Con facilidad pensamos que Hera no
puede ser, si consideramos que se la pasa poco menos que en continua contienda
con diosas, dioses y héroes. Y como sabemos la belleza es conjunción y armonía.
Pero no olvidemos que aquellos que luchan por la paz y la justicia, o sea por
el restablecimiento del equilibrio, están en sus filas. Mas el poder para administrar
justicia, si no va acompañado y guiado por la Inteligencia con facilidad hunde
al hombre en el orgullo de sí mismo y le aparta de los caminos de la verdadera
Belleza.
Pero Atenea ¿cómo hacerla a un lado y optar
por Venus? Difícil elección.
La belleza puede llevarnos a la Belleza,
mas como el hombre es tan dado a atesorar, a querer poseerlo todo, puede
ocurrir que nos quedemos atrapados en sus indefinidos matices y en el placer
que nos produce su apariencia unida a nuestra avidez (avaricia).
La elección de Atenea es un camino largo y
estaríamos tentados a decir que más seguro, pues ella, si la amamos hasta el
final, nos llevará a la Belleza; pero también en esta vía los peligros están
presentes y el aprendiz llegado un momento puede creerse maestro y olvidar que
si uno deja de ser aprendiz, cesa de aprender. Y que
suceda lo que suceda sólo llegarán aquellos
que «perseveren hasta el fin».[3]
Así se la pasa el hombre:
– En la lucha por la imposición de su
voluntad.
– En el disfrute, en la búsqueda del placer
y en el consumo.
– En la de doctísimo maestro que ha
olvidado el Evangelio, que nos dice:
Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis
como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.
En este punto queremos traer a colación la
rueda tibetana del Samsâra en cuyo círculo central hay
entrelazados tres animales: una serpiente, un gallo y un cerdo, que representan
respectivamente la soberbia, la avaricia y la ignorancia; pasiones que impulsan
la rueda de la vida [4] y que no podemos dejar de relacionar con la tríada que venimos
considerando. Igualmente, en una simbólica que nos es más cercana: la masónica,
se dice que el Venerable y los dos vigilantes de la logia, vinculados a la
Sabiduría, la Fuerza y la Belleza, cuando no están verdaderamente al orden
pueden caer en los contrarios de estas, o sea: la ignorancia, el fanatismo y la
ambición [5].
Ficino nos ayuda en esta triple
encrucijada:
‘Ningún ser razonable duda’ escribió a
Lorenzo de Médicis, ‘de que hay tres clases de vida: la contemplativa, la
activa y la voluptuosa. Y los hombres han elegido tres caminos que conducen a
la felicidad: sabiduría, poder y placer’. Aspirar a uno de ellos a expensas de
los otros es, según Ficino, impropio e incluso blasfemo. Paris eligió el
placer, Hércules la virtud heroica y Sócrates prefirió la sabiduría al placer.
Los tres fueron castigados por las divinidades a las que habían menospreciado,
y sus vidas acabaron desastrosamente. ‘Nuestro Lorenzo, sin embargo, instruido
por el oráculo de Apolo, no ha ignorado a ninguno de los dioses. Vio a los tres
(es decir, las tres diosas que se habían aparecido a Paris) y a los tres adoró
según sus méritos; por ello recibió de Palas la sabiduría, de Juno el poder, y
de Venus gracia, poesía y música’.[6]
El maestro guía al alumno según la
naturaleza de este, moldea la materia haciendo que surja de ella lo que
contiene:
2. He aquí entonces cómo el que enseña debe
abordar la enseñanza, ofreciendo a cada uno, a partir de las disposiciones que
son naturales en él, la salvación; en cuanto al enseñado, conviene que se
entregue al enseñante y tranquilamente se deje conducir a lo verdadero, lejos
de los ídolos, elevándose desde la caverna subterránea hacia la luz y la
verdadera esencia, <deseando la naturaleza pura del bien> que es sin
mezcla de su opuesto y abandonando lo que es parcial e ilusorio, por ser
totalmente presa de un deseo de lo universal e indiviso. Porque el bien total,
como dice Sócrates en el Filebo, no es ni solamente deseable ni
solamente perfecto y suficiente ni solamente capaz y susceptible de colmar a
los demás seres, sino que posee todas estas cualidades a la vez, perfección,
capacidad y deseabilidad; y, de hecho, atrae a todas las
cosas a sí mismo, está lleno de sí mismo y da a todos los seres la armonía.
Pero los seres múltiples se prenden de este bien de una manera particular, y
algunos, teniendo únicamente en cuenta su carácter deseable, buscan el placer,
que es un ídolo de lo deseable de lo alto, otros, que no tienen ojos mas que
para su perfección, ponen toda su atención en la riqueza,
porque es ahí donde está el ídolo de la suficiencia; otros, que sólo consideran
la capacidad, están fascinados por el poder (y de
hecho, el poder es un simulacro de la capacidad). Consecuentemente, abandonar
estas apreciaciones parciales del bien para concentrarse en la totalidad de su
naturaleza y elevarse // hacia su pleroma total, eso es lo que aparta
admirablemente a los enseñados de perder su tiempo en los ídolos. (Proclo, Sobre el
primer Alcibíades de Platón, 151,11-153,2).[7]
* * *
[8]
Raptados por tamaña certeza, por esta
afirmación rotunda y clara, en lugar de estar rebotados por los conflictos
internos que nos impiden reposar en aquella, podemos sumarnos a un no-hacer que
nos lleva a participar con la alegría del infante de semejante grandeza.
Por un lado, la afirmación de que
absolutamente todo está incluido en el modelo creacional, por otro, la
ignorancia más completa, no ya momentánea y transitoria, sino definitiva; en el
sentido que presupone una aceptación, un «saber» que uno no sabe y nunca sabrá,
porque el Misterio, que es de lo que se trata aquí, es concebible pero no
imaginable ni tampoco degustable, si se nos permite decirlo así.
Por eso es tan difícil que el hombre acepte
el Misterio y verdaderamente quiera estar en sus filas.
Proclo nos instruye acerca del símbolo, de
esa huella visible de lo invisible:
Hay para cada uno de los seres, hasta los
últimos, una señal de la causa misma, inefable y que está más allá de los
inteligibles, señal por la cual todas las cosas están en dependencia de aquella
causa, unas, más lejos, otras, más cerca, conforme a la claridad y a la
oscuridad de la señal que hay en ellas, y ésa es la que mueve todas las cosas
hacia el deseo del bien // y a ese amor inextinguible que se ofrece a los
seres, una señal, que es incognoscible (pues se extiende incluso hasta los que
no tienen capacidad de conocer), y que es superior a la vida (pues está
presente también en los inanimados), y que no tiene la potencia intelectiva
(pues está en los que no participan del pensar).[9]
Con el movimiento se inicia la creación.[10]
Amor es su origen aunque como señala Proclo
Él permanece en quietud:’
Que todo intelecto, o está en quietud, y es
entonces inteligible como // superior al movimiento, o está en movimiento, y es
entonces intelectivo, o ambas cosas, y es entonces a la vez inteligible e
intelectivo. Y el primero es Fanes, el segundo, el que se mueve y está en
quietud es Urano, y el que sólo está en movimiento es Crono.[11]
Guénon en su El reino de la cantidad y los
signos de los tiempos, en el capítulo titulado ‘de la
esfera al cubo’, nos habla de este movimiento y su detención en términos
geométricos; haciendo corresponder el movimiento inicial a la esfera, como no
podía ser de otro modo, y la progresión del mismo hasta su detención o
solidificación, al paso de la esfera al cubo, punto final del ciclo. Recordemos
que el Paraíso terrestre es circular y que la Jerusalén celeste tiene forma
cúbica.
Y en Platón, leemos:
En efecto, si todas las cosas marchan en un
continuo movimiento, todo lo que marcha mal (kakoos ion)
será nombrado con razón (kakia). Pero cuando es en el alma
donde las cosas van mal, entonces se aplica esta
expresión con más propiedad. ¿Y qué es marchar mal? Lo sabremos examinando (deilia, cobardía),
que hemos pasado en silencio y que debió examinarse después de (andreia,
valor). (…) (deilia), significa un lazo del alma; (desmos)
un lazo
muy fuerte; porque el término (lian, mucho)
expresa la idea de fuerza. La cobardía será, por tanto, un lazo muy fuerte y muy poderoso que encadena nuestra alma. Lo mismo que la cobardía, la
vacilación (aporía), y en general, todo lo que
pone algún obstáculo al movimiento y a la marcha (ienai poreuesihai)
de las cosas, es un mal. De donde resulta que marchar mal significa moverse con lentitud y embarazo; y cuando es tal el estado del alma,
está sumida en la maldad (kakias). Si este es el sentido de kakia,
la palabra (aretee), debe tener el opuesto, y
expresar, por lo pronto, el movimiento fácil, (euporian);
en seguida el libre curso, (roen), de una alma buena. Lo que marcha o
corre siempre, (aei reon),
sin coacción y sin obstáculo; he ahí la significación de (areteee).[12]
Sobre este movimiento hay mucho que decir,
la ilustración que hemos elegido, y que tomamos de Hypnerotomachia Polifili [13], se interpreta como: «Velocitatem sedendo, tarditatem tempera
surgendo» (Atempera tu velocidad sentándote y tu pereza
levantándote). Es decir un movimiento atemperado, templado; ritmo que toma el
paso del peregrino en la medida en que, cuidando su fuego interno, consigue que
este no sea escaso ni excesivo pues en un caso la cocción no se produce y en el
otro se abrasa. Así conjugamos los opuestos para, como se dice en Noche de
Brujas:
ser templadas por la flama dorada del Amor [14].
La segunda imagen muestra dos
ángeles, que bien pueden ser las dos corrientes cósmicas (positiva-negativa,
activa-pasiva, caliente-fría), o su traducción al microcosmos: Ida y Pingala en la tradición hindú, que confluyen en el centro de la rueda, su origen común
que también es nuestro destino. Los llegados a él, lo sostienen con todo lo que
ello conlleva .
El significado, que tomamos al igual que la
imagen del libro de Colonna, es: ‘medium tenuere beati’ (‘Son felices
los que conservaron el término medio’) otra versión dice: (‘Los bienaventurados
conservaron el medio’).
Y qué mayor ventura que conservar ese
término medio donde el sol nos absorbe en su potencia, siendo a la vez puerta
de entrada a los estados suprahumanos. Por eso, la vinculación al fuego
central, al sol, a la luz, en definitiva al Verbo y a la vida verdadera es el
eje al que se aferra el iniciado que camina con sus dos piernas: derecha e
izquierda, avanzando hacia la realización del Ser, del Primogénito, macho y
hembra, nacido de un huevo único y Uno.
* * *
La paciencia es tal vez la mejor
herramienta del alquimista como se nos enseña de múltiples maneras. En el libro
de Colonna leemos acerca de esta virtud:
la paciencia no se enciende de ira fácilmente
ni se ablanda en las adversidades… La verdadera paciencia no sólo no se
enciende, sino que apaga a los que están encendidos [16]
Y Cordovero en su La Palmera de Débora[17] habla de la Paciencia como una cualidad de Netsah (Victoria) esfera en la que como sabemos se encuentra Venus.
Volviendo a la cita anterior del Crátilo,
se trata en ella de la cobardía como impedimento a un movimiento fluido; como
de un lazo que encadena nuestra alma y le impide ascender. Tal cual dice un
personaje de la obra teatral En el Tren[18], la valentía es una de las virtudes necesarias para el
conocimiento, a ella hay que agregar: la generosidad, la paciencia, de la que
acabamos de hablar, y la sabiduría. De esta última leemos precisamente en
Sabiduría VII, 22-30:
Porque a todo movimiento supera en movilidad
la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito
del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que
nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin
mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo
puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo (…). Es ella, en efecto,
más bella que el sol, supera todas las constelaciones; comparada con la luz,
sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la Sabiduría no
prevalece la maldad.
Filón y Sofía son los actores de la obra de
León Hebreo Diálogos de Amor. Análogamente
Polifilo y Polia protagonizan la de Francesco Colonna que da título a este
trabajo. En ambos casos es la Sabiduría la que va llevando a su
amante hacia la comprensión de Eros, Amor, un Dios presente en todos los
planos. Aquellos que desean conocerle han de acercarse a él con el valor de
Marte y tal como este aparece en la Fuente de Venus del texto de Colonna,
totalmente desarmados, desnudos pues [19]. Venus y su hijo atraen al alma a su reino, en el camino esta
todo lo abandona.
*
Filón.– El conocerte, Sofía, me
produce amor y deseo.[20]
Atenea y Venus Urania en verdad ¿en qué se
diferencian? La primera de ellas nos guía mostrándonos la verdadera realidad al
hacernos advertir la ilusión de un mundo que, aún siendo la manifestación del
Uno, en sí mismo es limitado e ilusorio, una sombra de su origen increado.
Cicada.– ¿Quién, entonces, será sabio,
si loco es quien está contento y loco quien está triste?
Tansillo.– Aquel que no está ni triste
ni contento.
Cicada.– ¿Quién pues? ¿El que duerme?
¿Aquél que está privado de sentimiento? ¿El que está muerto?
Tansillo.– No, antes bien aquel que
está vivo, ve y entiende y, considerando el bien y el mal, estimando uno y otro
como cosa variable y consistente en movimiento, mutación y vicisitud (de manera
tal que el fin de un contrario es principio del otro y el extremo de éste es
comienzo de aquel), no se humilla ni se envanece de espíritu, muéstrase
moderado en sus inclinaciones y templado en sus voluptuosidades, pues que el
placer no es para él placer, al tener su fenecer presente. Del mismo modo, la
pena no le es pena, porque con la fuerza de la consideración tiene presente su
límite. Así, el sabio tiene las cosas mutables por cosas que no son, y afirma
que no son más que vanidades, nonadas, porque entre el tiempo y la eternidad
existe la misma proporción que entre el punto y la línea.[21]
Una vez vista la ilusión y constatado que
en verdad el hombre nada sabe, se abre el camino hacia la gruta más secreta
donde la hija del ilustre Urano recibe al iniciado que loco de amor logra
traspasar la puerta del último aposento.