Federico González: La Tradición Viva

Francisco Ariza

V
SIMBOLISMO Y ARTE

Caduceo y sombrero con alas. Emblema de Mercurio y logo de la web de Federico González.


Como decíamos, en 1998 se publica Simbolismo y Arte,(7) título cuyo nombre reúne dos de los temas más abundantemente tratados en la obra de Federico, quien en su primer libro, La Rueda (págs. 86-87), ya dejó escritas las siguientes palabras:

El símbolo y el arte –transmisores y receptores de energías– nos brindan la posibilidad de una salida, de una escala, de un camino a ser recorrido mucho más fácilmente de lo que uno se imagina. (…) Además, habiendo un modelo cósmico universal, la obra de arte ya está hecha. Ha sido simbolizada. Y tiene un plan y un orden. Todo nuestro trabajo consiste en rescatar y unir los fragmentos de uno mismo, hacia la síntesis definitiva (…) Se dice que el símbolo es uno mismo. Que la verdadera obra de arte es lo que pueda hacer cada cual consigo en el fondo de su corazón. Las producciones son secundarias y llegan por añadidura. Lo realmente válido se sitúa en la zona más misteriosa y desconocida. Y que por cierto nadie podrá juzgar sin equivocarse, pues la libertad interior es incalificable. Mucho menos por el propio interesado. Ya que ella no necesita de nada, pues siendo apenas la virtualidad de un punto, un espacio vacío, es simplemente lo que es.

Desde el punto de vista de la didáctica del Símbolo, de su enseñanza, este libro, Simbolismo y Arte, podría ser considerado también como una "síntesis definitiva" de todo lo que el autor había escrito hasta ese momento sobre la Simbólica y la Cosmogonía Perenne. En este sentido, las obras posteriores a este libro (Esoterismo Siglo XXI: En torno a René Guénon; Hermetismo y Masonería: Doctrina, Historia, Actualidad y Las Utopías Renacentistas: Esoterismo y Símbolo) van a seguir tratando naturalmente de la Simbólica y la Cosmogonía Perenne, pero su enfoque, su atención, va a estar centrada más especialmente en aplicar su enseñanza a la Historia de las Ideas y de la Cultura, es decir a la Historia Sagrada, con lo cual se abrirán nuevos espacios, nuevos escenarios por así decir, a través de los cuales nuestro director va a continuar dando testimonio de la Tradición Viva y Unánime.

Estudiando y meditando este libro, Simbolismo y Arte, cuyo ajustado discurso conforma una poética, y "que como tal tiene un indudable trasfondo musical" (como se dice en la contraportada de la edición de 1998), y expresando por nuestra parte todo lo que es posible expresar con palabras (que siempre se quedan cortas), nos damos cuenta de que está escrito desde la esencia del Pensamiento que formula; que existe en él, en cada uno de sus capítulos, una concentración de energías, de ideas-fuerza, que son capaces por su propia dinámica interna de provocar una ruptura de nivel generada por la comprensión de su significado, y con ello la posibilidad de poder conjugar opuestos y engendrar nuevas ideas que nos permitan ser fecundos para con nosotros mismos e ir edificando nuestra morada interna. Por ejemplo, en el capítulo II, titulado "Simbolismo y Ciencia Sagrada", y hablando nuevamente de la función del símbolo y del arte en el proceso de Conocimiento, he aquí lo que se dice:

Si el símbolo es manifestación y si en lo más hondo de cualquier expresión se halla escondida una significación oculta, una realidad otra, es lógico pensar que el arte cumple una función extraordinaria como sistema de comunicación, y sobre todo de cohesión en el mundo, y gracias a él (a la concentración que le dio origen y la que a su vez origina), no se han perdido determinados valores universales que él ha fijado en distintos sitios y tiempos, testimoniando de esa manera la voluntad de ser, y señalando (más o menos conscientemente) los caminos de la libertad a través de la repetición de un acto creacional primigenio. El arte es símbolo en acción, y por lo tanto rito; y no hay rito más perfecto que la cosmogonía, el funcionamiento complejo y sutil de la máquina del mundo, una entidad orgánica que constantemente vive el despliegue de sus posibilidades hasta sus propios límites, configurando la más bella, profunda e inteligente obra de arte, de cara a la cual todas las otras son reflejos; aunque las mejores de ellas se encuentran cargadas, cosmizadas, por las vibraciones de la propia estructura de la manifestación Universal, figurada por una doble espiral de energías que se reciclan a perpetuidad.

El mundo, como el más preciso –y precioso– objeto de diseño incluye a la criatura y al Creador amalgamados en un continuo donde la expiración de uno constituye la inspiración del otro y viceversa. Este hecho es un milagro reiterado y configura la identidad del ser y del Ser Unico, la Suprema Identidad, la que no admite ningún dúo pues es toda la realidad (p. 42).

No podría decirse de manera más clara, sencilla y profunda al mismo tiempo semejante verdad metafísica: que existe la identidad entre el ser individual y el Ser Universal, conjugados en un solo continuo, y que esa es la Identidad por antonomasia al no existir ninguna dualidad que la limite en su infinita libertad. A esto se refiere precisamente el conocido símbolo del "Sello de Salomón", que ilustra perfectamente la sentencia hermética de que "Lo de abajo es como lo de arriba y lo de arriba como lo de abajo, para obrar el milagro de una cosa única", sentencia que es también el fundamento de las leyes de la analogía y las correspondencias que nos permiten entender y vivir el modelo cósmico como un

mandala multidimensional que abarca la totalidad del ser y el soporte más indicado para la construcción del hombre nuevo, de la ontología, como paso previo a la metafísica; se podría decir que el ser que edifica su vida de acuerdo a los Universales, o Arquetipos, se inicia en el Conocimiento de la realidad, lo que ha sido el caso de todos aquellos que construyeron las culturas de las que somos herederos. (p. 38).

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En este sentido hay en Simbolismo y Arte un capítulo fundamental que contribuye precisamente a un mejor conocimiento de la realidad. Nos referimos al capítulo III, titulado "El Ser del Tiempo. Simbolismo de los calendarios". Este tema, el de la simbólica de los calendarios, ha sido tratado por Federico en varios lugares de su obra, especialmente en La Rueda y sobre todo, como ya dijimos, en El Simbolismo Precolombino, cuyos dos últimos capítulos están enteramente dedicados a investigar en su estructura, análoga a la del cosmos, constituyendo "por lo tanto una clave muy importante para la comprensión de su esencia, un módulo válido para el conjunto de la creación". Pero lo que queremos destacar principalmente es que el estudio de los calendarios (y particularmente de los calendarios Mesoamericanos) ha llevado a nuestro director a escribir algunas de las páginas más lúcidas que se hayan escrito contemporáneamente sobre la naturaleza del dios Tiempo, que todo lo abarca (y al que los griegos llamaron Cronos y los romanos Saturno), de lo que en verdad éste significa en el Gran Concierto de la Vida Universal, puesto que, como decía Platón, y nos recuerda Federico, el Tiempo es un símbolo móvil de lo Eterno e Inmóvil;

de lo cual da cuenta el milagro original de la Memoria y las correspondencias que guardan los seres, las cosas y los sucesos en general, los que los hacen distintos y significativos y por ello también interdependientes y no excluyentes. Para una visión tradicional, el Tiempo es el soplo vital, el Gran Cohesionador de lo creado (en nota: En este sentido el Tiempo es la imagen del Amor divino permanentemente actualizado para asegurar la Vida Universal), y es absolutamente natural que su expresión gráfica sea la de una circunferencia que al limitar un espacio configura un círculo, una primera figura plana, tanto de un espacio original, como del ciclo en que es vivido, o revivificado, por la acción espontánea del tiempo, generador permanente del movimiento y las leyes que lo rigen y en total correspondencia, como no podía dejar de estarlo, con sus propios orígenes, con su razón de ser; con el Ser del Tiempo como supuesto de todo lo creado. Esto solo bastaría para ligar inmediatamente estas concepciones con la idea de lo sagrado y la divinidad, evidente en este pensamiento acerca de los orígenes y estructura cósmica y por cierto son numerosos los dioses fundamentales de todos los panteones ligados al tiempo, a su transcurrir, a su velocidad y a la memoria y el olvido, al hálito vital, anima mundi, ritmo, ciclo, etc.

Es lógico pensar, por tanto, que si el tiempo es sumamente sagrado para una sociedad tradicional, también lo es el calendario, miniatura e imagen del cosmos, fijación del devenir, revelación de un saber atemporal que toma al movimiento como proyección espacial del tiempo al conjugarlo en un continuo. Por ello consideramos muy adecuado el estudio de los calendarios en cuanto instrumentos sagrados reveladores o mediadores del Conocimiento, que ellos mismos portan en su estructura, es decir, como epifanías permanentemente disponibles para transformar lo mutable en inmutable, lo visible en invisible, el caos en orden, la proyección indefinida en verdadera ontología; o sea en el Ser del Tiempo como hálito vital del Ser del Cosmos. (…)

El Tiempo es el Verbo hecho carne, soplo del Espíritu creando el Alma del Mundo. El Tiempo debe tomarse como expresión psico-física, viva, de la realidad, cuyas leyes y venturas registran los calendarios, pues éstos expresan a cabalidad los ciclos y ritmos cósmicos, y por lo tanto el Conocimiento tiene en ellos su expresión genuina. (p. 50-51-58).

Está claro que esta concepción del Tiempo es la que han tenido siempre todas las civilizaciones y pueblos tradicionales, y es sumamente importante que el autor nos lo haga saber para justamente liberarnos de una vez por todas de esa lectura lineal y tremendamente reducida y limitada que tenemos de él, que es precisamente la que nos hace verlo como algo que nos consume y aprisiona, cuando verdaderamente, y como el propio Federico González dijo en cierta ocasión, la revelación del Sí Mismo es coetánea con el tiempo, es decir que es en el tiempo, o mejor, con el tiempo, donde esa revelación se produce y gradualmente germina y se desarrolla la comprensión de la realidad a la que se está refiriendo: la identidad con el Ser Unico y No-Dual.

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Decíamos más arriba que Simbolismo y Arte es un libro sumamente sintético, y que su autor plasma en él, con la claridad con que acostumbra a manejar los conceptos, ciertas ideas esenciales relacionadas con la Cosmogonía Perenne muy útiles para que el hombre pueda profundizar en su conocimiento, que es en definitiva el suyo propio, su auto-conocimiento (pues "todo está en la mente y el corazón del hombre" como se dice en el Programa Agartha), debido a la total identidad que, como venimos diciendo, existe entre el macrocosmos y el microcosmos, el Universo y el hombre. Los tres últimos capítulos ("Arte Alquímica", "Arte Teúrgica" y "Arte Musical: Arquitectura del Cosmos") son un ejemplo de esa síntesis, y además de ser muy aclaratorios sobre el verdadero significado cosmogónico y metafísico de estas tres Artes nos dan ciertas pautas para descubrir el sentido de su operatividad en el proceso de trasmutación y transformación del alma humana, "tomando estos dos términos en sentido etimológico", es decir como la posibilidad de mutar o cambiar de estado de conciencia y por consiguiente de percibir y concebir otras realidades del ser individual (en correspondencia con el Ser Universal), y por otro lado la posibilidad contenida también dentro de ese estado de ir "más allá" de él mismo, naciendo al mundo de lo no-formal, también llamado de las "Aguas Superiores". Todo cambio de estado se produce en la más completa oscuridad, en el "negro más negro que el negro", o nigredo alquímica, resultado de una concentración del ser en sí mismo, a cualquier nivel en que esto se produzca:

Es bajo esta luz que la palabra Alquimia adquiere su sentido original, indicado, por lo demás, en la etimología del vocablo, que se refiere al color negro (los egipcios daban a su país el nombre de Kemi, o tierra negra), de donde la arabización El-Kimia indica por un lado el aspecto oscuro y subterráneo de las operaciones transmutatorias, y por otro su fin último y eterno, que apunta a superar la primera determinación, la del Fiat Lux, equiparable a la generación por el Verbo, y por lo tanto a lo que está más allá de ella: el Silencio Primordial, o la Oscuridad Original. Por lo mismo a otras posibilidades siempre presentes del Ser Universal (reflejadas por cierto en el ser particular), y la que experimentan los sujetos que se acercan a ella con el ánimo de constituirse en Filósofos, es decir en agentes responsables del gran laboratorio cósmico, donde la obra aún se encuentra inacabada y debe ser culminada con la intervención del "hombre verdadero", lo que explica la importancia del arte y justifica cualquier hecho creativo. (p. 80).

Los métodos para realizar la Gran Obra en uno mismo son numerosos y variadísimos, nos dice nuestro director, que en los capítulos de este libro, como en toda su obra, nos ofrece un buen ejemplo de lo que decíamos al principio acerca de la necesaria adaptación a los tiempos de la Ciencia Sagrada. Repetimos esto porque consideramos que es sumamente importante decirlo, pues como también él ha afirmado en varias ocasiones, el hombre no nace enseñado y todo lo tiene que aprender de nuevo, aprendizaje que siempre es permanente, y que en el caso del viaje del Conocimiento, que la Iniciación ritualiza, tiene que ver más bien con un "recordar" del alma, como decía Platón cuando hablaba de la "reminiscencia" (o anamnesis), ligado todo esto muy estrechamente con la memoria, que es la

materia con que está tejido el tiempo y por lo tanto el hombre, ya que éste es tanto lo que conoce como lo que recuerda, y en todo caso si es algo en sí, lo es por su memoria: imprecisa y frágil substancia que cambia con los momentos y los días y constantemente se actualiza. (p 88).

Y en nota cita el siguiente pasaje del Fedro 249, de Platón:

Por esta razón es justo que el pensamiento del filósofo tenga sólo alas, pensamiento que se liga siempre cuanto es posible por el recuerdo de las esencias a que Dios mismo debe su divinidad. El hombre que sabe servirse de estas reminiscencias está iniciado constantemente en los misterios de la infinita perfección y solo se hace él mismo, verdaderamente, perfecto. Desprendido de los cuidados que agitan a los hombres y curándose sólo de las cosas divinas, el vulgo pretende sanarlo en su locura y no ve que es un hombre inspirado.

Federico describe algunos de esos "métodos" operativos de la Alquimia, advirtiendo no obstante de esos "sopladores" o falsos alquimistas que "pululan en el ambiente esotérico", ignorando completamente el fin de nuestro Arte, al que confunden con la "erudición por la erudición", sin advertir que el "libro" que se ha de leer, estudiar y conocer es el "Libro de la Vida", o el "Libro del Mundo" (la Cosmogonía Perenne), a cuyo desciframiento y gradual aprendizaje ayuda de manera inestimable la doctrina manifestada por una Tradición Unánime y las formas particulares que ésta adopta según las circunstancias de tiempo y de lugar. No hay, en este sentido, diferencia entre teoría y práctica, nos dice:

Y muchas veces el enunciado de la doctrina, en cuanto ésta se comprende 'en el corazón' constituye un verdadero programa práctico, cuando no un método en sí (…) Si todo está en todo, la ciencia y arte de la transmutación se halla presente en cada ser, fenómeno o cosa, los que a su vez pueden ser igualmente los soportes de una acción tendiente a desentrañar cuál es su realidad final, qué secretos está expresando con su ser, qué hay detrás de la apariencia, en qué medida existe aquello que tomamos por real, etc. Por lo que el método de la ciencia de la transformación, o metanoia, en estrecho vínculo con las circunstancias, siempre contingentes y relativas, donde se produce esa "efectivización", signada por innumerables factores externos, o fuerzas astrales, comenzando con la determinación del nacimiento individual, está igualmente siempre presente.

Sin embargo debe destacarse una constante fundamental en el arte alquímico, o sea en el trato con ángeles, cielos y nombres divinos (también con dragones), que no es sólo la convergencia en un mismo fin; se trata aquí de la unanimidad de opinión y enseñanzas en cuanto a que ese fin está invertido con respecto a las posibilidades del hombre en estado ordinario, que siempre busca la multiplicidad y la dispersión, mientras que todo proceso alquímico tiende a una síntesis, a una concentración de posibilidades del mismo, ya que en la esencia o en el "elixir", o en la "piedra filosofal", radican tanto el misterio del Ser Universal, como sus virtualidades, fuente de su poder, que podrá ser entonces desarrollado en cualquier dirección y en todo momento. Se trata pues de una "conversión", de una vuelta a los orígenes, o a la fuente primordial de donde todo ha emanado, o el viaje de regreso a casa, semejante al que se realiza de la multiplicidad a la unidad. Del punto casi inexistente ha nacido la Rueda del Mundo y debemos regresar a su inmutabilidad, incluso para encontrar sentido a lo que se mueve, para saber que uno también es eso, la inmovilidad del comienzo, y por lo tanto su simultaneidad y comprender así la movilidad de lo sucesivo, como apariencia o proyección perpetua de la realidad central. Desde el punto de vista alquímico estamos invertidos con respecto al discurso creacional que constantemente va de lo menor a lo mayor (lo cual es evidente en cuanto se piensa que una gota de semen es el origen físico de un ser humano o animal, lo mismo que una semilla el de un árbol), de lo inmanifestado a lo manifestado, mientra el alquímico se basa en lo manifestado para remontarse a la inmanifestación, provocando el ser humano en sí mismo una "regeneración", una nueva vida, el nacimiento de otro ser que va de mayor a lo menor, pues ha comprendido que no hay alternativa posible entre la cantidad y la cualidad, y sabe por intuición directa que es en lo más pequeño donde se oculta el secreto y donde se aloja la central d más alto poder. (p. 82-83).

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La Alquimia y la Teúrgia, se nos dice, persiguen los mismos objetivos y sus principios son idénticos, si bien "la Alquimia trata más del ser individual que del universal, del microcosmos más que del macrocosmos". Esos principios están basados en las analogías y las correspondencias, en las que también se sustenta la Magia Natural y en realidad todas las artes y ciencias de la Cosmogonía, la que constituye "un Todo indisoluble e indivisible en partes", siendo esto justamente lo que da sentido y sustancia al rito, por cuyo intermedio el hombre participa enteramente del fluir del ritmo, cadencia y armonía universal, entendida como expresión polarizada de la Unidad arquetípica a cualquier nivel en que se manifieste, por ejemplo: como un sonido, palabra o música articulada con sus silencios; o como una proporción nacida precisamente de la relación analógica entre un todo con sus partes, o las partes entre sí, como es el caso de la arquitectura, o de la vida misma, en la que también observamos ese ritmo fundamental en la alternancia de sus luces y sus sombras, de sus coagulaciones y disoluciones, análogas a la sístole-diástole del corazón, o al aspir-expir de la cadencia respiratoria.

En ese delicado juego de equilibrios, analogías y correspondencias entre los distintos planos que constituyen la Armonía Universal, el alquimista, teúrgo o chamán, el hombre de conocimiento, sabe que:

Ejercer acción sobre una cosa es ejercer esa acción sobre un conjunto innumerable de cosas en un mundo concebido como concatenado; igualmente hacerlo sobre un ser humano implica realizarlo en toda la humanidad; la economía de la Teúrgia fija sus propios límites sin imponerlos. Sus fines son imprecisos, sus medios han de ser exactos, por paradigmáticos y míticos y perfectos, es decir especialmente adecuados a la situación espacio-temporal que signa el rito aunque resulten totalmente paradójicos para el propio operador que en su gestión no sabe definir con claridad –y no lo necesita– dónde y cómo los distintos sucesos de su propia y divina comedia pudieran ser traducidos en medio de una Revelación Permanente. El hombre es el corazón del Universo. (p. 94).

Y por eso mismo:

es capaz de recrear perennemente la vida con la que se encuentra indisolublemente unido, pues es un todo con ella, correspondiéndose ambos de manera perfecta e idéntica al punto que constituyen, han constituido y constituirán, una misma entidad. El mundo entero está animado y perfectamente vivo hoy día (y siempre), como un animal o ser gigantesco cuyas partes u organismos se articulan y moldean constantemente entre sí impulsados por los movimientos de su corazón, el ser humano, centro del Universo. Y este ser, siendo parte esencial de la creación regenera permanentemente el cosmos, aun con su sola presencia. En un mundo así todo es mágico y cada gesto, signo o palabra un acto generativo capaz a su vez de producir indefinidos reflejos de sus mismas características. (…) entonces, ¿qué más operativo y mágico que la oración del corazón, la cual debida a una concentración en el meollo del ser humano que pronuncia la plegaria o invocación [por ejemplo a las Musas], se dirige al corazón del Ser Universal con el que pretende, y logra armonizarse? (…)

Cuando el chamán enciende el fuego genera vida, en el momento en que derrama agua sobre la tierra ya está lloviendo, el universo se encuentra estrechamente ligado a los hombres, los cuales lo conforman; somos señales en un mundo de señales y el mago es un generador, operando sus ritos ancestrales, renovando el mundo a perpetuidad. Sus ceremonias no son vanas, al contrario, son imprescindibles para que se reconozca el Sí Mismo dentro de sí mismo; son por lo tanto tan arquetípicas como necesarias y su acción inmediata, y sobre todo mediata, es fundamental, y puede fructificar en innumerables formas, y cada una se organizará en conjuntos y éstos en estructuras precisas, las que terminarán manifestándose concretamente. De allí la enorme importancia asignada a la Teúrgia, ciencia que acompaña a los ritmos del cosmos, como lo hace la naturaleza, y que, como ella realiza su gesto desinteresado y gratuito para preservar la vida del mundo, por tanto, la de la especie; por lo que el objetivo último de la Teúrgia es ligar con la cadena interna de unión, con la Iglesia Secreta, que opera y se manifiesta en nosotros y en nuestro entorno, dándonos así el poder de expresar la Ciencia Sagrada. (p. 94-96).

"Arte Teúrgica" ("llamada también magia intelectual, espiritual o pneumática, es decir la verdadera Alquimia del Conocimiento", como se dice en la nota 155 de Hermetismo y Masonería) acaba con un canto de Hesíodo a las Musas y una cita del Fedro de Platón sobre estos entes espirituales que inspiran al hombre el Conocimiento, y que a su vez sirven al autor para hacerse, y hacernos, las siguientes preguntas:

¿Por qué motivo esos seres espirituales, o energías reales, si se quiere, se supone que no existen hoy en día? ¿Acaso sólo porque se los niega? Por otra parte: ¿qué o quién nos impediría tomar contacto con las diosas y entes espirituales que nos aguardan y conforman? (p. 103).

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Estas palabras también son de alguna manera como un preámbulo al séptimo y último capítulo: "Arte Musical: Arquitectura del Cosmos". En efecto, la palabra Música deriva de las Musas, estrechamente vinculadas con Apolo, cuya lira de siete cuerdas le fue entregada por Hermes, su inventor, sin olvidarnos que por las siete notas que estructuran todo su discurso tiene también relación con los siete planetas, los que generan la música de las esferas. Asimismo se vincula con Atenea (Minerva entre los romanos), a quien estaba consagrada precisamente el número siete, paradigma de la perfección y de la idea de virginidad, virtud atribuida a esta diosa de la Sabiduría y patrona de las Artes y las Ciencias, nacida de la cabeza de Zeus-Júpiter, de su Inteligencia, la cual distribuye generosamente a quienes la invocan con nobleza de corazón.

Este capítulo extraordinario, en el sentido auténtico de la palabra, es en verdad una introducción a la metafísica de la Música a través de la descripción sintética de los elementos cosmogónicos y ontológicos que la conforman, y que como símbolos velan y al mismo tiempo revelan la esencia del discurso musical, que mediante la idea de las proporciones numéricas y geométricas implícitas en la conformación de su estructura sutil se emparenta en realidad con todas las artes (arquitectura, pintura, poesía, danza, etc.), vehiculando, en lo que a Occidente se refiere, una tradición cultural cuyo pensamiento se origina en la escuela pitagórica, pasando por Platón, la escuela de Alejandría, San Agustín, Boecio, la Edad Media, llegando hasta el Renacimiento con M. Ficino y su amplia irradiación a través de los filósofos herméticos y cabalistas cristianos (C. Agrippa, F. Zorzi, R. Fludd, A. Kircher, y llegando finalmente a los mismos albores de los tiempos modernos por medio de Kepler, Newton, etc.).

Lo más importante en el Arte Musical es la audición del receptor del sonido –se nos dice–, en este caso el hombre, que se reconoce a sí mismo como

un instrumento preciso y afinado en la sinfonía del conjunto, capaz también de crear y transmitir lo inaudible en expresiones armónicas –aunque ellas a veces desentonen en la uniformidad del fraseo corriente– por el hecho evidente de que aquél que 'escucha', regenera la permanente actualidad del arte musical siendo a la vez el sujeto y el objeto del mismo; el sonido, como la materia, como el cosmos, es uno solo. (p. 109).

Y el Arte, así entendido, nace en primer lugar de la Palabra o Sonido Primordial (en el principio era, es, el Verbo), cuya vibración original engendra en primer lugar la "idea" del Principio No-manifestado de donde la Palabra emana como la primera determinación del Silencio (No-Ser). En la transmisión de la Enseñanza, oral o escrita, lo que el sujeto-objeto receptor "oye" en primer lugar, aunque sea inconscientemente (todo el proceso posterior es en gran medida hacerse precisamente consciente de ese hecho asombroso que acontece en él, en su alma) no es otra cosa que esa "idea" de lo No-manifestado, que le llega a través de la imagen o forma simbólica que la representa, y que es el detonante, por así decir, de todo ese proceso que se llama de Conocimiento porque no pone límites a la permanente posibilidad de ser todo lo que el ser es, y también de lo que está "más allá" de él: el No-Ser.

La verdadera audición se refiere a la identidad con la vibración sonora del plano sutil, increado, pero tan real que constituye el origen de lo audible, lo cual es sólo un símbolo o imagen de la auténtica percepción intelectual, equiparable a la audición metafísica, originada por esa entidad o diosa llamada Inteligencia, capaz de seleccionar valores por nuestro intermedio y presentarse ante la Sophia universal. Saber es escuchar la música cósmica, obtener una respuesta que se ordena igualmente en cada quien a fin de acceder a la audición metafísica.

Los mediadores del conocimiento son los símbolos visibles y audibles que, ya diferenciados, han comenzado a fijarse en el alma, a imprimirse en su virginidad a la par que comienzan a relacionarse entre ellos, produciendo así nuevos espacios, generando frases e iluminando áreas cada vez más definidas, precisas y claras, que se complementan y articulan en un discurso: en su cadencia musical. Este proceso es análogo en cualquier desarrollo o gestación, por lo que la Manifestación Universal es el Arquetipo inevitable de cualquier audición, es decir del diálogo entablado por primera vez entre el "yo" y el "otro", que en forma binaria intercalan sus roles tal cual lo hace la relación activo-pasivo, pasivo-activo. (…) Esta es la gracia del Arte Musical capaz por su propia naturaleza y sus valores intrínsecos de manifestar ayer, hoy y mañana, lo no manifestado, la perpetua posibilidad: aquello que, sin ser jamás, igualmente conforma el sonido paradigmático de la esperanza. (p. 108-110).


Comienzo

Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon


Nota
(7) Hay una segunda edición del año 2004 a cargo de la Editorial Libros del Innombrable de Zaragoza.

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