La Historia como una Ciencia
de la Cosmogonía

Francisco Ariza

LA PRECESIóN DE LOS EQUINOCCIOS


A continuación viene un resumen de lo que se dijo con respecto a la doctrina de los ciclos y ritmos cósmicos.

Nuestro planeta posee varios movimientos, todos ellos simultáneos, que están naturalmente relacionados con sus ciclos propios y con aquellos que forman parte del sistema solar y galáctico, a los que pertenece. Fundamentalmente son cinco los movimientos de la tierra:

1. El movimiento en espiral que realiza junto con todo el sistema solar alrededor del eje galáctico.(5)

2. El de rotación sobre su eje polar.

3. El de traslación alrededor del sol en el año.

4. El de la precesión de lo equinoccios.

5. El de nutación, movimiento que se superpone al de la precesión de los equinoccios.

Todos estos movimientos, pero especialmente el 1, el 4 y el 5, tienen una incidencia directa sobre los ciclos cósmicos y lo que se ha dado en llamar el “movimiento de la Historia”. En otro lugar señalamos lo siguiente:

Entre todos los ciclos existen rigurosas correspondencias y analogías, es decir proporciones y relaciones mutuas, de tal manera que un ciclo pequeño reproduce en su escala las mismas fases de un ciclo más grande, y viceversa. Esto se aprecia particularmente en el ciclo del año, al que podemos considerar como un modelo en su escala de los grandes ciclos cósmicos. De hecho la expresión "Gran Año", empleada por muchas culturas antiguas, como la griega o la caldea, alude precisamente a uno de esos ciclos, concretamente al que hace referencia a la mitad de la precesión de los equinoccios, que es exactamente de 12.960 años, y que supone una medida fundamental para conocer la duración exacta del ciclo completo de la humanidad, llamado Manvantara en el hinduismo, y que según los datos tradicionales es de 64.800 años.(6) 

Todas las tradiciones y civilizaciones de la Antigüedad han relacionado muy estrechamente a la deidad solar con el propio tiempo,(7) como antes hemos dicho, y como nos recuerda nuevamente Federico González cuando nos dice que en las tradiciones de Mesoamérica las “Grandes Eras” (o “Grandes Años” según otras tradiciones) eran llamadas ‘soles’, y cinco de esos ‘soles’ conformaban el gran ciclo de 65.000 años, lo que equivale en números redondos al Manvantara hindú.

Se quiere aclarar que este ciclo temporal de 65.000 años cubre la dimensión de todo lo que el hombre es capaz de imaginar o suponer en un mundo donde la tierra, el cielo (y por lo tanto el hombre), son distintos. Lo que sucede con esta ‘cifra’ de tiempo es análogo, en materia de dimensiones o módulos espaciales, con la distancia que nos separa del sol como límite.(8) Más allá del sol, o más allá de 65.000 años, en términos dimensionales, nada podrá decir nada a la mente del hombre. (...) El tiempo es ‘medida’ –que siempre supone un espacio- módulo y proporción que vincula las distintas partes del cosmos y por eso un elemento de unión entre ellas, pero sobre todo es la ley [el subrayado es nuestro], que al cumplirse indefectiblemente hace posible todo esto, en cuanto se advierte que su presencia –manifestada por el movimiento- obedece a pautas y ritmos periódicos que ligan a los seres, los fenómenos y las cosas entre sí, estableciendo parámetros, analogías y prototipos que inmediatamente llevan a la idea de un mismo y único modelo universal, cuya manifestación es la totalidad de lo posible y su expresión más evidente la vida universal y la naturaleza como símbolo de ésta. (En nota: El movimiento no es sino la proyección espacial del tiempo y por lo tanto una síntesis de ambos. El concepto y signo ollin náhuatl representa esta imagen. Este término equivale también a lo que para nuestra cultura podría ser el ‘hálito vital’).(9)

En realidad todas estas expresiones definen la naturaleza esencial del hombre y le permiten identificarse con su arquetipo celeste, que es la propia Inteligencia en su función de generar la ley que hace posible la vida universal y su desarrollo cíclico y perenne, el que necesariamente se refleja en nuestro mundo o ciclo de existencia, en donde el hombre tiene indudablemente un papel “central” según la propia Historia testimonia. Ya dijimos que la tradición hindú designa a dicho principio con el nombre de Manú, del que deriva el propio nombre del ser humano en sánscrito: manavâ, y también del ciclo del Manvantara: literalmente “Era de Manú”.(10) De ahí que el Manvantara sea también el “mundo del hombre”, mânava loka, es decir el lugar espacio-temporal donde se desarrolla su vida, la suya propia y la de las culturas y civilizaciones que él crea como emanación y expresión de su inteligencia y pensamiento cuando éstos son un reflejo directo de la Inteligencia del Gran Arquitecto.

Tenemos por consiguiente que esa ley, que unifica y relaciona armónicamente entre sí la multiplicidad de los seres, mundos y ciclos de existencia, tiene su origen en el Ser universal y es una expresión de él en el orden de la manifestación. Pero en cada uno de esos mundos o ciclos de existencia de la humanidad (el Manvantara), el Ser universal se manifiesta a través de la Inteligencia que lo refleja (Manú), y que enunciada en el orden social e histórico genera la ley por la que éste se regirá, siempre y cuando el dharma o naturaleza esencial de cada uno de los seres a los que van destinadas se encuentren en armonía con Orden Cósmico, una de cuyas manifestaciones es la Justicia.

Esta es la razón de que Platón señale que el mal viene a las repúblicas cuando cada cual no hace lo que es suyo, es decir cuando no realizamos lo que es conforme a nuestra naturaleza. Esto es lo importante. De ese incumplimiento derivan la mayor parte de los desequilibrios que han afectado al hombre a lo largo de la Historia, y especialmente en el momento actual que estamos viviendo, como es obvio para quien tenga ojos para ver y oídos para oír.

De la adecuación de esas leyes a la naturaleza esencial de cada ser deriva la idea esencial de justicia como una forma del mantenimiento de ese equilibrio y armonía universal. Por eso mismo no estamos hablando de leyes “inventadas” por el hombre, sino que éstas están y forman parte constitutiva de la estructura cósmica, siendo la aplicación, en nuestro mundo, de los principios metafísicos y supracósmicos, razón por la cual han estado siempre en la génesis de cualquier cultura y civilización, incluido el mundo moderno, pues el nacimiento y posterior desarrollo de cualquier época histórica reproduce la naturaleza cualitativa de las leyes cíclicas, así se trate de los ciclos más pequeños o más grandes, entre los cuales existen rigurosas correspondencias y analogías, como hemos señalado anteriormente.

Por otro lado, todos los números cíclicos están vinculados con la división geométrica del círculo, como se advierte por ejemplo en la rueda zodiacal. Esta rueda es imaginaria, pero ella se ha “ubicado” simbólicamente en esa zona del cielo sin estrellas que está “encima” del cielo de las Estrellas fijas, donde se encuentran las constelaciones, y “debajo” del Primer Móvil, o Décimo cielo, tal y como aparece en el esquema de Ptolomeo de aquí abajo.

Universo ptolemaico. De la Tierra al Empíreo.
Fig. 5. El Universo ptolemaico.

Se trata de una zona de energía simbólicamente habitada por los arquetipos creacionales, representados por cada uno de los doce signos del Zodíaco, llamados los “doce jefes” por los Caldeos, o las “Torres zodiacales” por los astrólogos árabes. Los movimientos que realizan los planetas se proyectan en el cielo de las estrellas fijas, donde están las constelaciones, y a través de él se fijan en el cielo de los signos zodiacales, jerárquicamente por encima de aquel, de tal manera que los planetas constituyen los intermediarios entre ese mundo celeste y el mundo terrestre. Por eso en la astrología-astronomía Caldea los planetas se denominan “intérpretes”, según relata Diodoro de Sicilia en su Biblioteca Histórica, añadiendo:

Los Caldeos los llamaban “intérpretes” porque los planetas, dotados de un movimiento particular, determinado, que no tienen los demás astros que están fijados y sujetos a una marcha regular, anuncian los acontecimientos futuros e interpretan a los hombres las intenciones benévolas de los dioses (…). Por encima del curso de los planetas están situados treinta y seis astros, llamados los “dioses consejeros”; una mitad de ellos miran los lugares de la superficie de la tierra; estos “consejeros” inspeccionan a la vez todo aquello que sucede entre los hombres y el cielo. Cada diez días uno de ellos es enviado como consejero de los astros de las regiones superiores a las regiones inferiores, mientras que otro sale de los lugares situados por debajo de la tierra para subir a los que están por encima; este movimiento está perfectamente definido y tiene lugar todo el tiempo en un periodo invariable.

La rueda zodiacal supone la división en doce partes iguales de la línea de la eclíptica, trazada por el recorrido aparente que el sol cumple anualmente alrededor de la tierra, aunque sea ésta en verdad la que se mueve en torno al sol. Cada una de esas doce partes tiene 30 grados, lo que da el total de 360 grados (= 12 x 30), que son los de la circunferencia misma. Precisamente la rueda zodiacal es considerada como el "reloj cósmico" por excelencia, como antes dijimos. Hay que distinguir, empero, los doce signos del Zodíaco de las constelaciones que llevan el mismo nombre.

El Zodíaco regula, ordena y hace inteligible para el hombre la recurrencia periódica del acontecer cíclico, al traducirlo cronológicamente con medidas exactas de tiempo, ya se trate del año o de la precesión de los equinoccios, expresando así a nivel sensible el orden invariable de las leyes sutiles que gobiernan la "máquina del mundo". Este fenómeno astronómico de la precesión de los equinoccios es el resultado de un tercer movimiento de la tierra distinto al de rotación y de traslación, el cual es ocasionado por las diferentes atracciones gravitacionales que ejercen el sol, la luna y los planetas sobre la banda ecuatorial terrestre. Esto hace que la tierra recule sobre sí misma en sentido contrario al de rotación, lo que motiva que el sol, en su movimiento aparente, se retrase casi un minuto (exactamente 50 segundos) cada año en llegar al punto vernal, o equinoccio de primavera, que es la entrada en el signo de Aries. El sol recorre entonces precesionalmente, o de forma retrógrada, un grado de la circunferencia zodiacal cada 72 años, 30º en 2.160 años (= 30 x 72), y los 360º en 25.920 años (= 2.160 x 12). Asimismo, como el eje terrestre está inclinado 23º 27' con respecto al eje de la eclíptica, es decir que no es perpendicular al de su órbita, resulta que ese movimiento precesional hace que la tierra gire como si fuera una peonza (es decir basculando), con lo cual si prolongamos ese eje sobre el fondo celeste, observamos que éste traza un círculo completo al finalizar el movimiento de precesión, es decir cada 25.920 años (ver figs. 6 y 9).

Como veremos más adelante, todo esto es sumamente importante, tanto astronómica como simbólicamente, pues es ese punto de la bóveda del cielo que la prolongación del eje terrestre señala, el que constituye verdaderamente nuestro polo celeste, es decir el centro en torno al cual gira todo nuestro universo visible.(11) 

Gráfico de la Precesión de los equinoccios (en francés).
Fig. 6. Gráfico de la precesión de los equinoccios.

Sobre el movimiento de nutación hemos de decir que este viene dado por la atracción gravitatoria que ejerce la luna sobre el eje de los polos, de tal manera que éstos realizan una especie de cabeceo u oscilamiento a lo largo de un ciclo de 18 años y 6 meses aproximadamente, y que si lo graficáramos una vez que ese movimiento ondulatorio hubiese recorrido todo el ciclo precesional de 25.920 años aparecería dibujado una especie de rueda dentada (fig. 7) que desde el punto de vista simbólico tiene su interés, pues deja entrever la idea de que el ciclo precesional está “engranado” o articulado con el propio ciclo diario y anual, que precisamente sigue el recorrido inverso de éste, lo que evoca el símbolo maya de las dos ruedas calendáricas (ritual y civil) engranadas o encadenadas entre sí. Se da la circunstancia de que, mientras el civil consta de 365 días el calendario ritual maya, y azteca, consta de 260 días (fig. 8), que es un submúltiplo del gran ciclo precesional de 26.000 en números redondos. Ver a este respecto el capítulo XX de El Simbolismo Precolombino, de Federico González.

Gráfico del movimiento de la Tierra llamado de nutación. Wikipedia.
Fig. 7. Movimiento de nutación. (Wikipedia).

 

Engranaje del calendario maya con los dos ciclos de 360 y 260 días.
Fig. 8. Engranaje del calendario maya.


Gráfico de la precesión de los equinoccios con el punto vernal al final de la era de Piscis. 
Fig. 9. Gráfico de la precesión de los equinoccios con el punto vernal al final de la Era de Piscis, o sea al final del Kali-yuga o Edad de Hierro (y por tanto de todo el Manvantara), en la que estamos actualmente.

Hablando nuevamente del ciclo de 2.160 años (que recordemos representa 30º en el recorrido de la rueda zodiacal) diremos que éste es llamado "Gran Mes" en algunas tradiciones, correspondiendo entonces a una "era zodiacal", pues el sol en su recorrido precesional tarda justamente 2.160 años en recorrer una constelación zodiacal, atravesando también los doce signos que llevan los mismos nombres que las constelaciones. Es el recorrido por esas constelaciones el que determina estas Eras, a las que siempre se ha concedido una gran importancia al considerárselas como "ciclos de civilización".

Gráfico del movimiento del eje terrestre sobre las estrellas a lo largo del ciclo de la precesión de los equinoccios.
Fig. 10. Hemisferio Celeste Boreal y el círculo que describe el movimiento
de la precesión de los equinoccios.

Este es el círculo imaginario, sobre el fondo de las constelaciones boreales, que describe el movimiento de la precesión de los equinoccios a lo largo de los 25.920 años que dura dicho ciclo. Son las distintas posiciones del polo celeste a lo largo de todos esos años. Como podemos apreciar en el gráfico de arriba, el actual polo celeste está en la estrella alfa de la Osa Menor, que por eso es llamada la Estrella Polar. Hace unos 4500 años aproximadamente (en la época de construcción de las Pirámides de Guizeh), la Estrella Polar estaba en la estrella Thuban de la constelación del Dragón, constelación que como podemos apreciar “rodea” el Polo de la Eclíptica, que es al que se dirigía permanentemente el Polo terrestre antes de la inclinación del eje del planeta en 23º 27’. Este hecho astronómico no pasó desapercibido para muchas tradiciones, que veían efectivamente en dicha constelación la figura mítica del Dragón o Serpiente Polar, guardiana del Polo primordial. Recordemos que el Dragón Celeste es un símbolo del Verbo divino, el que genera el Cosmos al pronunciar el Fiat Lux (Hágase la Luz).

Se da también el hecho no menos simbólico de que cada una de las estrellas que componen esta constelación está en las secciones correspondientes de todas las constelaciones zodiacales, sobre las que el sol realiza su recorrido precesional.

Las constelaciones zodiacales vistas como rodeando al Dragón y la Osa Mayor.
Fig. 11. Las constelaciones zodiacales alrededor de la constelación
del Dragón y la Osa Mayor. (Extraído de Sefer Yetsirah, de Aryeh Kaplan).

Entonces el Dragón Celeste no sólo es el guardián del Centro sino que su “cuerpo” es la estructura que está en medio del cielo “sosteniendo” todas esas constelaciones. Como dice el Sefer Yetsirah: “El Dragón está en medio del Universo como un rey en su trono”.

Todo esto se prestaría a desarrollos muy importantes que tocan a distintos mitos cosmogónicos y a la geografía sagrada presente en tradiciones como la hindú y también la celta (entre otras), de donde procede la saga del rey Arturo y los doce caballeros de la Tabla Redonda, asimilados a las doce constelaciones zodiacales. Sólo decir que el “padre” de Arturo es Uther Pendragon, “Cabeza de Dragón”, aludiendo claramente a la constelación boreal. Señalemos también que Uther es etimológicamente idéntico al sánscrito Utara, que designa el norte, la región boreal, y por extensión el norte celeste. Asimismo es idéntico a “útero”, con lo cual se está designando a esa misma región boreal como el útero o matriz de donde surgió la primera humanidad, la humanidad primordial. Uther Pendragon sería el símbolo de la propia Tradición primordial, que transmite a Arturo,(12) representante a su vez de una tradición secundaria derivada de aquella (la celta, posteriormente cristianizada como se deja traslucir en la leyenda del Santo Grial), la Sabiduría ancestral. Recordemos a este respecto que la celta es una de esas tradiciones nacidas del encuentro de civilizaciones venidas del Norte y del Oriente (de lejano origen hiperbóreo) con otras propias de Occidente y vinculadas con la herencia dejada en ellas por la antediluviana civilización atlante.

El Manvantara o Ciclo de una Humanidad


Notas
   (5) Ese movimiento en espiral del sistema solar se dirige hacia la estrella Vega perteneciente a la constelación boreal de la Lira, así llamada por la lira de Orfeo, hijo de Apolo y la musa Calíope.
   (6) “Los Ciclos en la Historia y la Geografía”, SYMBOLOS nº 21-22. Año 2001.
   (7) Entre los antiguos mayas la palabra kinh significaba por igual sol, día y tiempo.
   (8) Esto último es sumamente interesante, pues nos recuerda un hecho señalado por muchas tradiciones: que el espacio es “medido”, y por lo tanto generado, por los “rayos solares”, y es ésta una manera de relacionar también el tiempo y el espacio, teniendo en ambos casos al sol como protagonista principal.
   (9) Federico González: El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las culturas arcaicas, cap. XX. Ver también el último acápite del capítulo II de nuestro libro dedicado a la obra de Federico González.
   (10) René Guénon: El Rey del Mundo, cap. II.
   (12) La estrella Arturo pertenece a su vez a la constelación boreal del Boyero.

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