El Símbolo en Cataluña
Viajes por la Geografía y la Historia
(cont.)

Francisco Ariza

Al hilo de todo esto, quisiéramos decir que muchos de estos viajes han generado a lo largo del tiempo una literatura que ha aunado el saber del relato científico, sustentado en la experiencia del conocimiento, con una poética enormemente evocadora y sugerente de otras realidades que se transmiten al lector permitiendo que afloren y revivan en él su contenido. Ahí tenemos, por ejemplo, los estudios y tratados de los antiguos historiadores, geógrafos y astrónomos (lo que incluía a matemáticos y geómetras), que eran también muchos de ellos grandes viajeros y exploradores; hablamos de Herodoto, Piteas de Masalia,(16) Polibio, Posidonio de Apamea, Artemidoro, Estrabón,(17) Aristarco de Samos, Anaximandro, Timóstenes, Eratóstenes,(18) Ptolomeo, Hiparco de Rodas,(19) y ya en época medieval los árabes Ibn Jaldún, Ibn Batuta y Al Idrisi, así como el judío Benjamín de Tudela,(20) y tantos y tantos otros (incluyendo a Colón y Humboldt).(21)

Todos ellos tomaron el viaje como un instrumento operativo necesario y hasta imprescindible al servicio de su ciencia y de su propio conocimiento del mundo. Entre los geógrafos de la Antigüedad Clásica existía toda una filosofía sobre el concepto mismo de geografía (concepto que se prolonga hasta el Renacimiento y los siglos XVII y XVIII, en plena “era de los descubrimientos”, gracias a los cuales se vive también un auge hasta entonces desconocido de la cartografía), o sea un interés en ver y describir la tierra y todos los seres que la pueblan inseparables del cielo y los fenómenos astronómicos, y todo ello formando parte de un solo Cosmos, sostenido por las leyes de las correspondencias y las analogías, es decir por la magia natural y simpática que establecía comunicación entre los distintos planos físico, anímico y espiritual.

El caso de Colón es paradigmático a este respecto, pues su gran aventura, el descubrimiento de América, ya estaba de alguna manera entrevista en su propia alma individual, como un reflejo del Alma Universal,

alucinado por el propio fuego de sí mismo; su “furor”, como un estado de ebriedad anímico, fue el que movió a Colón a lanzarse a una aventura genial que lo tuvo como su protagonista.

Para el marino genovés la idea de mundos paralelos, o sea de otros espacios reales, que coexisten con nuestro mundo en el plano imaginal, los cuales deben por tanto tener una ubicación geográfica tangible, constituye el secreto que le es revelado en las escrituras. Pero al mismo tiempo está fascinado por su hallazgo, que físicamente se corresponde con su existencia mítica, metafísica.(22)

Esto está de alguna manera relacionado con lo que dice el poeta Browning acerca del ave, en alusión directa al lenguaje de los pájaros, es decir a la “lengua de Oc”, que es propiamente la “lengua de los símbolos”, pues siempre se ha identificado al canto de los pájaros con los mensajes que nos vienen de los mundos sutiles y las realidades espirituales, exactamente igual que el cometido que realizan los símbolos. Y no deja de ser interesante advertir que de esta expresión, “lengua de Oc”, naciera durante la Edad Media el nombre de una conocida región francesa que, como apuntamos en una nota anterior, tuvo relaciones muy estrechas con Cataluña: nos referimos al Languedoc. Esto debería hacernos reflexionar cómo la influencia de los símbolos, y de la Ciencia Sagrada en general, ha determinado el curso de la historia, de cómo en efecto un país o una región recibe su nombre de una expresión que se refiere directamente a la función y naturaleza misma de los símbolos.

*
*    *

Y hablando del “viaje iniciático”, hemos de decir que en muchas tradiciones se dice que su recorrido se realiza en dos grandes etapas: los “viajes terrestres” y los “viajes celestes” (lo que la Antigüedad Clásica denominó los Misterios Menores), y que ambos conforman la realización plena de la Cosmogonía,(23) es decir el conocimiento y vivencia de la estructura cósmica (correspondiente a los planos de Asiyah, Yetsirah y Beriyah del Arbol de la Vida cabalístico, que comprenden precisamente a las “sefiroth de construcción cósmica”), coronada posteriormente con el conocimiento y asunción plena de los misterios de la ontología, o del Ser (el plano de Atsiluth, como ya dijimos, que comprende la tríada suprema de las ideas o principios creacionales), donde el ”yo” individual ha sido absorbido enteramente en su Arquetipo, en la Unidad primordial, y donde toda “distinción” entre lo individual y lo universal desaparece por completo.(24) Más allá del Ser, es decir más allá del cosmos y de la tríada ontológica, la idea de viaje y de recorrido carece por completo de sentido pues se ha “penetrado” en el dominio de lo Inefable, de lo supracósmico, de los Misterios Mayores de la metafísica, de las Tinieblas Superiores del “Dios que no es”, o sea del No Ser y del Infinito (En Sof). Bien es verdad que el arribo a los misterios de la ontología (donde culminan los Misterios Menores, encarnándose el Ser, que los sintetiza) preludian ya los de la metafísica, y la “frontera” a esos niveles tan sutiles y elevados es a veces muy imprecisa, pues como a este respecto nos enseña también la doctrina cabalística, las raíces del Ser (o sea de la primera sefirah, Kether) están en En Sof, en el Infinito, de cuya savia se nutre permanentemente. El Ser y la creación entera que él produce por emanación de sí mismo está penetrada por En Sof, por el “Misterio de los Misterios” y en él subsisten y cobran realidad todas las cosas manifestadas.

Volviendo nuevamente sobre la idea de los Misterios Menores, hemos de decir que ellos conforman más exactamente el Mundo Intermediario, o sea el plano de Yetsirah y el de Beriyah, correspondiendo el primero al alma (o psique) inferior y el segundo al alma (o psique) superior, identificado este último plano con el Demiurgo, el Artesano divino que ejecuta la Arquitectura cósmica diseñada por el Noûs (Atsiluth),(25) la Mente divina.(26)

Y esto hemos de entenderlo tanto a nivel humano como a nivel cósmico, pues existe una correspondencia entre el microcosmos y el macrocosmos. No vivimos aislados del contexto universal, y de hecho la existencia humana y cósmica se hallan entreveradas. Viajar por nuestra psique, por nuestra alma, es hacerlo también por el Alma del mundo, por su geografía sutil, la que vamos reconociendo como parte integrante de nuestra propia realidad.(27) El alma humana, espejo del Alma del mundo, comprehende dentro de sí lo individual y lo universal, pues si no fuera así, si el alma humana no contuviera en germen lo universal, no habría posibilidad alguna de su transmutación y en consecuencia tampoco podría tener lugar el Conocimiento de la realidad del Ser y la realización espiritual y metafísica a que nos conduce. En el hombre está todo el Arbol de la Vida, así como su Origen increado.(28)

*
*    *

Y aquí se me permitirá añadir algunas reflexiones acerca de las analogías que existen entre el viaje iniciático y el viaje post-mortem, pues el ser humano (como ya dijimos anteriormente cuando mencionamos la “transmigración del alma” en el pitagorismo) continúa viajando hacia el Ser y la Suprema Identidad tras su muerte a esta forma de la existencia que representa el estado humano.

El Bardo Todol tibetano y el Libro Egipcio de los Muertos nos hablan de las etapas de ese viaje, constituyendo dos testimonios de un valor incalculable sobre un conocimiento de la vida póstuma que seguramente poseían todas las civilizaciones tradicionales de la antigüedad, entre ellas la pitagórica como veremos a continuación, heredera del Orfismo y sus misterios iniciáticos como ya se dijo. También en el Corpus Hermeticum encontramos referencias a esta doctrina.

En correspondencia con el viaje iniciático, durante el viaje post-mortem el ser también recorre la geografía del Mundo Intermediario en sus distintas fases o grados, desde los más densos a los más sutiles. Los primeros están obviamente relacionados con el plano de Yetsirah, y durante su transcurso se recorre enteramente el mundo sublunar hasta alcanzar la esfera de la luna, que constituye la primera etapa de ese viaje, allí donde se disuelven las formas psíquicas que hasta ese momento conformaban la individualidad humana, y que han cumplido su ciclo de existencia en ese estado. Pero antes de seguir adelante ha de quedar claro que en el contexto en el que estamos hablando la esfera de la luna (como la esfera del sol, o de la tierra o de cualquier astro o planeta al que hagamos alusión) no se refiere evidentemente a la luna visible, sino al principio universal y espiritual que ésta simboliza en el mundo físico y concreto.
Así entendido, en la esfera lunar también se encuentran las semillas sutiles de nuevas formas individuales todavía no desarrolladas, es decir que el ser que ha disuelto aquello que lo ataba a un estado individual puede adquirir una nueva forma, es decir una nueva individualidad, y en consecuencia continuar atado a ésta (cualquiera que sea),(29) descendiendo nuevamente al mundo sublunar y viéndose truncado así su viaje ascendente “más allá de las formas”. Ya se trate del viaje iniciático o del viaje post-mortem, el paso por la esfera de la luna es un período de “prueba”,(30) y si ésta no es superada el ser ve impedido efectivamente su acceso a los estados supraindividuales.

Señala a este respecto el investigador e historiador de la Antigüedad Clásica Franz Cumont que en los textos védicos se asegura que, cuando llega a este plano, el alma

es interrogada por la Luna, que le pregunta: “¿Quién eres tu?” Sólo aquella que es capaz de responder es admitida a continuar su ascensión hacia el mundo de los dioses.(31)

En efecto, la luna, siendo el primero de los siete cielos planetarios, es la frontera entre el mundo de los dioses y el mundo de los hombres, o como dicen los pitagóricos: ”el istmo entre la inmortalidad y la generación”. Es la línea, en efecto,

entre la vida bienaventurada y esta muerte que es en realidad nuestra existencia aquí abajo. Ya Platón compara el mundo terrestre a una caverna oscura donde las almas cautivas, sumergidas en la oscuridad, aspiran a recibir las luces de lo alto.(32)

Y más adelante, el mismo autor señala:

Para poder ascender hacia el cielo de los bienaventurados, las almas deben ser inmaculadas. Aquellas que están cargadas de faltas, cuando intentan acercarse a la luna son, según algunas interpretaciones, arrojadas al torbellino de los elementos para ser clarificadas por el aire, el agua y el fuego,(33) o bien, según los pitagóricos, éstas deben, si son impuras, reencarnarse [transmigrar] en nuevos cuerpos, olvidando las cosas divinas cuando entran en el espacio sublunar [...] Cuando abandonan la tierra, las almas están todavía cubiertas de cuerpos sutiles, los cuales guardan la apariencia de su forma carnal [...] La función de la luna es la de disolver y recoger estos cuerpos aéreos, al igual que en la tierra sus rayos húmedos provocan la putrefacción del cadáver. El alma, despojada también de esta envoltura ligera y convertida en una pura razón (noûs),(34) va entonces a absorberse en el sol, fuente de toda inteligencia.

Retoma a continuación la enseñanza contenida en la obra de Plutarco de Queronea De facie in orbe lunae (Sobre la cara visible de la luna), donde se dice que el personaje que describe esta escatología luni-solar ha adquirido la revelación de estos conocimientos de un extranjero, el cual

Después de haber residido en una isla fabulosa del Océano nórdico, allí donde Kronos entregaba los oráculos,(35) habría recorrido el mundo iniciando a todos los misterios, y que al fin se habría afincado en Cartago [...] El extranjero, nos dice, había descubierto pergaminos sagrados recogidos secretamente durante la construcción de la ciudad y permanecido durante mucho tiempo ocultos bajo tierra. Es el tema bien conocido de estelas expuestas en un santuario o de libros exhumados del suelo que revelan los arcanos de una sabiduría olvidada. El extranjero ha aprendido en esos pergaminos a honrar a la luna, que es la maestra de nuestra vida, y he aquí las razones que daba. Los griegos han asignado una misma morada a Demeter y a Kore. Una reina sobre la tierra, y la otra sobre la luna. La reunión de la madre y de la hija después de su separación quiere decir que en los eclipses la luna es alcanzada por la sombra de la tierra. Aquí están los “límites de la tierra”, que Homero asigna como morada de los Bienaventurados.(36) Ningún ser malvado o impuro puede alcanzarla; las personas virtuosas son llevadas allí tras su deceso y llevan una vida apacible, pero no divina, hasta su segunda muerte. Porque el hombre no está compuesto, como se cree normalmente, de dos partes, de un alma y de un cuerpo, sino de tres, el cuerpo (soma), el alma (psique) y la razón (noûs), y cuando se toma a la razón como una parte del alma, se está tan equivocado como cuando se toma al alma como una parte del cuerpo. El cuerpo nace de la tierra, el alma de la luna, y la razón del sol. Esta es la luz del alma, como el sol es la luz de la luna. La primera muerte, sobre la tierra, separa violentamente del cuerpo el alma y la razón, la segunda, en la luna, disocia dulcemente la razón del alma.

Todas las almas salidas de los cuerpos deben errar un tiempo determinado entre la tierra y la luna; las que han sido injustas o depravadas sufren las penas de sus pecados.(37) Las que, al contrario, han practicado la virtud, habitan en la parte más plácida del aire que se denomina “las praderas del Hades”, hasta que hayan borrado las manchas producidas por su contacto con el cuerpo.(38)

Así pues, ellas retornan, como exiliadas que han sido, a su patria y experimentan una alegría parecida a la de los iniciados en los misterios. Muchas que aspiran llegar a la luna son rechazadas; algunas otras, fijas sus miradas en las cosas de aquí abajo, se precipitan en el abismo. Aquellas que están firmemente establecidas, marchan como vencedoras ceñidas de una corona llamada “las alas de la firmeza”,(39) porque durante su vida han sometido a la razón [al noûs] la parte irracional y pasional del alma.

[...] El neoplatónico Jámblico de Apamea, en Siria, gran maestro en teúrgia, exponía una teoría que es un desarrollo de la precedente. El Hades era para él el espacio que se extendía entre la luna y el sol, donde se establecían las almas enteramente purificadas, siendo el Plutón de la mitología la personificación de ese espacio, y Persófone la luna.(40) Según otros teólogos, las almas tenían por morada eterna la esfera de las estrellas, y la luna y el sol eran las puertas del cielo a través de las cuales descendían a la tierra o retornaban a su lugar de origen.(41)

Por consiguiente, la esfera de la luna, o bien es el punto de partida hacia los mundos superiores (hacia Beriyah y Atsiluth, que constituyen propiamente lo universal), o, por el contrario, es el camino de retorno a los mundos inferiores (a Yetsirah y Asiyah, que signan lo individual).(42)

En este sentido, las “puertas del cielo” que se mencionan en el texto nos llevan directamente al simbolismo de las puertas solsticiales, estrechamente vinculadas también con el proceso iniciático y su itinerario. Dicho de otra manera -y en relación con todo lo anterior-, por una de estas puertas se accede a la “vía de los antepasados” (pitri-yana) y por la otra a la “vía de los dioses” (deva-yana). Son las dos puertas del mundo manifestado; por la una (pitri-yana) se entra en la manifestación individual o mundo de las formas, por la otra (deva-yana) se sale de esa misma manifestación y se entra en los estados no-formales, que todavía son manifestados pero en un grado mucho más sutil, y que representan el paso necesario para alcanzar los estados no-manifestados.

No obstante, y puesto que el mundo de lo alto se refleja siempre en el mundo de abajo, podemos decir que desde el punto de vista del estado humano individual, en los antepasados y ancestros está depositada la memoria de todo cuanto de esencial ha de ser conservado de ese estado;(43) ahora bien, para el iniciado en los misterios esa memoria (memoria que está ligada precisamente a una de las principales funciones de la luna)(44) no es otra que la que se transmite a través de la “cadena de unión horizontal” (reflejo de la “cadena de unión vertical”, es decir de la Ciudad Celeste, siempre presente por ser intemporal), que también es la conservadora no sólo de los gérmenes psíquicos sino sobre todo de los gérmenes espirituales, que se transmiten a la humanidad terrestre de ciclo en ciclo.(45)

La idea misma de germen indica ya que esa memoria permanece en un estado de pasividad y receptividad (que es propio también de todo cuanto se relaciona con la luna y lo femenino), es decir de latencia, estado que es precisamente al que se refiere la cita anterior cuando habla de “la vida apacible, pero no divina”, de los que moran en la esfera lunar. Para que esos gérmenes espirituales se desarrollen el ser tiene que efectivizar en su conciencia toda la potencialidad contenida en ellos.

La tradición, cualquiera que ella sea, le transmite el influjo espiritual-intelectual a través del símbolo, el rito y el mito, pero ha de ser él, por un acto de su voluntad, el que lo fructifique en su interior, e invocando el “furor” de su azufre interno vaya haciendo efectivo y operativo en sí mismo todo lo que va comprendiendo mentalmente a lo largo de su viaje. O sea, que el azufre o fuego divino que habita en el centro de su corazón “fije” al mercurio volátil de su mente, y los “dos se hagan uno”,(46) operación que se va realizando gradualmente y por etapas a lo largo del viaje, acompañados por los ritmos y ciclos de la comprensión que vive en el interior del atanor de su conciencia, superando el reflejo horizontal para conocer la realidad vertical de donde éste procede, reviviendo en sí mismo la “Palabra perdida” y la Tradición Perenne; en términos evangélicos: hacer “violencia” al reino de los cielos.

Yo advierto que tu crees en estas cosas
porque las digo, y tu alma no comprende;
y así son, si creídas, misteriosas.
Haces igual que quien la cosa aprende
por su nombre, mas no advierte su esencia
si la luz que la aclara otro no enciende.
Regnum coelorum sufre violencia
de ardiente amor y vívida esperanza,
que vence a la divina omnipotencia;
no como hombre que impone su pujanza,
que él vence porque quiere ser vencida;
y su bondad vencida el triunfo alcanza.(47)

La vía del deva-yana es la paulatina identificación de la esencia de la individualidad con su Principio uno y eterno.

En el simbolismo arquitectónico, que también está presente en el Arbol sefirótico, la puerta solsticial del deva-yana la encontramos en Tifereth, que es propiamente hablando la “puerta solar”, la que separa el “rectángulo” cósmico de las sefiroth de construcción (el alma inferior y superior) de la semiesfera o cúpula que representa el mundo de Atsiluth, de la Unidad, del Mundo Real, del Espíritu. Aquí está la verdadera luz cenital que alumbra a la gruta cósmica.(48)Tifereth es el altar sacrificial donde la individualidad es entregada a los dioses más altos, inmortales, mediante su “bautismo de fuego”.

Ese límite al que nos referimos, y que separa la manifestación (formal e informal) de lo inmanifestado, es denominado en la Cábala “Abismo”.(49) La idea del Misterio de la Unidad, de su aparente incognoscibilidad, mantiene al ser individual en un cierto estado de pasividad, pues el hecho de que aquél, por su propia naturaleza, no pueda ser conocido por la individualidad como tal pudiera hacer creer a ésta que está impedida de ir “más allá” de sus límites y en consecuencia evitar lanzarse “al Océano de la Mar Divina”, ignorando así que “quien quiera salvar su alma la perderá”, como se dice en los Evangelios.(50) Naturalmente esa pasividad no es en el fondo sino un juego especular de la mente, que ciertamente no puede con ella misma, o sea que ahí existe una dualidad que conviene conciliar.(51) La Unidad puede ser conocida, pero no ya por la individualidad sino por la Unidad misma, pues de lo contrario ya no sería la Unidad. El Sí mismo sólo puede conocerse a Sí mismo por Sí mismo.(52)

Uno debe estar completamente aparte de la intención, de los conceptos, y del orgullo de ‘sí mismo’ [del yo individual]. Esta es la marca de la liberación. Esta es la senda, aquí y ahora, que conduce al Brahman. Esta es la ‘apertura de la puerta’ aquí y ahora. Por ella uno alcanza la otra orilla de esta oscuridad. Aquí, ciertamente, está la ‘consumación de todos los deseos’... No hay ningún alcance de la meta por un atajo aquí en el mundo. Esta es la senda al Brahman aquí y ahora. Pasando a través de la Puerta del Sol...(53)

Aquí y ahora, en esta nueva puerta que es la esfera del sol espiritual, el cielo de Tifereth,(54) el peregrino es interrogado de nuevo con la misma pregunta que se le hizo en la puerta de la esfera lunar, pues dicha pregunta siempre es la misma mientras persista, y por muy sutil que sea el nivel que se alcance, la separación ilusoria entre el “yo” y el Sí Mismo: “¿Quién eres tú?”


Continuación y fin


Notas
(16) Fue uno de los geógrafos exploradores que se adentró hacia las tierras y los mares del Norte hasta tocar “la más septentrional de las localidades que llevan un nombre”, refiriéndose a la isla de Tule, antigua sede de uno de los centros sagrados primigenios de la humanidad.
(17) La mención que hace Estrabón en su obra Geografía (I, 1-11) acerca de sus antecesores como si conformaran una “genealogía geográfica” de la que él era el último eslabón, nos permite deducir la existencia de una tradición que toma a la ciencia geográfica (inseparable de la cosmografía) como vehículo de Conocimiento. Ver Vasilis Tsiolis: La Geografía Antigua. Madrid, 1997.
(18) Eratóstenes vivió en Alejandría, cuyo Museo y Biblioteca desempeñaron también un papel importante en el desarrollo de esta ciencia.
(19) A él se debe el descubrimiento para Occidente de la precesión de los equinoccios, fundamental para el conocimiento de los ciclos cósmicos.
(20) De origen sefardí, Benjamín de Tudela fue el más importante viajero judío medieval. Nos legó un Libro de Viajes, o Itinerario, que constituye una fuente importante de la historia judía y medieval que se desarrolló en torno al Mediterráneo y Oriente Próximo. Y ya que hablamos de un sefardí, no podemos dejar de mencionar al gran cabalista medieval Abraham Abulafia (nacido en Zaragoza), también un gran viajero, que comunicó sus conocimientos no sólo entre judíos sino también entre los gentiles. Dos contemporáneos suyos, en este caso cristianos, también recorrieron las dos riberas del Mediterráneo. Nos referimos a los ya mencionados Arnau de Vilanova y Ramón Llull.
(21) Sobre Cristóbal Colón y Alejandro von Humboldt recomendamos el capítulo III de Hermetismo y Masonería, titulado “Apuntes sobre Hermetismo y Ciencia”.
(22) Las Utopías Renacentistas, cap. IX: “La Utopía en estado puro. Cristóbal Colón.” Por otro lado, ese “plano imaginal” se corresponde en el Arbol de la Vida cabalístico con el plano de Yetsirah, o Mundo de las Formaciones Cósmicas, como señala el propio Federico González en el mismo capítulo.
(23) En el Hermetismo los viajes terrestres y celestes equivalen respectivamente a la Alquimia y la Astrología, en el sentido de que la Alquimia trabaja con la transmutación de las energías simbolizadas en los metales y minerales que se encuentran en el interior de la tierra, mientras que la Astrología (y la Astronomía) trata de los cuerpos celestes y su influjo en el destino del mundo y de los hombres, correspondiéndose con esas mismas energías a un nivel superior. Todo lo que está en la tierra simboliza lo que está en el cielo.
(24) Sin embargo, en un sentido amplio podríamos decir que el Cosmos no sólo incluye a la manifestación sino también al Ser que la crea. No existe separación alguna entre éste y su obra. En términos cabalísticos la Cosmogonía Perenne, es decir todo lo que de la diosa Sabiduría puede ser expresado, representa el conjunto de los cuatro planos del Arbol de la Vida. Por eso mismo se dice que los treinta y dos senderos de la Sabiduría relacionan y comunican entre sí todos estos planos y a las sefiroth comprendidas en ellos. En su sentido más alto el Arbol de la Vida entero conforma el “mundo de la Unidad”, el Adam Kadmon u Hombre Universal, arquetipo del hombre individual.
(25) El plano de Atsiluth se identifica así con el Gran Arquitecto del Universo de la Masonería.
(26) “Como ya hemos señalado, la tríada Hermética Dios, Demiurgo (o Cosmos) y Hombre corresponde en la totalidad del diagrama cabalístico a los planos de Atsiluth, Beriyah y Yetsirah, y finalmente al de Asiyah: Noûs-Dios, Noûs-Demiurgo, y Hombre, (espíritu, alma, cuerpo en el microcosmos) respectivamente”. (Hermetismo y Masonería, cap. I). Añadiremos que el plano de Yetsirah se corresponde con las “aguas inferiores” y el plano de Beriyah con las “aguas superiores”, o según otra terminología: con el “caos inferior” y el “caos superior”. La “línea” que separa a ambos está situada a nivel de la sefirah Tifereth, que está en el medio o centro del Arbol de la Vida. Nos dice a este respecto R. Guénon (Los Estados Múltiples del Ser, cap. XII): “El ser que llega al estado que corresponde para él a la ‘superficie de las Aguas’, pero sin elevarse todavía por encima de ésta, se encuentra como suspendido entre dos caos, en los que todo es en un primer momento confusión y oscuridad (tamas), hasta que se produce la iluminación que determina su organización armónica en el paso de la potencia al acto y por la que se opera, como por el Fiat Lux cosmogónico, la jerarquización que hará salir el orden del caos”.
(27) Recordemos nuevamente que los ciclos grandes y pequeños coexisten simultáneamente y están relacionados entre sí gracias a las leyes de las analogías (de las proporciones) y las correspondencias, cohesionadoras de la Arquitectura u Orden universal.
(28) Nos dice a este respecto R. Guénon: “El conocimiento de los ‘pequeños misterios’ [de los misterios menores], que corresponde al conocimiento de las leyes del ‘devenir’, se adquiere recorriendo la ‘rueda de las cosas’; pero el conocimiento de los ‘grandes misterios’ [misterios mayores], siendo el conocimiento de los principios inmutables, exige la contemplación inmóvil en la ‘gran soledad’, en ese punto fijo que es el centro de la rueda, el polo invariable a cuyo alrededor se cumplen, sin que él participe, las revoluciones del Universo manifestado”. Estudios sobre la Franc-masonería y el Compañerazgo, Ibid.
(29) Hemos de tener en cuenta que un ser no puede volver de nuevo al mismo estado de manifestación, pues esto supondría poner un límite a la Posibilidad Universal, lo cual no tiene ningún sentido. En la giración perenne de la Rueda cósmica, es decir en el desarrollo de todas las posibilidades de manifestación, no se recorre dos veces el mismo camino. Es la imagen bien plástica que del río (la vida fluyente) nos señaló Heráclito: sus aguas no pasan dos veces por la misma orilla.
(30) Es el paso por el laberinto de las aguas inferiores (el plano de Yetsirah). El laberinto, asociado evidentemente con las primeras travesías del viaje iniciático, en muchos templos medievales (en Chartres por ejemplo) estaba situado entre la puerta de entrada y el altar, es decir, y volviendo de nuevo a la simbólica del Arbol de la Vida, entre las sefiroth Malkhuth y Tifereth. A este simbolismo se asocia también el del puente, que situado sobre el “río de la muerte” une (y también separa) entre sí las dos orillas o mundos, el manifestado y el inmanifestado.
En relación con esto último, hemos de decir que en el antiguo Egipto la barca solar que traslada al difunto al Otro Mundo al encuentro con su “padre” Osiris se desliza encima de la corriente de las aguas que representan el cuerpo de la temible serpiente Apofis. Esa travesía se corresponde perfectamente con el paso por el laberinto de Yetsirah.
(31) Tratándose de la esfera lunar la respuesta a esa pregunta está relacionada con la idea de la regeneración psíquica, a la que da acceso el “bautismo de agua”, es decir con la posibilidad real del segundo nacimiento.
(32) La caverna platónica (como la caverna iniciática) es un símbolo del cosmos. Lo mismo la gruta de las ninfas, que Porfirio describió perfectamente en su libro del mismo nombre.
(33) Alusión a las “pruebas iniciáticas” simbolizadas por el paso a través de los elementos.
(34) La “razón” debe entenderse aquí efectivamente como sinónimo de Noûs, de Espíritu o de Intelecto superior, y también de Logos, la palabra como sinónimo de la luz inteligible, tal como lo concebían los griegos y los filósofos herméticos alejandrinos, herederos de la sabiduría greco-egipcia. Ver nuevamente Hermetismo y Masonería, cap. I.
(35) En esta misma obra Plutarco llama a esa isla Ogigia, situada, al igual que Tule, en las regiones boreales de la tierra. Se trata de uno de los nombres del centro original de la humanidad primigenia, donde Saturno o Kronos era el regente y en la que también residía el dios Apolo. Con esto se nos está indicando que los misterios con los que iniciaba el extranjero tenían un origen que se remontaba a la Tradición primordial.
(36) Macrobio (Comentario al Sueño de Escipión, libro I, 11, 4-7) nos dice que para los pitagóricos las islas de los bienaventurados eran el sol y la luna. En muchas tradiciones las islas de los bienaventurados designan también la “morada de los inmortales”, es decir el centro del estado humano. Por otro lado, esos “límites de la tierra” nos hacen recordar lo que en el hermetismo cristiano se dice acerca de que la montaña del Purgatorio, en cuya cima está el Paraíso terrestre, alcanza la esfera de la luna.
(37) El mundo sublunar, o sea todo cuanto está debajo de la luna y alcanza su punto más bajo e inferior (de ahí infernus) en el centro de la tierra, es lo que se denomina la “corriente de las formas”. Es también lo más denso del plano de Yetsirah, lo que podríamos llamar “Yetsirah de Yetsirah”, pues no olvidemos que para la Cábala cada plano del Arbol sefirótico contiene a su vez un Arbol entero. Ver para este aspecto importante de la enseñanza hermética El Tarot de los Cabalistas, cap. V, de Federico González.
(38) Las “praderas del Hades” constituyen así una etapa de purificación, y en este sentido equivale al recorrido por el Purgatorio en el simbolismo cristiano. El Hades, el mundo subterráneo, tenía para los filósofos neopitagóricos una transposición “aérea” e intermediaria, un lugar de pruebas para el alma que desea ardientemente librarse de sus cadenas y ser bendecida por la diosa Inteligencia. Acerca de esto, leemos en el Corpus Hermeticum (Poimandrés X, 19): “En cuanto al alma humana –no toda alma a decir verdad, sino aquella que es reverente-, es en cierto modo espiritual y divina. Un alma tal entonces, cuando se separa del cuerpo tras haber luchado el combate de la recta conciencia (este combate consiste en conocer lo divino y no hacer daño a ninguno de los hombres), se vuelve entera toda Intelecto. El alma impía permanece por el contrario en el nivel de su propia naturaleza, castigándose ella misma, y buscando un nuevo cuerpo de tierra en el cual pueda entrar...”. Recogido de Hermetismo y Masonería, p. 232.
(39) Continuando con el mismo simbolismo, esas “alas de la firmeza” aluden directamente a la posesión por parte del iniciado de los estados supraindividuales, o celestes. Recordemos asimismo que quien guía al peregrino en su viaje de ultratumba no es otro que Hermes-Mercurio, el dios alado, en su función de psicopompo. Por otro lado, a estas “alas de la firmeza” pensamos que se refiere también A. Coomaraswamy cuando citando una de las Upanisads afirma: “Ciertamente el que sin alas sube a la cima del Arbol, cae de él. Pero si teniendo alas se sienta en la cima del Arbol, o en el filo de una espada, o en el filo de una navaja, no cae de él. Pues se sienta soportado por sus alas... se sienta sin temor en el mundo celeste, e igualmente se mueve por doquier”. “Svayamâtrinnâ: Ianua Coeli”, en El Cuerpo Sembrado de Ojos, Ignitus. Madrid, 2007.
(40) Evidentemente, ese espacio entre la luna y el sol lo ocupan el resto de los planetas. Así pues, Jámblico considera en realidad al Hades como el “lugar” de purificación total del alma, ya que es evidente que el paso por los planetas supone el abandono de cada una de las pasiones inherentes a ellos, pasiones o energías psíquicas de las que la propia alma -nos dicen todos los neoplatónicos- se fue impregnando a lo largo de su descenso desde el Mundo Inteligible, su morada original, hasta el estado humano terrestre, donde vive como en una prisión. Recordemos que en el viaje del Conocimiento el peregrino asciende y desciende numerosas veces por los mismos planos, que están en su conciencia, y en cada nueva lectura que hace de ellos penetra en un grado más sutil de profundidad, “utilizando”, si se nos permite la expresión, esas pasiones y energías como vehículos de la transmutación y purificación del alma. El descenso tiene que ver con el paulatino olvido de su origen celeste, y el ascenso con el gradual recuerdo de él (la anamnesis platónica).
Por otro lado, considerar aquí a los planetas como representaciones de las energías psíquicas no entra contradicción con lo que hemos dicho anteriormente acerca de que ellos simbolizan principios universales o jerarquías espirituales. Se trata de dos lecturas diferentes, y complementarias, de encarar su simbolismo. En el Hermetismo alejandrino, impregnado de gnosticismo, se hablaba de la existencia de dos septenarios, el inferior (identificado con la serpiente Ouroboros, un símbolo del tiempo cíclico) y el superior, asimilada a la “octava esfera”, donde se sitúa la Jerusalén Celeste.
(41) Todas estas citas de Franz Cumont pertenecen a su libro Recherches sur le Symbolisme Funéraire des Romains, cap. III. París, 1966. En esta obra el autor recoge fundamentalmente las enseñanzas que a este respecto se encuentra en la tradición pitagórico-platónica y su influencia en la civilización romana y la incipiente civilización cristiana que, como tal civilización, es heredera también del formidable legado de la Antigüedad Clásica. Aun reconociendo la seriedad con que aborda sus estudios e investigaciones, no podemos estar de acuerdo con este autor cuando en otros lugares de su obra poco más o menos considera fábulas y exageraciones “místicas” a lo que en realidad constituyen enseñanzas fundamentales de la doctrina de esa tradición, lo que le impide ver muchas veces el fondo esotérico e iniciático de la misma.
(42) Por eso mismo la luna es designada como Ianua Coeli (puerta del Cielo) o Ianua Inferni (puerta del Infierno). Como veremos más adelante el sol también recibe el nombre de Ianua Coeli. No hay contradicción en esto, pues aunque el cielo siempre representa los estados supraindividuales hemos de considerar a aquellos de entre esos estados que están dentro del cosmos (los estados no-formales, pertenecientes al plano de Beriyah) y los que están fuera del cosmos (los estados no-manifestados del plano ontológico de Atsiluth y por supuesto los que pertenecen al dominio del No Ser y la Metafísica).
(43) Esta es la razón de por qué en los mitos de muchas tradiciones el iniciado o el héroe civilizador tiene que visitar necesariamente el país de sus ancestros para recuperar el conocimiento perdido, u “ocultado”. Eneas es un ejemplo, pero también el maestro Hiram en la Masonería.
(44) En efecto, en la cosmogonía de todos los pueblos la luna simboliza la “memoria cósmica”. René Guénon (El Hombre y su devenir según el Vedanta, cap. XXI) señala que esta es la razón por la cual la esfera lunar es la morada de los pitris. En este mismo capítulo Guénon nos recuerda que en ocasiones se dice que simbólicamente en la luna se vuelve a encontrar todo lo que se ha perdido en este mundo terrestre. En la Cábala esa misma función de memoria cósmica le corresponde a Yesod, el “fundamento” del Arbol sefirótico. Añadiremos que la luna es llamada en diversas tradiciones la “tierra celeste”, o según los pitagóricos la “tierra del éter”. Por otro lado, entre los Caldeos el dios lunar se llamaba Men, palabra ésta cuya raíz designa en muchas lenguas tanto al hombre como a la luna. Ver Guénon: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. LXX, “Corazón y Cerebro”.
Seguramente a esto se refería también Proclo cuando, recogiendo lo que a este respecto dice Platón en el Timeo, afirma que el Demiurgo “sembró” hombres en la luna al igual que en la tierra. Sin embargo, esas vinculaciones entre la luna y el hombre lo son en cuanto a la facultad racional y mental inherente a este último. En su esencia (que está por encima de lo racional y mental) el hombre es hijo del sol espiritual, como también se afirma unánimemente en todas las tradiciones.
(45) El arca de Noé sería un símbolo bastante claro de la conservación de esos gérmenes espirituales que se transmiten de un ciclo a otro.
(46) Es lo que en la Alquimia se llama el estado andrógino, o hermafrodita.
(47) Dante. La Divina Comedia. Paraíso, canto XX. Ver también R. Guénon: El Esoterismo de Dante, cap. VI. Se trata del desarrollo del estado humano en toda su amplitud y simultáneamente de encarar su exaltación hacia los estados suprahumanos.
(48) Recordemos que el mundo de Atsiluth (Kether, Hokhmah y Binah) también es llamado Macroposopos, o “Gran Rostro”, mientras que las seis sefiroth de construcción (Hesed, Gueburah, Tifereth, Netsah, Hod, y Yesod) constituyen el Microposopos, o “Pequeño Rostro”, es decir su reflejo creacional. Malkhuth, la décima y última sefirah, se corresponde con la “novia” o receptáculo que recoge en su seno las energías celestes, el rocío vivificador que ilumina nuestro mundo.
(49) Aquí se sitúan también las entidades llamadas “guardianes del umbral”, caracterizadas muchas de ellas con formas monstruosas, y cuyo cometido es impedir el acceso a la Ciudad Celeste al alma todavía no purificada.
(50) “Entrego mi alma de todo corazón a Dios, devolviéndola como una gota de agua a su fuente, y reposo confiado en El, suplicando a Dios, mi origen y mi Océano, que me tome adentro de sí mismo, y me trague eternamente en el Abismo de su Ser”. La Filosofía de Plotino, de Dean Inge. Citado por A. Coomaraswamy en El Cuerpo sembrado de Ojos, p. 137.
(51) Refiriéndonos nuevamente a la “vida apacible”, ésta también alude a uno de los peligros con los que se enfrenta el peregrino en su viaje hacia el Sí Mismo. En la mitología griega y romana se da cuenta frecuentemente de los héroes que son “atrapados” en esa vida bonancible durante el transcurso de sus viajes a la búsqueda del Conocimiento. Los casos de Ulises y Eneas son paradigmáticos. Consiguen liberarse de esa vida -ambos gracias a la intervención de Hermes- “recordando” cual es su verdadero Destino y el sentido de éste. En cuanto al mismo Ulises no deja de ser ilustrativo el hecho de que fuera advertido de no oír el “canto de las sirenas”, canto cuyo simbolismo hace referencia también a la “música de las esferas”, es decir a la armonía cósmica, cuya belleza (reflejo de la Inteligencia divina) puede llegar en efecto a hacernos “olvidar” aquello que está “más allá” del cosmos y que constituye la auténtica realidad. Es bastante significativo igualmente que Ulises consiga escapar de ese embeleso “atado” al mástil de su nave, es decir a su eje, símbolo del Eje del mundo, el cual es lo único que permanece inmóvil mientras todas las revoluciones del cosmos giran a su alrededor.
Ni qué decir, por otro lado, que la navegación forma parte integrante de la simbólica del viaje. Recordemos también los viajes emprendidos por Jasón y los Argonautas, así como los de Heracles-Hércules, que son efectivamente prototipos del viaje iniciático.
(52) Que el Ser Universal sea inefable (o sea que no se pueda decir ni explicar nada de él con palabras) no quiere decir que no pueda ser conocido, de lo contrario no tendría sentido la vía del Conocimiento. Nos preguntamos: si no es al Ser ¿a quién habría entonces que conocer? ¿Cómo, si no es a través del Ser, se pretendería entonces conocer al No Ser, e incluso la No Dualidad o Suprema Identidad?
(53) Maitri Upanisad, VI-30. Ibid., p. 252-253.
(54) Recordemos que Tifereth es el “corazón” del Arbol de la Vida, o sea que ocupa una posición central en el mismo. En la Cábala se dice que Tifereth sintetiza a todas las sefiroth de construcción cósmica, y en este sentido al conjunto de las que conforman el  ”Pequeño rostro”. Es por eso también que es llamado el Hijo, siendo Kether el Padre. De ahí que Tifereth se identifique con el mismo Cristo, quien dijo de sí mismo: “Yo soy la puerta, y quien por mi pasa conocerá al Padre”. Es decir que Tifereth es el reflejo directo de Kether, como a su vez Yesod (la Luna) es el reflejo de Tifereth, y Malkhuth (la Tierra) de Yesod. Estas cuatro sefiroth se sitúan de arriba a abajo a lo largo de todo el “Pilar central”, o realmente vertical, del Arbol de la Vida. Por otro lado si Tifereth es el “corazón del Cosmos”, Kether es el Polo o “clave de bóveda” de ese mismo Cosmos, o sea de su salida de él, a lo realmente supracósmico y metafísico.

–––––     Home     –––––