El Renacimiento Isabelino (fin)

Antoni Guri

John Dee murió en la miseria sin ser exonerado de las sospechas que enturbiaron los últimos años de su vida, y durante mucho tiempo fue considerado un hechicero maligno, o cuando menos un personaje ridículo. Ahora bien, el legado de su obra y de su vida ha seguido fructificando, aún hoy en día, en el corazón de aquellos que se han acercado a él, y lo han sabido hacer sin los perjuicios racionalistas y moralistas que nos confunden, a veces de forma tan sutil que no llegamos ni a percibir.

De entre todas sus obras queremos destacar especialmente dos de ellas: el Prólogo a la traducción de los escritos de Euclides al inglés hecha por Henry Billingsley, y la Monas Hieroglífica.

La primera fue publicada el año 1570 y viene a constituir el meollo del pensamiento de Dee. Precede su texto una explícita dedicatoria.

A los verdaderos amantes de la verdad, y estudiosos constantes de las nobles ciencias, John Dee de Londres, les desea de corazón gracia de los cielos, y el más próspero éxito en todas sus honestas empresas y ejercicios.19

Y seguidamente comienza dejando muy clara su filiación neoplatónica,

Divino Platón, el gran maestro de muchos dignos filósofos, y el testigo constante y que convence con sentencias acerca de lo Uno (Unum), lo Bueno (Bonum) y el Ser (Ens).

Desde una perspectiva pues en la que se sintetizan el neoplatonismo renacentista y la Cábala, Dee habla del número como de la clave del universo. En última instancia todo nos remite al número, y concretamente cita una de las conclusiones pitagóricas de Pico de la Mirándola:

Mediante los números se tiene un camino para la búsqueda y la comprensión de todas las cosas que pueden ser conocidas. 

En su discurso se apoya sobre la ciencia de las proporciones, patente en especial tanto en la arquitectura como en la música, cuya armonía obedece a la estructura de sus módulos numéricos. 

Todo el Prólogo constituye un canto a la fusión entre los distintos estadios del conocimiento; para Dee tanto los físicos como los “matemáticos prácticos”,

y también los perfectos estudiosos pitagóricos y platónicos, y los constantes filósofos, con más facilidad y velocidad, pueden (como la abeja) reunir por este medio (las matemáticas), tanto la cera como la miel. 

Es decir el arte de las matemáticas reúne desde las múltiples posibilidades en que se expresa lo práctico (la utilidad simbolizada por la cera), hasta las verdades de orden metafísico (la miel, símbolo de la sabiduría). Y lo hace no mediante la adición de ámbitos ajenos, sino a través de la vertical que une en un movimiento ascendente y descendente a la vez, los indefinidos planos, los cuales al igual que en la cosmovisión de Cornelio Agrippa en su De occulta philosophia, se agrupan en tres mundos o esferas: natural, celeste y supraceleste.

La inteligencia matemática puede operar especulativamente en su propio arte; y por medios buenos, elevarse por encima de las nubes y las estrellas; y en tercer lugar, por orden, puede descender a fin de disponer las cosas naturales para usos maravillosos; y cuando enumera se retira a su morada, en su propio centro; y allí prepara más medios para ascender o descender con ellos; y todo ello a la gloria de Dios y para nuestra honesta delectación en la tierra.

Su obra más conocida es la Monas Hieroglyphica, el símbolo representativo de la Mónada o suprema Unidad. La portada de su edición del año 1564,  de acuerdo a la importancia que la tradición hermético-cabalística otorga a las imágenes y a su expresión libre y sintética, contiene un rico simbolismo, y como si se tratara de un pórtico de entrada nos invita a introducirnos en un templo.

Preside el frontispicio una frase que, de forma análoga a la que nos advierte antes de penetrar otros ámbitos de sabiduría, dice:  “Quien no comprenda, que calle o aprenda”. Se trata de una clara alusión a la necesidad del silencio imprescindible para la labor del cabalista; sin aquietar los ruidos de su espacio interior –aunque sea entre estallidos– no podrá percibir los mensajes que constantemente nos llegan de lo alto, ni advertirá aquello que en uno le impulsa al aprendizaje, al ascenso. Es a lo que precisamente se refiere la cita evangélica (Génesis 27, 28) que consta al pie de la puerta, “Dios te dé el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra”. Se trata de la bendición que Isaac otorga a Jacob mientras éste suplanta al primogénito, Esaú.20 En verdad dicha bendición constituye el pilar del medio del Arbol Cabalístico, la columna del equilibrio, cuya verticalidad y doble sentido de sus efluvios vienen expresados por el descenso de las energías desde el Principio hasta su concreción material (rocío del cielo), y el ascenso en su proceso de retorno hacia el origen (fertilidad de la tierra).21 Quien se inicia en los misterios del conocimiento une el Cielo y la Tierra, y al mismo tiempo y según los brazos horizontales de la cruz, realiza la complementariedad de los opuestos: a ambos lados y sosteniendo la cúpula estrellada, los Pilares de la Gracia y el Rigor. En ellos aparecen representados el Sol y la Luna y al igual que sus respectivos arcanos del Tarot, destilan su influencia en forma de gotas, las que en este caso son recogidas por dos recipientes adosados en los mismos pilares. Igualmente esculpidas en las columnas las palabras Ignis (Fuego), Aer (Aire) y unos grabados representando la Tierra y el Agua.

En el centro del pórtico el símbolo de la Mónada Jeroglífica aparece dentro de una figura oval. El huevo, crisol alquímico, simboliza el germen a partir del cual se desarrolla la manifestación, y como veremos para John Dee en la Mónada está contenida en esencia la totalidad, todavía replegada la manifestación del cosmos. Y alrededor de dicha figura varios símbolos se ofrecen a la meditación de quien se adentra en el libro-templo percatándole de su carácter hermético-alquímico. Dos figuras de Hermes niño sosteniendo un caduceo, las representaciones de cuatro signos zodiacales a través del cangrejo (Cáncer), el león (Leo), el carnero (Aries) y el toro (Tauro). 

Atravesado el umbral y precediendo a los 24 teoremas que conforman el texto de La Mónada Jeroglífica, una dedicatoriadirigida a Maximiliano II22 rey de Bohemia y Hungría y emperador de Alemania. En ella Dee ofrece al rey su concepción de la Unidad Suprema como un regalo singular y sin precedentes.

No creo actuar de un modo arrogante si lo coloco en el primer e ínfimo rango de la filosofía. Sin embargo a veces parece desear elevarse más alto, y a causa de este grado de excelencia me atrevo a prometer a vuestra Celsitud que puede esperar de este regalo mío frutos abundantes; así como también a causa de la singularidad de la que está dotado, ya que está compuesto, hasta la última frase, en ese modo de escribir según el cual no he sabido, ni de oídas ni por conocimiento de los monumentos antiguos, de ninguna obra absoluta que, hasta el día de hoy, lo haya sido.

Aunque la he llamado jeroglífica, quien la examine profundamente reconocerá que contiene una luz y una fuerza casi matemáticas, tal y como raras veces ha sido hecho en tan notorias maneras.23

Dee sabe que no se trata de un texto de fácil lectura que pueda ser de interés para una mayoría, sino que bien al contrario es entre la uniformidad horizontal de lo múltiple que cabe encontrar aquel punto único, diferenciador, que conectando con la vertical da sentido a todo un plano, al mismo tiempo que posibilita el acceso a otros.

Indagando con todo el esfuerzo de mi mente llegué a la conclusión de que el curso de la vida humana puede considerarse dividido en dos direcciones (en una de las cuales ingresan casi todos). Cuando los períodos de la infancia y la puericia han pasado, la opción sobre el tipo de vida en la que entrarán, comienza a atormentar el alma de los adolescentes. Dudan, entonces, un poco ante la encrucijada que se presenta a su juicio incierto, y por fin se deciden: ya sea (enamorados de la verdad y la virtud) por la Filosofía, a la que se aplicarán con toda su energía durante el resto de sus vidas, ya sea (seducidos por los encantos mundanos o inflamados por la ambición de riquezas) a llevar una vida de placer o lucro esforzándose en ello ávidamente por todos los medios... ¿Dónde está en todo el orbe terrestre (en estos tiempos nuestros deplorables) ese magnánimo y único héroe? Y que, según la progresión de nuestra proporción milésima (adoptada no sin motivo), es entre miríadas de honestos filósofos, y entre cien mil miríadas de hombres vulgares entre quienes debemos esperar este único y felicísimo espécimen.

Y es a este hombre excepcional que Dee brinda su trabajo, a aquél que apartándose de los senderos trillados de lo común y obvio, necesita abrir puertas y descubrir, a veces también asumiendo su propia incomprensión y sorteando las dificultades de un lenguaje que no alcanza a descifrar, estructuras de pronto reveladoras. Unas estructuras que a través de los números, las letras y los símbolos astrológicos y alquímicos nos están dando la clave para trascenderlas. Y el común denominador de todo ello, el arte cabalístico que Dee al igual que Pico de la Mirándola o Reuchlin desvincula de un saber exclusivamente hebreo.

Las primeras letras de los hebreos, de los griegos y de los latinos provienen sólo de Dios y fueron transmitidas a los mortales.

Y más adelante señala:

Abordo ahora al Cabalista hebreo, que cuando vea que sus (así llamados) Gematria, Notaricon y Tzyruph (que son como las tres llaves principales de su arte) han sido practicados fuera de los confines de la lengua proclamada Santa, y que, además, los signos y caracteres de esta mística tradición (recibida de Dios) han sido reunidos (a través de cosas manifiestas, visibles e invisibles), entonces (impulsado por la verdad, si lo comprende) llamará también Santo a este arte y reconocerá que el mismo Dios benevolentísimo lo es, sin distinciones, no sólo de los Judíos, sino de todos los pueblos, naciones y lenguas, y que ningún mortal puede excusarse de la ignorancia de nuestra lengua santa...

Y ya como encabezamiento a los teoremas un título muy explícito: La Mónada Jeroglífica de John Dee, Londinense, explicada Matemáticamente, Mágicamente, Cabalísticamente y Anagógicamente.24

En los dos primeros teoremas, como en una génesis, nace su cosmograma.

La primera y más simple producción y representación de las cosas, tanto no existentes como latentes en los pliegues de la naturaleza, se produjo por medio de la línea recta y el círculo (dibujo de punto, recta y círculo).

Sin embargo, ni el círculo puede ser producido artificialmente sin la línea recta, ni la línea recta sin el punto. Por tanto, las cosas comenzaron a existir por medio del punto y del sistema de la Mónada. Y las cosas relacionadas con la periferia (por muy grandes que sean) no pueden carecer de la ayuda del punto central.

De ahí en adelante va introduciendo los signos que componen la Mónada: la cruz de los cuatro elementos, el Sol y la Luna, y el signo de Aries. Todo lo cual configura el símbolo de Mercurio, y con él de todos los planetas, con los cuales Dee propone efectuar combinaciones análogas a las que se hacen en la Cábala con las letras hebreas.

En cuanto a la cruz, Dee ve en ella no sólo la representación del cuaternario sino también la del ternario, el septenario y el octonario (Teorema VI).

El ternario por dos líneas rectas y un punto común casi copulativo. El cuaternario por cuatro líneas rectas que incluyen cuatro ángulos rectos, cada una repetida (además) dos veces. (Se ofrece también así el secretísimo octonario, el cual dudo si supieron ver alguna vez nuestros predecesores los Magos, y que debéis observar con suma atención). El ternario mágico de los Sabios y los primeros Padres constaba de Cuerpo, Espíritu y Alma. Por tanto vemos manifestado aquí un notable septenario, compuesto por dos líneas rectas y un punto común, y cuatro líneas rectas separadas por un punto.

Y más adelante también el denario (Teorema VIII):

Por otra parte, la expansión cabalística del cuaternario, conforme al estilo habitual de numeración (cuando decimos: uno, dos, tres y cuatro) produce, al sumar, el denario, tal y como Pitágoras solía decir, pues 1, 2, 3 y 4 suman diez.

Del Sol y la Luna, en clara alusión a la Tabla de Esmeralda de Hermes Trismegisto, nos dice (Teorema XIV):

Ha sido, pues, claramente confirmado que todo este Magisterio depende del Sol y de la Luna. De lo cual nos advirtió hace ya mucho tiempo el tres veces grande Hermes, cuando afirmó que el Sol es su Padre y la Luna su Madre.

En cuanto al signo de Aries (Teorema X): 

Hemos, por tanto, añadido el signo astronómico de Aries para significar que (en la práctica de esta Mónada) es necesario el ministerio del fuego.

Nos encontramos pues ante el símbolo completo (del que más adelante Dee da las instrucciones precisas para su construcción proporcionada), y su contemplación y la de los elementos que la componen nos remite a su esencia y origen: la Unidad, patente en el macro y el microcosmos. Y es esta conciencia, objetivo de la transmutación que Dee propone, la que promueve la meditación en el hieroglifo, cuya enseñanza sólo difiere formalmente de la del Arbol de la Vida. El fuego alquímico que Aries simboliza bajo el athanor, promueve dicha transmutación, alentando la pasión por el conocimiento y quemando las escorias de la ignorancia; la cruz de lo manifestado análoga a los cuatro elementos presentes en los cuatros Planos o Mundos del Arbol Sefirótico; y la complementación del Sol y la Luna, idéntica a la del Pilar de la Gracia y la del Rigor.

En La Mónada Jeroglífica se alternan fragmentos en los que podemos seguir una secuencia más o menos lógica con otros cuya redacción nos sumerge en un estado próximo a veces a la perplejidad;25 es ésta una habilidad con la que Dee no sólo consigue ahuyentar rápidamente a quien se acerca al texto con mentalidad únicamente racionalista, sino también provocar una disposición más adecuada, desconcertándolo de entrada, en quien presenta un verdadero interés de comprensiónpero precisa cortar su corriente mental, aquietarsu espacio interno. En el camino hacia el conocimiento aparece de tanto en tanto aquel personaje que “ya lo sabe todo”, es decir aquella parte de uno que en lugar de identificarse con lo que misteriosamente ampliaría su percepción, intenta consumirlo, con lo cual le ata a su pretensión de poseer en lugar de liberarlo. Hay que identificar dicho personaje para poder neutralizarlo; en realidad se trata del mismo que ya en aquellos tiempos y dentro del disfraz autocomplaciente de la falsa humildad, se permitió tachar a John Dee de pretencioso y arrogante. Desde su mediocridad no puede tolerar en otro lo que es incapaz de concederse a sí mismo, la posibilidad de alcanzar aquello que de hecho ya alberga en su corazón: lo más alto e incorruptible. Y alcanzándolo compartirlo, dada su naturaleza supraindividual. 

Y sin movernos de su propia época, el mensaje de Dee también lo vemos reflejado en la obra de artistas, escritores y poetas. De entre ellos cabe destacar a Edmund Spenser (1552-1599), quien estuvo en contacto con Philip Sydney y con todos los principales poetas del círculo de Dee. 

Spenser no heredó únicamente el neoplatonismo elaborado por Ficino y Pico, sino también el impulso reformista de cabalistas cristianos posteriores como Reuchlin, Giorgi y Agrippa. Spenser recibió un neoplatonismo cabalístico intensificado o neopitagorismo cabalístico que ponía mucho énfasis en los números y cuyo representante más calificado era John Dee. Spenser heredó, pues, la idea de una “filosofía más potente” que generaría un movimiento reformista mundial encabezado, como pretendía Dee, por la reina Isabel I.26

En su obra principal, el poema inacabado La Reina de las Hadas, nos brinda un canto encendido, renacentista y mágico al amor y a la belleza platónicos, tomando como base y estructura la numerología y la arquitectura, muy en especial tal como se plantea en la obra de Francesco Zorzi, De harmonia mundi.

Se trata de una apología en torno a la ascendencia imperial británica de los Tudor –que liga estrechamente con la leyenda del Rey Arturo–, y concretamente a su reina Isabel I, representada por Gloriana, la reina de las hadas, en cuyo honor doce caballeros, que representan las virtudes caballerescas, corren una serie de aventuras. La obra fue concebida en doce libros compuestos por doce cantos cada uno, de los que Spenser llegó a completar seis libros y dos cantos, en los que los respectivos caballeros representan las cualidades de santidad, templanza, castidad, amistad, justicia y cortesía. Un recorrido hermético por las esferas del universo a través de los signos zodiacales y de los planetas, en el que como en La Divina Comedia se nos habla de vicios y virtudes, no desde un punto de vista dual y excluyente, sino presentándonos todas las energías dispuestas para ser utilizadas a nuestro favor. Así, cada influencia, en estrecha correspondencia con un planeta y un metal, se expresa tanto de forma ascendente como descendente, y cada cual desde la libertad y el secreto de su athanor alquímico tiene la posibilidad de conocer sus distintos estados, desde los más densos a los más sutiles, y operar con ellos en beneficio de su último objetivo: la transmutación. Esta visión completamente alejada de lo religioso, nos recuerda la doctrina hindú de los tres gunas,27 y cómo en una época de oscuridad como la actual, es a menudo gracias a la fuerza gravitacional de tamas, omnipresente en lo que nos rodea y en nosotros mismos, y cuya densidad nos atrae hacia una multiplicidad insignificante, que podemos intuir la levedad de su energía contrapuesta, sattwa,que nos abre a lo ilimitado. La tradición occidental pues también nos ofrece esta perspectiva que nos invita a agotar nuestros estados más densos sin identificarnos con ellos, y de este modo confirmar su carácter ilusorio frente a la auténtica realidad de la que de alguna manera también forman parte aún pretendiendo negarla. En este sentido William Blake ya en el siglo XVIII dirá que “por el camino del exceso también se llega al palacio de la sabiduría”.28

Dos autores muy ligados a la figura de William Shakespeare, quien como veremos  constituye el corazón de la poesía y la dramaturgia en la época isabelina, son Christopher Marlowe (1564-1593) y Ben Jonson (1572-1637), aunque ambos parecen más bien oponerse a los postulados de la Cábala y la Alquimia. El primero de ellos en su obra El Doctor Fausto nos presenta una imagen invertida del verdadero mago, involucrado en tratos con potencias inferiores, y El Judío de Malta se considera un alegato antisemita. Por su parte Ben Jonson en El Alquimista se burla de forma descarnada de aquellos farsantes que bajo el aura de  un vago “misticismo ocultista” sólo pretenden groseras o “sutiles” ganancias personales, aunque también parece poner en el mismo saco a aquellos verdaderos alquimistas cuyas labores y metas son verdaderamente internas.

En cuanto a William Shakespeare (1564-1616) su mensaje nos llega con nitidez, y a diferencia de la mayoría de autores ligados a la tradición hermética cuyo nombre se ha ido desdibujando a través de los años, llegando a ser prácticamente desconocidos en la actualidad Shakespeare, sin embargo, se ha convertido en un nombre popular. Su teatro sigue llenando actualmente los escenarios y también las pantallas del Occidente entero, ya sea con adaptaciones más o menos fieles al original o con versiones completamente alejadas de su esencia, pero que vienen a suplir la falta de inspiración del mundo moderno. Mucho se ha escrito sobre la posible no autoría por parte del personaje histórico nacido en Stratford on Avon, poniéndose en duda que de su mano pudiera surgir una obra de tal alcance, en la que se evidencian conocimientos no sólo del alma humana con toda su complejidad, sino también de una larga lista de disciplinas, como por ejemplo de estrategia militar, del arte de la negociación diplomática, de derecho penal, fiscal y civil, de medicina, botánica, ornitología, heráldica y un largo etcétera.29 Con lo cual, si lo añadimos al hecho de que ciertos eruditos han pretendido descubrir estilos muy diferentes en distintas de sus piezas teatrales, se apunta que el conjunto de su obra puede ser producto de varios escritores que se ocultan detrás de su nombre, entre los que sobresale el de Francis Bacon.30 Poco importa desde nuestro punto de vista toda esta controversia, que se mueve en el plano horizontal, desde donde sólo se perciben conocimientos acumulativos y parcialidades individuales. Es a través de la síntesis vertical de un Conocimiento único, que podemos ver el legado shakespeariano como una expresión de esta “filosofía oculta” hermético-cabalista que anima el Renacimiento Isabelino. Cada obra de teatro constituye un todo, en donde las relaciones entre los personajes, sus tensiones, desencuentros y nuevos equilibrios las convierten en algo análogo a un athanor alquímico, donde los metales en combustión pugnan, se degradan y sutilizan, pero también semejante a una obra arquitectónica o una pieza musical. Comprendemos las pasiones escenificadas porque nos identificamos con ellas, pero al hacerlo mantenemos asimismo una distancia, la cual nos permite también observar nuestras propias emociones como algo que nos sucede, en cierto modo ajeno a nuestra esencia imperturbable; Shakespeare nos brinda la posibilidad de ser la periferia de la rueda y simultáneamente su motor inmóvil. Dichas emociones no están expresando algo muy distinto a aquellas proporciones numéricas que sustentan un edificio o una melodía, alrededor de cuyo centro se ordenan piedras y notas. Aunque para nosotros, hombres y mujeres del final de un ciclo, en que lo psicológico prima sobre otras esferas más altas del Ser, parecemos más necesitados de la catarsis provocada por una dramaturgia diseñada con sabiduría; y nos es difícil darnos cuenta de que éste es un lenguaje análogo al que describe las tensiones existentes entre los ángulos de una figura geométrica, o entre los números dentro de un cuadrado mágico, o la coreografía de formas flameantes que compone el alfabeto hebreo. Sólo desde esta perspectiva cobra verdadero sentido la tan alabada magia shakespeariana, que nada tiene que ver con veleidades fantasiosas, sino con una estructura sabia, real y efectiva fruto de un legado, de un verdadero Arte. 

Y es verdad que dicha magia a menudo se sustenta no tanto en los argumentos de las obras, que Shakespeare muchas veces desarrollaba a partir de otras ya existentes o incluso de acontecimientos de su época, sino de la fuerza de su lenguaje; a veces llegamos a olvidar la trivialidad de ciertas historietas, absortos en el flujo verbal que las atraviesa. Es pues mediante la palabra como el poeta se convierte en el mago capaz de generar nuevos mundos. En Shakespeare la fuerza de la palabra es capaz en un instante de evocar imágenes cuya nitidez y carga significativa excede con mucho la palabra misma, es decir se trata de un puente, un símbolo verbal, que nos conecta de inmediato revelándolo con aquello que por su naturaleza es indefinible.

Por otra parte el hecho de que el lenguaje se exprese a través del verso, es decir sea ritmado, contribuye también a facilitar esta comunicación con los planos más sutiles del ser, único objetivo de la verdadera magia. René Guénon remitiéndonos a la poesía primigenia nos dice que la imagen en el mundo humano del “lenguaje de los pájaros”31 o “lengua angélica”,

es el lenguaje ritmado, pues sobre la “ciencia del ritmo” que comporta por lo demás múltiples aplicaciones, se basan en definitiva todos los medios que pueden utilizarse para entrar en comunicación con los estados superiores (...) Por eso también los libros sagrados están escritos en lenguaje ritmado, lo cual,  como se ve, hace de ellos otra cosa que simples “poemas” en el sentido puramente profano del término; y por lo demás, la poesía no era originariamente esa vana “literatura” en que se ha convertido por una degradación cuya explicación ha de buscarse en la marcha descendente del ciclo humano, y tenía un verdadero carácter sagrado. 

Los versos de Shakespeare nos recuerdan aquella función. La melodía cíclica de su recitación32 evoca en nosotros mundos extraños pero al mismo tiempo familiares, y nos sumerge en una atención concentrada abierta a lo alto, al silencio, al que accedemos a través de los canales de pasaje o rupturas de nivel que de repente provoca la síncopa de un cambio de ritmo, la quiebra de un compás aparentemente inesperado pero imprescindible.33 

Si bien es verdad que en todas las obras de Shakespeare está presente, en mayor o menor medida, este diseño inteligente cuya teurgia nos conduce a través de la escala que une los distintos planos de la realidad, también es cierto que hay una de entre todas ellas que por su estructura y concepción merece especialmente el calificativo de esotérica: nos estamos refiriendo a La Tempestad. Es ésta una de las últimas obras escritas por Shakespeare que, inspirándose en los relatos de naufragios y crónicas sobre las aventuras hacia el Nuevo Mundo, nos narra las vicisitudes del mago Próspero, quien confinado en una isla remota con la única compañía de su hija Miranda, vive entregado al ejercicio de las artes mágicas. Sometiendo sus estados inferiores representados por el monstruo Calibán y, a través de Ariel espíritu del aire, invocando los estados superiores, deshará los nudos de la adversidad y establecerá de este modo un nuevo orden dentro de sí y en su entorno. Durante el transcurso de la representación sabemos que Próspero, duque de Milán, después de ir delegando paulatinamente sus responsabilidades políticas para poder dedicarse exclusivamente al estudio de las artes mágicas –que no son otras que las Artes Liberales– fue traicionado por su propio hermano. Ahora pues y utilizando sus poderes34, logrará canalizar una sucesión de acontecimientos, como por ejemplo desencadenar la tempestad con la que se inicia la obra, y el posterior naufragio en la isla de una serie de personajes entre los que se encuentra su hermano. Tras diversas catarsis que se resolverán en el perdón –a los demás y especialmente a uno mismo–, se compondrá un futuro esperanzador, un renacimiento que vendrá simbolizado por las bodas de su hija Miranda, a la cual Próspero ha transmitido todo su saber.

La obra, excepto una breve introducción que se sitúa en un navío durante la tempestad, transcurre en el marco de una isla, y su duración es de tres horas, tanto en el tiempo real de la representación como del transcurso de los acontecimientos escenificados. Estamos pues en un enclave espaciotemporal muy bien delimitado: la isla es el espacio acotado, símbolo del Centro del Mundo, donde se conjugan todas las dualidades, las que asimismo son devueltas de la aparente dualidad a la unidad original a través de su conciliación que el número tres simboliza. Dicho enclave es el nuestro, nuestra isla o círculo desde cuyo centro cada cual es maestro de sí mismo. Desde donde conocemos que todas las encrucijadas son una sola encrucijada, y desde donde sabemos con Próspero que “Todo el mundo es un escenario”.35 

Alegraos, señor, que ya terminó la fiesta. Los actores,
como ya os dije, eran espíritus y se desvanecieron
en el aire, en la levedad del aire.

Y de igual manera, la efímera obra de esta visión,
las altas torres que las nubes tocan, los palacios espléndidos,
los templos solemnes, el inmenso globo, y todo lo que en él habita, 
se disolverá;

y tal como ocurre en esta vana ficción
desaparecerán sin dejar humo ni estela. Estamos hechos
de la misma materia que los sueños, y nuestra pequeña
vida cierra su círculo con un sueño.36 

Un escenario puesto a nuestra disposición para conocer nuestros límites encarnándolos –también dramatizándolos–, para simultáneamente trascenderlos.

Ordénale (a tu alma) incluso que se remonte al cielo, no tendrá necesidad de alas: nada puede obstaculizarla, ni el fuego del sol, ni el éter, ni la revolución del cielo, ni los cuerpos de los demás astros, sino que ascenderá en su vuelo a través de todos los espacios hasta el último cuerpo. Y si todavía quisieras perforar la bóveda del universo mismo y contemplar lo que hay más allá (si es que existe algo más allá del cosmos), puedes.37


Notas
19 Mathematicall Praeface to the Elements of Geometrie of Euclid of Megara, John Dee.
20 Como en otros fragmentos bíblicos, vemos en este como la Providencia se vale de lo que a un nivel parecería una trasgresión a las leyes establecidas, para forjar sus designios.
21 En verdad este doble sentido es simultáneo, y no podría ser el uno sin el otro.
22 Padre del ya mencionado Rodolfo II.
23 La Mónada Jeroglífica.
24 La anagogía se refiere a la interpretación metafísica de las sagradas escrituras.
25 En el teorema XVIII por ejemplo se expone lo que parece ser una fábula que narra las vicisitudes de un escarabajo que se sirve de bolas de estiércol para romper la cáscara de un huevo de águila...
26 Frances A. Yates,  La Filosofía Oculta en la Epoca Isabelina.
27 Representan los tres principios presentes en todas las cosas. La neutralización entre la energía celeste y ascendente, sattwa, y la descendente tamas, da lugar a rajas la cual genera por expansión el plano horizontal.
28 De todas formas es cierto que en los poemas de Spenser, como más tarde en los de John Milton, no se advierte esta lectura transgresora, dejándose más bien advertir en ocasiones un tinte que años después degeneraría en moralismo. En realidad ambos son considerados escritores “puritanos”, en la acepción que tuvo en un principio esta palabra, ligada a un movimiento que surge dentro de la iglesia anglicana en la segunda mitad del siglo XVI, y que tiene que ver con un intento de crear un entendimiento entre el catolicismo y las ideas reformistas protestantes. Es curioso que con los años la palabra “puritanismo” se haya convertido en sinónimo de rigidez moralista especialmente en el terreno de lo sexual.
29 Se dice que en su obra se utiliza un vocabulario de unas veinte mil palabras, mientras que por ejemplo Víctor Hugo emplea aproximadamente unas nueve mil, y un intelectual inglés no dispone de más de unas tres mil.
30 Autor de La Nueva Atlántida, utopía que como el argumento de La Tempestad de Shakespeare se desarrolla en una isla.
31 René Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Editorial Universitaria de Buenos Aires.
32 Shakespeare al igual que otros poetas isabelinos emplea mayormente el “pentámetro yámbico”: verso de cinco pies, cada uno de los cuales suele estar compuesto por dos sílabas, una no acentuada y la otra sí, y acaba con una sílaba opcional no acentuada al final.
33 De ahí la enorme dificultad que entraña la traducción de Shakespeare  a otros idiomas. Por una parte es inevitable la merma de matices y la distorsión de los distintos niveles significativos de un vocablo, y por otra la pérdida inevitable de aquel ritmo que viene dado por el uso de ciertas palabras, acentos y figuras métricas.
34 Shakespeare se encarga de diferenciar nítidamente dichos poderes de cualquier tipo de hechicería o magia negra. En este sentido vemos como el personaje de Próspero en muchos aspectos se inspira en la figura de  John Dee.
35 En el teatro The Globe aparece inscrita en su tejado, adornado con un globo, una cita en latín de Petronio que reza: “Totus mundus agit histrionen”, “Todo el mundo es un escenario”.
36 La Tempestad, Acto IV, Escena I.
37 Poimandrés, cap. XI, 19. Traducción que aparece en el libro de Federico González Hermetismo y Masonería, Apéndice 1 (Continuación de la nota 1).

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