La Ciudad

Iñigo Correa

Al hilo del tiempo

Digamos primeramente que la fundación de lo que normalmente se entiende por ciudad, siguiendo los patrones grecolatinos polis y civis,42 está precedida por una larga trayectoria de asociaciones entre los hombres (todas ellas con el reconocimiento de los dioses y el patrón cósmico por común), que vienen determinadas por el tipo de agrupación que mejor se adapta a cada periodo histórico, la primera es la que une a los miembros de un mismo linaje espiritual (vertical) constituidos como una familia, la que solía coincidir con una vinculación sanguínea (horizontal); es la que ha acompañado al hombre la mayor parte de su historia y que podía llegar a agrupar a varios centenares de familiares descendientes de un mismo bisabuelo, o a varios miles si se asciende a otro bisabuelo; era la institución llamada gens en la tradición de Roma,

en la que el pater familias mismo oficia como sacerdote del hogar, celebrando diariamente el Agnihotra (culto al fuego) en el círculo doméstico.43

Esta institución contaba con una cadena de antepasados propia y sus dioses a ella vinculados. He aquí lo que nos dice al respecto Fustel de Coulanges cuando habla del recuerdo de las antiguas generaciones, el cual:

no ha podido extinguirse completamente, y que han legado sus creencias y sus leyes a las generaciones siguientes. Cada familia tiene su religión, sus dioses, su sacerdocio. El aislamiento religioso es su ley; su culto es secreto. En la muerte misma, o en la muerte que le sigue, las familias no se mezclan: cada una sigue viviendo aparte en su tumba, de la que queda excluido todo ser extraño. Cada familia tiene también su propiedad, es decir, su parte de tierra que está ligada a ella inseparablemente por su religión: sus dioses Términos guardan el recinto, y sus Manes velan por ella (...) Cada familia tiene su jefe, como una nación tendría su rey. Tiene sus leyes, que seguramente no están escritas, pero que la creencia religiosa graba en el corazón del hombre. Tiene su justicia interior, por encima de la cual no hay otra que pueda apelarse. Cuanto el hombre necesita perentoriamente para su vida material o para su vida moral, la familia lo posee en sí. No necesita nada de fuera: es un Estado organizado, una sociedad que se basta a sí misma.44

Posteriormente, por cuestiones cíclicas, las familias se asocian para adaptarse a los tiempos sin perder o sacrificar su esencia; primeramente se mantendrán los cultos, los ritos y las divinidades propias de cada familia; luego, a medida que los antepasados se comparten, se irán unificando al igual que las vinculaciones exotéricas; son las llamadas en lengua griega fratrias y en la latina curias, entidades independientes y soberanas, las que en su momento repiten el mismo proceso de unión para formar una tribu, la que a su vez, llegado el tiempo, verá necesario congregarse con otras de modo ritual –tal como en las asociaciones anteriores–, para crear un nuevo orden de un mismo modelo: la ciudad; se dice que Teseo reunió en un solo culto –el de Atenea Polias– a todo el Atica y estableció como centro espiritual el Pritáneo de Atenas, de forma que quedó fundada la unidad ateniense.

La ciudad supone entonces una confederación original de cultos y cosmovisiones en un nuevo espacio, y ello manteniendo una integración jerárquica de la tradición familiar, de la establecida por los grupos familiares y la de las tribus a las que pertenece cada ciudadano; un espacio fecundado por una larga cadena de dioses o potencias donde la "genética" espiritual de sus ciudadanos es la que permanece en la ciudad, configurando un nuevo centro común de irradiación sapiencial, lleno de correspondencias y analogías que ligan permanentemente el mundo sensible con las energías que lo configuran.45 Tito Livio decía de Roma:

No hay espacio en esta urbe que no esté impregnado de sus dioses y no esté ocupado por alguna divinidad (...) los dioses la habitan.

Tenemos que matizar que estas transformaciones cíclicas no son el resultado del perfeccionamiento progresivo del modelo social tal como se podría pensar según una visión evolucionista, sino más bien al contrario. En efecto, por un lado las asociaciones siguen sus propios ciclos, lo que implica un nacimiento, un crecimiento, una maduración y una muerte, la que es preconizada por el comercio de favores con los dioses (los de más baja estatura) y la que presintiéndose cerca deposita su herencia o su sabiduría en las construcciones, en escritos, en la memoria de los ciudadanos, en las costumbres populares o allá donde pueda atravesar las fronteras propias de su ciclo, conformando un legado mnemotécnico más estable y substancial. Diríamos que el transcurso del tiempo conlleva esta disminución del aspecto esencial y un aumento del substancial, y hay que ver que este desarrollo de los aspectos más substanciales (o materiales) es lo que hoy día se entiende como evolución.

La fundación de la ciudad. El rito

La ciudad no puede ser entendida como un hecho aislado, utilitario o fortuito; la fijación en una forma tal se corresponde con un prisma geográfico y temporal mediante el que se traduce de manera muy reducida el contenido universal; la estructura que le da cuerpo no es sino un mismo modelo cósmico, el que ha sido utilizado en todas aquellas ciudades o construcciones que bajo diferentes formas y coloridos han expresado el legado de la cultura tradicional.

Por ello, Platón entendía la ciudad como una idea más utópica que geográfica, y al respecto René Guénon apunta:

Había en efecto, en la antigüedad, como ya lo habíamos indicado anteriormente, lo que podría llamarse una geografía sagrada, o sacerdotal, y la posición de las ciudades y templos no era arbitraria, sino determinada según leyes muy precisas (...) Además, entre la fundación de una ciudad y la construcción de una doctrina o de una nueva forma tradicional, por adaptación a condiciones definidas de tiempo y lugar, había una relación tal que la primera era tomada a menudo para simbolizar a la segunda. Naturalmente, se debía recurrir a unas precauciones muy especiales cuando se trataba de fijar el emplazamiento de una ciudad que estaba destinada a convertirse, bajo un aspecto u otro, en la metrópolis de toda una parte del mundo; y los nombres de las ciudades, tanto como lo que se relaciona con las circunstancias de su fundación, merecerían examinarse cuidadosamente desde este punto de vista.46

Son diferentes los motivos con los que se podría vincular la fundación de una ciudad. Tengamos en cuenta que la geografía no es estática sino que está sujeta a transformaciones en su forma y en su clima, que las cualidades tanto de un territorio como del tiempo están en perpetua conjunción y "movimiento", pero podríamos decir que desde el punto de vista que nos interesa los orígenes son realmente misteriosos, como lo son el nacimiento de cualquier cultura, civilización o de un ser humano, y es que de hecho la ciudad se funda "ex-nihilo".

La fundación tradicional siempre ha sido mediante un rito que recrea la creación del universo, con sus prescripciones y fórmulas rituales, en las que estaba comprendido el sacrificio y donde se invocaban himnos y se establecían vinculaciones con las potencias celestes; en los libros rituales romanos aparecen lecturas de augurios y de cómo propiciar a los dioses, también sobre la muerte, los mundos celestes, las prácticas interpretativas de las entrañas de las víctimas sacrificiales y de los fenómenos atmosféricos;47 asimismo, y como ha dejado escrito Festo, la misma idea aparece en los rituales etruscos sobre

la consagración de altares y templos, la bendición de los muros, las normas para distribuir las puertas y para organizar tribus, curias, centurias...

Por otra parte, con la ciudad nace una nueva comunidad; para ella el héroe fundador es de vital importancia, pues es el que dispone de la ciencia sacerdotal, de la que extrae la sabiduría y las esencias ocultas, y gracias a las coordenadas celestes discierne el lugar apropiado para manifestarlas. Por él se manifiestan los dioses; de ellos recibe la tierra y con ellos dialoga mediante códigos simbólicos, lo que le permite adquirir su beneplácito cuando se dan las condiciones espacio-temporales que posibilitan recrear el orden celeste, es decir la cosmogonía, de la que se convierte en intérprete, siendo entonces cuando en concordia y en unión con todo ello funda la ciudad.48 En el héroe civilizador se encarnan el mito y el panteón de los dioses cósmicos, los que quedan vinculados a la ciudad por su intermedio. La fundación de la ciudad ritualiza pues la propia creación del mundo, floreciendo de nuevo los genes civilizadores, la verdadera historia, la vertical y simultánea, la que era cantada, bailada o teatralizada, y también contenida en el fondo popular.

La ciencia oracular era particular de cada cultura. Esta consistía en descifrar los códigos con que los dioses manifestaban su voluntad a los hombres para determinar el lugar y la fecha en que debía fundarse la ciudad; por ejemplo, los samnitas seguían los rastros de ciertos animales (especialmente los del lobo o el pájaro carpintero), y los latinos desarrollaron la ciencia de los augurios o de los auspicios (de "avis", pájaro, y "spec", observar) mediante el conocimiento del vuelo de las aves. Esta ciencia, como tantas otras cosas, la heredan de los etruscos, y consistía principalmente en la lectura que el haruspex hacía de las entrañas (hígado e intestinos)49 de un animal sacrificado.50 Las deidades de esta manera guiaban y marcaban el destino de los hombres, pero también les permitían conducirse en aquellos acontecimientos que de una u otra forma estaban aún por llegar.

Todo en la fundación de la ciudad se circunscribía a un marco ritual y mítico, y, como decíamos, el origen de ésta no se puede desvincular de la idea de sacrificio, pues el rito fundacional requiere ponerse en correspondencia con el origen de los diferentes mundos celestes; en efecto, esa idea hace referencia al sacrificio primordial, al que se autosomete la unidad primigenia para devenir la multiplicidad de la manifestación, tal como lo hace el sol –símbolo de la Inteligencia Cósmica– para las tradiciones brahmánicas y budistas, el que despliega mediante sus rayos el conocimiento intelectual que le es inherente (Mitra), generando así vida a todos los seres e iluminando todos los mundos desde su presencia indivisible; también al desmembramiento de Purusha, al de Osiris en Egipto y al del maestro Hiram en la masonería; desmembramiento que supone el descenso del espíritu hasta sus límites, la materia corporal, la que en el otro extremo, al ser sacrificada, invierte su sentido para retornar a su lugar de partida.

El nacimiento de la ciudad supone también el nacimiento de un tiempo que participa de la actualidad mítica con la que se corresponde y con la que es contemporáneo:

[La función de tales encantamientos] consiste en irrumpir el transcurso ordinario del tiempo (...) haciendo que el lugar preciso al que se aplica (el rito correspondiente) se sustraiga de las influencias que normalmente actúan sobre él, insertando el gran tiempo de la revelación en el transcurso del tiempo precisamente en este momento.51

No es entonces de extrañar que una nueva ciudad requiera de un calendario propio.52

... los romanos contaban los años ab urbe cóndita,

dice Fustel, y los acontecimientos pretéritos que ocurrieron antes de la fundación no pertenecen a su historia, no entran en su cosmología; la ciudad es un templum palabra de la que extrae su significado tempos, con la análoga estructura cuaternaria.

Así pues, el centro de la ciudad se constituye en el lugar sagrado que intermedia entre el cielo y la tierra, siendo el que une e interrelaciona a todos los mundos entre sí; es igualmente el centro de todos los tiempos, y esto permite que lo que fue revelado por los dioses a los hombres en los orígenes pueda ser perpetuado y encarnado ininterrumpidamente por todos los que cumplen esa función. Ahí se genera y de ahí se expande la ciudad, a la que se pone un nombre, hecho éste que es considerado de gran importancia, pues fija su "unidad" u origen suprahistórico, además de su "individualidad" específica.

En efecto, el cometido sagrado que una nueva ciudad viene a cumplir era ensalzado por el nombre de la misma, existiendo una relación o vínculo inseparable entre el nombre y lo nombrado, tal cual la forma y la idea que traduce;53 se ponen incluso diferentes nombres atendiendo a los distintos niveles de profundidad que, como si se tratara de un ser vivo, una misma ciudad expresa; así Roma, que tuvo por madre la ciudad de Alba Longa (donde Alba significa blancura y por extensión lugar iluminado), se dice que tenía por nombre "secreto" Floralia y también Amor; lo mismo Jerusalén, la "ciudad de la Paz", que era la ciudad visible de la Salem de Melqui-Tsedek; o la antigua ciudad de la Luz, Compostela, literalmente "campo de estrellas",54 etc. Nombres todos ellos evocadores de su amplio significado, más relacionado a un aspecto cualitativo y sutil que a algo definible y concreto.

Como decimos, los lugares en que los dioses han determinado que se fundasen las ciudades han sido en muchas ocasiones toponimias precisas en donde "cristaliza" el centro del mundo; y tal como de ese centro se genera el universo, se generan aquí en la tierra las ciudades, las culturas, las civilizaciones y los imperios. Sus ejes fundamentales vienen dados por la axialidad de las luces celestes, encarnaciones de los dioses uránicos, entre ellos el astro apolineo, el sol, cuyas luces se proyectan sobre la superficie de la tierra, que las recoge y fija.

Tenemos así que los lugares especialmente señalados por el rito de la orientación se acoplan al orden o al ritmo del universo; el eje vertical por excelencia está simbolizado por aquel que pende de la estrella polar (el cenit), y cuyo extremo llega hasta el centro de la tierra (el nadir), que es simbólicamente el punto más bajo del universo. Este eje determinará, gracias al rito fundacional, el centro de la construcción55 de tal forma que se convertirá en el verdadero centro del mundo en la tierra; de ahí, de la expansión de ese centro56 surge la cruz de los ejes horizontales como expresión del cuaternario del que todo lo manifestado proviene. Son líneas que se trazan en la tierra y con las que se regula el orden espacial y temporal; se toma entonces al sol como imagen del polo, pues para nuestro mundo él es el foco generador de luz y centro referencial del espacio: él se dirige cada día de oriente a occidente, es decir traza la línea que va del este hacia el oeste (decumanus), y cuando lo observamos alcanzar su punto álgido al mediodía la sombra que proyecta en el suelo al topar su luz con nuestro cuerpo señala el eje norte-sur (cardo); ese movimiento solar produce los días y los años, es decir el tiempo de la vida de un hombre, y cuando se trata del movimiento precesional entonces acaece el gran tiempo de la historia, aquel en donde se desarrolla la vida de las civilizaciones y las culturas.

La orientación principal viene dada por el eje solstical norte-sur, que es un reflejo del eje propiamente vertical cenit-nadir; entre otros nombres a este eje norte-sur se le ha llamado el "gozne del mundo", pues se trata del eje en torno al cual el sol realiza su movimiento, y por lo tanto equivale al axis mundi, sutratma, pilar del equilibrio, etc.; por otro lado la orientación equinoccial este-oeste toma un papel secundario con respecto a la de norte-sur.57 Estas líneas, decíamos, parten del centro designado, del umbilicus o mundus, y suponen una división de la tierra en cuatro partes o cuarteles (conrectio), según las diferentes orientaciones marcadas por el sol en su movimiento.

El modelo etrusco-latino

Quisiéramos referirnos brevemente al rito fundacional propio de la tradición etrusco-latina. En esencia no difiere en contenido respecto a los ritos de construcción de las diferentes tradiciones, pues como hemos estado viendo la actividad que promueven en el hombre es la misma: la de su propio conocimiento y la del creador como soportes de lo no creado; sus ritos por otra parte parecen tener una común raíz indoeuropea:

Ciertamente, los más antiguos documentos sobre ritos de la delimitación y orientación son postvédicos (...) Sin embargo, en la India, mucho antes de la llegada de los invasores védicos (...) la orientación se practicaba a gran escala.58

Para la tradición Hindú el Vástupurushamandala conjuga en una estructura cósmica ortogonal un conjunto de propiedades numéricas que se pueden relacionar con las cualidades cuatripartitas del tiempo. Un esquema básico lo podemos trazar siguiendo el guión de la construcción del círculo y su cuadratura. Comenzamos pues con la aparición de la voluntad y la consecuente determinación de crear una ciudad; posteriormente la búsqueda, mediante la contemplatio, de un signo preferentemente celeste necesario para determinar el lugar, y la persona que posee la autoridad para la inauguratio es, como indica esta palabra, el augur. Este procede a proyectar la estructura celeste (el templum) en la cruz sobre la tierra, que no es otra que la conrectio.

El tiempo propicio y la conveniencia de la ejecución la determinaba el haruspex en el eje que pasa por el centro de la cruz estableciendo los tres niveles: tierra, hombre y cielo. Debajo del lugar donde se sitúa el centro se hace un hueco, es decir una concavidad: es el mundus, y sobre él se dispone el altar con el fuego, el focus de la ciudad. Desde ese lugar central el "agrimensor" traza los ejes sobre la tierra, la orientatio, y demarca mediante el cuadrado los límites del espacio, limitatio. Por último se ritualiza la consagración de la ciudad a los dioses en la consacratio.

Como ya dijimos, el héroe fundador es el que representa este eje vertical y por ello puede interpretar a los dioses, papel que en Roma toma el augur, que es el que establecía ritualmente con la conregio el plano celeste en la tierra previa delimitación del espacio y el nombramiento de los hitos que lo circundaban, como los árboles y otros accidentes significativos del terreno, a los que señalaba con el lituus (vara curvada en su extremo). Al mismo tiempo se desarrollaba la conspicio, mediante la cual el augur recorría con su mirada las líneas del cielo marcadas con el lituus, pronunciando sus verba concepta (encantamientos). Vemos así cómo el augur actuaba en tanto puente o pontífice en el que se conjugaban los diferentes planos o niveles cósmicos, los que a partir de entonces quedaban unidos e interrelacionados entre sí. Una vez escogido el sitio para la fundación se procedía a la inauguratio, en la que se determinaba el tiempo propicio, y cuyo

procedimiento consistía en convertir en centro del universo la colina en que se desarrollaba el rito (…) La función de tales encantamientos consiste en interrumpir el transcurso ordinario del tiempo y mediante la repetición del gesto arquetípico de un antepasado o un héroe míticos, renovar su acción poderosa, haciendo que el lugar preciso al que se aplica se sustraiga de las influencias que normalmente actúan sobre él, insertando el gran tiempo de la revelación en el transcurso del tiempo precisamente en este momento.59

y lo mismo para cualquier edificio sagrado:

La construcción de una morada humana o de un edificio comunitario es siempre, en algún sentido, una anamnesis, el recuerdo de la "instauración" divina de un centro del universo.60

El llamado agrimensor (el que mide la tierra) es el que descifraba las orientaciones cardinales imprimiéndolas en el territorio, recogiendo así la estructura básica de los mundos celestes61 y distribuyéndola entre los hombres según las mismas características. Primeramente se trazaba el cardo (polos en griego) que separa lo izquierdo de lo derecho, los buenos de los malos augurios; pende del polo celeste, del cenit, y se constituye como el eje principal. Posteriormente el decumanus intersecciona el cardo justo encima del augur, intersección que es la misma que realizan la eclíptica celeste con el eje del ecuador terreste.

Según afirma Adrián Snodgrass para Vitruvio la técnica con la que el agrimensor romano trazaba las direcciones era similar al método de los Silpa-sástras de la India y a los efectuados en China. La describe de este modo:

En el centro del lugar de la ciudad se coloca un amúsium de mármol, poniéndolo en el lugar exacto con la ayuda del nivel, o bien encontrando el punto exacto con la ayuda del nivel y la regla sin necesidad del amúsium. En el centro de ese lugar se levanta un gnomo de bronce o un "productor de sombra". Sobre la quinta hora de la madrugada se marca con un punto el final de la sombra producida por el gnomo. Entonces, abriendo el compás desde el centro hasta este punto, se traza un círculo. Por la tarde se vuelve a observar la sombra del gnomo, y cuando el final de ésta vuelve a tocar la circunferencia del círculo de manera que la sombra de por la tarde es igual de larga que la de la mañana, se marca ese punto. Desde esos dos puntos se trazan con el compás arcos que se intersecten. Se dibuja una línea que pase por las intersecciones y el centro de forma que cruce la circunferencia, así obtenemos los "cuartos" del Norte y del Sur. Después, utilizando la decimosexta parte de la circunferencia como diámetro, se describe un círculo con el centro en la línea del sur, en el punto donde cruza la circunferencia, se marcan los puntos de la derecha y de la izquierda y se repite lo mismo en el lado Norte. De los cuatro puntos obtenidos se dibujan rectas que intersecten en el centro de un lado de la circunferencia al otro. Así obtenemos una octava parte de la circunferencia orientada hacia el sur y otra octava hacia Septentrión. El resto de toda la circunferencia se deberá dividir en tres partes iguales cada lado, obteniendo así una figura igualmente proporcionada entre los ocho vientos. Entonces se puede trazar la dirección de las calles y pasadizos según las líneas de división entre los cuartos de los dos vientos.62

Se trata de buscar la correspondencia con la creación del cosmos y localizar el Espíritu universal en el espacio designado; una vez determinado el centro se genera un círculo, y de éste se extrae la cruz que determinan las cuatro direcciones, que llevadas a sus límites –los que determina el propio círculo– se representan mediante un cuadrado. Este cuadrado se corresponde con el Vástupurushamandala hindú.

Así se constituían correspondencias sutiles que establecían un tipo de atracción y de unión entre el cielo y la tierra; podemos observar que desde el punto de vista del hombre o de la tierra el círculo es trazado en correspondencia con el movimiento celeste, extrayéndose de su cualidad dinámica, la expresada mediante ese movimiento; también se observa que éste es regular, y que se repite día tras día y año tras año, lo que nos habla de su inmutabilidad y perennidad cíclica. Observemos también que el cuadrado, resultado de esta operación, es la fijación del círculo –la figura más perfecta– por medio de la cruz, lo que nos remite a la concreción, a la fijación o al soporte que toman el conjunto de las posibilidades que el círculo representa, es decir, las influencias celestes.63

Esta recreación del cosmos es válida para toda construcción tradicional, y esta es la razón de que se llegara a nombrar de la misma manera a cualquier espacio que recogiese esta estructura cruciforme, y más precisamente la cruz de tres ejes, donde se alude a la producción del cosmos desde su principio. Los romanos, por ejemplo, utilizaban el nombre de Templum para cualquiera de estas proyecciones terrestres, sea una ciudad, un edificio, un campamento, un jardín, un trazado…, pero incluso no era necesaria la construcción física.

En algunos lugares tendían unos límites materiales visibles y permanentes, pero estos no establecían su contorno real; el Templum quedaba delimitado por las palabras del encantamiento, los verba concepta, que establecían una red mágica en torno a los accidentes del paisaje que designaba el "augur". Pero no podemos desvincular al hombre de todo ello. En este sentido, nos apunta A. K. Coomaraswamy:

(...) debe entenderse que en la India, como en otras partes, no sólo los templos hechos con las manos son el universo en una semejanza, sino que el hombre mismo es igualmente un microcosmos y un "templo sagrado" o Ciudad de Dios (brahmapura). Puesto que el cuerpo, el templo, y el universo son así análogos se sigue que todo culto que se celebra exterior y visiblemente también puede celebrarse interior e invisiblemente; y que el ritual "grosero" no es, de hecho, nada más que una herramienta o un soporte de contemplación, pues los medios externos (justamente como era el caso en Grecia) tienen como su "fin y meta el conocimiento de El que es el Primero, el Señor, y el Inteligible [en nota: Plutarco, Moralia 352ª]," en tanto que se distingue de lo visible. Se reconoce también, por supuesto, que "toda la tierra es divina", es decir, potencialmente un altar, aunque, necesariamente, se selecciona y prepara un lugar para un Sacrificio efectivo, y la validez de ese sitio no depende del sitio mismo sino de la del arte sacerdotal; y ese sitio está siempre, teóricamente, a la vez en un lugar elevado y en el centro u ombligo de la tierra, con una orientación hacia el oriente, puesto que es "desde el oriente hacia el oeste como los dioses vienen a los hombres." [en nota: Çatapatha Brahmana I.1.2.23, III.1.1.1,4].64

Como ya dijimos, bajo este sitio (el centro u ombligo –omphalos– de la tierra) se excava un espacio que se consagra a los tres niveles del universo: para Roma este espacio es el mundus,65 y se corresponde con el corazón de Rómulo o con el centro de la ciudad y de la Tierra en su conjunto, un lugar de consulta a los oráculos y también una matriz o caverna que conecta con el inframundo:

Parece que con motivo de la fundación de Roma se excavó un "mundus" (...) Sabemos que el "mundus" era en cierto sentido un santuario consagrado a los "manes", las almas de los muertos.66

En él se depositaban ofrendas florales y frutos, y en ocasiones se mezclaban con la tierra que los nuevos pobladores traían de su patria (de pater, padre) de origen. En ciertas ciudades el fundador era también enterrado en el centro de la ciudad y es conocido que esta cavidad se abría para ofrecer sacrificios tres veces al año; para ello se levantaba la piedra que la tapaba (lapis manalis, de manes), para depositar las ofrendas. 67

Tenemos que ver en las almas de los muertos la conexión con el illo tempore (el Tiempo primero), que es otro de los elementos determinantes de la cohesión familiar, pues permitía a cada uno de los integrantes hacerse partícipe de sus orígenes míticos; no es de extrañar entonces que el lugar donde reposaban los antepasados estuviese incorporado al espacio cotidiano y que existiese un derecho de propiedad en relación a su culto; sin la propiedad y el culto no existía vínculo alguno y la cadena de antepasados quedaría errante.

Vemos al respecto que Platón, en las Leyes, señala la prohibición de vender estas tierras, y en todo caso la propiedad de las mismas corresponde al conjunto de los ancestros y a los descendientes por venir. Los que están vivos hacen uso de ella, pero sabiendo que esa tierra es el símbolo de la patria celeste, siendo éste el motivo principal de su carácter sagrado e inviolable, o sea que no podía ser vendida, confiscada o expropiada. Se recibía por herencia según dicta la vía tradicional, no según las inclinaciones y voluntades particulares de los que ejercían de eventuales propietarios.

La clausura de esta parte del ritual consistía en cubrir los objetos depositados mediante una piedra, de tal forma que permanecieran ocultos:

Una vez que fueron depositadas en él todas las cosas prescritas, fue cubierto con una piedra y sobre ella o al lado se erigió un altar, sobre el que se encendió un fuego (…); este fuego era el focus de la ciudad que recibiría su nombre en este preciso momento.68

El altar, en efecto, es el corazón de la ciudad, la piedra fundamental, la imagen del polo celeste que sintetiza en ella, como si fuera un huevo con todo el ser en potencia, todas las posibilidades de la ciudad, las que se multiplicarán como su prolongación natural hasta los cuatro extremos, donde se fijarán los límites; sobre el altar el fuego, el focus, y la columna de humo ascendente (como la imagen activa del axis mundi) discurriendo por el pilar del medio, intermediando con los altos mundos:

La ofrenda a quemar se transmite entonces a los dioses con el humo del fuego, y Agni funciona así como el sacerdote misal.69

El espacio, que ha adquirido entonces un nuevo significado y que ha impuesto un orden en la naturaleza caótica, ha de ser delimitado, ha de imponer los límites y las medidas a lo indefinido, ha de establecer el marco en donde el cosmos (el orden) se desarrolla y expande. En la ciudad las murallas delimitan este espacio sacralizado. En este sentido Higino Gromático70 relata que:

nunca se trazan límites sin una referencia al orden del universo, pues los decumani se marcan en línea con el curso del sol...

Las murallas podían incluso "desdoblarse" para delimitar diferentes espacios jerarquizados.71 Tenían también una función protectora y delimitadora clave para la ciudad, y de ahí la permanente vigilancia a que estaban sometidas. Su violación se consideraba un acto grave y podía implicar hasta la muerte:

Así nos lo confirman las terribles penas que imponía el primitivo derecho romano a quienes destruían los límites, así como el culto al dios Términus con sus repetidos sacrificios cruentos.72

Pero el rito de fundación no quedaba en el olvido, sino que se conmemoraba anualmente, y dentro de él estaban incluidos los ritos de purificación y de renovación.73 Durante su ejecución los ciudadanos recorrían de nuevo los límites de la ciudad con el fin de reiterar conscientemente la creación primordial tal cual lo hizo el rito fundacional, y para que las fuerzas que se ponían en acción mantuvieran el orden entre los que participaban, extendiéndose ese orden a los ámbitos del mundo sutil y espiritual, es decir tanto a los habitantes de la ciudad terrestre como a los de la ciudad celeste.

Y en el caso de constituir otra nueva ciudad se debía recrear el rito de fundación de la urbe original: este fue el caso de la nueva Roma, Constantinopla, mandada construir por Constantino.

Los dioses que cohabitan en las ciudades, están maclados en su geografía; de hecho una de las dificultades en las conquistas de otros territorios era la de desvincular a las deidades locales de la propia estructura de la ciudad, pues el hecho de arrasar a sus habitantes y edificios no suponía necesariamente la expulsión de aquellas.

Para los romanos si una ciudad quería ser conquistada en su totalidad se tenía que atraer primeramente a sus númenes tutelares, a quienes debían rendir culto. Esa atracción se llevaba a cabo gracias al rito del encantamiento, cuya efectividad tenía que ser verificada antes por el augur mediante los auspicios, y si éstos eran favorables la victoria estaba prácticamente asegurada al haber sido despojada la ciudad de su protección sutil. En determinadas ocasiones, la conquista era seguida de la eliminación total de la ciudad, y para ello se acudía a los "ritos de destrucción" o de "desfundación", de símil dramatización que los de construcción o fundación pero en sentido inverso.

Otras veces la ciudad conquistada no era arrasada, sino "desmembrada", pero a los efectos era lo mismo. He aquí un ejemplo de esto último extraído esta vez del mundo griego:

cuando los espartanos tomaron la ciudad [de Mantinea] en el año 418 a.C. no la destruyeron, sino que la sometieron a un "disecismo", lo contrario del "sinecismo", desmembrándola en las cuatro aldeas que "en los viejos tiempos" se habían unido para formarla.74


Otros ejemplos y modelos


Notas
42 Siguiendo a Ananda K. Coomaraswamy ("¿Qué es Civilización?", en http://symbolos.com/007civil.htm), si nos adentramos en la etimología de la palabra ciudad, podemos ver previamente que la raíz de "civilización" (civitas en latín) es Kei, equivalente a Çi en sánscrito, y cuyo significado es "estar localizado en", "yacer tendido", y de aquí "residencia", tal cual lo es la ciudad; en relación con la palabra "política", raíz pla, ésta significa "llenar"; y en griego y en sánscrito polis y pur es "ciudad" o "fortaleza", del que se deriva populus, "pluralidad"; y de "Purusha" nos dice que es "el ciudadano", civis en latín, aquel que se distingue del hombre animal. La ciudad por lo tanto se puede poner en relación con civilización así como con una pluralidad de individuos que residen en ella y que la colman como a un todo. Ver también el ya citado artículo de René Guénon "La Ciudad Divina", cap. LXXV de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.
43 Ananda K. Coomaraswamy: "Un Templo Hindú: El Kandarya Mahadeo".
44 La Ciudad Antigua, cap. X, p. 132. Ed. Iberia. Aunque desde nuestro punto de vista no consideramos a este autor dentro de las vías tradicionales (según él manifiesta la religión es una creación del hombre o el reconocimiento de unas fuerzas que como individuo le sobrepasan), sus trabajos aportan un testimonio valioso, y en buena parte de la traducción del libro en castellano si se sustituye el sustantivo "religión" por el de "tradición" el texto adquiere un sentido más apropiado.
45 Federico González, Los Símbolos Precolombinos. Ed. Obelisco, p. 62.
46 René Guénon: El Rey del Mundo.
47 En general podemos decir que los libros tagetici tratan de la lectura de augurios y de cómo propiciar a los dioses, de la muerte y del más alla; también de la interpretación de las entrañas de las víctimas sacrificiales. Los libros vegoienses tratan de la interpretación de los fenómenos eléctricos de la naturaleza y de las normas rituales.
48 "La elección de un solar –nos dice F. de Coulanges (p. 172)– es un grave asunto del que dependía el destino de un pueblo (…) y se dejaba siempre a la elección de los dioses".
49 Haruspex quiere decir "adivinador por el hígado". El animal sacrificado era un emisario de los mundos celestes, los que se reflejaban en su hígado, donde reside el principio vital. Para su lectura se seccionaba en dieciséis partes, tal cual la bóveda celeste, partes que el augur interpretaba, pues para él eran tanto un mapa geográfico como calendárico. (Bloch, 1957, p. 19 y 20).
50 "Eneas –apunta J. Rykwert– (La Idea de Ciudad p. 35) siguió a una cerda preñada hasta el lugar en que parió. Allí se fundó Alba Longa, en un lugar que desde el punto de vista de la salubridad hubiera resultado totalmente inaceptable." Diremos que Alba Longa es la ciudad madre de Roma, y alude a la blancura y por tanto a un lugar iluminado. Ver también René Guénon: El Rey del Mundo, cap. XI.
51 J. Rykwert: Ibid., p. 99.
52 El calendario pone en correspondencia los ciclos celestes con la tradición del lugar. En Roma era labor del Pontífice, el que en la calatio, el día de calendas, se lo comunicaba al pueblo.
53 René Guénon nos ilustra al respecto aludiendo al nâma-rûpa de la tradición hindú, donde nâma se corresponde con la parte sutil de la individualidad, el aspecto "esencial", y rûpa a la parte corporal, el aspecto "substancial"; asimilables respectivamente a la eidos y la hyle de Aristóteles, o a la "forma" y "materia" de los escolásticos.
54 Ver Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, Módulo II, acápite "Geografía Sagrada".
55 Hemos de decir que cualquier punto escogido de la tierra puede ser tomado por igual como centro del mundo; asimismo, para cualquiera de estos lugares la gran distancia que los separa de los astros celestes es la misma, con lo cual, y desde cualquier lugar que los divisemos, sus ubicaciones y movimientos no sufren ninguna alteración.
56 En las ciudades etrusco-latinas los cippus se situaban en la intersección del cardo y el decumanus, mientras que hay otros cippi que marcados con una cruz señalaban intersecciones secundarias. Los cippi eran especies de altares de carácter fálico (similares a los hermas griegos) y estaban bajo el dominio de los dioses celestes. (Ver Rykwert: Ibid., p.128).
57 Sin embargo el eje este-oeste se relaciona con la dirección de la Vía Láctea, que según la leyenda fue "trazada por Hércules", uniendo así Oriente y Occidente.
58 Ibid., p. 208.
59 Ibid., p. 99.
60 Ibid., p. 100.
61 Al respecto ver Federico González: La Rueda. Una Imagen Simbólica del Cosmos", p. 25-26.
62 Adrián Snodgrass: Architecture, Time and Eternity. Ed. Aditya, Vol I, p. 231.
63 Estas tres figuras, el círculo, la cruz y el cuadrado nos conducen también a los términos de la Gran Tríada extremo-oriental, donde el círculo se corresponde con el Cielo y la cruz con el Hombre Verdadero como intermediario (el que según aparece en el Vástupurushamandala se ve extendido en tierra con la cabeza boca arriba, hacia el oriente, la mano derecha sobre la esquina sudeste, la izquierda sobre la noreste y sus piernas abiertas con los pies marcando las esquinas sudoeste y noroeste así como el cuerpo ocupando el espacio central consagrado a Brâhma). Por último el cuadrado se corresponde con la Tierra.
64 A. K. Coomaraswamy: "Un Templo Hindú: El Kandarya Mahadeo".
65 Podemos poner en relación la palabra mundus con "mandala"; en latín mundus se relaciona con pulcritud, pureza o buena disposición. Para Pitágoras el mundus o el Cosmos es un armonioso y orgánico todo cuyas partes están organizadas en trazados que son decorosos o, como deberíamos decir, bellos.
66 Fustel de Coulanges: La Ciudad Antigua, cap. IV.
67 También se enterraban dentro del recinto a héroes, atletas o personajes cuya condición se correspondiese con las virtudes inherentes al lugar.
68 J. Rykwert: Ibid., p. 55. Al respecto ver también los capítulos "Lapsit Exillis" y "Piedra Negra y Piedra Cúbica" en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, de René Guénon.
69 Ananda K. Coomaraswamy: Ibid. Asimismo ver René Guénon: El Simbolismo de la Cruz, así como Símbolos Fundamentales..., cap. LII: "El Arbol del Mundo".
70 Autor latino del siglo II que destacó en la época del emperador Trajano. El sobrenombre gromático le viene de su profesión de agrimensor (del latín groma). Se sabe muy poco de su vida. Se trata de un geógrafo, matemático y cartógrafo romano dedicado a la agrimensura y que dejó escritos de diversas ciencias.
71 Es el caso de las ciudades mesopotámicas de Ecbátana y Uruk, bordeadas por varias murallas concéntricas, pintadas de diferentes colores y con pictogramas que hacen referencia a los diferentes planetas y los dioses que los rigen.
72 J. Rykwert: Ibid., p. 57.
73 En algunos textos se destaca el mes de febrero como un mes propicio para estos ritos de purificación.
74 J. Rykwert: Ibid., p. 67.
 

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