Sobre la Iniciación [1]
III
Mª Victoria Espín
1
El Conocimiento que persigue el iniciado
es aquel que le libera de sí mismo, es decir el que desenmascara sus egos
haciendo que aflore
El brillante central. El refinamiento
auténtico, la realeza sin impostura.[2]
Platón, en el Fedón, nos
enseña acerca de la purificación del ser mediante el amor a la Sabiduría.
La sabiduría es la única moneda de buena ley
por la cual hay que cambiar todas las otras. Con ella se compra todo y se tiene
todo, fortaleza, templanza, justicia; en una palabra, la virtud no es verdadera
más que unida a la sabiduría, (…) La verdadera virtud es una purificación de
toda clase de pasiones. La templanza, la justicia y la misma sabiduría no son
más que purificaciones y hay buen motivo para creer que quienes establecieron
las purificaciones distaban muy mucho de ser unas personas despreciables, sino
grandes genios que ya desde los primeros tiempos quisieron hacernos comprender
bajo estos enigmas que aquel que llegara a los infiernos sin estar iniciado ni
purificado será precipitado al cieno; y aquel que llegara después de haber
cumplido la expiación será recibido entre los dioses, porque, como dicen los
que presiden los misterios: muchos llevan el tirso, pero pocos son los poseídos del
dios. Y éstos, a mi modo de ver, sólo son los que
filosofaron bien. Nada he omitido para ser de su núcleo y toda mi vida he
estado trabajando para conseguirlo.[3]
También Sankara nos instruye sobre el mismo
tema:
5 Manchada por la ignorancia, el alma
individual se limpia por el conocimiento; hecho esto, desaparece por sí mismo
el conocimiento como el polvo de la nuez kataka en el
agua. (…)
65 El alma individual calentada por la
enseñanza, quemada por el fuego del conocimiento, liberada de toda impureza,
brilla por sí misma como el oro.[4]
Algunos ascetas realizan sacrificios en forma
de culto a los dioses; otros seres ofrecen el sacrificio de sí mismos en el
fuego que es Brahman.[5]
El fuego que enciende la pira está en lo
más bajo de la misma. Una vez prendido comienza a ascender, y se expande
intentando abrazar toda la madera. A veces abandona su empeño, aparentemente
derrotado se retira. Aunque afloje y se vaya extinguiendo, el fuego siempre
asciende. Si queremos avivarlo tendremos que soplar, o aplicar en lo bajo de la
hoguera más fuego que a su vez prenderemos en la llama cenital.
Kether se oculta en Malkhuth,
la Unidad se esconde en lo más profundo del abismo, para desde allí renacer por
la actualización de su poder, su gloria, y su majestad. Buscamos a la deidad en
los cielos, cuando si verdaderamente queremos encontrarla hemos de hacerlo en
los infiernos. ¡Qué paradoja! Lucifer es el Angel de la Corona, que desechado,
como la piedra angular, mantiene el fuego en lo más hondo del inframundo,
gracias a lo cual es posible que el mundo siga, que pueda ser purificado y
regenerado. Ese fuego es capaz de prender otros fuegos, o mejor despertarlos en
los corazones de aquellos que han tenido la gracia de acoger al niño alquímico,
a la vida y la luz. Estos fuegos conforman la tierra pura que dará lugar al
nuevo cielo. Nosotros somos Lucifer, Osiris, Dioniso, Jesús[6]. Un arca plena de semillas fecundas, el Toro del Amenti, la luz
en la oscuridad, el rigor y la gracia, el antes y el después, principio, medio
y fin. Al final una se pregunta ¿pero en realidad qué es el infierno? Y se da
cuenta de que no existe.
El damero reúne el blanco y el negro, la
luz y la oscuridad. En la creación la luz es lo primero, ahora bien, ella surge
de una oscuridad que la precede. Por más paradojal que pueda ser, es del reposo
que surge el movimiento, y es un motor inmóvil el que hace girar la rueda del
cosmos.
La Unidad no es ni activa ni pasiva, ni
masculina ni femenina, es andrógina, vocablo que no significa poseer ambos
sexos, sino no poseer ninguna diferenciación, o genitalidad definida. La Unidad
se corresponde con Kether (La Corona) cabeza del Pilar
del Equilibrio situado entre los del Rigor y la Misericordia (…). La Unidad se
reduce a sí misma y es a la vez el origen de toda la progresión numérica y su
síntesis.[7]
¿Qué hacer, cuando en realidad no hay que
hacer nada?
El viaje lleva al iniciado a conocer y
recorrer el plano de Yetsirah, hasta arribar a Tifereth,
la Sefirah central, el corazón del templo donde se ofrece en sacrificio. Ahora, desde ahí,
en viaje vertical ha de salir por el ojo de la cúpula, Kether, la
Corona. Encarnar el Ser para acceder al No Ser y finalmente a la Suprema
Identidad.
En Tifereth brilla el Sol, y Apolo y Baco reinan en él; el primero es su luz, el segundo su
calor. Luz y vida emanan del corazón del Árbol y al compás de su latido mueren
y renacen los seres manifestados. El sol de mediodía es dionisíaco, el de
medianoche apolíneo. Lo cual no quita que celebremos a Apolo como dios de la
luz y a Dioniso como deidad de las profundidades.
En el hombre, el sexo es una puerta por la
que discurre, o también se escapa, la vida; gracias a lo cual la generación
física es posible: Kundalini, descendiendo actualiza una
posibilidad que a su vez generará otras en número indefinido. Por otro lado
cuando hablamos de generación espiritual, intelectual, hablamos de la misma
energía, sólo que en este caso se produce un cambio de sentido en su dirección.
El motor se aplica a la iniciación y seguimiento de un viaje ascendente por la
columna central gracias a la conjugación de las tendencias laterales, positiva
una, negativa la otra. Ascendemos con Apolo, siguiendo el sonido de su lira,
descendemos con Dioniso, en pos de la redención del último ser. La Vida misma
nos libera de la vida. La gloria y la victoria se unen en la resurrección.
Cuando Kundalini asciende, sublimada la energía sexual, Dioniso se funde con Apolo, aunque nunca
dejaron de ser lo mismo.
Todo aquello que uno teme se convierte en
un obstáculo que el miedo, fantasma de nuestra psique verdaderamente
inexistente, alimenta.[8]
Y cuando se habla de una regeneración
se está manifestando la totalidad del hombre como tal, sin fisuras ni
posibilidades no efectuadas. Este proceso es llamado entre los hindúes la
realización espiritual, en la que tampoco ninguna parte del ser queda ausente.
Meta de todos los sabios, artistas y
hombres de Conocimiento, es a su vez un fin y un comienzo que se produce
innumerables veces a lo largo de esta difícil vía, comparada en el cristianismo
con una puerta estrecha. La realización espiritual, el nuevo hálito vital, el auténtico
nombre, es, bien mirado, la libertad total que se consigue mediante la
efectivización de posibilidades dormidas, o desconocidas y ha sido reconocida
unánimemente por todos los pueblos y sus culturas.[9]
De hecho la iniciación no culmina en
esto o aquello, porque el ámbito donde se produce no está sujeto a ninguna
determinación de la naturaleza que ésta fuere y la presencia permanente de la
deidad es el secreto vital de su total abandono en el silencio siempre
primordial.[10]
2
La alquimia de la respiración tiene como
meta la fijación del hálito vital, el prâna de los
hindúes. Este último, en sentido más universal se identifica con Brahma,
que no hay que confundir con Brahmâ (cualificado) el que junto a Vishnu y Shiva conforma la Trimurti hindú.
30 Creados por la ignorancia nuestro
cuerpo y demás cosas visibles pasan como burbujas; aprende por discriminación
esto: yo soy Brahma Puro. (…)
36 Recordando continuamente ‘yo soy
Brahman’ se destruye el poder de la ignorancia, como el remedio destruye la
enfermedad.[11]
Brahma es el
principio impersonal y absolutamente universal, por tanto relacionado con el No
Ser, el Ain
Sof, el Dios Desconocido. El Ser universal es una
determinación suya, Îshwara[12] para la tradición hindú. Eros para la nuestra:
Dios de la unidad por excelencia [Eros]; esa
misma cualidad es propia del amor. La palabra hebrea Ahabah:
Amor, numéricamente equivale a la palabra Ehad (Uno) y
por tanto se identifica con la Sefirah Kether.[13]
Amor que estás en todas partes. En la
quietud del silencio surge el sonido de tu voz. Una explosión que todo lo
contiene. Dice el Corpus Hermeticum que la mónada
engendra todo número sin ser ella misma engendrada por otro y que si bien todo
lo extensible deriva de ella, sucumbe por su propia debilidad cuando no es
capaz de contenerla (ver IV, 11). La unidad como su nombre indica une y está
presente en todo, sin ella nada es posible.
La Creación, (Bereshit)
para la Cábala, comienza con el número dos que se corresponde con la segunda
letra del alfabeto hebreo (Beth). Esto es así puesto que la
Unidad permanece impasible y, podríamos decir, sólo «existe» de modo latente
pese a ser la primera determinación.
El Uno simboliza el Origen y el Principio
único del que derivan los principios universales, y también el Destino común al
que todos los seres han de retornar. Es, según la máxima hermética, ‘el Todo
que está en Todo’, es decir, ‘el Ser Total.’[14]
Amor, además de ser el gran cohesionador
del cosmos es su estado natural. Él es Kether, la
Unidad que se derrama a través de la Sabiduría, Hokhmah,
segunda de las Sefiroth del Árbol de la Vida; Amor
que se actualiza, a través de Hesed, en un nuevo plano, Beriyah;
y de nuevo en el viaje de descenso estalla en otra Sefirah: Netsah, en
el plano de Yetsirah. Y se expande finalmente en
un abrazo de Amor en Malkhuth, la Reina, la Shekhinah,
que ilumina la tierra cuando se mantiene unida con su Esposo.[15]
Uno de los mitos referentes a Eros, que
recoge Platón en El Banquete, nos dice que engendrado
en la celebración del nacimiento de Afrodita, nace de la unión de Poros y
Penía, el ingenio y la necesidad. De la conjugación de opuestos: las dos corrientes
cósmicas que continuamente se acercan y se alejan engendrando el amor o su
ausencia.
No hay otra energía sino Él, no hay mayor
lazo de unión. Todo es por Él, todo es con Él, todo es en Él. Amor no es el
resultado sino el origen.
Este espíritu celeste inspirado por la deidad
e hijo de Afrodita acuciado por la necesidad de unir las cosas entre sí, está
estrechamente vinculado a la Necesidad (de conocer), según nos parece.
Uno es lo que conoce; entonces, como dice
Pico:
Que se apodere de nuestra alma una cierta
santa ambición de no contentarnos con lo mediocre, sino anhelar lo sumo y
tratar de conseguirlo (si queremos podemos) con todas nuestras fuerzas.
Desdeñemos lo terrestre, despreciemos lo celeste y, finalmente, dejando atrás
todo lo que es mundo, volemos hacia la corte supermundana próxima a la
divinidad augustísima.[16]
Kether, la Polar,
es la puerta siempre abierta a la que sin embargo es difícil acceder, todo el
despliegue cosmogónico nos separa de ella, a la vez no hace sino mostrarla en
su cúspide a todo aquél que la busca. Somos ignorantes en un mundo de
ignorancia, no es sino la individualidad lo que nos impide cruzar esa puerta
que, se dice es estrecha, y también aquella que los ricos (en deseos) no pueden
atravesar.
La luz está siempre presente; sólo nos separa
de ella, un abismo psicológico de incomprensión; sin embargo ella es permanente
a pesar de todas las negativas pues es imposible alterar un orden en el que nuestra
acción es parte de un juego de sombras. La luz no se perturba, sigue
impertérrita y fija ya que ella no es una superestructura mental inventada,
propiedad de los hombres. Conocer el juego es aprender a salir de él.
Jugándolo.[17]
Entregarse, dejar que las cosas sean, nada
hay que saber, en el presente está todo y él se va revelando paso a paso,
puntada tras puntada. Hay que dejar toda esperanza de algo y abandonarse a la
Nada, una Nada que es el No-Ser, donde todo permanece en el Misterio. Vaya
usted a saber con qué nos sorprenderemos o sorprenderán, qué papeles nos tocará
actuar, a quién nos acercará la vida, de quién nos alejará.

«Polífilo,
ven conmigo sin temor ni vacilación»
Sueño
de Polífilo, cap. XII, trad. P. Pedraza
¿Dónde está la luz? En el interior.
¿Dónde la fuerza? En el corazón.
¿Dónde la esperanza? En dejar de ser.
Gracias al cielo y sus mensajeros que
fecundan la tierra, gracias al viento mercurial que nos nutre y vivifica.
Gracias a todos los dioses, a Saturno y sus antepasados, a Zeus y su prole
comenzando por Apolo y Dioniso –la luz y la vida– el rayo descendente y
ascendente que todo lo une. |