La Ciudad (cont.)

Iñigo Correa

El modelo arquetípico de ciudad

"Ni antes ni después estaba el espíritu de Dios moviéndose sobre la faz de las aguas", leemos en Dante. El concepto de ciudad se fundamenta en el arquetipo universal, incorporando en su geografía su estructura, de tal manera que es la raíz, aquello que le da sentido y a lo que permanentemente se está refiriendo.

Pertenece al legado tradicional un arquetipo con el que identificar la ciudad: la Ciudad Celeste, en la que solamente reside un habitante, el Principio divino, uno en su esencia y doble en su naturaleza, el que, por su sola presencia, la crea, la anima, y le imprime su propio orden y medida. Pero el manifestarse aparentemente como múltiple, como residente en todo, implica un sacrificio de su unidad en el origen mismo de Su creación, es decir, que se divide aparentemente en dos, uno fijo e inmutable y otro que aparece como móvil y sujeto al cambio bajo la multitud de habitantes que pueblan la ciudad, pero que en realidad no existen sino en él, producidos por su rayo y vivificados por su hálito. Hay un mito del Kathâ-Sárit-Sàgara que nos recuerda René Guénon, en el que existe:

una ciudad enteramente poblada de autómatas de madera, que se comportan en todo como seres vivos, salvo que les falta la palabra; en el centro hay un palacio donde reside un hombre que es la "única consciencia" (ékakam chétanam) de la ciudad y la causa de todos los movimientos de esos autómatas, fabricados por él mismo.30

Esta figura del carpintero es la imagen del Principio divino que construye y ordena el Universo. Este arquetipo de la ciudad tiene como consecuencia inmediata la ciudad cósmica, que es el modelo de toda ciudad merecedora del calificativo de tradicional. La ciudad terrestre estará pues en concordancia con la creación o manifestación universal, también llamada macrocosmos o universo, es decir, el conjunto de estados –la mayor parte de ellos invisibles e inimaginables– que colman el "ámbito" que se produce entre esta primera dualidad, la Esencia y la Substancia universales; también leemos en el Asclepios:

En cuanto al conjunto de la creación, obedece a ese gobernante supremo que es su señor, de manera que no se trata de una composición múltiple, sino de una unidad, ya que si todos los seres se encuentran supeditados al Uno, y derivan del Uno, aunque vistos por separado parezca que su número es infinito, al considerarlos en su conjunto, se ve que constituyen una unidad o mejor, una díada, de quien todo procede y por quien todo es producido.

La ciudad cósmica, utópica, prototípica, es el referente de la ciudad terrestre, aquel a imitar; la ciudad que partiendo del centro arquetípico se expande hasta llegar a los límites de sus posibilidades, estabilizándose entonces de forma concreta. Geométricamente, el trazado más habitual para representar el cosmos es el que parte de un centro, el que se puede ver polarizado en forma de huevo, al que no se le puede asignar un origen ni ubicar en ningún espacio, si bien en él las cualidades temporales y espaciales están incluidas, como fundidas en su unidad; su irradiación lo expande en todas las direcciones, las que se sintetizan en cuatro ejes ortogonales si es en un plano, o seis ejes si es en el espacio tridimensional, y que llegado al límite de su extensión, las líneas o planos perpendiculares a cada uno de estos ejes nos darán la forma de un cuadrado o un cubo respectivamente, de tal modo que sintetizan, fijan y estabilizan a la circunferencia y la esfera, formas éstas que, aunque hoy no son muy habituales en la construcción, también han sido utilizadas para representar este modelo, sobre todo por los pueblos nómadas (aunque no exclusivamente), los cuales no tenían una residencia fija, es decir "estable", estando la forma circular, dinámica y móvil, más en consonancia con su naturaleza.

La ciudad terrestre

Hablando de la ciudad construida según el modelo del cosmos, he aquí lo que nos dice Federico González:

El plano de la ciudad de los hombres ha de ser un calco de los números y medidas que rigen el universo, y una manifestación ritual del plan divino que ejecutan los dioses. La ciudad y la cultura entera testimonian esta actitud y este conocimiento expresado a través de las leyes de la analogía, o de correspondencia inversa; establecen de este modo una comunicación con lo celeste, un vínculo entre tierra y cielo, entre un plano conocido y otro desconocido, entre los seres visibles y las energías de los númenes invisibles.31

El legado Tradicional y unánime nos enseña que existe una correspondencia entre el hombre –que ha sido creado a imagen y semejanza de su creador, la Deidad– y el universo. Es por ello que el conjunto de la manifestación es fundamentalmente simbólico, incluso la fertilidad y renovación inagotables, que son también aspectos de su única realidad, de la que podemos decir que el Hombre Verdadero coparticipa ubicado en la posición central y sintética de este mundo. Tenemos que entender también que la simbólica es en todo rigor una ciencia exacta tal como el cosmos lo es en todas sus manifestaciones; se la reconoce entonces como sagrada porque proporciona vínculos y uniones entre los diferentes mundos y en su completa interrelación describe el discurso universal. La ciudad es un pequeño modelo revelado de la gran ciudad celeste, el alma del mundo, la que es idéntica a la del hombre, y

que cada quien posee dentro de sí, e igualmente puede reconocer en sus semejantes, o compartir con ellos, ya sea en el presente o en el pasado, mediante la posesión de su conocimiento secreto, es decir lo que se ha dado en llamar el Colegio Invisible, la Ciudad de Dios, o la Iglesia Secreta.32

Pero el hombre no la reconoce al haber caído en un olvido progresivo: está, por tanto, oculta y velada. La tradición esotérica, esencial en la historia, toma esta forma como soporte mnemotécnico o de conocimiento, la que permite maclar lo cotidiano con lo sagrado, constituyéndose así en un soporte valioso para penetrar en los aspectos sutiles del Ser. Este espacio es entonces un espacio ordenado y ordenador, y el hombre es coparticipante en su estructura, siendo sus gestos y acción una actividad ritual, la que pone en sincronía ambos órdenes, el ciudadano terrestre con el ciudadano celeste, el yo individual con el Sí Mismo.

De este modo podemos hacernos una idea de la realidad construida en las ciudades de la antigüedad, constantemente reconstruida y recompuesta en la imaginación de sus habitantes y repetida en numerosas ciudades análogas, pobladas una y otra vez por figuras simbólicas y de puntos de referencia de la memoria.33

La ciudad tradicional está calculada y extrae sus medidas del diseño cósmico, y como tal es evocadora de una genealogía divina donde los diferentes dioses que habitan en el mundo intermediario ocupan un lugar significativo, constituyéndose en sus focos principales; su propio espacio está trazado para permitir la cohabitación con los ciudadanos; conforman un conjunto de estructuras multidimensionales, celestes y terrestres, que se interrelacionan y que se expresan en un tiempo y en un espacio que tiene que ver con sus cualidades, manifestando de una manera particular el orden del conjunto bajo la armonía y la belleza que reside en las formas, las que pueden ser compartidas e interpretadas por los habitantes como el resultado inmediato de este orden, su traducción sensible. De este nos dice Dionisio Areopagita:

Lo bueno y lo bello, unidad esencial, es pues la causa general de todas las cosas bellas y buenas. De allí viene la naturaleza y la subsistencia de los seres, de allí su unidad y distinción, su identidad y diversidad, su similitud y su desemejanza; de allí los contrarios se alían, los elementos se mezclan sin confundirse, de allí las cosas más elevadas protegen a aquellas que lo son menos, las iguales se armonizan, las inferiores se subordinan a las superiores, y así todas se mantienen por una inmutable persistencia en su condición original. De allí aún todos los seres, en razón de su afinidad recíproca, se influyen, se adaptan el uno al otro, y entran en perfecto acuerdo, de allí la armonía del conjunto, y la combinación de las partes en el todo, y el inviolable mantenimiento del orden y la perpetua sucesión de las cosas que nacen y perecen, de allí en fin el reposo y el movimiento de los espíritus puros, de las almas y de los cuerpos; pues aquél es reposo y movimiento para todos, que, por encima del reposo y del movimiento, da a cada cosa su inmutable razón de ser, y le imprime el camino conveniente.34

Ello en un ámbito vivo que se desenvuelve con todo tipo de asociaciones y discordias, con enfrentamientos entre las diferentes generaciones de dioses que intentan destruir el orden existente y luchan para conquistar el cosmos, resolviéndose mediante amistades y odios, donde sus moradores, ya sean alados o reptantes, celestes o ctónicos, padres o hijos, describen un mundo de posibilidades cuya tendencia es conjugar la tensión de los opuestos y cuya epopeya se ensambla con nuestra alma, invitándonos permanentemente a compartir la ciudad terrestre con la ciudad celeste.

El Alma Universal es una sola, jerarquizada en diferentes niveles, una cadena de mundos interactuantes, un todo interrelacionado y ordenado donde lo inferior extrae su realidad de lo superior como si de un descenso se tratase; desde lo más alto, oculto y esencial a lo más bajo y evocador de las formas, las que se encuentran en la ciudad y en nosotros;35 por cada uno de estos mundos transitan sus moradores correspondientes influyendo a su vez cada uno de éstos en la totalidad del conjunto. Así nosotros, así la ciudad y así el alma del mundo; lo que hacemos en la tierra repercute en el universo y repercutiendo en el universo repercute de nuevo en nosotros, de ahí que el hombre pueda también calificarse como mago, teúrgo, artista o constructor. Dice a este respecto Federico González:

Ejercer acción sobre una cosa es ejercer esa acción sobre un conjunto innumerable de cosas en un mundo concebido como concatenado; igualmente hacerlo sobre un ser humano implica realizarlo en toda la humanidad (...) somos señales en un mundo de señales y el mago es un generador, operando sus ritos ancestrales, renovando el mundo a perpetuidad. Sus ceremonias no son vanas, al contrario, son imprescindibles para que se reconozca el Sí Mismo dentro de sí mismo; son por lo tanto tan arquetípicas como necesarias y su acción inmediata, y sobre todo mediata, es fundamental, y pueden fructificar en innumerables formas, y cada una se organizará en conjuntos y éstos en estructuras precisas, las que terminarán manifestándose concretamente.36

Por otra parte, podemos ver que son muchas las formas simbólicas que las diferentes vías tradicionales han utilizado para expresar el Alma del Mundo. Las Artes y los Oficios han sido vehículos apropiados (en el caso que nos ocupa podemos destacar el arte de la geometría, estrechamente vinculado al de la construcción y al de la aritmética), y también se han revelado en el conjunto de nuestro mundo y su naturaleza como da cuenta de ello la astronomía, la alquimia, la agricultura, o la geografía y la historia, las que constituyen un lenguaje verdaderamente cosmogónico; pero tenemos que decir que para nosotros los occidentales la vía Hermética, además de las ciencias citadas, entre otras, nos ha proporcionado el "mandala cabalístico" del Arbol de la Vida Sefirótico, un diagrama sintético y preciso de la magna ciudad, interpenetrable y complementario con cualquier otra cosmografía, como es la de la ciudad; de este diagrama diremos que de las diez esferas o sefiroth con que se representa, a la construcción cósmica o alma del mundo propiamente dicha tan sólo hacen referencia las siete últimas, las que se ubican en los planos de Beriyah (el aspecto superior y aéreo del alma), de Yetsirah (que se corresponde a su vez con el alma inferior) y de Asiyah (el mundo concreto que es perceptible por los sentidos).

Del Arbol sefirótico dice la tradición hebrea que es tanto un diagrama del mundo como del hombre, o sea del macrocosmos y del microcosmos.37

Añadiremos que todas las tradiciones han utilizado el símbolo del círculo, o bien del cuadrado, con la cruz inscrita en su interior, aunque también han sido utilizados otros diseños geométricos para destacar ciertas cualidades particulares;38 respecto a la forma cuadrada, ésta es la más utilizada para trazar las ciudades y los templos, que se orientan normalmente al sol naciente (el oriente), de donde nos llega la nueva luz del día. En el año se corresponde con el equinoccio de primavera, la "primera luz", la que emana de los orígenes siempre presentes, mientras que su ascenso a ritmo diario conduce hasta el solsticio de verano. Ese ascenso es paradigma de todo viaje iniciático a favor de la iluminación, que es lo mismo que el despertar del alma en y por el conocimiento; pero a partir de ese momento da comienzo el descenso hasta el punto más bajo, el solsticio de invierno, pasando por el equinoccio de otoño (el occidente), asimilado a la oscuridad, a la ignorancia y a la muerte. Occidente, del latín occídere, significa caer y también morir.

Diremos, por otra parte, que esta simbólica se presta a una lectura que nos permite transitar del simbolismo astronómico al puramente iniciático y espiritual; y entonces el solsticio de invierno se considera el punto más luminoso, una puerta que se abre al año nuevo, y por la que se sale a lo supracósmico y metafísico, de ahí que se denomine la "puerta de los dioses",39 como el solsticio de verano se denomina la "puerta de los hombres", por la que se entra en el cosmos y la manifestación. De acuerdo con la cita anterior de A. K. Coomaraswamy, a la "puerta de los dioses" alude un antiguo ritual masónico con las siguientes palabras:

Renovemos la antigua alianza de los constructores, danos fuerza para abrir las puertas del solsticio y permite que la voluntad que un día sembramos ascienda a través del laberinto de nuestra piedra.40

En todo caso la ciudad no es sino una referencia permanente al centro –o a esta puerta estrecha solsticial– del que extrae su razón de ser y le confiere el conjunto de sus posibilidades, aquellas que están sujetas a las tensiones cardinales, expresión del cuaternario que organiza y abarca el conjunto de su realidad.41


Al hilo del tiempo  -  La fundación de la ciudad - El modelo etrusco latino


NOTAS
30 "La Ciudad Divina", cap. LXXV de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.
31 El Simbolismo Precolombino, cap. XV, "El Simbolismo Constructivo". Ed. Kier.
32 Federico González: Las Utopías Renacentistas, cap. II, "Necesidad de la Utopía".
33 Joseph Rykwert: Ibid, p. 24.
34 Dionisio Areopagita: De los nombres divinos. Antología de Textos Herméticos, página telemática de SYMBOLOS.
35 Queremos, a modo de ejemplo, apuntar aquí unas muy escuetas glosas del último libro de Sta. Teresa de Jesús, Las Moradas del Castillo Interior (Toledo, 1577), una cosmovisión que escribió bajo la atenta mirada de la Inquisición: …es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal (...) Este castillo tiene muchas moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma (...) Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo, que es adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene (…) Esto es, hijas, de lo que hemos de andar temerosas y lo que hemos de pedir a Dios en nuestras oraciones; porque si El no guarda la ciudad, en vano trabajaremos, pues somos la misma vanidad (...). Continúa describiendo las diferentes moradas con escueta claridad y orden, y de la última extraemos: Está tan esculpida en el alma aquella vista, que todo su deseo es tornarla a gozar (...) Cuando nuestro Señor es servido haber piedad de lo que padece y ha padecido por su deseo esta alma que ya espiritualmente ha tomado por esposa, primero que se consuma el matrimonio espiritual métela en su morada, que es esta séptima; (...) Ya he dicho que, aunque se ponen estas comparaciones, porque no hay otras más a propósito, que se entienda que aquí no hay memoria de cuerpo más que si el alma no estuviese en él, sino sólo espíritu, y en el matrimonio espiritual, muy menos, porque pasa esta secreta unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mismo Dios, y a mi parecer no ha menester puerta por donde entre. Digo que no es menester puerta, porque en todo lo que se ha dicho hasta aquí, parece que va por medio de los sentidos y potencias, y este aparecimiento de la Humanidad del Señor así debía ser; mas lo que pasa en la unión del matrimonio espiritual es muy diferente: aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria sino intelectual, aunque más delicada que las dichas, como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo: "Pax vobis". Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel momento la gloria que hay en el cielo, por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual (…). Para acabar con ciertas recomendaciones en un epílogo del que por último extraemos: …Aunque no se trata de más de siete moradas, en cada una de éstas hay muchas: en lo bajo y alto y a los lados, con lindos jardines y fuentes y laberintos y cosas tan deleitosas, que desearéis deshaceos en alabanzas del gran Dios, que lo crió a su imagen y semejanza.
36 Simbolismo y Arte, cap. VI, "Arte Teúrgica".
37 Respecto al Arbol de la Vida ver los acápites correspondientes en Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, SYMBOLOS nº 25-26.
38 Ejemplos de ello encontramos en el diseño de Vitruvio (S. I a.C.) en la ciudad ideal de Cataneo, o la de F. der Marchi (S. XIV), o bien en los diseños del siglo XVII, donde la influencia militar cobra mayor importancia, como el caso de Sarrelouis de Vauban o de Citadella en el Véneto, donde la cruz y la circunferencia son evidentes; o también Palmanova de principios del XVII en Italia, que se genera mediante un hexágono y se delimita por una estrella de nueve puntas.
39 Recordemos, por ejemplo, que con Cristo se regenera el tiempo, el cual empieza a contarse desde su nacimiento, situado en los días del solsticio invernal. En este sentido, anota René Guénon que: "la vida de algunos seres, considerada según las apariencias individuales, presenta hechos que están en correspondencia con los del orden cósmico y que son en cierto modo, bajo el punto de vista exterior, una imagen o una reproducción de éstos; pero, bajo el punto de vista interior, esta relación debe ser invertida, ya que, siendo estos seres realmente el Mahâ-Purusha, son los hechos cósmicos los que verdaderamente se modelan sobre su vida o, para hablar más exactamente, sobre aquello de lo cual esta vida es una expresión directa, mientras que los hechos cósmicos en sí mismos no son más que su expresión por reflejo. Agregaremos que es eso también lo que funda en la realidad y hace válidos los ritos instituidos por seres ‘enviados’." "Realización Ascendente y Realización Descendente", cap. XXXII de Iniciación y Realización Espiritual.
40 Al respecto ver también René Guénon: Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XLI, "La puerta estrecha", y La Logia Viva. Simbolismo y Masonería, de Siete Maestros Masones, Ed. Obelisco, p. 258 [El solsticio de invierno].
41 En este sentido se puede considerar que la ciudad cumple un papel receptivo o femenino al ser fecundada por aquellos mundos que representa o traduce y podríamos establecer una correspondencia con la sefirah Malkhuth; recordemos que a ésta también se la denomina la "Esposa del Rey", es decir la Shekinah.
 

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