El Renacimiento.
Síntesis de la Tradición Occidental
y Eclosión del Hermetismo

Francisco Ariza

LOS “FIELES DE AMOR” Y SU INFLUENCIA EN LA RECUPERACIóN DE LA CULTURA CLáSICA
II
 

Francesco Petrarca (1304-1374), considerado como el primer humanista, decía de sí mismo que vivía simultáneamente en dos mundos, el antiguo y el contemporáneo, encarnando así el espíritu de su época (el Trecento), que, ella sí, era totalmente de transición entre el Medioevo y el Renacimiento. Petrarca dedicó toda su vida al estudio de la Tradición Clásica y se sumergió enteramente en ella hasta tal punto que escribía cartas a Homero, Cicerón, Virgilio, Séneca, Varrón, Quintiliano, Tito Livio y otros autores grecolatinos como si fueran contemporáneos suyos. Dialoga con ellos, les consulta, especialmente a Cicerón que es su modelo latino (como San Agustín es su modelo cristiano), y de él aprende a unir la retórica y la filosofía, es decir la elocuencia de la palabra y el amor al saber (la Filosofía), que es en definitiva sobre lo que se sustenta la tradición humanista, la que recordemos nuevamente vuelve a recuperar la enseñanza derivada de las Artes Liberales. Pero entendemos la Retórica tal y como la entendieron los humanistas latinos y del Renacimiento, y que Platón enseñó en toda su obra: no como el arte de convencer mediante la palabra para obtener ventajas personales o políticas (de poder en definitiva), “sino como el arte de decir la verdad y persuadir de ella a los que escuchan”.20

De hecho, para Petrarca, los filósofos clásicos eran sus contemporáneos y amigos muchos de ellos (tal y como él mismo relata en su obra Familiares) pues había sido absorbido enteramente en ese mundo por la realización íntima de sus valores, los que concilió con el cristianismo y pudo transmitir en sus obras. En Triunfo de la Fama (dedicada a los filósofos más destacados de la Antigüedad) Petrarca redescubre a Platón y lo sitúa en la cima de los sabios antiguos, y podríamos decir que las traducciones de la obra del maestro griego que serán llevadas a cabo durante el siglo siguiente reciben su impulso inicial de Petrarca. De Platón dice lo siguiente:

Volvíme a la izquierda y vi a Platón, que de ese grupo fue el que llegó más cerca de la meta alcanzada por aquellos a los que el cielo concede esto.

Y en otro libro, Sobre la propia ignorancia y la de muchos otros, Petrarca llama a Platón “príncipe de toda filosofía”, y añade a continuación:

¿Quién, preguntarán algunos, otorgó a Platón este primado? No he sido yo, responderé, sino la verdad, como dicen, [a la que] se aproximó, y bastante más que los otros, cosa que reconocen Cicerón, Virgilio –quien sin nombrarlo, le siguió–, Plinio, Plotino, Apuleyo, Macrobio, Porfirio, Censorino, Josefo y, entre los nuestros, Ambrosio, Agustín, Jerónimo y muchos otros, cosa que podríamos probar fácilmente, si no fuese algo conocido por todos. ¿Y quién le negó tal primado, si exceptuamos al necio y ruidoso rebaño de los escolásticos?

Ese desprecio de Petrarca va dirigido sobre todo a los escolásticos de su tiempo (y no a la escolástica en sí misma, a la que recordemos se debe en gran parte la fundación de la Universidad medieval y cuyo apogeo coincide con la expansión del arte gótico), en quienes advierte que han caído en un racionalismo que desvirtúa la propia obra de Aristóteles,21 al que Petrarca desde luego respetaba, como en general también lo hicieron todos los humanistas del Renacimiento.22 Pero éstos volvieron su mirada no sólo a los clásicos greco-romanos, sino asimismo a los textos bíblicos y los clásicos cristianos, es decir a los Padres de la Iglesia anteriores a la Edad Media, que estaban impregnados de la herencia pitagórica, platónica y estoica por transmisión de los filósofos griegos y latinos. Como bien ha dicho Oscar P. Kristeller:

En este, como en muchos casos, podemos llamar a Petrarca un profeta del ya cercano Renacimiento, profeta que abrió el camino que llevaría, por así decirlo, a las traducciones de Platón hechas por Bruni y otros humanistas, y a la primera traducción completa de las obras de Platón, llevada a cabo por Ficino.23

Es de destacar asimismo que gracias a Petrarca, y por influencia nuevamente de Cicerón, la epístola se convirtió en un género literario que se hará famoso en el Renacimiento, pues fue utilizado por los maestros renacentistas como una manera de comunicar sus propias experiencias en la vía del Conocimiento, al mismo tiempo que sirvieron para tejer un conjunto de relaciones y vínculos personales entre todos ellos a lo largo y ancho de Europa.24 En realidad Petrarca es precursor de muchas cosas que se desarrollarán en los siglos posteriores. La arqueología es una de ellas. Llevado por su fervor hacia el pasado, que para él es un presente vivo, Petrarca viaja desde su juventud por distintos países de Europa en busca de los vestigios arquitectónicos de la civilización romana. Colecciona antigüedades, manuscritos, monedas y todo cuanto le puede aportar un conocimiento de la Antigüedad, de cuya memoria se siente fiel depositario, y no sólo eso sino que la transmite y divulga a través de su ingente obra.25

Lo mismo podemos decir de Giovanni Boccaccio (1313-1375) que es el otro gran protagonista de ese período de transición entre la Edad Media y el Renacimiento y un ejemplo del humanista igualmente comprometido con la recuperación de esa memoria donde arraigará la civilización renacentista junto con el vital aporte del Corpus Hermeticum y Platón. Porque la labor esencial de los primeros humanistas, precursores de un tiempo nuevo pero amando profundamente el antiguo, fue la de traer al presente la memoria de lo que ellos consideraban una de las edades culminantes de la cultura humana: la Tradición Clásica. En verdad, la construcción de la civilización renacentista se levanta sostenida por la remembranza de la Antigüedad, que es considerada y vivenciada como un espacio al que hay que descubrir y explorar, siendo esto a nuestro entender uno de los rasgos que distinguirá al Renacimiento de otras épocas: la Antigüedad como una “tierra ignota” presta a ser recorrida como un viaje o aventura espiritual en busca de los orígenes.26 En este contexto la Antigüedad deviene una forma de la diosa Memoria, de Mnemosyne, siempre ligada efectivamente a la vivencia de lo antiguo, o de lo arcaico, pero no tan sólo como un hecho histórico y horizontal, sino fundamentalmente como un estado propio del alma humana, ejemplificado en la virtud de la energía de Saturno, el Ancestro Mítico, el que es invocado por los humanistas, el Dios regente de la Edad de Oro, o sea del Tiempo mítico y del Origen vertical del género humano.27

Se entiende entonces que los primeros humanistas recuperasen el antiguo Arte de la Memoria.28 Nacido en Grecia, aunque desarrollado ampliamente por los latinos (entre ellos Cicerón) y también durante la Edad Media, será sin embargo en el Renacimiento donde este arte llegará a constituirse en una didáctica reclamada por el Hermetismo, que lo convierte en una herramienta importante en el aprendizaje y conocimiento de la Cosmogonía. En este sentido, hemos de tener en cuenta que esos humanistas recuperan algo esencial que desapareció con el anquilosamiento de la escolástica medieval en su periodo terminal durante el siglo XIV: el papel que en ese aprendizaje y conocimiento tiene una cualidad vital para el alma humana; nos referimos a lo que se ha dado en llamar la “imaginación activa”, ligada con el “mundo imaginal”, sustentado a su vez en la naturaleza evocadora del símbolo como revelador de las realidades suprahumanas, es decir de las ideas universales, y que la razón humana, por su propia condición (limitada al ámbito de lo individual), no puede acceder.29 Esa naturaleza evocadora del símbolo, y del lenguaje simbólico, es una forma de la anamnesis platónica, o sea de la memoria o del “recuerdo de sí”, aquella experiencia iniciática que despierta en el hombre esa otra facultad que le hace partícipe de su condición universal: la intuición intelectual. Es esta facultad supraindividual a la que alude Platón constantemente en su obra, y es la que nos permite obtener un conocimiento que no proviene a través únicamente de las impresiones sensoriales (como enseña por su parte Aristóteles),

sino un conocimiento que constituyen, latentes en nuestras memorias, las formas o moldes de las Ideas, de aquellas realidades que conocía el alma antes de su descenso a este mundo inferior. El conocimiento verdadero consiste en adecuar las improntas de las impresiones sensoriales al molde o impronta de aquella otra realidad superior, de la que las cosas inferiores de aquí son reflejos. En el Fedón se desarrolla el tema de que todos los objetos sensibles pueden ser referidos a ciertos tipos de los que son semejanzas. No es en esta vida donde hemos visto o aprendido los tipos, sino que los vimos antes de que nuestra vida comenzase, y está en nuestras memorias su conocimiento innato. El ejemplo dado sugiere referir nuestras percepciones sensoriales de objetos iguales a la Idea de Igualdad, que es innata en nosotros. En objetos iguales, tales como trozos iguales de madera, percibimos la igualdad, porque la Idea de la Igualdad ha sido impresa en nuestras memorias, su sello permanece latente en la cera de nuestra alma. El conocimiento verdadero consiste en adecuar las improntas que provienen de las impresiones sensoriales a la impronta básica o sello de la Forma o Idea con la que se corresponden los objetos de los sentidos En Fedro […] vuelve a desarrollar el tema de que el conocimiento de la verdad y del alma consiste en recordar, en la recordación de las Ideas, vistas una vez por todas las almas, y de las que todas las cosas terrestres no son más que copias confusas. Todo conocimiento y todo saber es el intento de recordar las realidades, de recoger en unidad, por sus correspondencias con las realidades, las numerosas percepciones de los sentidos. [Se dice en el Fedro,249 e-250 d] “En las copias terrestres de la justicia y la templanza y de las otras ideas que tan preciosas son para las almas no hay luz alguna, sólo cierto fuego; acercándose las imágenes a través de los oscurecidos órganos del sentido, capta en ellas la naturaleza de lo que ellas imitan”.30

Al contrario de todo esto, el escolasticismo del siglo XIV (precursor del racionalismo cartesiano), unido a las escuelas filosóficas que negaban el cosmos como un tejido de relaciones, analogías y correspondencias entre todos sus planos, emanados de la Unidad primordial,31 introdujeron finalmente una escisión en la filosofía occidental al rechazar o minusvalorar a Platón y la tradición enraizada en su obra (que recordemos constituye la espina dorsal de la cultura de Occidente, y que está presente todavía en dos escolásticos de la talla de Alberto Magno y Tomás de Aquino), y en consecuencia todo aquello que tiene que ver con la enseñanza de una cosmogonía y una metafísica que ilumina dicha obra y que es al mismo tiempo heredera y adaptadora de las antiguas tradiciones griegas, incluida la órfica y la pitagórica, en donde la presencia del mito y del símbolo asegura, en efecto, el vínculo con la Ciencia Sagrada y las ideas arquetípicas. Ya sabemos que el mito y el símbolo siempre han tenido una función vehicular sustentadas en las leyes de las correspondencias y las analogías, las cuales efectivamente permiten comunicar e interrelacionar todos los planos de la realidad, desde el físico hasta el metafísico, pasando por los indefinidos grados intermediarios de la escala cósmica; uniendo, en fin, el mundo inferior al superior, y viceversa. El hombre realiza así su trasmutación y su transformación como un viaje a través de los grados intermediarios de esa escala cósmica, del eje universal, es decir vive, experimenta, el conocimiento de sí mismo, la totalidad de su ser, y no sólo una parte de esa totalidad.

En realidad el escolasticismo decadente, unido al dogmatismo religioso tan próximo a él, desdeñó el Mundo Intermediario (el mundo de alma, donde se ubica el mundus imaginalis), así llamado porque es el que comunica al hombre con su Principio arquetípico.32 Si se desvaloriza el mito y el símbolo (o simplemente se les ignoran) éstos pierden finalmente su capacidad de fecundar el alma humana impidiéndole a ésta concebir las realidades superiores a través de las imágenes prototípicas que se forman en la substancia cognoscitiva de la mente gracias a esa fecundación. El resultado es un empobrecimiento de la mente misma y su paulatina “caída” en el “racionalismo”; y no sólo eso, sino que quedará inevitablemente aislada en el mundo concreto, material, que al perder su dimensión simbólica y evocadora de otras realidades no será ya capaz de concebir el misterio de la Deidad, inmanente en dicho mundo y en el propio ser humano, que acabará encerrando al “yo” en una cárcel que le impedirá concebir cualquier posibilidad de transmutación, tal y como ha pasado con el hombre de nuestro tiempo, que vive “fuera de sí”, excéntrico con respecto a su verdadera naturaleza.33 Pues en efecto el mito y el símbolo manifiestan otras realidades que yacen ocultas en el ser humano mientras éste no despierte a ellas, esto es, las actualice en su ser; y ese poder de evocación, de remembranza o de reminiscencia, viene dado porque tanto el mito como el símbolo encierran una poética, es decir una poiesis, que es el poder que tiene la palabra –y su traducción correspondiente en la imagen mental– de “crear” y de transformar en un sentido superior y vertical la realidad horizontal y condicionada del mundo y del hombre. Entendemos la poética en el sentido como la define Federico González en los siguientes términos:

Una poética no es sólo una metafórica ni una confusa ensoñación o un vago ‘sentimiento cósmico’ –como el símbolo no es sólo alegoría–, sino más bien una forma de ser, una manera de vivir, siempre relacionada con la búsqueda de la verdad –y en este sentido es heroica–, la sed de conocimiento y por lo tanto la reintegración al sí mismo. Además esta poética, continúa Federico González, está comprometida con el conocer del hombre, al que consideramos parte imprescindible de este proceso perenne de interrelación y expresión, donde la inteligencia universal que él mismo refleja, manifestándose como un arte de indefinidas posibilidades, le brinda la opción de ser todo lo que él conoce. 34

Asimismo, estas otras palabras de René Guénon:

La palabra ‘poesía’ deriva también del verbo griego poieîn, el cual tiene la misma significación que la raíz sánscrita kr, de donde proviene Karma, y que se encuentra también en el verbo latino creare entendido en su acepción primitiva; en el origen se trataba, pues, de algo muy distinto que de la simple producción de una obra artística o literaria, en el sentido profano, único que Aristóteles parece haber tenido presente al hablar de lo que él ha llamado ‘ciencias poéticas’.35

Desde esta perspectiva es más real el mito, y la fábula poética, que la realidad que perciben los sentidos, pues mientras que ésta es susceptible de cambiar constantemente ante nuestros ojos, la realidad que revela el mito y el símbolo es consubstancial al hombre, forma parte constitutiva de nuestra identidad individual y se vive como un estado del alma que, en verdad, constituye un peldaño en la escala evolutiva que nos conduce hacia lo supra-individual, hacia la superación del mundo de las formas (de la “rueda del devenir”) por la identificación con la Diosa Inteligencia y el Ser Universal.36

El poder mágico-teúrgico de la palabra poética lo entendieron perfectamente los primeros humanistas como Petrarca y Boccaccio, y por supuesto sus antecesores los Fieles de Amor, entre ellos Dante, que ya en Sobre la doctrina de la lengua vulgar y El Convivio (“El Banquete”) destaca el valor del lenguaje poético, que cuando está fusionado con la Filosofía, o sea con el amor a la Sabiduría, y recibe de ella su influjo, es portador de una energía-fuerza, de una potencia espermática, capaz de fundar y crear una cultura. Anteriormente dijimos que en La Divina Comedia Dante hace la síntesis de la doctrina del esoterismo cristiano medieval, y hemos de decir que, en cambio, en estas dos obras, El Convivio y Sobre la doctrina de la lengua vulgar, el poeta florentino está formulando algunas de las ideas-fuerza que se desplegarán en el nuevo período que se anuncia en el horizonte, y que consciente de su importancia quiere potenciarlas.

En síntesis Dante destaca el carácter “fundacional” y cosmogónico de la poiesis, de la lengua poética, ya que es por su intermedio que se revela el significado íntimo de las cosas y de los seres, es decir la posibilidad real que ésta tiene de “desvelar” lo que está oculto en el ser, de hacer visible lo invisible; en fin, de que las ideas contenidas en el Pensamiento divino, origen primero de esa lengua (y de todas las cosas en realidad), tomen forma plasmándose y haciéndose real la posibilidad de un nuevo ciclo histórico, con sus instituciones reguladoras de la ciudad, de la polis (que traducen en el orden político-social a esas mismas ideas), y todo ello alumbrado por la luz que refulge de la Mente divina.37 Es decir, la dimensión hacedora de la palabra que traduce lo que en el entendimiento ha depositado la Madonna Inteligencia. Dice a este respecto Dante en El Convivio:

Esta grandeza doy yo a este amigo [a la lengua poética], en cuanto que todo lo que él tiene de bondad potencial y oculta, yo lo reduzco en acto y lo manifiesto en su propia operación, que es manifestar el sentido concebido.38

De ahí que el propio Boccaccio, en su obra Genealogía de los Dioses Paganos,39 dijera que la fábula poética procede “del seno de Dios”, es decir del interior mismo de la Sabiduría divina. Dice exactamente Boccaccio:

La poesía, a la que los negligentes e ignorantes desprecian, es, en efecto, un cierto fervor de encontrar y decir o escribir con excelsitud lo que has encontrado. Este procede del seno de Dios, se concede a pocas mentes, según pienso, en la creación, por lo que, ya que es admirable, siempre hubo muy pocos poetas. Así pues, los efectos de este fervor son elevados, como por ejemplo impulsar a la mente el deseo de decir, imaginar extrañas y nunca oídas invenciones, componer las pensadas con un orden determinado, adornar lo compuesto con una inusitada trama de palabras y de pensamientos, cubrir la verdad con un velo fabuloso y bello. (…) El poeta estudia todo y reconstruye todas las artes, y el resultado lo comunica luego a su creación.40

De aquí se desprenden varias cosas. Primera, que ese “ardiente anhelo”, o “fervor”, es una gracia que el hombre recibe de la propia Deidad, y es en consecuencia la energía que infunde en el alma el deseo “de decir”, de hablar,41 pues es a través de la palabra que las cosas adquieren nombre, o sea sentido y realidad, pasando de la potencia al acto. Segunda, y derivada de lo anterior, que la más alta expresión de dicho fervor es la creación de la fábula poética, que cubre “la verdad con un velo”, expresión ésta que se corresponde también con el símbolo, que, como la fábula poética, como el mito, vela y revela simultáneamente aquello que quiere manifestar. A este respecto hemos de decir que el Fiel de Amor que fue Boccaccio sabía perfectamente que cada cosa o ser tiene varias lecturas de sí mismo, y que cada una de esas lecturas o significados está recubierta por un velo, que es su forma aparente:

Así […] el poeta se complace en ocultar la verdad con fábulas, complacencia cuya causa parece mostrar con bastante exactitud Macrobio en su Comentario al Sueño de Escipión [I.2, 17] cuando dice: “De los otros dioses he hablado, y sobre el alma tienden a lo fabuloso no en vano ni para divertirse, sino porque saben que una explicación de ella inteligible en todos los ámbitos es enemiga de la naturaleza, la cual, así como alejó de los vulgares sentidos de los hombres su conocimiento mediante un variado velo que cubre las cosas, así quiso que sus secretos fueran tratados por los sabios en fábulas. De este modo los propios misterios se ocultan en las galerías subterráneas de las fábulas para que incluso así, la naturaleza de tales cosas no se ofrezca desnuda a sus adeptos, sino sólo a los hombres más importantes, sirviendo de intérprete la sabiduría, los demás se contentan con los que conocen el verdadero secreto”.

[…] Además, eminente rey, ha de saberse que en estas ficciones no hay un único conocimiento, sino que más bien puede llamarse poliseno [polisémico], esto es de múltiple significado. El primer significado se obtiene por la corteza y éste se llama literal; los otros, por los significados más allá de la corteza y éstos se designan como alegóricos […] Además también se podría decir con un sentido anagógico que mediante la fábula se representa la ascensión de Cristo junto al Padre, una vez que ha triunfado como príncipe del mundo.42

Pero la fábula poética, en el sentido en que lo entienden Platón, Dante, Petrarca, Boccaccio y casi todos los humanistas que vendrían después, no es otra cosa que el propio relato mítico (pues no hay poesía sin mito), el cual está infundido “por las sagradas Musas”, tal y como el propio Platón lo señala en el Fedro (245 c):

[…] las Musas, al ocupar un alma tierna y pura, la despierta y lanza a transportes báquicos que se expresan en odas y en todas las formas de la poesía, y, celebrando miles de gestas antiguas, educa a la posteridad.

Las “gestas antiguas…”, es decir, los modelos o paradigmas recibidos por los antepasados, que son la fuente de donde los hombres reciben su educación esencial, aquello que los vinculan con los orígenes de su civilización, orígenes que en el momento histórico al que nos estamos refiriendo son actualizados por las diversas corrientes herméticas, alquímicas y del esoterismo cristiano (entre ellas los Fieles de Amor), que transmiten la Ciencia Sagrada en esa época crítica que fue la transición entre el Medievo y el Renacimiento.43 Todos ellos participan de una misma “gesta”, palabra que conserva igualmente el sentido de “gestación”, lo cual está relacionado con el período del que estamos hablando y que anuncia el “alumbramiento” de un tiempo nuevo: el Renacimiento.

No es de extrañar entonces que Boccaccio hable del carácter sacro de la poesía, cuyo origen en el tiempo se remonta al de la propia humanidad,44 recorriendo los ciclos y la Historia, y otorgando a cada cultura, mediante la labor de los vates-sacerdotes, las palabras sagradas que la inauguran de acuerdo a los principios eternos:

Si tú […] buscas bajo qué región del cielo, en qué tiempos, por obra de quien apareció por primera vez ésta [la poesía] en las tierras, creo que a duras penas podrá dársete una respuesta bastante segura. Pues hay algunos que piensan que ésta tuvo su origen con los sacrificios y ceremonias de los antiguos, y así que nació entre los hebreos, porque las Sagradas Escrituras atestiguan que por ellos fue ofrecido por primera vez un sacrificio a Dios, en ellas se lee que Caín y Abel, hermanos y los primeros hombres nacidos en el mundo, hicieron un sacrificio a Dios; así también por Noé, al retirarse las aguas del diluvio, saliendo del arca fue realizado un sacrificio a Dios; además también por Abraham cuando, vencidos los enemigos, ofreció vino y pan al sacerdote Melquisedec. Pero […] no ha de pensarse que estos sacrificios se hicieran sin pronunciar ninguna palabra…45

A continuación Boccaccio menciona a Moisés, el cual

instituyó los sacrificios, los sacerdotes y el tabernáculo, erigido a la manera del futuro templo, y las oraciones con que aplacar a la divinidad […] escribió la mayor parte del Pentateuco no en prosa sino en versos heroicos, bajo el dictado del Espíritu Santo. Y así algunos otros, del mismo modo, compusieron las grandezas de Dios bajo el velo métrico-literal que llamamos poético. Yo, y quizá no tontamente, pienso que los poetas paganos siguieron las huellas de éstos al componer sus poemas; pero donde los hombres divinos escribieron llenos del Espíritu Santo, empujándoles éste, así también los otros por la fuerza de la mente, por la que son llamados vates, apremiándoles este fervor crearon sus poemas.46

Habla también de los babilonios y caldeos, para posteriormente pasar a los griegos:

Algunos de éstos, aunque pocos, entre los que se creen que estuvieron Museo, Lino y Orfeo, agitados por una cierta inspiración de la mente divina, idearon versos extraños regulados con medidas y tiempos y los inventaron en alabanza de Dios. En los que, para que fuesen de mayor autoridad, bajo una corteza de palabras pusieron los excelsos misterios de las divinidades […] este Orfeo fue uno de los Argonautas […], inventó las orgías de Baco y las reuniones nocturnas de las Ménades e innovó muchas cosas respecto a los sacrificios de los antiguos y destacó mucho con su oratoria, cosas por las que estuvo en gran estimación por sus contemporáneos.47

Invoca asimismo la autoridad de Dionisio Areopagita para invalidar los argumentos de aquellos que niegan el origen y la dimensión sagrada de la poesía:

Además que investiguen qué escribió Dionisio Areopagita […] en su libro de la Jerarquía Celeste. En efecto, según su intención cuenta y demuestra que la divina teología se sirve de las ficciones poéticas, diciendo entre otras cosas así: “Pues también la teología muy artísticamente se sirvió de formaciones poéticas sagradas en sentidos no alegóricos revelando, como se ha dicho, nuestro espíritu y cuidándolo con una dirección propia y conjetural y reformando para ello las Sagradas Escrituras en sentido místico”.48

Por todo ello no ha de extrañarnos que para Boccaccio y el resto de los Fieles de Amor, los poetas sean verdaderos filósofos, amantes de la Sabiduría, pues según sus propias palabras habitan la casa de la Filosofía, sobre la que “desciende la virtud divina” en palabras de Dante (El Convivio III, proemio), que Boccaccio describe como una imagen de la Ciudad Celeste, y que posiblemente figure una reunión de los Fieles de Amor:

Hay además […] una casa en las tierras por regalo divino, hecha a imitación de la asamblea celestial, dedicada tan sólo a los estudios. En ella, en un elevado trono, salida del regazo de Dios, la filosofía, maestra de las cosas, preside con augusta faz, brillante por el divino resplandor, cubierta de regios vestidos y engalanada con una corona de oro, no de otro modo que como emperatriz de los mortales, con su mano izquierda sujeta los libros, con su derecha lleva el cetro real y con elocuentes palabras enseña a los que quieren oír cuáles son las costumbres dignas de alabanza de los hombres, cuáles las fuerzas de la madre naturaleza, cuál el verdadero bien y los secretos del cielo. Si entras en ella, no hay duda de que verás el santuario más digno de todo respeto y, si miras alrededor, verás con toda claridad qué pueden hacer los estudios humanos, qué investigar los ingenios, qué comprender las inteligencias, y hasta tal punto te admirarás que dirás contigo que una sola casa lo contiene todo, es más, que es casi la propia representación de la mente divina. Y, entre otras cosas muy dignas de la mayor veneración, hay allí detrás de la soberana, colocados en una sede muy elevada unos hombres, aunque no muchos, suaves de aspecto y de palabra y también por la gravedad de sus costumbres, tan admirables por su honestidad y verdadera humildad que más creerías que son dioses que mortales. Estos, ya llenos de las enseñanzas de la que gobierna [la Filosofía], llevan hacia otros con abundancia lo que han conocido. Hay además otra multitud estrepitosa de diferentes clases de hombres, de la que algunos, rechazada toda soberbia, se consagran vigilantes a los preceptos por si por casualidad pueden llegar con su estudio a un grado más alto.49

Precisamente, esta cita de Boccaccio nos lleva de nuevo a los Documentos de Amor de Francesco da Barberino, pues es allí donde se habla explícitamente de la estructura iniciática de los Fieles de Amor, que como ya hemos tenido ocasión de apuntar en una nota anterior estaba dividida en siete grados. Menciona concretamente a doce personajes que forman seis parejas (seis grados) que están en torno a una figura central, que correspondería al séptimo y último grado y que está representado con dos cabezas (y con rosas en ambas manos), clara alusión por otro lado al Rebis o Andrógino hermético-alquímico.50 Los doce personajes, que se unen o “concilian” por parejas, constituyen doce virtudes, siendo la primera la Docilidad; la segunda la Industria (que fabrica bolsas en las que se ocultan cosas valiosas); la tercera Constancia; la cuarta Discreción; la quinta Paciencia; la sexta Esperanza; la séptima Prudencia; la octava Gloria, la novena Justicia (a la que Amor envía para castigar a quien “guarda mal tanto honor”) la décima es Inocencia (que significa el estado de aquellos que sirven digna y encomiablemente al Amor); la undécima la gratitud (que "introduce en la corte de Amor"); y por último eternidad (que promete la vida eterna).51

Según cuenta el propio Boccaccio la redacción de la Genealogía le fue encomendada por el rey Hugo IV de Chipre, a quien está dedicada y al cual alude constantemente. Este rey estaba emparentado con Roberto de Anjou, en cuya corte napolitana Boccaccio pasó su juventud como ya dijimos, y donde tuvo como preceptor a Cino da Pistoia, quien lo introduciría en el círculo de los Fieles de Amor y por tanto en la poesía cortés y caballeresca del dolce stil nuovo. En la biblioteca de este rey, Boccaccio pudo disponer de numerosas obras que años más tarde, ya en su madurez, será el material que nutrirá la extraordinaria Genealogía de los Dioses Paganos, en cuyo proemio dice Boccaccio de forma muy ilustrativa:

De la misma manera que si en una enorme playa reuniera los fragmentos de un gran naufragio, reuniré los restos que pudiera de los dioses paganos esparcidos a través de volúmenes casi infinitos y, una vez reunidos, empequeñecidos por el tiempo, medio consumidos y casi destruidos, los reduciré a un único corpus de genealogía en el orden que pueda, para que disfrutes con tu deseo.

Obras y volúmenes que versaban sobre la cosmología, la astronomía y la astrología medieval (cristiana y árabe), así como aquellas otras de carácter histórico y mitológico cuya fuente es la Antigüedad Clásica y algunos autores cristianos y Padres de la Iglesia (Dionisio Areopagita, San Agustín, Lactancio, San Jerónimo, Eusebio de Cesárea, San Isidoro, Boecio, Marciano Capela, Beda el Venerable, Fulgencio de Ecija, Rabano Mauro, Alberico, etc.); y además de los autores latinos (Cicerón, Séneca, Virgilio, Ovidio, Apuleyo, Horacio, Tito Livio, Plauto, Estacio, Terencio, Valerio Máximo, Pomponio Mela, Vitrubio, Plinio, Sensorino, Justino, Servio, Solino, Varrón, Josefo, Lactancio Plácido, Claudio Claudiano, Macrobio, etc.), estaban también los griegos (especialmente Homero, Hesíodo, Platón, Eurípides, Esquilo y Apolonio de Rodas).52

Un dato importante a reseñar: Boccaccio conoce a algunos autores griegos a través de Leoncio Pilato (calabrés educado en la griega Tesalónica), a quien acoge en su casa durante tres años, transmitiéndole de forma oral muchos de los mitos antiguos. De él aprende además el idioma griego, lo que le brinda la oportunidad de acceder directamente a las fuentes y conocer los distintos matices de esta lengua, menos rígida que la latina y más adecuada para desvelar los diferentes sentidos del mito y del símbolo, sin olvidar que es la lengua que alumbra a la Filosofía.53 Pero lo importante es que con la Genealogía Boccaccio logra la síntesis entre el Humanismo griego y el latino, y esto explicaría en gran medida por qué esta obra llegó a ser también una fuente de inspiración para los artistas y pintores del Renacimiento. Como a este respecto dicen en su Introducción las traductoras españolas de esta obra:

…ésa es la razón de que Boccaccio sea el primer autor de Occidente que tiene capacidad de comprender las obras homéricas y que tiene de su puño y letra la primera traducción de la Ilíada y la Odisea. Gracias a tal conocimiento alcanza lo que hemos dado en llamar la enseña de su método de trabajo: la investigación de fuentes: “Es necio buscar en los ríos lo que puedes obtener de la fuente. Yo tenía y aún tengo los libros de Homero, de los que se han tomado muchas cosas útiles para nuestra obra…”. Y así consigue uno de los objetivos del humanista que es, no sólo la adquisición de nuevas obras y, por ende, de nuevos conocimientos, sino también la difusión de los mismos: “Fui yo mismo quien, el primero, con mis propios recursos hice llegar los libros de Homero y algunos otros griegos a Etruria, de la que habían salido muchos años antes para no volver… También fui yo mismo el que me ocupé de que se leyeran en público los libros de Homero.” Lo que […] fue una constante en el quehacer de Boccaccio, consciente de que en el mundo neolatino en el que se desenvuelve reviven las dos culturas de la antigüedad y deben estar unidas la humanitas latina y la griega.

Pensamos que la referencia a Homero responde a una realidad en Boccaccio. El, junto con todos los poetas del dolce stil nuovo y los trovadores de todos los rincones de Europa que cantan, bajo los velos de una lengua cifrada y simbólica, a la Venus Urania, reivindican a los poetas arcaicos (Homero, Hesíodo, Orfeo) porque en el fondo encuentra un paralelismo, o mejor una analogía, entre los tiempos que aquellos vivieron y el suyo propio, en el sentido de que el elemento cultural dominante en esa época del pre-renacimiento, el impulso secreto que movían sus espíritus, residía en la certeza del poder mágico-teúrgico de la poesía implícito en los antiguos mitos, a los que no dudan en invocar a través de obras como la Genealogía de los Dioses Paganos, que desde luego no surge por casualidad sino que revela lo que era el clima espiritual de dicha época.

En efecto, los poetas y escritores del Trecento rescatan la dimensión mítica inherente a la poiesis, y más aún, la armonizan con una concepción de la filosofía que ha sido purificada ya del escolasticismo petrificador al devolvérsele igualmente su sentido originario, el que le dieron Pitágoras y Platón, y se prolongaron en sus discípulos y las escuelas que éstos fundaron a lo largo del tiempo. Nace así la expresión “teología poética” (extendida por todo el Renacimiento), entendiendo por ‘teología’ no el sentido que acabó por tener en la escolástica medieval tardía (cuando pierde su dimensión ontológica y se acerca al nivel del exoterismo religioso), sino más bien en su significado original, el que le dieron Proclo y Marsilio Ficino por ejemplo, y que hace referencia al conocimiento del Principio (Theos), siendo la poesía la ciencia que emana de ese Principio mismo y pone nombres a sus múltiples manifestaciones, que son como velos que lo ocultan y lo revelan a la vez.

Los poetas han elegido una ciencia que lleva a los suyos, con la continua meditación, entre los astros, entre las mansiones de los dioses y los ornamentos celestes; si esto es verdad, sirvan de testimonio los propios poemas de los vates escritos con la pluma de los poetas en elegante estilo a impulsos de la que los inspira. […] Además, la poesía […] es una ciencia estable y fija, fundada y consolidada en eternos principios, idéntica en todo lugar y en todo tiempo y no agitada nunca por ningún movimiento.54

Es indudable que la definición que hace Boccaccio de la poesía como una ciencia recuerda evidentemente a la “ciencia de las letras”, que es al fin y al cabo la de las palabras. Nada que ver entonces con “vagas ensoñaciones”. Boccaccio lo declara sin rodeos, directamente: la poiesis es una ciencia estable, fijada, fundada y consolidada en eternos principios. Su indisoluble vínculo con la palabra –oral y escrita– que “alumbra” (en los dos sentidos de “dar luz” y “dar a luz”), convierten a la poesía en el instrumento creador al servicio del Arquitecto de los Mundos, de la Deidad suprema concebida como un Poeta-Creador, y de quienes entre el género humano interpretan su Voluntad inspirados por intermediación de las Musas, impulsando así la renovación o bien el comienzo de una cultura, pues esta íntima alianza entre poesía y filosofía, será el sello, o el signo, que distinguirá a los maestros herméticos del Renacimiento, y en especial a los que vivieron en el siglo XV italiano. Tal hicieron también los Fieles de Amor (entre otras corrientes esotéricas y filosóficas), del que Boccaccio fue tal vez su último representante, no sin antes donar a la generación siguiente la enseñanza derivada de los mitos de la Antigüedad Clásica, es decir la memoria de sus orígenes paganos, pues sólo volviendo a ellos, e incorporando a esa herencia el linaje cristiano y judío (este último a través de su tradición esotérica, la Cábala), era posible conocer y vivir plenamente la Tradición Occidental, rama de la Sabiduría Perenne.

Notas

20    F. Yates. El Arte de la Memoria, cap. II.

21    Ese racionalismo será empero el que heredarán filósofos como Descartes tres siglos después.

22    Aristóteles fue, por decirlo de alguna manera, “recuperado” para Occidente por los humanistas tras la “solidificación” de su pensamiento al final de la Edad Media. De acuerdo con el espíritu de la época buscaron “conciliar” su doctrina con la de Platón. La influencia de Aristóteles se hizo sentir en algunos Fieles de Amor, como es el caso del propio Dante.

23    El Pensamiento Renacentista y sus Fuentes, cap. VIII. F. C. E. 1979.

24    Por poner unos ejemplos entre muchos otros, el género epistolar estuvo muy presente y formó parte de la obra de Marsilio Ficino y de humanistas como Tomás Moro y Erasmo.

25    Además de los títulos citados hemos de nombrar uno de sus más conocidos, el Cancionero. También De la Vida Solitaria, y Africa, dedicada al general romano Escipión el Africano.

26    Hay que hacer notar que todo esto se vive simultáneamente al descubrimiento de América, otra tierra ignota, es decir, “un mundo otro entrevisto en los contenidos del Alma universal” (F. González, Las Utopías Renacentistas, cap. IX).

27    Esto explicaría también el interés del Renacimiento por restituir a Saturno, que de ser considerado en los siglos anteriores un dios “caído” pasó a recuperar su antigua condición de Deidad primigenia, pues es padre de Júpiter. Recordemos que en la Alquimia se dice expresamente que en el plomo –identificado con Saturno– se halla oculta la luminosidad del oro, es decir del estado primordial, que constituye la verdadera naturaleza del ser humano.

28    Este es el caso nuevamente de Petrarca, a quien Frances Yates en su libro llamado precisamente El Arte de la Memoria (cap. IV) considera como la: “persona en la que esperaríamos que comenzase la transición de la memoria medieval a la renacentista. Su nombre se cita constantemente en la tradición de la memoria como una autoridad importante en el campo de la memoria artificial (…) Petrarca escribió, probablemente entre 1343 y 1345, un libro titulado Cosas que se han de recordar. El título es sugestivo, y cuando manifieste que la primera cosa de las ‘cosas’ que se ha de recordar es la virtud de la prudencia en sus tres partes de memoria, intelligentia, providentia, entonces el estudioso de la memoria artificial sabrá que se halla en un terreno familiar. El plan de la obra, de la que sólo se llevó a cabo un fragmento, se basa en las definiciones que en el De inventione de Cicerón se dan de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Comienza con ‘preludios a la virtud’, que son el ocio, la soledad, el estudio y la doctrina. Vienen a continuación la prudencia y sus partes, comenzando con la memoria.” Añadiremos finalmente que Brunetto Latini también conocía el Arte de la Memoria, y así pudo decir en Los Libros del Tesoro: “Memoria artificial, que se adquiere por la enseñanza de los sabios”. Precisamente Latini también tradujo partes de De Inventione de Cicerón.

29    Acerca de la imaginación activa y del mundo imaginal (sobre el que tendremos que volver a lo largo de este estudio) he aquí lo que nos dice Henri Corbin en “Ojos de carne y ojos de fuego. La ciencia y la gnosis”, conferencia pronunciada en la Universidad San Juan de Jerusalén en 1978: “La Imaginación activa es el espejo preeminente, el sitio epifánico de las Imágenes del mundo arquetípico; por ello la teoría del mundus imaginalis está vinculada con una teoría del conocimiento imaginativo y la función imaginativa –una función realmente central y mediadora, a causa de la posición media y mediadora del mundus imaginalis. Es una función que permite que cada universo se simbolice en otro (o existan en relación simbólica el uno con el otro) y esto nos conduce a captar, experimentalmente, que las mismas realidades substanciales asuman formas correspondientes relativas a cada universo (…). Es la función cognitiva de la imaginación la que permite el establecimiento de un riguroso ‘conocimiento analógico’, evitando el dilema del racionalismo corriente, que deja sólo una elección entre los dos términos de un dualismo banal: o ‘materia’ o ‘espíritu’, un dilema que la socialización de la conciencia resuelve substituyéndola por otra elección no menos fatal: o bien ‘historia’ o bien ‘mito’”.

30    Frances Yates, El Arte de la Memoria, cap. II.

31    Recordemos nuevamente que este fue el caso del franciscano y teólogo inglés Guillermo de Ockam y su escuela.

32    Lo que se atribuye fundamentalmente a ese escolasticismo es precisamente el haber separado la filosofía y la gnosis, es decir la aspiración del hombre al Conocimiento y ese Conocimiento mismo. La filosofía se hace sólo conocimiento especulativo y por lo tanto racional, con lo que se impide a la individualidad humana la posibilidad de la ascesis, de su transmutación, que consiste en primer lugar en encontrar en sí misma los elementos que hagan posible dicha transmutación, siendo esos elementos las chispas divinas presentes en todo ser humano. Es decir se niega la inmanencia en el ser humano de lo supraindividual, con lo cual la posibilidad de una comunicación entre el Ser y su criatura queda anulada.

33    En este punto debemos recordar que mientras que el ser humano conserve el vínculo con los principios suprahumanos tal estado de cosas no podrá producirse nunca; éste sobrevendrá únicamente cuando esos principios por una u otra razón desaparecen, o mejor dicho (pues no pueden desaparecer por completo), cuando se vea menguada su influencia en el conjunto de la sociedad y del hombre en particular, hasta convertirse en algo completamente virtual y latente.

34    El Simbolismo de la Rueda, cap. III, “Perspectivas desde el Arte”.

35    Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. VII, “El lenguaje de los pájaros”.

36    Uno de los Fieles de Amor ya citado, Dino Compagni, dice al respecto con el lenguaje del dolce stil nuovo: “La amorosa Madonna Inteligencia - que hace en el alma su residencia -, es la que con su belleza me ha enamorado” (…) “¡Oh, vosotros, que tenéis sutil entendimiento!, - amad a la soberana Inteligencia - la que libra al alma de guerra, - la que junto a Dios hace residencia… - Ella es soberana mujer de valor, - que el alma nutre y pace al corazón - y el que es servidor suyo deja por siempre de ser errante”.

37    Es inevitable recordar aquí las primeras palabras del Evangelio de Juan: “En el Principio era el Verbo”, es decir la Palabra, el Logos, que en efecto es idéntica al Pensamiento divino. Todas las lenguas, ya sean las sagradas o no, tienen su principio en esa Palabra generatriz.

38    Dante, que recordemos fue también un hombre de acción comprometido con ciertos proyectos políticos que pretendían restaurar el Sacro Imperio, lleva al plano social esta concepción de la palabra y de la lengua, utilizándolas como instrumentos unificadores de la tierra de Italia. A este respecto nos dice Ernesto Grassi en Heidegger y el problema del humanismo: “Dante se preocupa por examinar los diferentes dialectos italianos, a fin de ver si es posible crear un lenguaje histórico unificado para su tiempo y país. Utiliza una metáfora, en la que compara su búsqueda con la caza de una pantera oculta en las profundidades de los bosques de los diversos dialectos”.

Un caso similar pasa con la lengua castellana durante el reinado de Alfonso X el Sabio, pues ella también sirve para unificar los distintos territorios hispanos, en convivencia con las otras dos grandes lenguas romances, el catalán y el gallego. En ello tuvieron un papel importante los judíos españoles, que en aquella época ocupaban cargos muy importantes en las cortes de los distintos reinos de la península. “La génesis del castellano como lengua de saber y de poder permitía crear un lugar de entendimiento necesario para consolidar la paz civil entre los diversos grupos étnicos. La instauración de un idioma común, cuya calidad pudiese equipararse al árabe, no se debía solamente a la voluntad de un rey sino al empuje de toda una clase social que tenía acceso a un conocimiento codiciable. Américo Castro recuerda que en España ‘…antes del siglo XV, el tipo de hombre de clase media –no eclesiástico– entregado a menesteres científicos, está representado por judíos’, quienes ya leían el Antiguo Testamento en castellano y que ofrecieron al reino de Castilla, a través de sus traducciones, las semillas de una cultura humanista.” (Clément Godbarg. “Brunetto Latini y la reconstrucción del ethos republicano”. Revista Foro Interno, 2005).

39    Genealogía de los Dioses Paganos. Ed. Centro de Lingüística Aplicada Atenea. Madrid, 2007.

40    Ibíd., cap. XIV, 7.

41    No otra cosa afirmaba el hispano-romano Quintiliano (uno de los precursores latinos del humanismo renacentista y maestro del arte de la Retórica) cuando dice que: “es la vis mentis, la fuerza del espíritu, quien nos hace capaces de hablar”. (Sobre la Formación del Orador).

42    Genealogía…, I, 3. Asimismo, en su Discurso sobre la Dignidad del Hombre, Pico de la Mirándola habla también de la fábula poética como un velo que sirve para recubrir los misterios: “Según la costumbre de los antiguos teólogos, Orfeo entreveró los misterios de sus doctrinas en la estructura de las fábulas y los cubrió de un velo poético con el fin de que cualquiera que leyese sus himnos no pudiera pensar que contenían otra cosa que unas simples anécdotas y frivolidades”. También Dante alude a esos varios sentidos, concretamente a cuatro, al comienzo de La Divina Comedia. Recordemos que en el Arbol de la Vida cabalístico esas lecturas son también cuatro, correspondiéndose con cada uno de los cuatro planos o mundos.

43    De entre esas corrientes que atraviesan el siglo XIV queremos recordar de nuevo a los llamados “místicos de Munich”, con el Maestro Eckhart a la cabeza, así como a sus discípulos Tauler y Suso, ambos contemporáneos de Petrarca y Boccaccio. A ellos hay que unir Dietrich de Friburgo, neoplatónico alemán que bebe la metafísica de Proclo y Dionisio. Asimismo a los alquimistas Petrus Bonus, Juan de Rupescisa, Hortulanus, Juan Dastin, Bernardo Trevisano, Basilio Valentino y Nicolás Flamel, entre tantos y tantos otros, muchos de ellos desconocidos, pero no por ello menos integrantes de la cadena áurea.

44    Este origen coincide con aquello que se dice en algunas tradiciones: que Adán (la humanidad primigenia) hablaba en verso, es decir –y según otra simbólica–, que conocía el “lenguaje de los pájaros”, el cual designa a la propia lengua de los dioses, o de los ángeles. En este sentido, señalaremos que en la obra de Francesco da Barberino, Documentos de Amor, o Enseñanzas de Amor, los personajes que están en la “Corte de Amor” (un nombre de Utopía) son pájaros que se dan la palabra entre sí.

45    Melquisedec es nombrado por Boccaccio en El Decamerón, su otra gran obra junto a la Genealogía. Este personaje mítico representa en realidad a la Tradición primordial, de donde derivan todas las culturas tradicionales.

46    En el artículo antes mencionado, “El lenguaje de los pájaros”, René Guénon (y que nosotros ponemos en relación con lo que dice Boccaccio sobre cómo está escrito el Pentateuco y la fuente de su inspiración) afirma lo siguiente: “Por eso los libros sagrados están escritos en lenguaje ritmado, lo cual, como se ve, hace de ellos otra cosa que los simples ‘poemas’ en el sentido puramente profano del término […] y, por lo demás, la poesía no era originariamente esa vana ‘literatura’ en que se ha convertido por una degradación cuya explicación ha de buscarse en la marcha descendente del ciclo humano, y tenía un verdadero carácter sagrado. Pueden encontrarse rastros de ello hasta en la antigüedad clásica occidental, en la cual la poesía era llamada aún la “lengua de los Dioses”.

47    Ibíd., libro XIV, cap. 8. Donde leemos “innovó” hemos de entender también “adaptó”. Por otro lado, la palabra “sacrificio”, utilizada constantemente aquí por Boccaccio, alude claramente a los ritos que se realizan durante los actos fundacionales de una cultura. De nuevo nos dice Guénon en el mismo capítulo de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada: “En latín los versos se llamaban carmina, designación referente a su uso en el cumplimiento de los ritos, pues la palabra carmen es idéntica al sánscrito karma, que debe tomarse aquí en su sentido particular de ‘acción ritual’; y el poeta mismo, intérprete de la ‘lengua sagrada’ a través de la cual se transparentaba el Verbo divino, era el vates, palabra que lo caracterizaba como dotado de una inspiración en cierto modo profética”.

48    Ibíd., cap. 18.

49    Ibíd, capítulo 5.

50    Asimismo, expresiones tales como “licuefacción” (disolución) y excessus mentis (la vivencia de lo suprarracional) utilizadas en la jerga simbólica de los Fieles de Amor, son también de origen claramente hermético.

51    Ver Luigi Valli, Il linguaggio segreto di Dante e dei “Fedeli d’Amore”, cap. IX.

52    Ver la Introducción a esta obra debida a Mª Consuelo Alvarez y Rosa Mª Iglesias.

53    Añadiremos que fue gracias a Boccaccio que Leoncio Pilato fue nombrado profesor de griego en la Universidad de Florencia (de 1360 a 1362), allanando así el camino a los que en los años venideros, y a lo largo de todo el siglo XV llevarían a cabo las grandes traducciones de las obras llegadas de Bizancio a Florencia y otras ciudades italianas como Venecia y Milán.

54    Genealogía, XIV, 4.


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