El primero en ostentar el gobierno del
Mundo –según los órficos– es Fanes y traspasa ese gobierno a la Noche (que se
dice es ambrosía, alimento de los dioses). Esta a su vez cede el cetro a Urano
a quien se lo arrebata su hijo Saturno que, instigado por su madre, castra al
padre y como es sabido de sus genitales caídos al mar nace Venus.
El traspaso violento se repite con su
propio hijo: Zeus, que ayudado por Rea (de nuevo la madre) consigue que los
vástagos tragados por Crono vean la luz, y encierra a su padre en el
Tártaro. Hay que ver cómo en estos dos episodios sin la intervención de la
Diosa (Gea, Rea), el proceso cosmogónico no prosperaría.
En cuanto a los dioses mismos, dice Proclo
que Urano está vuelto hacia lo alto, hacia los primerísimos Inteligibles y
hacia allí tiende su «movimiento», y que Saturno lo está hacia sí mismo;
ninguno de ellos por tanto mira hacia la creación.
También se dice que lo masculino tiende a
la igualdad y lo femenino a la diferencia:
…lo femenino es causa de la procesión y de la
separación, mientras que lo masculino lo es de la unificación y permanencia
estable.[1]
Sin la intervención de lo femenino la
creación no sería, pero tampoco sería sin la presencia de lo masculino que es
quien fecunda y trasmite el aliento que hace posible la vida y el orden del
Universo.
La pareja que podemos decir comienza con
Urano y Gea, sigue con Saturno y Rea y continúa con Zeus y Perséfone padres de
Dioniso, último en ostentar el gobierno del Mundo.
La división macho y hembra comprende en sí
misma todas las plenitudes de los órdenes divinos. Pues la causa del poder
estable y de la semejanza, lo que provee el ser, y aquello que es el primer
principio de transformación para todas las cosas, están comprendidos en el
macho. Pero lo que emite desde sí mismo toda la variedad de progresiones y
separaciones, medidas de vida y prolíficos poderes, está contenido en la
hembra.[2]
En referencia a Zeus, en tanto que Demiurgo,
Proclo señala que:
… el demiurgo dispensa absolutamente a
todos la // vida divina, la intelectiva, la del alma y la dividida en los
cuerpos.[3]
… es el que produce los intelectos
encósmicos y las almas. Él es, por cierto, el que ordena todos los cuerpos en
figuras y números y el que pone en ellos una sola unificación, amistad y
vínculo indisolubles (Plat. Tim. 32c 1-4).[4]
Y nos advierte:
Y que nadie crea por ello que están
repartidas entre los dioses las actividades relatadas: la previsión sólo en
Zeus, la vuelta hacia sí mismo sólo en Crono, y el esfuerzo hacia lo
inteligible sólo en Urano… Zeus no sólo absorbe a su ascendiente Fanes, // sino
que también abarca en su seno todas sus potencias, y todas las cosas se
producen intelectivamente en la medida en que aquel era inteligible, y Crono
concede a Zeus los principios de toda la demiúrgia y de la previsión con
respecto a las cosas perceptibles, y pensándose a sí mismo está unido con los
primerísimos inteligibles y está lleno de los bienes de allí.[5]
Dioniso y Apolo ambos hijos de Zeus,
comparten con él la demiurgia dependiente del padre.
Pues todas las actividades y potencias
de los dioses posteriores están contenidas en el demiurgo de modo causal, y
éste // produce y ordena el universo según todas las potencias a la vez y
conjuntamente, pero los otros demiurgos, que han avanzado desde él, unos
colaboran con el padre según unas potencias, otros según otras.[6]
Y en cuanto al soberano Sol y a los
dioses que hay en él, dicen los teólogos, al celebrar al Dioniso de allí:
Compañero de sede del Sol,
que vela sobre el polo sagrado.[7]
Dioniso es vida, su cuerpo desgarrado por
los Titanes conforma junto a las cenizas de estos la materia con que es hecha
esta humanidad. Por otro lado, así como Fanes genera (o inicia) todo
movimiento, mas él permanece inmóvil, Dioniso está en el origen de toda
demiurgia divisible, mas él verdaderamente permanece indivisible: su corazón
(«la esencia indivisible del intelecto»[8]), inafectado e intacto tras el ataque de los Titanes, es recogido
por Atenea y entregado a Zeus. El Intelecto es el vínculo que une al ser con su
origen, actualizar ese vínculo lleva al iniciado al corazón del Dios que
respondiendo a la llamada del hombre, renace en él y toma posesión de su reino.
El hombre pneumático es un ser nacido de ese
espíritu [del aliento necesario que ordena el Universo] y por lo tanto un
individuo especial, extra-ordinario por un grado de conocimiento más alto en su
relación con los misterios.[9]
El luminoso Apolo es por sobre todo
purificador, su presencia disipa la ignorancia que mantiene al hombre a merced
de su individualidad y purgándolo de lo denso le auxilia en el viaje de retorno
al Uno.
Apolo unifica y reúne la multiplicidad en la
unidad, y ha preconcebido uniformemente todos los procedimientos de la
purificación.[10]
Purificación en la que tiene un papel
fundamental el coro de las Musas que Él preside.
En verdad, sabemos que las Musas conceden a
las almas la búsqueda de la verdad, a los cuerpos, la multiplicidad de las
potencias, y en todas partes, la variedad de las armonías.[11]
Y nos dice Proclo que Mnemósine, madre de
las Musas, despierta el recuerdo de los Inteligibles y Leto[12], madre de Apolo, concede el olvido de las cosas materiales. Ambas
se complementan, pues como recuerda Dante en su Monarquía, la unidad del ser es la raíz de la bondad, y la pluralidad la raíz del mal.
Dioniso se reparte en todos los seres, mas
el Intelecto (su corazón) es colocado por Dios, según nos dice el Corpus,
en una gran crátera a la que solo algunos se acercan. El amor al Conocimiento
hace posible el nacimiento de Dios en el hombre[13].
Todos aquellos que han prestado atención a la
proclamación y han sido bautizados con este bautismo del Intelecto, esos han
tenido parte en el Conocimiento y han llegado a ser hombres perfectos, porque
han recibido la Inteligencia. Los que al contrario han desdeñado escucharla,
son los «logikoi»;
porque no han adquirido por añadidura, el Intelecto e ignoran por qué han
nacido y de qué autores.[14]
Y antes en el Libro I:
– Has comprendido bien, amigo. Pero
¿por qué «el que se ha conocido a sí mismo va hacia Dios», como dice su
palabra? – Porque, respondí, es de luz y de vida que está constituido el Padre
de todas las cosas, de quien nació el Hombre – Dices bien: luz y vida, eso es
el Dios y Padre de quien ha nacido el Hombre. Si aprendes pues a conocerte como
hecho de vida y luz, y que son esos los elementos que te constituyen, volverás
a nacer otra vez. He ahí lo que me dijo Poimandrés.
– Pero, pregunté, dime aún, ¿cómo iré
yo mismo a la vida, Noûs mío? y Dios dice: «que el hombre
que tiene Intelecto se reconozca a sí mismo».[15]
* * *
Decíamos antes que lo femenino tiende a la
diferencia, es una de sus características. Sin embargo aunque el aspecto
maternal es connatural a la hembra también lo es la virginidad; estas dos
tendencias aparentemente opuestas, son reunidas por la Diosa y así nos dice
Proclo que, en tanto la Artemisa que está en ella y Atenea Koré, permanece
virgen, y en tanto que Perséfone es madre.
 Artemisa. Museo de Éfeso, Palacio de Hofburg, Viena
Venus nace del esperma de Urano, como
recordábamos al comienzo, y podemos verla como la vasija cósmica, o como un
atanor, tal como aparece representada la llamada Artemisa de Éfeso, llena de
pechos dispuestos para alimentar. Está claro que aquí se trata de un alimento
espiritual-intelectual, y en ese sentido, quién sino la Sabiduría alimenta al
iniciado, a aquel que aspira al Conocimiento.
Así pues la virginidad en su sentido más
alto no es sino maternidad plena y realizada a otro nivel y la Sabiduría
alumbra un ser que alimentado debidamente puede retornar al Origen. Un gesto de
expansión y concentración que posibilita la exaltación desde el centro, el
corazón que late constantemente alumbrando a los seres y atrayéndolos de nuevo
hacia sí.
Darse cuenta de que a uno no le pertenece
lo que llama su historia pasa por reconocer la amplitud del plan creacional.
Ese plan está al margen de nuestros actos, aunque los incluye, por eso jugar a
la de propietarios de lo que hacemos o decimos, es perder. Mejor vernos como
partícipes de una Gran Obra teatral en la que representamos uno u otro rol
según las necesidades de la Función y lo que dispone su Artífice.
Las almas, cuando se ubican en conformidad
con lo Uno y operan según el principio divino, cuidan de la realidad junto con
los dioses y las estirpes superiores, como fundiéndose con ellas. (…) a través
de la iluminación que desciende de la luz unitaria de los dioses las almas ven
de un modo achrónos (esto es atemporal) aquello
que está en el tiempo, como un todo único aquello que es individual, en un
lugar todo aquello que carece de lugar, y ya no se pertenecen a sí mismas, sino
a aquellas realidades por las cuales son iluminadas.[16]
Renunciar a los frutos de la acción
presupone la comprensión de que en verdad uno no sabe; es decir, tomar conciencia
de que más allá de nuestro minúsculo universo el mundo sigue, se expande y nos
desborda.
Este es un negocio en grande y nuestros egos
pequeños no tienen cabida, por su propia condición. Nos quedamos con el
gobierno de la ciudad, no con las monedas de sus habitantes.[17]
Es la contemplación la que nos lleva a la
comprehensión, al conocimiento. Se podría añadir que dentro de lo que llamamos
acción puede distinguirse entre la acción por la acción (o por sus frutos) y la
acción detenida en sí misma y como soporte de meditación y contemplación. Y
esta es la diferencia entre maternidad y maternidad virginal. En la primera
para la madre el fruto es el hijo, en el segundo caso no hay madre, luego
tampoco hijo, aunque este último esté presente. El corazón del ser, acogiéndolo en su
totalidad, está vuelto hacia la Fuente de donde él emana.
|