La Simbólica de la Franc-Masonería (*)
Francisco Ariza ︎⤤
1ª parte
Introducción
En
esta revista dedicada a la simbólica universal, no podían
faltar algunas reflexiones sobre el importante simbolismo de la Masonería,
la cual representa, junto a la tradición Hermética-Alquímica,
la única vía iniciática no religiosa que pervive todavía
en Europa y su área cultural de influencia. Y esto es así
a pesar de que en la actualidad bastantes masones no conocen, o al menos
conocen de forma muy limitada, el carácter simbólico e iniciático
de su Orden. Algunos llegan incluso a negar ese aspecto esencial de la
misma, creyendo que ésta sólo persigue fines sociales y filantrópicos.
Incluso hay otros que sólo ven en la riqueza simbólica de
la Masonería una fuente inagotable en donde alimentar sus propias
fantasías "ocultistas", tan de moda hoy día. Sin duda, esta
suplantación de los verdaderos fines de la Masonería y, por
consiguiente, la infiltración de las "ideas" profanas, sólo
podía suceder en una época que, como la nuestra, vive sumida
en la más profunda oscuridad intelectual y espiritual como nunca
se había conocido hasta ahora.
Debemos aclarar que aquí se va a hablar de la Masonería
tradicional, es decir, de aquélla que mantiene vivos y permanentes,
a través de los símbolos, los ritos y los mitos los lazos
con las realidades cosmogónicas y metafísicas emanadas de
la Gran Tradición Primordial, de la que la Masonería es (en
verdad) una ramificación. A nuestro entender, y considerada de esta
manera, la Masonería, al igual que cualquier otra organización
tradicional, ofrece al hombre caído e ignorante los elementos necesarios
para llevar a cabo su propia regeneración y evolución espiritual.
La estructura simbólica y ritual de la Masonería
reconoce numerosas herencias procedentes de las diversas tradiciones que
se han ido sucediendo en Occidente durante al menos los últimos
dos mil años. Y este hecho, lejos de aparecer como un mero sincretismo,
revela en esta Tradición una vitalidad y una capacidad de síntesis
y de adaptación doctrinal que le ha valido el nombre de "arca tradicional
de los símbolos". Todas esas herencias se han ido integrando con
el transcurso del tiempo en el universo simbólico de la Masonería,
amoldándose a su propia idiosincrasia particular. Procediendo de
una tradición de constructores, no debe resultar extraño
que la Masonería cumpla con la función de arca receptora,
pues precisamente la construcción o edificación no tiene
otra función que la de poner "a cubierto" o "al abrigo" de la intemperie
o inclemencia del tiempo; pero, análogamente, cuando la construcción
se entiende como algo sagrado -y este es el caso- está claro que
ésta no hace sino proteger, y separar, del mundo profano (las tinieblas
exteriores) todo aquello que corresponde al dominio estrictamente espiritual
y metafísico. Por otro lado, este es precisamente el papel de los
símbolos que aluden a las ideas de receptividad y concentración,
como la misma arca, la copa, la caverna o el templo.
Siendo, como hemos dicho, una vía iniciática
de orígenes artesanales, la Masonería ha tenido una especial
sensibilidad hacia todas las corrientes tradicionales con las que ha entrado
en contacto. Así, de entre esas corrientes merecen destacarse, además
del Hermetismo, las que proceden del Cristianismo, del Judaísmo
y de la antigua tradición greco-romana, y más concretamente
del Pitagorismo. También podríamos mencionar a la todavía
más antigua tradición egipcia, sobre todo en lo que se refiere
a los símbolos cosmogónicos relacionados con la construcción,
pues, como es sabido, el antiguo Egipto es en realidad uno de los centros
sagrados de donde surgió gran parte del saber que contribuyó
a conformar, con su influencia sobre los filósofos griegos, la concepción
del mundo propia de la cultura occidental. De todas formas, la herencia
egipcia se transmite a la Masonería a través fundamentalmente
de la Alquimia hermética y del Pitagorismo.
Sin embargo, de esto que decimos no debe concluirse que
la Masonería sea el "resultado" de la confluencia de todas esas
tradiciones. Si así fuera, la Masonería vendría a
ser una especie de collage o museo arqueológico donde tendrían
cabida todas las reliquias del pasado encontradas aquí y allá,
y catalogadas según la antigüedad respectiva de cada una de
ellas. Evidentemente no queremos decir eso cuando hablamos de la herencia
multisecular recibida por la Masonería. Cada tradición es
legitimada y conformada por una "revelación"
de orden divino acaecida, valga la paradoja, en un tiempo mítico,
a-histórico y a-temporal.(1)
Dicha revelación es "única" para cada forma
tradicional, que se constituye a partir de ella dándole su "sello"
o "marca" particular, su estructura, y por tanto una función y un
destino que cumplir en el escenario del tiempo de la historia. Otra cosa
es que, por las circunstancias que fueren, una tradición reciba
de otra (u otras) determinadas influencias por contacto o similitud, lo
que muchas veces ha sido inevitable y hasta necesario. Pero de ninguna
manera quiere esto decir que una tradición se "transforme" en otra,
pues, como ocurre con cualquier ser vivo, cada una comprende un nacimiento,
un desarrollo, una madurez, y finalmente una muerte. Aquello que se ha
dado en llamar la "Unidad Trascendente de las Tradiciones", es bien distinto
a una simple "uniformidad". Significa, fundamentalmente, que todas y cada
una de ellas procede de una fuente única (la Tradición Primordial),
que se manifiesta no en la forma o ropaje que puedan adoptar por circunstancias
de tiempo y de lugar, sino precisamente en lo que constituye la "sabiduría
perenne" contenida en el núcleo más interno y central de
cada tradición. Lo que ocurre con respecto a la Masonería
es que ésta no posee un carácter religioso, lo cual ha hecho
posible su adaptación a todas las tradiciones, religiosas o no,
con las que se ha relacionado a lo largo de la historia. Su simbólica
iniciática, referida al arte de la construcción, entre otras
cosas le ha servido de cobertura protectora, al mismo tiempo que le ha
permitido amoldarse a cualquier "dogma" religioso o exotérico sin
entrar en conflicto con él.

El Creador como geómetra y arquitecto
Biblia francesa s.XIII
Un ejemplo de esto lo tenemos en las relaciones que durante
toda la Edad Media occidental mantuvo la Masonería con el poder
eclesiástico y con las diversas organizaciones iniciáticas
del esoterismo cristiano. Por otro lado, si la Masonería, con ese
espíritu de fraternidad y tolerancia que le caracteriza, no hubiera
acogido en su seno esas diversas herencias, con toda seguridad éstas
se habrían perdido definitivamente. Y es posiblemente esa capacidad
receptora la que ha contribuido a fomentar esa ilusión de sincretismo
que erróneamente algunos le adjudican. Empero, es todo lo contrario,
pues la Masonería al "reunir lo disperso" no ha hecho sino conservar
en sus estructuras simbólico-rituálicas la "memoria" de esas
múltiples herencias, cumpliendo con ello un papel "totalizador"
que tiene su razón de ser (y una razón de ser profunda) en
este final de ciclo que estamos viviendo. En este sentido, y al igual que
en el "arca" de Noé fueron encerradas, para que no perecieran, todas
las "especies" que debían ser conservadas durante el cataclismo
intermedio entre dos periodos cíclicos; el "arca" masónica
también acoge todo lo que de válido debe conservarse hasta
que a su vez el ciclo presente finalice, y que constituirá los "gérmenes"
espirituales que se desarrollarán durante el transcurso del ciclo
futuro. Precisamente, esta función recapituladora asumida por la
Masonería tradicional hace pensar que ésta subsistirá
hasta la consumación del ciclo, lo que por otro lado, y como señala
un autor masón, "... está expresado simbólicamente
por la fórmula ritual según la cual la Logia de San Juan
está en el valle de Josafat", que, añadimos,
es donde simbólicamente tendrá lugar lo que en el Cristianismo
se denomina el "Juicio Final"(2). En el mismo sentido, también
se dice que la Logia masónica permanece "... en la más alta
de las montañas y en el más profundo de los valles", aludiendo
con ello al comienzo del ciclo (cuando el Paraiso se encontraba en la cima
de la montaña del Purgatorio) y a su final (cuando la Verdad del
conocimiento, representada por el estado edénico, "replegándose"
en sí misma se ha hecho invisible a la mayoría de los hombres,
ocultándose en el "mundo subterráneo"). Habría que
decir, para completar esta simbólica cíclica, que el valle
se corresponde con la caverna, la cual al estar en el interior de la montaña
se sitúa por ello sobre un mismo eje que conecta la cúspide
de la una con la base de la otra, uniendo de esta manera lo más
"alto" (el principio) con lo más "bajo" (el final).
Dicho esto, que creemos ha sido necesario para aclarar ciertas
confusiones que existen en torno a la Masonería, intentaremos explicar
a continuación algunas de esas herencias simbólicas que esta
Orden ha recibido de otras formas tradicionales, aún vigentes o
ya desaparecidas. Del Hermetismo la Masonería recoge, en parte,
la riqueza de la simbólica alquímica, que incluye las enseñanzas
y vivencias de los procesos de transmutación psicológica
que llevan del estado profano a la realización espiritual El simbolismo
de los elementos, relacionados con las energías purificadoras de
la naturaleza, es de suma importancia en el rito de la iniciación
masónica. En este sentido, la "Cámara de Reflexión"
masónica viene a ser lo mismo, y cumple idéntica función
simbólica que el athanor hermético: un espacio cerrado
e íntimo donde se producen los cambios de estados regenerativos
ejemplificados por la gradual "sutilización" de la materia densa
y caótica del compost alquímico. Igualmente, los diversos
objetos simbólicos que se encuentran en la "Cámara de Reflexión" son
casi todos de origen alquímico y hermético, como por ejemplo
las tres copas conteniendo azufre, mercurio y sal, sin olvidar las siglas
V.I.T.R.I.O.L.(3),
y la banderola con las palabras "Vigilancia y Perseverancia", las cuales
aluden al estado de vigilia permanente y paciencia de que debe armarse
el alquimista en sus operaciones. Por otro lado, existen interesantísimas
analogías entre el proceso de transmutación de la "materia
caótica" alquímica y el desbastado de la "piedra bruta" en
la Masonería, por lo que puede hacerse una trasposición totalmente
coherente entre el simbolismo alquímico y el simbolismo constructivo
y arquitectónico. Asimismo, la iniciación hermético-alquímica
está presente por igual en los tres grados masónicos de aprendiz,
compañero y maestro, que reproducen las tres etapas de la "Gran
Obra", las que incluyen una muerte, un renacimiento y una resurrección,
respectivamente. En fin, las leyes herméticas de las correspondencias
y analogías entre el macro y el microcosmos están resumidas
y sintetizadas en el esquema general del templo o Logia masónica,
verdadera imagen simbólica del mundo.
Si la tradición hermética ha dejado la impronta
de su huella en la Masonería, la del Pitagorismo no es desde luego
menos importante, y hasta podríamos decir que es, junto al judeo-cristianismo,
una de las más significativas, hasta el punto que no es posible
comprender lo que es la Masonería sin esa referencia pitagórica.
En efecto, numerosos símbolos masónicos denotan su procedencia
pitagórica, o en todo caso muestran una identidad palpable con algunos
de los símbolos más importantes de la cofradía fundada
por el maestro de Samos. Tal es, por ejemplo, la conocida "estrella pentagramática"
o pentalfa, de suma importancia en la simbólica del grado
de compañero (donde recibe el nombre de "estrella flameante"), y
que los pitagóricos consideraban como su signo de reconocimiento
y un emblema del hombre plenamente regenerado.

Cuadro de Logia. Grado compañero.
Pero es en la aritmética sagrada, es decir en la
simbólica de los números en su vertiente cosmogónica
y metafísica, donde se observa más claramente esa presencia
del pitagorismo en la Masonería. Ambas tradiciones ponen el acento
en el sentido cualitativo de los números, por lo demás estrechamente
vinculado al simbolismo geométrico, el que a su vez está
directamente relacionado con la construcción del templo exterior
y del templo interior. En este sentido, debe señalarse que en el
frontón de la Academia de Atenas Platón hizo grabar una inscripción
que rezaba: "Que nadie entre aquí si no es geómetra", sentencia
que unánimemente se atribuye a los pitagóricos, y que podría
estar grabada perfectamente en el pórtico de entrada a la Logia
masónica. Asimismo la Unidad o Mónada divina estaba simbolizada
entre los pitagóricos por Apolo, el dios geómetra primordial
que mediante la "ley invariable del número", que extrae de los acordes
musicales de su lira, establece el modelo o prototipo por el que se rige
la armonía de la vida universal. ¿Y no es, en el fondo, el
Gran Arquitecto masónico, que con la escuadra y el compás
determina la estructura y los límites del cielo y de la tierra,
lo mismo que el Apolo pitagórico?
En lo que se refiere al Cristianismo, es indudable que
de él proceden numerosos e importantes elementos doctrinales integrados
en la simbólica y el ritual masónicos. Desde luego esta integración
se vió favorecida por la convivencia que durante prácticamente
todo el Medioevo mantuvieron los gremios de constructores con las órdenes
monásticas y de caballería, especialmente los templarios.
Cuestionar o desconocer este aspecto cristiano tanto de la antigua como
de la actual Masonería, es privar a ésta de una parte esencial
de su propia identidad tradicional, además de demostrar con ello
una ignorancia completa sobre el esoterismo cristiano, que es precisamente
el que en gran medida ha recogido la Orden masónica. Sólo
un dato, por lo demás sumamente significativo: los santos patrones
y protectores de la Masonería son los dos San Juan, el Bautista
y el Evangelista, y como ya se ha dicho la Logia es denominada "Logia de
San Juan".
A la presencia hermética, pitagórica y cristiana,
habría que añadir la de la tradición judía,
surgida del tronco de Abraham al igual que el Cristianismo y el Islam.
La tradición hebrea ha transmitido a la Masonería fundamentalmente
los misterios relativos a las "palabras de paso" y a las "palabras sagradas",
todas ellas procedentes del Antiguo Testamento, si bien es verdad que también
se encuentran palabras y nombres sagrados de origen cristiano, concretamente
en los que se denominan los "altos grados" masónicos. En cierto
modo, en la Masonería confluyen la Antigua Alianza y la Nueva Alianza,
lo que conforma el judeo-cristianismo, el cual se constituyó en
una sola tradición durante los periodos más florecientes
de la Edad Media. No es ninguna exageración afirmar que esa constitución
fue posible gracias a la propia Masonería operativa, que en este
sentido desempeñó una auténtica labor de "puente",
y muy especialmente en lo que se refiere al ámbito de la construcción
y la arquitectura.
Como más adelante tendremos ocasión de señalar,
las palabras de paso y las palabras sagradas se relacionan con la búsqueda
de la "Palabra perdida", búsqueda que concentra en gran parte el
trabajo de investigación simbólica del masón. Igualmente
la concepción simbólica de la Logia -como el templo cristiano-,
está basada en el diseño geométrico del templo de
Jerusalén (o de Salomón), y el arquitecto que
dirigió las obras de dicho templo, el maestro Hiram, pasa por ser
uno de los míticos y legendarios fundadores de la Masonería.(4)
Después de este cuadro general en el que muy someramente
hemos apuntado, a nuestro juicio, las más significativas influencias
tradicionales presentes en la Masonería, vamos a ver a continuación,
sobre el plano de la historia, de qué forma esas influencias penetraron
y se convirtieron en parte constitutiva de esta tradición. Y si
bien aquí no tratamos específicamente de historia de la Masonería,
pensamos que traer a la memoria ciertos hechos históricos tal vez
podría hacernos comprender más en profundidad algunos símbolos
masónicos que, en efecto, se fraguaron a la luz de esas múltiples
herencias. Por lo demás, la historia es también una simbólica
sagrada ligada al devenir cíclico y al destino de los hombres y
las civilizaciones.
Una historia simbólica
Debemos
situarnos, pues, en esa época crucial de la historia de Europa y
Occidente que indudablemente fue la Edad Media. Allí encontramos
a los gremios, o agrupaciones de constructores conocidos como los free-masons o franc-masones, que al estar exentos del impuesto de franquicia podían
viajar y desplazarse libremente por todos los países de la cristiandad.
De esa libertad de movimiento les venía dado, en parte, el nombre
de "franc-masones", que quiere decir "albañiles, o constructores,
libres". Decimos "en parte", porque, como muy acertadamente escribe Christian
Jacq: "El franc-masón es el escultor de la piedra franca, es decir,
de la piedra que puede ser tallada y esculpida... El 'masón franco'
es sobre todo el artesano más hábil y más competente,
el hombre que es libre de espíritu y que se libera de la materia
por su arte... En numerosos textos medievales, el franc-masón es
opuesto al simple albañil, que no conocía la utilización
práctica y esotérica del compás, la escuadra y la
regla". Así, pues, esos "masones francos" poseían sus misterios
iniciáticos, y sus técnicas del oficio, relacionadas con
la construcción, expresaban en el orden concreto de las cosas la
realización efectiva de esos misterios.
En gran medida, esas técnicas los masones operativos
las habían heredado directamente de los Collegia Fabrorum romanos,
es decir, de las agrupaciones de constructores y artesanos cuyos orígenes
se remontaban al legendario rey Numa. Al igual que ocurrió con la
Masonería, Los Collegia Fabrorum también recogieron
la herencia simbólica de tradiciones desaparecidas, la más
notable de las cuales fue la tradición Etrusca, cuya cosmología
pasó al Imperio Romano por el conducto de esos colegios. Es interesante
resaltar que los Collegia Fabrorum veneraban muy especialmente al
dios Jano Bifronte, llamado así porque poseía dos rostros,
uno que miraba a la izquierda (a Occidente, el lado de la oscuridad), y
otro a la derecha (a Oriente, el lado de la luz), abarcando de esta manera
el mundo entero. Si bien el simbolismo perteneciente a esta divinidad romana
es bastante complejo, no obstante se sabe con seguridad que estaba relacionada
con los misterios iniciáticos, concretamente con los ritos de "pasaje"
o de "tránsito". En la Masonería operativa medieval esos
mismos atributos pasaron a formar parte de los dos San Juan, cuyo nombre
es idéntico al de Jano. Más, a través de los Collegia romanos, la Masonería recibió (entre otras fuentes de
procedencia diversa) la cosmología de los pitagóricos, basada,
como ya se ha mencionado, en las correspondencias simbólicas de
los números y la geometría, ciencias y artes sagradas que
precisamente tienen en la arquitectura sus aplicaciones más perfectas.
Entre los personajes conocidos que facilitaron esa labor de transmisión
de la cosmología pitagórica (y también platónica)
al Medioevo, merece destacarse, en el siglo VII, a Boecio, llamado el "último
de los romanos" y autor de la Consolación de la Filosofía.
Los estudios de Boecio sobre astronomía, geometría, aritmética
y música, fueron realmente decisivos para el enriquecimiento de
las "siete artes liberales", divididas en el trivium y el cuadrivium,
de suma importancia en las enseñanzas de la masonería operativa.
Por otro lado, la filosofía de Boecio influyó notoriamente
en la literatura y el pensamiento esotérico de la Masonería
tradicional de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo en autores como Louis
Claude de Saint Martin y José de Maistre.
Siguiendo con este orden de ideas, existió una
leyenda difundida entre los masones de habla inglesa, según la cual
un tal Peter Grower, originario de Grecia, trajo a los países anglosajones
determinados conocimientos relativos al arte de la construcción.
Algunos autores, entre ellos René Guénon, afirman que este
personaje, Peter Grower, no era sino el mismo Pitágoras, o mejor
dicho, la ciencia de los números y la geometría que a través
de los pitagóricos se introdujeron en las islas británicas,
al mismo tiempo que en todo el continente. En el mundo de la Tradición
muchas veces los nombres de las personas, bien históricas o legendarias,
designan, más que a esos personajes mismos, a los conocimientos
que ellos vehicularon y que con frecuencia se transmitieron por el conducto
de las escuelas o cofradías que fundaron. Es lo que en cierto modo
ocurre también con el matemático griego Euclides, que es
mencionado en los "Antiguos Deberes" -Old Charges-, los cuales representan
una serie de documentos y escritos de la Masonería operativa donde
fueron plasmados algunos eventos relacionados con la historia sagrada de
la Orden masónica. En uno de esos documentos, el manuscrito Regius,
se hace alusión a Euclides como el "padre" de la geometría,
recalcándose que ésta no designa sino a la propia Masonería.
En otros manuscritos se dice que el mismo Euclides fue discípulo
de Abraham, lo que desde el punto de vista de la cronología histórica
es un verdadero sin sentido, pues como se sabe Euclides vivió en
Egipto durante el siglo III a. C., y Abraham dos mil años antes,
aproximadamente. Pero, teniendo en cuenta que se trata de historia sagrada,
y no simplemente profana, lo que en verdad se quiere significar con esta
leyenda es que Euclides fue el discípulo que recibió el saber
que el Patriarca encarnaba, y que no era otro que el monoteísmo
hebraico en su expresión cosmogónica y metafisica.(5)
Resumiendo, en realidad todo esto alude a una transmisión
de carácter sagrado efectuada de la tradición judía
a la Orden masónica, lo que equivale a una auténtica "paternidad
espiritual".
Sea como fuere, el legado de la cosmología greco-romana
unida a la espiritualidad cristiana, dio como resultado la creación
de la catedral gótica, edificada por los gremios de constructores.
Una catedral, o un monasterio, es un compendio de sabiduría; en
ella, grabada en la piedra, se plasman todas las ciencias y todas las artes,
así como los diferentes episodios bíblicos que conforman
la historia de la tradición judeo-cristiana. Allí aparecen
los diversos reinos de la naturaleza, el mineral, el vegetal, el animal
y el humano, lo mismo que las jerarquías angélicas que circundan
el trono donde mora la deidad. Todo ello convierte la catedral en un libro
de imágenes y símbolos herméticos reveladores de la
estructura sutil y espiritual del cosmos. Esas columnas que se elevan verticalmente
hacia otro espacio, uniendo la parte inferior (la tierra) a la superior
(el cielo), esos arcos y bóvedas que semejan cristalizaciones de
los movimientos circulares generados por los astros, esa luz solar que
al penetrar a través del colorido polícromo de los vitrales
se transforma en un fuego sutil que todo lo inunda; todo ello, decimos,
nos permite reconocer la existencia de un espacio y un tiempo sagrados
y significativos. Este conjunto de equilibrios, módulos y formas
armoniosas (que por reflejar la Belleza de la inteligencia divina se constituye
en "resplandor de lo verdadero", como diría Platón) se genera
a partir de un punto central, que a su vez es el "trazo" de un eje vertical
invisible, pero cuya presencia es omnipresente en todo el templo. Este
punto central no es otro que el "nudo vital" que cohesiona el edificio
entero, y donde confluye y se expande, como si de una respiración
se tratara, toda la estructura del mismo. Dicho "nudo vital" era bien conocido
por los maestros de obra, que veían su reflejo en el ombligo, sede
simbólica del "centro vital" del templo-cuerpo humano. Esa estructura
del cosmos-catedral, imperceptible a los sentidos ordinarios, se percibe
no obstante, gracias a la intuición intelectual y a las formas visibles
del cielo y la tierra, que están simbolizadas por la bóveda
y la base cuadrangular o rectangular, respectivamente. De ahí que
la Masonería conciba el cosmos como una obra arquitectónica,
y la divinidad, como el Gran Arquitecto del Universo, también llamado
Espíritu de la Construcción Universal en otras tradiciones.
La plomada, imagen del equilibrio y la verticalidad
Cerca de las catedrales en construcción se encontraban
los talleres o logias, en los que se trazaban y diseñaban los planos,
se repartían los cargos, se hablaba de los detalles de la obra,
y en definitiva se celebraban los ritos y ceremonias de iniciación.
Estos talleres eran auténticos centros de enseñanza tradicional
donde, además de las técnicas del oficio, se impartían
los conocimientos cosmogónicos. Realmente en los talleres masónicos
se conjugaban el arte y la ciencia, la práctica y la teoría,
siguiendo así el famoso adagio escolástico según el
cual la "ciencia sin el arte no es nada".
Cada Logia o taller estaba bajo la autoridad de un maestro
arquitecto, que tenía a sus órdenes los oficiales compañeros
(divididos en subgrados y funciones), que a su vez vigilaban y dirigían
los trabajos de los aprendices. Esta estructura ternaria y jerarquizada
de aprendiz, compañero y maestro se encuentra con los mismos o diferentes
nombres unánimemente repartida en todas las organizaciones iniciáticas
y esotéricas, pues dicha jerarquía expresa un modelo del
proceso iniciático íntegro, que reproduce exactamente el
desarrollo cosmogónico de las "tinieblas a la luz", del "caos al
orden".
Uno de los pocos testimonios que se han conservado de
los diseños realizados por los masones operativos es el álbum
del arquitecto francés Villard de Honnecourt, al cual pertenece
también el trazado de un laberinto, que por su forma es idéntico
al de todos los laberintos iniciáticos: una serie de repliegues
concéntricos que conducen, después de un largo recorrido
que comienza en la periferia, al centro mismo del laberinto, o punto de
contacto con el eje vertical por donde se produce la comunicación
con los estados superiores y la "salida" definitiva del cosmos, es decir
de los limites determinados por el tiempo -y su devenir cíclico-
y el espacio.
Junto a los masones operativos encontramos a los sabios
alquimistas y astrólogos, perfectos conocedores de las ciencias
de la naturaleza aplicadas como símbolos vivos del proceso iniciático
y regenerador. Ellos dotaron la catedral de numerosos símbolos basados
en las correspondencias y analogías entre el macro y el microcosmos,
el cielo y la tierra, la divinidad y el hombre, considerándose los
legítimos herederos de la ciencia sagrada de Hermes Trismegisto.
La "piedra bruta" que los masones pulían y tallaban con destino
a la construcción, representaba, como ya hemos dicho, lo mismo que
la "materia caótica" de los alquimistas: una imagen de la substancia
plástica indiferenciada en la que están contenidas, en estado
no desarrollado y potencial todas las posibilidades de manifestación
de un mundo o de un ser. La piedra estaba viva, no era simple materia inerte,
y al mismo tiempo su dureza y estabilidad simbolizaban la inmutabilidad
y firmeza del Espíritu. En todo esto, un hecho no debe pasar inadvertido;
los alquimistas tenían como santo patrón a Santiago el Mayor,
el que junto a San Juan Evangelista (patrón de los masones) y San
Pedro (fundador de la Iglesia), asistió a los misterios de la Transfiguración
de Cristo en el Monte Tabor. A partir de entonces un "lazo" fundamentado
en un "Secreto" debía unir, por encima de las diferencias formales,
a todos aquéllos que estaban bajo la protección de esos santos
cristianos, una muestra de lo cual fueron las fraternales relaciones que
se vivían durante las edificaciones de las iglesias-catedrales.
Esa confraternidad entre alquimistas y masones debía perdurar aún
hasta bien entrado el siglo XVIII.
La libertad de movimiento de que gozaban los masones francos,
facilitaría los intercambios de conocimientos con otros gremios
artesanales, entre los que destaca el llamado Compañerazgo, que
agrupaba diversos oficios (entre ellos los talladores de piedra y escultores),
y que, al igual que los masones, tenían sus grados y secretos de
iniciación. Asimismo, esos intercambios se dieron con las diversas
órdenes monásticas y caballerescas. No hay que hacer, pues,
un excesivo esfuerzo de imaginación para formarse una idea del clima
espiritual que se respiraba en aquella fecunda y luminosa época.
Aquí sí que habría que decir, sin temor a exagerar,
que el saber no tenía fronteras. Y es más, la cordial convivencia
habida entre las organizaciones iniciáticas y esotéricas,
y aquéllas de carácter religioso y exotérico, testimoniaba
el vigor y la salud de la tradición.
Los caballeros templarios, esos monjes guerreros que eran
también constructores y cuyas reglas fueron inspiradas por San Bernardo,
mantenían bajo su protección numerosas logias masónicas.
Y esto no debe pasar inadvertido, pues cuando esta organización
del esoterismo cristiano desapareció como tal en circunstancias
sangrientas (debido a la confabulación del siniestro rey francés
Felipe el Hermoso y del Papa Clemente V), esas mismas logias, sobre todo
las de Inglaterra y Escocia, acogieron en su seno a muchos de los templarios
supervivientes, los cuales traían consigo ciertos conocimientos
iniciáticos de su Orden que acabarían por integrarse definitivamente
en la estructura simbólica y ritual de la Masonería. Digamos
que de entre esas logias merece ser destacada la Gran Logia Real de Edimburgo,
fundada por el rey Robert Bruce, que se opuso a aquella abolición
combatiendo junto a los templarios. Resulta por lo menos significativo
que la fecha de constitución de la Orden Real de Escocia sea la
de 1314 (año en que se abolió el Temple), y que ésta
tuviera como Logia Madre a la Orden Heredom de Kilwinning, algunos
de cuyos rituales eran de inspiración templaria. Y esta palabra, heredom, significa "herencia", que no es otra que la recibida por
los templarios. Desde luego no existen documentos escritos que atestigüen
la realidad de esa herencia simbólica, aun siendo evidente que la
hubo. Por tratarse de transferencias sagradas éstas tienen lugar
primeramente en el plano estrictamente espiritual y metafísico,
concretándose en el ámbito humano por mediación de
individualidades (poco importa en este caso que sean conocidas o anónimas)
que las realizan de manera efectiva.
Un hilo sutil y luminoso une el mundo superior al inferior,
y el inferior al superior, y el mantenimiento de esa comunicación
es una de las principales funciones que siempre han tenido las organizaciones
tradicionales e iniciáticas. Recordemos, en este sentido, que la
palabra "tradición" procede del latín tradere, que
significa "transmitir" -y por extensión herencia-, y transmisión
de una verdad, volvemos a repetir, que se remonta a los orígenes
mismos de la humanidad, y que todas las civilizaciones han considerado
como la fuente de su saber y cultura. Esencialmente los templarios transmitieron
a la Masonería la idea de la edificación del templo espiritual
"que no es hecho por manos de hombre" según el mensaje evangélico.
Dicha idea quedó plasmada con la creación de ciertos altos
grados, complementarios a la maestría, de procedencia tempIaria.
Uno de los más notables, por su riqueza simbólica, es el
grado de Royal Arch del Rito Inglés de Emulación.
La Orden del Temple (o del Templo), en su núcleo
más interno era de esencia johánnica (lo mismo que la Masonería),
pues se inspiraba en los misterios contenidos en el Evangelio y el Apocalipsis
de San Juan. Asimismo los "Caballeros de Cristo" tenían como una
de sus principales misiones la protección del Santo Sepulcro y el
mantenimiento de las relaciones con la "Tierra Santa", es decir con el
"Centro Supremo" o "Centro del Mundo". Con la desaparición del Temple,
la Masonería tradicional (y aquí recalcamos lo de "tradicional"),
al igual que la Orden hermética de la Rosa-Cruz, seguiría
manteniendo para Occidente los vínculos con esa "Tierra Santa",
también llamada en otras culturas "Tierra de los Inmortales" o "Tierra
de los Bienaventurados".
Durante el Renacimiento la misma ausencia de documentos
escritos encontramos en las relaciones que mantuvo el hermetismo cristiano
y alquímico con la Masonería. Gracias a la recuperación
de la filosofía platónica impulsada en Italia por Marsilio
Ficino y Pico de la Mirándola, en esa época se asiste a un
nuevo resurgimiento de la tradición y del saber hermético,
en el que hay que incluir la Magia Natural y la Cábala cristiana.
Libros como De Harmonia Mundi de Francesco Giorgi, La Cábala Denudata de J. Reuchlin, La Mónada Hieroglífica de John Dee, y la Filosofía Oculta de Cornelio Agripa,
entre tantos otros, ejercieron una gran influencia en los círculos
herméticos de toda Europa. En todo esto hay algo importante a señalar:
debido a la confraternidad que se dio en el Medioevo entre las agrupaciones
herméticas y los gremios de constructores, era perfectamente normal
que en una época como el Renacimiento -en donde el soporte de una
civilización tradicional estaba ya bastante debilitado- esos vínculos
se fortalecieran con el fin de salvaguardar los valores de la tradición
y la doctrina.
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