Los Ciclos en la Historia y la Geografía III (*)

Francisco Ariza

La Tradición Atlante

A la mitad de esa edad se remonta el origen de la civilización atlante, la cual forma parte indiscutible de esa misma realidad supra-histórica, pues fue en su momento heredera de la Tradición primordial, y sede asimismo de un poder espiritual directamente emanado del Centro supremo, como lo demuestra el hecho de que el nombre de dicha sede no era otro que Tula, reflejo o emanación de la Tula hiperbórea. La Atlántida (cuyo continente estuvo situado entre Europa y América, dando nombre al océano que separa, y une, ambas: el Atlántico) es, efectivamente, algo más que un hecho histórico, aunque desde luego también lo sea en su orden correspondiente. Si bien no podemos desarrollar aquí el tema de la Atlántida, sí queremos destacar que su recuerdo, y la huella de su espíritu, quedó grabado en la memoria colectiva de numerosos pueblos, extendidos a uno y otro lado del Atlántico, incluso de aquellos que nacieron mucho tiempo después de la desaparición de la propia civilización atlante, pero que encuentran en ésta el origen de una misma identidad tradicional, que ha quedado guardada en los símbolos, mitos y leyendas que nutrieron el arte y la cosmogonía de esos pueblos.

Para éstos la Atlántida representa la "Tierra de los antepasados", y como reflejo de la Tierra hiperbórea original deviene también la "isla sagrada" donde residen los héroes inmortales descendientes de los dioses y los hombres de la edad de oro. También Platón, en el Timeo, y sobre todo en el Critias, habla extensamente de la Atlántida, destacando la organización de su cultura y la genealogía de sus reyes, "ligados al principio divino, con el que estaban emparentados". Geográficamente situada a Occidente, la Atlántida es denominada el "Paraíso occidental", al que los celtas dieron el nombre de Avalon,38 y los griegos el de "Jardín de las Hespérides", situadas "más allá del río océano".39 Tal es el caso también de los toltecas, los mayas y los aztecas precolombinos, que decían descender de Aztlan, la "tierra en medio de las aguas", que evidentemente no es otra que la Atlántida.

Si algo hemos de decir de la Atlántida como realidad supra-histórica, nada mejor que recoger las siguientes palabras de Evola, que suscribimos totalmente: "Por consiguiente, el recuerdo histórico subsiste con frecuencia en el mito, en la supra-historia. El Occidente, donde se encontraba la Atlántida durante su ciclo original, cuando ella reproducía y continuaba la función 'polar' más antigua, expresa constantemente la nostalgia mística de los caídos, la melior spes de los héroes y los iniciados. Por una transposición de planos, las aguas que se cerraron sobre la tierra atlántica fueron comparadas a las 'aguas de la muerte', que las generaciones siguientes, postdiluvianas, compuestas de seres ya totalmente mortales, deben atravesar iniciáticamente para reintegrarse en el estado divino de los 'muertos', es decir de la raza desaparecida. Es en este sentido que han de ser interpretadas las representaciones bien conocidas de la 'Isla de los Muertos', en donde se expresa, bajo formas diversas, el recuerdo del continente insular sumergido" (y en nota añade: "Según ciertas tradiciones egipcias, las primeras dinastías prehistóricas fueron creadas por los 'héroes muertos', puede haber aquí una alusión a la raza divina del Occidente desaparecida y a los grupos atlantes llegados hasta Egipto). El misterio del 'paraíso' y de los lugares de inmortalidad en general, viene a ligarse al misterio del Occidente (y también del Norte, en ciertos casos) en un conjunto de enseñanzas tradicionales (…). La desaparición de la tierra sagrada legendaria puede también significar el pasaje en lo invisible, en lo oculto y lo no-manifestado, del centro que conserva intacta la espiritualidad primordial no-humana (…)."

"En realidad, el símbolo del Occidente puede, como el del polo, adquirir un valor universal, más allá de cualquier referencia geográfica o histórica. Es en Occidente donde la luz física, sumida al nacimiento y al declinar, se extingue, donde la luz espiritual inmutable se enciende y comienza el viaje de la 'barca del Sol' hacia la Tierra de los Inmortales. Y es por el hecho mismo de que esta región se encuentra en el lugar donde el sol desciende detrás del horizonte, que se la concibe también como subterránea o bajo las aguas. Se trata todo ello de un simbolismo inmediato, dictado por la naturaleza misma, y que fue empleado por los pueblos más diversos, incluso sin estar asociados a los recuerdos atlánticos. Sin embargo, esto no impide que en el interior de ciertos límites definidos por testimonios concomitantes, como aquellos a los que nos hemos referido, este tema pueda tener también un valor histórico. Entendemos por ello que entre las innumerables formas asumidas por el misterio del Occidente, algunas pueden aislarse, por las cuales es legítimo suponer que el origen del símbolo no ha sido el fenómeno natural del curso del sol, sino el lejano recuerdo, espiritualmente transpuesto, de la patria occidental desaparecida. A este respecto, la sorprendente correspondencia que se constata entre los mitos americanos y los mitos europeos, especialmente nórdicos y celtas, aparece como una prueba decisiva. El 'misterio del Occidente' corresponde siempre, en la historia del espíritu, a un tipo de espiritualidad que -tanto tipológica como históricamente- no puede ser considerada como primordial. Aquello que la define es el misterio de la transformación, lo que la caracteriza es un dualismo y un pasaje discontinuo: una luz nace, otra declina. La transcendencia es 'subterránea'. Como en el estado olímpico, la supra-naturaleza no es naturaleza: ella es el fin de la iniciación, objeto de una conquista problemática".40

El Dwâpara-Yuga o Edad de Bronce

Decíamos anteriormente que la civilización atlante aparece hacia la mitad de la edad de plata. Lo deducimos de los datos cíclicos proporcionados por Guénon, pues si como él afirma la civilización atlante se extiende a lo largo de un "Gran Año" (es decir 12.960 años), y teniendo en cuenta que dicha civilización desaparece hacia la mitad de la siguiente edad, la de bronce (cuya duración, recordaremos es también de un "Gran Año"), es evidente entonces que su primera mitad pertenece efectivamente a la edad de plata. Esto permite distinguir dos períodos dentro de la tradición atlante, estando cada uno de ellos determinado por las condiciones cíclicas que definen a una y otra edad. Obviamente, por el hecho mismo de que la edad de bronce, o dwâpara-yuga, está ya más alejada del origen primordial, esas condiciones no fueron tan favorables como las que se daban en la edad anterior. Según los textos hindúes en el dwâpara-yuga el toro del Dharma se apoya tan sólo con dos pies, indicando así que la Norma universal es seguida y respetada únicamente en su mitad. Y es precisamente con la entrada en la tercera edad del Manvántara que se inicia la decadencia de la tradición atlante, y en general en el conjunto de la existencia humana, que emprende así la curva descendente que la conducirá, lenta pero inexorablemente, hacia su final.

Hablando de la decadencia atlante, y de los motivos que la originaron, Platón nos dice de nuevo en el Critias: "Pero cuando comenzó a disminuir en ellos ese principio divino, como consecuencia del cruce repetido con numerosos elementos mortales, es decir cuando comenzó a dominar en ellos el carácter humano, entonces, incapaces ya de soportar su prosperidad presente, cayeron en la indecencia. Se mostraron repugnantes a los hombres clarividentes, porque habían dejado perder los más bellos de entre los bienes más estimables. Por el contrario, para quien no es capaz de discernir qué clase de vida contribuye verdaderamente a la felicidad, fue entonces precisamente cuando parecieron ser realmente bellos y dichosos, poseídos como estaban de una avidez injusta y de un poder sin límites". Tenemos pues el motivo principal por el que se produce esa decadencia: el predominio cada vez mayor en el hombre del elemento simplemente humano (mortal) sobre el supra-humano, divino y primordial. A esto mismo se refiere el Génesis bíblico (cap. VI) cuando habla de la unión de los "hijos de Dios" con las "hijas de los hombres", atraídos por su belleza, como consecuencia de lo cual: "No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne". De esa unión nacieron los nefilim, que no son otros que los titanes de la tradición greco-latina, seres dotados de un gran poder, y descritos por Hesiodo en Los Trabajos y los Días en estos términos: "Zeus, padre de los dioses, crea una tercera raza de hombres perecederos, raza de bronce, bien diferente de la raza de plata; hija de los fresnos, terrible y poderosa. No pensaban en otra cosa que en los trabajos dolorosos de Ares (Marte) y en las obras de desmesura". Y Ovidio en su Metamorfosis: "A estas dos edades sucede la Edad de Bronce: el hombre es más feroz, y más presto a tomar las armas, que siembran el terror; sin embargo, se abstiene del crimen". Y finalmente la tradición hindú, en conformidad con todo lo anterior: "Cuando reinan la codicia, la insaciabilidad, el orgullo, la impostura, la envidia, en medio de las obras interesadas, entonces es la edad Dwâpara, donde dominan la Pasión y la obscuridad".

No quiere esto decir que durante el dwâpara-yuga no existiera un orden tradicional, pues la negación de ese orden sólo se dará en el kali-yuga, y más concretamente durante la última fase de éste, pero sí que en la humanidad en su conjunto empiezan a manifestarse determinadas posibilidades de orden inferior que permanecían ocultas o en potencia en las dos edades anteriores, y que como consecuencia del descenso cíclico encuentran en la edad de bronce las condiciones idóneas para comenzar a desarrollarse. La "pasión y la obscuridad" de que habla el texto hindú aluden a los gunas rajas y tamas respectivamente, que junto con sattwa, constituyen las tres tendencias o condiciones a las que están sujetas todas las cosas que conforman la existencia universal, incluidos los distintos períodos de la historia, pues en cada uno de ellos predomina una tendencia determinada sobre las otras. Durante la edad de oro y gran parte de la edad de plata, es la tendencia sattwica la que rige el comportamiento humano, que es por ello conforme a la Norma del Principio, pues sattwa representa la tendencia vertical ascendente, identificada con lo celeste y la luz de la Inteligencia. Rajas, que representa la tendencia expansiva, horizontal, ligada a la multiplicidad de las formas emanadas de la Unidad indiferenciada, se manifiesta durante una parte de la edad de plata y sobre todo en la edad de bronce, en la que también ya comienza a desarrollarse tamas, el tercer guna, que representa la tendencia obscura, tenebrosa y descendente, invertida con respecto a sattwa, y que será la que predominará durante toda la edad de hierro en diferentes grados de intensidad.41 

La pasión es también una de las características de la casta guerrera, abocada por su propia naturaleza al dominio de la acción. En este sentido, las condiciones cíclicas de la edad de bronce propician que dicha casta entre en la escena de la historia, llegando a determinar en gran medida el curso de ésta a partir de ese momento, lo que se advertirá sobre todo en la constitución de ciertas formas tradicionales, en las que el poder temporal adquiere un papel cada vez más preponderante, desconocido hasta entonces, sin que esto supusiera necesariamente que la autoridad espiritual, o casta sacerdotal, dejara de desempeñar su función de conservadora y transmisora de la doctrina tradicional.42 Sin embargo, si hasta el comienzo del dwâpara-yuga existía una clara supremacía de la autoridad espiritual sobre el poder temporal, lo cual es conforme al orden jerárquico de la institución tradicional de las castas,43 con la llegada de dicha edad aparecen las primeras tentativas por invertir ese orden, es decir de que el poder temporal prevalezca sobre el espiritual. En efecto, es en esa remota edad donde han de darse las primeras sublevaciones de la casta guerrera contra la sacerdotal, lo que presumiblemente se da ya en la propia tradición atlante cuando ésta entra en su período de decadencia, así como en otros lugares, pues la tradición hindú habla de esa época como de un período de predominio de los kshatriyas sobre los brahmanes. Por otro lado, esta misma tradición menciona que el restablecimiento del orden y el equilibrio rotos por esas sublevaciones requirió en ocasiones la intervención de un Avatar divino.44 

Cuando las relaciones de la autoridad espiritual y el poder temporal se basaron en ese equilibrio, el conjunto del orden social vivía conforme al dharma, pues el principio de la acción, y sus múltiples expresiones en ese mismo orden social, derivaba directamente del punto de vista metafísico, que es en el que toda acción encuentra su origen y su razón de ser, exactamente igual que el movimiento de la rueda surge de su centro inmóvil. El espíritu guerrero, en sí mismo, no representa ninguna desviación, salvo cuando se ha empleado como un poder anti-tradicional y subversivo, lo cual, siempre que ha sucedido, ha provenido de formas degeneradas de la casta guerrera. Todo lo contrario de lo que sucede cuando ésta se ha limitado a cumplir con su verdadera función encomendada dentro del orden tradicional, que ha sido siempre la de velar por éste, y protegerlo. De ahí que uno de los atributos del poder temporal haya sido siempre el de la justicia (y sus símbolos la espada y la balanza), como aplicación en el ámbito humano del equilibrio y armonía universal.

Retomando el hilo de lo que decíamos anteriormente, la tendencia rajásica que caracteriza la edad de bronce promueve en muchos pueblos un impulso hacia la conquista y la expansión, y al desarrollo, en consecuencia, del arte militar y guerrero. Esto permite también la comunicación entre diferentes formas tradicionales alejadas entre sí en el espacio, y la fusión en muchos casos de varias de ellas. En el caso de la tradición atlante, situada originariamente en la "isla en mitad del océano", su expansión conquistadora la lleva hacia los continentes que estaban a su Occidente y su Oriente, es decir América por un lado, y Europa (especialmente su costa occidental), el norte de Africa y toda la cuenca del Mediterráneo por otro, llegando incluso hasta el Medio-Oriente y la Mesopotamia. Esto confirma lo que decíamos más arriba con respecto al recuerdo que muchos pueblos de esas áreas geográficas tienen de un contacto ancestral con la civilización atlante, de la cual incluso algunos se consideran herederos más o menos directos.

El Diluvio. Fin de la Civilización Atlante

En plena expansión de la civilización atlante sobrevino uno de los más grandes cataclismos de la historia, sólo comparable con el acontecido por la inclinación del eje terrestre al comienzo de la edad de plata. Se trata del Diluvio, al que la Biblia describe como universal, pues afectó prácticamente a todo el planeta, hasta el punto de modificarse su configuración geográfica de forma muy notable. En consecuencia, es bastante probable que no sólo desapareciera la Atlántida, sino también aquel otro continente situado en el océano Pacífico, y sede también de otra gran civilización, cuyos herederos fueron, y siguen siendo en alguna medida, los pueblos que actualmente habitan las cientos de islas agrupadas bajo el nombre de la Polinesia y la Micronesia, entre todos los cuales existe una identidad de cultura y de raza, lo que testimonia un origen común. En ese formidable cataclismo hemos de ver también el anuncio de un cambio cíclico de orden a la vez cósmico y humano, si bien dicho cambio no supone el fin de la edad de bronce, ya que ocurre hacia la mitad de ésta, es decir unos 6.000 años antes del kali-yuga.45 

En realidad, a lo que pone fin el Diluvio es a una humanidad que agotó sus posibilidades, entrando en un claro proceso de degradación que la conduciría a su desaparición, si no totalmente (pues esto hubiera representado el fin del Manvántara), sí en una parte considerable de ella. Precisamente cuando en el cap. VI (5,12) del Génesis se habla de la "corrupción generalizada del género humano" es a ese período al que hace referencia. Se imponía, por tanto, un cambio y una profunda renovación en el conjunto de la humanidad, lo que se tradujo en la creación de formas tradicionales adaptadas a las nuevas condiciones cíclicas. Esas adaptaciones, necesarias para ir conservando el Conocimiento y la doctrina metafísica, continuaron en manos de la autoridad espiritual, que es, como siempre, la que tiene que llevar a cabo dichas adaptaciones. El ejemplo de Noé es bastante ilustrativo a este respecto, pues él representa precisamente a esa autoridad en su función de conservadora y transmisora del Conocimiento. El "Arca de Noé" es justamente el símbolo de esa conservación: la reunión en el Arca de todas las especies ha de verse sobre todo como un símbolo de la salvaguarda de la doctrina, de lo esencial de ella misma, constituyéndose así en los gérmenes del nuevo período cíclico, comprendido todavía dentro del actual Manvántara.46 Como nos dice Guénon a este respecto el Arca del Diluvio también "es una representación del Centro supremo, considerado especialmente en tanto que asegura la conservación de la tradición, en el estado de cierto ocultamiento, en el período transitorio que es como el intervalo de dos ciclos y que está señalado por un cataclismo cósmico que destruye el estado anterior del mundo para dar lugar a uno nuevo".47 El Arca (la nave) flotando por sobre la superficie de las "aguas inferiores" durante el pasaje de un ciclo a otro ofrece, en efecto, una imagen perfecta de esa conservación, o protección, de la Ciencia Sagrada, o Filosofía Perenne, que se mantiene así "aislada" de las perturbaciones que suceden en el mundo exterior.48 Cuando las "aguas se retiran" un orden nuevo aparece en la Tierra y en la humanidad, que establece, como leemos en el Génesis, una "nueva alianza" con el Principio. Esa "nueva alianza" conlleva, como dijimos, la creación de nuevas formas tradicionales, que por el hecho mismo de esa alianza vuelven a restablecer el vínculo con el Centro supremo. Los "hijos de Noé" y sus genealogías representan a todos esos pueblos postdiluvianos, al menos a aquellos que habitaron las zonas del Oriente Medio y el Africa nord-oriental, es decir a los pueblos descendientes de Sem, Cam y Jafet.

El período que se inicia a partir de entonces podría denominarse, como dice el Génesis, de "purificación del género humano", si bien siempre se tratará de una regeneración relativa, habida cuenta de que nos encontramos en la edad de bronce, exactamente en su segunda mitad. El episodio que describe el comportamiento de Cam respecto a su padre Noé, al burlarse de su desnudez, y su posterior "maldición", nos indica que no toda la humanidad participaba de esa regeneración, y persistían los elementos disolventes del período anterior, aquellos que motivaron el "castigo" divino, según la terminología bíblica. En este sentido, recordaremos que de los descendientes de Cam debían salir, mucho tiempo después, aquellos que edificaron la Torre de Babel, el símbolo de la "confusión de lenguas" y que según los datos tradicionales es el hecho que señala el fin de la edad de bronce y el comienzo de la "edad oscura".

Kali-Yuga o la Edad de Hierro

En efecto, no deja de ser significativo que sea la "confusión de lenguas" el signo distintivo por el que da comienzo la edad más sombría del Manvántara. Antes de esa edad "era la tierra toda de una sola lengua y de unas mismas palabras",49 lo que ha de ser interpretado como la confirmación de que todos los pueblos tenían la misma Tradición, o tradiciones lo bastante próximas entre sí como para poder ser comprendidas por todos. La conciencia de esa identidad común, restaurada tras el Diluvio, comienza nuevamente a perderse, pero esta vez esa pérdida se hace más profunda en razón del brusco descenso cíclico que se produce con la entrada en el kali-yuga.50 El toro del Dharma tan sólo se apoya con un pie, simbolizando así el gran desequilibrio que distingue a la última edad, y muy especialmente a las últimas fases de ésta. Los Puranas hindúes describen con todo detalle la naturaleza y las tendencias de los seres humanos durante esta edad, las cuales se van acentuando conforme se acerca a su fin. "Cuando reinan el engaño, la mentira, la inercia, el sueño, la maldad, la consternación, la aflicción, la turbación, el miedo, la tristeza: esto se llama la Edad Kali, que es tenebrosa". "Durante este período los hombres son cortos de vista (es decir, tienen muy limitadas sus facultades intelectuales), tienen pocos recursos, son glotones, libidinosos, indigentes; las mujeres libertinas y malintencionadas".

La tendencia tamásica, descendente y obscura, prevalece sobre satwa y rajas, sin que éstas desaparezcan totalmente, pues la continuidad de la existencia humana y cósmica exige la presencia de los tres gunas en sus diferentes combinaciones. Por eso el comienzo del kali-yuga es muy diferente a sus períodos últimos, pues a pesar de que el tono general de esa edad esté marcado por tamas y su poder solidificante, no por ello dejan de actuar las energías respectivas de satwa y rajas. Podríamos decir que un cierto equilibrio entre las tres prevalece al principio de la edad de hierro, como no podría ser de otra manera, ya que, como llevamos dicho, las condiciones que imperan en todo comienzo de ciclo son, a su medida, análogas a las que se dieron en el origen del Manvántara. La idea de una "aurora" y de un "crepúsculo" aplicable a cualquiera de los grandes ciclos humanos sirve también en el caso de la edad de hierro, en cuya primera mitad se vive, en efecto, en unas condiciones cualitativamente muy superiores a las que se darán en su segunda parte. Por otro lado, recordaremos también que cada una de las edades del Manvántara constituye un ciclo completo en sí mismo, y obedece a las mismas leyes que regulan y estructuran el ciclo más grande, en el que está comprendida. El kali-yuga, como todas las demás edades, es un subciclo del Manvántara, y hasta su número de años, 6.480, guarda una exacta proporción con el total del gran ciclo, de 64.800 años. Ese diez por ciento de la duración del kali-yuga con respecto al Manvántara entraña un componente simbólico de enorme importancia, y explica muchas cosas de la historia sagrada del último ciclo humano. Aquí entramos de lleno en el sentido cualitativo de los números, y en cómo estos reflejan realidades de un orden mucho más profundo que el simplemente literal y cuantitativo. Todo ello se ajusta al "sentido de las proporciones",51 que representa un componente esencial del orden y la armonía universal, pues gracias a él siempre existe una relación permanente y concordante entre la parte y el todo, y en el caso que nos ocupa entre los ciclos menores y mayores.

Según esa relación observamos que las cuatro divisiones del kali-yuga se reparten según la proporción de los números 4, 3, 2, 1, exactamente igual que para el total del Manvántara. En este sentido recurriremos a lo que G. Georgel expone en Les Quatre Âges de l'Humanité, págs. 211 y siguientes. Este autor observa que:

"En estas condiciones, el conjunto del Kali-Yuga, el período protohistórico e histórico que va del 4450 a. d. C. al 2030 d. C., y cuya duración es de 6.480 años, se subdividiría en cuatro sub-edades de duración respectivamente proporcional a los números 4, 3, 2 y 1; la última sub-edad teniendo como duración (en números redondos): 6.480 : 10 = 648."

Sigue a continuación la siguiente cronología para las cuatro sub-edades del Kali-Yuga.

    1ª sub-edad (de oro); duración: 4 x 648 = 2.592 años,
        del -4450 al -1858.

    2ª sub-edad (de plata); duración: 3 x 648 = 1.944 años,
        del -1858 al +86.

    3ª sub-edad (de bronce); duración: 2 x 648 = 1.296 años,
        del +86 al +1382.

    4ª sub-edad (de hierro); duración: 1 x 648 = 648 años,
        del +1382 al +2030."

En este cuadro expuesto por Georgel, vemos que cada una de las sub-edades, o sub-ciclos, del kali-yuga comprendería una décima parte de las edades completas del Manvántara. La primera de ellas, de 2.592 años, sería un reflejo de la edad de oro en el kali-yuga. La segunda, de 1.944 años, equivaldría a la edad de plata. La tercera, de 1.296 años, a la edad de bronce. Y por último, la cuarta, de tan sólo 648 años, a la edad de hierro. Esta última edad sería la fase "más obscura de la edad obscura", y pertenece enteramente a los tiempos modernos, en donde la desacralización de la existencia humana ha llegado a ser prácticamente total. Según esto podríamos decir que el conjunto del kali-yuga aparece como una síntesis de todo el Manvántara, y por tanto el tiempo donde se manifestarán tanto los aspectos más positivos como los más negativos del mismo.

Por otro lado, esta sucesión decreciente de las diferentes sub-edades del kali-yuga manifiesta la tendencia cada vez más compresiva del tiempo. El mundo, en efecto, entra en su período de mayor solidificación, lo que se ve reflejado en el hecho de que la piedra comienza a sustituir a la madera como elemento principal de la construcción, ya se trate del hábitat como de la construcción de los templos y santuarios. Ello trae consigo un mayor grado de sedentarización, como consecuencia del cual se asiste a un desarrollo de la agricultura, naciendo también con ella el sentido de "posesión de la tierra", hasta entonces desconocido, y que traerá consigo un cambio substancial en las relaciones que el hombre mantenía hasta ese momento con el medio terrestre. En contrapartida la "cultura del agro" desarrollará todo un simbolismo relacionado con el mundo vegetal, lo que dará lugar a un cambio cualitativo en la cosmovisión de los pueblos sedentarios. Lo mismo podríamos decir de todas aquellas artes y ciencias que tienen su desarrollo en el espacio, como la arquitectura, la cerámica, la pintura, la metalurgia, el tejido, la escritura, etc. Los historiadores y antropólogos aluden a este período del kali-yuga con el nombre de Neolítico,52 la edad en la que se "talla la piedra". Naturalmente nuestro punto de vista es muy diferente al de la ciencia oficial,53 aunque hemos de reconocer que ésta tiene razón cuando habla de que la llegada del Neolítico trajo consigo una verdadera "revolución" en las culturas de casi todos los pueblos de la Tierra. Pensemos también en los profundos cambios que debieron sobrevenir, en todos los aspectos de la vida, con la "invención" de la rueda como utensilio de uso práctico (sobre todo como medio de locomoción y comunicación), y no ya tan sólo en su aspecto ritual y simbólico, que es como se entendía exclusivamente hasta ese momento.54 

Pero en cualquier caso, en todas las culturas tradicionales las innovaciones "técnicas" se hicieron siempre teniendo en cuenta ciertos límites en cuanto a su aplicación práctica. A pesar del descenso cíclico, las primeras civilizaciones del kali-yuga se asentaban en una concepción del mundo plenamente sacralizada, y por consiguiente el punto de vista "profano" les era tan ajeno como lo fue en las edades anteriores. Los hombres de esas civilizaciones sabían perfectamente que rebasar esos límites hubiera supuesto una "ruptura" en el equilibrio general del mundo, con las nefastas consecuencias que se producirían en el conjunto de la existencia humana y terrestre. Nuestros lejanos antepasados estaban persuadidos de que la noción de límite y de encuadre protector era más necesaria que nunca, sobre todo teniendo en cuenta que la tendencia tamásica era la que predominaba ya en esos primeros tiempos de la "edad sombría". Las aplicaciones prácticas y técnicas (por ejemplo en el arte de la construcción) siempre estuvieron supeditadas a los principios derivados de la Ciencia Sagrada, que a su vez dependían enteramente de las realidades metafísicas.55 Es evidente que esto no ha sucedido con la civilización moderna, la cual representa, en este sentido, una verdadera anomalía, pues precisamente ella nace como resultado de la negación de todo principio de orden trascendente. La ausencia de cualquier referencia vertical conlleva también la pérdida del sentido de la proporción y la medida, como lo demuestran fehacientemente todos esos "adelantos" científicos y técnicos (impulsados por la idea falaz del "progreso indefinido") que nos están llevando a la destrucción, aquellos mismos que no quisieron desarrollar las antiguas civilizaciones por la sencilla razón de que no concebían un mundo que no estuviera regido por las "leyes del Cielo".

Volviendo a la división cuaternaria del kali-yuga según el cuadro anterior de G. Georgel, indicaremos que a las dos primeras sub-edades corresponden el período de constitución de las grandes civilizaciones del kali-yuga, aquellas que se extendieron, en lo que respecta al continente Euroasiático y norte de Africa, a lo largo del eje horizontal que va desde el extremo-oriente hasta la parte más occidental de Europa, y entre las que merecen destacarse la china, la hindú, la caldea, la egipcia, la minoico-cretense, la celta, la persa, la judía, la griega y la romana. En todas ellas (y en otras más de las que apenas tenemos noticias) estuvieron los grandes centros sagrados del Mundo Antiguo, perpetuando así, en la edad más oscura del Manvántara, la presencia siempre viva de la Cosmogonía Perenne en toda la variedad de sus expresiones culturales, simbólicas y míticas. En este sentido merece destacarse el hecho de que todas esas civilizaciones se constituyeron bajo la influencia de dos corrientes principales: las que procedían de la tradición atlante y las que lo hacían más o menos directamente de los pueblos hiperbóreos. En algunos casos fue la unión de esas dos corrientes las que dieron origen a una determinada civilización, como fue el caso de la celta y la caldea.56 Estas, derivadas como Egipto de la tradición atlante, reciben sin embargo el influjo de los pueblos descendientes de la hiperbórea que emigraron del Norte hacia el Sur en oleadas sucesivas durante toda la primera mitad del kali-yuga, llegando a conformar lo que se ha dado en llamar la civilización indoeuropea, abarcando gran parte del Asia central, el valle del Indo, la Mesopotamia, el Cáucaso y la práctica totalidad de Europa, y aglutinada en torno a una lengua madre común, de la que derivó el sánscrito y numerosas otras lenguas emparentadas con él, como la persa, la griega, el latín, las lenguas galesas y célticas, el antiguo eslavo, el armenio, lituano, el lapón y los derivados de todas ellas. En este sentido no hemos de olvidar que de entre los pueblos hiperbóreos que descendieron hacia el Sur, la parte más importante la constituía los antecesores de los actuales hindúes, que trajeron consigo los símbolos, los ritos y la doctrina (expresados a través de los Vedas) entroncada directamente con la Tradición primordial, y cuya lengua vehicular era precisamente el sánscrito.57 

Una excepción a esta regla es la de la tradición egipcia, que procediendo de la corriente atlante recibe sin embargo el influjo de los pueblos procedentes del Sur, muy probablemente de Etiopía y del Africa negra.58 Pero en cualquier caso, el Egipto pre-dinástico entronca directamente con la Atlántida (y a través de ésta con la Tradición primordial), y hemos de decir que ese elemento originario permaneció vivo durante todo el Egipto histórico, predominando sobre el resto de influencias que esa civilización necesariamente tuvo que recibir de otras formas tradicionales tras más de cuatro mil años de existencia. Y aunque sólo sea de pasada, no podemos dejar de nombrar el importante papel desempeñado por el sacerdocio egipcio en la conservación y transmisión de la Ciencia Sagrada antediluviana y primordial.59 

En cuanto a la otra gran civilización, la china o la extremo-oriental, ella surge al comienzo del kali-yuga como depositaria también de una herencia mucho más antigua, que sin duda se remonta a los primeros tiempos del Manvántara. En efecto la tradición china que aparece al inicio de la edad de hierro permanecía bastante fiel a sus orígenes primordiales, pues los cambios que se produjeron en ella siempre se hicieron dentro del más estricto respeto a las antiguas tradiciones, rasgo éste que también se da entre los hindúes, lo cual les ha permitido conservar a lo largo del tiempo, tanto a unos como a otros, lo esencial de la doctrina metafísica. En la civilización extremo-oriental esa doctrina tomó a partir de un momento dado el nombre de Taoísmo y en la hindú el de Vedanta.


Continuación

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Notas
(*) [Este artículo apareció originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis, Nº 21-22, "Ciclología. Fin de Ciclo IV". Barcelona, 2001. No hallándose ya en la web de la revista se publica hoy aquí con el permiso expreso de su autor.]
38 La isla de Avalon, donde habitan los Thuatha de Danan, los "Hijos de la Diosa", desempeña un papel muy importante en la leyenda del Graal, pues hacia ella se dirige la barca que contiene al rey Arturo después de su muerte.
39 Las Hespérides, hesper en griego y vesper en latín -la tarde, es decir Occidente- son hijas de Atlas (como las Pléyades), considerado como el rey de la isla occidental, es decir de la Atlántida.
40 Revolte Contre le Monde Moderne, cap. IV de la segunda parte. La desaparición del sol por Occidente y su descenso en las profundidades del océano, indica simbólicamente el pasaje al mundo invisible, donde "muere" para renacer posteriormente y alumbrar (en el sentido también de "dar a luz") un nuevo día, o un nuevo ciclo. 
41 Sobre los tres gunas, ver Guénon, El Simbolismo de la Cruz, y también el cap. VIII de La Rueda: Una imagen simbólica del cosmos, de F. González. 
42 Entre los representantes de la autoridad espiritual en diversas tradiciones baste nombrar a los astrólogos-sacerdotes caldeos, a los druidas entre los pueblos celtas, a los sacerdotes egipcios, a los patriarcas y profetas entre los hebreos, los brahmanes entre los hindúes, los toltecas entre las civilizaciones de Mesoamérica, etc. 
43 Las cuatro castas (sapiencial, guerrera, artesana y campesina) en que siempre se han estructurado las sociedades antiguas (sobre todo las sedentarias) surgen también como consecuencia de la ruptura del equilibrio que regía durante la edad de oro, en la que no se conocía esa división por el hecho mismo de que todos los hombres participaban por igual de la Unidad en la plenitud de su libertad interior. Como nos dice Guénon a este respecto: "La distinción de las castas, con la diferenciación de las funciones sociales a la cual corresponde, resulta en suma de una ruptura de la unidad primitiva; es entonces que aparece también, como separado el uno del otro, el poder espiritual y el poder temporal, que constituyen precisamente, en su diferente ejercicio, las funciones respectivas de las dos primeras castas, la de los Brahmanes y la de los Kshatriyas. Por otra parte, entre estos dos poderes, así como entre todas las funciones sociales atribuidas a los diversos grupos de individuos, debía existir originariamente una perfecta armonía, por medio de la cual la unidad primera era mantenida en la medida que lo permitían las condiciones de existencia de la humanidad en su nueva fase, porque la armonía no es en suma sino un reflejo o imagen de la verdadera unidad" (Autorité Spirituelle et Pouvoir Temporel, cap. I. Ed. Vega, París, 1976).
    Según la tradición hindú en el satya-yuga sólo existía una casta -o supra-casta por estar más allá de ellas-, llamada hamsa. La palabra casta está en relación con varna, que significa "color" y también "cualidad", referida a la naturaleza del ser individual, a sus atributos o tendencias interiores (y por tanto en relación también con los gunas), por medio de los cuales dicho ser está en armonía con el dharma o ley universal. Es obvio que todo esto no tiene nada que ver con las "clases sociales" sobre las que se sustenta la sociedad moderna, las cuales constituyen una parodia de la verdadera institución de las castas. Ver, a este respecto, R. Guénon: "Varna" en Etudes sur L'Hindouisme. Acerca de la palabra hamsa Alan Watts recuerda que es "una de las múltiples imágenes del Sí-Mismo, el Ave Divina que incuba el mundo como si fuera un inmenso huevo. Se dice también que con la sílaba ham el Sí-Mismo exhala, desperdigando así las galaxias por todo el universo, y que con la sílaba sa inspira y atrae de nuevo a todas las cosas a su unidad primera. Si repetimos las sílabas ham-sa varias veces, éstas llegan a confundirse con la expresión sa-ham, o sa-aham, que significa 'Yo soy esto' y ESTO (el Sí-Mismo) es lo que todos los seres son". ("El mito básico", ensayo corto incluido en El Gran Mandala, Ed. Kairós).
44 Ya en la misma edad de plata, el trêtâ-yuga, se conocieron algunas de esas intervenciones avatáricas para subsanar ciertas desviaciones en la propia casta sacerdotal. Acerca de este punto remitimos al interesante estudio de J. D. de Villedieu sobre "El Descenso cíclico" en el mismo Nº de  la Revista SYMBOLOS. Añadiremos que los Avataras son diez y representan las sucesivas manifestaciones de Vishnu a lo largo del Manvántara. El último Avatara se manifestará al final del presente Manvántara, lo que el cristianismo llama la "segunda venida" de Cristo, y que no es otro que el Kalki-Avatara de la tradición hindú. Es interesante señalar que tara es el nombre de la estrella polar en sánscrito, por lo que podríamos decir que Avatara significa también el "descenso del polo", en este caso del polo espiritual, lo cual tal vez tendría relación con el "Dios en nosotros" del nombre Emmanuel. 
45 Pero si el Manvántara se divide según cinco "grandes años" (de 13.000 años cada uno en números redondos), el Diluvio correspondería al fin del cuarto "gran año". La teoría cíclica de los cinco "grandes años", fue expuesta por primera vez por Guénon -aunque está presente en la Tradición Precolombina-, y desarrollada posteriormente por G. Georgel en varias de sus obras, y más especialmente en Les Quatre Ages de L'Humanité, cap. VII, al que remitimos al lector. Ella se basa fundamentalmente en la analogía de los cinco "grandes años" con los cinco elementos, incluido el éter, en estrecha relación también con las cinco razas de la humanidad, considerando dentro de ellas a la primera de todas: la hiperbórea, la que englobaba en potencia a las cuatro restantes, como el éter contiene también en potencia a los cuatro elementos, que surgen de él por adaptaciones sucesivas. Hemos de decir que esta teoría se complementa perfectamente con la doctrina de las cuatro edades, que es la principal y la que se ha de tomar siempre como modelo, aunque introduce dentro de ella otras lecturas relacionadas especialmente con los ciclos en los que cada una de las diferentes razas ha desarrollado lo que portaba dentro de sí, tomando por ello mismo un papel preponderante durante un determinado período del Manvántara. Señalaremos que el mismo autor indica que el fin de cada "gran año" coincide con un cataclismo cósmico que provoca la dislocación de los continentes, modificando, y renovando, la configuración del planeta. 
46 Podría existir una analogía entre el Diluvio, que renueva las condiciones de existencia de nuestro Manvántara, y el fin del Manvántara anterior, que según la tradición hindú finaliza debido a un cataclismo provocado por el agua, como el del actual lo será por el fuego, según todas las tradiciones. Ver "Algunos aspectos del simbolismo del pez", que conforma el cap. XXII de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada
47 El Rey del Mundo, cap. XI. Sirviéndonos de la analogía entre el macrocosmos y el microcosmos, podríamos decir que ese período de oscuridad, o de caos, que existe entre un ciclo y otro, es el que acontece también en el ser humano cuando cambia de estado, ya sea tras su muerte natural, o como consecuencia de la "muerte iniciática" vivida durante el proceso espiritual.
48 Según la tradición hindú, la transmisión de la Sabiduría Perenne a lo largo de los ciclos cósmicos es llevada a cabo por los "siete rishis", en sánscrito "luces", cuya morada simbólica se encuentra en las siete estrellas de la Osa Mayor, también llamada en la tradición china "Balanza de jade". Según Guénon en los siete rshi reside, pues, la "perpetuidad" del Veda, el cual "ha de entenderse, según la significación etimológica de la palabra (derivada de la raíz vid, saber), como la Ciencia por excelencia o el Conocimiento sagrado en su integridad". Ver Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XXIV.
49 Génesis, XI, 1.
50 Ese progresivo oscurecimiento intelectual (o espiritual) viene acompañado también de un notable acortamiento de la vida humana, el cual ya se había ido produciendo durante el período postdiluviano. Mientras Noé vivió más de novecientos años, sus hijos, Sem concretamente, no superó los quinientos, en tanto que sus descendientes fueron progresivamente disminuyendo en edad hasta llegar a Téraj, padre de Abraham, que vivió doscientos cinco años. Abraham mismo vivió ciento setenta y cinco años.
51 Acaso es ese mismo sentido de las proporciones el que hace que Abraham tenga que pagar su "diezmo" a Melquisedeq, el rey de Salem, que no es otro que el propio "Rey del Mundo", o Manú, el regente del Manvántara
52 En Europa la cultura del neolítico se origina muy posiblemente a partir de una corriente atlante que se estableció en el viejo continente (especialmente en sus regiones occidentales y noroccidentales) tras el cataclismo que puso fin a su civilización. Recientes investigaciones han destacado la unidad cultural de los pueblos neolíticos, expresada a través de sus monumentos y de una identidad común en lo que se refiere a la toponimia, lo que revela la existencia de una misma familia lingüística entre todos ellos. Además también se sabe que existía un sistema viario que comunicaba entre sí los centros más importantes repartidos por toda la geografía europea, lo que refuerza la idea de esa identidad cultural. De la presencia de la civilización neolítica todavía quedan algunos testimonios que han desafiado el paso del tiempo, de los que destacamos por ser los más conocidos el cromlech (literalmente "círculo de piedras") de Stonehenge, o el "templo estelar" de Glastonbury, ambos en Inglaterra; de Newgrange en Irlanda, de Sternsteine en Alemania, o los dólmenes de Carnac, en la Bretaña francesa. Acerca de este último lugar resulta por lo menos curioso que también en el antiguo Egipto existiera un importante centro espiritual con el mismo nombre: Karnac. Sobre Stonehenge y Glastonbury recomendamos la obra Nueva visión sobre la Atlántida, de John Michell, Ed. Martínez Roca. En cuanto a Glastonbury también el cap. XII de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, titulado "La Tierra del Sol".
    Acerca de Stonehenge he aquí lo que nos dice J. Godwin: "Stonehenge y el pueblo que lo construyó eran Apolíneos en el sentido de que estaban dedicados al sol, a la astronomía, las matemáticas y la música (…). Emerge el panorama de una elevada y ordenada civilización europea en el tercer milenio a. C., de la cual los arqueólogos no conocen casi nada". "Anales del Colegio Invisible" (III, Orfeo).
53 Nos referimos a la ciencia más oficial, aquella que todavía arrastra el lastre positivista y materialista del siglo XIX. Otra cosa bien distinta son todos aquellos investigadores actuales que se acercan a los vestigios culturales de los pueblos arcaicos y tradicionales con el ánimo de conocer la concepción del mundo de esos pueblos (expresada a través de sus símbolos, ritos y mitos) y extraer de ella una enseñanza en relación con el conocimiento de la cosmogonía. Y no nos referimos tan sólo a determinados historiadores de las religiones (como por ejemplo M. Eliade), sino también a todos aquellos que se dedican al estudio de las más antiguas astronomías, dando nombre así a una ciencia nueva: la Arqueoastronomía. Como ejemplo de esto último recomendamos En Busca de las Antiguas Astronomías, de E. C. Krupp, Anthony F. Aveni y otros. Ediciones Pirámide, Madrid 1989. Igualmente, y en lo que se refiere a las culturas prehistóricas de la Península Ibérica, Baleares y Canarias, el libro Arqueoastronomía Hispana, de Juan Antonio Belmonte y otros. Ed. Equipo Sirius, Madrid, 2000.
54 Existe, sin embargo, una excepción en la utilización "técnica" de la rueda. Se trata de las antiguas civilizaciones precolombinas, que se abstuvieron siempre de ese uso. "El que la rueda 'técnica' fuese un tabú para estas civilizaciones y que su aplicación práctica estuviese censurada -por ejemplo en el transporte-, es un hecho que está referido a la repugnancia de utilizar algo sagrado a niveles profanos. Ruedas y engranajes son los que han traído la mecanicidad, la deshumanización y la desintegración del mundo contemporáneo". Federico González: La Rueda. Una imagen simbólica del cosmoscap. VI. Para un conocimiento de las culturas precolombinas desde el punto de vista simbólico y metafísico, ver también del mismo autor Los Símbolos Precolombinos. Cosmogonía, Teogonía, Cultura.
55 Hablamos antes de la agricultura, y hemos de añadir a lo dicho que para los hombres antiguos ésta era igualmente una técnica, un arte, y en la que desde luego intervenían conocimientos de las fuerzas sutiles que determinan las cualidades del espacio terrestre, es decir de la ciencia de la geomancia, y que se complementaban perfectamente con los que procedían de la observación de los fenómenos celestes y astronómicos, tan estrechamente vinculados a la actividad agraria. En todos los pueblos tradicionales, en fin, existía lo que se podría llamar una "ingeniería sagrada", sustentada en el conocimiento profundo de las leyes internas que rigen el cosmos.
56 Entre la Céltida y la Caldea hay más vinculaciones de lo que parece a primera vista. Ambos nombres no designaban tan sólo a un pueblo y una raza, sino ante todo una casta sacerdotal, que en el caso de los caldeos estaba especialmente ligada al conocimiento de la ciencia astrológica y astronómica. Por otro lado, la palabra caldeo es idéntica a kaldes, los habitantes de la antigua Caledonia, actualmente Escocia.
    Anteriormente hemos hablado del encuentro entre Abraham y Melquisedeq, y hemos de decir que ese "encuentro" ha sido interpretado como el episodio que señala el punto de unión del pueblo hebreo con la Tradición primordial, siendo a partir de entonces que dicho pueblo estará legitimado para cumplir con su función tradicional dentro del kali-yuga, pues esa unión representa la transmisión de una influencia espiritual directamente emanada del Centro supremo. Se trataría entonces de una de esas adaptaciones que tantas veces se han dado a lo largo de la historia, en este caso de la adaptación de un pueblo que, como el hebreo, también procedía de Caldea, pues no debemos olvidar que Abraham provenía de la ciudad caldea de Ur, fundada según diversas fuentes por las colonias atlantes que se establecieron en Mesopotamia tras la desaparición de la Atlántida.
57 En lo que se refiere a la civilización celta como punto de unión entre las dos corrientes atlante e hiperbórea, remitimos sobre todo al capítulo XXIV de los Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, titulado "El Jabalí y la Osa", que es sumamente importante para comprender determinadas claves de la historia y la geografía sagradas. También a "Lugar de la Tradición Atlante en el Manvántara", cap. incluido en Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos. Asimismo el libro de Philippe Lavenu L'Esotérisme du Graal. Secret du Mont Saint-Michel, cap. II). 
58 Es muy probable que la unificación del Bajo Egipto y el Alto Egipto (simbolizada por la doble corona del faraón) tuviera que ver con ese encuentro con las culturas meridionales.
59 Ver a este respecto "La Tumba de Hermes", de Guénon, aparecido en el Nº 17-18 de la Revista SYMBOLOS, y que conforma uno de los capítulos de Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos. Ahí se afirma que el epíteto de "Trismegistos" tributado a Hermes significa "Tres veces grande", o "Triple por sabiduría", triplicidad que a veces "se encuentra desarrollada en forma de tres Hermes distintos". El primero, llamado "Hermes de los Hermes" es antediluviano, y los otros dos, considerados como postdiluvianos, son el "Hermes babilonio" y el "Hermes egipcio"; y concluye diciendo: "esto parece indicar muy claramente que las tradiciones caldea y egipcia se habrán derivado directamente de una sola y misma fuente principal, la cual, dado el carácter antediluviano que se le reconoce, no puede ser otra que la tradición atlante". El mismo autor, en su Aperçus sur l'Initiation, cap. XLI, afirma que Thot-Hermes "no es otra cosa que la representación misma del antiguo sacerdocio egipcio o, para hablar con mayor propiedad, del principio de inspiración 'supra-humana' de donde aquel extraía su autoridad y en el nombre del cual formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático".

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