
La Vía Láctea, por Jacopo Tintoretto.
Londres, National Gallery
El Espíritu de la Tierra
Notas sobre la Geografía Sagrada
(*)
Francisco Ariza ︎⤤
La tierra no es un cuerpo sin vida sino que contiene
un
espíritu que es su vida y su alma. Todos los seres creados, comprendidos
los minerales, extraen su fuerza del espíritu de
la tierra. Este espíritu es vida: nutrido por las estrellas, alimenta
a todos los seres vivos que cobija. Por el espíritu recibido de lo alto,
la tierra incuba los minerales en su seno como una madre calienta en su vientre
al futuro recién nacido.
Estas
palabras del célebre alquimista Basilio Valentino resumen en realidad
lo que piensan todas las culturas tradicionales acerca de la Tierra como
una matriz donde se genera, gracias a los influjos sutiles emanados de los
cuerpos celestes, todo lo que en ella habita y nutre como
una Madre, la Mater Genitrix, personificada en las distintas diosas de
la Tierra: Rea, Deméter, Gea, Murcia, etc. Las
leyes de las analogías y las correspondencias simbólicas actúan
a todos los niveles: en el mundo físico también. Por eso en la
Cosmogonía de muchos pueblos (y también en la Alquimia) se considera
que las piedras y metales que se encuentran en el interior de la Tierra sufren
el mismo proceso de
gestación, crecimiento y maduración que sigue el ser humano en
el vientre materno, pero según el modo y carácter de su mundo,
en este caso el mundo mineral. Se trata éste del plano de las solidificaciones
más densas (relacionado por
tanto con la energía de tamas) pero al mismo tiempo también
es capaz de recoger y albergar en la íntima oscuridad de su seno la luz
proveniente de los cuerpos celestes (luz
relacionada a su vez con la energía de sattwa), que tras una prolongada "transmutación",
y mediante
un "matrimonio" con la substancia nutricia terrestre, produce el milagro
de la "luz mineral", cristalizada en sus indefinidos matices, texturas,
colores y formas. Como dice la cita de B. Valentino los minerales (y metales)
son también criaturas, es decir que expresan y simbolizan a su modo aspectos
y cualidades
del Ser universal, y también del ser humano, es decir tanto del macrocosmos
como del microcosmos, de lo cual nos
dan buena cuenta los distintos "lapidarios" que han llegado hasta nosotros
a través de la Alquimia medieval y renacentista. Recordemos por ejemplo
las correspondencias entre los signos zodiacales y determinadas piedras, las
cuales "concentran" las energías y propiedades de dichos signos,
como
si se trataran de auténticos talismanes.
Otro ejemplo lo
tenemos en la relación de magia simpática
(en la que se basa la Magia Natural) entre los planetas y los metales,
estudiada en profundidad por la Alquimia y la Astrología, o sea
por la Cosmogonía Hermética, que considera a estos últimos
(los metales) las emanaciones materializadas de las energías sutiles
de los planetas (es decir de sus deidades), energías que encuentran
también sus correspondencias y analogías con los estados
psicológicos y espirituales del ser humano, tal y como nos recita
el alquimista Stolcius en estos versos:
He aquí el cuadro/ de los tesoros ocultos de la tierra/ He
aquí cómo los astros de los cielos/ están encerrados
en el corazón de las montañas/ La tierra contiene/ sus
propios planetas/ a quienes los elementos/ ofrecen sus cualidades y
potencias/ Si tú albergas alguna duda/ observa atentamente todos
los metales/ y el Cielo te ayudará a comprender.
Y lo mismo podemos
decir de los otros dos reinos de la naturaleza: el vegetal y el animal,
expresión viva también de esa
interrelación cósmico-telúrica. Recordemos, en
este sentido, la importancia otorgada a determinadas plantas y animales
en la cosmovisión de todos los pueblos tradicionales y arcaicos,
muchos de los cuales concebían al universo como un inmenso Arbol
(el Arbol de la Vida), imagen diáfana del "Eje del Mundo" y
cuya copa, tronco y raíces están señalando los
tres planos o niveles cósmicos: Cielo, Tierra e Inframundo. También
se visualiza como el cuerpo de un animal gigantesco, generalmente una
tortuga, pez, serpiente, dragón o lagarto, tal el caso de las
culturas precolombinas, como la Maya por ejemplo, en la que se menciona
a Itzám Ná, el dios lagarto "que crea, conserva
y transforma el mundo para volver a generarlo, siendo considerado como
señor del tiempo y también del fuego, como principio original
siempre renovable"(1). Asimismo, en la propia tradición
alquímica y occidental nos encontramos con el Uroboros,
la serpiente o dragón que muerde y devora su cola, es decir a
sí mismo, regenerándose a perpetuidad como el cosmos,
al que también simboliza. Y no podemos olvidarnos de la tradición
china, donde el dragón desempeña, junto con el tigre,
un papel fundamental en su cosmogonía como más adelante
veremos. En fin, el mismo Zodíaco, de indudable carácter
cósmico y celeste, no quiere decir sino "rueda de los animales",
o "rueda de la vida".
A los ojos de
la Cosmogonía Perenne, las potencias del mundo
invisible (desde los espíritus elementales(2) hasta
los dioses intermediarios y celestes) se revelan al mundo visible
a través de los distintos reinos de la Naturaleza, y de esta misma
tomada en su totalidad, lo que incluye todo lo que se relaciona con
los fenómenos terrestres y atmosféricos, y desde luego
al propio Cielo con sus constelaciones (boreales, australes y zodiacales),
planetas y estrellas, hecho éste que conocían perfectamente
nuestros antepasados por estar dotados de una mentalidad simbólica
y analógica que los hombres de hoy en día hemos reducido
a la mínima expresión, y ciertamente sólo ejercitada
al nivel más literal, lo que nos ha conducido al "aislamiento" con
respecto al Alma y el Espíritu del Mundo. Todos los planos de
la existencia, corporal, anímico y espiritual, si bien están
jerarquizados (el espíritu es superior a la psique y ésta
es superior al cuerpo) son simultáneos e interactúan entre
sí, estando como están comprendidos dentro de un Ser único
e indisoluble.(3)
No es necesario
decir que esa concepción unitaria del cosmos
propia de todas las culturas tradicionales sin excepción choca
inevitablemente con nuestra visión actual del mundo, constituida
por una multitud de fragmentos dispersos sin relación entre sí,
y sumamente limitada al estar huérfana de todo aquello que de
una u otra manera hace referencia a la realidad de lo sagrado, de lo
metafísico y lo supracósmico: realidad que precisamente
es la que constituye el meollo y el ser mismo de las antiguas civilizaciones,
y por tanto de la mayoría de los hombres y mujeres que las integraron,
los cuales crearon las estructuras de su sociedad y su concepción
del mundo de acuerdo a las ideas y principios derivados de la Filosofía
Perenne, –también llamada Ciencia Sagrada o Tradición
Unánime– la que está todavía viva a pesar
de todo, aunque oculta por las apariencias de este mundo ya totalmente "exteriorizado" y "periférico".
De hecho, las ciencias racionalistas, empíricas y materialistas
que arrancan con fuerza a partir del siglo XVIII y que originaron la
civilización actual, y por tanto la mentalidad del hombre contemporáneo,
se desvincularon de esos principios, y al hacerlo fueron perdiendo poco
a poco todo carácter simbólico y sagrado, y con ello la
posibilidad de continuar transmitiendo una enseñanza que en sí misma
siempre ha sido una iniciación a los misterios, o mejor al Misterio,
del cosmos, de la naturaleza y del hombre. En verdad el símbolo
comunica dos realidades entre sí, actuando como intermediario
entre el mundo de "abajo" y el mundo de "arriba",
entre lo visible y lo invisible, lo que hace posible la cohesión
de la Manifestación universal, o sea de la Vida en su más
amplia expresión. Asimismo, y como nos dice la Cábala
hebrea (y con ella todas las cosmogonías) esa misma Manifestación
se divide en tres (o cuatro) planos, siendo el más inferior precisamente
el mundo físico, que sin embargo es el "recipiente" que
recoge los efluvios emanados de los mundos superiores.
De ahí que, como dijimos más arriba, la Tierra, y la
Naturaleza en su totalidad, sean una "matriz" donde lo de "arriba",
lo celeste, los mundos superiores, se concretan en lo de "abajo",
en lo terrestre, en los mundos inferiores, que aparecen así como
un reflejo invertido de aquellos, como la última emanación
de un proceso iniciado en la Unidad primordial, tal y como nos enseña
precisamente la Cábala a través de las sefiroth del
Arbol de la Vida, en donde ese mundo inferior (llamado Asiyah),
la Tierra o la Naturaleza, es el soporte, el fundamento verdaderamente,
que nos permite ascender, y retornar, a los mundos superiores.(4)
Ese carácter sagrado y numinoso de la Naturaleza nada tiene
que ver entonces con el vacuo "naturalismo ecológico" (en
cualquiera de sus variantes: tipo "comunidades Gea", "arco
iris", etc.), tan caro a la new age, o bien como un hecho
estético teñido de "romanticismo", o cosas semejantes,
que tan alejadas están de esa otra concepción propia de
determinados pueblos "primitivos" todavía vivos, como
por ejemplo los aborígenes australianos (pero no sólo
ellos), que consideran que su templo, que su recinto sagrado es la propia
Tierra, como emanación del "Tiempo de los Sueños",
nombre dado en esos pueblos a la Ciudad Celeste, al tiempo virginal
de los orígenes donde habitan los dioses creadores y los antepasados
míticos, los cuales continúan manifestándose y
dejando la huella de su presencia indeleble en determinadas rocas, manantiales
de agua, pozos, ríos, cuevas, montes, es decir en las formas
del paisaje y la geografía de su territorio, que conserva así un
carácter permanente de sacralidad. Desde esa óptica, desde
esa visión del mundo como un hecho nacido del canto y la palabra
de los dioses, la revelación del espíritu está siempre
inmanente en el corazón del hombre, que contempla una roca, un árbol
o una montaña no como un objeto que está "fuera" de él,
sino con la convicción plena de que cada uno de ellos es la expresión
tangible de una energía, de una potencia, de una fuerza, de
un numen,
que brota de lo más profundo y le revela un aspecto esencial
de su ser, de su geografía interior vinculada con la totalidad
de la creación. Como decía el pitagórico Porfirio
la tierra física no es otra cosa que el símbolo de lo
que es la tierra en sí misma.
Existen también símbolos específicamente iniciáticos
especialmente diseñados para favorecer ese "tránsito" de
un mundo a otro, una puerta que abra a la posibilidad de vivir de acuerdo
a una cosmogonía que siempre es necesaria para trascenderla,
pues no deja de ser un medio, como el propio símbolo, para llegar
a ser uno con la Realidad que refleja.
Remitiéndonos a la cosmogonía de los aborígenes
australianos, existen en este sentido determinados símbolos donde
se plasma esa geografía del mundo sutil que evoca el recorrido
que hicieron los dioses en el origen del tiempo, recorrido que son las
sendas que unen entre sí los distintos centros sagrados que surcan
todo el territorio. Hablamos concretamente de los tjuringas,
piedras sagradas donde aparecen grabados por ambas caras una serie
de líneas y círculos que reproducen aquellas sendas y los
centros de la geografía sagrada por donde transitaron y transitan
los dioses, y con los que se comunican los hombres por medio de la invocación
ritual y la concentración en los diseños geométricos
del tjuringa, diseños que guardan un cierto parecido con
el esquema del Arbol de la Vida cabalístico, también una
guía o mapa del cosmos y del alma humana.
La concepción sagrada de la geografía, nacida de la íntima
convicción de la tierra como el cuerpo de la Gran Madre Universal,
es el motivo principal del por qué en todas las sociedades tradicionales
sin excepción cualquier modificación que se hiciera sobre
el medio natural hubiera de estar previamente enmarcada por la acción
de los ritos apropiados, llevados a cabo por sus sacerdotes, teúrgos,
magos y chamanes, y siempre de acuerdo con la voluntad de los dioses
y de sus energías intermediarias, entre las que debemos contar
las zodiacales y planetarias, es decir las astrales, y que son las que
impregnan, marcan o signan con su presencia sutil el "alma" de
una determinada región o territorio, presencia que el ser humano
es capaz de percibir como un aspecto de sí mismo, ya sea que
se manifieste en su dimensión superior o inferior, uránica
o telúrica, y cuando es en este último caso a esa energía
se le ha dado en llamar el "genio del lugar", relacionado
con lo que fueron entre los romanos los dioses lares, penates y genius.
Hemos de tener en cuenta, en este sentido, que desde el punto de
vista hermético y tradicional entre el hombre y la tierra que este
habita existe una relación sutil sustentada en la armonía
intrínseca que existe entre todas las cosas, de tal manera que
un ser humano también "recibe" como parte de su herencia
psíquica y espiritual (ya sea en su nacimiento o no) las influencias
sutiles de las deidades presentes en aquella tierra. De aquí entonces
la importancia otorgada antiguamente a los ritos de "sacralización" de
la tierra, pues gracias a ellos las energías de las deidades
invocadas quedaban de alguna manera "fijadas" en el lugar
determinado, dándole a éste su carácter y su especificidad,
siempre en relación con la naturaleza y las cualidades de dichas
deidades. Cuando éstas eran las celestes, esos ritos ejercían
una acción "sobrenatural" sobre el medio geográfico, "transmutándolo" en
una dimensión superior y convirtiéndolo verdaderamente
en un reflejo directo de su arquetipo: la "Tierra Celeste".(5)
Es evidente que
hoy en día nos cuesta entender todo esto, entre
otras razones porque concebimos al espacio y al tiempo como homogéneos
y cuantitativos, ignorando sus aspectos cualitativos, simbólicos
y metafísicos, que son precisamente los que conocían las
antiguas sociedades tradicionales y aplicaban, por ejemplo, en los ritos
de localización y posterior fundación de las ciudades,
de las viviendas y los templos, ritos que derivaban de la utilización
de aquello que en el Hermetismo se denomina el arte y ciencia de
la Geomancia, y que en otras tradiciones y culturas ha recibido
diferentes nombres, pero siempre referidos a las mismas ideas y principios.
*
* *
Robert Fludd, en su Tratado de Geomancia,
habla de esta ciencia como la Astrología terrestre, y en verdad así la considera
también la tradición china o extremo-oriental, que da
a la geomancia el nombre de Feng-Shui, del que se dice en el
Programa Agartha(6) que "estudia las energías de
la naturaleza en su íntima relación con la Tierra",
añadiendo a continuación que la ciencia de la geomancia "está estrechamente
vinculada con la Geografía Sagrada". En efecto, a los ojos
de esta ciencia simbólica que es la Geografía Sagrada,
las montañas, cavernas, valles, islas, mesetas, ríos,
océanos, mares, lagos, cascadas, desiertos, etc., son " símbolos
de ideas arquetípicas, o mejor, de 'otras cosas' existentes también
en el mundo de lo invisible, de lo espiritual"; o lo que es lo
mismo, de aspectos de la geografía interior del ser humano, de
estados del alma, constituyendo, como hemos visto más arriba,
los jalones de su itinerario espiritual, que incluye la búsqueda
y posterior vivencia en la "Tierra Celeste", en la "Tierra
Mítica", de sus orígenes atemporales, que son contemporáneos
de cualquier época histórica, siendo el nexo de unión
con esa Tierra, con esa realidad arquetípica y "sobrenatural" en
el sentido exacto de la palabra, precisamente el Símbolo, o sea
la Tradición, cualquiera que ésta fuese, pues siempre
será una emanación de esa Realidad superior.
En este sentido,
hemos de decir que toda tradición tiene una
Imagen prototípica de la "Tierra Celeste", y muchas
veces esa Imagen, que es propiamente la Cosmogonía, ha sido proyectada
incluso en el paisaje y el medio natural (como fue el caso, entre otros,
de la tradición china a través de la práctica de
la geomancia), cambiando su configuración siempre que fuera necesario
para adecuarlos en lo posible a aquella. Desde esta perspectiva todas
las formas que aparecen en el cielo y en la tierra, en la cosmografía
y la geografía, constituyen un conjunto único pero jerarquizado,
siendo la segunda, la "réplica" de la primera, hasta
el punto de que, como afirma la geomancia china, los picos de las montañas
son las estrellas y los ríos y océanos la Vía Láctea.
Baste recordar en este sentido que entre los egipcios el Nilo representaba
también la Vía Láctea (el Nilo Celeste), lo cual
desde luego no es una "manera de decir" más o menos "metafórica",
sino que realmente era así, como lo es, en otro contexto, que
el Camino de Santiago sea igualmente (y ya desde tiempos precristianos)
esa misma Vía Láctea, y que Compostela, donde culmina
ese camino, quiera decir exactamente "campo de estrellas".
Si esto no fuera así, es decir una realidad que puede ser concebida
y vivida por el ser humano en su integridad, no tendría ningún
sentido la idea tradicional de los "centros espirituales" o
de las "tierras santas".
Por otro lado,
aunque hablemos más en particular de la geomancia
china (Feng-Shui), esto no quiere decir que dicha ciencia, como
un aspecto de la Geografía Sagrada, no haya sido practicada en
realidad por todas las culturas y civilizaciones tradicionales, y los
ejemplos que podríamos dar son muchos, como el de la civilización
egipcia, que consideraba a su país como la imagen misma del Cielo.
Lo que sucede es que las ideas relacionadas con la geomancia, en sentido
estricto, han llegado hasta nuestros días más claramente
definidas a través de los fragmentos dejados por la tradición
china, reconociendo, eso sí, que los principios que conforman
ese arte son exactamente los mismos que en otros tiempos fueron patrimonio
de toda la humanidad. Y desde luego esos mismos principios también
están presentes en la Alquimia occidental, por tratar ésta
como hemos dicho anteriormente de los procesos internos del ser humano
en analogía y correspondencia con los procesos de los tres reinos
de la naturaleza, es decir con la vida de la Tierra, con su Geología
(un nombre también de la geomancia como leemos en el Programa
Agartha), con sus ritmos y ciclos en perfecto acuerdo con los ritmos
y ciclos de los astros.
Dicho esto, debemos
señalar
que el Feng-Shui ha sido
definido como "el arte de adaptar la morada de los vivos y de los
muertos a fin de establecer una cooperación y una armonía
con las corrientes del soplo cósmico", soplo o "hálito
vital" que es llamado chi, o k'i, en la geomancia
china (en todo semejante al "soplo de Brahma" en el hinduismo
y al ruah de la Cábala), que sostiene y ordena la creación
entera mediante el expir y el aspir universal, las dos fases del ritmo
cósmico, activa (yang) y pasiva (yin), presente
en todas las cosas manifestadas en el Cielo y la Tierra, incluido
naturalmente el hombre, el microcosmos, que está ligado a esas dos fases mediante
el ritmo acompasado de su respiración y los latidos de su corazón.
Apuntemos, en
este sentido, que el término Feng-Shui significa
literalmente "viento-agua", afirmándose que es algo "impalpable
como el viento, e inasible como el agua". Esta definición
indica claramente el carácter sutil de la geomancia, y a pesar
de esa sutilidad (o quizá por ello) el viento y el agua son los
elementos que más inciden en la modificación del paisaje,
o dicho de otra manera: que esos elementos vendrían a ser como
los dos "instrumentos" que modelan las formas de la Tierra
en concordancia con el ritmo y la armonía cósmica. El
geomántico debía entender ese "lenguaje" de
la naturaleza, y contribuir con su arte y su ciencia a perfeccionarlo
de acuerdo al modelo cosmogónico revelado por su tradición.(7)
A este respecto debemos decir que todo el sistema del Feng-Shui,
su fundamento teórico y doctrinal, está sintetizado en
el llamado "círculo geomántico", verdadero mandala
y esquema simbólico del cosmos. Desde luego no es nuestra intención
describir pormenorizadamente toda esa simbólica,(8) pero
sí queremos señalar algunos aspectos de su estructura,
y sobre todo insistir en el hecho de que este esquema es, con sus características
propias, análogo a los de otras tradiciones, ya que todos ellos
reposan sobre un conjunto de proporciones numéricas y módulos
geométricos que podemos denominar arquetípicos, o sea
derivados de los principios universales, y que están prefigurados
ya en las formas del Cielo y de la Tierra, y por consiguiente en el
conjunto entero de la Naturaleza. En el centro del círculo geomántico
aparece el "compás magnético", y en torno a él
se van trazando un total de dieciocho círculos concéntricos,
en cada uno de los cuales se encuentran diferentes divisiones donde
se disponen letras y símbolos específicos que sirven al
geomántico para determinar las cualidades sutiles y las influencias
que actúan sobre el paisaje o porción de terreno donde
se pretende edificar, ya sea un templo, una casa o una tumba.
Esas influencias
están relacionadas con las distintas corrientes
magnéticas que discurren por la corteza terrestre, y que hacen
que la Tierra, a nivel físico, esté sujeta a las leyes
bipolares (yin-yang) que rigen el cosmos en cualquiera de sus
manifestaciones. Esas corrientes magnéticas son llamadas por
los geománticos chinos las "sendas del dragón",
las cuales varían la intensidad de su fuerza según las
diferentes posiciones que los cuerpos celestes, especialmente el Sol,
la Luna, los planetas y ciertas constelaciones, tienen con respecto
a la Tierra, ya sea durante el transcurso del año, es decir según
las estaciones, o a lo largo del día según las horas,
lo que indica que dichas sendas están en perfecta correspondencia
con las "vías del Cielo". A todo esto hay que añadir
las influencias que proceden de las corrientes de agua que fluyen por
el interior de la tierra, así como de aquellas que provienen
de las fallas geológicas, de las vetas minerales y metalúrgicas
y del propio magma terrestre, es decir del fuego interior del planeta,
del mundo subterráneo, sacado al exterior por los volcanes. Todas
esas corrientes, accidentes y fenómenos naturales propician la
fertilidad de los lugares por donde fluyen, es decir que representan
la savia que irriga y vivifica el cuerpo de la Madre Tierra,(9) cumpliendo
la misma función que en el cuerpo humano tiene la corriente sanguínea
vehiculada por las venas. Las "corrientes cósmicas",
o "vías del cielo", están simbolizadas en la
tradición china por el "dragón azul", de naturaleza yang,
positiva y activa, mientras que las "corrientes telúricas",
o "vías de la tierra" se simbolizan con el "tigre
blanco", de naturaleza yin, negativa y pasiva. El lugar
donde ambas corrientes celeste y terrestre se conjugan de manera
armoniosa es el idóneo para construir.
Hemos de decir
que el plano donde se inscribe el círculo geomántico
representa a la propia tierra, que actúa efectivamente como un
espejo donde se refleja el cosmos entero. Dicho esquema reposa sobre
algunos símbolos principales.
En primer lugar
debemos considerar el círculo más interior
que rodea al compás magnético. Allí encontramos
a los ocho trigramas del I-Ching, que surgen de las diferentes
combinaciones entre los dos grandes o principios cosmogónicos,
a saber: el Cielo y la Tierra (equivalentes al Purusha y a la Prakriti hindú,
a la Esencia y a la Substancia universal), y a los que hay que añadir
seis elementos más: trueno, viento, fuego, océano, agua
y montañas.(10)
Tenemos asimismo
el Sol y la Luna, como los dos regentes del día
y de la noche; se reconoce la enorme importancia del primero en cuanto
que es el rey de su sistema, al que vivifica con su luz y calor. Pero
además el Sol tiene una relación especial con el Zodíaco,
por cuanto que es su paso por cada uno de los signos (dispuestos alrededor
de la eclíptica) lo que permite actualizar las cualidades de
todos y cada uno de ellos y hacer que éstas se desplieguen sobre
la tierra, influyendo en el hombre, en el microcosmos. En cuanto a la
Luna, está especialmente vinculada con las 28 constelaciones
que se encuentran también a lo largo de la eclíptica,
y a través de las cuales nuestro satélite se traslada
mensualmente. Hemos de decir que este círculo, que representa
en realidad la órbita lunar, es el más externo de los
dieciocho de que se compone el círculo geomántico, y se
utiliza principalmente para determinar los influjos que la Luna y los
de cada constelación ejercen también sobre el hombre y
sobre cualquier lugar de la Tierra.
Esos influjos son desde luego de orden sutil, como lo son aquellos
que provienen de las siete estrellas de la Osa Mayor, consideradas como
las siete rectoras del cielo.(11) En efecto, en su movimiento
diario en torno de la estrella Polar, la Osa Mayor rige los cuatro
orientes celestes, determinando también las cuatro estaciones del tiempo
gracias a las distintas posiciones de su cola, que al comienzo de cada
estación se dirige a un punto cardinal diferente. Observada lógicamente
desde el hemisferio norte de la tierra, cuando al llegar la noche la
cola de la Osa Mayor apunta hacia el este, esto quiere decir que es
primavera en todo ese hemisferio; y cuando apunta hacia el sur es que
llegó el verano; y si es al oeste se entra en el otoño;
y si lo es al norte en el invierno. Esa posición central en el
cielo le permite asimismo "dirigir" los movimientos ordenados
de todas las constelaciones, incluidas las zodiacales, y desde luego
su influencia se deja sentir en las revoluciones del Sol, la Luna y
los cinco planetas, y a través de ellos en los cinco elementos
de la naturaleza terrestre, como veremos a continuación. Es por
eso que en los textos taoístas se dice que la Osa Mayor en su
movimiento "hace girar la manifestación entera", desplegando
así, gracias a las alternancias e interrelaciones entre el yin y
el yang, entre el principio femenino y el masculino, todas las
posibilidades contenidas en dicha manifestación.
En efecto, no
menos importantes en cuanto a las analogías y
correspondencias existentes entre los distintos planos que componen
y hacen posible la Armonía del Mundo son las influencias procedentes
de cada uno de los cinco planetas: Júpiter, Marte, Saturno, Venus
y Mercurio, que a su vez están en correspondencia con los cinco
elementos o "agentes naturales", respectivamente: madera,
fuego, tierra, metal y agua, los cuales actúan directamente sobre
los cuerpos físicos, modificándolos a través del
ciclo de las coagulaciones y las disoluciones. Por lo tanto, el juego
de armonías y desarmonías, condensaciones y disipaciones,
que tanto a nivel físico como sutil entretejen entre sí las
energías planetarias se traslada a la tierra por intermedio de
esos cinco elementos, de sus intercambios y permutaciones incesantes.
Diremos que pese al número y a ciertas coincidencias en la terminología,
a estos agentes naturales no hay que confundirlos con los cinco elementos
clásicos: éter, fuego, aire, agua y tierra, empezando
por el hecho de que éstos no tienen una correspondencia directa
con los cinco planetas, como sí ocurre con los elementos que
trata la geomancia china.
La madera y el
agua son compatibles, como lo son Júpiter y
Mercurio, pero no el metal y el fuego, es decir Venus y Marte, que sí son
compatibles respectivamente con Saturno, la tierra, y Júpiter,
la madera, puesto que esta última alimenta el fuego, etc. Asimismo
el orden de sucesión que aquí se da de los planetas (Júpiter,
Marte, Saturno, Venus y Mercurio) tiene que ver precisamente con su
orden de producción o de coagulación: la madera produce
el fuego, el fuego produce la tierra, la tierra produce el metal, el
metal produce el agua y el agua produce la madera, y así sucesivamente,
generando el ciclo vital de la naturaleza, que también incluye
un orden en cuanto a sus disoluciones, puesto que el metal destruye
la madera, la madera destruye, o en este caso absorbe, la tierra, la
tierra absorbe el agua, el agua destruye el fuego y el fuego destruye
el metal. Por otro lado, si nos fijamos bien, en ese orden la tierra
(Saturno) está en el medio o en el centro, y en esa posición
aparece cuando a estas fuerzas naturales se las hace corresponder con
la cruz de los puntos cardinales y las estaciones del tiempo, en donde
la madera (Júpiter) se vincula con el este y la primavera, el
fuego (Marte) con el sur y el verano, el metal (Venus) con el oeste
y el otoño, el agua (Mercurio) con el norte y el invierno, y
finalmente la tierra (Saturno) con el centro, posición que en
este caso está queriendo señalar el papel de fundamento
y estabilidad que tiene la Tierra (como principio cosmogónico)
en la tradición china y que se simboliza con el cubo, precisamente
la forma geométrica que mejor sugiere esa idea de fundamento
y estabilidad.

Gea recostada.
Juan Richepin (dir.), Nueva Mitología Ilustrada II.
Barcelona 1927
De
acuerdo con las analogías entre el macrocosmos y el microcosmos, los
cinco elementos, planetas y puntos
cardinales tienen también sus correspondencias con el ser humano, tanto
corporal como espiritualmente.
Corporalmente tenemos a las cinco vísceras principales: hígado,
corazón, bazo, pulmones y riñones, que se corresponden con
Júpiter, Marte, Saturno,(12) Venus y Mercurio; y espiritualmente
a
las cinco "grandes virtudes", respectivamente: bondad,
espíritu ritual, santidad, equidad y
sabiduría.(13) En este sentido, si nos fijamos bien estas mismas "virtudes" asignadas
a cada uno de los planetas se corresponden exactamente con las que reciben en
el Hermetismo y la Astrología occidental.
Un aspecto también importante desde el punto de vista de la geomancia (y de la geografía sagrada) es el hecho de que los planetas y las
energías que éstos representan están en relación
con las formas de las montañas, y más concretamente con sus
cumbres, de tal manera que las montañas que tienen sus cimas quebradas
están bajo la influencia de Júpiter; aquellas otras que son
muy altas y con picos y laderas escarpados se sitúan bajo el influjo
de Marte; las que pertenecen a Saturno presentan sus cimas aplanadas, mientras
que las de Venus son también muy altas y con las cumbres redondeadas,
y finalmente aquellas que están presididas por Mercurio son bajas
y tienen su cima en forma de cúpula. Por lo tanto, y siguiendo las
reglas del Feng-Shui, la montaña que presenta características
jupiterinas (cima quebrada) ha de estar junto a otra que presenta a su
vez características mercuriales (cima con forma de cúpula),
pues entre ambas se armonizan y complementan, como lo hacen la madera y
el agua según hemos visto anteriormente, ya que la primera es alimentada
por la segunda. Otro tanto puede decirse de una montaña con características
de Marte (cima escarpada), que conjugará con otra cuya cumbre presenta
características saturninas (cima aplanada), ya que el fuego produce
la tierra (al convertir todo en ceniza), elemento este último que
también está en armonía con una cima venusina (alta
y redondeada), puesto que como vimos la tierra genera el metal en sus entrañas.
Se puede dar la circunstancia, como de hecho se da, de que existan de forma
natural dos cimas juntas que no se adecuen a estos principios, y en este
caso la solución vendría por modificar la cima de una de
ellas para que ambas se armonizaran, buscando siempre que el paisaje terrestre
concuerde con el paisaje celeste. Como consecuencia de esa práctica,
podría decirse entonces que una gran parte de la fisonomía
topográfica y orográfica de la China actual ha sido modelada
por los geománticos a lo largo de los siglos, lo que explicaría
la sugestiva y serena belleza de muchas zonas de ese inmenso país.
En este sentido,
quizá la denominación de "Celeste
Imperio" dada al territorio de la antigua China tenga relación
también con esa adecuación del paisaje terrestre a la armonía
del cielo. En cualquier caso ese territorio estaba sintetizado simbólicamente
en el Ming-Tang (literalmente "Templo de la Luz"), donde
el emperador realizaba importantes ritos relacionados con el mantenimiento
del orden cósmico y del orden terrestre. El Ming-Tang era,
al igual que dicho territorio, de forma cuadrada, y su división
en nueve salas (con una de ellas en el centro, de tal manera que semejaba
el "cuadrado mágico de Saturno") equivalían exactamente
a las nueve provincias en que estaba dividida entonces la China.
Se da la particularidad de que aunque estuviera dividido en nueve
salas, en
realidad el Ming-Tang tenía doce aberturas al exterior:
tres por cada uno de sus cuatro lados, "de tal manera que, mientras
que las salas del medio de los lados tenían tan sólo una
abertura, las salas en ángulo tenían dos cada una, y estas
doce aberturas correspondían a los doce meses del año".(14) El
emperador se desplazaba por las salas del templo como si lo hiciera
por las nueve provincias de su imperio, ya que al ser ambos de forma
cuadrada les permitían estar perfectamente orientadas según las cuatro
regiones del mundo, y también según las cuatro estaciones:
las salas (o provincias) del lado de oriente a la primavera; las del sur
al verano; las del oeste al otoño y las del norte al invierno.(15) Así pues,
aunque la forma del Ming-Tang, como la del territorio de China,
fuese cuadrada (como la Tierra), hemos de tener en cuenta que por
su relación
con las doce estaciones, y en consecuencia con los doce signos del Zodíaco,
también conservaba implícitamente una forma circular (como
el cielo), constituyendo ambos por tanto una Imagen del Mundo. En
este sentido hemos de recordar que el Ming-Tang era cuadrado por
su base y redondo por su techo, sostenido por ocho columnas que
describen un octógono, equivalente simbólicamente al Mundo Intermediario
al estar situado efectivamente entre el cuadrado (tierra) y el círculo
(cielo).
*
* *
Naturalmente, y
como ya dijimos, esta concepción no es exclusiva
de los geománticos chinos, sino de prácticamente todos los
pueblos de la antigüedad, que supieron ver en ella las pautas por
las que regir su vida individual y la manera de relacionarse con la vida
universal. Así ocurre por ejemplo entre los pueblos que habitaron
las Islas Británicas en tiempos prehistóricos, los cuales
configuraron y ordenaron la totalidad de su territorio de acuerdo a principios
de orden geométrico inspirados en el modelo celeste. De todo ello
dan cuentan los restos que todavía quedan de los monumentos realizados
por aquellas culturas (Stonehenge, Avebury, Newgrange, etc.), revelándonos
la extraordinaria inteligencia e intuición de sus constructores,
astrónomos-astrólogos, magos y teúrgos, los cuales,
herederos de una tradición primordial, supieron cómo trasladar
a la geografía las formas simbólicas de la Harmonia Mundi,
y a través de ésta tener acceso a la Tierra Celeste.
Así ocurre, por ejemplo, con el famoso "templo zodiacal" de Glastonbury, situado en plena campiña inglesa. Se da la particularidad
de que ese templo zodiacal está trazado en el suelo (como una imagen
del cielo en la tierra) ocupando un área circular de unos 16 kms.
de diámetro. Dicho trazado, o sea las formas de las constelaciones
zodiacales, está sugerido en parte por la propia orografía
del terreno, por las colinas, ríos y taludes, lo cual indicaría
que ese lugar no fue elegido al azar, sino que de alguna manera aquella
tierra se había hecho "receptiva" a los influjos sutiles
de los astros, haciéndose necesario acudir, para acabar de conformar
esas figuras a sus modelos celestes, a la geometría y al arte de
los constructores, tan estrechamente unidos a la geomancia y a la geografía
sagrada como estamos viendo.(16)
Y en lo que se
refiere concretamente a Stonehenge se trata de un paradigma de cuanto
estamos diciendo y muestra
también los profundos conocimientos
astronómicos de quienes lo edificaron. Este cromlech ("círculo
de piedras") fue en realidad un templo y un centro espiritual muy
importante para los antiguos britanos, siendo una de sus características
principales la de señalar los solsticios y los equinoccios, y también
los ciclos lunares y la predicción de los eclipses, constituyéndose
así en un verdadero observatorio astronómico que seguía
los cursos regulares de las dos grandes luminarias, las cuales, junto
a los demás cuerpos celestes, ordenan el tiempo y sus revoluciones
cíclicas, ya sean diarias, anuales o cósmicas. Existen otras
características no menos importantes de Stonehenge, pero en las
que no vamos a entrar debido a su complejidad y porque nos saldríamos
un poco del tema específico que estamos tratando. Sólo diremos
que recientes investigaciones han descubierto que la estructura numérico-geométrica
de Stonehenge reproduce a escala las medidas y dimensiones de la
tierra, incluida la de su radio polar.(17) En cualquier caso
esas investigaciones han sacado a la luz algo que ya sabían todas las culturas tradicionales
desde siempre: la existencia de un canon universal de medida empleado
en el arte y la ciencia, y que guarda relación también con
los números cíclicos fundamentales, vinculados con la precesión
de los equinoccios, precesión que desde luego era conocida ya por
distintas civilizaciones muchísimo tiempo antes de que Hiparco
de Rodas la descubriera para el Occidente grecolatino hace algo más
de dos mil años.
En realidad casos
semejantes a los de Glastonbury y Stonehenge se repiten por doquier en
los vestigios
de las antiguas civilizaciones esparcidos
por toda la Tierra, como ocurre, entre los antiguos indios norteamericanos,
con los llamados "constructores de montículos" (mound-builders),
montículos que muchas veces reproducen formas de animales, ya sean
serpientes, aves o mamíferos,(18) mientras que otros,
sin embargo, tienen forma de pirámide cónica aplanada (propiamente
un túmulo), o bien escalonada a modo de los zigurats babilónicos
y las pirámides precolombinas, relacionados por tanto con el simbolismo
axial, sirviendo muchos de ellos también como auténticos
observatorios astronómicos al mismo tiempo que monumentos funerarios,
lo cual no es nada extraño entre las culturas que hicieron este
tipo de construcciones. En este sentido, túmulos semejantes a los
de los indios norteamericanos y con ese mismo simbolismo astronómico
y funerario, los encontramos en muchas partes del mundo antiguo, y siempre
esta asociación entre pirámide, túmulo y tumba nos
remite al simbolismo de la montaña y la caverna, estando evidentemente
las dos primeras (la pirámide y el túmulo) en relación
con la montaña, y la última (la tumba) con la caverna y
también con la matriz: la matriz de la Madre Tierra y por tanto
con la idea de "nacimiento" a una nueva vida, tal cual ocurre
con la iniciación, considerada como un simbólico "regreso
al útero" materno.
Hablando anteriormente del Feng-Shui hemos
visto que el "dragón
azul" y el "tigre blanco" simbolizan respectivamente las
energías celestes y terrestres. En otras tradiciones esas mismas
energías están representadas por el águila y la serpiente,
siendo su significado siempre el mismo: destacar la dualidad de dos tendencias
que aparentemente son irreconciliables, pero que misteriosamente se atraen
como los polos positivo y negativo de un imán, haciendo posible
de esta manera la "unión de los contrarios", de lo que
vuela y de lo que repta, de la vertical y la horizontal, aquello que en
términos alquímicos se designa como el andrógino
o rebis. Cuando esas dos energías se repelen provocan el caos y
la ruptura del equilibrio cósmico-telúrico (afectando entre
otras cosas a la fertilidad de la tierra), y cuando se atraen restauran
el equilibrio y la armonía, devolviendo a la tierra su fecundidad
en beneficio del hombre y de todos los seres vivos que alberga en su seno,
los cuales dependen enteramente de las interrelaciones entre "lo
de arriba y lo de abajo", ya sea desde el punto de vista material
o desde el punto de vista espiritual, aspecto éste que concierne
más especialmente al ser humano, intermediario entre el Cielo y
la Tierra.
En este sentido,
el lugar donde se concilian y unen las influencias celestes y terrestres,
simbolizadas
por el águila y la serpiente,
deviene un "centro", el cual era señalado también
por esas construcciones mencionadas anteriormente (los mound-builders,
etc.), y a las que habría que añadir el poste ritual, los
menhires, betilos y montículos de piedras (todos ellos auténticos "ejes
del mundo")(19), en torno a los cuales en muchas ocasiones
se construyeron las aldeas y posteriormente las ciudades. Este es
el caso de la civilización azteca, que edifica su primera ciudad, México-Tenochtitlan,
y con ella el germen de su imperio y civilización, gracias a que
sus sacerdotes y sabios avistan en una isla en medio de un lago a un nopal,
encima del cual se encuentra un águila atrapando una serpiente.
Esta es la señal que necesitan para encontrar "su centro,
su ubicación, y a partir de él es que han de crear su nación,
cumplir su destino como pueblo y como hombres, en la totalidad del
espacio y el tiempo que desde ese momento se ordenan y sacralizan,
es decir existen
verdaderamente.(20)
Asimismo, en la
tradición griega se cuenta la leyenda según
la cual Zeus envió desde los extremos oriental y occidental del
mundo dos águilas con el fin de que en el lugar donde éstas
se encontrasen fuese establecido el "centro del mundo" para
esa tradición. Dicho lugar no fue otro que Delfos, que ya era un
importante santuario y oráculo de la Diosa Tierra, simbolizada
por la serpiente Pitón (de donde el nombre de "pitias" dado
a las sacerdotisas de dicho oráculo), y centro también de
una civilización prehelénica que bajo el nombre de pelásgica
floreció en distintos lugares del Mediterráneo. Este episodio
contado por el mito relata en verdad una historia sagrada y señala
el cambio de ciclo de una tradición por otra, cambio ejemplificado
precisamente por la lucha del dios Apolo con la serpiente Pitón.
Pero por encima
de ese cambio cíclico (ligado como tal con el
devenir temporal), y que en un sentido toma el aspecto de lucha y enfrentamiento
entre dos civilizaciones, lo que se está dando a entender con este
episodio es esencialmente la idea de la interacción de dos energías
o principios cósmicos, que por un lado se repelen pero por otro
se atraen, pues constituyen la doble expresión de un mismo principio
(o como se dice en la Alquimia "dos naturalezas y una sola esencia"),
representados en este caso por Apolo, el dios solar, de naturaleza
expansiva y luminosa (yang), y la serpiente Pitón, que encarna las
potencias telúricas ligadas con lo femenino y las aguas generatrices,
y por tanto de naturaleza receptiva y oscura (yin). Esto está corroborado
por el hecho de que durante los ritos de fundación del templo de
Apolo en Delfos se depositara el ónfalos (la piedra oracular de
la que se decía era un betilo descendido del Cielo) encima de la
cabeza de la serpiente Pitón, que quedaba así atravesada
simbólicamente por ese eje que era en realidad el ónfalos
apolíneo, es decir que Pitón, o mejor lo que ésta
sintetizaba (el don profético y oracular de la Diosa Madre primordial)
quedaba integrado y asumido por la nueva civilización, pues sobre
aquella, sobre la anterior, puso ésta sus cimientos.(21)
De una u otra
manera, en todas las tradiciones encontramos el mismo tema, tratándose, como se trata, de algo arquetípico que
el ser humano, receptor y transmisor de la Tradición Unánime,
no puede soslayar pues está en la trama y la urdimbre con la que
se teje la Vida universal. Esto es lo que pasó, por ejemplo, con
el Cristianismo, que en tantas cosas fue el heredero de la tradición
greco-latina, y asimismo de las culturas que pervivían en el Occidente
europeo, especialmente la celta, como es evidente en todo lo que se refiere
a la saga y gestas iniciáticas del Grial, por no hablar de la llegada
a Inglaterra de los primeros cristianos encabezados por José de
Arimatea y Nicodemo, que asimilaron efectivamente parte de las tradiciones
locales, fundando posteriormente la primera iglesia de Inglaterra precisamente
en el mismo lugar donde siglos más tarde se construiría
la abadía de Glastonbury. En la tradición celta encontramos
también las mismas ideas en lo que se refiere a la relación
entre esos dos principios representados por el dios Apolo y la serpiente
Pitón. En dicha tradición tenemos el equivalente (incluso
etimológico) de Apolo en el dios Ablun (o Belen), mientras que
la serpiente Pitón equivale precisamente al dragón o serpiente,
llamado en inglés Worm, o Horm, palabra ésta que se encuentra
en la toponimia de muchos enclaves de Gran Bretaña, Francia y otros
países de origen celta, especialmente en lugares elevados o colinas,
en donde, y según los principios de la geomancia china (similares
a este respecto a los profesados por los druidas celtas) se concentra
con más intensidad la "corriente del dragón",
la cual, y como ya hemos dicho, tiene que ver con la fuerza vital que
fertiliza la tierra en determinadas épocas del año, especialmente
la primavera y principios del verano, cuando el astro rey, en el
hemisferio norte, alcanza su mayor apogeo.(22)
En esos lugares
elevados muchas veces se alzaban piedras que marcaban puntos significativos
en
el paisaje, y que, como en el caso de los túmulos,
los cairns o "montones de piedras"(23) prehistóricos
y los mound-builders norteamericanos, tenían también
una significación astronómica. En cualquier caso las piedras
alzadas en las colinas estaban indicando la unión de esos dos principios
a que nos estamos refiriendo, quedando ambos sintetizados en el "dragón
alado", que simbolizaba la "fusión", si así pudiera
decirse, de las energías celestes y terrestres.(24) En
efecto, la palabra Worm, o Horm, indica al dragón o serpiente alada
(o "serpiente emplumada" como el Quetzalcóatl precolombino),
y es notoria la similitud etimológica que dicha palabra tiene con
la de Hermes, cuyas dos serpientes aladas enroscadas en torno al eje central
están aludiendo a las mismas ideas, y recordaremos de pasada las
relaciones simbólicas que existen entre Apolo y Hermes-Mercurio,
y entre éste y Lug, otra deidad civilizadora y demiúrgica,
hasta el punto de que los lugares dedicados a este último(25) pasaron
a ser consagrados a Mercurio tras la conquista romana.
Abundando más en este simbolismo debemos recordar que entre los
griegos los "hermes" o "hermais" no eran otra cosa
que pilares de piedra situados en las encrucijadas de los caminos y los
centros de las plazas, donde el pueblo era invocado para escuchar las
palabras de la Sabiduría por boca de sus sacerdotes y hombres de
conocimiento, permitiendo así que esas palabras se expandieran
y propagaran por todo el país, región o comarca, es decir
por las cuatro direcciones del espacio, lo que desde luego era una forma
de transmisión de la enseñanza tradicional acorde con los
atributos de una deidad que como Hermes-Mercurio es patrón de los
viajeros y comerciantes.(26)
Como dijimos el
Cristianismo de los orígenes hereda gran parte
de esta simbólica, lo cual se traduce, entre otras cosas, por una
asimilación de los antiguos lugares sagrados de las tradiciones
precedentes, sustituyendo los nombres antiguos de esos lugares por otros
nuevos (si bien a veces se seguían conservando los mismos con leves
adaptaciones), pero cuyo significado espiritual y esotérico era
exactamente el mismo, con lo cual no se perdía lo esencial de sus
atributos. Al menos esto fue así hasta que con el tiempo el exoterismo
religioso acabó por imponer la rigidez de su dogmatismo haciendo
todo lo posible para borrar cualquier huella de lo que ese exoterismo
consideraba despreciativamente como "paganismo", extirpando
así (si bien no totalmente debido a que en ciertos lugares algo
pervive todavía en el folclore popular) la herencia de una memoria
que vinculaba al ser humano con la sacralidad de sus orígenes míticos
y atemporales.
El cristianismo
que penetra en las Islas Británicas asimila efectivamente
determinados elementos doctrinales conservados por los sacerdotes y teúrgos
druidas a través de los símbolos, los ritos y los mitos
cosmogónicos y metafísicos de su tradición, la cual
entronca directamente con la Tradición primordial. Como hemos visto
Glastonbury es un ejemplo claro de lo que estamos diciendo. Y lo mismo
ocurre con aquellos lugares consagrados a Worm, el dragón alado,
del que hemos indicado también su vinculación con Hermes.
Casi todos esos lugares, la sumidad de las colinas y los riscos, fueron
dedicados en época cristiana a San Miguel, que tan estrechas relaciones
tiene con las deidades solares de todas las tradiciones. Tengamos en cuenta
además que las ermitas, iglesias y santuarios enclavados en los "altos
lugares" están casi en su totalidad consagrados a San Miguel
arcángel, y en menor medida al caballero San Jorge y a Santa Margarita,
todos ellos considerados popularmente como "matadores de dragones".
Por otro lado, son sobradamente conocidos los distintos "Montes San
Miguel" que existen a todo lo largo y ancho de Europa, todos ellos
ligados entre sí por una geografía sagrada que antiguamente
tenía que ver fundamentalmente con la instauración de distintos "centros" transmisores
de las influencias espirituales en toda la Cristiandad.
En efecto, San
Miguel, como el Apolo délfico, el Ablun-Belen
celta y como Hermes-Mercurio, domina en los lugares elevados, donde la
tierra y sus energías se subliman en una transmutación que
es atracción hacia lo alto al encuentro con las energías
celestes que descienden también en las cúspides de las montañas
y penetran en su interior, en la caverna, lugares ambos eminentemente
hierogámicos. Todo esto remite a un simbolismo primordial, pues
toda montaña (como el árbol), y especialmente aquellas consideradas
como sagradas son, propiamente hablando, una imagen natural del Eje del
Mundo, de la "montaña polar" de los orígenes,
que los hindúes llaman Meru, los antiguos persas Alborj, los griegos
Olimpo (sede de los dioses), los chinos el monte Kuen-Lun, Montsalvat
entre los caballeros del Grial, entre los egipcios el Set Amentet (el
monte a través del cual se llegaba a la celeste "tierra del
triunfo", otra denominación de la "tierra solar"),
entre los aborígenes australianos Uluru (o Ayers Rock), etc.(27)
En la montaña
(de las que las piedras, betilos y menhires no son sino miniaturas)(28) así como en la caverna o gruta
(o su equivalente el dolmen y otros semejantes entre las construcciones
megalíticas), se concentra más en particular el "espíritu
de la Tierra" (inseparable del "espíritu del Cielo" como
estamos viendo), de tal manera que constituyen una imagen completa de
la cosmogonía. Montaña y caverna representan respectivamente
los principios activo y pasivo de la manifestación, ejemplificados
en sus formas respectivas: mientras la montaña tiene forma fálica,
la caverna evoca el órgano femenino, y también la matriz,
lugar de gestación y nacimiento del nuevo hombre en la perspectiva
iniciática. Recordemos que Hermes nace en una cueva situada en
la cima del monte Cilene, y lo mismo podemos decir de Cristo, e incluso
de Mitra, nacido de una piedra, la "piedra generadora", análoga
a la "Madre Generadora" o Mater Genitrix, lo que desde
luego nos remite al simbolismo de los hombres nacidos de las piedras,
como se relata en la leyenda griega de Deucalión. De hecho, las
grutas y cavernas son receptáculos eminentes del espíritu
de la Madre Tierra, revestidas de una sacralidad reconocida desde los
tiempos más remotos, sacralidad que se acrecienta, si cabe, cuando
de esas cavernas mana el agua vivificante surgida de las "entrañas" de
la Diosa, de su seno purificante y regenerador.
Efectivamente,
en la cosmogonía de muchos pueblos los ríos
sagrados manan del útero de la Gran Diosa, y las propias cavernas,
pozos y fuentes son asimilados a su "vulva" o "vagina".
Antes mencionamos al santuario de Delfos, y justamente esta palabra quiere
decir útero (delphis), de donde procede también delfín
(el pez que salva a los náufragos), una imagen del cual figuraba
junto al trípode donde la pitia revelaba los oráculos. Es
interesante advertir, a este respecto, que el trípode tenía,
como su palabra indica, forma triangular, figura geométrica que
cuando aparece con el vértice hacia abajo, es un símbolo
de la matriz y de la caverna, y asimismo del corazón, palabra que
en sánscrito tiene la misma raíz etimológica que
gruta o cripta.(29) El triángulo, o el Delta, tiene así un
significado que se refiere directamente a la idea de generación
espiritual: nacer del Delta es "nacer de lo alto", de la matriz
de la Madre Celeste (que se corresponde con Binah, la Inteligencia,
la tercera sefirah del Arbol cabalístico), y que en uno
de sus aspectos es también la "Diosa del fondo de los mares",
como bien lo indica la Kwan-yin taoísta (análoga
a Venus-Afrodita nacida de la espuma del mar), que precisamente aparece
en la iconografía apoyando sus pies sobre un delfín.
Existe, en este
sentido, toda una simbólica referida a la búsqueda
de esa Madre Primordial generadora del ser, lo que implica previamente
un "descenso al fondo de los mares", simbolismo ciertamente
análogo al "descenso al interior de la tierra", es decir
al mundo subterráneo, que en cualquier caso, y desde el punto de
vista iniciático que nada tiene que ver con lo religioso,(30) es
un paso necesario para quien aspira ser recibido en la Ciudad Celeste,
pues mediante ese descenso en la caverna (que es el interior de nuestra
propia conciencia como bien nos lo dice Dante) se trata de "desanudar" los
lazos que nos unen al mundo profano y todo lo que éste representa:
la tierra yerma y estéril que es pérdida y olvido de nuestra
verdadera identidad. Para recuperar esa identidad, para no beber las aguas
del olvido y sí las de la memoria y el recuerdo del Sí mismo,
se hace imprescindible liberarnos de esos lazos, invocando para ello a
las fuerzas disolventes asociadas también con lo femenino en su
aspecto abisal, es decir a la naturaleza indiferenciada y caótica,
aquello que en la Alquimia se designa, entre otras expresiones, precisamente
como el "disolvente universal" o el "dragón terrestre" que
todo lo devora, excepto lo que no pertenece verdaderamente a este mundo
y que en el ser humano es su germen o núcleo de inmortalidad, el "lazo" con
sus estados superiores, el renacimiento en un "cuerpo intelectual" que,
como nos dice el Corpus Hermeticum, no tiene color, ni es tangible
ni mensurable, ni puede ser visto con los ojos: el "arraigo" profundo
y permanente en la verdadera Tierra Nutricia que es, en esencia, la Diosa
Sabiduría.
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