El Loco, lámina sin número de los Arcanos Mayores del Tarot de Marsella
"El Loco". Lámina sin número de los Arcanos
Mayores del Tarot de Marsella.

Federico González.
Desde la Costa Maya del Pacífico
(*)

I

Mª ángeles Díaz

La entrevista que aquí publicamos tuvo lugar durante una semana del mes de Agosto del 2004 en Guatemala. Al regreso a España la completamos con nuevas preguntas que nos contestó el autor desde su propia obra escrita.

La Vía Simbólica

P. – En tus libros hablas de la Cosmogonía Perenne y Universal y señalas que esta Ciencia, hoy desconocida para la mayoría de los hombres contemporáneos, constituyó la estructura cultural de base tanto para los pueblos arcaicos como para las grandes civilizaciones, tales como la egipcia, la tradición extremo-oriental, la hindú, la precolombina, instrumento que en manos de los sabios o iniciados ha permitido en todos los tiempos que el hombre pudiera comprender la esencia de las cosas y de sí mismo. ¿Cómo se estudia hoy la Cosmogonía?

R. – El modo normal en que esa Cosmogonía Universal y Perenne se expresa es el símbolo, o un conjunto de símbolos en acción, constituyendo códigos y estructuras que se conjugan permanentemente entre sí, manifestando y vehiculando la realidad, o sea toda la posibilidad del discurso universal, que se hace audible y comprensible por su intermedio. El símbolo es por lo tanto la traducción inteligible de una realidad cosmogónica, y al mismo tiempo esa realidad en sí, al nivel en que ella se expresa.

Para el estudio de la Cosmogonía interesan particularmente los símbolos numéricos y geométricos, que como se sabe mantienen una perfecta correspondencia entre sí y constituyen módulos paradigmáticos, presentes en toda cultura por conformar la estructura misma de cualquier construcción, en este caso de la Construcción Universal. Los símbolos, como los conceptos, o los seres, son imprescindibles en el plan del Universo, y algunos códigos como el aritmético o el geométrico, entre otros, no son convenciones casuales sino que expresan realidades arquetípicas y conforman la base de cualquier estructura, no sólo en lo exterior sino en lo interior, al punto que pudiera decirse que estas imágenes constituyen categorías propias del pensamiento, y hacen del hombre un auténtico intermediario entre lo conocido y lo desconocido, es decir: el mayor de los símbolos, capaz de unificar por su mediación la multitud de lo disperso.

Los símbolos fundamentales del Arte y la Ciencia Sagrada tal cual nos los ha legado la Tradición Hermética son los métodos para dicho aprendizaje.

P. – A lo largo de todas tus exposiciones has aclarado que el símbolo no debe confundirse con la alegoría, que el lenguaje simbólico no es una mera convención utilizada para describir la realidad, sino que el símbolo es la propia Estructura Universal, que es la parte visible de un Ser invisible y misterioso del que depende toda la realidad.

R. – Efectivamente, el símbolo no es arbitrario, sino que refleja auténticamente lo que expresa, requisito sin el cual sería imposible cualquier relación o comunicación, es decir que el símbolo nombra las cosas y es uno con ellas, no interpreta la realidad ni la define. Lo metafísico, región desconocida y misteriosa, se manifiesta en el mundo sensible por mediación del símbolo. Gracias a éste es posible el Conocimiento para el ser humano; imágenes y símbolos nos permiten tomar conciencia del mundo que nos rodea, de lo que significa y de nosotros mismos. Los símbolos sagrados, revelados, han sido depositados en todas las tradiciones verdaderas. Los sabios de distintos pueblos, por medio de la Ciencia y el Arte, han promovido siempre el conocimiento de esos mundos sutiles que los propios símbolos testimonian. Ellos permiten que aquellas realidades superiores toquen nuestros sentidos y posibilitan que el hombre, a partir de esta base sensible, se eleve a esas regiones que constituyen su aspecto más interno: su verdadero ser. Por consiguiente la alegoría que se correlaciona más con sustituciones y suposiciones carece de conexión clara con lo interno y verdadero. Los símbolos a los que se refiere la Ciencia Sagrada, por consiguiente, ni son convenciones ni han sido inventados, son por tanto no humanos y se encuentran en la estructura misma del Cosmos y el hombre.

P. – ¿Cómo se podría explicar con mayor claridad que los símbolos son no-humanos?

R. – En cierto aspecto no hay nada fuera del símbolo –como tampoco del cosmos– ya que éste expresa la totalidad de lo posible, en cuanto todas las cosas son significativas, y ellas reflejan lo inmanifestado mediante lo manifestado. Por lo que a los símbolos y a los mitos no es necesario inventarlos, ya están dados, son eternos y ellos se revelan al hombre, o mejor en el hombre. La sociedad contemporánea ha concebido la idea de que Dios, es decir la unidad original, es un invento del hombre, aunque algunos de sus miembros piensan más bien que la deidad es un descubrimiento humano producido en cierta etapa de la historia. En ambos casos es el hombre el que crea a Dios, en absoluta contradicción con lo aseverado por todas las tradiciones y civilizaciones de las que se tenga memoria, las cuales afirman y establecen la correcta relación jerárquica entre el creador y su criatura. Esta flagrante inversión nace lógicamente del desconocimiento actual que poseemos acerca de lo sagrado, razón que nos obliga inconscientemente a "humanizar" el concepto de Dios, hacerlo antropomorfo, lo que equivale a reducir a la deidad a las categorías del pensamiento y la concepción, y minimizarlo a la escala del hombre de hoy en día y a la estrechez de su visión. El cual no encuentra nada mejor entonces, que hacer morir a los dioses, no "creer" ya en ellos sino más bien en lo "humano", lo cual es tomado como un progreso, como si fuera posible que las energías cósmicas y armónicas cuyos principios expresan las deidades, dejaran de ser, por el simple expediente de negarlas.

P. – También ocurre que las personas piensan que el hecho de que cada pueblo o cultura tenga sus propios dioses invalida para ellas la idea de un dios verdadero y no se percatan que en realidad los dioses de los distintos pueblos tradicionales constituyen una descripción de su Cosmogonía, es decir una modalidad de la Cosmogonía arquetípica y por consiguiente una descripción o prototipo de la realidad una y única; por lo que, como has dicho en tantas ocasiones, el estudio de cada una de esas cosmogonías puede llegar a ser igualmente útil para cualquier persona independientemente de su creencia particular. ¿Qué habría que decirles a estas personas?

R. – Estamos acostumbrados a pensar acerca de los panteones griego, romano, egipcio, caldeo o maya, o aun en el de los judíos, cristianos, islámicos, hinduistas y budistas, como si sus dioses fuesen la propiedad privada de esos pueblos y religiones, y que, además esos dioses fueran enteramente diferentes entre sí con identidades perfectamente particularizadas en un sistema clasificatorio imaginario. La realidad de lo sagrado queda así reducida a la capacidad "especulativa" del hombre, y no se observa, sin embargo, que esos mismos hombres reconocieron a la deidad a través de los números o medidas armónicas como patrones o módulos de pensamiento universal y expresión de las ideas arquetípicas, siempre presentes, que los símbolos representan y cuya energía-fuerza no ha dejado ni dejará de manifestarse mientras exista el tiempo y el espacio. Lo mismo acontece con los astros y estrellas –en particular el Sol, la Luna, Venus y las Pléyades–, símbolos de los dioses a determinado nivel, planetas y constelaciones que por cierto han sobrevivido a los griegos, romanos, egipcios, caldeos y mayas y que aún podemos observar a ojo descubierto en cualquier noche clara. Estos astros y estrellas significan las energías cósmicas que son la expresión de los principios divinos. Somos otras las personas que habitamos bajo el firmamento, pero los números y los astros, como encarnaciones de los principios eternos, siguen siendo los mismos y están tan vivos como las deidades, las cuales, por otra parte, se siguen expresando como fenómenos naturales y atmosféricos y energías anímicas y espirituales siempre presentes en la creación. Pues es sabido que los dioses no mueren y eso es precisamente lo que los ha hecho inmortales en todo tiempo y lugar. O mejor, lo son porque han muerto a la muerte y ya no pueden morir. Para la Ciencia Sagrada los planetas son los aspectos visibles y los símbolos de las entidades numinosas o dioses, los que con su hálito vital les animan y dan movimiento.

P. – Si la manifestación es una Simbólica en la que estamos incluidos todos los seres y cada uno de nosotros expresamos una realidad desconocida y oculta, ¿es esa realidad, de orden misterioso, que nos configura a cada uno la que nos ayuda a descubrir la Enseñanza Sagrada?

R. – El Cosmos, la creación entera, contiene una cara oculta: su estructura invisible y misteriosa que lo hace posible y que es su realidad esotérica, pero que al manifestarse se refleja en miríadas de seres de variadísimas formas que le dan una faz exotérica, su apariencia temporal mutable. En el hombre sucede lo mismo: el cuerpo y las circunstancias individuales son las que constituyen su aspecto exotérico y aparente, siendo el espíritu lo más esotérico, lo único Real, su origen más profundo y su destino más alto. Si los cinco sentidos humanos son capaces de mostrar lo físico, la realidad sensible, ese sexto sentido de la intuición inteligente y la mirada interna que se adquiere por la Iniciación en los misterios permite ver más allá; da acceso a una región metafísica en la que los seres y las cosas no están sujetos ya al devenir ni signados por la muerte. Esa visión esotérica identifica al hombre con el Sí Mismo, es decir, con su verdadero Ser, su esencia inmortal de la que se percata gracias al Conocimiento y al recuerdo de Sí.

Sobre la Iniciación

P. – ¿De ahí que a la Iniciación se la compare con un viaje de regreso al origen o como un viaje en pos del Conocimiento del Sí Mismo?

R. – Sí, la aventura del Conocimiento se describe muchas veces como un viaje o peregrinaje. Esencialmente, el peregrinaje se relaciona con la búsqueda del Centro del Mundo, donde se establece la comunicación interna con los estados superiores de uno mismo. Se trata de alcanzar la patria Celeste, que es la verdadera morada del hombre; así desde que intuimos que no somos de aquí, la vida misma, con sus avatares, sus luchas, sus pasiones, luces y sombras se convierte en un símbolo ejemplar de esa búsqueda interior. También las pruebas simbólicas de la Iniciación se denominan "viajes", en las cuales, además de la influencia espiritual que transmiten, se psico-dramatizan ritualmente las inhibiciones y tendencias negativas del ego, agotándolas al emerger al exterior. A pesar de sus múltiples dificultades, el peregrino, en su viaje interno y externo, recorre un camino arquetípico, en donde el símbolo es vivido, o ritualizado, y se le revela con toda la potencia de su energía ordenadora permitiéndole conocer simultáneamente la realidad de un tiempo mítico, en el que lo prodigioso se hace coetáneo con la realización horizontal. Este recorrido supone un viaje interior, que va acompañado del conocimiento de otros mundos que están aquí y ahora, pero que la mente ordinaria ni siquiera puede imaginar.

P. – Según se ve el Camino Iniciático se presenta, para aquel que se sienta atraído a recorrerlo, como algo apasionante pues se trata de penetrar en una nueva perspectiva de la realidad y de uno mismo, es decir en otra dimensión del mundo, lo cual lleva aparejado la reconversión o transmutación de nuestra conciencia. ¿Cómo debe acometerse esta operación de adaptación tan sorprendente y a la vez tan delicada?

R. – Se necesita algún estímulo externo, no sólo para despertar sino para ordenarse, y la Doctrina Tradicional, cumple esa imprescindible función. El símbolo es la contraseña, el pasaje, a la comprensión de esas otras realidades, así como el rito del estudio y la meditación. Algo muy importante a tener en cuenta en el proceso iniciático o de Conocimiento es el no confundir el plano psicológico con el espiritual, error que es muy frecuente hoy en día. Esto se debe a que lo espiritual ha sido negado, al hacerse una diferencia tajante entre alma y cuerpo, otorgándosele entonces a todo lo que no es material, o corporal, una categoría espiritual, o pseudo-espiritual.

P. – ¿Significa que el verdadero espíritu ha sido suplantado por el alma o psique?

R. – Y todo eso agravado por el hecho de que en los tiempos que corren el psiquismo se expresa mucho más en su grado inferior que en el superior.

P. – Tu obra acerca al lector actual a comprobar que la Iniciación es un hecho cultural, y que en todos los pueblos a lo largo de la historia y del tiempo ha sido una práctica habitual conocida de una u otra manera por todas las Sociedades Tradicionales.

R. – En efecto, la realidad de la Iniciación es compartida por todos los pueblos en todas las épocas y con ella topa el etnólogo, el arqueólogo, el historiador, el filósofo, en fin, el estudioso del hombre o de la antigüedad. La Iniciación es un hecho evidente y por lo tanto es obvia su importancia, lo mismo que es necesario esclarecer su significado, por más que las concepciones científicas en boga no le otorguen sino un valor secundario tratándola como ceremonias rituales, costumbrismos con explicaciones naturalistas o sociales.

P. – Esta operación de aprendizaje que realiza el estudiante de la Vía Simbólica con su conciencia, ¿podría decirse que consiste en irse desprendiendo de todo aquello que se va reconociendo como superfluo en la vida de uno y paulatinamente ir creando un vacío donde albergar las nuevas ideas que van naciendo de lo aprendido? Y, ¿cómo se hace la selección entre lo que rechazamos y lo que asimilamos?

R. – La Vía de la transmutación de energías va ascendiendo peldaños en la escala cognoscitiva, ordenadamente, haciendo estaciones en su ascenso, que simbolizan determinadas energías cósmicas cada vez más amplias en el largo camino hacía la propia evolución por medio de un nuevo aprendizaje. Si todo es aprendido, debemos demoler lo que ha constituido nuestra ilusión acerca de la personalidad que poseemos, absolutamente condicionada por situaciones geográficas, históricas, políticas, religiosas, nacionales, provinciales, familiares, sociales, físicas, etc. y construir una nueva estructura, a través de la cual se pueda aprehender el Conocimiento. Destruir para Construir, aunque el proceso doble es simultáneo pues al desprendernos de ciertas cosas damos lugar al espacio mental necesario para aprender otras nuevas, o dicho de otro modo: se asume el hecho de que a una acción sigue una reacción, y que este es el rito fundamental de la vida. Este gradual proceso de descondicionamiento de una cultura, para aprender otra lectura de la misma, en todo caso mucho más ligada a su prototipo original, reflejo de un arquetipo eterno, es equiparado a la búsqueda y a la obtención de la libertad. Y eso es lo que pretenden todas las tradiciones a través de sus modelos esotéricos. No otra cosa es lo que simbolizan el Tarot, la Cábala y el modelo cósmico de la Rueda.

En cuanto a la segunda cuestión planteada, en el proceso de conocimiento, gnosis o experiencia directa de la Cosmogonía Perenne, nada hay comparable con la deidad llamada Inteligencia, la Gran Madre o Madre Eterna, Binah en la Cábala, Narayani en el tantrismo hindú, energía capaz de seleccionar los valores y ponerlos en su lugar creando un orden mental en oposición al caos de la ignorancia. De allí la importancia del Modelo del Universo y su Orden Arquetípico, o sea de la Doctrina y su encarnación puesto que es capaz de activar y generar el auxilio de esta deidad, la que siempre se manifiesta en el microcosmos como la comprensión inmediata, efectivizada en el corazón. Y por cierto, se puede afirmar que, por su propia universalidad nadie ha dejado de ser convocado a este rito de la Inteligencia.

P. – Todas las Tradiciones Iniciáticas, conservan sus propios modelos o diseños sagrados que sirven de mapa de ruta al adepto que trata de recorrer los distintos espacios y niveles de la realidad y reconocer en ella sus propias jerarquías intelectuales. Uno de esos diseños capaces de vehicular el Conocimiento es el Arbol de la Vida de la Cábala, del que continuamente te has servido para trasmitir la Enseñanza, o la Tradición que, como leemos en tu libro titulado La Rueda: Una imagen simbólica del Cosmos, es la que viene, como mensajero o intermediario a poner fin a la cárcel de la mente. ¿Con qué actitud conviene emprender ese recorrido? Y, ¿cómo mantener el orden mental o jerárquico?

R. – El mismo interés que uno siente es el que va despertando una serie de energías, que no son necesariamente de uno, o mejor que no son de la propiedad de nadie, las que se van armando en forma de una estructura de imágenes.

Esas energías que toman forma de imágenes necesariamente se van articulando, porque esa estructura podría ser la de uno mismo. En realidad yo he reestructurado todo mi pensamiento a través del Arbol de la Vida de la Cábala judeocristiana. El viaje por las sefiroth, que es tu propio viaje, se jerarquiza siempre a través de un centro que es Tifereth, el cual te da la posibilidad de estructurar así el pensamiento. El Sol, que no es sólo belleza, sino que es el que crea la armonía del conjunto, es el que proporciona el conocimiento del Ser, y ese es todo el asunto. Pero todo lo que no es, es más de lo que el Ser puede hacer o percibir. Advertirás que lo que te estoy diciendo no es algo como fuera de uno, sino que está dentro. Es esa perenne vuelta a la potencialidad que siendo potencia no se actualiza.

Te voy a citar una frase de algo que estaba leyendo: "¿Dónde está Dios?, se pregunta en todo momento el cabalista".

P. – El árbol ha sido tomado por las distintas tradiciones como símbolo de verticalidad y de ascenso a los planos más elevados desde donde se alcanza esa perspectiva amplia de las cosas. Y así lo tomaron entre otros los egipcios, griegos, celtas, norteamericanos, africanos o los mayas que mantienen la ceiba como su árbol sagrado. ¿Cómo se engendra tan unánimemente la idea de sacralizar el árbol, o su equivalente el poste ritual, el menhir, obelisco o la columna y de convertirlo en un símbolo sintético del Universo?

R. – El árbol, como dices, es un símbolo de verticalidad y de cambio de nivel y también está asimilado a la irrupción en la vida, a la generación y fructificación en el plano horizontal. El simbolismo del árbol admite tres niveles: raíces, tronco y copa, relacionados con los mundos subterráneo, intermedio y celeste; en las culturas que toman como símbolo vertical al propio ser humano los niveles son tierra, hombre y cielo. Ambas versiones nos están hablando de la idea de un Universo jerarquizado en distintos mundos, que también están presentes en el hombre, configurando distintos planos de la realidad.

A ello se refiere también el simbolismo de la montaña, y su réplica constructiva humana: la pirámide, o zigurat, cuyo ascenso ha de realizarse de manera escalonada. Estos niveles se establecen en el símbolo de la Rueda como círculos concéntricos en el plano intermediario, que se encuentran más o menos alejados del punto central, equivalente del eje vertical. En la tradición hindú, un eje invisible, un hilo, el sushumna atraviesa todos los mundos; en el hombre el eje está representado por la columna vertebral, en cuya base yace dormida la serpiente kundalini, y en donde se articulan los diferentes chakras, cuya traducción literal es rueda, energías que ella activará al despertar, las que están íntimamente vinculadas al proceso de Conocimiento y su ritualización, y que no es otra que la Iniciación, como te he dicho anteriormente. Estos grados de conocimiento van de lo más denso a lo más sutil, de la base del monte, o pirámide, a su punto más alto; desde el chakra inferior de la columna vertebral, muladhara, al superior, el de la coronilla, sahasrara; expresado en términos cabalísticos, corresponden al espacio, al "recorrido" que separa Malkhuth de Kether, o sea a la manifestación universal de su Principio; lógicamente, en el símbolo de la Rueda los círculos concéntricos se hallan jerarquizados en virtud de su proximidad con el punto central en donde los rayos cada vez se aproximan de un modo más íntimo a El.

P. – ¿Podría decirse que estos grados de conocimiento o ascensos, son niveles de conciencia del ser humano y a la vez lecturas que en el proceso iniciático se van teniendo de la realidad?

R. – Sí, distintos niveles de lectura, que suelen ser cuatro, aunque en algunas tradiciones son tres ya que funden los dos intermedios. Estos niveles de lectura, decía, son los mismos que se le asignan a cualquier texto o libro sagrado, comenzando por la Biblia, y son propios de todas las tradiciones, en especial las llamadas del "libro", judía, cristiana, islámica, ya que ellas simbolizan con este "libro" la manifestación original de la palabra, la revelación, una teofanía permanente, o sea el eje central que permitirá el ascenso ordenado por la jerarquía de los mundos. En el Arbol de la Vida de la Cábala esas cuatro lecturas están definidas de arriba abajo como: lectura metafísica, lectura cosmogónica, lectura alegórica, y lectura literal, que se corresponde con el plano sensible.

P. – La Tradición Universal, y las cosmogonías que de forma directa emanan de ella, tienen un mismo fin, conducirnos a la metafísica, que como muy bien has explicado en distintas ocasiones no es sólo lo que excede a la materia, sino también lo que está más allá de lo psicológico, por ser arquetípico.

R. – Sí, y aun más, pues el papel asignado a la palabra metafísica en la simbólica es igual a querer expresar aquello que está más allá del Ser, lo supracósmico y suprahumano.

Todos estos modelos como el código aritmético y geométrico, el sistema alfabético, el Tarot, el diagrama del Arbol de la Vida sefirótico, o el modelo de la Rueda, entre otros, son modelos universales, y por lo tanto análogos a lo que representan, y todos ellos han sido diseñados como vehículos para salir del cosmos mismo. O dicho de otra manera: que el Conocimiento de una cosmogonía –no en forma racional, sino asumiendo que la vida y nosotros somos eso–, la encarnación de ese conocimiento, la identificación con el universo, en el sentido de ser un solo mundo o lograr un estado de virginidad primordial, son los pasos previos para arribar a lo que está más allá del cosmos, lo supracósmico. Eso es precisamente lo que afirman unánimemente las tradiciones: que su legado les ha sido revelado y que ellas lo trasmiten; que su modelo cósmico les ha sido inspirado; y que el conocimiento de ese modelo –o sea de todas las cosas–, no es propio sino que por el contrario tiene orígenes no humanos, y los dioses nos lo han dado como un medio ordenado, una escala para que la comunicación entre ellos y nosotros pueda ser posible.

P. – ¿Esa escala, sería la Tradición misma?

R. – Así es, esa escala, puente o eje, es la Tradición que a través de sus estructuras, sistemas, modelos, ritos, símbolos, pudiera operar una labor de escisión o fractura y unir o ligar un espacio profano u ordinario con otro sagrado o significativo. Este es precisamente el objeto que se propone toda tradición particular y su razón misma de ser: el de establecer el contacto entre cielo y tierra, necesidad imperiosa que todos los pueblos han experimentado y realizado parejamente con el conocimiento de los secretos revelados de la cosmogonía.

P. – De ahí también que se haya afirmado unánimemente que los orígenes culturales de los pueblos y las civilizaciones, así como su arte, su arquitectura, sus danzas, modos de vestir, normas de comportamiento, tabúes, ritos, costumbres, etc., tengan filiación directa con "el más allá", con lo no humano, es decir con los misteriosos dioses que pueblan y recrean el universo de todos los pueblos tradicionales como si de una tropa divina se tratara.

R. – Esa milicia de energías invisibles lleva sin embargo nombres; la indagación de esos nombres nos conducen a su conocimiento, es decir, a la identificación con las energías que ellos representan. La ciencia de los nombres sería entonces el conocimiento de esas energías invisibles y específicas que conforman el mundo. Y a través de este conocimiento llegaríamos a la sublimación de estas energías hasta su identificación con lo que no tiene nombre, aquello que nadie ha visto jamás, ni jamás podrá ver, pues su aprehensión no tiene nada que ver con los sentidos. En realidad esos dioses o nombres divinos no son otra cosa que la expresión de principios universales. Y su conocimiento sería simultáneo a la identificación con las energías que ellos simbolizan, o expresado de otra manera: con la encarnación de las emanaciones que ellos nombran o enumeran.


Perspectivas desde el Arte

P. – En distintos lugares de tu obra afirmas que el arte es una forma del Conocimiento y que en este sentido toda actividad artística o artesanal constituye una alquimia. ¿Crees entonces, con Coomaraswamy, que todo hombre es una forma especial de artista y que por tanto siempre existe en él la posibilidad de la auto-regeneración?

R. – Siempre me ha interesado el arte como forma de Conocimiento, o mejor, la actitud del artista como una manera de adentrarse en determinadas dimensiones del mundo lineal de su entorno, aunque él mismo sea poco consciente de ello, mediante una concentración de sus posibilidades, ya fuese a través de un trabajo ordenado y paciente o de la síntesis catártica totalizadora. O de ambas, puesto que por cierto la una no tiene por qué excluir a la otra, sino que más bien se complementan allí donde el hallazgo y contemplación de la belleza produce una especie de emoción relacionada con un sentimiento de plenitud, ausencia o vacío, donde todos los seres y las cosas no son sino ellos mismos, en su pura realidad despojada, lo que equivale a vivenciar la idea arquetípica de armonía, aun en la desarmonía, y de equilibrio y justicia, aun en los conceptos que dialécticamente se les oponen. Esta emoción intelectiva es un modo de Conocer. Nos referimos al arte como una poética comprometida con el conocer del hombre. Poética que incluye a todas las artes: arquitectura y construcción, música, teatro, geometría, gramática, etc., es decir las artes liberales.

P. – ¿Cual es la obra de Arte que persigue realizar aquel que busca el Conocimiento?

R. – El hombre es el sujeto-objeto del verdadero arte, a través de él se materializa la posibilidad de la obra creativa, reflejo de una obra más vasta, en la que el hombre está incluido. Este hombre es el artista o alquimista, individuo de oficio o de conocimiento, que recrea el mundo a través de su actividad redentora, al vivificar las potencialidades que todo hombre lleva en sí mismo en forma latente, y toda substancia de manera inmanente. Se conecta así con el ritmo de todas las cosas, el ritmo universal, y su obra constituye el pasaje entre lo increado y lo creado, como una síntesis que manifestara a la unidad, para inmediatamente plasmarla en la multiplicidad de las formas, lo que equivale a asimilarlas análogamente a un doble movimiento de concentración y expansión, presente en todas las cosas y que hace vibrar al artista como diapasón armónico en su conexión vertical, que necesariamente debe irradiar en el plano horizontal. El hombre sería entonces un mediador, un intermediario, el creador de un plano de expansión entre la idea arquetípica y su cristalización final en el mundo, entre la unidad original primigenia y la individualidad de la obra creada en la diversidad de un género, ya que cualquier punto de la circunferencia es un reflejo del punto original y lleva dentro de sí, como él, la posibilidad de engendrar un campo, o cosmos, es decir una obra o creación. Esta es la razón de ser del arte, y por cierto de la magia, y también del símbolo y el rito.

P. – Es evidente que lo que hoy en día se entiende por arte nada tiene que ver con la concepción Tradicional ¿Cómo se han engendrado estos equívocos y mermas?

R. – Una de las razones consiste en tomar por arte a una serie de trabajos escogidos más o menos arbitrariamente, condicionados por circunstancias espacio temporales que se canalizan por medio de las modas, usos y costumbres, y atribuirles una categoría "artística". Otra, el de otorgarle al arte una naturaleza objetiva, como si se tratara de una realidad tangible que pudiera trasponerse a tal o cual artefacto. Antes mencionabas a Coomaraswamy, y efectivamente éste decía de manera muy lúcida que las obras están hechas con arte, no son arte. Se podría objetar que todas las cosas son arte, pero siempre que se viera en ellas un símbolo expreso de la idea, es decir una posibilidad de encarnar la misma. Otra es la división que se hace entre lo que es bello o simbólico y lo que es útil, ignorando que lo que es bello o simbólico tiene por sí mismo el máximo de utilidad. Para una sociedad Tradicional el arte, o lo que nosotros llamamos artes, son gestos naturales que repiten y recrean una y otra vez el cosmos a través de símbolos precisos efectuados de manera ritual, los que han sido concebidos, o mejor, revelados, con ese fin a los hombres por inspiración legada de sus ancestros, para organizar su vida de acuerdo a la voluntad divina. El creador de todas esas estructuras culturales, que no hacen sino imitar las cosas del cielo, es el ejecutor de la obra, el hombre verdadero, el jefe, aquel que produce o gobierna con arte.

P. – ¿El arte es, pues, para la educación tradicional una forma del rito?

R. – El artesano tradicional repite en forma ritual las ideas de su cosmovisión, que son perfectamente claras para él, las plasma, es decir las genera, reiterando con esto el gesto creacional primigenio del Ser Universal. En este sentido es un individuo que extrae cosas de la nada y su función se emparenta con la sacerdotal y chamánica. El chamán es en este caso también un artista, y la dramatización de las energías cósmicas un modo extático de conocimiento. El arte es una forma del rito y a su vez, necesariamente, todo rito auténtico, es decir sacralizado, está hecho con arte, o mejor es una expresión artística. El propósito de estos rituales es el de crear un espacio interno del alma. Una parte esencial de este estado meditativo es lograr que la armonía de los ciclos vitales penetre en la existencia entera experimentando los ritmos de la naturaleza, su soledad y serenidad. Es por medio de la contemplación que puede accederse al espacio interno del corazón donde tiene lugar para el artista la única experiencia de realidad. Pasivo con respecto al Principio del que es servidor, y activo con respecto a su Arte, el artista crea una relación armoniosa entre lo universal que anima su obra y la particular manera de dar forma a su creación. La obra será la muestra de la perfección alcanzada por el artista y en la medida en que esté en conformidad con el origen se le podrá llamar original. Sin duda el arte es una actividad contemplativa, pues promueve el conocimiento a través de la identificación del sujeto y el objeto, por mediación de la belleza.

P. – Durante un tiempo te dedicaste al diseño de objetos.

R. – Así es, y gracias a eso pude comprender que no todo era un fluir sin sentido sino que también había un diseño del Cosmos y del cual, en última instancia, todo diseño dependía, porque todo ello finalmente se resuelve en números, proporciones y medidas.

P. – Entre las artes transmutatorias de la Tradición Hermética de las que tratas especialmente en Simbolismo y Arte, me gustaría preguntarte sobre el Arte Alquímica lo siguiente: ¿puede constituirse la respiración, es decir la conciencia del acto de respirar, en un ejercicio preparatorio del proceso de Conocimiento?

R. – Todos los sistemas respiratorios, desde el Hatha Yoga, hasta la reiteración de mantras en el hinduismo, que tiene su equivalencia occidental en jaculatorias, rosarios y otras prácticas, así como todo ritual donde intervienen el canto, la salmodia y el baile, deben ser puestos en íntima conexión con esos mismos procesos respiratorios, donde se alternan la inspiración con la expiración, o en términos alquímicos, la coagulación con la disolución. De hecho cuando se inspira se recibe el hálito vital, el cual es "coagulado" para perpetuar la vida. Por el contrario cuando una persona muere se dice que expiró y para su medida no hay mayor "disolución" que abandonar el estado humano. Toda la obra alquímica se realiza mediante esta dialéctica y no es difícil advertir que cualquier "coagulación" puede relacionarse con el frío, y la disolución con el calor.

P. – Aunque basada en el simbolismo metálico, el Arte Alquímico y su simbolismo, que es universal, está referido fundamentalmente al proceso interno y a la transmutación espiritual del individuo.

R. – Toda la alquimia de Occidente, medieval y renacentista, da testimonio de ello por medio de miles de obras, la mayor parte ilustradas, cuyo objeto es la trasformación del alma humana, ya que ésta es el vehículo, o plano intermedio, donde se efectúa la transmutación a que nos estamos refiriendo; y es sabido que en la alquimia mineral esa operación está simbolizada por el athanor, recipiente donde se "cuece" la materia de la Gran Obra –y donde se separan las partes más sutiles de las más densas mediante sucesivas "coagulaciones" y "disoluciones"– el cual constituye un ejemplo vivo de la transformación, tanto del microcosmos como del macrocosmos, del alma humana como del alma universal.

P. – Según lo que dices, el Arte Alquímica opera sobre la psique, ayudándonos a ver qué hay en nosotros de verdadero y qué es condicionado. ¿Podría decirse que el resultado de esa transformación, es la Obra de arte?, y ¿qué tipo de mesura se recomienda para la cocción en el athanor, o corazón?

R. – Los alquimistas dicen que todo ser humano es un metal, que llevado hasta su máxima perfección es oro. Todas las operaciones alquímicas se realizan mediante el fuego que, como es sabido, cuando es muy fuerte abrasa y cuando es muy débil no transforma; motivo por el cual se recomienda unánimemente a los operarios –o adeptos– sepan mantener controlada la llama de su athanor, o de su energía ígnea, tal cual la pasión contenida, pues a una euforia sucede una depresión, aunque jamás podrá evitarse la dialéctica de un fenómeno universal que se expresa mediante una etapa restrictiva seguida de otra expansiva, razón por la que el chamán en las culturas arcaicas, vivo hoy en las culturas precolombinas, entre otras, debe conocer las dos y hamacarse a su ritmo, manteniendo el calor interno –práctica corriente en el hinduismo y budismo–, lo que le permitirá conjugar armoniosamente los dioses celestes y los del inframundo.

P. – Federico, ¿es verdad que el Camino Iniciático imita al Viaje que el alma realiza después de la muerte?

R. – El Camino o Vía Iniciática es también réplica del recorrido del alma post mortem y por tanto incluye la inmersión en el país de los difuntos. El alquimista, sujeto y objeto de esta ciencia o arte debe velar, forzarse y comprender, aunque paradójicamente sabe que los resultados de su arte sólo se obtienen con suma paciencia y cuidado, y que lo que no se produjo en X veces, se realiza en X+1 vez. La deidad es un permanente asombro y no se deja conocer sin sacrificio. Los alquimistas de la Antigüedad, así como los medioevales y renacentistas, usaban de la oración como un medio efectivo de transmutación y de comunicación con el espíritu y el alma del mundo, los que a través de sus efluvios templaban su carácter.

América Indígena

P. – El Simbolismo Precolombino es un logro de síntesis cultural y simbólica y una exposición esclarecedora de la cosmogonía y teogonía de los pueblos americanos antes de la conquista. El libro está avalado no sólo por el hecho de tu nacimiento en ese Continente, sino también por los largos años de viajes y convivencia con los indios de distintos lugares de América, entre ellos Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Costa Rica, México o Guatemala. En esta obra, donde queda patente tu enorme interés y estima por estas culturas que de hecho forman parte de la tuya, y por cierto de la nuestra, es decir de la de todos los hispanos, has recurrido además a una amplísima documentación y bibliografía, reuniendo muchísimos de los trabajos llevados a cabo por los cronistas, misioneros, investigadores, comentaristas y viajeros extranjeros, todo lo cual, al quedar asimilado en esta obra, le da al libro un valor de verdadera summa. Este enorme interés, respeto y cariño hacia las culturas precolombinas es sin duda lo que dio impulso a esta obra con la cual abres una línea de investigación hasta entonces apenas abordada, pues como se dice en una nota preliminar de la obra, "se trata de un trabajo que brinda la posibilidad de comprender en esencia a las antiguas culturas americanas, y a las primitivas, arcaicas y tradicionales en general y ser un punto de nucleamiento de nuevas investigaciones y labores para los que se interesen en el símbolo y las culturas precolombinas". ¿Es este un libro de homenaje al pensamiento indígena por haber contribuido el estudio de dichos símbolos tradicionales americanos a coadyuvar en ti, –lo que es igual a decir en tu obra– al conocimiento de los símbolos universales?

R. – Las Cosmogonías precolombinas constituyen una modalidad de la Cosmogonía Arquetípica –en la que el hombre está incluido– más allá de cualquier especulación personal y pese a las diferentes formas o modos en que ella se exprese de acuerdo a las características del espacio, tiempo o manera, que a la vez velan y revelan su contenido, su esencia. Por eso es que esas cosmogonías también están vivas hoy día, en sus símbolos y mitos, que esperan ser vivificados por su conocimiento, por su invocación, para que generen toda la magnitud de su energía potencial. Los hombres antiguos han desaparecido pero no sus dioses eternos –Quetzalcóatl, Kukulkán, Viracocha–, que aún conviven con nosotros y conforman gran parte de la historia de los países americanos, y aunque no lo advirtamos, la nuestra misma. En verdad aún muchos millones de personas –en el norte, centro y sur de América– los invocan con los antiguos ritos tradicionales y también bajo distintas formas religiosas o teñidas de folklore. Aunque la deidad es igual para todos los pueblos que la conocen, así la llamen de una u otra manera, o tome ésta o aquella forma particular; esto es válido para todas las tradiciones vivas o muertas, puesto que la deidad en sí es finalmente una sola aunque sus manifestaciones sean múltiples.

P. – En ese libro dices que las culturas precolombinas aunque han sido quizás las más estudiadas, y de las que más se ha escrito en el último siglo, en particular en el ámbito especializado de la Antropología, la Arqueología, etc., sin embargo son las menos conocidas en su integridad, aunque también señalas que hay honrosas excepciones. Y hablas del gran mensaje que los pueblos que allí vivieron legaron a la posteridad, o sea, al género humano y el cual estaría todavía por descubrir. ¿Qué tiene para aportar a las actuales generaciones la América indígena a los más de quinientos años del viaje del Almirante Colón?

R. – Descubrir su cosmovisión, a veces análoga y a veces exacta a la de otros pueblos es, además de una sorpresa –y como toda verificación cualitativa, un placer–, la prueba de que existe una cosmogonía arquetípica, un modelo del universo, cuya estructura manifiesta lo que se ha dado en llamar la Filosofía Perenne, la que aparece de modo universal, a pesar de los innumerables ropajes con que se viste en distintas geografías y tiempos. Tal vez la expresión Filosofía Perenne no alcanza a explicar a esta ciencia, razón por la que se ha llamado también religión Perenne y Universal; acaso esta última expresión sea aun menos clara que la primera y podrá producir equívocos… Se pudiera igualmente llamar Gnosis Perenne Universal, o Cosmovisión Universal o Tradición Unánime, pero no es su nominación sino su contenido lo verdaderamente importante, lo trascendente. Las analogías reales que poseen las distintas tradiciones entre sí, derivadas de sus concepciones metafísicas, ontológicas y cosmogónicas, no son meras coincidencias de forma y similitudes casuales, sino por el contrario, adecuaciones a una misma realidad universal intuida, revelada, por todos los hombres de todos los lugares y tiempos; la que está fundada en la verdadera naturaleza del ser humano y el cosmos. De allí que estas filosofías sean auténticamente perennes y que revelen un pensamiento idéntico de distintas maneras. El hombre como ente completo, incluye diversos grados de ser dentro de sí, que exceden el racionalismo, y en ese sentido debe remarcarse la garantía que son los símbolos como lo hemos dicho en distintas ocasiones. Miguel León Portilla, en su libro La Filosofía Náhuatl nos dice, en un párrafo que tenemos recogido en el nuestro: "En el pensamiento cosmológico náhuatl encontraremos, más aún que en sus ideas acerca del hombre, innumerables mitos. Pero hallaremos también en él profundos atisbos de validez universal. De igual manera Heráclito con sus mitos del fuego inextinguible y de la guerra, ‘padre de todas las cosas’, o que Aristóteles con su afirmación del motor inmóvil que atrae, despertando el amor con todo lo que existe, así también los sabios indígenas sacerdotes náhuatles, tlamatinime, tratando de comprender el origen temporal del mundo y su posición cardinal en el espacio, forjaron toda una serie de concepciones de rico simbolismo".

P. – También dices que para conquistar la comprensión de las culturas precolombinas tanto en su carácter formal o sustancial de manifestación, admirable y sugerente, como en su auténtica raíz, en su esencia, lo que es comprenderlas de verdad, o sea, hacer nuestros esos valores, ese conocimiento que nos legaron, se necesita buena voluntad, interés y paciencia, y añades que esa comprensión de las culturas precolombinas es un medio que nos lleva también a entender una sociedad tradicional e igualmente la mentalidad arcaica, origen de todas las grandes civilizaciones entre las que destaca la precolombina, a la par de las mayores conocidas que se hayan dado tanto en Occidente como en el Oriente.

R. – Has de tener en cuenta que desde la época del descubrimiento se tuvo en Europa una enorme cantidad de tabúes respecto al nuevo continente. Todos estos elementos generaban seguramente, en la mente europea, determinadas imágenes de atracción y rechazo por lo desconocido, incertidumbre, sospechas, temor y un fuerte impulso a negar todo aquello que no cabía dentro de sus esquemas mentales, a los que otorgaba valor de verdad simplemente porque eran los propios y los del entorno cultural conocido. Era imposible, con toda la sarta de prejuicios mentales y tabúes religiosos que poseían los descubridores, que consideraran a los aborígenes y su cultura como algo que armonizara con su concepción del hombre y el mundo. Debe tenerse también en cuenta, para el estudio imparcial de la Tradición Precolombina, que el período cíclico general en que se encontraban estos pueblos antes del descubrimiento era de decadencia, al igual que el de la propia cultura europea, por lo que no debe culparse a los descubridores de su ignorancia de la Filosofía Perenne, o sea, del sentido real y auténtico de su propia tradición. El esoterismo cristiano había sido olvidado y la Inquisición era muy activa en ese tiempo. Como decíamos, el propio Occidente ignora hoy día el sentido metafísico y simbólico de su tradición.

P. – También señalas como causa directa de la incomprensión hacia el pensamiento indígena en la época de la conquista el hecho de que entre los religiosos y cronistas que fueron al nuevo mundo, y de los que destacas el papel protector hacia el indio, estuviera también el soldado, que sólo buscó la dominación. Sin embargo sí subrayas de los primeros el hecho de que desde el punto de vista de la Filosofía Perenne, no había entre ellos ningún sabio de la talla de los que por aquel entonces había en las distintas ciudades y cortes europeas. Es impresionante imaginar cómo habría cambiado la concepción que se tuvo acerca de esas tierras y de esas gentes nuevas, si hubieran visto las analogías entre las cosmogonías de pueblos tan distintos en apariencia como los descubiertos y los de sus conquistadores europeos.

R. – Es, sin duda, curioso y sorprendente que los europeos tuviesen una cosmogonía idéntica a la de los indios, y no fuesen capaces de advertirla cuando era obvia en algunos símbolos monumentales que estaban a la vista y que eran templos, así como en la cosmología precolombina relatada de manera oral, en la que expresamente se habla de nueve y trece cielos, concepción que se halla en perfecto acuerdo con la Tradición Occidental y medieval, los gnósticos griegos, la Cábala hebrea, la cosmogonía árabe, el pensamiento de Ptolomeo y la Divina Comedia. Es más curioso aún que esto no se haya destacado hasta el presente, cuando hay una completa información al respecto, tanto en estudios efectuados acerca de la Tradición Precolombina como en los realizados sobre la Filosofía y la Cultura Occidental. Sin embargo, este hecho de la correspondencia de determinadas ideas, en particular en los ritos y ceremonias religiosas, se hizo patente para ciertos sacerdotes y frailes que destacaron analogías y supusieron que los indígenas ya habían sido evangelizados, en particular por Santo Tomás, o tenían idénticos orígenes culturales a los suyos, a saber: eran ramas ambos del árbol judío; esto sin contar las referencias clásicas presentes en la obra de algunos cronistas. Otra cosa interesante que merece destacarse es la "coincidencia" en la idea de la creación universal por intermedio de la palabra, o verbo, lo que aparece atestiguado por textos cristianos e indígenas: Génesis, Evangelio de Juan, Chilam Balam de Chumayel, Popol Vuh, Códice Vaticano, etc.

P. – Es claro, como lo apuntas, que una de las causas de esa incomprensión hacia el indígena en el tiempo de la conquista fue el sin fin de anécdotas en la que los descubridores se perdieron, tales como si los indios llevaban o no zapatos, se pintaban la cara o andaban semidesnudos, lo que les condujo a no reparar en la extrema semejanza de ciertos conceptos claves entre ellos y los indios. También te refieres a la capacidad del indio para amoldarse a la cultura europea de la época para sobrevivir y la adaptación que logró hacer al profesar la fe católica con el fin de preservar sus ritos. ¿Cómo se produjo esta asimilación por parte del indio?

R. – Inmediatamente hicieron de la cruz un estandarte, de la Virgen María la tierra virgen y la energía pasiva, de los santos sus dioses, y continuaron practicando sus sacramentos de modo cristianizado, realizando muchas de sus ceremonias ahora dentro de la iglesia. En cambio los blancos sólo adoptaron ciertas comidas indígenas y las suficientes palabras como para distinguirse como criollos. Pero no debemos equivocarnos al juzgar: la mayoría de los cristianos de hoy día cree en un dios histórico y personal, sumamente supersticioso, al igual que los protagonistas de la conquista, con el agravante de que, en lo que toca al tema de lo precolombino, o al de las religiones comparadas, sin ir más lejos, mucho se ha investigado y se ha conocido desde los siglos XVI y XVII a la fecha. Por eso no debemos asombrarnos; ya hemos mencionado con anterioridad que los cristianos no conocen su esoterismo y que es casi desconocida en el mundo la existencia de una Filosofía Perenne. Tampoco se sabe que el universo tiene un modelo, un plano, y su conocimiento es la cosmogonía y que esta ciencia ha sido conocida por todos los pueblos merced a su estructura arquetípica. También se ignora que lo humano es siempre lo mismo, que se trata de un mismo hombre aunque se vista con indefinidos ropajes, se cubra con innumerables formas y se llame con diferentes nombres en la cinta reiterativa de la Historia; y por lo tanto sus ciclos son iguales, sus religiones análogas y su Dios idéntico, pese a la impresionante variedad que toman las distintas humanidades y las formas culturales; sus caleidoscópicas maneras.

P. – ¿Cómo es posible que dada la cantidad de gente que desde distintos ámbitos, entre ellos el universitario, se dedican a investigar la historia de la humanidad hayan sido tan pocos los que han dado con esta verdadera unidad de pensamiento?

R. – Sólo en épocas de oscurecimiento y destrucción los hombres olvidamos estas cosas. Este es el caso actual, signados nuestros días por el fin de un ciclo que comenzó su merma en forma crítica y vertiginosa desde el fin de la Edad Media, conformando la llamada "Epoca Moderna", precisamente la que ha visto nacer a las ciencias actuales, y a su hijo: el hombre contemporáneo y sus ignorantes concepciones, contrapuestas a la Cosmogonía Unánime y Universal, a la Filosofía Perenne. Y precisamente una de las causas de fondo por la que resulta difícil el estudio del pensamiento indígena es, sin duda, la pérdida paulatina del sentido cíclico del tiempo, que Occidente, a partir de una solidificación de su cultura, de la eclosión de las grandes ciudades (lo que supone un alejamiento de los periodos naturales, y una creciente individualización), transformó en un tiempo lineal y cronológico, mientras los arcaicos fundamentaron sus cosmologías, y por lo tanto su manera de ser, entender y vivir, a partir de un tiempo reincidente que como una energía regeneradora está viva y siempre actuante, conjuntamente con un espacio en perpetua formación. En efecto, el ciclo diario y anual del sol ha sido para los pueblos tradicionales una prueba de la armonía y complejidad de la máquina del mundo y de su industria constante. El mundo mismo, la máquina, cubierto por el ropaje de la naturaleza, cambiante con las estaciones, no es sino un símbolo del ritmo universal que antecede, constituye y sucede a cualquier manifestación. El misterio del ritmo, expresándose en ciclos y períodos, es la magia que subyace en todo gesto; y la vida del cosmos, su símbolo natural.

P. – ¿Es por eso que el sol, regulador del tiempo y ordenador de las estaciones, climas y cosechas, es decir gobernador de la vida de los hombres, ha sido considerado el padre de la creación?

R. – Denominar con la palabra padre al sol, designa tanto su paternidad omnipotente con respecto a la creación, como limita sus funciones al humanizarlas. Por detrás del astro hay una energía que lo ha conformado y le ha dado funciones reguladoras que encauzan la vida de los hombres. Lo mismo sucede con los demás astros y estrellas y con las manifestaciones naturales, hasta las más mínimas, lo que constituye un concierto de leyes y una danza de símbolos y analogías en un conjunto perfectamente intercomunicado, en el centro del cual se encuentra el ser humano. El conocimiento de estas relaciones da lugar a la ciencia de los ciclos y los ritmos, otro nombre de la Filosofía Perenne, la que cristaliza en los mesoamericanos en su complejo calendario, instrumento mágico de relaciones y correspondencias numéricas y artefacto de sabiduría, con el cual regían sus destinos sociales.


La Ciencia de los Ciclos

P. – Te has referido al fin de ciclo como algo que trae aparejada la disolución que la humanidad ya está viviendo a pasos agigantados. SYMBOLOS, desde el año 1998 hasta el 2001 ha dedicado al tema cuatro monográficos con un total de más 1600 páginas, donde autores de distintas nacionalidades europeas y americanas además de los colaboradores habituales de la revista, trataron el tema enfocándolo desde distintos aspectos, todo lo cual ofreció al lector la posibilidad de comprender e interpretar los signos de los tiempos a través de una Ciencia Universal. Precisamente en la carta editorial del primer volumen, que se corresponde con el 15-16 de la revista, te refieres a esta ciencia diciendo que: "La ciclología tiene la virtud de hacernos comprender que lo que estamos viviendo y el fin de ciclo que nos aguarda ya ha sucedido otras veces con distinta intensidad y que ello no es un espanto apocalíptico, con horrores físicos como se lo suele pintar, sino los últimos estertores que agitan a un enfermo, tal cual sucede a veces con los instantes finales de un ser humano –cuyo deceso es para él el fin de su mundo, o sea, el fin de un mundo, e igualmente la oportunidad de la vida verdadera." Y añades: "Por eso el estudio de la ciclología y la meditación posterior, como la reflexión sobre las auténticas profecías de todos los pueblos son también una base y un método para salir de la prisión de la mente y conocer otros estados del Ser Universal, tal como lo simboliza la escala de Jacob, y el Arca de Noé, que no es sino el vehículo en el que podemos trasladarnos de un mundo a otro, sin ninguna concesión a lo literal."

¿Cuáles son las características del fin de ciclo que nos está tocando vivir?

R. – La aceleración del tiempo, la creciente sensación de inestabilidad, guerras, hambruna, enfermedades, conflictos sociales y familiares, catástrofes de todo tipo, anomalías en la vida cultural de los pueblos, se nos hace habitual y podemos verlo por doquier, basta agarrrar cualquier periódico o encender el televisor. Casi todas las tradiciones han mencionado en sus profecías y textos sagrados las características que revestirá el fin de ciclo, y que se ajustan incluso en los detalles a lo que estamos viviendo en la actualidad.

P. – En ese mismo número de SYMBOLOS también escribes, al referirte a las catástrofes naturales, económicas y políticas, que éstas no son nada comparadas con la perversión del hombre actual que ha matado todo símbolo y espacio sagrado al punto de haber llegado a ser un robot vacío de todo sentido sobreviviendo en un mundo sin significados. Crímenes ecológicos, el recalentamiento global, la enajenación cibernética y en especial la clonación son algunas de las señales que anuncian que el fin de ciclo está próximo y añades: "esta última aberración, es tan aterradora que llega a estremecer, e incluso conforma la mueca más horrible del humor negro, ya que incluye a personas que creen que descienden del mono, clonándose a sí mismas, de modo indefinido".

¿Cómo poder entender toda esta degeneración, tanto del planeta en general como del hombre en particular?, o ¿cómo se explica este acontecimiento a la luz de la Ciencia Sagrada o la Ciclología?

R. – El tiempo está a punto de agotarse por su propia aceleración, lo que ha provocado que la humanidad se encuentre hoy en día más alejada que nunca del Principio. En este sentido podría decirse que el desarrollo cíclico y temporal supone un alejamiento gradual y paulatino del polo esencial de la manifestación, que es la Unidad primordial, e inversamente una cada vez más progresiva caída en el polo substancial, al que pertenece el reino de la cantidad y la multiplicidad. En analogía con esto, dicho alejamiento ha provocado también que el ser humano fuera perdiendo poco a poco conciencia de sus realidades superiores, viéndose abocado finalmente a desarrollar aquello que en él existe de más inferior y superficial. Esta es la tendencia general, y la que marca el tono de nuestra época terminal, considerada como la fase más oscura de la Edad Sombría, el Kali-Yuga o Edad de Hierro, y que por eso mismo reviste un carácter anómalo e invertido con respecto a lo que ha sido la historia de la humanidad en épocas anteriores.

P. – Aceptar que la humanidad está viviendo un momento terminal es tremendamente doloroso máxime cuando se advierte que nada puede hacerse ya para evitar la caída, ya que el hombre ha emprendido un camino de autodestrucción que hace imposible cualquier acción de tipo social. ¿Qué se puede hacer ante este horror?, ¿qué puede hacer una persona que comprendiendo la fase avanzada de deshumanización y espanto del mundo tenga viva en su corazón la llama siempre ardiente de la esperanza?

R. – Sólo cabe la posibilidad de la realización particular, que busque en una logia o grupo pequeño el apoyo y la doctrina para apuntalar el llamado del Conocimiento lejos de las estafas y las maniobras políticas e inmorales a las que nos tienen acostumbrados ciertos movimientos que, disfrazados con distintos ropajes inocentes nos están tratando de vender gato por liebre, religión y fundamentalismo por Metafísica y Ciencia Sagrada.

P. – ¿Y si eso no fuera posible?

R. – Queda siempre la posibilidad, hoy en día nada improbable por las mismas condiciones cíclicas, de la gracia de la autorrealización ya que Dios está en el Centro de todo ser humano sin necesidad de ninguna religión, aunque se revele muchas veces por su intermedio, sin la obligación del dogma, las ceremonias, la burocracia administrativa, y la "legalidad". En todo caso se puede afirmar sin equivocarse, que el planteo de nuestra vida cambia si aceptamos como definitivo que estamos en una etapa avanzada del Kali Yuga y nada podemos hacer más allá de operar en la individualidad o en un pequeño –pequeñísimo– grupo. Desde luego aceptar esto que nos ha sido enseñado es muy doloroso, es decir, que esta humanidad se autocondena y que no quedará nada de ella. Es un alivio, sin embargo, reconocer que, por alguna razón eso forma parte del plan divino, y que nosotros no tenemos ninguna responsabilidad en ello. Y ahora que la postmodernidad ha dado lugar al "preapocalipsis" no parece mal citar la conocida frase de René Guénon que pone final a su libro El reino de la cantidad y los signos de los tiempos: "… si se pretende alcanzar la realidad del orden más profundo, puede afirmarse con todo rigor que el fin del mundo no es ni podrá ser jamás algo diferente al fin de una ilusión." Por otro lado, efectivamente esto ya ha sucedido otras veces, Saturno devora a sus hijos según asegura la Tradición. El planeta no puede impedir el plan divino, pues absorbiéndolos en sí será luego el padre de los dioses y las diosas.

P. – ¿Estás hablando de un nuevo Cielo y de una nueva Tierra?

R. – La muerte de una civilización es análoga a la del ser individual y nada podrá llevarse éste de material al otro mundo. Sin embargo el hombre resucitará en un cuerpo de gloria si es capaz de acceder al Conocimiento, al Ser, y reabsorberse en el tiempo para ganar la Eternidad, lo que constituye la verdadera espiritualidad que el iniciado pretende en vida. Y sin duda este cuerpo glorioso, o mejor, esta "entidad", puede realizarse asimismo de manera grupal. Por otra parte, debe recordarse que en la infinita armonía de todas las cosas, en donde todo está contado, pesado y medido, el fin de ciclo y sus habitantes están en íntima relación con el comienzo de otro y el nacimiento de una nueva humanidad, que nada tiene que ver con ésta, la cual, es obvio, no puede subsistir por la propia dinámica de su multiplicación.


Continuación


Nota
(*) [Este artículo apareció originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis, Nº 29-30, "Celebraciones". Barcelona, 2005. No hallándose ya en la web de la revista se publica aquí con el permiso expreso de su autora.]

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