La Ciudad (*)

Iñigo Correa

Quisiéramos trazar aquí un recorrido por una de esas arquitecturas simbólicas que dando forma a la Inteligencia Universal se ha constituido en un soporte mediante el cual el hombre ha podido canalizar el conocimiento de los mundos invisibles, los que han sido recogidos por las diferentes tradiciones como una paradigmática ciudad celeste, una "estructura" poblada por los dioses y los antecesores míticos, los que constituyen toda una genealogía simbólica, mítica y real, una historia que se ancla en el origen de los tiempos y con el que permanentemente nos conecta. Es por ello que primeramente quisiéramos referirnos a algunas cuestiones propias del Tiempo y también de la Memoria, la que nos permite a los hombres establecernos como ciudadanos de la también nuestra "ciudad celeste". 

Sobre el Tiempo y la Memoria

Somos peregrinos en un mundo que permanentemente percibimos como nuevo y ello en un tiempo que no puede escaparse del presente; "la vida es sueño" –apuntó Calderón–, un "sueño" que discurre como un flujo efímero entre aquel pasado que ya fue y un porvenir que todavía no ha llegado,1 una especie de encrucijada de la que difícilmente podemos sustraernos porque nos hace creer que todo aquello que percibimos por los sentidos y que está sujeto al devenir y al cambio es la realidad. 

Sin embargo, no es sino la consecuencia de un aspecto dual del tiempo sucediendo como en una "dilatación" del presente lo que provoca esa impresión en nuestra psique; y al pertenecer ésta al ámbito individual, cada uno la percibe de acuerdo a sus propias condiciones particulares y no es igual para todos los seres. Por ello nos dice de nuevo Federico González que 

el tiempo está vivo ahora, como una cualidad sensible del cosmos; y su computación cronológica, con la que solemos dimensionar el espacio, es uno sólo de sus aspectos o cualidades. El tiempo es una categoría del alma, que nace del interior del corazón y que constantemente se regenera a sí misma.2

o Henry Corbin: 

un tiempo que se ha originado en él [el hombre], que es a su imagen, pero que está necesitado y limitado por su dramaturgia cósmica, cuyo preludio señala y cuyo desenlace será igualmente el suyo.3

Este "sueño" que está expresando una categoría del alma es entonces altamente significativo; no por él mismo sino precisamente por lo que viene a significar, y porque esta categoría está también –como apunta Corbin– limitada por el drama cósmico, o por el alma del mundo, relación que nos lleva a considerar el tiempo nuestro como una expresión simbólica de otro tiempo, la posibilidad de que a través de él se pueda comprender la estructura y el orden actuantes de aquello que el tiempo expresa; o en otras palabras, el tiempo, que tomando el tinte de nuestra historia –particular y humana– encuentra su sentido y razón de ser al comprenderse como la representación temporal o la dramatización de una genealogía cósmica. 

Es, pues, un tiempo simbólico en el que confluyen el pasado y el futuro bajo las formas de la memoria y la anticipación, y que paradójicamente no tiene duración,4 es una realidad momentánea,5 porque como ahora veremos se refiere a un Tiempo único, sin partes,6 y por lo tanto sin sucesión, el cual no puede participar de la dualidad a que nos referíamos, y que se entiende como un eterno presente.

Dios está creando la totalidad del mundo ahora, en este instante.7

Instante que se hace partícipe de su eternidad, no de una parte porque entonces no podría considerarse eterna, y no se puede pensar que la eternidad ya llegará o que ya pasó, porque en realidad la eternidad no será ni fue, es ahora y permanentemente, por ello mismo no está en el tiempo sucesivo.

La cosmogonía es siempre actual, al igual que el tiempo, y se regenera continuamente; en la eternidad del presente, el pasado y el futuro son abolidos.8

El "sueño" que nosotros percibimos es análogo al velo de Maya de la Tradición Hindú, un velo que desde un punto de vista no permite ver la verdadera esencia de las cosas, mostrándonos solamente un grado de su realidad sujeto al tiempo y al espacio, pero que por otra parte es a través de él que dicha esencia se revela; podemos atravesar el velo y despertar de ese "sueño" que progrede indefinidamente sin detenerse, de tal forma que el tiempo, con sus pautas y sus ritmos y todo lo que él contiene, puede identificarse como simbólico, presentando en sí mismo aquello que lleva oculto, conectándonos mediante la vivencia que lleva implícita con las diferentes categorías del alma, las que expresan su dinamismo y novedad mediante una permanente renovación.9

Nuestro tiempo dual podríamos decir que "procede" de un Tiempo único en el que todos los tiempos son coetáneos; es el también llamado Tiempo de los orígenes, el que no tiene un antes o un fin temporal, siendo a la vez el origen y el destino de cualquier otro tiempo. También podríamos llamarlo Tiempo mítico porque en él están contenidos los genes de todos los tiempos; en ellos –como en el mito– se trae a presente y sintetiza el contenido universal, el que se expresará según las propias condiciones temporales, las que tomarán forma penetrando en el espacio y se describirán bajo el amplio manto de la historia.

De allí la importancia del mito como factor sintético aglutinante e intermediario entre los distintos planos de la realidad, a los que conecta, por ser él, como el símbolo, la unidad analógica que religa un mundo con otro, el tiempo con la eternidad, lo visible con lo invisible, lo finito con lo infinito (…) Lo verdaderamente interesante es que para una mentalidad arcaica eso está sucediendo siempre, o sea en este mismo momento, por lo que aquella creación arquetípica que narra el mito no es sino una realidad viva ahora, de la cual la naturaleza misma de los fenómenos, seres y cosas nos habla constantemente.10

Efectivamente, el mito, la historia verdadera, la celeste y vertical, interpenetra los diferentes estados del Ser y, entrando en las coordenadas espacio-temporales, adquiere la forma que nos es comprensible. Si penetramos en las cualidades que determinan el tiempo, en la trama que rige su metamorfosis, podemos ver primeramente que entre el Tiempo eterno y la percepción que de él tenemos se establece un tipo de conexión, porque nosotros participamos de su eternidad mediante el tiempo presente, bajo una sucesión de expresiones de su única realidad; la parte y el todo se encuentran permanentemente ligados de tal forma que siempre está la posibilidad de reconocer la realidad de la mayor en la menor, y así, gracias a esta última, podemos penetrar en los misterios que se ocultan en el todo que la incluye:

Esta inversión que hace de lo horizontal un reflejo de lo vertical, y de toda manifestación substancial una proyección de la inmanifestación esencial, nos dice mucho acerca de la ilusión de todo lo que se mueve, lo relativo. Lo que tiene principio y fin, o está sujeto a causa-efecto. Por eso mismo nos habla también de la realidad de lo que siendo uno (el centro como proyección de la vertical), no tiene par. De aquello que permaneciendo inmóvil (lo absoluto), no está subordinado a ningún proceso dialéctico.11

Tendremos ocasión de referirnos a esta simbólica más adelante pues constituye uno de los fundamentos sobre los cuales se edificaba la ciudad en los pueblos y civilizaciones tradicionales. De momento, digamos que el Tiempo único y mítico a que nos referimos es aquel en el que se sintetiza un tiempo vertical, fundamentalmente jerárquico, porque más alla de nuestro estado de existencia el tiempo tal como lo conocemos no existe, y es más una sucesión de diferentes estados lo que aquí viene a expresar.

Vemos, por otra parte, que sin este vínculo con el Tiempo mítico la condición temporal no sería posible, y ello se reconoce en la condición cíclica que lo regula, como los diferentes puntos de una rueda con respecto a su centro, que es el origen y paradigma de ésta y al que todos los puntos de la misma deben su orden; marcado por el radio que los liga o separa, aquí el tiempo sucesivo lo podemos asimilar al recorrido de la rueda, el Tiempo mítico al punto central, y el radio al canal por el que descienden y ascienden las fuerzas cósmicas, unas centrífugas que generan un movimiento ex tempore del libre albedrío y tendente a la confusión con el polo substancial, y otras centrípetas, contractivas y tendentes al polo esencial; observemos en esto una particularidad reseñable: vemos que el tiempo cíclico es un tiempo cualificado y ordenado en su propia estructura, y como indica Platón se trata de:

una imagen sempiterna de la Eternidad moviéndose con respecto al número... 

Pero también "el tiempo es medida –que siempre supone un espacio–," como nos dice por otro lado Federico González, es decir:

módulo y proporción que vincula las distintas partes del cosmos y por eso un elemento de unión entre ellas; pero sobre todo es la ley, que al cumplirse indefectiblemente hace posible todo esto.12

Cada instante de tiempo manifiesta su lugar en el conjunto mediante unas cualidades precisas que se trasladan y vinculan a todo aquello que está bajo su dominio. Desde cada uno de esos instantes se está en el centro del tiempo, dando cohesión al pasado y al futuro, tal cual los puntos de la circunferencia, que aunque se diferencien unos de otros (y cada uno tenga una posición distinta), sin embargo emanan del centro y a él están vinculados permanentemente; encontramos además en el tiempo un tipo de recurrencia o pauta, es decir una sucesión de ciclos que se superponen y que están incluidos en otros mayores, tal cual los ciclos diarios que se suceden trazando el ciclo anual, y así sucesivamente hasta conformar finalmente el ciclo de una era, etc., de tal manera que parecen tener una progresión sin fin, a la vez que una "distancia" o un olvido mayor de aquel primer Tiempo que los generó; ese olvido constituye todo un "signo de los tiempos" para el momento cíclico que todos nosotros estamos viviendo actualmente. 

Quisiéramos por último observar que en todo ciclo temporal hay instantes que por su propia naturaleza permiten establecer de forma relevante correspondencias y analogías con el Tiempo original, de tal forma que establecen una conexión sutil que irrumpe en el transcurrir sucesivo y permite conectarse con él, lo cual, podríamos decir, convierte a dichos instantes en canales mnemotécnicos o predictivos que posibilitan la concordancia de diferentes tiempos, recuperando así la Memoria que los unifica.13 Señalaremos que en general se corresponden con las síntesis cuaternarias implícitas en cualquier ciclo de manifestación, (recordemos que el cuaternario retorna a la unidad: 4 = 1+2+3+4 = 10 = 1+0 = 1); en el esquema de la cruz inscrita en la rueda estos instantes se pueden hacer corresponder preferentemente con los del paso por los cuatro extremos de la misma, el punto más bajo, el más alto y los dos que definen su amplitud, y por citar una de las correspondencias a que nos referimos anteriormente, vemos que el punto más alto es un punto de inflexión entre la mitad ascendente y la descendente, lo que desde ese punto de vista vertical supone una detención aparente y nos permite establecer una correspondencia con el punto central en tanto que éste tampoco es móvil.14

En el ciclo anual, por ejemplo, este momento viene determinado por los solsticios (literalmente "parada del sol"), y más concretamente por el solsticio de verano, que señala el paso del ascenso al descenso del sol en su circular por la eclíptica, momento que todas las tradiciones han recogido y que han ritualizado, reconociendo su fecundidad teúrgica; y lo mismo podríamos decir del tan cercano ciclo diario,15 del ciclo lunar o de cada uno de los planetas cuyos tiempos están como yuxtapuestos. Añadiremos que esto sucede análogamente en diferentes periodos del tiempo de la humanidad regidos por el cuaternario, donde su origen y centro se corresponde con el paraíso terrenal, un lugar axial y "sin Tiempo" (el Tiempo original), o con un Tiempo eterno en el que todo sucede simultáneamente; también han sido momentos de inflexión aquellos en los que se produjo el paso de un ciclo a otro en la sucesión de las diferentes edades de la humanidad, donde la geografía estuvo inevitablemente implicada; pero un ejemplo cercano lo tenemos en el Renacimiento Italiano, donde:

la Historia se ha hecho mucho más extensa al volverse el hombre hacia sus orígenes "clásicos" y aun anteriores, ingresando en un espacio otro, en un ambiente de evocación apropiado para la anamnesis y apto para entroncar con el sentido del mito.16

Y todo ello coincidente con el nacimiento y la expansión geográfica hacia el "Nuevo Mundo". Son momentos en los que se nos da la posibilidad de reconocer la eternidad en el presente, realidad ésta que en todo caso los hombres también podemos convocar mediante el rito.17

En este tiempo que vivimos, del que se suele decir que es muy breve, que apenas podemos disponer y que sucede a una velocidad que nos comprime, es necesario que podamos identificar la fuerza (centrífuga) que conlleva su Destino, poder actuar en él ritualmente y vivirlo como lo que es, un soporte para que se ejerza en y mediante nosotros la Voluntad del Cielo, la Providencia Divina (centrípetas), Luz que nos guía en un viaje en el que se transmuta el ser que estamos siendo y que nos lleva a conciliar las contradicciones y de forma impredecible18 irnos estableciendo en intermediarios (centrales) de lo que proviene del Cielo y lo que proviene de la Tierra. Para ello la comprensión teórica, aunque difícil de adquirir en la coctelera pseudo intelectual que nos rodea19, es necesaria (aunque no suficiente) para no perdernos; pero va a ser mediante el ejercicio de nuestra voluntad, bajo el amparo de las virtudes y del Amor, y guiados por la Intuición más alta, que vamos a poder recuperar esa Memoria perdida. 

La Ciencia Sagrada –la Tradición Hermética en Occidente–, es la que encauza y transmite esta Memoria vertical, un legado espiritual que da sentido a las Artes y las Ciencias que a ella se vinculan y que nos permite recorrer el camino de retorno al centro, aquel que paradójicamente nos convierte en peregrinos de nosotros mismos y que nos conduce a ese lugar del que se dice nunca hemos salido. 

Acerca de la Memoria y de su Arte

Dice A. Coomaraswamy en Recordación India y Platónica que:

nuestra Vía pasa a través del ahora y del no-donde cuya experiencia empírica es imposible, aunque el hecho de la Memoria nos asegura que la Vía está abierta a los comprehensores de la Verdad.20

Asimismo, en su teogonía narra Hesíodo que Mnemosine (la Memoria), diosa titania hermana de Cronos y de Océano, es la madre de las nueve Musas, a las que había engendrado con Zeus, y que por lo tanto portan en sí todo el saber de la humanidad, diosas intermediarias que residen en la alta morada celeste (arquetípica), la montaña Helicón. 

Hay una memoria cósmica presta a ser revelada por estas nueve diosas a aquellos que mediante la práctica del Arte despierten su generosidad. El Arte verdadero o tradicional es también un arte de la Memoria, aquel que por su intermedio se conectan dos realidades, una de las cuales es esencial y celeste, otra terrestre y substancial, ambas sucediendo y recreándose como una sola en el artista que las religa; el mundo es, dice el Vedanta, del material del arte (Mâyâ-maya), así como el propio artista, que mediante una operación de la Inteligencia (el espíritu de la memoria) es capaz de reconocer en el mundo y en sí mismo su más profunda realidad englobándola como un único discurso.21

La memoria, entonces, corre pareja al tiempo, no se desliga del presente y sumándose a sus condiciones cíclicas evoca su contenido, porque si no fuera así ya nada sería; si el radio que describíamos anteriormente deja de existir, la rueda ya no es ordenada por el centro y en consecuencia deja de ser rueda; lo mismo para el hombre, si se acaba la posibilidad de saber quien se es verdaderamente, el hombre ya no es, la humanidad se desliga de su corazón e irremediablemente fallece presa de su propio olvido. Federico González nos matiza de forma clara: 

El Centro, la verdadera identidad que no es ni Oriente ni Occidente, ni el Norte ni el Sur, está inmanente, virtual en cada una de las formas de lo sagrado, en lo invisible de su discurso, pero para acceder desde la periferia aparente a él, es necesaria la libertad del propio radio, el "camino" que todo ser ha de seguir de acuerdo a su naturaleza para recobrar la memoria de lo que ha sido siempre.

Es mediante la Vía Tradicional (aquella que mantiene viva la voz del mensaje perenne que se describe desde los orígenes, el referente del Hombre Verdadero) que los hombres caídos en el olvido podemos recordar, y decir así que es el auténtico radio, el conducto al que se accede por libre decisión, la que nos lleva en busca de la verdad y nos "hará libres", según refiere el dicho evangélico.

El tiempo y el espacio, y las ciencias a ellos vinculadas, la historia y la geografía, han constituido valiosas herramientas de conocimiento en todos los pueblos tradicionales. Si la historia describe la apariencia que toma su principio –el Tiempo mítico original–, y está ordenada según un discurso cosmogónico, lo mismo podemos decir del espacio. El discurso es la memoria que lleva en sí el Tiempo y ha sido fijado e impreso en diferentes tradiciones mediante un "mandala" –preferentemente circular– al que se llama calendario; inversamente, el discurso que describe el Espacio ha sido a su vez fijado mediante una estructura geométrica ubicada en el tiempo sucesivo mediante construcciones o trazos simbólicos; ambos se complementan de tal forma que no puede entenderse el tiempo sin el espacio, y viceversa, y ello bajo la forma del movimiento, el que traza el diálogo mutuo que los conjuga, el resultado de la fecundación del primero sobre el segundo. 

Para nosotros los vehículos mnemotécnicos fundamentales son el símbolo, el rito y el mito; de ellos se ha tratado amplia y claramente en todos los números de SYMBOLOS y en las diferentes obras de nuestro director; aquí recogemos lo que éste dice en Simbolismo y Arte.22

Hemos de recordar que el modo normal en que esa Cosmogonía Universal y Perenne se expresa es el símbolo, o conjunto de símbolos en acción, constituyendo códigos y estructuras que se conjugan permanentemente entre sí, manifestando y vehiculando la realidad, o sea, toda la posibilidad del discurso universal, que se hace audible y comprensible por su intermedio. El símbolo es por lo tanto la traducción inteligible de una realidad cosmogónica, y al mismo tiempo esa realidad en sí, al nivel en que ella se expresa.

Diremos que la ciudad es fundamentalmente una simbólica espacial (que incluye otra temporal), capaz de actualizar y recrear el esquema cósmico, al que ve como una ciudad paradigmática. Funciona como un sistema de localización mnemónica y pertenece al arte de recordar porque está diseñada fundamentalmente para ello. Este modelo es un soporte para el orden y la construcción interna, si bien no tiene por qué ser necesariamente construida; hay estructuras o construcciones utópicas que son verdaderas ciudadelas celestes, y las técnicas tradicionales han enseñado que el rito de su visualización, de su recorrido virtual y de su identificación con ellas, abren la posibilidad de establecerse en el recuerdo que promueven. Gershom Scholem describe sobre la técnica cabalística:

El estudioso de la Cábala debe comenzar por la contemplación de las diez sefirot. Durante la meditación, éstas han de convertirse en objetos de un conocimiento exterior adquirido por el mero aprendizaje de sus nombres como atributos o como símbolos de Dios (...) sólo a partir de ahí debe pasar a las 22 letras, que representan un estadio más avanzado de profundización.23

Esta técnica sagrada tiene también una aplicación práctica. Frances Yates nos la sintetiza de las fuentes de Cicerón (De Oratore), de Quintiliano (Instituto Oratoria) y de Ad Herrenium, de la siguiente forma:

Consistía en memorizar una serie de partes de un determinado edificio y conectar con cada una de ellas ciertas imágenes que sirvieran para recordar al orador varios puntos del discurso. El orador, mientras hablaba, seguía mentalmente el orden de la sucesión de los varios puntos memorizados, extrayendo de cada uno de ellos las imágenes que debían atraer a su memoria determinados conceptos de su discurso.24

Y más adelante matiza que este método no era el único, y de Metrodoro de Scepis dice que la base de su método, la que se fundamenta en la construcción mental, estaba basada en el conjunto de constelaciones zodiacales:

La experiencia religiosa de los gnósticos herméticos consistía en reflejar el universo dentro de la propia memoria.

Son construcciones vivas, y los textos herméticos no han diferenciado entre los planetas, las estrellas y los dioses, como tampoco se diferencian de los hombres y sus obras en tanto aspectos de la identidad que los genera. Nos dice A. K. Coomaraswamy:

Todas estas formas dimensionadas (nirmita, vimita) son explícitamente "casas", habitadas y llenadas por una Presencia invisible, y representan sus posibilidades de manifestación en el tiempo y el espacio; su razón de ser es que la Presencia invisible pueda conocerse a sí misma. Pues este Principio unificador y constructivo, que es el Espíritu o Sí mismo de todos los seres, está sólo aparentemente confinado por sus habitaciones, que, como todas las imágenes, sirven sólo como soportes de contemplación; y ninguna de ellas es un fin en sí misma, sino medios más o menos indispensables para la liberación de todo tipo de recinto.

Esta liberación que pasa por una desidentificación del mundo de los fenómenos, de las formas egóticas exteriores y de la individualidad, las que han servido como vehículos para reconocer nuestra verdadera identidad, nos lleva ante la presencia del Sí mismo, el Principio supremo que ocuparía el punto más alto de cualquier construcción, o por encima de ella; lo hemos visto en el simbolismo que unánimemente se le ha otorgado a la estrella polar del cielo, a la piedra angular del templo, a la coronilla del hombre, etc. Al respecto, continúa diciendo Coomaraswamy:

El templo, por ejemplo, tiene ventanas y puertas por las cuales el morador puede mirar y salir, o inversamente retornar a sí mismo; y éstas corresponden en el cuerpo a las "puertas de los sentidos" a través de las cuales uno puede mirar en los tiempos de actividad, o desde las cuales uno puede retornar al "corazón" del propio ser de uno cuando los sentidos se retiran de sus objetos, es decir, en la concentración. Sin embargo, en teoría, hay otra puerta o ventana, accesible sólo por una "escala" o la "cuerda" de la que nuestro ser está suspendido desde arriba, y a cuyo través uno puede emerger de la estructura dimensionada de manera que ya no está más al nivel de su suelo, o dentro de ella, sino enteramente por encima de ella.25

Esta estructura mnemotécnica que en nuestro caso toma al paradigma cósmico como una ciudad celeste y que a la par de poderse construir formalmente se construye también en el imaginario particular y en el colectivo, tiene particularidades precisas: supone que nos convirtamos tanto en el arquitecto constructor como en el habitante de nuestra propia construcción; uno destruye y construye en tanto crea conveniente que así sea hecho; es por lo tanto el ciudadano de un espacio que se crea mientras se vivencia o se transforma en el propio imaginario bajo la sucesión de un tiempo propio tal como una obra literaria o un tipo de narrativa autobiográfica que nos describe bajo aquellos espacios simbólicos, sean antropomórficos, edificios urbanos, composiciones ajardinadas, trazados…, pero, eso si, en el que todos ellos toman por común un único patrón celeste.

Asimismo, este modelo se incluye en el ideario popular al que evocan las prácticas colectivas, las fiestas populares, cuyos orígenes míticos hilan el tiempo y permiten actualizar lo que en el tiempo atemporal fue revelado a los hombres, de tal forma que mediante ellas es que se renueva el tiempo26 con todos los efectos que ello implica en el devenir;27 no es difícil advertir en las danzas tradicionales una imagen de la geometría del cosmos: configuración y alternancia de parejas, círculos, ritmos, cantos, construcciones humanas, peregrinaciones, romerías…, y todo ello conjugándose con elementos de la naturaleza: los ígneos, los florales, el árbol (una de las imágenes del universo más difundidas), o la montaña sagrada, etc., que año tras año en las fechas propicias muestran su luz en calles, edificios, plazas, estatuas o jardines, mezclándose con los ciudadanos en un tiempo significativo, regulado por el astro solar para ritualizar los diferentes aspectos de las energías de los cielos. Cada uno de los que participan de la dramatización colectiva es una memoria viva y la ciudad el ámbito, el lugar o el marco en que el tiempo fecunda estos aconteceres, constituyéndose por lo tanto como un lugar propicio de meditación:

Día a día se ofrecería a la contemplación todos los monumentos de la ciudad que recordaban un pasado legendario, de forma que los ciudadanos nunca olvidarían el nexo existente entre la topografía de su ciudad y el rito por el que había sido establecido su ordenamiento en el principio.28

El ciudadano recorre, transita y une en sí mismo lo de arriba y lo de abajo.

El romano que caminaba a lo largo del cardo sabía perfectamente que aquella vía era el eje en torno al cual giraba el sol y si seguía el decumanus, tenía conciencia de seguir su curso.29

Todo ello en pos de una anamnesis individual y colectiva, un proceso análogo a la construcción de la ciudad (entendido en el sentido inverso de la analogía), en el que ésta se constituye como un medio reconciliador entre el hombre y su identidad, un trazado que actúa como recuerdo o memoria promotora de una experiencia interna, de una vivencia que no puede ser aislada como objeto, sino entendida como un diálogo directo entre el mundo sensible y aquellos estados que se le yuxtaponen y que conforman los diferentes peldaños para todo camino de Conocimiento.

NOTAS
(*) [Artículo publicado originalmente en la Revista SYMBOLOS: Arte - Cultura - Gnosis, Nº 31-32, "Historia y Geografía Sagradas". Barcelona, 2007.]
1 "Esta polarización está presente en todo lo signado por el espacio y el tiempo, y se refiere al pasado y al futuro, a lo pasivo y a lo activo, a la concentración y a la expansión, a la atracción y a la repulsión, y a toda dualidad complementaria de opuestos que posibilitan el orden y el equilibrio cósmico, y que el símbolo testimonia sin hacer exclusiones". Federico González: La Rueda. Una Imagen Simbólica del Cosmos, cap. I, p. 23. Ed. Symbolos.
2 Federico González: Ibid, p. 176.
3 Henry Corbin: Tiempo Cíclico y Gnosis Ismailí. Ed. Biblioteca Nueva, p. 14.
4 Faridu´d Din Attar: Tadhkiratu´l Awliyâ 2.179.10: "Un millar de años pasados por un millar de años futuros están presentes (naqd) aquí en este momento (waqt) en el que tú eres."
5 No lo entendemos aquí en el sentido atomista que considera el tiempo como una suma de instantes independientes en un no-tiempo "vacío".
6 Al respecto apunta la doctrina de Ibn´ l`Arabi: "no hay ningún momento de no-ser entre los sucesivos actos de la creación". Por otro lado la tradición Hindú nos ilustra con la tríada gati, nirvritti, sthiti, procesión, recesión y su fruto el éxtasis, unidas las tres en el Extasis (samhitâ), que trasladada a la impresión psíquica del hombre toman los nombres de bhûtam, bhavyam, bhavat, el pasado, el futuro y el presente donde se unen (samhitâ).
7 Maestro Eckhartd, Pfeiffer, p. 206.
8 Federico González: El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las culturas arcaicas, cap. XVIII, "Mitología y Popol Vuh".
9 Federico González: Simbolismo y Arte, cap. III. Ed. Symbolos.
10 Federico González: El Simbolismo Precolombino. Ibid.
11 Federico González: La Rueda..., cap. II, p. 49.
12 El Simbolismo Precolombino, cap. XX.
13 Quisiéramos recalcar la importancia, para toda correspondencia o analogía, de la concordancia perfecta que se tiene que establecer entre los diferentes grados a que éstas hacen referencia (de ahí la necesidad de adecuarse al orden). Ver también La Rueda..., p. 25.
14 Nos parece interesante introducir esta cita de Santo Tomás, que en respuesta a la objeción adicional de que las condiciones opuestas no pueden coincidir en el mismo instante, y que así debe haber un último instante en el estado de pecado y otro en el estado de gracia, replica que: "la sucesión de los opuestos en el mismo sujeto debe considerarse diferentemente en las cosas que están sujetas al tiempo y en las que están por encima del tiempo. Pues en las cosas que están sujetas al tiempo, no hay ningún ‘último instante’ en el que la forma previa sea inherente al sujeto; pero hay el último tiempo, y el primer instante en que la forma subsecuente es inherente a la materia o sujeto; y esto por la razón que, en el tiempo, nosotros no tenemos que considerar un instante como precediendo inmediatamente a otro instante, puesto que los instantes no se suceden uno a otro inmediatamente en el tiempo, ni tampoco los puntos de una línea, como lo prueba [Aristóteles] en Física 6.1. Pero el tiempo se termina por un instante… pero en las cosas que están por encima del tiempo la cuestión es de otro modo…". Cita de Ananda K. Coomaraswamy: El Tiempo y la Eternidad, cap. V, p. 76-77. Ed. Kairós, Barcelona, 1999.
15 "El sol esta inmóvil a mediodía durante la mitad del guiño de un ojo". Mahâbhârata 13.96.6.
16 Federico González: Las Utopías Renacentistas, Esoterismo y Símbolo, p. 84. Ed. Kier, Bs. As. 2004.
17 Añadamos que es práctica habitual en algunas tradiciones la ingestión de diferentes tipos de substancias, consideradas sagradas, como soportes de conocimiento.
18 Santo Tomás en su Sum. Theol. 1.2, 113.7, y a propósito de la justificación del impío, nos dice que sucede en un único instante pues una justificación tal depende del movimiento de la Gracia, que es repentino, y del libre albedrío del hombre "cuyo movimiento por naturaleza es instantáneo".
19 Decimos aquí teoría en el sentido que actualmente se le da a esta palabra (sinónima de "especulativa"), pero no el que tenía antiguamente, idéntica a la contemplación.
20 En http://symbolos.com/014recor.htm
21 Al respecto dice Coomaraswamy que el Vedanta distingue entre la realidad relativa del artefacto y la realidad mayor del Artífice en quien subsiste el paradigma; que el mundo es una epifanía; y que no es culpa de nadie si nosotros tomamos las cosas "que fueron hechas" por la realidad según la cual se hicieron y el fenómeno mismo por el cual los fenómenos son sólo apariencias, y además que la "ilusión" no puede predicarse propiamente de un objeto, puesto que solo puede surgir en el perceptor (El Tiempo y la Eternidad).
22 Federico González: Simbolismo y Arte, p. 8. Ed. Symbolos, Barcelona, 1998.
23 Gershom Scholem: Las Grandes Tendencias de la Mística Judía. Ed. Siruela, Madrid 1996.
24 Frances A. Yates: Giordano Bruno y la Tradición Hermética, Ed. Ariel Filosofía, p. 223.
25 Coomaraswamy: "Un Templo Hindú: El Kandarya Mahadeo", en http://symbolos.com/021kand.htm
Ver también René Guénon: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XLI, "La puerta estrecha", y cap. XLIII: "La piedra angular".
26 Federico González: Simbolismo y Arte, p. 59.
27 Al respecto ver René Guénon: La Gran Tríada. Ed. Obelisco, cap. XXI.
28 Joseph Rykwert: La Idea de Ciudad, p. 64. Ed. Hermann Blume.
29 Ibid. Prólogo.
 

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