Metafísica de la Historia y la Geografía

Francisco Ariza

VI
El Ejemplo Histórico de la Civilización Cristiana (cont.)

El Ciclo Sacerdotal

Ciertamente, la acción del "golpe" producida por la desaparición de Jesús fue sufrida en sus almas, pero la "reacción" vino de sus espíritus, pues de otra manera no se explicaría el "descenso de las lenguas de fuego", o sea el descenso del mismo Espíritu que confirió a cada uno de los apóstoles la facultad del "don de lenguas", es decir la posibilidad de encarnar en toda su integridad la esencia de la doctrina, y poder transmitirla mediante ese "don" que posibilitaba el ser entendidos por todas las razas y culturas que integraban el Imperio, y más allá de él, pues según se dice en el texto evangélico en Jerusalén residían gentes piadosas de cuantas naciones hay bajo el cielo, lo que desde luego propiciaría la rápida expansión del mensaje cristiano. Reproducimos el texto completo:

Estupefactos de admiración, decían: Todos estos que hablan, ¿no son galileos? Pues ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra propia lengua, en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, los que habitan Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia que están contra Cirene, y los forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras propias lenguas la grandeza de Dios.85

No creemos equivocarnos si afirmamos que en este episodio del "descenso de las lenguas de fuego", además de su significado profundamente esotérico y metafísico, o mejor debido a ello, se encuentra el momento preciso en que el Cristianismo es designado por la Providencia (y en perfecta sintonía con ese momento cíclico) para convertirse en la tradición que va a protagonizar el delicado tránsito a la nueva época que ya estaba encinta, henchida de gérmenes espirituales prestos a desarrollar su contenido.

Léanse sino los Hechos de los Apóstoles y se verá cómo inevitablemente llegaremos a esta conclusión. En ese episodio del "descenso de las lenguas de fuego", del Espíritu Santo, los apóstoles actualizaron en sí mismos, súbitamente podríamos decir, toda la enseñanza recibida durante años por el Cristo Jesús.

Cuando Cristo verdaderamente ascendió al cielo mandó sobre sus apóstoles al Espíritu Santo con el 'don de lenguas' –el poder de hablar una lengua que todos los seres humanos entenderían. Tradicionalmente se dice que los tres primeros dones del Espíritu Santo son la sabiduría, la inteligencia y el consejo, y en general la recepción del Espíritu Santo se relaciona con la realización efectiva, la experiencia interna, de todo lo que el mito significa de un modo externo y figurativo. Babel es hybris –orgullo–, el inútil intento del ego de alcanzar el cielo, de comprender la realidad, mediante sus propios esfuerzos y en sus propios términos, lo que quiere decir mediante el conocimiento verbal. El intento de definir la realidad conceptualmente y verbalmente no conduce más que a la confusión, ya que todo lo que se describe o se concibe es 'por definición' –es decir, finito y convencional.86

Ante esa verdad insoslayable (o sea: el paso de la potencia al acto, o de lo virtual a lo efectivo) todas las dificultades que pudieron encontrar y con las que tuvieron que enfrentarse actuaron justamente de acicate y estímulo para realizar su misión evangelizadora, pues nada hay más poderoso en el mundo que una Idea cuando se pone en acción y desarrolla todas las posibilidades que porta dentro de sí. Recordemos, en este sentido, y en los mismos Hechos de los Apóstoles (3, 1-10), el episodio protagonizado por Pedro y Juan, cuando a las puertas del Templo de Jerusalén un paralítico les pide limosna, y Pedro le responde:

Míranos. El los miró esperando recibir de ellos alguna cosa. Pero Pedro le dijo: No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy: En nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda. Y tomándolo de la diestra, le levantó, y al punto sus pies y sus talones se consolidaron.

Por otro lado, creemos que este hecho habría que contemplarlo también como un signo de lo que representó el Cristianismo para una civilización, la grecorromana, que estaba ya "paralizada" por el anquilosamiento a que había llegado por encontrarse al final de su ciclo. El Cristianismo revivió los gérmenes espirituales todavía latentes en ella.87 Y así, poco a poco, a lo largo de las siguientes generaciones hasta llegar el siglo V, se fue haciendo evidente por todo el Imperio romano cual era la tradición que recogería el testigo de la Antigüedad Clásica y pondría las bases de una nueva civilización, la que iba a ser desde entonces determinante en la historia de la humanidad. Por eso mismo, el empeño puesto por algunos emperadores romanos en impedir el triunfo del Cristianismo estaba abocado irremediablemente al fracaso, aunque podemos entender que para algunos de ellos (y muy especialmente para el neoplatónico Juliano) ese triunfo representaba en cierto modo el fin de su cultura. Y en parte fue así, pues con la desaparición del Imperio Romano sucumbía la Antigüedad Clásica, como ciclo histórico podríamos decir, pero como veremos a continuación el nuevo período que se inicia se nutre intelectualmente de ella, y en ese sentido continuó estando presente en Occidente de manera muy viva.

En efecto, de forma en cierto modo impalpable y silenciosa, el Cristianismo fue impregnando poco a poco la romanidad, penetrando no sólo entre el pueblo, sino también entre las familias patricias, las que tenían el control del ejército y el poder de las instituciones romanas, es decir que nos encontramos, y según decíamos al principio, ante una absorción, o ante una ósmosis si se quiere, pues en verdad se trató de una conjugación que cristaliza definitivamente cuando el Cristianismo se convierte en la religión oficial del Imperio, tanto el de Occidente (con capital en Roma) como el de Oriente (con capital en Constantinopla, más tarde Bizancio). En este sentido hemos de señalar que los pueblos del norte, efectivamente, se encontraron con una civilización agotada (la Romana), pero la estructura que ésta creó no había sucumbido debido a que, como decíamos anteriormente, el Cristianismo, que era en ese momento la tradición con mayor vigor dentro del Imperio, devino conscientemente una religión exotérica.

En este sentido, y considerando el ciclo particular de la civilización cristiana (que podemos cifrar en 2000 años en números redondos) todo ese período que va desde el nacimiento de Cristo hasta la constitución del Sacro Imperio, exactamente 800 años, constituye su ciclo propiamente sacerdotal; por citar un solo ejemplo: durante este período, además de la expansión de la doctrina evangélica por los apóstoles y sus discípulos, se escriben los grandes tratados y obras que, tomando el espíritu contenido en esa doctrina como su eje vertebrador pero injertando en él la sabiduría de Platón, Pitágoras, el Hermetismo y la cultura clásica en general, construirán el edificio dentro del cual va a vivir intelectual y espiritualmente la civilización cristiana (y al que se uniría posteriormente, a partir del siglo XII, la influencia aristotélica introducida en Occidente fundamentalmente a través de sus intérpretes árabes, Averroes principalmente, y que los grandes teólogos medievales como San Buenaventura, Duns Scoto, Alberto Magno y Tomás de Aquino, se encargarán de adaptar al pensamiento cristiano, propiciando la consolidación de la escolástica).

Hablamos no sólo de los primeros Padres de la Iglesia, sino también de muchos otros sabios cristianos, de algunos de los cuales apenas si se tienen noticias, pero que sin duda alguna contribuyeron con su labor en la transmisión renovada del Conocimiento. Estos siglos anteriores a la Edad Media son realmente decisivos para conocer la auténtica naturaleza de la tradición cristiana, pues si bien la herencia de Roma se dejará sentir sobre todo en la organización social y política, y en el tronco semítico y judaico encontramos arraigadas sus más íntimas raíces espirituales, sin menoscabo alguno del carácter singular que toda tradición posee en sí misma y que en el Cristianismo se expresa a través de la "Buena Nueva", la que a nuestro entender ha de verse como la transmisión del mensaje perennemente renovado de la Tradición Primordial, sin embargo, siendo todo ello así, esta tradición no acaba, en efecto, de conformarse plenamente, o mejor dicho no asume íntegramente su Destino histórico, hasta que no acoge en su seno la herencia del pitagorismo, el platonismo y el hermetismo, cuya síntesis es la labor principal que acometen los primeros sabios cristianos, especialmente Dionisio Areopagita, llamado "Proclo cristianizado", pues efectivamente recibe la doctrina metafísica de éste, y también de Damascio y Plotino.

Y aunque sea de pasada, nos interesa subrayar en este momento la existencia de una corriente hermética y neoplatónica dentro del esoterismo cristiano transmitida fundamentalmente a través de Dionisio Areopagita, y que se extiende por toda la Edad Medía desembocando ya al final de ésta en los llamados "místicos de Munich", con el gran Maestro Eckhart y sus discípulos Tauler y Suso, y a las puertas del Renacimiento es recogida por el cardenal Nicolás de Cusa, cuya obra fue una de las que impulsaron precisamente este período histórico, que se caracterizó, sobre todo en su primera época, por llevar a cabo la gran síntesis de las diversas formas de la Tradición de Occidente: las que proceden de Egipto a través del Hermetismo, la Griega, la Romana, la Cábala judía y el Cristianismo.

En efecto, la influencia del Areopagita en la Edad Media y el Renacimiento, y aun más allá de estas épocas, es sumamente importante. Su obra es una auténtica teosofía, una teúrgia, una invocación permanente al misterio del "Dios oculto", de "Aquel que ha elegido por retiro las Tinieblas" (el No-Ser), y que se hace inteligible al hombre mediante la sutilísima luminosidad de las entidades angélicas y sus jerarquías celestes, que son las jerarquías propias del mundo de la Ideas y cuya permanente emanación genera la totalidad de lo manifestado, la cosmogonía, dándole su estructura y su organización, que se reflejará en la civilización creada por el hombre, pues en ella tiene su modelo eterno. De esta manera, si la obra de San Agustín y Orígenes, entre otros, sostienen el pensamiento filosófico y teológico medieval, y sin duda alguna gran parte de la cultura de esa época descansa sobre las ideas que elaboraron (muchas absorbidas también de Platón y los neoplatónicos), la influencia de Dionisio88 no sólo se deja sentir allí donde llega la de aquellos, sino que además su pensamiento también penetra y nutre las distintas corrientes del esoterismo cristiano, que durante casi toda la Edad Media convivirían perfectamente con el exoterismo, antes de que las autoridades religiosas, en claro proceso de degradación, comenzaran a perseguirlas al igual que a sus representantes.

A este respecto, y aunque tomemos como hilo conductor de nuestro discurso el desarrollo y vicisitudes por las que pasó el Sacro Imperio (pues él es quien con su energía impulsó, conservó y amparó a la civilización cristiana mientras mantuvo un poder efectivo, siendo en consecuencia una garantía de su supervivencia frente a los "enemigos" externos e internos de la misma), sin embargo, no se puede perder de vista que desde la metafísica de la historia lo realmente importante es seguir la huella de esas corrientes de pensamiento tradicional (unas veces más visibles y otras más ocultas, dependiendo del momento cíclico), es decir la "cadena áurea", pues son ellas las que generan la cultura y la civilización como una emanación de los principios universales, impulsando también su desarrollo en el tiempo y creando las formas de expresión necesarias para la transmisión del Mensaje Eterno.

Y esta manera de enfocar la Historia constituye en sí misma un modelo en toda investigación que se haga sobre ella y cualquiera de sus períodos, pues como hemos dicho ya en varias oportunidades, en todas las épocas (incluida por supuesto la nuestra) ha existido la presencia viva de la "cadena áurea" conservadora y transmisora de la Ciencia Sagrada. Cuando esta cadena desaparece, la cultura o la civilización a la que alumbró con el poderoso faro del Intelecto, desaparece a su vez sin remedio. En lo que se refiere concretamente a Occidente esa "cadena áurea" ha tenido y tiene en la Tradición Hermética su principal referencia y motor:

Históricamente se puede detectar en numerosos puntos de la cultura occidental la aparición de corrientes de ideas, creencias, sistemas y puntos de vista herméticos, es decir, esotéricos, dentro del exoterismo de tal o cual período determinado. Si nos atenemos a la cronología cristiana, estos acontecimientos ideológicos aparecen no sólo en determinados momentos históricos –conformando períodos enteros, como en la Edad Media europea–, sino que también constituyen los antecedentes de ciertos personajes y hechos científicos, filosóficos, históricos, literarios, y aun el origen de todo un código, como en el caso de la astronomía y la matemática. (…) De esta manera podríamos recorrer los ciclos de las historias particulares –inscritos dentro de otros más amplios– y establecer las legítimas vinculaciones y relaciones insospechadas de todo tipo, entre diversos acontecimientos sin conexión aparente, que nos harán ver y conocer otra historia. Y ese es el valor que en verdad tiene la historia de los personajes y los pueblos, el de poder ser tomada como un código de señales significativas o significantes, como un discurso salpicado aquí y allá de detalles reveladores.89

Dionisio Areopagita y los sabios y teúrgos de ese primer período de la era cristiana son los eslabones de la "cadena áurea" en un tiempo histórico y un espacio geográfico determinado, y los movimientos esotéricos y filosóficos que surgen a partir de entonces tienen en ellos sus "centros de irradiación" doctrinal más importantes. Esos sabios, teúrgos e intérpretes de la Tradición, hicieron la gran síntesis entre la tradición pitagórico-platónica y el contenido sapiencial del Antiguo y del Nuevo Testamento, o sea: la Antigüedad Clásica y el Judeo-cristianismo, los que unidos a los vestigios de las diversas tradiciones procedentes de los pueblos celtas, escandinavos, eslavos y germánicos, conformarán la Tradición Occidental en su plenitud.

Muchos procedían de la patrística griega y latina90, es decir del cristianismo oriental y occidental, y algunos pertenecieron también de manera activa a la escuela de Pitágoras y la Academia de Platón, sobre cuya genealogía, innumerable, recomendamos nuevamente la lectura del capítulo I y del Apéndice 2 de Hermetismo y Masonería de Federico González. Además de los ya nombrados Boecio, Dionisio Areopagita, San Agustín y Orígenes, he aquí unos cuantos nombres entre una lista casi interminable: Clemente de Alejandría, Dídimo el Ciego,91 Lactancio, Calcidio (traductor y comentarista del Timeo), Sinesio (obispo de Cirene y amigo y discípulo de la neoplatónica Hipatia), Nemesio, San Ambrosio, los hermanos Basilio y Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno, Marciano Capella (neoplatónico que perteneció a la Academia de Atenas, y autor asimismo de Bodas de Mercurio y la Filología), Claudio Mamerto,92 Máximo el Confesor (su obra magna Mistagogia está inspirada por su maestro Dionisio Areopagita), San Jerónimo, San Isidoro de Sevilla, Casiodoro, Beda el Venerable, Juan Damasceno, etc., etc., desembocando ya en el siglo IX en Juan Scoto Erígena, monje irlandés, en el que confluye gran parte de todo ese saber, y que en alguna medida sintetiza en su obra magna De la División de la Naturaleza.

Habría que considerar igualmente a quienes escribieron los Evangelios apócrifos y su contenido claramente gnóstico, así como de las propias escuelas gnósticas cristianas de los tres primeros siglos (Basílides y Valentín, sobre todo) las que alimentarán igualmente una parte importante del esoterismo cristiano, y también judío que tendrá sus primeras manifestaciones en Occidente a través de la Cábala surgida en el Mediodía francés y en España a lo largo de los siglos XI, XII y XIII.

Como hemos dicho, para nosotros éstos son los auténticos conservadores y transmisores de la enseñanza tradicional dentro del Cristianismo, y a este respecto asumieron todos ellos una función verdaderamente "sacerdotal", en el sentido no religioso del término, pues se tiende a confundir, sobre todo en Occidente y a partir de un momento dado, el "sacerdocio" con lo "clerical" y "eclesiástico", y sin embargo esto sólo es cierto en un sentido bastante restringido. Bien es verdad que muchos de los personajes nombrados anteriormente fueron también hombres de la jerarquía eclesiástica, pero no es menos cierto que su conocimiento de la doctrina tradicional iba mucho más allá del punto de vista exotérico, entroncando directamente con la Filosofía Perenne. Como afirma a este respecto R. Guénon:

Es fácil comprender que la función del sacerdocio no sea precisamente aquella que las concepciones occidentales, sobre todo hoy en día, atribuyen a los "clérigos" o a los "curas", o que al menos, si ella puede ser esto en cierta medida y en ciertos casos, también puede ser otra cosa. En efecto, lo que posee propiamente el carácter "sagrado" es la doctrina tradicional y aquello a lo que ella se refiere directamente, y dicha doctrina no toma necesariamente la forma religiosa; "sagrado" y "religioso" no se equivalen de ninguna manera, y el primero de estos dos términos es mucho más extenso que el segundo; si la religión forma parte del dominio de lo "sagrado", éste comprende elementos y modalidades que no tienen absolutamente nada de religioso; y el sacerdocio, como su nombre indica, se refiere, sin ninguna restricción, a todo lo que verdaderamente puede ser llamado "sagrado".93

Este es un punto importante a tener en cuenta para entender también la Edad Media, pues en ella la "autoridad espiritual", y en la medida en que es la conservadora y transmisora de la doctrina tradicional tomada en su integridad, debía estar por encima de la simple "autoridad religiosa", y en este sentido no tenía por qué pertenecer necesariamente a la jerarquía eclesiástica, aunque como venimos diciendo muchos de sus representantes pertenecieran a ella, y no sólo en la Edad Media, sino también durante el Renacimiento.

Pero el proceso que llevará a la constitución de una civilización propiamente cristiana necesitaría todavía tres siglos más para acabar de consolidarse. Como ya hemos dicho, en ello tuvo una importancia decisiva el Sacro Imperio.


Comienzo

VI. El Ejemplo Histórico de la Civilización Cristiana: El Ciclo Medieval y Creación del Sacro Imperio



Notas
85 Hechos de los Apóstoles, 2, 5-11.
86 Alan Watts: Mito y Ritual en el Cristianismo, cap. VI.
87 Pedro y Juan han sido considerados desde siempre como los representantes respectivos del exoterismo y del esoterismo cristiano. Aunque estén los dos presentes, es Pedro, es decir el exoterismo, quien se dirige al paralítico, mientras que Juan, el esoterismo, permanece en silencio a su lado, y tiene por así decir una "acción de presencia."
88 Por ejemplo, es notable su influencia en Santo Tomás, cuya obra Summa Teológica, está cargada de referencias a la Jerarquía Celeste, una de las obras principales del Areopagita. Esta obra ha sido indispensable dentro del pensamiento neoplatónico cristiano, y se han conocido numerosas ediciones a lo largo del tiempo. En el Renacimiento por ejemplo está la que hizo en 1492 Marsilio Ficino, uno de los principales impulsores de esta era histórica; también tenemos la de Lefèvre d'Etaples en 1498-99; como aquella otra que se hizo en Estrasburgo en 1502-1504. Asimismo, existe una edición francesa de las obras completas que data de 1608, etc. Ver Daniel Ménager: Diplomatie et Théologie à la Renaissance, cap. I. PUF, París, 2001.
89 Federico González: El Simbolismo de la Rueda, cap. IV.
90 Aquí incluimos también esa parte del norte de Africa que hoy se conoce como el Magreb, especialmente Túnez, donde hubo un foco importante de la Patrología latina. Sin ir más lejos, de Túnez, y de una ciudad cercana a Cartago, Hipona, era originario San Agustín.
91 Dídimo el Ciego (313-398) es el jefe de la escuela eclesiástica de Alejandría. En su obra De Trinitate cita abundantemente a Hermes, el Corpus Hermeticum y el Asclepios.
92 Claudio Mamerto, autor poco conocido que vivió durante el siglo V, pertenece enteramente a la corriente platónica y pitagórica, y en su obra principal, De statu Animae, llega a citar al menos ocho Diálogos de Platón, entre ellos el Fedro y el Timeo, al que considera una "ciudadela y la sumidad de la filosofía". Este autor cristiano es uno de los eslabones de la "cadena áurea", e incluso llega a mencionar a los brâhmanes hindúes y al Zoroastro persa, además de a Porfirio, Varrón, Catón, Cicerón, Crisipo, etc. Se enfrenta a aquellos que dentro del cristianismo niegan la autoridad de Platón y en general de toda la filosofía clásica, y que si hubieran logrado sus fines se habría producido una auténtica debacle cultural en Occidente. Dice Mamerto que olvidar a Platón: "es, para el género humano, olvidar un gran bien, sobre todo en nuestro siglo, en donde, por la divina revelación, la religión ha sido proclamada de tal manera que, casi sin esfuerzo por parte de los creyentes, se aprehende por la fe el fruto de la ciencia, y se recibe también el fruto de un trabajo que apenas si se ha acometido. Es por ello que no puedo dejar de admirar el espíritu de Platón, que tantos siglos antes del parto de la Virgen, ha descubierto la unidad de Dios y tres personas en la divinidad".
93 Autoridad Espiritual y Poder Temporal, cap. II.

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