Metafísica de la Historia y la Geografía

  Francisco Ariza ︎

VI
El Ejemplo Histórico de la Civilización Cristiana

El fin de un ciclo y repliegue momentáneo de las organizaciones iniciáticas

La primera de esas "rupturas" se produce a comienzos del siglo XIV, cuando es destruida una de las Ordenes de caballería más representativas del esoterismo cristiano, la del Temple, que además jugaba un papel crucial en la cohesión de la civilización medieval. Se da la circunstancia significativa de que esa cohesión comienza a resquebrajarse cuando existe un vacío de poder en el trono imperial, es decir cuando falta uno de los dos pilares que sostienen el edificio cristiano. En efecto, tras la desaparición, ocurrida en 1250, del emperador Federico II el Sacro Imperio entra en un período difícil de su existencia. Hemos de decir que este emperador era considerado un precursor del humanista del Renacimiento, admirador de la cultura helenística e impulsor de varias escuelas de pensamiento y universidades, por ejemplo la de Nápoles. Esto es importante de destacar, pues de alguna manera en la corte de este emperador, como en las de otros príncipes y reyes cristianos, se empezaba a respirar los aires de una nueva época que prorrumpiría con todo su esplendor dos siglos más tarde. En su corte de Sicilia, Federico II se rodeó de científicos, artistas, filósofos, magos, astrónomos y alquimistas, como por ejemplo del ya mencionado Miguel Scoto (miembro de la escuela de Oxford y que estuvo también en Toledo), quien fuera además su astrólogo personal.126

Asimismo, Federico II fue un defensor de las buenas relaciones con el mundo islámico, cuestión ésta que no deja de sorprender en un emperador cristiano, pero con toda seguridad él tenía razones de peso para fomentar ese entendimiento, entre ellas los beneficios que podía extraer gracias a los contactos con la civilización árabe (en ese momento en la cima de su esplendor), en el terreno cultural, científico y de organización en determinados asuntos del Estado. Pero existían otros motivos que iban más allá de estos aspectos exteriores y se adentraban en el ámbito del esoterismo. Volvemos a recordar lo que dijimos anteriormente acerca de que los jefes del Sacro Imperio, y para que su función se ejerciese en toda su plenitud, debían conocer el esoterismo de su propia tradición, dentro del cual la cosmogonía hermética ocupa un papel destacado, y esto se traducía en la práctica brindando una "cobertura" a las organizaciones que detentaban esos conocimientos iniciáticos, y especialmente aquellas que pertenecían a las Ordenes de caballería, ligadas de una u otra manera con la idea que sustentaba al Sacro Imperio.

Para estas organizaciones caballerescas de cariz iniciático la conquista material de los "Lugares Santos" (uno de los motivos que condujeron a la creación de las Cruzadas) era en cierto modo secundaria: sobre todo significaba la oportunidad de establecer relaciones con sus homólogas musulmanas, poseedoras igualmente de un simbolismo hermético y alquímico muy importante, sin olvidarnos de que la presencia del neoplatonismo era en ellas mucho más intensa al haberse desarrollado con mayor amplitud en los países del Cercano Oriente, que en esos momentos estaban en manos del Islam, como antes lo estuvieron en manos del Imperio romano y, cosa no menos notable, del Imperio sasánida (descendiente de los persas aqueménidas), que durante varios siglos fue fronterizo con aquel pues coexistieron simultáneamente, habiendo creado una civilización muy culta y refinada, a lo que contribuyó en parte el flujo de sabios bizantinos que se refugiaron allí en un momento dado.127

Tanto para las organizaciones cristianas como islámicas, centradas en la conservación de la doctrina tradicional, las cuestiones relativas a las "guerras de religión" siempre quedaron en un segundo plano, pues lo que se buscaba con esos contactos era establecer una "alianza" mucho más profunda que afectaba en realidad a las "tres tradiciones del Libro", la judía, cristiana e islámica, descendientes todas ellas de Abrahán, el "padre de las generaciones", y cuyo "centro espiritual" común no era otro que Jerusalén, la "ciudad de la paz", imagen de la Jerusalén Celeste y del Centro del Mundo, es decir de esa mítica Salem en la que como dijimos anteriormente en nota reside Melkquisedek o el "Rey del Mundo". La búsqueda de esa unidad de las tres tradiciones, que ya existía en su núcleo más interno y esotérico, explicaría que en el antiguo sello de los reyes cristianos de Jerusalén, como el de Juan de Briennes (1201-1225), figurara la cruz, los dos rollos de la Torah y la luna creciente islámica.128

No olvidemos que, en general, los emperadores cristianos mantuvieron siempre buena relación con el Califato (que tenía con respecto a las órdenes de caballería islámicas la misma relación que el Sacro Imperio con respecto a las órdenes cristianas), existentes ya desde los tiempos de Carlomagno, que recordemos recibió las llaves del "Santo Sepulcro" de Jerusalén con la aquiescencia del califa Harun al-Rachid.

Ahora mismo no podemos desarrollar como se merece todo lo que esos contactos significaron para la historia del esoterismo, pero sí diremos que fue gracias a ellos que pudo establecerse el verdadero vínculo intelectual entre Oriente y Occidente durante la Edad Media. Por ejemplo, la famosa Orden hermética de la Rosa-Cruz, surgida ya al final de ese período, es fruto precisamente de esos contactos, y así queda de alguna manera confirmado en la propia leyenda de su mítico fundador, Christian Rosenkreutz (otra entidad intelectual-espiritual), que hizo numerosos viajes a Oriente antes de establecerse definitivamente en Europa, en una fecha que coincide significativamente con los inicios de un nuevo ciclo en la historia de Occidente: el Renacimiento. En este sentido, es más que probable que la organización iniciática de los "Fieles de Amor", a la que pertenecía Dante (y también Guido Cavalcanti, Bocaccio, Petrarca, etc.), fuera una de las que se benefició de esos contactos con el esoterismo islámico, y que aquí estaría precisamente uno de los orígenes de la Orden Rosa-Cruz. En fin, recordemos que Dante era un defensor a ultranza del Sacro Imperio y especialmente crítico con la corrupción papal y real, pues era consciente de lo que esa corrupción significaba en el orden espiritual, y por extensión en el social.

De esta manera, aquello que en el orden exotérico era lucha y confrontación entre dos modelos de sociedad (la cristiana y la islámica) que pugnaban por el dominio del Mediterráneo (el antiguo Mare Nostrum), en el ámbito esotérico e iniciático esos conflictos no podían existir por la propia naturaleza metafísica de las ideas que en él se comunican y se encarnan, y que tienen que ver esencialmente con la "unión de los contrarios" en cualquier ámbito que este sea. Como hemos intentado explicar a lo largo de todas estas páginas, esa concepción metafísica, vehiculada por la "cadena áurea", ha sido sin duda alguna el auténtico "motor" de la Historia, aquel que ha impulsado el movimiento de su curso.

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En realidad, con la desaparición de Federico II la efectividad del Imperio como garante de la unidad de todos los países de la Cristiandad deja prácticamente de existir, signo inequívoco de que un ciclo histórico se estaba agotando, lo que traerá consigo una época de transición, delicada como todas ellas, pero que conducirá a un nuevo ciclo dentro de la historia de Occidente, el Renacimiento, en donde, como veremos, la idea del Sacro Imperio revivirá de forma efímera, aunque intensa, en determinados momentos y lugares, tal el caso de Inglaterra y de ciertos principados de Centro Europa, como Bohemia y el Palatinado.

Como decíamos, tras Federico II los diferentes intentos por ocupar nuevamente el trono imperial o bien están abocados al fracaso, o son víctimas de una precaria estabilidad. Se entra en lo que se llamó el "Gran interregno", que duró veintitrés años (1250-1273), período durante el cual se van a ir creando las condiciones para que a lo largo de los últimos años del siglo XIII vayan entrando en escena determinados personajes muy oscuros (tanto entre el papado como entre la realeza) que desempeñarán un papel crucial en esta etapa crítica de la historia europea. Entre éstos destaca especialmente el rey francés Felipe IV el Hermoso, quien junto con la complicidad del papa Clemente V, y por diferentes motivos pero que tienen como causa principal la avaricia y la codicia, es el principal causante de la destrucción del Temple, al menos en Francia, pues en el resto de Europa aún tardaría un tiempo en desaparecer por completo.129

Sólo con Enrique VII de Luxemburgo hubo un intento por restaurar la auténtica naturaleza del Sacro Imperio, pero su prematura muerte dejó inacabada esa restauración.130 La desaparición de este emperador (1313) dejó vía libre a Felipe el Hermoso para acabar definitivamente con la Orden del Temple, hecho que ocurrió justo un año después, en 1314. Todo ello acabó por desencadenar una serie de acontecimientos que culminaron con la abolición de dicha Orden, tras casi doscientos años de existencia, pues fue fundada en 1118. En efecto, los acontecimientos se precipitan rápidamente con la llegada al trono de este rey en 1285, fomentando intrigas, traiciones y crímenes, ganándose además la voluntad de la mayor parte del clero francés al desvincularlo de Roma, y establecer una nueva sede papal en Aviñón,131 con lo que se va creando, junto a un poder político de corte nacional, una Iglesia igualmente nacional, promoviendo así, y por la fuerza de los hechos consumados, la aparición de los "estados nacionales", y con ellos sus intereses "particularistas", que determinan finalmente que la parte sea más importante que el todo, idea netamente antimetafísica, y que además introduce la semilla de la división y la discordia. En consecuencia, el poder de la Iglesia se hace cada vez más "temporal" en detrimento de lo espiritual, y esto tendrá unos resultados gravísimos como veremos a continuación. Es, evidentemente, la muestra clara de la disolución y fin de un ciclo dentro del ciclo más amplio de la civilización cristiana.

Evidentemente, con todo esto que decimos no estamos de ninguna manera negando como tal a la nación (que es el lugar donde uno "nace"), pues ésta ha existido siempre, siendo inseparable de una cultura y su desarrollo dentro de un marco geográfico determinado. Pero los "estados nacionales" (con sus iglesias igualmente "nacionales") a los que nos referimos, y en el contexto de la historia de Occidente, son otra cosa bien distinta, pues para empezar ellos fueron el resultado de la "desintegración" de una unidad previa, la Cristiandad, a la que todas aquellas naciones y pueblos que habían formado parte del antiguo Imperio romano (junto a otras nuevas llegadas de Centro y Norte de Europa) aceptaron pertenecer al encontrar en ella, en la Idea de la unidad supranacional y metafísica que encarnaba, las señas de su propia identidad.132

Como íbamos diciendo, es sobre todo a partir de 1307 con el apresamiento de los principales dignatarios del Temple, entre ellos el Gran Maestre, que se consuma la "rebelión" contra quienes en el ámbito esotérico, y no ya sólo guerrero, constituían un referente iniciático de primer orden, es decir una autoridad espiritual (si bien hemos de aclarar que esa dimensión esotérica y metafísica pertenecía a su núcleo más interno, hasta el punto de que era desconocida incluso para la jerarquía estrictamente militar). En una nota de El Esoterismo de Dante (cap. 7) René Guénon resume los principales sucesos que culminan con aquella destrucción, sucesos que naturalmente hay que leer en clave simbólica:

Es interesante considerar la sucesión de los siguientes datos: en 1307, Felipe el Hermoso, de acuerdo con Clemente V, toma prisionero y encarcela al Gran Maestre y los principales dignatarios de la Orden del Temple (una cantidad de 72 personas, se afirma, y éste no deja de ser un número simbólico). En 1308, Enrique de Luxemburgo es elegido emperador; en 1312, la Orden del Temple es oficialmente abolida y, en 1313, el emperador Enrique VII muere misteriosamente, sin duda envenenado. En 1314 se produce el suplicio de los templarios cuyo proceso se había iniciado siete años atrás. El mismo año, el rey Felipe el Hermoso y el papa Clemente V mueren a su vez.133

Fijémonos que ambos personajes, Felipe el Hermoso y Clemente V, encarnan respectivamente la degeneración del poder temporal y el espiritual, y en su caso más concretamente del poder religioso, pues el papa como hemos visto representa la máxima jerarquía dentro del exoterismo tal y como éste se concibió en la Edad Media. En este sentido, hablamos antes de la avaricia y la codicia haciendo referencia tan sólo a Felipe el Hermoso, pero en verdad esto también fue una característica de ciertos papas a partir ya de los últimos años del siglo XIII, pero que alcanza su culminación cuando la sede pontificia pasa de Roma a la ciudad francesa de Aviñón, precisamente con Clemente V. Por ejemplo, el sucesor de éste, el también francés Juan XXII (1319-1336, el cual era obispo de Aviñón), fue considerado por Petrarca como "el soberano más rico de Europa" debido a que promovió una política de enriquecimiento basada sobre todo en los impuestos abusivos y en las rentas que le proporcionaba parte de la venta del enorme patrimonio que la Iglesia había ido acumulando a lo largo de los siglos, y no sólo eso sino que cualquier beneplácito o concesión realizado por la curia debía ser objeto de transacción monetaria, y así muchas otras cosas parecidas, incurriéndose en definitiva en aquello que la propia legislación eclesiástica tenía terminantemente prohibido: la usura.

Además, a la sombra del papado de Aviñón se instalan numerosas compañías comerciales tanto francesas como italianas, que asesoran a la curia en cuestiones financieras. En fin, la ciudad de Aviñón se convirtió en una potencia económica de primer orden sólo equiparable al de las grandes monarquías europeas, y allí las técnicas financieras y bancarias se perfeccionaron sobremanera. Cualquier intento por denunciar este estado de cosas, incluso desde dentro mismo de la Iglesia, fue cortado de raíz, y todo ello finalmente acabó por trastornar profundamente el mensaje evangélico, sustento doctrinal de la Iglesia, creando de esta forma una enorme confusión y desequilibrio que afectaba a todas las capas de la sociedad. Por otro lado, al poder económico se une el afán por conseguir el poder político mediante la imposición de algunos emperadores de paja, como Roberto de Nápoles, nombrado por Juan XXII vicario imperial, pero que en realidad era un enemigo mortal del Sacro Imperio, con lo cual lo que se perseguía en realidad era la destrucción del mismo y que el papa gozara de las atribuciones de la autoridad imperial, buscando concentrar en sí mismo los dos poderes: el temporal y el espiritual, lo que se conoce como cesaropapismo, destruyendo así uno de los pilares fundamentales sobre los que se asentó desde su origen la civilización cristiana.134

El traslado de Roma a Aviñón fue denominado de modo muy revelador el "cautiverio de Babilonia", sin duda en recuerdo de aquel que tuvo que sufrir el pueblo judío en Babilonia en el siglo VI a.C. tras la primera destrucción del Templo de Jerusalén. Pero además hay que tener en cuenta también lo que "Babilonia" evoca a partir de un momento dado: la "Torre de Babel" y la "confusión de lenguas", es decir la pérdida de la conciencia de vivir de acuerdo a un principio de unidad trascendente, en cualquier grado que éste sea. Tiene que ver evidentemente con el "olvido" de una memoria. Algo similar a esto ocurrió durante "el cautiverio de Aviñón", el cual duró exactamente 72 años (1305-1377), que es un número cíclico como se recordaba anteriormente,135 y que en el contexto en que está inserto tiene unas características muy especiales, pues de alguna manera se corresponde con un período dentro del cual se consuma el fin de la Edad Media y el proyecto civilizador de la Cristiandad entra en un declive inevitable. Fue esta, como decíamos, una época muy confusa y oscura, con grandes convulsiones, propias de todo cambio de época, pero que en realidad se prolonga todavía durante casi un siglo más; el "cautiverio de Aviñón" señaló por así decir el comienzo nítido de ese período de confusión que en realidad dura dos siglos, durante los cuales no todo evidentemente está signado por la confusión pues al mismo tiempo que se acababa un ciclo aparecían los gérmenes del próximo. Pero ahora se producen una serie de acontecimientos que señalan las fases del fin del ciclo medieval, algunos de los cuales merecen ser reseñados.

El primero, y más significativo por su trascendencia, ya lo hemos dicho, fue la abolición de la Orden templaria, y unido estrechamente a ésta la búsqueda consciente de exterminar el Sacro Imperio, o al menos de debilitar su naturaleza y función, pues como también dijimos éste no es abolido "oficialmente" sino hasta comienzos del siglo XIX. También tendría que ver en todo esto el papel preponderante que va a tomar la Inquisición eclesiástica, que surge precisamente en esa época de debilitamiento de la idea imperial. Sabemos sobradamente lo que ha significado la Inquisición en la historia de Europa, la que se cebó especialmente con los representantes de las corrientes esotéricas y herméticas (pensemos en Giordano Bruno, entre tantos otros),136 y ésta fue una razón importante, aunque no la única, del momentáneo "ocultamiento" de las mismas. Por todo lo que hemos dicho anteriormente, estamos plenamente convencidos que con la autoridad imperial ejerciendo efectivamente su función la Inquisición no hubiera existido jamás.

Evidentemente nada es casual, y es esto una muestra más de que con la desaparición de ese eje vertebrador que representaba el Sacro Imperio se desencadenaron una serie de energías de carácter infrahumano que desde tiempos antiguos han sido calificadas con el nombre de las "hordas de Gog y Magog".137 Y en este contexto de disolución que anuncia el fin de un ciclo para dar nacimiento a otro no es extraño que hiciera su aparición la "peste negra", que diezma a Europa durante la mitad del siglo XIV. Aquella estructura civilizadora lo suficientemente fuerte y poderosa que Eusebio de Cesárea asignaba al Imperio querido por la Providencia para poner freno a la llegada de esas "hordas", estaba siendo consciente y deliberadamente destruida. Señalemos que esas hordas son descritas como gigantes y enanos, lo que tiene que ver, entre otras cosas, con la desmesura y la desproporción, y esto es lo que hay que achacar también a las acciones de Felipe el Hermoso y del papado corrupto.138

Un segundo acontecimiento se desprende directamente de la pérdida efectiva del poder imperial, que era hasta entonces, en su vertiente exterior, el árbitro de la política europea basada en los principios tradicionales. La ausencia de una referencia "central" en los asuntos que tocan directamente a la organización social, añadido a la corrupción del propio papado, deja en manos de las "monarquías nacionales" y sus intereses particularistas la suerte de los pueblos. Ese acontecimiento no es otro que la "Guerra de los Cien Años" (de 1339 a 1453, precisamente la fecha en que se inicia el Renacimiento), Guerra que no es otra cosa que la escenificación de una pugna de intereses territoriales y de soberanía entre esos estados nacionales que son ya Inglaterra y Francia, y que a nuestro entender marca el episodio clave que clausura definitivamente la Edad Media.

No deja de ser un hecho indicador del "cambio de los tiempos" que las dos naciones, la anglosajona y la franca, que contribuyeron decididamente en la gestación de la civilización medieval, pues posibilitaron el desarrollo cultural del Imperio carolingio como ya vimos, sean las que en cierto modo encienden la mecha que acabará por fragmentarla y finalmente hacerla desaparecer. Mientras tanto, en el ínterin de esta guerra, se producían nada menos que dos grandes cismas dentro de la Iglesia de Occidente (los correspondientes a los períodos 1378-1409 y 1409-1417), durante los cuales llegaron a existir hasta tres papas al mismo tiempo, tal era la enorme confusión y la desastrosa dinámica en la que se había entrado. En realidad, la "Guerra de los Cien Años" fue la primera de una serie interminable de guerras fratricidas europeas que como dijimos se extienden de manera intermitente hasta el siglo XX, algunas de las cuales señalan cambios importantes de época que emergen y cristalizan en la superficie histórica acompañados muchas veces de conflictos y desórdenes generalizados y más o menos intensos, lo cual se ha dado sobre todo en la última fase de la "Edad Oscura" o "de Hierro".139

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En realidad, en la desaparición del ciclo medieval intervinieron muchos factores, pero todos ellos con características similares, pues siendo como es un organismo vivo, todos los elementos que integran una civilización están dentro de un sistema de relaciones que los vinculan estrechamente entre sí. Si nos hemos centrado en la caída del Sacro Imperio y la destrucción de la Orden templaria es por lo que ellas representaron dentro de la sociedad medieval. Pero las causas fueron múltiples, y los actores que protagonizaron esa debacle podían haber sido otros, lo cual evidentemente no exime de su responsabilidad individual, pues como se dice en los Evangelios: "El escándalo ha de llegar, pero hay de aquel por quien el escándalo llegue".

Sucede también que aunque la Edad Media no ocupe enteramente el ciclo de la civilización cristiana, sin embargo, sí que en ella se expresó con mayor nitidez y plenitud el "genio" de esa civilización: fue su momento álgido, como por otro lado lo indica su propio nombre: Edad Media, o sea el ciclo que está en la mitad o en el medio, el central en definitiva. Otra cosa a tener en cuenta, y como ya se ha dicho, es que si la Edad Media desapareció lo fue principalmente porque las estructuras que la sostuvieron durante cientos de años acabaron finalmente por anquilosarse, coincidiendo con la entrada en escena de un nuevo período, donde van a tener un papel preponderante los artistas y comerciantes, y cuya duración será de unos 400 años, o sea del 1400 al 1800, siempre en números redondos. Durante él tendrá lugar no sólo el Renacimiento sino también la Edad Moderna, concretamente en su segunda mitad, a partir del 1600 aproximadamente, y ésta sí que supone una "ruptura" más radical con los principios tradicionales, que estaban tan vivos y presentes en la Edad Media como en el Renacimiento. Aunque esto lo veremos con mayor amplitud, el Renacimiento no es como algunos piensan un período de tránsito entre la Edad Media y la Edad Moderna. Este constituye en sí mismo un ciclo histórico completo que tiene su comienzo y su fin, señalados ambos por ciertos acontecimientos, si bien es evidente que en él se generan las ideas que darán nacimiento a la Edad Moderna; pero esto siempre ha sido así, ya que los ciclos históricos, reflejos de la "cadena de los mundos", se engendran y enlazan unos con otros sin solución de continuidad.

En muchos aspectos el Renacimiento fue un continuador de la última etapa medieval, y en él se pusieron en movimiento ciertas imágenes fijas del Medioevo, es decir se les dio vida y desarrollo, y ya hemos señalado cómo en las cortes de algunos emperadores, reyes y príncipes medievales el clima que se respiraba, la liberalidad con que eran aceptadas las nuevas ideas que se estaban alumbrando y el mecenazgo y protección que éstas recibían, preludiaban ya lo que ocurrirá en el Renacimiento, el cual, por otro lado, no iba a sufrir tanto la presión del exoterismo religioso. Ciertamente, el período renacentista va a desplegar una extraordinaria energía creativa, como en los mejores tiempos del anterior, y en relación con las ideas herméticas y esotéricas éstas conocerán un nuevo desarrollo, propiciado por dos hechos decisivos: la aparición de la Cábala hebrea en medios cristianos y las traducciones enteras del Corpus Hermeticum y la obra de Platón, entre tantas otras, a cargo de la Academia de Florencia dirigida por Marsilio Ficino.

Volviendo de nuevo a las fechas que delimitan este período histórico, y precisándolas un poco más, comprobaremos que entre el año que se estima como el inicio del fin del ciclo medieval, 1314, y el que señala el inicio del fin de la Era Moderna, 1914, hay un período de 600 años. Y si a este período lo dividimos en dos veremos cómo en la primera fase del mismo se encuentra el Renacimiento, mientras que la segunda mitad empieza exactamente en 1614, cuando el Renacimiento como tal ya ha dejado de existir.

Pues bien, en ese año de 1614 tiene lugar un acontecimiento que desde la perspectiva de la historia del esoterismo occidental es crucial: en él aparece el Primer Manifiesto Rosacruz, la Fama Fraternitatis (y un año después el segundo, llamado La Confessio), en donde se describen precisamente los viajes de Christian Rosenkreutz por Oriente, el norte de Africa, España, etc., hasta establecerse en Alemania, su patria de origen, fundando la fraternidad rosacruciana. Esos viajes son eminentemente simbólicos (como el nombre de C. R.), siempre relacionados con la búsqueda del Conocimiento y finalmente con la "fijación" de éste a través de una organización que simultáneamente lo conserva y difunde. Como ha dicho Federico González:

En la Fama se manifiesta la idea de un mensaje fundamental enviado a Europa en un momento decisivo, donde se habla de la difusión de una doctrina que toma los elementos más modernos de la ciencia o magia natural, en perfecto acuerdo con los preceptos de la antigüedad bajo una nueva forma.140

Ese "momento decisivo" es justamente la definitiva entrada en la escena histórica de la Edad Moderna, y los representantes de la Tradición "anuncian" al mundo la trascendencia de esa nueva era y las fuerzas y energías que en ella se van a desencadenar. Para ello, en efecto, divulgan y transmiten a los cuatro vientos la Enseñanza con el propósito de seguir fecundando las mentes más sutiles de Europa y siempre en relación con la idea de difusión de la Ciencia Sagrada y el alumbramiento de movimientos culturales que perpetúen la Enseñanza en medio de una oscuridad espiritual cada vez más acentuada.

Pero no queremos adelantarnos a lo que desarrollaremos con más amplitud cuando abordemos ese período histórico que viene después del Renacimiento, y que es de una importancia vital para entender también nuestra época, y sobre todo para conocer cuales son los orígenes de la misma, en los que estuvieron presentes no sólo las concepciones materialistas de la ciencia, sino también las ideas herméticas sobre la misma, siendo gracias a ellas y a la influencia que efectivamente ejercieron en determinadas instituciones y personas, que Occidente no rompió definitivamente con su Tradición, o mejor dicho, con la Tradición, pues sólo hay una, Perenne y Eterna, aunque adopte distintas formas para manifestarse.


Comienzo

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Notas
126 Precisamente en Sicilia, nació y vivió Joaquín de Fiore (1130-1202). Se dice que fue discípulo de un eremita calabrés llamado Ursus, el cual vivía en un paraje antiguamente consagrado a Hermes-Mercurio. Joaquín de Fiore es autor del Evangelio Eterno, donde desarrolla una simbólica de la Historia dividida en tres grandes períodos: la Edad del Padre (que abarca el Antiguo Testamento), la Edad del Hijo (el Nuevo Testamento) y la Edad del Santo Espíritu, que es nuestra época y que concluye con la Revelación (Apocalipsis). El movimiento que él promovió, el Joaquinismo, era "de orden religioso-político y trasfondo místico-reformador y profético-escatológico, que primero desconcertó y luego acabó por invadir con su poderoso fermento espiritual la religiosidad del siglo XIII, introduciendo en la espiritualidad medieval la simiente de nuevas utopías y profundas aspiraciones renovadoras". (Giovanni Reale y Darío Antiseri: Historia del Pensamiento Filosófico y Científico, cap. XVII). Hemos de decir que entre Joaquín de Fiore y Federico II existió una relación aunque de manera indirecta, pues el filósofo italiano aconsejó a la madre de aquel en su educación cuando todavía era niño. De Fiore, inspirándose en el Imperio carolingio, alberga la esperanza de un Imperio universal capaz de convocar a todos los pueblos.
127 El Imperio sasánida o parto se extendió principalmente por la zona de Irán, lugar originario de la antigua tradición mazdea o zoroastriana, y cuya doctrina cosmológica y metafísica de la "luz" arraigó con fuerza en las diversas corrientes y escuelas del esoterismo chiíta, uno de cuyos máximos representantes fue el neoplatónico y hermetista Sohravardî (siglo XII). "Tres grandes hombres ensalzados en su obra como profetas guían la inspiración de Sohravardî: Hermes, Zoroastro y Platón". El Hombre y su Angel, de Henri Corbin. Citado por Federico González en la nota 46 [28] de Hermetismo y Masonería.
128 Evidentemente en el caso del islam ese centro espiritual también es La Meca, donde está la Kaaba. Pero no olvidemos que es en Jerusalén, y concretamente en el lugar exacto donde estaba situado el "Santo de los Santos" del Templo de Salomón y donde está hoy en día la "Cúpula de la Roca" (la que fuera casa-madre del Temple), desde donde Mahoma ascendió a los cielos, según relata uno de los más grandes metafísicos del islam, Mohyidin ibn Arabi, en sus dos obras Revelaciones de la Meca y Libro del Viaje Nocturno.
129 Bien es verdad por otro lado que si el Temple fue destruido con relativa facilidad es porque ya había entrado en la fase de su decadencia, a la que contribuyó sin duda alguna el fracaso de las Cruzadas, y asimismo el anquilosamiento al que inevitablemente se ve abocada cualquier institución a partir de cierto momento. En su caso dicho anquilosamiento se inscribe dentro del que ya afectaba al ciclo medieval en general.
130 A partir de Enrique VII de Luxemburgo la idea y la realidad profunda del Sacro Imperio se "oculta" en las organizaciones iniciáticas occidentales, como la ya nombrada Rosa-Cruz (recordemos que Enrique VII era uno de los Imperatores que formaban parte de la genealogía mítica e histórica de esa Orden), pasando posteriormente a los "Supremos Consejos" de la Masonería Escocesa en el siglo XVIII, también llamados "Supremos Consejos del Sacro Imperio". De alguna manera, y aunque sea virtualmente, la idea del Sacro Imperio quedó conservada en estas dos organizaciones iniciáticas occidentales. Como refiere Dante en La Divina Comedia: "Así se conserva el germen de todo lo que es justo". (Purgatorio, XXXII).
131 Clemente V era un papa francés (fue arzobispo de Burdeos) impuesto precisamente por Felipe el Hermoso tras intrigar contra el papa Bonifacio VIII.
132 Pero admitiendo esto, no podemos soslayar la nueva realidad que surgió con esos "estados nacionales", y que condicionaría la historia europea de ahí en adelante, tanto para bien como para mal, pues es evidente que dentro de cada una de esas naciones y a partir de un momento dado (que coincide con el inicio del ciclo de la era Moderna) se desarrolló su "genio creativo" de acuerdo con sus peculiaridades y características propias, fruto también de su historia particular, pero que sin embargo, y una vez agotado aquel, los efectos negativos van a ser particularmente destructivos, especialmente en el caso de los "nacionalismos" agresivos, caracterizados por el afán de conquistar a los demás pueblos no en base a ningún principio de orden superior y trascendente, sino por el puro afán de dominio.
133 No es desde luego casual que quienes promovieron la destrucción de los templarios murieran también ese mismo año de 1314. Las circunstancias de sus muertes son por otro lado también altamente significativas, como la de Felipe el Hermoso: muere tras la embestida de un jabalí, animal que simboliza a la autoridad espiritual.
134 Es cierto, por otra parte, que durante el siglo XIV hubo varios intentos por recuperar esa división de poderes entre el papa y el emperador, pero todos fueron intentos fallidos.
135 A este respecto, conviene recordar que aquel cautiverio del pueblo judío en Babilonia dura también alrededor de este número de años. Durante ellos se perdió una parte importante de su tradición, entre ellas la escritura, que en el caso del judaísmo, tradición del Libro, resulta vital para la transmisión de la doctrina. Posteriormente los textos sagrados debieron de ser rehechos con una grafía distinta a la que hasta entonces había estado en uso.
136 Sobre algunos de los desmanes criminales que la Inquisición prodigó sobre los esoteristas, gnósticos, místicos y magos hispanos del Renacimiento, ver el Apéndice 2 de Las Utopías Renacentistas. La Inquisición eclesiástica se extendió también a muchos otros países de Europa, Francia entre ellos, pues sólo tendría que recordarse la suerte de Juana de Arco, quemada en la hoguera al igual que Giordano Bruno, o el médico español Miguel Servet, asesinado en Suiza por las huestes calvinistas. En el caso de España la Inquisición promueve además la expulsión de los judíos (pues fue ella la que empujó a los monarcas Isabel y Fernando a promulgar el edicto de expulsión), los cuales llevaban más de 1500 años de presencia en la península (el doble que los árabes), habiendo contribuido de manera decisiva en la gestación de su identidad cultural. Y esto ocurría precisamente en una época, el Renacimiento, donde se abrían nuevos horizontes intelectuales en analogía con los geográficos.
137 Así es como se denominaban unos pueblos que habitaban el centro de Asia. Pero el significado que ha adquirido finalmente es el de ciertas influencias de carácter psíquico muy inferior representativas de las energías disolventes que actúan tanto a nivel humano como cósmico, pues ambos se corresponden entre sí como ya sabemos. Casi todos los textos tradicionales, incluidos los Evangelios, mencionan la acción demoledora de esas energías "al final de los tiempos". Ver René Guénon: El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos. Ed. Ayuso, Madrid, 1976.
138 En este sentido, en La Divina Comedia (Purgatorio XXXII), Dante describe de manera velada a Felipe el Hermoso como un gigante: "Firme cual roca sobre el alto monte, aparecióseme sentada sobre él meretriz muy suelta, cuyos ojos buscaban al cliente. Y como guarda en su ternura envuelta, la tenía en sus brazos un gigante. Besándose en ardor vuelta tras vuelta. Mas como su mirar lascivo, ondeante, me dirigiera, aquel gigante rudo la azotó de la planta hasta el semblante." La "meretriz muy suelta" es evidentemente la Iglesia corrupta. No olvidemos tampoco que esa desmesura y desproporción en todos los ámbitos han sido asimismo las características del mundo moderno, y por supuesto de nuestra época terminal.
139 Así ocurrió con las ya citadas "Guerra de los Treinta Años" (1618-1648) y la "Gran Guerra" de 1914-1918, en cuyo contexto habría que situar también la "revolución rusa" de 1917. Un cambio también importante supone desde luego la "Segunda Guerra Mundial", la cual, como su nombre indica, no se libra ya tan sólo en suelo europeo, sino que abarca zonas importantes del norte de Africa y sobre todo del Extremo-Oriente y del Pacífico, dato éste que deja entrever el carácter "globalizador" del conflicto en que ha desembocado la humanidad, evidenciando claramente que los cambios cíclicos que estamos viviendo son ya de orden cósmico.
140 Las Utopías Renacentistas, cap. IV.

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