APOLO, DÉLFICO ADIVINO
Mª Victoria Espín
2
Apolo
Señor Apolo, de la naturaleza de lo mismo en cada ser
Jefe y guía, que llevas los diferentes seres a la unidad entre sí
Y en especial este universo, que aunque es de muchas partes y
Tejido de muchas maneras, dominas con una única armonía,
Tú de la concordia das a las almas también inteligencia
Y Justicia, y los bienes más bellos,
Da siempre también a nuestras almas,
El deseo de las bellezas divinas, Señor. ¡Salve Peán!
(Pletón, Tratado
sobre las leyes)
En el mundo griego el omphalos [1] no es otro que Delfos y su Oráculo, donde brilla Apolo con el
trípode, el arco y la lira, esta última regalo de Hermes. Walter F. Otto se
pregunta:
¿No estaría la música de Apolo en el centro
de sus múltiples perfecciones? ¿No sería el manantial de donde brotan?
Apolo, que, hay que recordarlo, antes que
griego es hiperbóreo, con frecuencia es llamado Febo que significa «el Puro».
El autor recién mencionado nos dice además que
Apolo era el dios más importante para curar;
lo fue siempre... El purificador es el curador, el curador es el purificador…
purifica los caminos de todo mal
Las conocidas sentencias de Delfos:
«conócete a ti mismo» y «nada en exceso» nos dicen mucho de Apolo como
purificador. Y otra más, al ser preguntado el Oráculo cuál era el más sabio de
los hombres, respondió que Sócrates. El filósofo, al parecer sorprendido, hubo
de meditar el sentido de estas palabras y concluyó que saber que no sabía era
el quid de la cuestión y además que
sabía bien que era malo e indecente ser
injusto y desobediente frente a los poderes superiores [2]
Sobre estos hombres excepcionales, como
Sócrates, leemos en el Asclepio:
Ciertos hombres, pocos en número, dotados de
un alma pura, han recibido en participación la augusta función de elevar sus
miradas hacia el cielo. (8-9).
La Pureza es ornamento de los hijos de
Apolo, sin esta medalla no se accede a su santuario, hay que decirlo: la
entrada a sus aposentos requiere pureza de alma. Esto nos lleva a señalar que
de la manera que fuere uno se ha de purgar para el ascenso –como el mismo Apolo
debe hacerlo por la muerte de la serpiente Pitón– si es su destino acceder a
ese espacio central.
– Así puros y sin contaminarse regresamos a
nuestros verdaderos hogares. Una vara desmedida de esperanza es lo que somos.
Un retorno al palacio de la sabiduría, aquello que es imposible de contar, de
medir o de pesar. [3]
Poder elevar la mirada hacia lo alto y no
apartarla de allí requiere entrenamiento, un entrenamiento que se consigue
abandonando el miedo (los miedos) que siempre le hacen a uno salir de sí mismo
y quedar atrapado en la dualidad y en su hija la multiplicidad.
En la oración que Jesús nos enseñó se dice:
«perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Con
frecuencia el hombre tiende a no perdonar ni a sí mismo ni a su prójimo. Es la
basura que anida en el corazón la que lo impide; el Maestro echa a latigazos a los
mercaderes del templo enseñándonos con ello que hay veces en que no ha lugar a
contemplaciones y se impone una marcial que nos saque del sueño, la pereza, el
autodesprecio y todo aquello que impide un movimiento acorde al momento
preciso.[4]
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.[5]

Hypnerotomachia
Poliphili, Venecia 1499.[6]
Volviendo a la cita del Asclepio,
recordemos que el águila mira de frente al sol, es más se dice que ella pone a
sus crías a mirar al sol y a la que no resiste la prueba la deja caer. Así pues
no hay segundas puertas: el cruce del ojo de la aguja, la puerta estrecha,
requiere estar desprendido de toda posesión.
…vi a Beatriz vuelta hacia el lado izquierdo,
mirando al Sol; jamás lo ha mirado un águila con tanta fijeza. Y así como un
segundo rayo sale del primero, y se remonta a lo alto semejante al peregrino
que quiere volverse, así la acción de Beatriz, penetrando por mis ojos en mi
imaginación, originó la mía, y fijé los ojos en el Sol contra nuestra
costumbre.[7]
El nacimiento de Dioniso en el hombre
presupone una muerte que posibilita la liberación de toda su potencia y llega
un punto en el que ésta, ascendiendo, merced a un deseo incontenible de unirse
al Sol, nos lleva a saltar al abismo seguros de que Apolo nos recogerá en su
seno. Con su cítara tañe las cuerdas necesarias para mantener en armonía aquel
ser que se desintegra. Cuando los Titanes despedazan a Dioniso su corazón es
salvado por Atenea y entregado a Zeus; así, tras el salto al vacío solo queda
el corazón: Apolo, que desde ese momento es el hierofante del templo que por la
gracia se reconoce como casa de Dios y morada del Espíritu.
No se puede ignorar que la mentalidad
de Apolo es específicamente masculina: Libertad espiritual y distancia son
perfecciones del hombre, pero es masculino también el dudar de sí mismo: Quien
se ha sustraído a la fuerza de la naturaleza ha perdido también su protección
maternal. Sólo el fuerte espíritu de su dios puede ayudarlo para que se
mantenga firme y se quede en la luz. [8]
*
El nacimiento de Apolo es difícil; la
tierra, por mandato de Hera que quería impedir el parto de Leto, no podía
acoger al hijo de Zeus. Esta finalmente da a luz en Delos [9], una isla flotante cubierta por las olas, que accede a recibir al
retoño. Artemis, su gemela, nacida antes que él ayuda en el alumbramiento,
todas las diosas menos Hera están presentes. Cómo no recordar aquí el Árbol de
la Vida, donde en el viaje de retorno la llegada a Yesod, esfera
de la luna, hermana del sol, precede al arribo a la solar de Tifereth.
En la esfera central del Árbol, como
decimos, se sitúa Apolo; también encontramos ahí al arcángel Miguel. Ambos
tienen en común haber matado al dragón o a la serpiente (Pitón); en resumidas
cuentas al monstruo ctónico que es necesario someter para que circule la
comunicación entre lo alto y lo bajo. No es la destrucción por la destrucción,
sino la muerte que posibilita la trasmutación y la incorporación de los
elementos adversos a un nuevo orden en el que positivo y negativo están
incluidos. No es casual que estén en el centro del Árbol, lugar donde se
conjugan los opuestos y se unen los complementarios.[10]

La encarnación, de los dos dioses que vemos
en la imagen del comienzo de este apartado, se hace inevitable en el viaje
iniciático pues ellos están en una encrucijada del eje central por la que hay
que pasar y donde hay que entregar aquella moneda, de dos caras, precisa, que
posibilita la apertura de la puerta y el cruce de la misma. Apolo y Dioniso,
dos caras de la misma medalla, por eso cuando Apolo se trasladaba al país de
los hiperbóreos, a la entrada del invierno, era Dioniso quien se ocupaba del
centro délfico. Así pues el Niño Divino nace, al igual que Mitra y Jesús, en el
solsticio de invierno. Plutarco nos dice que Dioniso:
… tiene en Delfos una parte en nada menor que
Apolo.[11]
Hay periodos del ciclo,
tanto para la humanidad como para cada uno en particular, en que la luz se
oculta y se impone la búsqueda en lo más profundo; ahí reina Dioniso y su
poder, la serpiente que hay que despertar y poseer [12]; el canto adecuado a este periodo invernal era el ditirambo con
el que se invocaba a Dioniso. Apolo era invocado con el peán, canto moderado,
la música apolínea [13] que hace ascender y crecer. El Huevo Órfico, del que nace Fanes,
contiene estas dos potencias de que venimos hablando: Luz y Vida.
Mientras uno deambule por la espiral, ya
sea involutiva o evolutiva, mantendrá la dualidad, mas en el eje ya sea en su
parte inferior o superior, la dualidad no acontece. En el viaje de descenso en
el momento en que uno se funde con el eje, ese punto es para él lo más profundo
del infierno y ahí ineludiblemente está Lucifer [14]. Apolo acabada su función oracular se retira a su origen que no
es solar sino polar. Ellos están en los extremos y ya se sabe que estos se
tocan, de hecho si dos cuerpos comienzan a separarse, y no detienen la marcha
ni cambian el sentido, acabarán por encontrarse, pues lo esférico y no lo
rectilíneo rige las leyes del cosmos. Todo tiende a la circularidad. En
realidad el descenso es a la vez el ascenso y viceversa, es como el doble
latido de un solo corazón que impulsa el viaje hacia el Sí Mismo.
Se dice que el éxtasis es una de las
características de Dioniso, así como la claridad lo es de Apolo; que uno es
cercanía y otro distancia. Locos de amor y de un frío desapego, como dice
Federico González en su obra En el Tren, seguimos viaje con la
mirada fija no en el sol (aunque sí a su través) sino en aquel motor inmóvil
que mueve, como dice Dante, el sol y las demás estrellas.
...el verdadero iniciado aprende que
el esplendor de la belleza, la bondad y la verdad es sólo el más importante
lugar para ser jalados hacia el Silencio, la Oscuridad y el Misterio, es decir
hacia el No-Ser.[15] |