama del rapto de Perséfone.

Estas ceremonias tenían sus antecedentes en ciertos ritos egipcios de oscuridad, sequía y de esterilidad de la tierra, en ellas los sacerdotes también celebraban ritos lúgubres para representar el luto de Isis, la diosa viuda de Osiris. En dicho acto sagrado se cubría la cabeza de una vaca con un paño negro, pues sus cuernos son como la tierra una copa baldía de no recibir del cielo la luz y el agua para germinar.

Luego, en primavera se celebraba el retorno de la diosa Perséfone del mundo de los muertos. Estos ritos ceremoniales eran conocidos en la época como pequeñas Eleusinas, mientras que otros ritos llamados grandes Eleusinas que parece ser tenían lugar cada cinco años en Septiembre, eran los que acogían los ritos de iniciación.

Estas ceremonias rituales se desarrollaban en nueve días, los mismos que tardó la infructuosa y estéril búsqueda de Perséfone por Deméter, y tenían como escenario Atenas y Eleusis, ciudades por donde transitaba una enorme procesión con varias etapas señaladas durante el recorrido y en ellas se ejemplificaban escenas significativas concernientes a la leyenda mítica relatada principalmente por Homero.

El santuario de Deméter, cuyas ruinas aún pueden visitarse, no era únicamente un templo donde acoger estas u otras ceremonias rituales, sino que además era un Centro de estudios y de instrucción donde se impartía la doctrina tradicional, y sólo después de haber pasado un año recibiendo enseñanza por parte de los maestros, hierofantes y sacerdotisas del mismo, los adeptos, hombres, mujeres y esclavos (pues sólo estaban excluidos los asesinos y malhechores), podían acceder al ritual secreto de iniciación.

Durante la procesión ritual también tenían lugar purificaciones en el mar y sacrificios de cochinillos como ofrenda a la diosa; según dicen, tal vez porque estos animales hacen surcos en la tierra cuando escarban como los que hace el arado, tal vez por la exaltación que la naturaleza expresa en la fertilidad del animal; el caso es que estos animales inmolados se dejaban en un pozo de un año para otro, sirviendo los huesos del año precedente de abono para la tierra que debía producir la cosecha del siguiente. De este modo se simbolizaba el ciclo regenerativo que, junto con los procesos biológicos de la agricultura, constituyen el rito de sacralización de los mismos ritmos de la naturaleza y de su reciclaje constante para mantener la vida. Sin embargo la inmolación de cerdos a la diosa tiene otro sentido simbólico desvelado por Homero en la Odisea. Se trata del pasaje donde Ulises (u Odiseo), en una etapa de su viaje llega a la isla donde se encuentra la maga Circe. Esta consigue con hechizos convertir en cerdos a los compañeros del héroe. Y también lo hubiera hecho con él; sin embargo Ulises, quien recibe de Hermes las hierbas mágicas, antídoto a los venenos de Circe, no sólo se salva de caer en la trampa de ésta sino que consigue liberar de ese mundo tenebroso y "animalesco" también a sus compañeros. Se trata aquí de una enseñanza simbólica destinada a mostrar la necesidad que el hombre tiene de liberarse de sus estados inferiores y más superfluos no alimentándolos. Es más, que sea Hermes, dios de la enseñanza y de la doctrina esotérica quien le dé el antídoto no puede tener más que un significado evidente relacionado justamente con su misión educadora. El mismo sentido simbólico tiene la enseñanza de Cristo cuando advierte no dar de comer perlas, o margaritas, a los cerdos es decir, no alimentar las bajas pasiones sino dejar que éstas, como en el caso del sacrificio hecho a la diosa, se pudran para que de su putrefacción finalmente nazca una eflorescencia, llamada rosa blanca por los alquimistas.

El Dios y La Diosa

En el transcurso del tiempo la comitiva en honor a Deméter también fue encabezada por una imagen de Dionisos, el dios de la vid, venerado junto a Apolo en otro gran centro iniciático, el santuario de Delfos. De ese modo los griegos celebraban juntas las fiestas de la vendimia y las de las mieses, el trigo principalmente, que junto al olivo conforman los grandes descubrimientos de la agricultura griega y romana, que añadidos al pino y la hiedra, plantas que verdean en invierno y por ello ambas asociadas a Dionisos(9), han formado parte desde siempre de nuestro paisaje y de nuestra cultura occidental. En realidad podría hablarse de un coronamiento de los Misterios para esa época, cuando Dionisos, el dios que tomará entre los romanos el nombre de Baco, entra a formar parte de las fiestas de Deméter.

En esta procesión ritual y popular se sucedían algunos de los episodios descritos por Homero en el relato mítico tales como el cruce de un puente, en recuerdo de Iris mediadora. Asimismo también formaba parte de la fiesta ritual el lanzarse puyas unos contra otros utilizando un lenguaje obsceno y jocoso, todo lo cual tiene relación con activar el deseo carnal tan ligado, para todas las tradiciones culturales, a los procesos agrarios y de fertilización. De este modo, mediante un lenguaje licencioso conseguían un estímulo de la energía sexual y de la risa espontánea y por añadidura también obtenían un antídoto contra la tristeza, tal cual sucediera a la diosa con las palabras pícaras de la ninfa Yambe en el palacio de los reyes de Eleusis.

Se sabe que durante algún momento del recorrido varios de los participantes, protegidos con máscaras gritaban con descaro e insultaban a los ciudadanos más principales. Esta extraña actuación guarda una estrecha relación simbólica con los carnavales y otras fiestas análogas de la tradición cristiana, todas ellas destinadas a cambiar los papeles de cada cual cometiéndose ciertas transgresiones, en este caso para satisfacer un deseo de agresión y anarquía que de este modo queda liberado y delimitado al acto festivo(10). Con respecto a este tipo de fiestas, René Guénon dice que la impresión que de ellas se desprende es la de un "desorden" general, en el sentido cabal del término, circunscrito en límites definidos, y hace referencia a la "fiesta del asno", que se celebraba en el Medioevo, en la cual el animal era conducido hasta el coro de la iglesia donde se le veneraba. Asimismo Guénon también se refiere a la "fiesta de los locos" dándole igual sentido, en la cual el bajo clero se entregaba a las peores inconveniencias y parodiaba a la jerarquía eclesiástica y a la liturgia misma(11).

Al anochecer los peregrinos de la comitiva encendían antorchas, tal como hacía Deméter cuando buscaba a Perséfone por toda la tierra conocida, ritualizándose el trágico momento vivido por la Diosa Madre. Al llegar a Eleusis (procedentes de Atenas, decíamos) entraban en el santuario de Deméter donde eran reconfortados con la bebida sagrada de la diosa, el ciceón, una pócima de harina y yerbas aromáticas, que, según ya contamos, ella misma tomara en el palacio de los reyes de Eleusis, al que llegó haciendo de nodriza del pequeño príncipe, tras su errancia por el mundo.

Algunos investigadores del tema han recabado datos suficientes con los que poder asegurar que este brebaje contenía algún tipo de hierba que podríamos denominar alucinógena, lo cual no es nada extraño, dado que la ingestión de este tipo de sustancias ha sido siempre bastante común durante los ritos iniciáticos de muchos pueblos antiguos. Estas plantas, consideradas sagradas y provechosas tanto para la salud del alma como para la del cuerpo, son desde antiguo conocidas por sus poderes sobrenaturales y por su capacidad para abrir la percepción hacia otros espacios de la realidad y de la conciencia y por consiguiente siempre fueron utilizadas con gran respeto por todas las culturas de tradición iniciática, chamánica y sapiencial. Muchas de estas plantas, con poderes narcotizantes, también han sido empleadas desde antiguo para preparar ungüentos con los que proteger la piel frente a las quemaduras llegando esta clase de pomadas incluso a inmunizar y hacer insensible el cuerpo frente a las agresiones del fuego. Por lo tanto la diosa, que untaba al príncipe de Eleusis con cremas antes de ponerlo en el fuego, también le estaba trasmitiendo sus conocimientos sobre esos bálsamos milagrosos. Por otro lado el hecho de que el ciceón contuviera menta hace pensar, en efecto, en alguna pócima o droga medicinal pues sabido es que la antigüedad conocía que a veces las plantas más amargas eran las que contenían mayores propiedades, por eso las hierbas aromáticas eran consideradas un regalo especial de los dioses. Sin embargo conviene aclarar que las plantas sagradas utilizadas en los ritos de iniciación a los misterios, constituyen un género diferente al de las plantas medicinales y alimenticias, ya que aunque todo vegetal participe de la sacralidad de la naturaleza, existen ciertos vegetales que han sido tenidos desde siempre por altamente sagrados y considerados vehículos mágicos de la deidad y como tal con capacidad tanto para abrir las puertas de la percepción como para cerrarlas. Por eso su ingesta, al poner al ser en comunicación con sus estados inferiores y superiores, siempre estuvo enmarcada y delimitada por el acto respetuoso y sagrado que es el verdadero encuadre del rito.

En cuanto a Deméter, madre productora de toda la vegetación, es la deidad que nos abre el acceso a todos los misterios del Ser a través del mundo que le es propio, el vegetal, donde está su ámbito. Con respecto al vino que rechaza, este tiene otro espíritu y otra crianza. No nace de la tierra su espíritu fogoso, su transmutación obedece a otros misterios, debe pues ser considerado con otra medida que es la propia de Dionisos-Baco.

Al contrario de los ritos populares que se celebraban en Eleusis, de los que existe gran información, sobre el ritual de las iniciaciones secretas y de la experiencia final (Epopteia) se sabe muy poco, aparte de que para recibirla no se tenía en cuenta ni el sexo, ni ninguna otra condición jurídica, como decíamos, únicamente ir libre, sin coacción y solo, tal cual estaría cualquiera el día de su nacimiento o de su muerte. Eso sí, era cosa imprescindible el que los iniciados estuvieran dispuestos a hacer voto de silencio. Sin embargo algunos historiadores, entre ellos Mircea Eliade, han reunido lo poco que sobre los rituales propiamente dichos ha transcendido, por ejemplo estas dos palabras dichas por Proclo que son una buena síntesis de los misterios. Cuenta Proclo que los iniciados miraban al cielo y decían:

"¡Llueve!",

luego volvían la mirada a la tierra y decían:

"¡Concibe!".

Hipólito añade dos noticias más, la de que los participantes a la iniciación se reunían en torno a un gran fuego y el hierofante exclamaba:

"La divina Brimo ha engendrado un niño sagrado, Brimos".(12)

Y Heracles habla así:

"He sido iniciado hace mucho tiempo (o en otro lugar) he visto el fuego y he visto a Coré" .

Es seguro que se estaba refiriendo a esa clase de fuego a la que se refiere Federico González cuando dice:

"si todos los fuegos son el fuego, el fuego Arquetípico no quema, pues es una Idea –algo invisible–, que la multitud de fuegos simboliza"(13).

Se habla, no obstante, de que los postulantes asistían a un drama ritual en el que se representaba la unión de Zeus y Deméter, y cuyos protagonistas eran el hierofante y la sacerdotisa de la diosa. Asimismo se cuenta que al final de la ceremonia, y como colofón a la misma, se les enseñaba a los asistentes una espiga. Por otro lado, y en relación con los misterios de Dionisos-Baco también se cuenta que Aristófanes, sacerdote de Eleusis, con una antorcha en la mano, exclamaba:

"¡Llamad al Dios!"

Y los asistentes al ritual gritaban:

"¡Hijo de Sémele, Iaco, (Baco) dador de riqueza!"(14)

A pesar de los pocos datos existentes, parece claro que se trataba de rituales muy misteriosos donde se revelaban los verdaderos secretos transcendentes relacionados con la muerte y la resurrección, como aquel alto misterio simbolizado por la espiga, la que habiendo perdido su verdor y también su raíz, es sin embargo generadora de vida, de modo que cada uno de sus granos, aparentemente seco, contiene la vida de un campo y el alimento para un puñado de hombres.

La Agricultura. El Rapto de Perséfone.

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Temas: Symbolos
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Notas
(*) [Este artículo apareció originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis, Nº 27-28, "Lo Femenino - La Mujer". Barcelona, 2004. No hallándose ya en la web de la revista se publica hoy aquí con el permiso expreso de su autora. – Una reciente versión más actualizada puede leerse en pdf en el blog La Memoria de Calíope.]
(1) Federico González. Simbolismo y Arte, cap. I: "Simbolismo y Cosmogonía". Editorial Symbolos. Barcelona, 1998.
(2) Ver Federico González y colaboradores, SYMBOLOS Nº 25-26: Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Barcelona 2003.
(3) La importancia popular que tuvo esta deidad es fácil advertirla hoy con una sola ojeada por la arquitectura de muchas ciudades tanto europeas como iberoamericanas, y observar en los relieves de sus edificios antiguos la figura de la diosa a la que se puede reconocer por las espigas que porta. Igual que la palabra cereal (de Ceres), tan identificativa de la diosa, hasta el punto de simbolizarla. También algunas ciudades tienen en su nombre el de la diosa, como por ejemplo la ciudad española de Cáceres, en cuya región siguen hallándose restos arqueológicos de bustos de Ceres y lápidas con el nombre de Proserpina. Precisamente cerca de esa ciudad española se halla Mérida, la antigua Emérita Augusta, en cuyo magnífico teatro romano pueden verse sendas esculturas consagradas a Deméter-Ceres, Hades-Plutón y Perséfone-Proserpina. Un espacio que hoy en día sigue siendo escenario para espectáculos teatrales y encuentros en las noches de verano.
(4) Ovidio, Metamorfosis. Libro V.
(5) Homero, Himno a Deméter, 75-86.
(6) Esta anécdota mítica es el origen histórico de ciertos ritmos en la poesía griega y latina en relación con los versos satíricos, lo que se conoce en la actualidad como poesía Yámbica.
(7) En Arcadia, por ejemplo, Triptólemo es el personaje que aparece como aquel que les enseñó a elaborar el pan. En otras ciudades este mismo personaje aparece como su fundador. En algunos relatos Triptólemo es príncipe de Eleusis, hijo del rey Celeo y de la reina Metanira y hermano mayor de Demofonte, el niño que Deméter cuidara en Eleusis. Diferentes tradiciones locales atribuyen a Triptólemo otras identidades, como la de ser el mismo príncipe Demofonte.
(8) Federico González. Los Símbolos Precolombinos, cap. VIII: "La Iniciación". Editorial Kier. Buenos Aires, 2003.
(9) "Comienzo a cantar al que ciñe de hiedra sus cabellos". Homero, Himno a Dionisos. También llevaban coronas de hiedra los que participaban en su cortejo. Por otro lado la frescura de la hiedra le conviene perfectamente a la temperatura ideal del vino, como si hubieran sido hechas tal para cual.
(10) No obstante a pesar del desorden y algarabía que parece desprenderse de todo ello, y como dato añadido a lo expuesto, diremos que existe sobre todas estas celebraciones populares una gran documentación en archivos depositados en bibliotecas de museos de Grecia y Magna Grecia (Sicilia y sur de Italia) donde se informa, entre otras cosas, de la sólida organización de las entidades que dirigían los rituales y administraban los santuarios.
(11) Ver René Guénon. Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap: XXI. "Sobre el Significado de las fiestas carnavalescas", Editorial Paidós, donde también añade que hoy en día, difundido como está ese desorden por doquier y en todos los ámbitos, esas fiestas han perdido su razón de ser.
(12) Brimos es uno de los apelativos de la reina de los muertos. Añadir que los griegos solían decir que los muertos eran gente de Deméter.
(13) En el Vientre de la Ballena. Textos Alquímicos. XIII. Ed. Obelisco. Barcelona, 1990.
(14) Citado por Mircea Eliade en Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas, Tomo I, pág. 45-8. Ed. Paidós.

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