Metafísica de la Historia y la Geografía

Francisco Ariza

VI
El Ejemplo Histórico de la Civilización Cristiana


Creemos que es interesante que abundemos un poco más en las relaciones entre el Imperio romano y el Cristianismo, que fueron determinantes para todo cuanto aconteció posteriormente en Occidente, e incluso más allá de él, influenciando de alguna manera en la Historia Universal. Como veremos, no nos vamos a desviar de nuestro tema, sino todo lo contrario, pues tenemos aquí un caso particular, si se nos permite la expresión, de lo que hemos dicho hasta aquí sobre la acción de la Providencia en el Destino de la humanidad, y también un ejemplo muy claro de absorción de los elementos esenciales de una civilización por otra, lo cual es algo muy frecuente en la Historia, que es, volvemos a repetir, un delicado equilibrio consistente en que lo nuevo que acontece, el presente, continúe conservando lo esencial del pasado, pues sin esta referencia ese mismo presente no tendría ninguna savia de donde poder nutrirse. Históricamente hablando todo el pasado está incorporado en el presente, que existe gracias a él.70 Pensamos que a todo esto se referían también los filósofos medievales cuando utilizaban la imagen, muy gráfica, de que ellos iban encima de hombros de gigantes, en referencia a los autores clásicos, y que esto les permitía tener una visión más amplia de las cosas. Oigamos a Bernardo de Chartres:

Somos como enanos encaramados en las espaldas de gigantes; de tal manera si vemos más cosas que ellos y vemos más lejos, no es debido a que nuestra vista sea mejor o nuestra estatura mayor, sino merced a su estatura gigantesca.

Asimismo, consideraremos el ciclo de la tradición cristiana como paradigma de cualquier otro ciclo histórico, pues si bien cada civilización tradicional tiene sus propias peculiaridades, y sus diferencias en la forma, las estructuras que permiten su existencia siempre se han construido de acuerdo al modelo de la Cosmogonía Perenne y sus leyes o ideas inmutables. Un ejemplo sería la estructura cuaternaria en que se divide todo ciclo, análoga a la del Manvántara, y que comprende como ya sabemos cuatro edades de duración decreciente. Además, estas edades están en relación con las cuatro "castas" que predominan en cada una de ellas (la sacerdotal o sapiencial, la guerrera o noble, la de los artesanos, artistas y comerciantes, y la de los campesinos y siervos), y por cuyo intermedio una civilización canaliza sus energías desplegando así todas sus potencialidades. Como leemos en Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, p. 382-383, las castas están presentes en todas las civilizaciones tradicionales, lo que demuestra que no se trata de un hecho arbitrario o casual, sino que está en correspondencia con el orden natural de las cosas y la división cuaternaria de cualquier manifestación. Es pues una realidad de orden cosmológico verificable en cualquier sociedad antigua. En la terminología hindú estas cuatro castas se denominan la de los brâhmanes, kshatriyas, vaishyas y shûdras. Sin embargo, en el mismo Programa Agartha se nos advierte que teniendo en cuenta las condiciones actuales de la humanidad (donde todo está tan mezclado y se presta a tanta confusión), es necesario poner el acento en la idea principal de la que se derivó precisamente la manera de organizarse socialmente las civilizaciones antiguas; nos referimos al hecho de que las cuatro castas, y de acuerdo con el modelo cuaternario, son principalmente estados internos de la conciencia que conviven dentro de cualquier ser humano y que se corresponden con los cuatro niveles de lectura que existen sobre la realidad de las cosas.71 Más adelante volveremos sobre el tema.

Dicho esto, creemos que será suficiente con mostrar algunas semejanzas que existen entre el ciclo de la tradición cristiana y cualquier otro ciclo histórico. Y si tomamos como hilo conductor el Sacro Imperio Romano (primero como idea que busca realizarse y posteriormente como realidad ya concreta) es porque pensamos, fundándonos en los datos tradicionales, que esta entidad, de origen suprahumano como hemos visto, ha cumplido un papel determinante en el desarrollo de la civilización cristiana a partir del momento en que ésta se constituye como tal a comienzos de la Edad Media, papel que indudablemente también ha ostentado la institución del Papado, con la que de hecho el Sacro Imperio mantuvo estrechas relaciones como no podía ser menos, ya que sobre ambos reposaba el armazón entero de esa civilización, si bien es cierto que esas relaciones no siempre fueron pacíficas, por distintos motivos. Y para comprender bien algunas de las cuestiones que vamos a tratar a continuación, hay que recordar que el Papado y el Imperio, así como las funciones respectivas de cada uno de ellos,72 provenían de alguna manera de las que tenía atribuidas el Emperador romano, que en su caso estaban reunidas en su persona y no como dos poderes separados. Como dice a este respecto René Guénon el "Imperator era al mismo tiempo Pontifex Maximus", y añade:

Sea como sea, el Papa y el Emperador eran (…) más exactamente las dos mitades de este Cristo-Jano que algunas figuraciones nos muestran teniendo en una mano una llave y en la otra un cetro, emblemas respectivos de los dos poderes sacerdotal y real unidos en él como en su principio común. Esta asimilación simbólica de Cristo a Jano, en tanto que principio supremo de los dos poderes, es la señal muy neta de una cierta continuidad tradicional, muy frecuentemente ignorada o negada por prejuicios, entre la Roma antigua y la Roma cristiana; y no hay que olvidar que, en la Edad Media, el Imperio era tan "romano" como el Papado.73

Esto es así efectivamente, pero, por razones que responden seguramente a la idiosincrasia de esta tradición, los acontecimientos que dentro del ciclo cristiano han determinado cada uno de los cambios de época han estado de una u otra manera ligados a las propias vicisitudes y momentos cruciales por los que ha ido atravesando el Sacro Imperio. Incluso cuando éste deja "oficialmente" de existir a comienzos del siglo XIX, supone también un cambio de época importante como veremos en su momento; y lo mismo podemos decir cuando fue creado por Carlomagno, con el que también da comienzo otra época, la Edad Media, que como dice Federico González se niega a ser considerada como un grosero infierno de ignorancia y oscuridad, poblado de leyendas negras, sino que bien por el contrario existen en ella una serie de esplendores manifestados en su arte y en distintas expresiones de su cultura, su ciencia, su filosofía, su cosmogonía y su metafísica.74

Como decimos, la historia de la civilización cristiana está particularmente imbricada con el devenir del Sacro Imperio, cuya existencia responde a dos razones fundamentales, que en el fondo son las mismas que impulsaron la creación del Imperio Romano.

"Difundir la Luz y Reunir lo Disperso"

La primera de esas razones, y la más evidente, fue la necesidad de que Occidente continuara siendo una "unidad en la diversidad", y cuyo eje vertebrador iba a ser en este caso la tradición cristiana y la civilización que ella crea, la cual puede ser vista en efecto como la heredera del Imperio Romano, herencia que se fue fraguando y madurando lentamente, como todo proceso hecho para perdurar en el tiempo, culminando con la conversión del emperador Constantino. Pero todo eso no se hizo sin sacrificio por parte del Cristianismo, y no nos referimos tan sólo a los sacrificios cruentos que tuvieron que sufrir los mártires en los circos romanos,75 sino también a aquel otro que trajo consigo que el Cristianismo tuviera que abandonar de manera consciente (de ahí el sacrificio) su carácter esotérico e iniciático original para devenir una tradición puramente exotérica, lo cual estuvo plenamente justificado por las circunstancias de ese momento histórico. A este respecto nos dice nuevamente René Guénon:

Si se considera en qué estado, en la época de que se trata, estaba el mundo occidental, es decir el conjunto de los países que entonces estaban comprendidos en el Imperio romano, podemos darnos cuenta fácilmente que si el cristianismo no hubiese 'descendido' al dominio exotérico, ese mundo en su conjunto habría estado desprovisto de toda tradición, ya que las que existían hasta entonces, y particularmente la tradición greco-romana que habitualmente se había convertido en la predominante, había llegado a una extrema degeneración que indicaba que su ciclo de existencia estaba a punto de terminarse. Este 'descenso', insistimos, no fue pues de ninguna manera un accidente ni una desviación, y se debe, por contra, considerarlo como habiendo tenido un carácter verdaderamente 'providencial', puesto que evitó a Occidente caer desde esa época en un estado que hubiese sido, en suma, comparable al que se encuentra actualmente. El momento en que debía producirse una pérdida general de la tradición como la que caracteriza propiamente a los tiempos modernos no había llegado aún; era preciso que hubiese un "enderezamiento", y únicamente el Cristianismo podía operarlo, pero a condición de renunciar al carácter esotérico y "reservado" que tenía al principio [y en nota añade: A este respecto, se podría decir que el paso del esoterismo al exoterismo constituyó un verdadero "sacrificio", lo que es verdad en todo descenso del espíritu]; y así el "enderezamiento" no fue sólo genérico para la humanidad occidental, lo que es muy evidente para que haya lugar a insistir, sino que estuvo al mismo tiempo, como lo está además necesariamente toda acción "providencial" que interviene en el curso de la historia, en perfecto acuerdo con las leyes cíclicas.

Sería probablemente imposible asignar una fecha precisa a ese cambio que hizo del Cristianismo una religión en el sentido propio de la palabra y una forma tradicional dirigida a todos indistintamente, pero lo que es cierto en todo caso es que fue ya un hecho consumado en la época de Constantino y del concilio de Nicea, de forma que éste no fue más que el "sancionador", si así pudiera decirse, inaugurando la era de las formulaciones "dogmáticas" destinadas a constituir una presentación puramente exotérica de la doctrina.76

Sin embargo, y el propio Guénon así lo afirma en otro lugar del mismo artículo, esto no significa que el contenido iniciático del cristianismo desapareciera por completo. Este continuó existiendo siempre, y veremos cómo se manifestó a través de distintas organizaciones e individualidades a lo largo de toda la Edad Media y el Renacimiento, y más allá de éste. En cualquier caso, la historia posterior demostró fehacientemente que ese "sacrificio" del Cristianismo (en el sentido exacto de la palabra sacrificio: sacrum facere, hacer sacro) constituyó una "necesidad" para Occidente. En efecto, si el Cristianismo no hubiera hecho esa "conversión" Occidente habría dejado de existir como tal en esos momentos, y no sólo Occidente, sino que, y si la viéramos como un organismo (lo que en efecto es), a la propia historia de la humanidad le hubiese faltado uno de sus "centros vitales" más importantes, sobre todo en el ciclo correspondiente a los últimos dos mil años. En este sentido, no es por casualidad que Guénon diga expresamente que esa "acción providencial" esté además "en perfecto acuerdo con las leyes cíclicas", pues esto es un ejemplo más de la íntima relación que existe entre la Providencia y el Destino, es decir entre la simultaneidad de una realidad central siempre presente, y su expresión en el devenir histórico. Y es evidente que Occidente tenía y tiene un destino que cumplir en la Historia, y comenzó a hacerlo precisamente en el momento cíclico que se correspondía con las tendencias espirituales y sutiles implícitas en su naturaleza más profunda. Cada ciclo o época tiene así su propio marco geográfico donde sus posibilidades latentes se hacen manifiestas de acuerdo con la coyuntura cósmica de ese período, la cual viene dada por el movimiento de rotación de la Rueda del Mundo, o Anima Mundi, movimiento que es en sí mismo el despliegue en lo temporal de todo lo que está contenido en el Ser Universal.

Para Occidente, ese momento cíclico llega con Grecia y Roma (receptoras al fin y al cabo de todas las civilizaciones mediterráneas anteriores), prolongándose con el Cristianismo, el cual cuando asume su destino histórico incorpora dentro de su proyecto de civilización no sólo a los pueblos que habían formado parte de la romanidad y del mundo grecolatino en general, es decir a los que estaban dentro de los límites o fronteras (limes) del Imperio, sino también a todos aquellos que aun perteneciendo al continente europeo estaban "fuera" de esas fronteras, los llamados "pueblos del norte", los cuales, siendo europeos pertenecían por ello mismo por completo a Occidente, y además iban a ser los más genuinos protagonistas del nuevo período histórico que se abriría tras la desaparición de Roma y una vez fueron completamente cristianizados, lo cual ocuparía una franja de tiempo de al menos trescientos años (del siglo V al VII), el llamado interregno, y que, como todos los procesos de transición de una época a otra, se produjo en la oscuridad, al menos relativa, y ello fue una circunstancia que, junto a otros factores, evitó la ruptura.77

Nos referimos sobre todo a los pueblos celtas y germánicos (los escandinavos, bálticos y eslavos se fueron poco a poco incorporando a partir del siglo IX),78 los cuales tras la caída del Imperio Romano al comienzo del siglo V acabaron por instalarse definitivamente en los antiguos territorios del mismo, en los que el Cristianismo prácticamente era ya la religión oficial. Si exceptuamos a los celtas (que como es bien sabido habitaban la parte occidental del continente y las Islas Británicas, casi totalmente romanizadas), todos estos pueblos habían permanecido tras las fronteras del Imperio, sumergidos en sus tradiciones ancestrales (muchas de ellas de origen hiperbóreo), y de alguna manera ese "aislamiento" de la corriente civilizadora representada en ese momento por Roma les había permitido conservar en un estado de relativa "virginidad" todas sus energías creativas y vitales.79 Estas se activaron y desarrollaron al contacto con la tradición cristiana, contribuyendo a la consolidación de la civilización incipiente que se iba a articular en torno a dicha tradición.

Tengamos en cuenta además que al mismo tiempo que se iban cristianizando, esos pueblos del norte injertaron en ella muchos valores e ideas extraídos de sus propias tradiciones, conservadas más o menos intactas desde tiempos pretéritos gracias al relativo "aislamiento" a que estuvieron sometidos por muy diversos motivos. Esto explicaría la extraordinaria riqueza y variedad en los distintos ámbitos del arte y la cultura de que se revestiría la Cristiandad cuando ésta se constituyó definitivamente. Y todo ello sin contar con lo que desde nuestro punto de vista es más importante: la incorporación de ciertos símbolos y mitos surgidos de una Sabiduría Perenne encarnada en algunas de esas tradiciones. Los ejemplos podrían ser muchos, pero baste con aquel que hace referencia al simbolismo del Santo Grial y los Caballeros de la Tabla Redonda, al rey Arturo y al druida Merlín, todo ello de origen celta, y que formaron parte muy importante de las organizaciones del esoterismo cristiano de carácter caballeresco que existieron a lo largo de toda la Edad Media, e incluso más allá de ésta. Pues bien, el contenido trascendente de esos símbolos también se "estimuló" gracias al contacto con el Cristianismo, es decir que éste supuso muchas veces un punto de referencia axial para hacer "revivir" la energía espiritual que en ellos había quedado latente, esperando el momento de desarrollarse en el tiempo y el espacio.

Y en todo esto que decimos no deja de ser significativo que el nombre de Germania dado por los romanos a los territorios donde habitaban todos esos pueblos de centro Europa tenga la misma raíz de germen, y según ciertas interpretaciones esotéricas de la palabra "Germania" ésta significaría "tierra de los gérmenes". Dicha designación nos da a entender que esos pueblos ya estaban de alguna manera predestinados también a ser herederos de Roma. Migrando hacia el Sur (es decir hacia los países del sol) buscaban una nueva tierra donde poder desarrollar todo ese potencial creador en las nuevas circunstancias cíclicas que se le presentaban, y no es entonces por casualidad que el Sacro Imperio cristiano acabara por llamarse finalmente "Romano-Germánico".80

Resumiendo: con la creación del Sacro Romano Imperio por Carlomagno puede decirse que la Cristiandad consigue un elemento fundacional importantísimo, un verdadero aglutinador de todos los pueblos de Europa, y en este sentido vemos que, y en analogía con la formación del Imperio Romano, la Cristiandad también supuso un vasto sistema de incorporación de los múltiples pueblos salidos de todos los rincones del Viejo Continente, convirtiéndose al igual que aquel en una entidad "supranacional". Es decir que el Cristianismo, nacido en Oriente del tronco abrahámico, fue como un arca receptora de todas las tradiciones que en aquel momento existían en Occidente, contando además con su herencia grecolatina (platónica, pitagórica, estoica) alojada en los primeros Padres de la Iglesia y los sabios esparcidos por todo el mundo grecorromano ya prácticamente cristianizado en su totalidad, quienes fueron en realidad las luces más brillantes de ese tiempo de transición, y que, para fundar la civilización que quería manifestarse con fuerza, adaptaron y estructuraron de acuerdo a la Filosofía Perenne la metafísica y la ontología implícita en el mensaje de la Buena Nueva, clave de bóveda de la utopía llamada "Ciudad Divina", o Jerusalén Celeste, como modelo eterno de la "ciudad y sociedad humana".

Dentro de los territorios del Imperio Romano hemos de comprender también al norte de Africa, que como sabemos había sido completamente romanizado (como antes fue helenizado) con la misma intensidad que en otras regiones de la ribera norte mediterránea, encontrándose en él algunas de las ciudades más importantes del Imperio, entre las que merecen destacarse Cirene, Leptis Magna y Alejandría, siendo esta última como sabemos el centro cultural y espiritual más destacado de la época. En este sentido, recordaremos de nuevo que entre los planes que Julio César tenía para llevar a cabo su idea del Imperio estaba precisamente el de establecer su capitalidad en Alejandría, o al menos de haberla compartido con Roma. De hacerse realidad esto hubiera supuesto una auténtica "revolución" en el Mundo Antiguo, pues César era consciente de la importancia estratégica de Alejandría (que de hecho fue la capital del Imperio helenístico creado por Alejandro Magno unos trescientos años antes),81 al darse en ella la efectiva "unión" de Oriente y Occidente, unión no sólo en lo geográfico sino también en el ámbito mucho más amplio de las ideas, como lo demuestra el hecho de que en ella se conformaría definitivamente la Tradición Hermética (gracias a la síntesis de las diversas corrientes sapienciales venidas de Oriente y Occidente y que en Alejandría convivieron a lo largo de varios siglos), la cual tendría un papel importante que cumplir en el desarrollo de la cultura occidental hasta nuestros días. En realidad César encuentra en la obra de Alejandro Magno (obra inacabada debido a su prematura muerte) un modelo a seguir en su idea de conformación del Imperio o Monarquía Universal.

Pero el norte de Africa estaba destinado a pertenecer en el futuro a otra civilización, la islámica, que a partir del siglo VII hace su aparición fulgurante en la escena de la historia. En este sentido, hemos de decir que fue la civilización islámica la que, con su irrupción, modificó las fronteras y la configuración geográfica del Imperio, y por lo tanto también alteró, y mucho más que la invasión de los "bárbaros" del norte, la historia común de los pueblos que vivían a uno y otro lado del Mediterráneo, que a partir de entonces ya no se llamaría el Mare Nostrum como lo fue durante el Imperio Romano, e incluso durante el dominio de todas las civilizaciones de las que se guarda el recuerdo: la griega, fenicia, cretense, minoica, egipcia, etc. Podríamos entonces decir, y dejando aparte otras consideraciones, que la invasión islámica del Norte africano "acelera" el curso "descendente" del ciclo histórico al "dividir" lo que hasta entonces constituía la unidad cultural del Mare Nostrum. Y ya sabemos que toda división lleva consigo implícita una tensión que finalmente prohíja la divergencia, el conflicto y la discordia, abonadas también en este caso por la intervención del elemento religioso en su vertiente más fanática, sobre todo a partir de cierto momento que coincide precisamente con la decadencia de las civilizaciones cristianas e islámicas. En efecto, la aparición de la civilización islámica, que se enfrentó a la civilización cristiana por el dominio del Mediterráneo (y en realidad por Europa, o parte de ella, como lo demuestran los sucesivos intentos por parte de los árabes, y desde el siglo XV por el Imperio otomano), altera efectivamente ese espacio vital y su ritmo histórico, al menos en lo que se refiere a lo que hasta entonces había sido el normal desarrollo de los pueblos que habitaron en sus dos riberas. Sin embargo, y como es habitual en el discurso de la Historia, todo esto propiciaría que los pueblos del centro y norte de Europa comenzaran a desarrollar también toda su potencialidad. En efecto:

Los bárbaros invadieron Grecia, invadieron Italia, invadieron España, pero no se detienen allí, sino que atravesando el estrecho, se corren por el norte de Africa. Es decir que son un nuevo elemento que, mezclándose con los preexistentes y añejos, sin modificar la estructura del mundo antiguo, va a continuar la vida de aquel cuerpo, pero, por lo pronto, no la ha suprimido. La modificación verdadera –y esta vez sí es radical– aconteció, según Pirenne [se refiere a lo que este historiador belga dice en su libro Mahoma y Carlomagno], cuando en el siglo VIII los sarracenos (…) conquistan todo el norte de Africa y escinden el Mediterráneo y separan en absoluto el tráfico de costa a costa. Eso sí es modificación radical. La anatomía de la configuración histórica es distinta y por eso –por lo menos esta es una de las causas históricas- nace una nueva civilización. Porque desde ese momento, al dejar de ser el Mediterráneo centro de la vida del mundo interior y lugar de gravitación de una y otra costa, tiene que cambiar por completo la estructura de la existencia, y el dinamismo vital que antes representamos en flechas que iban del interior de las tierras a la costa, ahora tendremos que representarlo dibujando en dirección inversa las flechas: partiendo de las costas y yendo hacia trastierra, hacia el hinterland, que es el Norte. Toda la historia europea ha sido una gran emigración hacia el Norte. Y por eso, al cambiar por completo de anatomía el cuerpo histórico, la línea que antes era frontera se va a convertir en eje y centro del nuevo cuerpo.82

Acerca de esto último, y haciendo un breve paréntesis, es interesante observar cómo determinados episodios cruciales de la historia europea se han dado cita en torno a ese eje geográfico que fue otrora el limes del Imperio romano, y que iba desde el norte de Inglaterra (con la famosa "muralla de Adriano") hasta la Dacia (aproximadamente la actual Rumania) y el Mar Negro, pasando por todo Centro Europa, y teniendo como frontera natural, en grandes tramos de su recorrido fluvial, al Rin y al Danubio. Por nombrar uno de esos episodios significativos que tienen que ver directamente con el esoterismo histórico, recordemos la "guerra de los Treinta Años" (1618-1648), que se desarrolla sobre todo en los países que están en torno a ese eje geográfico, guerra que supondría un cambio de ciclo importante dentro de la historia no sólo europea sino de todo Occidente considerado como una unidad cultural.

Sin duda, todo esto tiene su lectura en clave cíclica, pues los acontecimientos que se sucederán a partir del siglo VIII en Europa, Norte de Africa y el Cercano Oriente (y que determinarán en cierta medida los destinos del mundo) van a estar en efecto supeditados en gran medida a las relaciones existentes entre la Cristiandad y el Islam, sin olvidarnos desde luego del Judaísmo, en definitiva de las tres "religiones del Libro". Y ya que mencionamos este hecho, habría mucho que decir sobre esas relaciones históricas entre el Cristianismo y el Islam, empezando efectivamente porque en cierto sentido ambas civilizaciones se necesitaron mutuamente para conformarse como tales.

Como es bien sabido las relaciones entre el Cristianismo y el Islam han tenido momentos de fructífero entendimiento,83 y es bien sabido que la civilización islámica en su momento de mayor apogeo (la Edad Media) representó un puente entre Oriente y Occidente, y especialmente a través de España y en menor medida Sicilia y el sur de Italia entraría gran parte del legado filosófico y científico de la cultura clásica. Pero, como estamos viendo, también hubo períodos que se sustentaron en la confrontación y la lucha, lo cual no es un hecho fortuito ni aislado en la Historia, pues ya hemos dicho que las acciones guerreras, como formas de la comunicación al fin y al cabo, han sido muchas veces un factor en la génesis de las civilizaciones (junto al comercio, el clima y la geografía); un factor desde luego secundario con respecto a la realidad sagrada, central y vertical, pero no por ello menos real y decisivo en su orden. Por ejemplo, uno de los acicates que movieron a la creación del Sacro Imperio fue precisamente la certeza del peligro que representaba la expansión del Islam para la Europa cristiana, que recordemos en los siglos VIII-IX estaba todavía en su período de gestación y en consecuencia hubiera sido conquistada fácilmente si Carlos Martel (abuelo de Carlomagno) no hubiese puesto freno al extraordinario empuje islámico en la famosa batalla de Poitiers, prácticamente a las puertas de París, el corazón de Europa.

Hemos de decir que estos diferentes factores secundarios conforman la dinámica de la historia en su desarrollo horizontal, y todos ellos, en diferentes grados de intensidad, intervienen en la génesis de las civilizaciones, como venimos diciendo. En el caso concreto que estamos tratando, podría decirse que una serie de derrotas militares crean el estímulo suficiente para, llegado a un momento extremo, crear las condiciones anímicas necesarias para reaccionar ante esas derrotas y girar el curso de los acontecimientos. Los ejemplos históricos son numerosos (Grecia y Roma nos proporcionan varios), y no otro fue el caso de lo acontecido a los ejércitos cristianos al mando de Carlos Martel, que tras numerosas derrotas ante las huestes musulmanas consiguen finalmente la victoria cuando parecía todo lo contrario, victoria que marca un hito en la civilización occidental, que sin duda habría sido de muy distinto signo si la victoria hubiera caído del lado islámico. Podríamos decir que gracias al empuje belicoso del Islam se acaba de conformar Europa como tal, y esa nueva configuración geográfica "estimulará" su nuevo desarrollo histórico, en el que sin embargo siempre estará presente el modelo dejado por Roma al haberse constituido la "idea del Imperio" en una de sus más íntimas señas de identidad, absorbida totalmente por el Cristianismo.

Pues bien, Arnold Toynbee llama a esto, es decir a esa dialéctica de la confrontación y lucha de donde surge una civilización, el principio de "incitación–respuesta", el cual, añadimos nosotros, y desde el punto de vista metafísico, no es sino una forma particular de las "acciones y reacciones concordantes", que constituye una ley de carácter universal (y por tanto siempre presente en cualquier circunstancia histórica) ligada con las dos energías-fuerza, yang y yin, expansiva-contractiva, masculina-femenina, cuyas mutuas interrelaciones generan y regulan el devenir de todo cuanto existe, incluido naturalmente el proceso histórico. Constituyen pues una ley que favorece y propicia el "movimiento de la historia".

Concretamente, este autor, Toynbee, habla del "estímulo de los golpes subitáneos" (repentinos), y se pregunta:

¿Qué ocurre cuando los incipientes constructores de imperios son así vencidos dramáticamente en medio de su carrera? ¿Permanecen ordinariamente tendidos, como Sisera, donde han caído o se levantan otra vez de la tierra madre, como el gigante Anteo de la mitología griega, con sus fuerzas redobladas? Los ejemplos históricos indican que la última alternativa es la normal.

… Limitémonos ahora a un solo y supremo caso, el presentado en el campo de la religión por los Hechos de los Apóstoles. Estos hechos dinámicos que habían de conquistar eventualmente todo el mundo helénico para el cristianismo fueron concebidos en el momento en que los apóstoles estaban espiritualmente postrados por la repentina retirada de la presencia personal de su Maestro, casi enseguida después de que ésta les hubiera sido milagrosamente restablecida. Esta segunda pérdida podía haber sido más desoladora que la crucifixión misma. Sin embargo, la gravedad del golpe provocó en sus almas una reacción psíquica proporcionadamente vigorosa, que se proyectó mitológicamente en la aparición de dos hombres con vestiduras blancas y con el descenso de las lenguas de fuego de Pentecostés. Con el poder del Espíritu Santo predicaron la divinidad del crucificado y desaparecido Jesús, no sólo al populacho, sino al Sanedrín, y dentro de los tres siglos siguientes el gobierno romano mismo capituló ante una iglesia que habían fundado los apóstoles en el momento en que sus espíritus se hallaban en su más bajo nivel.84

La referencia a los Hechos de los Apóstoles es aquí muy oportuna, si bien nosotros no hablaríamos de "reacción psíquica" como hace el historiador inglés, sino más bien de "reacción espiritual", pues sólo una fuerza nacida de lo más alto, o sea verdaderamente suprahumana y vertical, puede llevar a superar ese estado de postración en que se encontraban los discípulos de Jesús y, sobre todo, afrontar con entereza y espíritu magnánimo todo lo que vendría después. "Cuando todo parece perdido es cuando todo será salvado", reza la máxima hermética, y que tanto se refiere por igual al proceso espiritual y vital de un ser humano como al de una colectividad entera, o al de una civilización.


Comienzo

VI. El Ejemplo Histórico de la Civilización Cristiana:
El Ciclo Sacerdotal


Notas
70 Aunque más adelante nos extenderemos en ello, diremos ahora que es la ignorancia sobre sus raíces culturales lo que convierte al mundo moderno, sobre todo en su fase terminal, en una anomalía dentro de la larga historia humana, y la causa principal de sus constantes desequilibrios internos.
71 A estas cuatro lecturas se refieren los cuatro planos del Arbol de la Vida cabalístico, que se constituye en un modelo doctrinal importantísimo para entender también esta simbólica.
72 Que el poder temporal fuera la función específica del emperador cristiano no quiere decir que éste no ejerciera también en determinados momentos una autoridad espiritual, sin que esto suplantara las funciones del Papado. Recordemos que además del cetro, uno de los símbolos del poder imperial, y en consecuencia de la Monarquía Universal, era el Globo del Mundo, que aparece "frecuentemente colocado en la mano de Cristo, lo que además demuestra que es emblema de la autoridad espiritual tanto como del poder temporal" (René Guénon: El Rey del Mundo, cap. III).
73 Autoridad Espiritual y Poder Temporal, cap. VIII. Ed. Véga. París, 1976.
74 Las Utopías Renacentistas, p. 7-8.
75 Esa sangre vertida por los mártires cristianos no iba a ser en balde. Ella selló un pacto secreto con la tierra romana en virtud del cual ésta pasaba a ser tierra cristiana con toda la "legitimidad" tradicional que ello implica, incluida la de una geografía que iba a ser transformada por la toponimia, sirviendo así de marco para el desarrollo de una historia igualmente significativa.
76 "Cristianismo e Iniciación", cap. II de Esoterismo Cristiano.
77 Añadiremos que esos períodos de transición histórica también tienen su correspondencia con los cambios de estado que acontecen al ser humano en su proceso de conocimiento, y directamente relacionados con la idea de regeneración.
78 Si exceptuamos a los polacos, los pueblos eslavos y rusos tuvieron especialmente contacto (guerrero y comercial) durante siglos con el Imperio de Bizancio, que por el norte llegaba hasta la península de Crimea, la que hoy en día pertenece a Ucrania. Ciertamente la influencia de Bizancio y de la Iglesia ortodoxa allí establecida fue decisiva en la cristianización de estos pueblos y en la conformación de su cultura, pueblos que como se sabe ocupaban esos extensos territorios que desde sus fronteras occidentales con el Sacro Imperio Romano Germánico llegaban hasta los montes Urales, la frontera natural con Siberia y las grandes estepas asiáticas.
79 Habría una excepción a esta regla, pues uno de esos pueblos sí había tenido un contacto de siglos con Roma e incluso habían sido ya cristianizados al abrazar la corriente del arrianismo: nos referimos naturalmente a los visigodos, los que en cierto momento pareció que iban a perpetuar el Imperio con la alianza que se estableció entre el rey godo Ataúlfo y la hija del emperador romano Teodosio, Gala Placidia, los que vivieron temporalmente en Barcelona. Recordemos que los visigodos acabaron finalmente por establecerse en Hispania (como dijimos la más romanizada de las provincias del Imperio, y los dos emperadores que da a Roma, Trajano y Adriano, pertenecieron a la dinastía de los Antoninos, con la que el Imperio alcanzó su era de mayor esplendor y paz, tras la cual se inicia su lenta e inexorable decadencia), donde, y en perfecta armonía con los hispano-romanos, crearon una floreciente civilización con capital en Toledo, la que fue interrumpida por la invasión islámica del 711. Sin embargo, y en honor a la verdad, hemos de decir que el período visigodo no estuvo exento de claroscuros, como fue el caso de las interminables intrigas palaciegas que debilitaron el reino godo (lo que permitió la rápida conquista de los ejércitos islámicos), sin olvidarnos del rudo tratamiento que a partir de un momento infligieron al pueblo judío, el cual estaba afincado en la península muchos siglos antes de la llegada de los propios visigodos, y por supuesto de los árabes.
80 Aunque desarrollaremos más adelante este tema relacionado también con el simbolismo geográfico, podríamos encontrar un paralelismo entre ese "descenso hacia el sur" de los pueblos del norte de Europa en busca de las tierras cálidas y fértiles de la ribera mediterránea, con las migraciones que tuvieron lugar a lo largo de los tres primeros milenios del Kali-yuga entre los pueblos indoeuropeos que habitaban las regiones del norte y centro de Asia, los cuales acabarían definitivamente por instalarse en todos aquellos territorios meridionales que se extendían desde la India hasta el Asia Menor.
81 Como es sabido Alejandría fue fundada por Alejandro Magno en el año 332 a.C. tras visitar el oráculo del dios Amón en el oasis de Siwa, y este dato no ha pasar inadvertido ya que nos indica que la elección de ese lugar en el delta del Nilo se hizo de acuerdo con el designio de los dioses. Desde Alejandría el gran macedonio emprendió su conquista de Oriente llegando hasta las mismas puertas de la India tras haber cortado en Persia el famoso "nudo gordiano" con su espada, creando así una ruta que sería crucial en las relaciones de todo tipo habidas a lo largo de los siglos entre Occidente y Oriente. En fin, el tema da para mucho, pues además de las lecturas esotéricas que podemos sacar del simbolismo de dicho "nudo", constituye también uno de esos momentos "clave" en la historia de la humanidad.
82 José Ortega y Gasset: Una Interpretación de la Historia Universal, cap. III. Alianza Editorial. Madrid, 1979. Sobre el libro de Pirenne hay edición española en la misma Editorial, 2005.
83 Entre esas relaciones fructíferas están las habidas por los representantes de sus respectivos esoterismos, y sin duda alguna en ello tuvo mucho que ver la presencia en ambos de importantes elementos simbólicos procedentes de la cosmogonía hermético-alquímica.
84 Arnold Toynbee: Estudio de la Historia, Compendio, tomo I. (Ed. Taurus. Madrid, 1972). Ya vimos anteriormente el caso de Roma, que tuvo que verse casi destruida frente a Cartago para reaccionar y llevar a cabo por fin su labor civilizadora, que culmina con el Imperio.

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