VENUS VIVE

Portada dellibro "Los Ciclos Cósmicos en la Historia y la Geografía" de Francisco Ariza.

Los Ciclos Cósmicos en la Historia y la Geografía (1)
de Francisco Ariza

Reseña


“El ritmo es la clave secreta del orden y la armonía entre todos los planos de la creación, y está presente en el recitado de los textos sagrados, en la oración y la invocación de los Nombres divinos. Ritmo quiere decir cadencia, movimiento mesurado y regular. Esto se puede aplicar no sólo a la danza, a la música y al arte en general, sino también a los movimientos de los astros e igualmente a los de la Historia, con los que están imbricados.”(2)

 

El Cosmos es un todo misterioso e inabarcable para el ser humano que sin embargo puede llegar a conocerlo, ya que él mismo es un microcosmos. Recordemos el “Conócete a ti mismo” del templo de Apolo en Delfos.

Todo en el universo tiende a la circularidad, es decir es cíclico; conocer esos ciclos que lo gobiernan ha sido un reto para las distintas civilizaciones y culturas que se han ido desarrollando en la tierra a lo largo del tiempo. Y al estudio de los ciclos en el tiempo y el espacio dedica su nuevo(3) libro Francisco Ariza, publicado por la editorial Vía Directa en su colección Tradición.

No hay mucho editado sobre este tema, menos aún en castellano y menos todavía textos de la profundidad y alcance del que tratamos. Eso mismo requiere su lectura para poder introducirse en él: dedicación y atención concentrada.

La Ciclología nos ofrece una extraordinaria oportunidad de conocer la estructura viva del cosmos, de su arquitectura sutil, considerada como un mandala o un Todo perfectamente ensamblado cuya forma, nacida de un Centro Arquetípico, es la expresión de las armoniosas proporciones entre sus diferentes partes, o ciclos. (Cap. II, pág. 25).

En cierta ocasión, concretamente una noche de fin de año, a modo de juego preguntamos a nuestros compañeros de fiesta qué forma tenía para ellos el año, en la mayoría de los casos la respuesta fue: rectangular; en un solo caso fue: circular. Narramos esta anécdota como ejemplo de lo alejada que está en nuestra cultura la verdadera imagen del tiempo, no digamos su auténtica naturaleza. Hemos pasado de la visión circular, cíclica, del año que tiene el agricultor; al que su trabajo se la hace patente, pues este viene determinado por la rotación de las estaciones del sol que anualmente se renuevan, a la de la mayoría de nosotros para quienes el movimiento solar no interviene en nuestra labor sino secundariamente, por eso cada vez más se ha impuesto una visión lineal del tiempo; quedando el año reflejado en un largo rectángulo dividido en doce cuadrados iguales, en lugar de ser una circunferencia delimitada por los solsticios y los equinoccios que el sol marca en su recorrido anual.

Lo que queremos decir es que el conocimiento de la verdadera naturaleza del tiempo cíclico se ha de convertir en un soporte simbólico significativo que nos permita acceder a esa realidad, dado que nada de lo que se manifiesta tiene su fin en sí mismo, sino que es tan sólo el reflejo de las causas que permiten el desarrollo de su existencia dentro de un enmarque inteligente e inteligible, y que no es otro que el propio cosmos. En este sentido, un componente esencial de todas las cosmogonías tradicionales es el tiempo mítico, que en verdad es un no-tiempo al referirse siempre a los orígenes anteriores al tiempo, pues como dice René Guénon también existen comienzos intemporales. A ellos aluden constantemente todos los mitos creacionales, que se constituyen en un centro o eje fijo en torno al cual se ordena y desarrolla la vida y la cultura de una civilización tradicional. El tiempo mítico es el tiempo sagrado, el tiempo real y verdadero, aquel en el que los dioses hablan a los hombres y les revelan lo esencial, lo que han de saber para que su existencia, es decir su propia historia y realidad personal, signifique algo más que una anécdota en el inmenso océano de lo creado, en constante devenir. (Cap. II, pág. 29).

El tercer capítulo del libro lleva por título “El Manvantara, la ‘Era de Manú’”. El Manvantara es el mayor ciclo que consideramos en el estudio de la historia humana(4). Es la era de Manú, el Legislador universal, el Dharma que rige dicho ciclo. Él es Prajapati, el Señor de los seres producidos. El motor inmóvil, su polo espiritual.


"Fig. 6. El Rey Dhruva se convierte en la Estrella Polar, pintura pahari de Manaku de Guler, c. 1740, fragmento. Serie del Bhagavata Purana. Las dos huellas de pies que aparecen arriba a la derecha pueden hacer referencia a los estados superiores." (p. 34 en b/n).

En los seis capítulos siguientes el autor habla extensamente de las cuatro edades de la humanidad que constituyen un Manvantara: Edad de Oro, o Satya-yuga; Plata, o Trêtâ-Yuga; Bronce, o Dwâpara-yuga y finalmente Hierro, o Kali-yuga.

Siguiendo a Pitágoras, cuyas

enseñanzas (cosmogónicas, esotéricas y metafísicas) se articulaban en torno al Número, donde residía el origen de la Armonía Universal, pues a través de él se revelan las medidas y proporciones de todas las cosas, celestes y terrestres,(5)

vemos que la manera más clara de expresar la estructura de este ciclo (Manvantara) dividido, a su vez, en cuatro es mediante la Tetraktys, 4 + 3 + 2 + 1 = 10 = 1 + 0 = 1.

‘todo está dispuesto conforme al Número’ encontrando en la tetraktys o Década el número perfecto y la expresión misma de esa Armonía, pues ‘sirve de medida para el todo como una escuadra y una cuerda en manos del Ordenador’(6)

La duración de las eras va disminuyendo progresivamente, quedando de este modo:

25.920 años el Satya Yuga, (4/4)
19.440 el Trêtâ Yuga,          (3/4)
12.960 el Dwâpara,             (2/4)
  6.480 el Kali Yuga.            (1/4)

Total 64.800 años. Estos números se corresponden con la progresión 4-3-2-1 que la tradición hindú ilustra diciendo que el toro del Dharma se apoya con las cuatro patas en la edad de Oro, con tres en la de Plata, con dos en la de Bronce y finalmente con una sola en la de Hierro. Lo cual nos está indicando el abandono paulatino de la ley, del Dharma, en la vida de los hombres; hasta quedar reducido a una cuarta parte en la edad final. La duración de las edades va disminuyendo, al igual que la presencia del Espíritu entre los hombres; en cambio aumenta la velocidad, la aceleración del tiempo que en sus momentos finales acaba por devorar al espacio. Característica que este mundo en que vivimos los actuales moradores terrestres expresa de modo cada vez más alarmante.

Se impone la detención, la atención concentrada, como decíamos antes; la búsqueda de la única salida posible que como siempre sigue siendo la realización vertical. La consecución, o realización de lo que los habitantes de la Edad de Oro desarrollaban espontáneamente. Aunque como señala nuestro autor ya durante la misma Edad de Oro se da una disminución de lo que podríamos llamar la integridad de lo humano y lo divino.

En el segundo periodo de la Edad de Oro (o sea del 50.000 al 37.000 a.C.) los seres humanos ya comienzan a tomar conciencia de la dualidad («y ellos vieron que estaban desnudos», leemos en el Génesis) pero sin perder aún su «sentido de la eternidad» y su unión con el Principio. Esto está explicado simbólicamente por la presencia del «Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal» (la dualidad) junto al «Árbol de la Vida» (la Unidad). Esa dualidad está presente, de alguna manera latente, pero todavía no se ha manifestado, como lo hará cuando, con la llegada de la Edad de Plata, ese «sentido de la eternidad» comience a perderse y a no estar ya en posesión de toda la humanidad. Esa pérdida da como resultado lo que la Biblia denomina la «caída», que en verdad es una entrada en el tiempo y su discurrir cíclico, pasando así, paulatinamente, del centro a la periferia de la Rueda Cósmica. (Cap. V, pág. 55).

En cuanto a la localización geográfica de la humanidad primordial, como es lógico se sitúa en torno al Polo, es decir lo más próximo al Origen, o lo que es lo mismo lo más alejado de la circunferencia donde transcurre el movimiento. Así pues es el Polo, la región hiperbórea, la sede de la Tradición Primordial.

El polo, único lugar que permanece inmóvil en el movimiento de rotación de la Tierra, ha de ser efectivamente la morada de una humanidad ajena a las vicisitudes de la rueda cósmica, pues está en su centro, y más concretamente en la sumidad de la «montaña polar», que efectivamente se alzaba en los primeros tiempos sobre las regiones hiperbóreas.(7) Como se sabe Dante mismo sitúa el Paraíso terrestre en la cúspide de la «montaña del Purgatorio», que al igual que el monte Meru en la tradición hindú, es una imagen visible del Eje del Mundo. (Cap. V, pág. 60).

De modo análogo a lo que representa la Edad de Oro dentro del conjunto del Manvantara, todas las edades, tradiciones o culturas han tenido un periodo inicial que podemos considerar de oro; cuando estas manifiestan la pureza de su esencia, antes de que el transcurrir del tiempo las diluya en la substancia de la que se van alimentando. Por ejemplo, para la civilización griega su sede, su montaña polar es sin duda Delfos, y el inspirador y sustentador de esta, el Dios Apolo, un dios hiperbóreo.

Continuamos con la Edad de Plata, decíamos antes que en ella el toro del Dharma se apoya solo sobre tres de sus patas, lo que nos indica que los hombres de esta edad ya no viven enteramente de acuerdo a la ley universal.

Un acontecimiento geológico y astronómico, señala nuestro autor, separa ambas edades, nos referimos a la inclinación del eje polar de la tierra; debido a lo cual la vida del hombre pasa de una “perenne primavera” a las estaciones que se inician en esta edad. En definitiva se pasa de una orientación polar a otra solar.

Esta cita del sabio taoísta Li-tseu que recoge F. Ariza nos habla claramente del hecho en cuestión y sus consecuencias:

“Los pilares del Cielo fueron rotos. La Tierra tiembla sobre sus bases. En el septentrión los cielos descendieron hacia abajo. El sol, la luna y las estrellas cambiaron su curso (es decir, que su curso apareció cambiado como resultado de la inclinación del eje terrestre). La Tierra se abre, y las aguas encerradas en su seno inundaron los diferentes países. El hombre se había rebelado contra el Cielo y el universo cae en el desorden. El sol se oscurece (comienza su ascenso y descenso por el horizonte). Los planetas cambiaron su curso (según la perspectiva ya indicada), y la gran armonía del Cielo fue destruida.”(8)

También el cambio de edad trae consigo una nueva forma de organización social. Aparecen nómadas y sedentarios como formas de vida opuestas y a la vez complementarias. El prototipo de unos y otros son los dos hijos de Adán y Eva, la pareja primordial que inicialmente vivía en el Paraíso donde todo florecía y fructificaba gratuitamente.

Estas dos formas de vida perduran hasta la actualidad, pero ya son pocos los nómadas y seguramente podemos decir que están en vías de extinción. Aunque tal vez podríamos considerar aquí un fenómeno bien actual que obliga a millones a andar peregrinando en busca de un lugar donde poder vivir. Son exiliados, voluntarios o no, como se dice del pueblo gitano, en tribulación.

La Biblia relata que Adán y Eva tuvieron un tercer hijo: Shet que nace tras la muerte de Abel a manos de su hermano Caín. Este tercer hijo es una puerta al retorno, a la conciliación, a la realización del estado anterior a la caída. Se dice de él que volvió al Paraíso, donde pudo entrar y recoger la copa de inmortalidad, es decir el Grial.

Y si Shet representa la recuperación del estado edénico, del personaje de Caín el iniciado hace una lectura que va más allá de la del “malo” que mata a su hermano. Efectivamente esta muerte simbólicamente representa la muerte del hombre viejo que el alquimista persigue en la consecución no ya del estado primordial, sino de la vuelta al verdadero origen, es decir al No Ser.

Tula, y los diferentes nombres que ha ido recibiendo el Centro supremo, como Paradêsha, Luz, Salem, Agartha, designan en realidad la «Tierra de los Vivientes», la «Tierra de los Inmortales» o la «Tierra Pura». Pero se trata de una Tierra que no alude sólo a un espacio geográfico en el sentido corriente del término, sino fundamentalmente a un estado interior de la conciencia que se vive como la recuperación de una Memoria que nos devuelve el recuerdo de nuestro origen; y no sólo el recuerdo, sino que nos inserta de nuevo en él.(9) Se trata, en definitiva, de la posibilidad siempre presente que tenemos los seres humanos de recuperar nuestro verdadero estado, que está en potencia tras haber caído en el «sueño», asimilado a la muerte y al olvido. (Cap.VI, pág. 77).

Finaliza el capítulo dedicado a la Edad de Plata con una extensa referencia a la Atlántida de donde tomamos lo siguiente:

Pues bien, es durante los últimos 6.500 años de esta Edad cuando entra en escena la Civilización Atlante, que es en parte contemporánea de las genealogías bíblicas que hemos nombrado anteriormente y que pertenecen a la humanidad antediluviana. En este sentido, hemos de reconocer en la Atlántida dos periodos perfectamente diferenciados que en efecto están relacionados con el hecho de haber existido su civilización en dos edades distintas del Manvantara (la Edad de Plata y la Edad de Bronce) y esto también tendría su reflejo en otras tantas ubicaciones geográficas de su centro espiritual, que fue el de Tula como ya sabemos, hecha a imagen de la Tula hiperbórea. Es a la primera de esas ubicaciones con la que se corresponde el periodo de mayor esplendor de la Atlántida al prevalecer en ella el elemento divino sobre el humano. (Cap. VI, pág. 80-81).

La duración de la siguiente edad: la de Bronce, es de un gran año o sea unos 13.000 (12.960) años, justo la mitad de la duración de la Edad de Oro que es la misma que la duración del movimiento de la Precesión de los equinoccios (25.920).

La decadencia que trae aparejada el descenso del número de hombres que respeta el Dharma, es descrita por Platón en el Critias, o De la Atlántida. F. Ariza recoge en su libro esta cita:

“Pero cuando comenzó a disminuir en ellos ese principio divino, como consecuencia del cruce repetido con numerosos elementos mortales, es decir cuando comenzó a dominar en ellos el carácter humano, entonces, incapaces ya de soportar su prosperidad presente, cayeron en la indecencia. Se mostraron repugnantes a los hombres clarividentes, porque habían dejado perder los más bellos de entre los bienes más estimables. Por el contrario, para quien no es capaz de discernir qué clase de vida contribuye verdaderamente a la felicidad, fue entonces precisamente cuando parecieron ser realmente bellos y dichosos, poseídos como estaban de una avidez injusta y de un poder sin límites.”

Otra cita referente a esta Edad, en este caso de Hesíodo en Los Trabajos y los Días:

“Zeus, padre de los dioses, crea una tercera raza de hombres perecederos, raza de bronce, bien diferente de la raza de plata; hija de los fresnos, terrible y poderosa. No pensaban en otra cosa que en los trabajos dolorosos de Ares (Marte) y en las obras de desmesura.”

Y otra de Ovidio en su Metamorfosis:

“A estas dos edades [de Oro y de Plata] sucede la Edad de Bronce: el hombre es más feroz, y más presto a tomar las armas, que siembran el terror; sin embargo, se abstiene del crimen.”

En concordancia con estos textos entra en escena en esta edad el tercero de los tres gunas (condiciones de la existencia universal) de que nos habla la tradición hindú. Es decir que a la tendencia ascendente (sattwa), hacia lo alto, ”en conformidad a la esencia pura del Ser” predominante en los hombres de la edad de Oro, le sigue la expansiva (rajas) que se desarrolla en la de Plata y sobre todo en la de Bronce, donde también surge tamas.

la tendencia rajásica que caracteriza a la Edad de Bronce promueve en muchos pueblos un impulso hacia la conquista y la expansión, y al desarrollo, en consecuencia, del arte militar y guerrero. Esto permite también la comunicación entre diferentes formas tradicionales alejadas entre sí en el espacio, y la fusión en muchos casos de varias de ellas. En el caso de la tradición atlante, situada originariamente en la «isla en mitad del océano», su expansión conquistadora la lleva hacia los continentes que estaban a su Occidente y su Oriente, respectivamente, es decir América por un lado, y Europa (especialmente su costa occidental), el norte de África, Egipto, Oriente Próximo y toda la cuenca del Mediterráneo por otro, llegando incluso hasta la Mesopotamia. Esto confirma lo que decíamos más arriba con respecto al recuerdo que muchos pueblos de esas áreas geográficas tienen de un contacto ancestral con la civilización atlante, de la cual incluso algunos se consideran herederos más o menos directos, como es el caso del Egipto pre-dinástico. (Cap. VII, pág. 91).

Se hace en el libro mención especial a los Nefilim, que nacieron de la unión de los «hijos de Dios» con las «hijas de los hombres». Desde el punto de vista simbólico,

…dicho «encuentro» también significó la «renovación» de la alianza entre «el mundo de arriba» y «el mundo de abajo», o entre el Cielo y la Tierra, de ahí que quienes nacieron de esa unión (los Nefilim) tuvieran un «parentesco» con la humanidad de la Edad de Oro.
Desde la óptica religiosa, esos «hijos de Dios» se conciben como «ángeles caídos» en el sentido de que fueron «expulsados» del Cielo (en analogía con la «caída» de Adán y su expulsión del Paraíso), pero desde el punto de vista iniciático y metafísico ellos representan las emanaciones espirituales (o los atributos cualitativos del Ser Universal) que se unieron a las formas corporales (o substanciales) del ser humano (o mejor del Adán primordial), concibiendo así una estirpe «separada» del resto de los mortales, o sea de seres que se distinguieron por la «nobleza» y la «grandeza» de su origen celeste. En este sentido, es muy probable que este episodio señale el paso de la Edad de Plata a la Edad de Bronce, y ya sabemos que todo comienzo de un nuevo ciclo (cualquiera que este sea) tiene efectivamente ciertas analogías con el ciclo de la Edad de Oro. (ibid. pág. 92).

El ciclo de los Nefilim degenera hacia la mitad de la Edad de Bronce, cuando el elemento humano comienza a predominar sobre el divino; eso se sitúa inmediatamente antes de lo que conocemos como diluvio universal. Es también cuando la tradición atlante entra en decadencia, cosa que lleva al autor a relacionar ambos hechos.

Hacia el año 10.000 a.C. se produce el Diluvio Universal, nos encontramos todavía en la Edad de Bronce. La Biblia habla de una corrupción generalizada merecedora de un castigo del que solamente son salvados Noé y su familia.

El diluvio pone fin a una humanidad degenerada, iniciándose una renovación en la que Noé representa la autoridad espiritual en su función conservadora y trasmisora del Conocimiento.


"Fig. 9. Arca de Noé. Jacob Boehme." (p. 99).

El periodo que se inicia a partir de entonces podría denominarse, como dice el Génesis, de «purificación del género humano», si bien siempre se tratará de una regeneración relativa, habida cuenta de que nos encontramos en la Edad de Bronce, exactamente en su segunda mitad. El episodio que describe el comportamiento de Cam respecto a su padre Noé, al burlarse de su desnudez, y su posterior «maldición», nos indica que no toda la humanidad participaba de esa regeneración, y persistían los elementos disolventes del periodo anterior, aquellos que motivaron el «castigo» divino, según la terminología bíblica. En este sentido, recordaremos que de los descendientes de Cam debían salir, mucho tiempo después, aquellos que edificaron la Torre de Babel, el símbolo de la «confusión de lenguas» y que según los datos tradicionales es el hecho que señala el fin de la Edad de Bronce y el comienzo de la Edad de Hierro, el Kali-yuga, la «Edad Oscura». (Cap. VII, pág. 99-100).

Que la Edad de Kali se inicie con la confusión de lenguas, es decir con la incomprensión y la división entre los hombres, nos sumerge de lleno en esta época de final de esa edad en la que la falta de comunicación y entendimiento entre los hombres es brutal. Bien se puede decir que la falta de concordia es generalizada y lo que es peor la voluntad de entenderse también brilla por su ausencia.

Esta división y confusión que se va extendiendo en la edad de Hierro es el resultado del aumento de la tendencia tamásica en detrimento de la rajásica y no digamos de la sátwica. Tamas, o sea la ignorancia, se extiende como niebla tenebrosa por sobre los otros dos gunas.

Sin embargo esta edad, como cualquier ciclo, también tiene sus cuatro partes diferenciadas. De acuerdo a G. Georgel se dividen de este modo:

1ª sub-edad (de oro); duración: 4 x 648 = 2.592 años,
            del -4450 al -1858.
2ª sub-edad (de plata); duración: 3 x 648 = 1.944 años,
            del -1858 al +86.
3ª sub-edad (de bronce); duración: 2 x 648 = 1.296 años,
            del +86 al +1382.
4ª sub-edad (de hierro); duración: 1 x 648 = 648 años,
            del +1382 al +2030.(10)

En el comienzo de esta Edad aumenta la sedentarización y el uso de la piedra, se da la llamada civilización megalítica, de ella quedan abundantes restos algunos bien conocidos como el crómlech (literalmente «círculo de piedras») de Stonehenge, o el «templo estelar» de Glastonbury. Las pirámides egipcias son contemporáneas a esas construcciones. El uso de la rueda es otra de sus características, no el conocimiento de la rueda, símbolo sagrado para culturas anteriores sino el uso de la misma. Resultado de anteponer lo secundario a lo principal, falta de respeto e ignorancia unidas para acabar con la visión sagrada y, abandonándose a las tendencias inferiores quedar atrapados en la miseria infernal, creyendo conquistar los cielos.

El hombre retrocede, cuando orgullosamente cree avanzar. Antepone lo puramente cuantitativo y material a lo cualitativo y espiritual; y por si esto fuera poco, tilda de atrasados o supersticiosos a pueblos y culturas superiores que han sabido mantener y conservar un orden más acorde a la verdadera función del ser humano, que no hay que olvidarlo es la de unir cielo y tierra.

Volviendo a las fases de la edad de Hierro nos dice nuestro autor:

a las dos primeras sub-edades corresponde el periodo de constitución de las grandes civilizaciones del Kali-yuga, aquellas que se extendieron a lo largo del eje horizontal que va desde el Extremo-Oriente hasta la parte más occidental de Europa y Norte de África, y entre las que merecen destacarse la China, la Hindú, la Caldea, la Egipcia, la Minoico-cretense, la Celta, la Persa, la Judía, la Griega y la Romana. En lo que respecta al continente Americano, a comienzos del Kali-yuga aparece en el área andina la civilización llamada de Caral, siendo por tanto contemporánea de Egipto, China y Mesopotamia. (Cap VIII, pág. 109).

Dentro de este capítulo sobre la cuarta edad, el autor dedica varias páginas al ciclo heroico, que ocupa parte de la misma y cuyos habitantes poco tienen que ver con los del resto de la Edad de Hierro.

Según el mito, al comienzo de la Edad de Hierro el padre Zeus –que lo es tanto de los dioses como de los hombres no hay que olvidarlo– emana de sí mismo las «semillas» que engendrarán la raza heroica. Recordemos, por ejemplo, que las semillas de Zeus que engendran a Perseo aparecen descritas como una «lluvia de oro» que desciende sobre su madre, Dánae, fecundándola. Esta imagen simbólica oculta la sacralidad de un misterio, y en ella está la clave para entender el significado profundo que encierran los «amoríos» de Zeus con las hembras humanas.
Todo esto confirma algo que ya hemos señalado: la «raza de los héroes» ratifica que el desarrollo cíclico no siempre sigue una curva descendente desde el fin de la Edad de Oro hasta nuestros días, sino que hay periodos dentro de ese desarrollo en que se asiste a una especie de «inversión» de esa caída. Casi siempre pasa al comienzo de una nueva Edad, pero de hecho se da también en ciclos más pequeños, donde de pronto irradia la luz de la Sabiduría y funda una época de «renacimiento espiritual», una Edad de Oro a imagen de la original. (Cap. VIII, pág 115).

La caza del jabalí de Calidón, hecho histórico en el que participan casi todos los héroes de la antigüedad, señala el comienzo de la decadencia del ciclo heroico que abarca la era de Tauro y la mitad de la de Aries (más adelante en el capítulo XI se habla extensamente de las eras zodiacales), total unos 3.240 años. El paso de la primera a la segunda de esas eras es señalado por la conquista de Jasón y los Argonautas del Vellocino de oro.

Agotada la etapa heroica, el Kali yuga y sus habitantes entran en una fase que podríamos calificar de franca decadencia. El siglo VI a C. es comúnmente señalado como uno de los puntos críticos de esta edad, en él comienza lo que se da en llamar la “conciencia histórica”. Esta supone un cambio en la vivencia del tiempo, el hombre se sumerge en la historia, que por un lado es una disminución cualitativa del tiempo, pues el presente cede en importancia al pasado y al futuro. Mas, como todo, esto es dual y conocer la historia, por otro lado, facilita al hombre la comprensión de civilizaciones anteriores, pudiendo leer en ellas lo que la suya ya ha perdido; y por tanto aquello que le puede llevar de vuelta a un estado anterior donde el tiempo era todavía virgen y capaz de generar un espacio otro, allende las vicisitudes de lo humano.

El autor repasa en este capítulo la existencia de los movimientos esotéricos que, a lo largo de este periodo descendente, han hecho posible la pervivencia de la cadena aurea hasta nuestros días.

Mención especial a los “solitarios”, aquellos que dependen del Khidr y no ya del Polo, que es la Ley que gobierna todo el ciclo del Manvantara pero que, debido a la situación de carencia, es abandonada; y es precisamente gracias a los solitarios que la guardan oculta en su corazón que ésta puede alumbrar y ser conservada hasta el final.

El profeta Elías. Ribera, 1638. Análogo al Khidr en la protección de los "solitarios".

*   *   *

A los dos movimientos de la tierra más conocidos, el diario de rotación sobre sí misma y el anual de traslación alrededor del sol hay que agregar un tercero, como de trompo y retrógrado, conocido como de la Precesión de los Equinoccios; este movimiento, a cuya explicación, ilustrada con abundantes gráficos y grabados, F. Ariza dedica todo el capítulo X del libro, tiene una importancia capital, como ya hemos visto, en el estudio de los ciclos cósmicos.

Se tratan en el siguiente “Las Eras Zodiacales como Ciclos de Civilización”. Estas, doce en total, igual número que las constelaciones zodiacales, vienen determinadas por el movimiento de Precesión y tienen una duración de 2.160 años que multiplicado por 12 es igual a 25.920 años, exactamente la duración del movimiento Precesional.

Mencionamos antes las eras de Tauro y Aries que transcurren en la primera fase del Kali Yuga, la siguiente: la de Piscis, se inicia con el cristianismo (cuyo símbolo es el pez) y está finalizando para dar paso a la era de Acuario (regida por Saturno) que sigue a continuación.

la Precesión de los Equinoccios marca el ritmo regular del movimiento de las Eras Zodiacales, en donde conjunciones, trígonos, cuadraturas y oposiciones entre los propios planetas constituyen las pautas numéricas y geométricas que determinan los tiempos cualitativos dentro de la Era Zodiacal, «signada» por las cualidades divinas de su arquetipo. Esas pautas numéricas y geométricas que dan lugar a los distintos aspectos de la rueda cósmica también se dan entre los signos zodiacales. Por consiguiente son aspectos que durante el transcurso de la Precesión van manifestando tanto las energías positivas como las negativas, luminosas y oscuras, de los signos y los planetas, y que están presentes en todos los seres sometidos a sus influjos. Obviamente, los ciclos históricos están bajo esas influencias pues reproducen en el plano humano los aconteceres de los habitantes del cielo, majestuosamente descritos en la Geografía Celeste. (Cap. XI, pág. 201).

Teniendo en cuenta los números que recoge el cuadro de G. Georgel, tendremos que las doce últimas eras comenzarían alrededor del año 6.480 antes del final de la Edad de Plata. Es decir 6.480 + 12.960 (duración E. de Bronce) + 6.480 (duración E. Hierro) = 25.920. Recordemos que esos 6.480 años antes del final de la edad de Plata señalan el comienzo de la Atlántida.

Y este es el momento de recordar nuevamente que las Eras Zodiacales representan ciclos que enmarcan el nacimiento y desarrollo de las culturas y las civilizaciones, organizadas en torno a un centro sagrado donde mora el Espíritu que inspira y da vida a esa cultura, o sea a las distintas expresiones con que ella se manifiesta, las cuales son legadas al tiempo a través de un saber plasmado en los símbolos de su cosmogonía y su metafísica. Todas las culturas del mundo, cualquiera haya sido el modo en que se manifestaron, construyeron su concepción del mundo de acuerdo a los principios que rigen el Cosmos. Así fue al menos hasta la llegada del último periodo de la Era de Piscis, que coincide con nuestro tiempo, los tiempos modernos, que a pesar de su anomalía desde el punto de vista intelectual-espiritual, tiene un sentido y un papel dentro del cumplimiento cíclico del Manvantara, definido ya en los textos proféticos de muchas tradiciones. (Cap. XI, pág. 223).

Se habla especialmente de las eras que conforman el ultimo Gran Año del Manvantara, es decir la mitad de los 25.920 años a los que acabamos de hacer referencia. Y esos 12.960 años nos retrotraen a la mitad de la edad de Bronce, fecha del final de la Atlántida y del diluvio bíblico.

En este último Gran Año destacan los pueblos indoeuropeos, la raza blanca es la protagonista. En periodos anteriores han predominado otras razas y los puntos geográficos vinculados a ellas: al Este la raza amarilla, al Sur la negra y al Oeste la raza roja. Volviendo a los pueblos indoeuropeos y la raza blanca, estos han protagonizado el último Gran Año que comprende las eras de Leo, Cáncer, Géminis, Tauro, Aries y Piscis.

La próxima, la de Acuario, pertenece a otro Manvantara, el cambio de era será pues en este caso concreto, al mismo tiempo, un cambio de Manvantara. El arca, símbolo por excelencia de la custodia de semillas, conserva y trasmite estas de uno a otro de los Manvantaras; atravesando los límites de ambos para ser la simiente del ciclo futuro, de un Nuevo cielo y una Nueva tierra. De la Jerusalén celeste que descenderá del cielo a la tierra al comienzo del nuevo ciclo.

Este libro que reseñamos es un arca en el sentido de que guarda y atesora un conocimiento casi olvidado y que sin embargo es vital para el desarrollo de posibilidades latentes todavía en algunos seres a los que su lectura puede llevar a actualizar o cuando menos a hacerles reflexionar.

Es loable el esfuerzo realizado por el autor en la recopilación, reflexión y transmisión de estos temas que iluminan la situación de fin de ciclo en que nos hallamos, que hace más necesario que nunca el volcarse en lo que es la verdadera función del hombre y nombrando aquello que no es sino ilusión, cuando no franca subversión, salir hacia mares más aéreos y sutiles en busca, espera y logro de ese Nuevo cielo y esa Nueva tierra anunciados.

El semáforo de la alarma apocalíptica está en rojo, pero no nos olvidemos de que todo es cíclico, que el movimiento no cesa y que todo vuelve de Nuevo a comenzar. (11)


Mª Victoria Espín     


NOTAS

(1) Francisco Ariza, Los Ciclos Cósmicos en la Historia y la Geografía. Eds. Vía Directa, col. Tradición. La Eliana (Valencia), septiembre 2022. 14,8x21cm. 320 págs. 64 figs en b/n. ISBN: 9788412530810.

(2) Cap. I, pág. 17.

(3) Otros libros del autor: – El Simbolismo de la Historia. Una Perspectiva Hermética de la Tradición de Occidente, Libros del Innombrable, Zaragoza 2017. – La Obra de Federico González. Simbolismo - Literatura – Metafísica. Id. 2014. – La Tradición Masónica: Historia, Simbolismo, Documentos Fundadores. Obelisco, Barcelona 2008. – La Masonería: Símbolos y Ritos. Symbolos, Barcelona 2002, etc. Ver su → página web.

(4) Añadir que catorce Manvantaras constituyen un Kalpa, el cual, redondeado, tiene una duración de un millón de años (14 x 64.800).

(5) F. González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. "Pitágoras". Symbolos nº 25-26, Barcelona 2003.

(6) Idem.

(7) “Ver el estudio de Manrique Miguel Mom «Ciclos Cósmicos de la Humanidad» en el Nº 15-16 de Symbolos (1998). Allí se demuestra que según las investigaciones llevadas a cabo por algunos científicos rusos «el mito de la montaña sagrada emergida en el Polo Norte, tuvo y tiene un fundamento geológico e histórico». Ver igualmente Origine Polaire de la Tradition Védique, de B. G. Tilak [Arché-Milano, 1979].”

(8) Julius Évola, Revolte contre le monde moderne, citado en el cap. III de la segunda parte.

(9) ”Este es el sentido verdadero de la anamnesis platónica. Añadiremos que casi todo el relato contenido en el Fedón o del Alma es una descripción de esa «Tierra Pura».”

(10) Cap. VIII, pág. 103.

(11) Para los dos últimos capítulos del libro: “El «Homo Deus» Tecnológico y sus Falsos Profetas. Un Símbolo del Fin de Ciclo” y “La «Corrupción de los Mejores» y la «Unión en el Arca»”, publicados en Internet (La Memoria de Calíope), remitimos al lector a la reseña que publicamos junto a J. M. Río en Hermetismo Hoy; está disponible en: https://www.2enero.com/resenas/ariza_homo_deus.htm