A todo fin sigue un comienzo, toda muerte es preludio de un nuevo nacimiento.
Los estados del ser son múltiples,
indefinidos. El cambio de oruga a mariposa ejemplifica bastante bien el paso
de un estado a otro del ser.
La salida del estado humano supone la
entrada a un nuevo estado. En muchos casos la muerte, tal como la conocemos,
puede no ser la salida del estado humano sino la llegada a una variante del
mismo, lo que Guénon llama las prolongaciones extra-corpóreas de ese estado:
ahí, las condiciones a las que está sometido el ser son diferentes[2] pudiendo simplemente faltar alguna de
ellas. Recordemos que las condiciones de la existencia corporal son: materia,
forma, tiempo, espacio y vida.
La humanidad, esta humanidad, tiene un
cuerpo que en la actualidad está enfermo y a las enfermedades que padece bien
puede dárseles el nombre de aquellas que aquejan a los individuos, como por
ejemplo cáncer: un cáncer a estas alturas tan extendido que es ya imposible de
erradicar. Este cuerpo pues, no sólo no está sano sino que está mortalmente
enfermo y a punto de morir. El hombre acepta su muerte, mejor dicho sabe que va
a morir, eso es algo que constata diariamente, en cambio le cuesta creer que su
civilización, su cultura, esta humanidad, pueda morir. En realidad, tanto la
muerte de un individuo como la de una civilización siguen unas leyes a las que
no alcanza, para nada, el dominio humano y a las que el hombre está, le guste o
no, sometido, y bien puede establecerse una correspondencia entre la vida de
ambos: uno y otra nace y se desarrolla en el tiempo hasta que agotadas sus
posibilidades, fueren las que fueren, muere.
El fin de un ciclo como el de la
actual humanidad no supone verdaderamente el fin del propio mundo corpóreo,
sino en un sentido relativo, y solamente con respecto a las posibilidades que,
al estar incluidas en este ciclo, han realizado por completo su desarrollo
dentro de la modalidad corpórea; pero, en realidad, el mundo corpóreo no queda
aniquilado sino «transmutado», recibiendo de inmediato una nueva existencia,
puesto que, más allá del «punto de detención» correspondiente al instante único
en el que el tiempo ya no es, «la rueda empieza de nuevo a girar» para
emprender el recorrido de un nuevo ciclo.[3]
Ese final, que no es tal sino en el sentido
literal, conviene tenerlo presente ¿Cómo será? y ¿cómo será la segunda venida
de Cristo en términos de la Tradición cristiana o del Kalki avatar según la
Tradición hindú?
Habrá señales en el sol, en la luna y
en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el
estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad
por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos
serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran
poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad
la cabeza porque se acerca vuestra liberación. (Lc
21, 25-28).
Mas por esos días, después de aquella
tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas
irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas.
Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y
gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus
elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. (Mc 13,
24-27).
Guardaos de que no se hagan pesados
vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las
preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como
un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.
Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a
todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.
(Lc 21, 34-36).
Cuando abrió el sexto sello se produjo
un violento terremoto; y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna
toda como sangre, y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra como la
higuera suelta sus higos verdes al ser sacudida por un viento fuerte; y el
cielo fue retirado como un libro que se enrolla y todos los montes y las islas
fueron removidos de sus asientos; y los reyes de la tierra, los magnates, los
tribunos, los ricos, los poderosos, y todos, esclavos o libres, se ocultaron en
las cuevas y en las peñas de los montes. Y dicen a los montes y a las peñas:
‘caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono
y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de su cólera’ y
¿quién podrá sostenerse? (Ap 6, 12-17).
Los escasos supervivientes, al final de la
Edad de Kali se hallarán en lamentable estado. En su desesperación, comenzaran
a reflexionar. Entonces repentinamente, aparecerá la nueva Edad de Oro. Los supervivientes
de las cuatro castas serán la simiente de una humanidad nueva.[4]
En la carta del Tarot Nº XX «El Juicio»
aparece un ángel tocando una trompeta. Dice El Tarot de los Cabalistas sobre esta carta:
Es la carta de los anuncios y las
revelaciones, de los llamados del espíritu, y del despertar de la conciencia.
Lo esotérico, que por su propia naturaleza secreta se había mantenido oculto,
aquí se hace visible y sale a la luz, anunciando el advenimiento de un mundo
nuevo en el que la verdad será accesible a todos los seres, como era en el
origen.[5]
Se producirá en ese momento en cada uno la
cópula alquímica del azufre y el mercurio por intermedio de la sal. En el
momento del fin se dará ese matrimonio allí donde esté la posibilidad del
mismo. Será redimido el fruto de esa unión, todo aquello que permanezca
aislado, separado, perecerá; pues es un retorno a la unidad, al principio donde
el ser es indiviso, uno y solo.[6]
Sabemos que tras otros cataclismos el
Conocimiento, la Tradición, se ha conservado; se dice, por ejemplo, que durante
el Diluvio se buriló en dos columnas; una fue descifrada, posteriormente, por
Hermes, otra por Pitágoras. En la Edad de Oro, que es la que el Hombre alumbra
después de este Kali Yuga, la verdad pertenece a
todos, es decir el hombre encarna el Conocimiento y por tanto su «desarrollo»
vital está en armonía con el resto de seres de su mundo; esa comprensión no es
un conocimiento teórico, es una comprehensión por la cual nada de cuanto le
rodea le es ajeno. Qué decir de un mundo donde la armonía es norma, donde la
presencia de los dioses y diosas es una realidad palpable para todos, donde el
Eterno se complace. Dice la Biblia que Dios se paseaba con Adán en el Paraíso y
¿qué es sino un nuevo paraíso la Edad de Oro que se acerca? Verdaderamente los
tiempos que se avecinan son tiempos de Oro, de Unión y Paz.
El Linga Purâna dice que lo que quede de las cuatro castas será la simiente de una humanidad
nueva. Una humanidad nueva, una tierra nueva y un cielo nuevo, la Jerusalén
celeste que descenderá del cielo a la tierra, dice el Apocalipsis, como una
novia engalanada para su esposo. La Jerusalén celeste está constituida por
todos aquellos que nacieron al morir o murieron antes de morir, por todos
aquellos iniciados de lugares y tiempos diversos que a lo largo de los siglos
siguieron el camino de retorno y cristalizaron cual piedra preciosa, lista para
ser engarzada en la corona real.[7]
El viaje de vuelta implica el abandono de
esa conciencia de ser que no es sino el conocimiento de uno mismo a través de
los sentidos y la razón, en definitiva un conocimiento de lo que se cree ser,
para tomar consciencia del Ser, es decir para llegar a Ser. Ese Conocimiento procede
del Ser mismo y se revela en el corazón del hombre cuando, este, se encuentra
libre y dispuesto, libre de prejuicios, de conocimientos, de deseos, y es: una
página en blanco, una piedra bruta, una copa vacía dispuesta a recibir el
elixir de la Vida, de la Inmortalidad. La Eternidad necesita poco espacio, cabe
en un corazón puro. El reino de Dios está dentro de vosotros dice el Evangelio.
Este reino de Dios no es sino la Jerusalén celeste de que hablamos, la morada
de los Inmortales, el reino del Preste Juan, la ciudad Solar, Agartha.
Para realizar el retorno es necesario salir
del tiempo, que esta condición sea suprimida.[8] Ante los miembros de una sociedad tradicional el horizonte está
abierto; para el hombre de hoy el horizonte se cierra cada vez más, el espacio
le está oprimiendo y ¡oh paradoja! él cree que ha roto sus barreras con sus
sofisticados y cada vez mas rápidos medios de comunicación. Por cierto que si
el espacio se le ha venido encima, el tiempo también. El movimiento es la
huella del tiempo en el espacio y ya hemos dicho que este movimiento es cada
vez mayor, como si el tiempo fuera a devorar al espacio.
A medida que el hombre divide el tiempo, lo
fragmenta, lo compartimenta, necesita llamarlo con distintos nombres. Cada
acción es realizada en un compartimento distinto y se llama de modo diferente:
iba, voy, iré, he ido, así la pluralidad en las formas verbales y por otro lado
su importancia en el lenguaje actual son una muestra más de la multiplicidad,
del engaño en creer que separando y etiquetando todo se puede llegar a conocer
algo.
El hombre que sólo habla en presente, que
no necesita ningún otro tiempo verbal, en cierto modo ha salido del tiempo, por
lo menos del tiempo en sentido horizontal.
El tiempo se contrae en la medida que el
ser va saliendo de él, al irse borrando pasado y futuro el tiempo se reduce y,
aparentemente, llega hasta a oprimir al que asustado puede creer que esta
fuerza le va a aplastar; el tiempo reclama su existencia y esta es la manera
que tiene para engañar al hombre, que agonizando en esa prisión clamará por
salir y puede pensar entonces, equivocadamente, que debe volver nuevamente a
las coordenadas espacio tiempo.
Pero el tiempo no puede comprimirse
indefinidamente; en un instante, el último de su existencia, deja de existir
para aquél que tomándolo como vehículo puede así volver al lugar de donde vino.
Ese instante eterno anuló el tiempo ¡qué maravilla!; en ese no-tiempo, o mejor
sería decir en esa no-continuidad del tiempo, las cosas, la vida tiene otro color.
Ya no el presente atesora, explica el pasado y prevé el futuro (lo proyecta);
el presente explica el presente, el presente sostiene al presente, el momento
sostiene al momento; esa «suma» de momentos, sostenidos por sí mismos, forman
otro de una cualidad distinta que puede hacer el clic, la luz que permitirá al
ser darse cuenta de que todos sus desvelos temporales son nada, son
absolutamente innecesarios.
Renunciar al tiempo le supone al hombre
renunciar a sus recuerdos, posesiones, intereses, deseos, miedos, ambiciones,
rencores, culpas, tiene que renunciar a todo aquello que le ayuda a mantener su
individualidad, lo que es lo mismo que decir que tiene que morir a sí mismo.
No hay ningún peligro en dejar de ser.
Para salir del tiempo, que es de lo que se
trata, hay que pararlo y por el contrario se está dando, repetimos, una
aceleración. Conviene recordar aquí que como los extremos se tocan, pues todo
es circular, tiende a serlo y no es lineal como siempre tendemos a creer,
cuando se alcance el máximo de velocidad habremos llegado a la quietud y es la
Edad de Oro la que se instaura al finalizar la Edad de Hierro. [9] La supresión del movimiento supone la detención del tiempo en el
espacio, su conjunción, la unión del Cielo y la Tierra, el matrimonio del Rey y
la Reina. Una vez consumada la ofrenda, nace el fénix, brota la fuente regando
y ordenando el Jardín.
La Palabra pronunciada por Aquellos que
dejaron su vida para Vivir, que en aras del Amor amaron hasta morir, llega hoy
a nosotros tan presente y directa como cuando fue pronunciada, hoy nos
acompañan Hermes, Pitágoras, Lao Tse, Moisés, Salomón, Sócrates, Platón,
Jesús… Esta es, en verdad, una época afortunada, en un sentido, muchos sabios
de muchos tiempos están presentes como no lo han estado nunca; se han reunido
en este final de los tiempos.
La lectura de los textos sagrados le liga a
uno con el emisor del mensaje a través del mensaje mismo.
Saludamos a aquellos que nos precedieron,
asimismo a aquellos que nos siguen; a todos los hermanos que el Padre dispuso
unir, en el fin de los tiempos, en sólida y fecunda Hermandad.
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