Simbolismo del Carnaval (y 2)

Mª ángeles Díaz

Zaldiko, simbolismo de un caballo pura sangre en Lantz

En 1964, Julio Caro Baroja, muy interesado (como su tío Pío Baroja) en estudiar el origen cultural y la razón de las fiestas populares, reconstruye en un documental el carnaval de Lantz, un pequeñísimo pueblo navarro, al percatarse de la antigüedad de esta representación.

La representación que llama la atención del insigne estudioso tiene como protagonista al gigante de tres metros, relleno con heno y vestido con ropa de colores, cuyo nombre es Miel Otxin. Durante el Carnaval, este personaje, acusado de ladrón y bandido, se pasea con impunidad por el pueblo acompañado de Ziripot, un gordinflón bobón hecho también con heno, en el que algunos han visto la inspiración de Cervantes para su Sancho Panza, en el Quijote. Ambos compinches recorren Lantz seguido de los mozos, aquí llamados txatxos.

Miel Otxin tiene, sin embargo, un gran enemigo, el caballo Zaldiko, que lo embiste cada vez que tiene oportunidad. Este animal, símbolo de fecundidad para todos los pueblos del Pirineo, es perseguido a su vez por los herreros, quienes intentan una y otra vez ponerle las herraduras sin conseguirlo, pues Zaldiko es un caballo salvaje, una furia de la Naturaleza, y no se deja doblegar.

El final de esta representación festiva y carnavalera es ver a Miel Otxin (el gigante malvado) convertido en pasto de las llamas mientras que todos bailan a su alrededor celebrando su muerte. Es decir, se trata de escenificar la purificación por intermedio del fuego, que está presente una vez más en este Carnaval del norte de España.

La relación de las Lupercales con el rito a Dionisos, Pan, Fauno…, nos lleva a una asociación, curiosa, con la fiesta de los Borracheiros de Madeira, Portugal, que venían de las partes más recónditas de la isla, caminando en fila india y sorteando difíciles y escarpados caminos con sendos pellejos u odres, llamados borrachos, que llevaban llenos a cuestas. Se da la circunstancia que estos borrachos están hechos con la piel de la cabra, y que para que el vino se mantenga en óptimas condiciones y sin alteraciones, los cortes que se hacían en la piel del animal al ser sacrificado eran determinantes, por lo que era necesario tener un conocimiento cabal y conocer muy bien los secretos de ese oficio.

Nos han contado que algunos de estos borrachos llegaban a pesar cerca de 70 kilos y las distancias a veces alcanzaban los 20 Km. (La foto que se muestra a continuación es de finales del siglo XIX, y se la debemos a un amigo internauta).

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Durante el trayecto consumían vino magro (mezclado con agua) para mitigar la sed, pero previniendo que los cargadores se embriagaran. Tocaban silbatos de conchas marinas y entonaban cánticos de trabajo relacionados con la vida diaria, la fe, y el proceso de elaboración del vino como tal y de la elaboración de los propios borrachos.

En cuanto al culto a Pan, asociado directamente con estos ritos, se origina en tierra de pastores como es Arcadia, donde se reverenciaba a esta deidad con atributos de Fauno, una deidad mitad cabra y mitad hombre. También se veneraba en Grecia y Asia Menor, donde llegó luego con las primeras legiones romanas.

El Carnaval en el ciclo cristiano

Parece lógico pensar que para los distintos pueblos la idea del sol victorioso que vence a la muerte después de cada ciclo diario y anual era el símbolo del milagro de la divinidad suprema y donde poder concentrar la atención y observar el misterio de la Vida. Se trata, pues, de una realidad sagrada y reconocida, que ha dado origen a un culto de carácter universal.

Esa es la razón de que grandes divinidades solares tengan alrededor del solsticio de invierno, precisamente en la misma fecha (el día 25 de Diciembre), su celebración general o coincidente, por ejemplo la de Apolo, Helios, Mitra, Cristo,… Y aunque  indudablemente debemos tener en cuenta áreas tanto continuadas como discontinuas en la celebración de las distintas fiestas, podríamos concluir que todas ellas se han ido acoplado y pasando sin dificultad de un calendario a otro (es decir, del calendario  grecorromano al cristiano de los primeros tiempos).

Hay sin embargo una pregunta que muchos se han hecho y nos seguimos haciendo ¿qué pasó en la mente de Occidente para que quedara fascinada por el mito de Cristo, y no el de Mitra, o el de Isis y Osiris?(12)

Proclo, en su himno al sol señala:

Ocupando por sobre el éter el trono del medio, y teniendo por figura a un círculo deslumbrante que es el Corazón del Mundo, tú colmas todo de una providencia apta para despertar la inteligencia.

El año cristiano está insertado en el ciclo solar, pues el propio astro, tanto en su curso diario como anual, realiza el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, y  ambos nacimientos, el del Sol y el de Jesús, se producen a medianoche. Su comienzo es en el solsticio de invierno, justo cuatro días antes de la Navidad, cuando el Sol (en el hemisferio norte) está en lo más bajo de su meridiano e inicia el ascenso a la cúpula celeste.

Si tomamos el ciclo diario del Sol, el alba se corresponde con la Pascua, la fiesta más importante del cristianismo, la que conmemora la resurrección de Cristo, y que tiene que ver con los Misterios Gloriosos. Mientras que la Semana Santa se corresponde con los Dolorosos y la Navidad con los Gozosos.

Como vemos, el ciclo cristiano que aún hoy persiste en nuestro calendario, está en íntima relación con la vida de Jesús en tanto que intermediario y arquetipo y no únicamente como un Dios histórico manifestado relativo, sino como una figura universal, el arquetipo de la deidad. Cristo aparece así como salvador y regenerador del tiempo y paradigma del proceso iniciático, donde la muerte y la resurrección del año, o de todo ciclo, es la imagen de un proceso que tiene como protagonista al propio ser humano redimiéndose día tras día, muerte tras muerte, de sus errores y condicionamientos. Aniquilando, matando, quemando, destruyendo sus necedades, que son también sus limitaciones, y ampliando de ese modo su espacio mental, es decir universalizándolo, recibiendo así la luz de la Inteligencia.

El Carnaval acaba el Miércoles de Ceniza, nombre que procede de la señal hecha con ceniza que se hacía en la frente de los que iban a ser iniciados. Esa ceniza procedía de las palmas quemadas del año anterior y que habían servido para celebrar el triunfo de Cristo a su entrada en Jerusalén el domingo de Ramos. Con esa señal comenzaba,  para los antiguos cristianos, el tiempo de instrucción espiritual que precedía a la iniciación, la cual se efectuaba exactamente la víspera de Pascua.(13) Estos ritos son el paso por las aguas del Bautismo, símbolo de la puerta a los misterios cristianos, y se llevaban a cabo en edad adulta, estando revestidos de una gran solemnidad al mismo tiempo que implicaban ciertas pruebas.

Sin embargo, como decíamos al principio, el Carnaval que conocemos actualmente se condensa en los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza, fecha que en realidad cierra el Carnaval y abre la Cuaresma, el tiempo de ayuno que la Iglesia instauró para expiar los pecados. De esa doblez que tiene el Miércoles de Ceniza da testimonio también el conocido: “Día de la Sardina", o “Entierro de la Sardina”, una fiesta disparatada de fin de Carnaval que se extendió desde Madrid hasta otras ciudades, como Barcelona,  donde la acogieron enseguida con entusiasmo.

En realidad, podemos decir que nuestro Carnaval no existe sin la idea de Cuaresma, y es así como lo ha recogido nuestra literatura, nuestras artes plásticas, nuestras tradiciones populares más recientes, etc. Podría decirse que en realidad el Carnaval, tal y como lo conocemos, es una celebración que surge precisamente en contraposición a ese periodo restrictivo y de ayuno, durante el cual la carne, literalmente, estaba excluida, y no sólo de la dieta. De ahí que para muchos los días de Carnaval o Carnestolendas fuesen considerados días grasos, y juergueros, donde los excesos, incuidos los carnales, no estaban penados. Días, como decíamos, libres de normas en los que se podía sin temor gozar de los placeres de la carne.

Etimología de la palabra carnaval

La etimología de la palabra “carnaval” ha sido vista como una derivación de “carro naval”. Esta opinión encuentra su explicación en una fiesta romana en honor a Isis donde se veía un barco, mientras los participantes iban disfrazados en procesión, por lo que ésta tuvo el nombre de Isidis navigium.

Apuleyo describe esta fiesta del carro naval o barco de Isis en su Metamorfosis (El Asno de Oro), y es curioso saber que en algunas fiestas de Carnaval, como es el caso de una en Reus, Tarragona, hasta hace poco salía un carromato decorado como carroza, que transportaba un barco de más de setenta toneladas, como si se tratara del de la diosa.

Sin embargo, nos hemos encontrado con un verdadero escarceo lingüístico, ya que son muchos los que opinan que la palabra Carnaval procede de carne levere, que vendría a ser “quitar la carne”, “dejar la carne", en definitiva, no comer carne, aplicado a la prohibición con que la Iglesia quiso reprimir los excesos sexuales en los que habrían quedado reducidas todas las antiguas celebraciones, que en el principio tenían la finalidad de invocar el vigor y espantar la pérdida de la fuerza viril y reproductora de la especie.

Y aunque sea de pasada, añadir que las mascaradas de Carnaval se sintetizan en animales solares, como el lobo o el gallo.(14)

Personificación del Carnaval: Carnestolendas, Carnestoltes, Don Carnal o Antruejo

Nombres como Carnestolendas, Carnestoltes, Don Carnal o Antruejo, han hecho de un periodo de tiempo un personaje, lo cual se convirtió en algo corriente en toda España. Y siempre también el principal día de festejo es, precisamente, el último, día en que se dramatiza la muerte del personaje. Justo en el momento que entra en escena la Cuaresma. De este enfrentamiento entre ambos periodos contrarios nace una verdadera tradición teatral con resabios de viejas leyendas, donde lo de salirse del orden y marchar al margen de las leyes establecidas, sigue siendo lo más destacado del periodo. Un tiempo que en otra época sirvió para hacer todo tipo de crítica a las autoridades políticas y eclesiásticas, de lo cual está impregnada la literatura, la pintura, el teatro y las representaciones de títeres y marionetas.

Todos estos vocablos y aun otros más, están referidos a la misma idea, dejar la carne, aunque con pequeños matices relativos a tiempos verbales. Por ejemplo:

Carnaval: es que se puede comer.
Carnestolendas: que la carne debe dejarse.
Carnestoltes: periodo en que ya se ha dejado la carne.

Otro nombre con el que con frecuencia se alude al Carnaval en la literatura, es Antruejo, Intronio, Entronio, Astruydo, que significa Carnisprivium (anterior a la Cuaresma).(15)

En realidad Don Carnal fue una personificación de la idea de Carnaval, directamente opuesto a la Cuaresma, que pone por primera vez en la palestra el Arcipreste de Hita, en su “Libro de Buen Amor”.  En él, repartido en 992 versos, nos presenta ese periodo de libertad y alegría con que se viven los excesos de la carne, el vino y el buen vivir, enfrentándose a las duras pruebas del ayuno que impone, a reglón seguido, el extremo rigor de la Cuaresma, es decir, la estirada, rigurosa y seca Doña Cuaresma.

Así dice el Arcipreste:

Acercándose viene un tiempo de Dios santo.(16)

Y de esta terrible señora, antítesis de Don Carnal, sigue diciendo la estrofa:

Puso por todo el mundo miedo y gran espanto.

Las penurias por las que debían atravesar los fieles para cumplir con los preceptos señalados por aquella Iglesia rígida y dura que había perdido de vista el mensaje liberador de Cristo e imponía la represión como arma al desenfreno del pueblo, hizo nacer la figura de Don Carnal, un personaje lujurioso y glotón, que personifica la crítica, en tono irónico, a la prohibición de comer carne.

En el siglo XIX la Cuaresma aparece dentro de un periodo de escasez de alimentos, durante el cual la gente vivía en un estado de tristeza y desolación, muy parecidos a los que se padecen en los momentos de sequía de la tierra. Por ello se veía el tiempo de Carnaval como un momento de resarcimiento, tomado de antemano. Esa es la razón por la que crearon a Don Carnal, para no privarlo y engordaron a Don Carnal, al que no se cansaban de agasajar.

En cuanto a su pareja, Doña Cuaresma, o Sa Avia Corema, como la llamaron en Menorca, la hijastra del Miércoles de Ceniza, la vieja larga y seca con siete pies (en alusión a las 7 semanas que duraba la Cuaresma), era vista como un periodo de castigo y expiación de los pecados. Así que cuanto más seca y terrible se presentía la Cuaresma, más orondo y expansivo aparecía Don Carnal. En el fondo, una lucha entre extremos, ambos igualmente esperpénticos, la gula contra el ayuno, el blanco contra el negro, el bien contra el mal. El eterno debate de la confrontación estéril, típica de la insensatez de los hombres. Los arlequines que aparecen en muchos de los Carnavales no recuerdan sino la tan infantil y penosa dualidad en cuya estulticia hemos caído y caemos tantas veces los hombres a lo largo de la historia.

Siete crudas semanas, decimos, en que la gente no podía comer bien. Por ejemplo, los mataderos sólo preparaban carne para alimentar a los enfermos y a las personas delicadas. La carne sólo se vendía por prescripción médica y mediante receta en las poquísimas carnicerías que había, las cuales funcionaban por turnos como las farmacias en días festivos. De la necesidad que la gente tenía por acortar ese periodo,(17) que coincidía también con la escasez propia de la estación invernal, surge una nueva fiesta carnavalesca e irónica, que se extiende por todo el territorio peninsular. Y como ejemplo tomamos de nuevo a Sa Avia Corema, la Abuela Corema, esta vez en Mallorca, transformada en la Iaya Serrada, de donde surgen expresiones como “serra la vella”, corta a la vieja, se hacen normales en toda España. Así, en Madrid y Andalucía, la gente cantaba: “Aserrar la vieja, la pícara pelleja”.

La imagen de Doña Cuaresma se transformó en un calendario, donde la figura recortada de esta señora aparecía con siete piernas. Un calendario que se extendió por toda España y que en parte distribuían las pescaderías que promovían así el consumo de pescado, hasta entonces tan poco extendido entre la población, de modo que fue esa circunstancia de restringir la carne para inducir al ayuno, la que introdujo definitivamente en nuestra dieta habitual el consumo de pescado.

De la pelea que hay entre estos dos personajes (Carnaval y Cuaresma) nos cuenta el Arcipreste:

Estando a la mesa con don Jueves Lardero,
truxo a mí dos cartas un ligero trotero,
desirvos he las notas, ser vos tardinero,
ca las cartas leídas dilas al mensagero.
De mí, Santa Quaresma, sierva del Salvador,
enviada de Dios a todo pecador,
a todos los arçiprestes et clérigos con amor,
salud en Jesu Christo fasta la pasqua mayor.
Sabed, que me dixieron, que ha çerca de un año,
que anda don Carnal sañudo muy estraño
astragando mi tierra, fasiendo mucho daño,
vertiendo mucha sangre de lo que más me asaño:
Et por esta rasón en vertud de obediençia
vos mando firmemente so pena de sentençia,
que por mí e por mi ayuno e por mi penitençia,
que lo desafiedes con mi carta de creençia.
Desidle de todo en todo, que de hoy siete días
la mi persona mesma, e las compañas mías
iremos pelear con él, e con todas sus porfías,
creo que se me non detenga en las carneçerías.

Carnaval de Barcelona

Pero si tenemos que hablar de teatro y de escenificación o personificación del Carnaval, debemos referirnos inexorablemente al de Barcelona, ya que esta mascarada, auspiciada por Dionisos, conoció en esta ciudad su momento más álgido. Según todos lo dicen, nunca se conoció nada igual en toda Europa, respecto a la puesta en escena, así como a la participación del público. Ninguna otra ciudad logró igualar esta mascarada esperpéntica y genuina, y como veremos, tremendamente alegre, divertida y, por supuesto, con una carga de crítica satírica hacia el poder establecido y hacia la estulticia generalizada.

En la novela El Lazarillo del Manzanares, de Juan Cortés de Tolosa (Madrid 1590 - íd., después de 1640), escritor español del Siglo de Oro, encontramos, en boca de uno de los personajes, un fragmento que nos sirve para ilustrar lo que llegó a ser el Carnaval en Barcelona, aunque la recopilación de dibujos y anotaciones de Joan Amades al respecto es imprescindible para comprender a qué se está refiriendo con exactitud el personaje de esta novela, cuando dice:

¿Nunca oíste decir las carnestolendas de Barcelona? Mas porque sepas dellas digo que desde Navidad empiezan. Allí los caballeros muestran que son tan hábiles para las burlas cuanto determinados para las veras. (…) Hacen otras cincuenta invenciones con lo cual se hallan en el domingo de carnestolendas. Lo que en aquél y en los dos restantes días hay en la ciudad es imposible contártelo si no lo ves. Pónense en aquellas calles a trechos unos candilones, de manera que se arde toda ella, y por ellas va todo el lugar y seis mil máscaras, y en las más calles bailes diferentes. Acábanse las carnestolendas con alguna invención gustosa. Empiézase la Cuaresma con la devoción que aquellos tres días se han mostrado alegres y regocijados. Los templos suntuosos que en este lugar hay, la cantidad de gente, la riqueza, no he de gastar tiempo en decirte, pues lo oirás a la fama, a quien se debe mayor crédito.

El caso es que en la Ciudad Condal, durante el Carnaval, se vivía una representación teatral gigantesca, donde el personaje, Don Carnal o Carnestoltes, era recibido en su carruaje, con toda la parafernalia imaginable, a la entrada de la ciudad, para ser luego conducido en comitiva hasta un palacio, por la zona del Borne, donde se le agasajaba con manjares, durante los dos días anteriores a su muerte. Muerte sobrevenida por exceso, por gula.

La pieza teatral continuaba y culminaba con su entierro y con la lectura de su testamento, siendo éste el día de la apoteosis de la fiesta.

Como hemos visto, ésta no es la única representación en que un personaje bobón y tragón, un pelele hecho de trapo o paja, es al principio agasajado o incluso convertido en el rey de los festejos, para acabar condenado a muerte, y llevado a la horca o a la hoguera entre el duelo fingido y burlesco de los asistentes. Realmente una auténtica parodia de la vida. Una fiesta folklórica y grotesca, pero con ramificaciones profundas, que una vez despiertan nuestra memoria cobran significado.

Desde el punto de vista simbólico, Cataluña no puede olvidarse de sus raíces teatrales y de aquellos amigos de Baco, seguidores por tanto del teatro. No está de más recordar aquí que el culto a Baco, los famosos ditirambos a Dionisos, introdujeron el teatro en Grecia. Estos adeptos al dios, o “los amigos de Baco”, se reunían por Sants, concretamente en La Bordeta, y comenzaron a organizar estos Carnavales multitudinarios que se distinguieron por la ironía, la crítica y por la puesta en escena. Este grupo catalán logró también crear una literatura en torno al tema. Es curioso saber que dos espardanyers(18), separados en el tiempo y sin relación familiar, fueron los que siguieron manteniendo esta tradición carnavalera. Entre los que sin duda se hallaban aquellos que crearon a Sant Divertit, el santo de los divertidos, al que seguro habría tenido advocación François Rabelais (circa 1534), de cuya energía estaba impregnado cuando escribió su utopía Gargantua y Pantagruel, dos gigantes, un padre (Gargantúa) y su hijo (Pantagruel) cuyas aventuras estructuran una de las más relevantes novelas de la filosofía occidental.

Humor inteligente e inspirado, con un gran fondo de crítica satírica a la ley, el poder y la autoridad, cuyo paradigma podríamos establecerlo en esa obra de Rabelais, a quien alguno tachó de bufón y borrachín, pero que en realidad fue un genio que expresó en tono satírico las preocupaciones políticas y supersticiosas de sus contemporáneos.(19)

Por eso en la utopía creada por este autor hermetista, la "Abadía de Thelema" aparece como una comunidad ideal, contrapuesta a la corrupción existente en los ámbitos monásticos y rígidos de aquel tiempo, cuyo lema era precisamente: "Haz lo que quieras".

Amigos lectores que leerán este libro,
despójense de toda pasión
y no se escandalicen al leerlo
no contiene mal ni corrupción;
es verdad que no encontrarán nada de perfección
salvo en materia de reír;
mi corazón no puede elegir otro sujeto
a la vista de la pena que los mina y los consume.
Vale mejor tratar de reír que derramar lágrimas,
porque la risa es lo propio y noble del alma.


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Notas
(12) Ver lo que dice Alan Watts en uno de sus libros más interesantes: “Mito y Ritual en el Cristianismo”.
(13) Ver Alan Watts, obra citada.
(14) A propósito del gallo, y ya que nos encontramos en tierras catalanas, decir que la voz galejador, procede de gallo. Se trata de un vocablo que ha quedado resguardado dentro una fiesta popular conocida como festa del pi, en la localidad de Centelles. En dicha celebración, un pino elegido entre los mejores es cortado y transportado hasta la iglesia, donde se cuelga con la copa y frutos hacia abajo. Mientras es transportado, estos hombres, armados de trabucos, disparan aparatosamente y sucesivamente al aire con la intención de provocar la aparición del nuevo ciclo solar, tal como hace el gallo con su canto antes del alba.
(15) Covarrubias, en su diccionario, dice que Antruejo es una palabra que usan en Salamanca y que vale lo mismo que Carnestolendas. Antruejo se refiere a un periodo de Carnaval restringido; se trata únicamente de ciertos días anteriores a la Cuaresma, que son como días propios, ya que en algunas partes lo empiezan a solemnizar desde los primeros días de Enero, y en otras por San Antón (17 de Enero): “Por San Antón Carnestolendas son”.
(16) Estrofa 1607 de El Libro de Buen Amor.
(17) En nuestros refranero popular aún sigue siendo costumbre decir de una mujer muy alta que es más larga que un día de cuaresma. Otro refrán alusivo a este tiempo de escasez, y sin duda tipo consuelo, es aquel que dice:  Amb el menjar de l’hort la cuaresma no hipot (con la comida de la huerta la cuaresma no puede).
(18) Los que hacían zapatillas con suela de esparto.
(19) Ver en Las Utopías Renacentistas de Federico González el sentido esotérico de esta obra.

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