El Renacimiento.
Síntesis de la Tradición Occidental
y Eclosión del Hermetismo
(*)

  Francisco Ariza ︎

LOS “FIELES DE AMOR” Y SU INFLUENCIA EN LA RECUPERACION DE LA CULTURA CLASICA
I


Dijimos en el capítulo anterior que el Renacimiento representó un ciclo histórico completo en sí mismo y que en él se verían realizadas determinadas posibilidades que quedaron latentes en el Medioevo, tal el caso de la Cábala Cristiana, que ya estaba prefigurada en la obra de ciertos filósofos y hermetistas medievales, como por ejemplo Ramón Llull. Al mismo tiempo, también apuntamos que como todo nuevo ciclo el Renacimiento desplegaría sus propias potencialidades latentes, y siempre en relación con los estados del Alma Universal, anunciados por los astros, estados que tienen su correspondencia en el ser humano, influyendo así por su intermedio en el proceso histórico.1 En efecto, el desarrollo de esas potencialidades, que son ideas arquetípicas que se plasman en el tiempo y el espacio a través de las formas culturales que el hombre crea de acuerdo a esas mismas ideas, definirán lo que fue esta época, en la que se incubarán asimismo los gérmenes de un nuevo ciclo que dará lugar a la Edad Moderna, y que vendrá anunciada igualmente por determinados acontecimientos cuya naturaleza tendrá un sentido diferente a los que promovieron el Renacimiento. Así, el pensamiento que engendraría la civilización moderna sería otra de las posibilidades contenidas en el ciclo renacentista, pero que se desplegará ampliamente cuando aparezcan las coyunturas temporales que la hicieron factible, y éstas llegarían a mediados del siglo XVII con el triunfo definitivo de la concepción racionalista del mundo y del hombre, y la influencia que dicha concepción tendrá sobre el significado dado a los descubrimientos de la “revolución científica”.

Lo primero que hay que tener presente es que si bien el Renacimiento aparece por primera vez en Italia, no es un fenómeno exclusivamente italiano, pues en toda Europa se vive por igual el cambio de época. Tengamos en cuenta que Europa, durante la Edad Media, se constituye en una unidad cultural donde todo estaba interrelacionado, y en consecuencia el cambio de ciclo afectaría por igual a todos los países que formaban parte de ella, un cambio que se siente como una renovación de las viejas estructuras medievales (lo que indica que el Renacimiento representó en un aspecto la culminación plena de ciertas corrientes culturales y socio-políticas que nacieron en el Medioevo), y al mismo tiempo como la asunción de una época realmente nueva, con sus inevitables luces y sombras.

Pero sin duda alguna es en Italia donde se empiezan a manifestar y a concretar no sólo las formas externas que va tomando dicho cambio, sino también las corrientes de pensamiento que lo harán posible y que canalizarán su enorme flujo creativo en los distintos ámbitos del arte, la ciencia, las creencias religiosas, y el pensamiento filosófico y metafísico. Uno de los signos más importantes a través del cual podemos atisbar la llegada de ese nuevo ciclo será el renacido interés por todo lo referido a la Antigüedad Clásica, y ciertamente en ningún otro país de Europa se volvió la mirada hacia ella con más intensidad, y nos atreveríamos a decir con más propiedad, que en Italia, que además gozaba, y goza, de una situación geográfica privilegiada (en medio del Mediterráneo) apta para recibir las corrientes intelectuales que le llegarán de su extremo occidental y de su extremo oriental: respectivamente, de España (la Cábala) y de Bizancio o Constantinopla (el Corpus Hermeticum y los textos de la tradición y la filosofía griega, caldea y gnóstica), los cuales serán, junto a la recuperación de la cultura Clásica, el motor de esa gran revolución cultural que fue el Renacimiento. Al mismo tiempo, esa posición geográfica “central” facilitará también que esas corrientes se expandan rápidamente por toda Europa.

En efecto, la Tradición Clásica, o sea la concepción del mundo característica de la cultura greco-romana, o del paganismo, nunca desapareció de la tierra de Italia.2 En ella siempre permaneció el vínculo con el Mundo Antiguo y nunca se interrumpió la cadena iniciática que remontaba hasta él, como lo deja entrever el importante papel que desempeñan Virgilio y otros elementos simbólicos griegos y romanos en La Divina Comedia de Dante, que no olvidemos es una obra donde se hace la gran síntesis del esoterismo cristiano medieval, el cual formaba parte constitutiva del pensamiento tradicional de esa época, y que dicha obra contribuirá a donar a los siglos siguientes. Pero en ella también se describe una historia y una geografía simbólicas que tienen como protagonistas a los filósofos, poetas y héroes civilizadores de Grecia y Roma,3 lo que indica a las claras que para Dante, y para la corriente de pensamiento a la que pertenece (la organización iniciática de los “Fieles de Amor”), la Tradición Clásica continúa viva, y no sólo eso sino que se sienten partícipes de la cadena de la Tradición Occidental considerada en su conjunto. Agustín Renaudet, en su libro Dante Humaniste (París, 1953), corrobora lo que estamos diciendo al afirmar que el poeta florentino:

no cree que entre la antigüedad heroica de los tiempos greco-romanos y las generaciones iluminadas por Cristo se abra un abismo; ni que una brusca y trágica ruptura separe el fin del mundo antiguo y el nacimiento del mundo moderno. El humanismo de Dante no puede renunciar, no quiere renunciar a los principios de la continuidad del espíritu humano (…) Por eso, los dioses del panteón greco-romano ocupan un lugar tan importante en el sagrado poema. Por eso, Dante reconoce la grandeza del viejo Júpiter. Por eso, el sagrado poema invoca al comienzo de cada uno de sus tres cantos, e incluso en los umbrales del paraíso, al Apolo helénico.

Asimismo, esa presencia de la cultura Clásica también la encontramos en otros libros de Dante, como en De Monarquía,e incluso en La Vita Nuova y El Convivio, y, en mayor o menor medida, en la de casi todos los demás integrantes de los Fieles de Amor, cuyos miembros más conocidos, además de Dante, fueron Guido Guinizzelli, Lapo Gianni, Guido Cavalcanti, Cino da Pistoia, Dino Compagni, Giácomo da Lentini, Cecco d’Ascoli, Francesco da Barberino y Brunetto Latini, sin olvidarnos naturalmente de Petrarca y Boccaccio, que vivieron por entero en el siglo XIV y que han sido considerados como los precursores del Humanismo renacentista, y por lo tanto los que más contribuyeron en la recuperación y fortalecimiento de la cultura Clásica.4

Aunque su origen está en Italia (y más concretamente en la Toscana) los Fieles de Amor se extendieron también por otros países europeos, especialmente en Francia, y dentro de ésta sobre todo en las regiones centrales y del Mediodía (la antigua Occitania), donde florecieron a lo largo de los siglos XIII, XIV y XV las cortes de los nobles interesados en los estudios de los clásicos y el Hermetismo. Hablamos por ejemplo de la Casa de Borgoña, de Berry, o de Anjou. En esta última destacan sobre todo Roberto y René de Anjou. El primero, Roberto de Anjou (1278-1343), tuvo su corte principal en Nápoles, donde precisamente Boccaccio pasó su juventud conociendo de primera mano la poesía del “amor cortés”. Por su parte, René de Anjou (1409-1480) escribió una obra titulada Libro del Corazón de Amor Prendido, inspirada en el símbolo del Amor tal y como lo entendían precisamente los Fieles de Amor y los trovadores, esto es, como personificación misma de la “Madonna Inteligencia”. Este rey funda una orden sustentada en todas estas ideas emanadas de la literatura hermético-alquímica, siendo su divisa “alabanza creciente”.5 Es de señalar que René de Anjou pasó gran parte de su vida en la Provenza, que junto al Languedoc es donde hubo un mayor interés por la doctrina de los Fieles de Amor, y esto sin duda alguna tiene su origen en la historia de ambas regiones francesas, que fueron secularmente tierras de encuentro de tradiciones llegadas de diferentes lugares a lo largo de toda la Edad Media, e incluso antes, como es el caso de la Cábala y las diversas corrientes herméticas y alquímicas vinculadas con las gnosis orientales y alejandrinas, etc. En definitiva, era un terreno abonado para que, efectivamente, los Fieles de Amor encontraran allí una expansión de sus ideas.6

Precisamente a los Fieles de Amor se debe la creación de ese movimiento literario conocido como el dolce stil nuovo, estrechamente ligado con la “lengua de oc” (de ahí el nombre de Languedoc), la que los trovadores utilizaban como vehículo de su arte.7 Al igual que la “lengua de oc”, el dolce stil nuovo constituía un lenguaje poético por medio del cual se vehiculaban ideas y principios ligados con la búsqueda del Conocimiento, pues la poesía era entendida entre los Fieles de Amor y los trovadores como la lengua en la que la Deidad habla a los hombres, aunque esté velada por la propia palabra, la que al mismo tiempo puede revelarla; es decir, que la palabra actúa a modo de símbolo, el cual efectivamente vela y revela la idea que contiene en el interior de su forma. Recordemos, además, que la “lengua de oc” ha pasado a ser sinónimo de la “lengua de los símbolos”, debido precisamente a su carácter de lengua vehiculadora de las ideas relacionadas con el conocimiento de la Cosmogonía Perenne, y tal vez sea esta la razón, entre otras, por la cual Dante hablaba de la “lengua de oc” como de su “lengua materna”. En efecto, tanto los Fieles de Amor como los trovadores occitanos y provenzales, toman el lenguaje poético como un vehículo mediante el cual se narran las experiencias de un proceso espiritual consistente en invocar al Dios Amor y revestirse de una fuerza interior que “despierte a la mente que duerme” en palabras de Cavalcanti, y lleve finalmente a la unión con la Diosa Sabiduría, descrita siempre como una “Dama”. Francesco da Barberino, en su obra Documentos de Amor, habla justamente de esta Dama, identificándola con la propia doctrina metafísica, que al darnos el Conocimiento, la Gnosis, nos conduce a la verdadera vida; lo mismo sostiene Jacques de Baisieux en su Feudos de Amor cuando concibe a éste como vencedor de la muerte, lo cual ya está implícito en la propia palabra Amor: “A-mor”, es decir “no muerte”. Mas para alcanzar ese estado es necesario la pureza de corazón (el “cuore gentile”), o sea el corazón liberado de las pasiones y entregado enteramente a la contemplación de la Sabiduría, la que se derrama en él como en un recipiente. Las siguientes palabras del mismo Jacques de Baisieux son bastante explícitas en este sentido:

El Amor, que no es lento en conocer a sus fieles, va volando hacia aquel por el que suspira la Dama, lo hiere con su lanza y le da un golpe tal, que le saca el corazón del pecho y se lo lleva a su Dama.

Precisamente en tierras del Languedoc y la Provenza estuvo exiliado el fiel de amor ya nombrado Brunetto Latini (1220-1294), viviendo en Montpellier durante un tiempo y en otras ciudades provenzales. Según se cree también dio clases en París, y sus estudios e investigaciones le llevan a traducir a los clásicos (Salustio, Cicerón, etc.) al toscano, y muy probablemente también el Roman de la Rosa, poema hermético escrito en el siglo XIII atribuido a Guillaume de Lorris y Jean de Meung, y en donde también se describe el proceso iniciático como la búsqueda y finalmente la unión del alma con el Espíritu, utilizando como soporte la energía del amor al Conocimiento;8 esa misma energía fue invocada ya por Ovidio en su Arte Amatoria, que no por casualidad será fuente de inspiración permanente para los trovadores y los Fieles de Amor.9 Lo mismo podemos decir en lo que respecta a Platón, quien habla del dios Amor como intermediario –al igual que Hermes– entre los dioses y los hombres. Sobre el Amor, o Eros, dice Platón en El Banquete que:

Interpreta y transmite a los dioses las cosas humanas y a los hombres las cosas divinas, las súplicas y los sacrificios de los unos y las órdenes y las recompensas a los sacrificios de los otros. Colocado entre unos y otros rellena el hueco, de manera que el Todo quede ligado consigo mismo. A través de él discurre el arte adivinatoria en su totalidad y el arte de los sacerdotes relativa a los sacrificios, a las iniciaciones, a los encantos, a la mántica toda y a la magia. La divinidad no se pone en contacto con el hombre, sino que es a través de este género de seres por donde tiene lugar todo comercio y todo diálogo entre los dioses y los hombres.

Brunetto Latini fue asimismo traductor de varios libros sobre cosmología, historia, ciencias de la naturaleza, retórica y política, obras procedentes tanto de autores griegos y romanos, como de cristianos, árabes y judíos, a los que reunió, tradujo y comentó en una obra enciclopédica dividida en tres partes titulada Los Libros del Tesoro, en la que compendia todo cuanto ha podido reunir del saber antiguo y medieval. Escrita durante su exilio en Francia, y en lengua francesa, menciona a la Filosofía como “la raíz de donde crecen todas las ciencias que el hombre puede conocer”.10

Pero los Fieles de Amor miran también hacia el sur de Italia. Es allí, y más concretamente en la culta corte siciliana del emperador Federico II, donde se gesta una poética semejante a la provenzal y que influye asimismo en la creación del dolce stil nuovo, en el que, como estamos viendo, convergen diversas tradiciones medievales. A todo esto hemos de destacar que las regiones del mediodía italiano fueron antaño conocidas como la Magna Grecia (allí nació y se desarrolló nada menos que la escuela de Pitágoras), y de las que además nunca desaparecía por entero la lengua y la cultura griegas, como lo atestigua el hecho de que en la propia corte de Federico II se reanudaran sin dificultad los lazos con Bizancio y su entorno cultural, que comprendía a Grecia y una parte importante del Oriente Próximo. Este dato no es menor para el tema que estamos tratando, pues el restablecimiento de la relación con la civilización bizantina (con todo lo que ésta conservaba de la antigua cultura Clásica) crearía las condiciones propicias para que la tradición humanista, que estaba germinando en ese momento, empezara a conocer las obras de los antiguos filósofos griegos. Por eso no es de extrañar que el sentimiento de pertenencia a la cultura grecolatina renaciera de nuevo en Italia a finales de la Edad Media11 y constituyera sin duda un elemento que facilitaría la propagación de dicha cultura no sólo entre la élite intelectual, sino entre los distintos estamentos sociales (artesanos, artistas, comerciantes, etc.) que vivían en las ciudades italianas, las cuales ya desde el siglo XII y sobre todo del XIII adquirieron una importancia fundamental en el paso de la sociedad medieval a la renacentista, y que se iría traduciendo en un cambio paulatino de la mentalidad del hombre que habitaba en ellas. Como veremos más adelante Florencia será el modelo de la ciudad renacentista que se propagará por toda Europa. 12

El Humanismo, centrado en la recuperación de la cultura Clásica, sería una de las manifestaciones más visibles y paradigmáticas de ese cambio de ciclo, y estamos convencidos que los Fieles de Amor, hacia el final del Medioevo, fueron una de las corrientes esotéricas que más contribuirían a crearlo. Además, podían asegurar algo muy importante desde nuestro punto de vista: la continuidad de ciertas ideas esenciales en el ciclo naciente, lo que con toda seguridad impidió una ruptura traumática en Europa tras el fin de la civilización medieval, y no sólo eso sino que se trazaron los ejes fundamentales para la futura “reconciliación” de la Antigüedad con las perspectivas culturales abiertas con el nuevo ciclo. Esto nos hace pensar que como lengua literaria el dolce stil nuovo fue creado, entre otras razones, para “exteriorizar” precisamente aquellas ideas e influir a través de ellas en el medio cultural de la época, como es el caso de la obra más popular de Boccaccio, El Decamerón, en la cual y bajo la apariencia de “cuentos” se vierten ideas de contenido claramente esotérico e iniciático.

Por ello mismo también se hizo necesario que la lengua vehicular apta para comunicarlas fuese, no el latín (que quedaría como lengua eclesiástica y “erudita”), sino precisamente la que Dante llamaba la “ilustre lengua vulgar”, es decir la lengua vernácula y natural hablada por la mayoría, pues se trataba precisamente de adecuarse a las nuevas condiciones impuestas por el cambio de época, signadas en ese momento por la necesidad de que el saber se “divulgara”, o mejor “descendiera” sobre el mundo e hiciera partícipe de él a quien lo buscara con verdadero interés.13 Y el dolce stil nuovo creado por los Fieles de Amor fue un intento de adecuar la “ilustre lengua” a esa necesidad, haciendo de ella también un vehículo del pensamiento filosófico, tal como en su tiempo hiciera Cicerón con la lengua latina.14 Esto lo expresa ciertamente Dante en El Convivio cuando habla de repartir entre muchos el alimento (espiritual) que cae de la mesa de los sabios, siendo estas palabras un ejemplo del alto concepto de humanismo que dimana de los Fieles de Amor:

Por consiguiente, a bien considerar manifiesto es que son pocos los que quedan que puedan alcanzar la plenitud del ser a que todos aspiran, e innumerables los que están impedidos y permanentemente viven con hambre de este alimento. ¡Oh, felices aquellos pocos que se sientan a la mesa donde se come el pan de los ángeles, y míseros aquellos que con las ovejas comparten la comida!

Sin embargo, como todo hombre es naturalmente amigo de todo hombre, y como todo amigo duélese del defecto de aquel que ama, los que de tan alta mesa se alimentan no sin misericordia consideran a los que en alimento de bestias interminablemente están comiendo hierba y bellotas. Y dado que la misericordia es madre del beneficio, siempre con generosidad los que saben llevan de su buena riqueza a los verdaderos pobres, y vienen a ser como una fuente viva, cuya agua refrigera la natural sed del saber antes señalada.

Y ahora, queriendo aparejarles mesa, es mi intención servir un general banquete de lo que les he mostrado, y de aquel pan necesario para una tal vianda, sin el cual no podrían comerla. Y este es el banquete digno de aquel pan, con alimento que pretendo no servir vanamente.15

En efecto, como organización iniciática los Fieles de Amor conocían las leyes cíclicas de ese momento histórico, y supieron interpretar los signos de su tiempo para conservar el saber antiguo heredado de sus antepasados, un saber que debía nutrir intelectualmente al nuevo ciclo canalizando en un sentido superior las energías que emergieron con él. Y además tuvieron un papel activo en todo ello, escribiendo obras que trataban precisamente de la recuperación de ese legado glorioso, resaltando su benéfica influencia. Por eso era importante “hacer entender”, mediante la lengua común, el pensamiento que emanaba de la “fuente de enseñanza”, es decir de los principios universales aplicados en los diversos campos de la actividad humana, fuente que entre los Fieles de Amor está situada a los pies del “Arbol de la Vida”, es decir del “Eje del Mundo”. Por todo ello, pensamos que con las acciones llevadas a cabo sobre la cultura de su época, esto es con la influencia ejercida en la corriente de ideas que germinaban en las mentes más lúcidas de ese momento, los Fieles de Amor asegurarían que el interés por el mundo Clásico que se despertó por doquier no se quedara finalmente en una simple nostalgia por la Antigüedad, sino que más bien se convirtiera en un acicate para despertar ideas-fuerza todavía latentes que debían actualizarse y contribuir a la regeneración de Occidente, buscando así canalizar el desarrollo de nuevas posibilidades que se concretarán en las principales corrientes intelectuales y artísticas que conformarán el Renacimiento.

Sin embargo, ciertos estudiosos de este período consideran que el hombre renacentista buscó en esa vuelta a la Antigüedad una forma de definirse frente a ella. Por ejemplo Eugenio Garin, que en su, por otro lado interesante libro, Medioevo y Renacimiento afirma (cap. IV) lo siguiente:

Entonces precisamente [es decir, cuando se toma conciencia de esa pretendida ruptura del Renacimiento con la Antigüedad y la Edad Media] es cuando se plantean las exigencias más vivas de nuestra cultura: la preocupación por definirnos a través de la definición de lo que se diferencia de nosotros; la adquisición del sentido de la historia, que es sentido del tiempo; el reconocimiento de la historia y del tiempo como dimensiones distintivas de la vida del hombre; la liberación y la separación para siempre de la imagen de un mundo sólido y fijo, dividido en grados y cristalizado en una jerarquía; mundo definitivo que constituye un cosmos para la contemplación, y que el tiempo no afecta, porque confía en la eternidad y eternamente gira en órbitas eternas”.

El autor señala una tendencia que desde luego también se dio en los comienzos del Renacimiento, pues es evidente que hubieron quienes consideraron la herencia Clásica y la medieval como algo del pasado, como una antigualla sin relación alguna con su vida presente, en la que igualmente se abren nuevas posibilidades, pero que sin el “influjo” sutil de aquella herencia serán posibilidades que se circunscribirán sólo al ámbito de lo individual, es decir a todo aquello que en la vida del ser humano se encuadra dentro de los límites espacio-temporales, y cuyo desarrollo entrañará inevitablemente el alejamiento paulatino de todo sentido trascendente, suprahumano y “vertical” inherente a esa vida misma. Está claro que ese alejamiento es la consecuencia directa de la pérdida de ese cosmos “dividido en grados y cristalizado en una jerarquía”, y por lo tanto de la pérdida también de cualquier principio de orden metafísico, pérdida que en efecto acabaría por limitar la existencia del hombre a la esfera de lo histórico y temporal. Los paladines de ese pensamiento estaban convencidos de que esto era en definitiva lo “distintivo” y lo propio del ser humano, cuando en verdad no es sino un aspecto que define tan solo su naturaleza individual, que evidentemente no es lo único que conforma al ser humano. 16

Por otro lado, definirse frente a la cultura Clásica no siempre y en todos los casos significó infravalorar esa cultura sino por el contrario reconocer sus valores y principios, que para muchos hombres del siglo XIV y del Renacimiento fueron un auténtico revulsivo que les hizo darse cuenta precisamente de todas las potencialidades que estaban por actualizar en su tiempo, y por lo tanto en sí mismos. Es cierto que en los comienzos del Renacimiento el alma europea se encontraba sumida en una dualidad como consecuencia de vivir todavía en dos mundos, pero como veremos más adelante esa dualidad es superada en los espíritus más lúcidos al hacerse partícipes de una cosmovisión que abarcaba, en una síntesis fecundadora, toda la herencia cultural y espiritual de Occidente.

Recordemos nuevamente que desde nuestro punto de vista el Humanismo no surgió como una reacción “frente” a la Edad Media, ni tampoco fue un signo de decadencia con respecto a ella, sino que más bien representó una de esas necesarias adaptaciones para que precisamente la Tradición continuara viva bajo unas condiciones cíclicas diferentes a las anteriores. No olvidemos que el Humanismo es una consecuencia directa del rescate de la cultura Clásica, y por lo tanto está en la médula misma del Renacimiento; constituye por así decir las señas de identidad, la “marca” de esa época, pero esto no significa que el Humanismo fuera sin más la negación de lo suprahumano, y sólo hay que atender a lo que dicen no sólo los Fieles de Amor, sino por supuesto la metafísica de un Nicolás de Cusa, también los neoplatónicos bizantinos como Gemisto Pletón o Bessarion, o aquellos que pertenecieron a la Academia de Florencia con Marsilio Ficino a la cabeza, o los cabalistas cristianos como Pico de la Mirándola, Reuchlin, Egidio de Viterbo, Giorgi, la magia natural de Agrippa y Paracelso, el Tomás Moro de Utopía, la filosofía de un Tomasso Campanella y Giordano Bruno, los renacentistas herméticos isabelinos, como John Dee, y los rosacruces Valentín Andrae, Robert Fludd, Michel Maier, Jacob Boehme y todos los alquimistas, etc., etc., es decir a los representantes de la Tradición Unánime en ese período de la Historia de Occidente, y a los que podríamos integrar dentro de lo que se ha dado en llamar el “Humanismo Hermético” en el sentido más amplio de la palabra, y que para nosotros define perfectamente el espíritu que creó el Renacimiento y el que inspiró sus mejores obras, aquellas que conservaron y transmitieron precisamente la idea de lo intemporal, esto es la existencia en medio del movimiento perenne de la rueda del mundo de verdades y principios eternos, que el hombre puede conocer pues está en su naturaleza más interna realizar esa posibilidad.

El hombre es el centro de universo, pero en el sentido de que está “en medio”, entre “lo de arriba” y “lo de abajo”, y esa posición central expresa precisamente el papel de intermediario que ocupa en el cosmos y que le permite llegar a conocer todos sus planos y niveles pues, como microcosmos que es, los contiene a todos al estar hecho a “imagen y semejanza” del Ser universal.17 Y más aún, en su naturaleza esencial, en el núcleo más íntimo de su ser, reside la posibilidad única de superar su propia condición humana y cósmica. De ahí que en uno de los libros herméticos más importantes esté escrito lo siguiente:

“¡Oh Asclepios, qué gran maravilla es el hombre!”18

que Pico de la Mirándola corrobora en su Discurso sobre la Dignidad del Hombre:

En el momento del nacimiento del hombre, el Padre le concedió simientes de toda especie y gérmenes de todo tipo de vida. Los que cada uno haya cultivado, éstos crecerán y darán sus frutos en él. Si son vegetales, se convertirá en planta; si sensuales, se volverá animal irracional; si intelectuales, será ángel e hijo de Dios. Y si, insatisfecho con toda clase de criaturas, se recogiere en el centro de su unidad, hecho un único espíritu con Dios en la solitaria oscuridad del Padre, que está situado por encima de todos los seres, a todos aventajará.

Y en otra obra suya titulada Sobre la Astrología:

Las maravillas del espíritu son mayores que las del cielo […] Nada grande hay en la tierra, si no es el hombre, y nada grande en el hombre fuera de su espíritu y su alma. Si te elevas hacia ellos, habrás ascendido aún más allá del cielo.

Todo lo cual concuerda con las siguientes palabras de Federico González:

El hombre es pues mediador, no sólo en su función central sino también como un pequeño demiurgo en una creación que ha existido desde siempre y que se encuentra permanentemente inacabada, viva, en constante metamorfosis y que él puede transformar ya que aparece como el punto o la unidad donde convergen todas las energías creacionales, coronando y dando sentido al plan divino al restablecer los contactos que revelan las analogías, pues el mundo sensible se refleja en el inteligible como el inteligible en el sensible. Todo ello gracias a una red donde el Amor es el protagonista y el matrimonio (Hieros Gamos) entre el Cielo y la Tierra una cópula perpetua.19

Con lo único que verdaderamente rompieron los humanistas del siglo XIV que prohijaron el Renacimiento fue con aquella escolástica terminal que acabaría por paralizar la creatividad del hombre europeo, paralización que no sólo abarcaría el ámbito de la filosofía y la teología, sino también el de las artes y todos los campos de la cultura en general. En efecto, fue la respuesta a ese escolasticismo desviado respecto de sus propios principios lo que en definitiva provocó la “reacción” que haría surgir el Humanismo, palabra cuya primera definición fue dada ya por un autor romano del siglo II d.C., Aulus Gellius, que en sus Noches Aticas afirmó lo siguiente:

Quienes forjaron las palabras latinas y las usaron correctamente no quisieron que humanitas fuese lo que entiende el vulgo y que los griegos llamaron filantropía, que significa una cierta actitud benevolente hacia todos los hombres por igual; sino que llamaron humanitas aproximadamente a lo que los griegos llaman paideía y nosotros conocimiento y formación en las buenas artes; porque los hombres que desean y apetecen estas cosas son los más humanos. Entre todos los seres vivos, sólo al hombre le ha sido concedido el cuidado y disciplina de esta ciencia, y por eso ha sido llamada humanitas.

Si el escolasticismo fue un racionalismo que acabó finalmente por encerrar al hombre en sus limitaciones y condicionamientos, el verdadero humanismo fue todo lo contrario: lo preparó para superarlos mediante el aprendizaje y el conocimiento de los principios expresados en “las buenas artes”, aquellas que para los antiguos griegos estaban desarrolladas en su más alta expresión en la obra de Platón, que fue para los humanistas del Renacimiento, salvo algunas excepciones, el modelo por excelencia a seguir.

Notas

(*)   [Este artículo apareció originalmente en la revista SYMBOLOS Telemática, Solsticio de Verano 2009. No hallándose ya en la web de la revista se publica aquí con el permiso expreso de su autor.]

1    Ver Las Utopías Renacentistascap. I. En este capítulo, titulado “Artes Ignotas del Renacimiento”, y en verdad en todo el libro, Federico González nos ofrece, desde la perspectiva del esoterismo y del símbolo, algunas de esas posibilidades todavía latentes en Occidente hechas realidad en el Renacimiento. Este libro, junto a La Cábala del Renacimiento, y Hermetismo y Masonería, suponen una guía indispensable para conocer el verdadero significado de esa época y su aportación a la Historia de la cultura occidental (y por ende universal), pues en todas estas obras se hace una síntesis de las ideas que conformaron esa cultura y de los autores que las expresaron y las vivieron, abriéndonos así nuevas vías de estudio e investigación para la comprensión de las mismas, lo que en definitiva repercutirá en quien vea en dicho estudio un soporte para su propia realización interior.

2    Aunque para ser rigurosos hemos de decir que tampoco desapareció enteramente en los distintos reinos y países de la Edad Media occidental, que fue menos monolítica de lo que normalmente se cree, y por otro lado siempre existieron períodos relacionados con determinados florecimientos culturales en los que de una u otra manera el legado antiguo intervino como fermento de los mismos. Pero la diferencia fundamental con el Renacimiento italiano es que en éste los mitos griegos y romanos no tuvieron que adaptarse necesariamente a los temas de la tradición cristiana, como sí ocurrió en el Medioevo. Durante el Renacimiento los mitos y misterios paganos volvieron a florecer y a transmitir de nuevo sus enseñanzas cosmogónicas y metafísicas, enseñanzas que encontraban muchas veces analogías y correspondencias con los misterios cristianos, tal cual lo podemos comprobar en las síntesis llevadas a cabo por Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola, entre otros.

3    Es así que encontramos entre las deidades olímpicas a Júpiter, Apolo, Minerva, y entre los filósofos, poetas, héroes y emperadores, a Homero, Orfeo, Heráclito, Eneas, Rifeo de Troya, Sócrates, Platón, Zenón, Cicerón, Séneca, Euclides, Tales, Tolomeo, César, Trajano, etc. En este contexto, es de destacar el apelativo de “maestro” que Dante le dirige constantemente a Virgilio durante sus recorridos por los distintos planos cósmicos entre los que se desarrolla el viaje iniciático que es en realidad La Divina Comedia.

4    Los Fieles de Amor eran en efecto una organización iniciática análoga a las corrientes esotéricas pertenecientes al hermetismo cristiano, dentro de las cuales acabaron por incrustarse tradiciones europeas muy antiguas con sus mitos y símbolos, como los que se desprenden de la leyenda del Grial y todas aquellas relacionadas con la saga del rey Arturo, de origen celta.

5    También el Duque de Borgoña Felipe III funda en 1429 una orden de caballería inspirándose en los mitos clásicos recuperados por el Renacimiento. Hablamos concretamente de la Orden del Toisón de Oro, cuya leyenda y simbolismo reposa en el mito de Jasón y los Argonautas, centrado en la conquista del Vellocino de Oro. Es muy probable que la creación de esta Orden tuviera como fin, en un sentido al menos, la defensa de la Cristiandad frente al Imperio otomano, aunque esto no se contrapone con otra lectura que alude a un contenido claramente alquímico e iniciático. En este sentido, Antoine Faivre, en Espiritualidad de los movimientos esotéricos modernos (cap. I) nos dice lo siguiente: “Servirá también, como invita su nombre, a relanzar el mito de Jasón en el imaginario europeo, mito que servirá de estructura paradigmática y figurativa al opus alquímico mismo, de tema a la novela del pre-Renacimiento, y de esquema iniciático a partir del siglo XVI. Hacia 1460 Raoul Lefevre escribe una novela titulada Historia de Jasón en la que por supuesto es el oro –alquímico y espiritual– el tema fundamental, remitiéndose las maravillas desplegadas por el relato a ese denominador común”.

6    De la Provenza era oriundo el fiel de amor Jacques de Baisieux, que nos legó varias obras importantes, entre ellas una titulada precisamente Feudos de Amor.

7    La “lengua de oc” se hablaba también en otras regiones de Francia, como Gascuña, Aquitania, Limosin, Picardía y Auvernia. Asimismo, la influencia de la literatura trovadoresca se hace sentir en los países germánicos, donde los trovadores son conocidos con el nombre de minnesinger. También en la península Ibérica es notable esa influencia sobre sus tres lenguas principales: el castellano, el catalán –con vinculaciones muy estrechas con el occitano–, y el galaico-portugués. Se conocen nombres de trovadores catalanes como Guillem de Berguedà, Ramón Vidal de Besalú, Ponç de la Guàrdia, Guerau de Cabrera, etc. Este último destaca en sus versos a los antepasados greco-latinos y judeo-cristianos, así como las gestas llevadas a cabo por los héroes carolingios. También ciertos reyes aragoneses eran asimismo trovadores, y el propio rey castellano Alfonso X el Sabio fue durante su juventud un trovador que compuso muchos versos, legándonos por ejemplo Las Cántigas en lengua galaico-portuguesa.

8    Añadiremos que Jean de Meung escribió la segunda parte del Roman de la Rosa inspirándose en Las Lamentaciones de la Naturaleza de Alain de Lille, quien pertenecía a la escuela de Chartres, al igual que Bernardo Silvestre, también llamado Bernardo de Tours (Comentario a la Eneida, Cosmographia), Guillermo de Conches (Philosophia MundiGlosas al Timeo) y Juan de Salisbury (Policraticus), entre muchos otros. Por otro lado, la “lengua de oc”, y en consecuencia el dolce stil nuovo, recibieron el influjo de la filosofía platónica y hermética desarrollada a lo largo del siglo XII en ese importante centro de pensamiento tradicional, y en este sentido es relevante el hecho de que el mismo Bernardo Silvestre pasara largos años de su vida en Montpellier, al igual que Brunetto Latini. Con la escuela de Chartres también tuvo contacto el duque Guillermo IX de Aquitania (1071-1126), considerado como el primer trovador que escribió sus versos en romance y no en latín. Es de destacar que a la corte de Guillermo IX acuden los bardos irlandeses y británicos que traían consigo la memoria de sus tradiciones orales y su literatura épica, enriqueciendo la trovadoresca y gestando poemas como el de Tristán e Isolda, donde se recogen las historias, mitos y leyendas relacionadas con la tradición celta y vinculadas con la iniciación a los misterios del Amor. En este contexto es importante destacar asimismo que en su Comentario a la Eneida Bernardo Silvestre toma las aventuras del héroe troyano Eneas como un símbolo de las etapas que realiza el alma humana en su peregrinaje hacia el centro de sí misma, teniendo como soporte y vehículo de realización a las siete Artes Liberales, las mismas que los Fieles de Amor consideraban grados iniciáticos en la escala del Conocimiento, estando relacionados además con los siete cielos planetarios. Todo ello serviría como fermento intelectual para el desarrollo de una “poética metafísica” que llega hasta los Fieles de Amor, y que éstos transmitirán al Renacimiento, encontrando posteriormente un eco fructífero en la Academia Platónica de Florencia creada por Marsilio Ficino.

9    En Arte Amatoria podemos leer esta auténtica declaración de guerra contra los “dudosos” en el camino del Conocimiento (lo que en la Alquimia se conoce con el nombre de mixtos), que no acaban de entregarse y ser absorbidos en las ideas más altas: “¡Fuera los cobardes! Nuestro señor, Amor, en sus campos de batalla, desdeña vuestra tibia servidumbre.” Esta es una alusión clara a la “guerra interna” o “gran guerra santa” que se desata en el viaje hacia el Conocimiento, y que Petrarca expresó de esta manera: “En el alma la guerra, y la paz en la boca.”

10    Añadiremos que Brunetto Latini llegó a ser canciller de Florencia, y estuvo un tiempo en España visitando la corte de Alfonso X el Sabio, de quien se había declarado partidario durante el litigio que éste mantuvo con otros pretendientes para conseguir la jefatura del Sacro Imperio tras la muerte de Federico II, al que le unían vínculos de sangre. En España contactó además con la cultura judía y árabe, y es bastante probable que tuviera acceso a ciertos conocimientos del sufismo islámico que transmitiría posteriormente a Dante y Guido Cavalcanti, precisamente las dos cabezas visibles más destacadas de los Fieles de Amor en ese momento, finales del siglo XIII. Esto no se opone, sino que más bien se complementa con lo que apunta René Guénon al respecto en El Esoterismo de Dante, a saber: que esos conocimientos, de orden cosmogónico y metafísico, le llegaron a Dante por otros conductos, como es el caso de las propias órdenes de caballería cristianas de carácter hermético que tuvieron contacto con análogas órdenes islámicas durante el tiempo de las Cruzadas.

11    A caballo entre el siglo XIII y XIV, encontramos en distintas ciudades de Italia (fundamentalmente Padua, y sobre todo Bolonia, en cuya universidad –la más antigua de Europa– estuvo uno de los focos más importantes del movimiento humanista y diversos poetas del dolce stil nuovo y Fieles de Amor como Cino da Pistoia, Dante y Petrarca estudiaron allí) a un tal Lovato Lovati, a Giovanni del Virgilio y Albertino Mussato, entre otros, buscando y coleccionando textos clásicos procedentes de la antigua Roma. Este último, Albertino Mussato, poeta e historiador, escribió una obra titulada Historia augusta del emperador Enrique VII, que no es otro que Enrique VII de Luxemburgo, que como ya dijimos en el capítulo anterior intentaría devolver su antiguo significado al Sacro Imperio. También hemos de destacar la figura de Cola di Rienzo, que quiso restaurar a su vez la antigua República romana y con el que Petrarca tuvo una estrecha relación epistolar, en la que le brindaba su apoyo para la consecución de dicha empresa. Aunque es obvio que ese intento fracasaría, sin embargo nos hace ver hasta qué punto y grado existía ese interés por recuperar la herencia Clásica.

12    “El rasgo distintivo de las ciudades toscanas, sobre todo de Florencia, consiste en haber difundido, incluso entre las capas inferiores de la población, el sentido del derecho y de la dignidad civil […] El artesano florentino fue el primero de Europa que participó de la cultura científica. Las artes mecánicas llegaron a relacionarse íntimamente con las bellas artes […] El ojo y la mano preparan los primeros elementos de la ciencia del intelecto y, en su conjunto, el pensamiento se pone al servicio no de la especulación soberbia y estéril, sino de aquella otra ciencia que luego Bacon llamaría scientia activa”. Carlo Cattaneo, La Ciudad como principio.

13    Como también nos recuerda en este sentido René Guénon (“Nuevas apreciaciones sobre el lenguaje secreto de Dante”, cap. VI de Aperçus sur l’ésoterisme chrétien), para Dante y los Fieles de Amor la “lengua vulgar”, en este contexto al menos, no tenía el sentido de banal o trivial que comúnmente se le atribuye, sino más bien era sinónimo de “lengua natural”, o “lengua materna”, aquella que todo hombre recibe por transmisión oral desde su cuna. De acuerdo con esto la “lengua natural” sería un símbolo de la lengua primordial, la hablada por los primeros hombres. Para conocer un poco más el simbolismo de los Fieles de Amor recomendamos la lectura no sólo de este capítulo sino también del IV, V y VII de Aperçus sur l’ésoterisme chrétien. Igualmente el ya citado El Esoterismo de Dante.

14    Precisamente a Cicerón se debe el hecho de haber ampliado el concepto de humanismo a partir del momento en que hizo del latín una lengua capaz de servir de vehículo al pensamiento filosófico venido de Grecia. En efecto, es a partir de la reforma de esta lengua llevada a cabo por Cicerón que se pudo traducir al latín las obras de los filósofos griegos. En cierto modo puede decirse que Cicerón “creó” la lengua latina, que se convertiría poco tiempo después en la de todo un Imperio y en la “lengua madre” de la que surgirían las distintas lenguas y dialectos romances habladas en muchos lugares de Europa. Claro está que Cicerón ya se encontró con un clima favorable para realizar dicha empresa, pues hemos de tener en cuenta que la influencia de la filosofía griega se introdujo en Roma desde que ésta conquistó Grecia en el siglo II a.C. El poeta Horacio ya se refería a todo esto cuando escribió: “La Grecia conquistada conquistó a su feroz vencedor e introdujo las artes en el rústico Lacio”.

15    Convivio, I, 1, 7-10.

16    Nos preguntamos a qué se debió esa incomprensión y cuáles fueron las ideas que se incubaron en el alma europea para que se llegase a ella, y cuya consecuencia fue una desviación que acabaría por dar los argumentos teóricos a quienes siglos más tarde crearon el racionalismo y todas sus derivaciones. Todo apunta a la teología de Guillermo de Ockham y sus discípulos (que vivieron entre el siglo XIII y XIV, contemporáneos por tanto de Dante, Petrarca y Boccaccio) el origen de esa desviación. Ockham perteneció a lo que se dio en llamar el “nominalismo”, sistema filosófico que negó aspectos esenciales de la filosofía platónica y aristotélica (como la presencia de los principios universales en el interior del ser humano), reduciendo todo conocimiento al ámbito de la individualidad, es decir que se dio preeminencia a lo singular en detrimento de lo universal, que aparece como algo indeterminado e incapaz de revelarse como una realidad concreta en la conciencia del individuo. Para muestra he aquí lo que este teólogo inglés nos dice en su libro Comentario sobre las Sentencias: “No existe fuera del alma [individual] ninguna realidad universal ni por ella misma ni por cualquier otro elemento añadido (ya sea un ser real o un ser de razón), ni de cualquier manera que se lo considere o se lo entienda; la existencia de lo universal es tan imposible como imposible es que el hombre sea un asno”.

17    Esta misma posición a la vez central e intermediaria la ocupa la sefirah, o esfera, de Tifereth en el Arbol de la Vida cabalístico.

18    Asclepios, I, 6a.

19    Hermetismo y Masoneríacap. I.


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