Los Ciclos en la Historia y la Geografía II (*)

Francisco Ariza

La Edad de Oro o Satya-Yuga

En la tradición hindú la proporción 4-3-2-1 significa también las distintas patas con las que se apoya el "toro del Dharma" en cada una de las cuatro edades. Durante el krita-yuga (recordemos que krita quiere decir "hecho, realizado, ejecutado, perfecto") el "toro del Dharma" se apoya sobre sus cuatro patas, es decir que está en perfecta estabilidad, lo que significa que durante esa edad todos los seres viven en completa armonía con la Norma o Ley Universal. De ahí que a esa edad se la denomine también satya-yuga, es decir la "edad de la verdad", o "edad del Ser", pues la raíz sat significa precisamente "ser". Esa misma raíz la encontramos también en Saturno, el rey de la edad de oro en la tradición greco-latina.14 En la edad de oro los hombres no hacen ningún esfuerzo por alcanzar el Conocimiento. En ellos brota espontáneamente, como algo natural, pues el estado humano está realizado en la plenitud de sus posibilidades. No existen intermediarios entre el hombre y el Principio: él está en el "Centro del Mundo", y es uno con el "Arbol del Medio" o "Arbol de la Vida", sin distinción ni separación alguna. En El Banquete, Platón habla del hombre primordial, y lo describe en términos simbólicos como un ser andrógino y "esférico", y por tanto no dual al reunir en sí mismo y en perfecto equilibrio la naturaleza de las energías celestes y las terrestres, yang y yin, conformando una unidad indivisible en la totalidad de lo manifestado, puesto que la esfera es la figura que mejor simboliza la idea de "la unidad en la pluralidad" y "la pluralidad en la unidad", teniendo en cuenta además que es la forma geométrica más universal al ser la menos diferenciada y porque a partir de ella surgen todas las demás.15 Lo mismo ocurre con la humanidad primordial: indiferenciada como la esfera, sin embargo es a partir de ella que se irán manifestando todas y cada una de las civilizaciones a lo largo del proceso cíclico, con sus diferencias específicas, ya sea de raza o de cualquier otra circunstancia. 

Las palabras que Chuang-Tsu utiliza para describir el estado del sabio perfecto, equivaldrían también para el hombre de la primera edad: "Ha alcanzado la impasibilidad perfecta: la vida y la muerte le son igualmente indiferentes, el hundimiento del universo (manifestado) no le causaría ninguna emoción. A fuerza de escrutar, él llega a la verdad inmutable, al conocimiento del Principio universal único. Deja que todos los seres evolucionen según sus destinos, mientras que él se mantiene en el centro inmóvil de todos los destinos. El signo exterior de este estado interior, es la imperturbabilidad; pero no la del aguerrido que arremete solo, por amor a la gloria, contra un ejército bien disciplinado; sino la del espíritu que, superior al cielo y la tierra, y a todos los seres, habita en un cuerpo que no considera suyo, no hace caso alguno de las imágenes que sus semejantes le suministran, conoce todo por conocimiento global en su unidad inmutable". Y más adelante añade: "En el estado primordial, estas oposiciones no existen. Todas derivan de la diversificación de los seres (inherente a la manifestación y contingente como ella), y de sus contactos causados por la giración universal. Ellos cesarían si la diversidad y el movimiento cesan. De repente cesan de afectar al ser que ha reducido su yo distinto y su movimiento particular a casi nada. Este ser no entra ya más en conflicto con ningún otro, porque él se ha establecido en el infinito, desaparecido en lo indefinido. Ha llegado y se mantiene en el punto de partida de las transformaciones, punto neutro donde no existen los conflictos. Por concentración de su naturaleza, por alimentación de su espíritu vital, por conjugación de todas sus potencias, él está unido al principio de todas las génesis. Permaneciendo entera su naturaleza (totalizada sintéticamente en la unidad principial), intacto su espíritu vital, ningún ser podría herirle".16 

La pureza de corazón, la sabiduría, el equilibrio interior, la justicia y la equidad, el sentido más alto de la libertad, la igualdad y la fraternidad, son algunos de los atributos principales de los hombres de la edad de oro, metal que posee la cualidad de la incorruptibilidad y por ello es el símbolo de la luz de la Inteligencia Suprema. Edad en la que como se refleja en los mitos y leyendas de muchos pueblos los dioses habitaban la tierra junto con los hombres,17 es decir que la tierra estaba íntimamente unida al cielo (o lo que es lo mismo, el orden corporal al espiritual y metafísico), hasta tal punto que se habla de una "Tierra Celeste", o de una "Tierra Solar", en definitiva de una "Tierra transfigurada" por el hecho de que en ella se plasmaban directamente las realidades superiores, pues "el propio mundo, como conjunto cósmico, era verdaderamente diferente en su cualidad (…); así ocurre que, por ejemplo, cuando ciertas 'leyendas' dicen que hubo un tiempo en el que las piedras preciosas eran tan comunes como lo son ahora los ordinarios guijarros, ello no debe entenderse solamente en un sentido puramente simbólico".18 Lo que quiere decir que si bien ese sentido simbólico existe siempre, pues todo lo que se manifiesta es el símbolo o el reflejo de una realidad superior, en este caso la tierra que los primeros hombres habitaban respondía enteramente a su prototipo celeste. Por eso el Paraíso también es descrito como de forma circular, y así ha quedado patente en la memoria de todas las tradiciones, para quienes esa forma circular siempre expresa la idea de perfección, y es considerada por lo general el símbolo del Cielo.19 

Igualmente, existe el testimonio unánime de que la sede de la humanidad primordial, y de la Tradición una, estaba situada en las regiones hiperbóreas, en el extremo-norte o septentrión, y más exactamente en el polo, considerado como la "comarca suprema", que es la traducción de la palabra sánscrita Paradêsha, de donde proviene el caldeo Pardes, y de éste Paraíso. El polo, único lugar que permanece inmóvil en el movimiento de rotación de la tierra, ha de ser efectivamente la morada de una humanidad ajena a las vicisitudes de la rueda cósmica, pues está en su centro, y más concretamente en la sumidad de la "montaña polar", que efectivamente se alzaba en los primeros tiempos sobre las regiones hiperbóreas.20 Como se sabe Dante mismo sitúa el Paraíso terrestre en la cúspide de la "montaña del Purgatorio", que al igual que el monte Meru en la tradición hindú, es una imagen visible del Eje del Mundo. 

Lo mismo ocurre con las montañas sagradas de muchas tradiciones, como el monte Alborj entre los antiguos persas e iranios, la montaña Qâf entre los árabes, el Olimpo (la residencia de los dioses) entre los griegos, el Montsalvat (Monte de Salvación) de la leyenda del Graal, el monte Kung-Lung en la tradición china, la montaña Moriah entre los antiguos judíos (sobre la que se levantó el templo de Jerusalén, y etimológicamente equivalente a Meru), por poner sólo unos ejemplos.21 Imágenes de la montaña polar y mítica son también todas las construcciones piramidales, como las egipcias y precolombinas, los zigurats babilonios, e incluso los túmulos levantados en todos los lugares de la tierra por las culturas prehistóricas. En lo que se refiere a la simbólica del eje y del centro, no debemos olvidarnos tampoco del poste ritual, que señala la conexión cielo-tierra, al igual que el árbol, y desde luego las piedras alzadas verticalmente como los betilos y menhires. Betilos eran también los omphalos (piedras con forma cónica o redondeada) palabra griega que quiere decir "ombligo", y más exactamente "ombligo de la tierra", y en consecuencia relacionada también con la simbólica del "centro del Mundo". Los betilos eran generalmente aerolitos o piedras caídas del cielo, y por tanto considerados como mensajeros de los dioses y las energías sobrenaturales. De ahí su poder oracular, como en el caso del famoso omphalos del templo de Delfos, consagrado a Apolo, el dios hiperbóreo.23 

Lo que queremos destacar con todo esto es que en el mundo antiguo, el lugar donde se levantaba un poste ritual, un ónfalos, un betilo o un menhir, se constituía por ello mismo en un símbolo del Centro arquetípico. Pero ese lugar no era elegido al azar, sino debido a que en él se manifestaban determinados signos y señales del mundo superior, los cuales eran reconocidos por los sabios y jefes, que los interpretaban a la luz de sus conocimientos cosmogónicos y metafísicos; ese lugar se transformaba así en un espacio sacro, en un "centro del mundo" para la civilización que se establecía en torno a él. Recordaremos que la geografía sagrada era antiguamente una ciencia sacerdotal (derivada como todas las ciencias tradicionales de los principios metafísicos), y los lugares donde se establecían dichos centros no eran, efectivamente, escogidos al azar, sino según leyes precisas en la que intervenían conocimientos de orden geométrico y astronómico (o astrológico, pues ambas ciencias eran sólo una en la antigüedad), de tal manera que la orografía del paisaje y las corrientes internas y sutiles de la tierra debían estar en armonía con determinadas posiciones de los astros, considerados como manifestaciones de las fuerzas cósmicas y celestes.24 A través de ese centro particular se mantenía pues el vínculo efectivo con el Centro supremo y la comunicación por tanto con la Tradición primordial, que siempre ha estado presente en lo más profundo de cualquier forma tradicional, como llevamos dicho. 

Según los períodos cíclicos del Manvántara ese Centro ha ido recibiendo diferentes denominaciones, sin que su esencia metafísica, inmutable e imperecedera, se haya visto por ello afectada lo más mínimo. Hemos hablado de Paradêsha, pero otro nombre posiblemente más antiguo que éste es el de Tula, del que Guénon asegura que fue el primer nombre dado al Centro hiperbóreo. Tula es el "continente insular", el çveta-dwîpa, la "isla del esplendor" o la "isla blanca", idéntica pues a la "Tierra Solar" como designación del polo mismo, el lugar donde se producen las "revoluciones del sol", pues éste durante la época primordial no llegaba a ponerse nunca al ser su recorrido totalmente circumpolar.25 

Es interesante destacar en este sentido que todas las islas sagradas que aparecen en las tradiciones más diversas, representan también una imagen simbólica de la Tula hiperbórea, cuyo nombre mismo aparece en diferentes lugares geográficos a lo largo de todo el Manvántara. Tal es el caso, por ejemplo, de la Tula atlante, que es considerada una emanación de la Tula originaria en un determinado momento cíclico. Pero de la Tula atlante tendremos ocasión de hablar posteriormente cuando tratemos del período cíclico al que pertenece. En cualquier caso he aquí lo que dice Guénon acerca de la significación simbólica de la isla sagrada: "La idea que evoca es esencialmente la de 'estabilidad', que precisamente hemos señalado como característica del Polo: la isla permanece inmutable en medio de la incesante agitación de las olas, agitación que es una imagen del mundo exterior, y es necesario haber atravesado el 'mar de las pasiones' [esto es, haber emprendido la búsqueda o viaje hacia el Conocimiento] para alcanzar el 'Monte de Salvación" (Montsalvat), el 'Santuario de la Paz' ".26

La Edad de Plata o Trêtâ-Yuga

Atravesar "el mar de las pasiones" no era necesario en la edad de oro, o satya-yuga, pues esa expresión se refiere a una humanidad que se ha alejado de su Principio, alejamiento que naturalmente ha sido progresivo, acrecentándose de período en período, y que no parará hasta el final del Manvántara. Dicho alejamiento comienza con el advenimiento de la segunda edad, la edad de plata o trêtâ-yuga, en la que el toro del Dharma se apoya tan sólo con tres patas (trêtâ = tres), significando con ello que los hombres ya no viven enteramente conforme a la Norma Universal. De ahí que un cambio fundamental se produjera con el paso de una edad a otra. La denominación de "gran cambio" dada por algunos autores alude sin duda a ese período del ciclo. Sin embargo, esto no quiere decir que, aun dentro de la "estabilidad" espiritual que caracterizó siempre a la humanidad primordial, en el satya-yuga no existieran también sus cambios, si bien no de la naturaleza del que sobrevino con el advenimiento del trêtâ-yuga, que puede calificarse de crucial por todo lo que diremos a continuación, recogiendo, como siempre, los datos que a este respecto nos suministra la Tradición. 

De hecho, en el satya-yuga, o edad de oro, se distinguen dos períodos que se explican simbólicamente por las "dos creaciones de Adán", correspondiendo la primera de ellas al ser "andrógino" o "esférico" de que habla Platón, mientras que la segunda se refiere a un estado en el que se produce ya una primera distinción, que el Génesis bíblico explica como la creación de Adán y Eva. En ese segundo período los hombres primordiales toman conciencia de la dualidad, pero sin perder aún su "sentido de la eternidad" y su unión con el Principio.27 Esto está explicado simbólicamente por la presencia del "Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal" (la dualidad) junto al "Arbol de Vida" (la unidad). Esa dualidad está presente, de alguna manera latente, pero aún no se ha manifestado, como lo hará cuando, con la llegada de la edad de plata, ese "sentido de la eternidad" comience a perderse y a no estar ya en posesión de toda la humanidad. Esa pérdida da como resultado lo que la Biblia llama la "caída", que en verdad es una entrada en el tiempo y su discurrir cíclico, pasando así, paulatinamente, del Centro a la periferia de la Rueda Cósmica. 

Esa "caída" en el tiempo viene inmediatamente precedida en el Génesis por la "tentación" de la serpiente enroscada en torno al "Arbol de Vida" o Eje universal, y como dijimos en la nota 1 la serpiente es en todas las tradiciones un símbolo de la manifestación cíclica (al menos éste es uno de sus diversos sentidos simbólicos pues evidentemente existen otros), manifestación que en este caso se refiere al desarrollo temporal de las posibilidades contenidas en el estado humano, y por consiguiente en el mundo al que este estado pertenece. Y subrayamos lo de temporal para recalcar el aspecto horizontal que toma ese desarrollo en el tiempo, pues en el estado primordial dicho desarrollo era esencialmente vertical, en el sentido antes señalado de que en el hombre se manifestaban de manera espontánea y sin requerir esfuerzo alguno sus estados supra-individuales y metafísicos. Por eso es que desde el punto de vista de la realización del Conocimiento, o vía iniciática, el proceso que en ella se sigue va a "contracorriente" del devenir temporal, o sea, de la marcha descendente del ciclo humano, lo cual supone emprender hacia "atrás" un viaje interior por las distintas etapas recorridas por dicho ciclo, que se verá entonces como "ascendente", esto es como un "regreso" o "retorno" a su Centro original, del que sólo se desprendió ilusoriamente. Esto quiere decir que tomado ese viaje desde nuestra época actual, la edad de hierro, se ha de pasar por el estado que representa simbólicamente la edad de bronce, y de ésta a la edad de plata, para alcanzar finalmente la edad de oro, y a partir de ella, que es el verdadero estado humano, emprender el viaje vertical, pero en este caso no en torno al "Arbol de Vida" sino a través de su mismo eje, es decir mediante la síntesis o conciliación de los opuestos, hacia los estados metafísicos e incondicionados.28 

Volviendo de nuevo al simbolismo de la "caída", vemos que ésta expresa precisamente la ruptura de la unidad indiferenciada y el paso inevitable hacia la multiplicidad, como resultado de la cual la Tradición primordial, conservadora de la Sabiduría y el Conocimiento Supremo, comienza a ocultarse y a replegarse sobre sí misma.29 Ese "gran cambio" en el orden espiritual se ve reflejado también en un acontecimiento geológico y astronómico de una importancia capital, como fue el de la inclinación del eje polar de la tierra, que es el que todavía permanece en la actualidad, y al que se debe el hecho de que existan estaciones, pues, como ya dijimos, hasta ese momento dicho eje era perpendicular al de la órbita terrestre, o eclíptica, con lo cual sólo existía una única estación: la que se conoce como "primavera perpetua". A este respecto, Evola nos recuerda30 que cuando el sabio taoísta Li-tseu habla del gigante mítico Kung-Kung derribando la "columna del cielo" es a este acontecimiento al que hace alusión: "Los pilares del Cielo fueron rotos. La Tierra tiembla sobre sus bases. En el septentrión los cielos descendieron hacia abajo. El sol, la luna y las estrellas cambiaron su curso (es decir, que su curso apareció cambiado como resultado de la inclinación del eje terrestre). La Tierra se abre, y las aguas encerradas en su seno inundaron los diferentes países. El hombre se había rebelado contra el Cielo y el universo cae en el desorden. El sol se oscurece (comienza su ascenso y descenso por el horizonte). Los planetas cambiaron su curso (según la perspectiva ya indicada), y la gran armonía del Cielo fue destruida". 

Ese desplazamiento provocó, pues, grandes transformaciones en el medio terrestre, y la orientación misma de la tierra con respecto al cielo también varió, lo cual reviste una importancia enorme desde el punto de vista simbólico, ya que este hecho afectará profundamente el curso de la historia humana. En efecto, se pasa de una orientación polar, es decir vertical, a una orientación solar, ya sea solsticial o equinoccial (horizontal con respecto al eje cénit-nadir, que en la cruz tridimensional es el auténtico eje polar), que está determinada por la sucesión de las estaciones. El eje solsticial norte-sur está en correspondencia con el invierno y el verano, respectivamente, y el eje equinoccial este-oeste con las estaciones de primavera y otoño.31 Si durante la época primordial el sol realizaba su curso constantemente en torno a las constelaciones boreales (especialmente las que hoy se denominan Osa Mayor y Osa Menor) sin ponerse jamás (es decir, sin su sucesión de días y noches), a partir de la inclinación terrestre, ese curso tiene como fondo las constelaciones zodiacales, las cuales lógicamente empiezan a adquirir una importancia fundamental en el simbolismo de muchas tradiciones por cuanto suponen los esquemas simbólicos que mantienen su orientación.32 Otra consecuencia importante de esa inclinación, es que debido a la precesión de los equinoccios el eje de la tierra va trazando lentamente un movimiento circular que se cierra cuando se cumple la precesión completa (25.920 años), con lo cual el punto hacia el que se dirige ese eje (punto que no es otro que el polo celeste), se va desplazando también. Es decir que el polo celeste no es siempre el mismo sino que cambia con el movimiento de la precesión, mientras que durante la edad de oro permanecía inmutable y fijo en un punto del cielo.33 En la primera edad, dicho punto estaba situado cerca de la cabeza de la constelación boreal del Dragón, llamado el "Dragón celeste", o el "Dragón polar", del cual dice el Sefer Yetsirah (el "Libro de las Formaciones" de la Cábala) que "está en medio del cielo como un rey en su trono". A partir de entonces el polo se ha ido desplazando con el lentísimo movimiento de la precesión de los equinoccios. Hace unos 14.000 años el polo era la estrella Vega de la constelación de la Lira, y aproximadamente 2.500 años a. C., lo constituía la estrella alfa del Dragón. Actualmente es la estrella alfa de la Osa Menor. Naturalmente ese desplazamiento del polo (1 grado de la esfera celeste cada 72 años como dijimos, lo cual, dicho sea de paso, permite que sea apreciado en una generación) en nada varía ni disminuye su valor simbólico, que es el de expresar de manera física y sensible a la propia Unidad metafísica.34 

Por otro lado, ese movimiento retrógrado de la precesión de los equinoccios aparece descrito en un pasaje del Político o la Realeza de Platón en estos términos: "Escucha. En determinadas ocasiones, es la misma divinidad la que guía la marcha y está al frente de la rotación de este universo en que habitamos nosotros; en otros momentos lo deja ir, cuando los períodos de tiempo que le están asignados han llegado a su término, y el universo vuelve entonces a comenzar por sí mismo, en sentido inverso, su ruta circular, en virtud de la vida que lo anima y la inteligencia con que lo dotó, desde su origen, el que lo compuso". Y más adelante: "Pero, como decía hace poco, la única solución que nos queda es la de que unas veces sea conducido por una acción extraña y divina y, recibiendo una vida nueva, se le dé de parte de su autor una inmortalidad restaurada, y que otras veces, abandonado a sí mismo, se mueva con su propio movimiento y, en el mismo momento en que lo deja el impulso procedente de otro, recorra un circuito retrógrado durante miles y miles de períodos". 

Otra consecuencia inmediata y no menos importante del paso de la edad de oro a la edad de plata es la división de la humanidad en dos formas de organización social: la nómada y la sedentaria. Aunque regidas por los mismos principios tradicionales, que son inmutables y los que verdaderamente las hacen complementarias por encima de sus diferencias, ambas formas constituirán dos modelos de civilización, dos concepciones del mundo y de la vida que naturalmente se reflejarán en todas las manifestaciones de su arte y su cultura, es decir en sus símbolos, en sus ritos y en sus mitos, en cómo los plasman y expresan, y sobre todo en cómo los viven y en la manera en que transmiten a las generaciones venideras los frutos de sus experiencias en el camino del Conocimiento. Estas dos formas de civilización, la sedentaria y la nómada, están reflejadas en la Biblia en las figuras respectivas de Caín y Abel, los dos hijos de Adán, que representan precisamente a esa dualidad surgida de la indiferenciación de la humanidad primordial. 

Pero Adán también tiene otro hijo, Shet, que no está implicado en las vicisitudes que viven sus dos hermanos, es decir las dos culturas sedentarias y nómadas, sujetas a las condiciones propias del tiempo y del espacio. En la leyenda del Graal, se cuenta que Shet fue el único en entrar de nuevo al Paraíso y recuperar la copa de inmortalidad que había sido confiada a Adán, la misma que fue perdida cuando se abandona el estado edénico. Si Caín y Abel representan las dos formas de civilización que han constituido, por decirlo así, el motor de la historia, Shet evoca más bien a la tradición iniciática, o mejor, a las organizaciones iniciáticas presentes en todas las culturas tradicionales (ya fuesen sedentarias o nómadas), es decir a la "cadena áurea" que ha permanecido a lo largo de esa historia constantemente en comunicación con la Tradición primordial, y por tanto la que ha conformado en verdad el motor "secreto" e "interior" (esotérico) de esa misma historia, que siempre ha tenido un aspecto externo y visible, y otro interno e invisible, horizontal y vertical, respectivamente. Por eso el nombre de Shet tiene, según Guénon, el sentido de estabilidad, fundamento y restauración,35 sentido dado también a muchos fundadores legendarios, como el caso ya mencionado del Menes egipcio. 

De no ser por esa "cadena áurea" no hubiera habido transmisión del Conocimiento a las generaciones que nacieron tras el satya-yuga, pues ella ha mantenido permanentemente vivo el vínculo con la Tradición primordial, y con él la posibilidad de recuperar de nuevo el estado original perdido como consecuencia de la "caída". Nos atreveríamos incluso a decir que sin la presencia de la "cadena áurea" tampoco hubiera habido historia, como no existe el efecto sin su causa, o la periferia de la circunferencia sin su centro, al que refleja constantemente. Como dice J. P. Laurant la historia, además de un aspecto oscuro que aleja a la humanidad de su Principio, "presenta también una cara luminosa, que es la de la transmisión. El reconocimiento a través de cada forma de civilización de los elementos que permiten la 'recuperación' del tiempo y la transposición de los acontecimientos sobre otro plano le da su sentido vertical". Pero la transmisión supone "la acción consciente y organizada de los hombres que detentan la Verdad y orientan el curso de las cosas sin participar directamente de la agitación exterior (…). La constatación de una dirección constante en la conducta de las sociedades se une a la concordancia de los símbolos, y la historia sirve de prueba última".36 

Tula, y los diferentes nombres que ha ido recibiendo el Centro supremo, como Paradêsha, Luz, Salem, Shambala, Agartha, designan en realidad la "Tierra de los Vivientes", la "Tierra de los Inmortales" o la "Tierra Pura". Pero se trata de una Tierra que no alude sólo a un espacio geográfico en el sentido corriente del término, sino fundamentalmente a un estado interior de la conciencia que se vive como la recuperación de una Memoria que nos devuelve el recuerdo de nuestro origen; y no sólo el recuerdo, sino que nos inserta de nuevo en él.37 Ese recuerdo no es otro, en definitiva, que la posibilidad siempre presente que tiene el hombre de recuperar su verdadero estado, que está en potencia tras haber caído en el "sueño", asimilado a la muerte y al olvido. Los "lugares" geográficos señalados por los centros sagrados simbolizan esencialmente estados espirituales: la "Tierra del Sol" no es una ensoñación "poética", sino una realidad metafísica a la que puede despertar el hombre de cualquier época o ciclo, incluido el nuestro, el kali-yuga, definido como la "edad sombría" por excelencia, edad en la que (sobre todo en sus últimas fases, que son las que estamos viviendo actualmente) la verdadera espiritualidad ha sido sustituida por la sentimentalidad religiosa y su sucedáneo pseudo-religioso y pseudo-iniciático, cuando no por una clara inversión contratradicional. Y si esa posibilidad de "despertar" se da incluso en nuestro tiempo, con mayor razón durante la segunda edad, el trêtâ-yuga, en la que a pesar de la decadencia que se produce a partir de entonces, la humanidad, o gran parte de ella, vive todavía en unas condiciones cíclicas que favorecen la búsqueda y obtención del Conocimiento. 


Continuación

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Notas
(*) [Este artículo apareció originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis, Nº 21-22, "Ciclología. Fin de Ciclo IV". Barcelona, 2001. No hallándose ya en la web de la revista se publica hoy aquí con el permiso expreso de su autor.]
14 En el hinduismo la esfera del planeta Saturno se llama Satya-Loka, el "mundo, o lugar, de la Verdad". En la iconografía de las esferas planetarias del hermetismo medieval y renacentista la de Saturno aparece como la más cercana al cielo de las estrellas fijas, y por tanto del Empíreo, la morada simbólica de los Bienaventurados.
15 R. Guénon, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XX. También El Simbolismo de la Cruz, cap. XX. 
16 Ibid. cap. VII. 
17 En muchas tradiciones, por ejemplo entre los pitagóricos, los dioses son considerados hombres inmortales y los hombres dioses mortales.
18 R. Guénon, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XIX.
19 En "De la esfera al cubo", que forma el cap. XX de El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, Guénon señala "que el recinto circular que encierra el 'Paraíso terrestre' no es más que la sección horizontal del 'Huevo del Mundo', es decir, de la forma esférica universal y primordial". Y en nota añade: "Conviene señalar que dicho círculo está dividido por la cruz formada por los cuatro ríos que salen de su centro, describiendo, por tanto, con toda exactitud la figura de la que hemos hablado a propósito de la relación entre círculo y cuadrado". Esos cuatro ríos (el Tigris, el Eúfrates, el Pishon y Guijón, según la tradición judeo-cristiana) parten del "Arbol de la Vida" o "Eje Universal", plantado efectivamente en el centro del Edén, y se dirigen hacia las cuatro direcciones del espacio terrestre realizándolo en su totalidad, direcciones que son análogas a las cuatro estaciones temporales. Por consiguiente, en la forma simbólica del Paraíso está ya prefigurada la estructura del mundo, sus determinaciones espaciales y temporales, delimitadas ambas por el círculo (o la esfera en la tridimensión), estructura que, en lo fundamental, constituye a su vez el modelo en el que se inspirará la construcción de las ciudades y los recintos sagrados en todas las civilizaciones tradicionales. El hecho de que esas construcciones, a partir de un momento dado, se edifiquen en forma cuadrada en nada altera su sentido simbólico, pues el cuadrado (o el cubo en la tridimensión), representa al círculo en su forma "fijada" y "estabilizada", razón por la cual se le considera como el símbolo de la Tierra, mientras que el círculo lo es del Cielo. Por otro lado, el cuadrado y el círculo tienen ambos 360º. 
20 Ver el estudio antes citado de Manrique Miguel Mom en el Nº 15-16 de la Revista SYMBOLOS, págs. 135-136, nota 4. Allí se demuestra que, según las investigaciones llevadas a cabo por algunos científicos rusos, "el mito de la montaña sagrada emergida en el Polo Norte, tuvo y tiene un fundamento geológico e histórico". Igualmente ver Origine Polaire de la Tradition Védique, de B. G. Tilak. Ed. Arché Milano.
21 En su novela simbólica La Montaña Análoga (Ed. Alfaguara), René Daumal describe el viaje de un grupo de hombres y mujeres a la búsqueda de la montaña mítica, los cuales "han comprendido que estaban encarcelados, llegando a la conclusión de que lo principal es renunciar al encarcelamiento y parten en busca de esa humanidad superior, liberada de la prisión, en la que podrán encontrar la ayuda necesaria". 
23 [no hay nota 22] En este sentido queremos señalar que en la victoria del dios Apolo sobre la serpiente Pitón, guardiana del oráculo de Delfos, hemos de ver también el símbolo del cambio de ciclo y de civilización en la antigua Grecia, en el momento en que sobre ella descienden los pueblos indoeuropeos venidos de las regiones septentrionales y acaban por asimilar las culturas que allí pervivían desde tiempos muy lejanos.
24 Ver, de John Michell, El Espíritu de la Tierra, Ed. Debate.
25 En la tradición hindú dwîpa, isla, también sirve para designar ciclo, y más especialmente el ciclo del Manvántara, lo cual es una muestra más de la vinculación que existe entre el simbolismo espacial y el temporal, o entre la geografía y la historia. Para más ampliaciones sobre este simbolismo ver de Guénon "Algunas observaciones sobre la doctrina de los ciclos cósmicos", en Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos (traducido en [la Revista] SYMBOLOS Nº 15-16, pág. 299). También "Luz o la morada de inmortalidad", en El Rey del Mundo. Igualmente de J. Evola el capítulo "El polo y la sede hiperbórea", en Revolte contre le monde moderne.
26 El Rey del Mundo, cap. X.
27 G. Georgel en Les Quatre Âges de l'Humanité (pág. 240-241) habla precisamente de las dos ubicaciones geográficas que durante la edad de oro conoce la Tradición primordial: la primera polar, y la segunda oriental. La primera tiene que ver con el estado de inmanifestación de la humanidad primigenia, y la segunda con su estado de manifestación, lo que está simbolizado en la Biblia por la creación de la pareja Adán-Eva a partir del Andrógino primordial. El "sueño de Adán" está relacionado con ese pasaje de la Unidad a la Dualidad. 
28 Ver, en El Simbolismo de la Cruz, el cap. VII: "La resolución de las oposiciones". 
29 Ese replegamiento u ocultación se ha descrito simbólicamente como un paso de la cúspide de la montaña polar al interior de ésta, esto es a la caverna. Ese replegamiento ha sido sucesivo a lo largo de las épocas del Manvántara, recibiendo por ello la sede del Centro supremo diferentes nombres y localizaciones. En la actualidad ese nombre es el de Agartha y su ocultación ha llegado a su grado más extremo, residiendo en lo más profundo de la caverna, que no es otra que el mundo subterráneo, lo cual, naturalmente no hay que tomarlo de forma literal, sino como un símbolo de su perfecta "invisibilidad" e inaccesibilidad para la gran mayoría de los seres humanos. "Agartha es un espacio real aunque oculto a las miradas y los deseos de los simples mortales. Es también un espacio oscuro y subterráneo, como es el alma humana, la caverna, y la interioridad, que ésta representa. Los habitantes del Agartha han comenzado a tomar a su propio ser como el athanor, u horno, de la experiencia alquímica y han llegado, por su trabajo y la gracia de los dioses, a participar de los ámbitos y aulas de la Iglesia Secreta, así como a percibir la proximidad del Misterio y contar con la presencia permanente del Rey del Mundo, lo cual hace que consideren a las alegorías como intrínsecamente falsas, y negadoras, por su propia naturaleza, de la realidad metafísica y el auténtico mundo espiritual (o intelectual) al que se llega merced a la estancia en la gruta, como lo sabe cualquier aspirante a yogui en los Himalayas. Agartha no está afuera sino dentro y es mucho más real que cualquier fenómeno, ser o cosa. Por ello es que sin necesitar de nada y de nadie ha permanecido y permanecerá idéntica a sí misma en las condiciones actuales de la existencia terrestre, como el refugio de la inmanencia divina, contenida macrocósmicamente en la Shekinah y microcósmicamente en el Luz, nuez, o almendra de inmortalidad, ubicada simbólicamente por la Cábala en la base de la columna vertebral del hombre. Los habitantes del Agartha han tenido que hacer un camino invertido con respecto a lo 'normal' y 'natural' y remontar una vía de ascenso paulatina, penosa y llena de pruebas; un peregrinaje en el interior de la caverna, lo que ha hecho que transformaran sus heces en piedras preciosas y los ha convertido en ciudadanos de la auténtica patria, es decir, verdaderamente universales y vinculados al gobierno interno del mundo". F. González, Nº 6 de [la Revista] SYMBOLOS, págs. 176-177 (reseña al libro Arktos de J. Godwin).
30 Revolte contre le monde moderne, cap. III de la segunda parte.
31 En la simbólica de la cruz de tres dimensiones el eje solsticial norte-sur es relativamente vertical con respecto al eje equinoccial este-oeste, pues de hecho él señala los dos polos en torno a los cuales gira toda la tierra, y para nuestro planeta ese es su verdadero eje vertical, y constituirían como un reflejo del eje cénit-nadir celeste. Por eso es que, aún estando relacionado con la simbólica solar, el eje solsticial también conserva un simbolismo polar, que es de hecho el que destaca sobre todo Guénon en sus diversos estudios sobre la simbólica de la orientación y de la geografía sagrada, sin olvidarnos, en efecto, de que el polo norte, la hiperbórea, fue la sede primera de la Tradición primordial. 
32 En este orden de cosas hay que entender la importancia dada a determinadas constelaciones zodiacales en detrimento de las boreales, como es el caso de las Pléyades (situadas en la constelación de Tauro), que sustituyeron en la cosmogonía de los atlantes a la Osa Mayor.
33 Todo esto está íntimamente unido a lo que se ha llamado "los polos de evolución de las civilizaciones", tema interesantísimo y muy relacionado con lo que estamos tratando, pero que no podemos abordar ahora por su complejidad. En todo caso, remitimos al cap. VIII de Les Quatre Âges de L'Humanité, de G. Georgel. También a las obras de Yves Christiaen La Cosmographie appliquée a l'Astrologie y La Mutation du Monde, Ed. Dervy-Livres.
34 El número 72 es como ya sabemos uno de los números cíclicos fundamentales, y expresa por sí mismo un ciclo completo. Por poner un ejemplo reciente de ese ciclo recordaremos que la influencia del comunismo en la política mundial duró exactamente 72 años (1917-1989).
35 Ver "Shet", cap. XX de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. En ese mismo capítulo Guénon nos recuerda que en hebreo el nombre de Shet también significa "tumulto" y "ruina", características que igualmente encontramos en el dios egipcio Set, hermano de Osiris, y que los griegos llamaron Tifón. Pero evidentemente no es ese sentido el que conviene al tercer hijo de Adán. 
36 Le Sens caché dans l'oeuvre de René Guénon, págs. 182-183. 
37 Este es el sentido verdadero de la anamnesis platónica. Añadiremos que casi todo el relato contenido en el Fedón o del Alma es una descripción de esa "Tierra Pura".

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