Federico González: La Tradición Viva (*)

  Francisco Ariza ︎

y IX:
LAS UTOPIAS RENACENTISTAS
ESOTERISMO Y SIMBOLO

La isla de Utopía en la portada de una de las primeras ediciones del libro de Tomás Moro.
La isla de Utopía en una portada
del libro de T. Moro


El contenido de este [último] acápite del Programa Agartha nos ha servido en realidad de introducción al que, de momento, es el último libro de nuestro director, recién publicado en 2004 (Ed. Kier).(*) En su oportunidad dijimos que sus estudios más recientes están en gran parte volcados en desentrañar el carácter esotérico y metafísico de la Historia de las Ideas, es decir que penetran en la trama invisible y las causas profundas sobre las que se teje el discurso creacional, el "teatro del mundo" (donde el hombre y sus obras asumen un papel relevante como estamos viendo), que aparece así como un inmenso símbolo que constantemente nos revela su origen vertical y trascendente, siempre y cuando sepamos "leer" más allá de las apariencias que lo ocultan; en este sentido, su obra entera nos ayuda de manera inestimable a hacer nacer y a fomentar en nosotros esa otra mirada, la "mirada esotérica" (o la "audición metafísica" de que se habla en "Arte Musical") que nos permite entender la realidad en que vivimos, no sólo la histórica y temporal, sino sobre todo la transhistórica, supratemporal y arquetípica, ya que podemos comprender verdaderamente aquella gracias a ésta, y nunca al revés, pues es una ley universal que lo que es menos no puede nunca abarcar lo que es más, existiendo por tanto entre una y otra una jerarquía, si bien las dos coexisten simultáneamente, como el propio autor ha dejado dicho en distintos lugares de sus publicaciones.

Tener conocimiento de ambas realidades es precisamente una de las diferencias fundamentales que hay entre lo que podríamos llamar la "mentalidad tradicional" (unánime en todas las sociedades antiguas) y la que es propia de la gran mayoría de los hombres y mujeres que viven en las sociedades desacralizadas de nuestro tiempo, situación a la que han llegado ya por el anquilosamiento o petrificación de su propia cultura, ya por haberse olvidado de sus orígenes culturales, o ambos motivos a la vez, como es el caso de las llamadas "sociedades del bienestar", totalmente volcadas en la satisfacción de las necesidades más elementales del ser humano, cuando en verdad esas "necesidades" no tienen por qué ser incompatibles con otras de mucha mayor trascendencia, cayendo por tanto cada vez más (aunque tal vez ya estemos tocando fondo) en el "polo substancial" del "reino de la cantidad", en detrimento del "polo esencial" identificado con todo lo que tiene que ver con el Principio y la dimensión cualitativa de los seres y las cosas.

Sin embargo, esa mentalidad tradicional, en Occidente, pervive de forma clara hasta el Renacimiento (o al menos hasta lo que el autor denomina el "primer Renacimiento" que ocupa todo el siglo XV), según es fácil ver por las investigaciones que desde hace años se han llevado a cabo sobre ese período, en el que nacen nuevas posibilidades latentes en la propia historia de Occidente, renovando (o adaptando a las circunstancias cíclicas) las ya caducas estructuras medievales y recuperando al mismo tiempo el legado sapiencial de la Antigüedad Clásica. En este sentido el Renacimiento es, en muchos casos, una "culminación" y una síntesis prodigiosa del espíritu tradicional de Occidente, cuya verdadera decadencia acontecerá propiamente hablando cuando, al final de ese segmento, irrumpen con fuerza como dice Federico, las huestes literales y el bajo intelecto, ligado a la pasión de la Reforma y la Contrarreforma.

Así pues, durante ese período se dan cita prácticamente todas las corrientes de pensamiento que fueron gestando la cultura y el ser de Occidente a lo largo de los siglos, recibiendo un impulso revitalizador con la llegada de un nuevo ciclo histórico, que va a servir, entre otras cosas, para que esa cultura germine también en un Nuevo Mundo (América), el "descubrimiento" del cual se asumirá en muchos casos como la posibilidad de vivir la realización de la Utopía, que es el tema principal de estos textos, donde se presenta el Renacimiento no tan sólo como una época histórica sino también y sobre todo como una realidad permanente del espíritu humano que se reconoce en su Arquetipo y ello le permite "renacer" a otra posibilidad de sí mismo más realmente universal. Esta es una de las razones de por qué la lectura de este libro atrapa desde el primer momento sumergiéndonos en las frescas y vivificantes aguas de la Memoria, la que fue precisamente un Arte durante ese tiempo: el Arte de la Memoria, también una forma de la Utopía y capaz de recrear el cosmos entero en el alma humana y reconocerse ésta, como dice Marsilio Ficino, habitante

De la altísima ciudadela de la bienaventuranza celeste (p. 17).

De ahí la importancia de mantener vivo en lo posible el vínculo con el legado renacentista, el eco de cuya influencia no se acallará con la llegada del mundo moderno, pues éste vive, en lo que se refiere a las estructuras que conforman su sociedad y el pensamiento que la configura en lo más profundo, de la herencia que ha recibido del mundo antiguo, y más concretamente del Renacimiento. Es más, leyendo esta obra se llega a la conclusión de que nuestra época vive todavía bajo su influencia, que de alguna manera pertenece a él en todo cuanto constituye lo mejor de ella misma, es decir en cuanto mantiene en su memoria colectiva los valores inalterables que, por pocos que ya queden, siempre serán una referencia ejemplar para no sucumbir a la tremenda degradación de este fin de ciclo. Y aquí está precisamente uno de los grandes aportes no sólo de este último libro sino de la obra entera de su autor, el cual ha sabido ver, como pocos escritores contemporáneos, la importancia del Renacimiento como época en que las distintas corrientes herméticas que la poblaban se constituyeron en las depositarias y transmisoras de la Ciencia Sagrada en Occidente, abarcando también dentro de esta denominación geográfica al Nuevo Mundo recién "descubierto". Pero por sobre todo da fe de que esas corrientes están vivas y de que si nos quitamos los muchos prejuicios que cubren nuestra mente sabríamos reconocer en ellas verdaderamente la "Buena Nueva", es decir la permanente sorpresa de la regeneración encarnada en el alma individual, que se asoma así a un mundo completamente distinto que, sin embargo, está siempre presente, dando contenido a todo cuanto existe.

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Dentro de dichas corrientes tuvo una importancia capital el resurgimiento de la Cábala en la Italia renacentista, y que algunos estudiosos, como F. Secret, citado por el autor, consideran como "un descubrimiento tan importante como el del Nuevo Mundo" (p. 22), sin duda alguna debido a la enorme repercusión intelectual que aquélla tuvo entre los círculos herméticos de toda Europa a partir de su contacto (patrocinado por Pico de la Mirándola) con el cristianismo impregnado de neoplatonismo y neopitagorismo, dando así nacimiento a la Cábala Cristiana. Esto lo corrobora totalmente nuestro director cuando afirma que

La Cábala hebrea propagada en medios cristianos es también un ingrediente cultural fundamental en el Renacimiento, cuya transmisión se ha prolongado hasta el siglo XX –junto con la Tradición Hermética y la Platónica– y constituye también una de esas artes –o ciencias– ocultas del período al que nos estamos refiriendo (p. 23).

Destaca Federico el decisivo aporte de la doctrina cabalística (sintetizada en el Arbol sefirótico) en el mantenimiento de las ideas herméticas hasta hoy mismo. La Cábala fue adoptada, en efecto, en medios cristianos, y su influencia, junto a las otras corrientes de la Tradición Hermética y Platónica, se deja sentir también en algunas de las Utopías estudiadas por él. Por ejemplo en todas aquellas que, agrupadas bajo el título "Otras Utopías del Renacimiento" (cap. XI), no tienen relación directa con la polis, con la ciudad (consubstancial a la utopía), si bien persisten en ellas determinados elementos comunes que las relacionan con ésta y permiten entender cómo la idea de la Utopía es parte constitutiva de cualquier proceso que toma al alma humana como "materia de obra" alquímica. Hablamos de: "Utopías sin polis. Arquitecturas del pensamiento. Estructuras imaginales"; "Tratado de Las Leyes de Gemisto Pletón"; "Diálogos de Amor de León Hebreo"; "Luca Pacioli: Las Matemáticas como Utopía"; "Atalanta Fugiens de Michael Maier: Alquimia, música, imagen", y finalmente "Robert Fludd: El Sello de la Utopía". Queremos resumir con las propias palabras de su autor este capítulo especialmente importante en donde aparece con toda su fuerza y luminosidad la capacidad ordenadora del símbolo:

Esta forma de la utopía no está necesariamente relacionada con la polis, o sea con las estructuras de una ciudad concreta o la construcción de un medio social, político y económico. No obstante del mismo modo que se organizan los distintos módulos sociales en un territorio, igualmente lo hace en la mente un pensamiento y de manera análoga al vincularse con otros, y estos con terceros, conforman una totalidad, un mundo imaginal perfectamente estructurado, un sistema, con sus diversas vivencias y espacios intelectuales, –como las plazas, edificios, templos y parques de una villa– tal cual los cajones repletos de imágenes, referencias y símbolos que conformaban el mueble con el que Giulio Camillo trabajaba en su Arte de la Memoria.

Por lo tanto estas utopías a las que estamos aludiendo ahora son tan válidas y actuantes –tan reales– como aquellas que suponen un sitio específico, empero inventado, y una organización social. Ambas configuran un orden compuesto de determinados elementos que irán constituyendo un conjunto en el que se articularán de modo preciso y coherente, produciendo como ya hemos mencionado un sistema apto para el Conocimiento que, como la Utopía de Moro, no tiene "lugar" físico, aunque está siempre presente, y es atemporal (…); espacio mental que puede ser revisitado, recorriendo las aulas y espacios de la conciencia, una y otra vez, por los que saben cómo llegar a ellos y donde son contemporáneos con todos aquellos que lo han conocido en el pasado –y quienes lo harán en el futuro– y que aún están vivos, tal el caso de Henoch y Elías; la posibilidad de encarnar tal entidad, para ciertos cabalistas como Guillaume Postel, es lo mismo que el arribo a la utopía de la ciudad celeste, en un mundo donde todo está en todo. Este espacio es parte constituyente del plano intermediario en sus dos aspectos, la psiqué más densa y la más sutil. La más ligada a la forma y la que se identifica con lo no formal. Todo lo cual se encuentra presente en el alma humana, la que de hecho allí mora, pues el ser se reconoce en ella y puede llegar a considerarla un medio apto para acceder al verdadero espíritu, al Ser universal, y aún a sus posibilidades negativas.

Pero la obra que inaugura el género de las utopías renacentistas no es otra que la Utopía de Tomás Moro, el cual estuvo influido, en su formación renacentista y metafísica, por Pico de la Mirándola y Marsilio Ficino (entre otros), quien recordaremos nuevamente fue el gran traductor del Corpus Hermeticum y de Platón, en cuyo libro La República se inspiraron prácticamente todas aquellas Utopías del Renacimiento que se describieron a modo de "ciudad ideal". Hablando de la Utopía de Moro, Federico traza la primera definición de la misma, cuyo nombre:

deriva del término u-topos, o sea de aquello que no tiene lugar, algo que por lo tanto está fuera del tiempo y del espacio para significar con seguridad un asunto imposible de realizar en este universo y relacionado con otro mundo, o sea con una región más allá de estas dimensiones, un ámbito celeste y perfecto donde las cosas fueran en verdad y no signadas por las imperfecciones humanas, una forma de la ciudad celeste o la ciudad de Dios. (cap. II. "Necesidad de la Utopía". p. 47).

Esta idea de "no-lugar" que caracteriza a la Utopía recuerda también lo que decían los antiguos Rosacruces cuando hablaban de su "Templo del Santo Espíritu", que "no está en ninguna parte", y de ahí la denominación de "Colegio Invisible" dada a esta corriente hermética. Precisamente nuestro director consagra dos capítulos enteros a hablar de este importante movimiento hermético, de enorme influencia en su tiempo: "La Utopía de los Manifiestos Rosacruz" (cap. IV), y "Cristianópolis" (cap. V). En el primero de ellos vuelve a hablar de la Utopía en los siguientes términos:

La Utopía es un espacio distinto, un mundo invisible situado en el eterno presente. Por eso debe proyectarse hacia el futuro, como algo a conseguir, o hacia el pasado: una edad feliz, el paraíso terrenal, la Tradición. En este último caso apoyada por razones que van de lo biológico a lo histórico y que la memoria atestigua. El mito del Origen, que es vertical, es decir que existe permanentemente y en simultaneidad, debe ser trasladado al pasado para ser comprendido en la sucesión. Igualmente el deseo y la voluntad de integrarse a él se proyectan en un futuro posible; tal la razón de la Utopía. (págs. 77-78).

Para nuestro director una de las utopías renacentistas más interesantes es "La Ciudad del Sol", de Tomasso Campanella, prácticamente contemporánea a las citadas anteriormente, y como en éstas su autor trata de transmitir a sus contemporáneos la "Idea" de la Ciudad Celeste en una época precisamente en que estaba irrumpiendo con fuerza una concepción del mundo que no contemplaba dentro de sus postulados la posibilidad de vivir de acuerdo a esa Idea, que sin embargo ha persistido a pesar de todo, latente en la Memoria del Tiempo, conectada a la realidad concreta del ser humano a través de determinados personajes que la han vivido, y la viven, y conocen esa ciudad arquetípica hasta en sus más mínimos detalles, como nos dice Federico en un capítulo de El Simbolismo Precolombino ("Mitología y Popol Vuh"), donde añade que esa ciudad arquetípica constituye en realidad una región metafísica, un país que convive con el nuestro, es decir:

una patria de cuerpo espiritual en donde habitan los dioses y los difuntos. Una realidad impalpable que ya conocían los egipcios: "Ignoras, o tú Asclepios, que Egipto es la imagen del cielo y la proyección en este mundo de todo el ordenamiento de las cosas celestes? (Hermes Trismegisto, Corpus Hermeticum)".

Lo que la ciudad celeste es al simbolismo espacial, las genealogías o los antepasados lo son al temporal y ambas confluyen para cimentar la realidad (…) Casi todas las tradiciones han sentido que son herederas en esta tierra de aquella ciudad del cielo y descendientes de sus moradores, y de allí que hayan pensado invariablemente, que su patria constituía el centro del mundo; o sea un lugar especialmente 'cosmizado', en donde las energías del cielo y la tierra, de los vivos y los muertos se conjugaban permitiendo el desarrollo de la vida y de esa comunidad en el tiempo. (…)

De hecho toda la simbología se basa en la creencia de que un plan conocido es la expresión de otro desconocido y en las correspondencias que existen entre ellos, lo que fundamenta las leyes de la analogía. De manera unánime las tradiciones arcaicas han conocido este espacio y tiempo otro donde las cosas son más reales y efectivas, al punto de que nuestro mundo ilusorio y caótico debe imitar la realidad arquetípica para que su vida tenga un sentido. Esta vibración en la misma frecuencia de onda, o sea, acorde con el diapasón cósmico, es la manera de conocer otros planos de la manifestación más perfectos en cuanto más elevados, sutiles y transparentes, otros mundos tan verdaderos que resultan los auténticos. Pero esto último es una explicación moderna, una manera de decir; para la mentalidad tradicional, que no conoce esta terminología, no hay una gran diferencia entre la ciudad celeste y la ciudad terrestre, puesto que esta última es aquélla en este mundo.

La Utopía, la ciudad celeste, es pues un estado de la conciencia, o del alma. Es nuestra propia alma que se reconoce habitante de la Posibilidad Universal; por eso esa ciudad no está en ningún lugar y, al mismo tiempo, está en todas partes, como el Centro del Mundo, con el que se identifica, pues todo lo que ella es emana directamente de él, como los rayos del sol son el mismo sol, al que llevan hasta los rincones más lejanos del Universo, iluminándolos. Precisamente en este capítulo "La Ciudad del Sol", el autor nos recuerda lo siguiente:

La asimilación de la ciudad, o estado, con el propio ser humano y sus estados de conciencia viene de antiguo y así A. K. Coomaraswamy puede decirnos en su estudio "¿Qué es Civilización?" lo siguiente: "En el pensamiento de Platón hay una ciudad cósmica del mundo: la ciudad del estado, y hay un cuerpo político individual, y ambos son comunidades (griego koinônia, sánscrito gana). 'Las mismas castas (griego genos, sánscrito jâti), en igual número, han de hallarse en la ciudad y en el alma (o sí mismo) de cada uno de nosotros'; el principio de la justicia es igual en todo, a saber, que cada miembro de la comunidad cumpla las tareas para las que ha sido dotado por la naturaleza; y el establecimiento de la justicia y el bienestar de la totalidad depende, en cada caso, de la respuesta a la pregunta: ¿Quién gobernará, lo mejor o lo peor?, es decir, ¿una única Razón o Ley Común, o la multitud de los ricos en la ciudad exterior y de los deseos en el individuo?"

"¿Quién colma, o puebla, estas ciudades? ¿De quién son estas ciudades, 'nuestras' o de Dios? ¿Qué significa 'gobierno de sí mismo'? (una pregunta que como señala Platón, República 436b, implica una distinción entre gobernante y gobernado). Filón dice que: 'En lo que se refiere al poder, Dios es el único ciudadano', lo que es casi idéntico a las palabras de la Upanishad: 'Este Hombre (purusha) es el ciudadano de toda ciudad' y no queda contradicho por esta otra afirmación de Filón: 'Adán (no 'este hombre', sino el Hombre verdadero) es el único ciudadano del mundo'. Y nuevamente: 'Esa ciudad (pur), es estos mundos, la Persona (purusha) es el Espíritu, a quien, porque habita dicha ciudad, se le llama 'el Ciudadano' (puru-sha) (…)." (p. 63-64).

Con estas palabras que resumen el sentido profundo de las Utopías, llegamos por nuestra parte al final de este "viaje" por la obra de Federico González, la cual como hemos dicho en algún momento puede constituir para quien así lo desee una excelente oportunidad para que las mismas ideas que vehicula (las de la Ciencia Sagrada y la Tradición Hermética) se conviertan en los motores de su propia transmutación, de su "renacer" efectivo a la Realidad que esa ciudad invisible testimonia. Estamos por tanto en presencia de una verdadera "Obra Alquímica" orientada permanentemente hacia la transformación del "plomo en oro", o dicho en palabras de los alquimistas de todos los tiempos y que Federico ha recordado con frecuencia: "todos los metales llevados a su perfección son oro". Y en ello está implícita esa máxima In omnia caritate (En todo la caridad) que él siempre ha aplicado y aplica en todo cuanto realiza en su labor de intérprete y transmisor de la Ciencia Sagrada. La Caridad y la Sabiduría siempre van juntas. De nosotros, de sus lectores, tan sólo se requiere la concentración necesaria para ir descubriendo las distintas lecturas que alberga esa obra, en correspondencia con los distintos planos de la Cosmogonía Perenne. Gracias a la magia teúrgica que emana de toda ella comenzaremos a relacionar las ideas arquetípicas con los acontecimientos de nuestra vida cotidiana (y que observamos como análogos a los del mundo), realizando así nuestro propio rito, o sea encarnando el símbolo, comenzando a vislumbrar poco a poco un mundo nuevo en el que lo universal se individualiza y lo individual se universaliza; reconociendo, en fin, que efectivamente es real, cierto y verdadero que "lo de abajo es como lo de arriba, y lo de arriba como lo de abajo".

¡;Celebremos pues dicha obra y su Mensaje Perenne!

Y como en un lugar de ella se nos dice no mengüemos en esa labor de conocernos a nosotros mismos y sobre la cual pivota en realidad el sentido de nuestra vida. No adoptemos, en fin, las

valoraciones del hombre viejo, o encarnemos furiosas reacciones contra la ignorancia que nos margina; aun si nuestro enorme esfuerzo por realizar un mensaje pudiera parecernos transitoriamente cosa imposible, materia vana, debemos recordar que en el gran laboratorio de la creación universal se logran resultados a costa de ingentes gastos (nunca desperdicios) de energía, y eso particulariza a cualquier proceso creativo. Por otra parte si nuestras diligencias y labores sólo sirviesen para difundir la Tradición Unánime que se mantiene viva desde los orígenes del hombre y el universo, esto ya fuera harto suficiente de acuerdo a unas posibilidades que cada vez se hacen menores a medida que se acerca el fin de los tiempos.(8)

Comienzo

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Notas
(*) [Este artículo, que se extiende en nueve partes, apareció originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis, Nº 29-30, "Celebraciones". Barcelona, 2005. No hallándose ya en la web de la revista se publica hoy aquí con el permiso expreso de su autor.
–– Item más: Posteriormente a la publicación de este artículo han aparecido: Presencia viva de la Cábala y Presencia viva de la Cábala II: La Cábala Cristiana, con Mireia Valls, Libros del Innombrable, Zaragoza 2006 y (2007) 2013; Noche de Brujas. Auto sacramental en dos actos. Libreto teatral. Ed. Symbolos, Barcelona 2007; Antología: Federico González, Libros del Innombrable, Zaragoza 2008; Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, id. 2013 así como varios títulos de su obra literaria: Jauja, El Libro del Secreto y Defensa de Montjuïc por las Donas de Barcelona (2009), Tres Teatro Tres (2011)]. [Ver también de Francisco Ariza: La Obra de Federico González. Simbolismo, Literatura, Metafísica, Libros del Innombrable, Zaragoza 2014].
(8) Simbolismo y Arte, cap. VI, p. 100.

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